Carta a las Iglesias
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Carta a las Iglesias, No. 368, 15-31 de diciembre de 1996
Tareas para 1997. Una Iglesia realmente salvadoreña
Meditación desde Jesús de Nazaret
El lector podrá leer más adelante un comentario a la carta de Juan Pablo II sobre la preparación al tercer milenio que se acerca. Verá en ella que el año 1977 está dedicado a Jesucristo, y así comenzamos nosotros. Jesucristo nos adentrará en el futuro milenio, pero ilumina ya problemas importantes de nuestra Iglesia. Aquí nos vamos a fijar en Jesús de Nazaret, pues no otro es el Cristo, y desde él vamos a mencionar, en este y en números posteriores, algunos problemas de nuestra realidad.
El problema eclesial: "¿es la Iglesia real y salvadoreña?"
A la fe le es esencial la proclamación de la encarnación, es decir, el acercamiento radical del Dios
transcendente a nuestra historia. Y ese acercamiento lo llevó a cabo Jesús de forma muy concreta.
Vivió con austeridad y sencillez en un mundo pobre, alivió los sufrimientos de quienes no tenían a dónde ir, acogió a marginados y a los tenidos por pecadores, denunció y anatematizó a los poderosos, habló de Dios y enseñó a orar, y por todo ello fue perseguido y ajusticiado. Todo eso es bien sabido, pero hay que repetirlo: Jesús de Nazaret fue alguien muy real en su mundo, y no se ha quedado en las nubes, ni en cuadros , ni siquiera sólo en los textos de los evangelios. Ese modo real de ser y de vivir es lo que le hizo hermano nuestro y lo que le otorga hasta el día de hoy credibilidad, de modo que quienes desean realmente vivir como seres humanos se dirigen a él con confianza.
¿Y la Iglesia? Una Iglesia real en nuestro mundo es la que está activamente en la realidad de la injusta pobreza, la que se deja afectar por ella y la que reacciona adecuadamente ante ella. Por decirlo de otra manera, si Sumpul y El Mozote, si el desempleo y la violencia, si la corrupción y el desencanto, no interesan, no mueven la inteligencia y el corazón, no estamos en la realidad en forma alguna, y entonces no sólo no somos cristianos, sino que simplemente no somos "reales", no vivimos en la realidad de nuestro mundo salvadoreño, sino que habremos fabricado una realidad alternativa (que puede ser eclesial) para vivir en ella. Si la tragedia de la realidad no configura nuestro saber, nuestra esperanza, nuestra praxis y nuestra celebración, no somos "reales" y seguimos sumidos en un sueño de irrealidad. Si la Iglesia no está activamente en el mundo de los pobres y no hace de ese estar en ese mundo algo central, si no se deja afectar realmente por ese mundo, si no participa, con todas las analogías del caso, en el no-poseer, en el no- ser tomada en cuenta, en el no-tener poder, y si no pone a disposición de los pobres todo lo que es y tiene, entonces, en un mundo de injusta pobreza, es una Iglesia "irreal". Pues bien, en nuestro tiempo uno de los principales problemas para la Iglesia es la "irrealidad". Es la tentación de vivir en un mundo de mayorías pobres como si ello no dijese nada a su realidad esencial, aunque la pudiera tener en cuenta en prácticas pastorales y aun en algunas prácticas éticas. Es cierto que hay mucho trabajo escondido en cantones, escuelas, parroquias, hay crecimiento en conciencia de comunidad entre laicos, ellos y ellas, hay denuncias de algunos obispos, aunque no muchos, hay trabajo en defensa de los derechos humanos, hay grupos bíblicos y teológicos entre gente encilla, y así muchas otras cosas que hacen a la Iglesia salvadoreña y real. Pero nuestra Iglesia también da sensación de irrealidad. Sensación de irrealidad es lo que producen con frecuencia homilías y mensajes que no ponen en palabra ni hacen central la pobreza de los pobres, el análisis de sus causas, la injusticia y la corrupción que la acompañan. Es lo que producen, en otro orden de cosas, seminarios en los que la formación protege al seminarista de la realidad y de la cultura, muchas veces secularizante,
ciertamente, con lo cual se evitan peligros a corto plazo, pero
al precio de vivir en un mundo irreal. Es lo que produce la
espiritualidad, fomentada o tolerada, de movimientos que
trasladan al ser humano religioso a una transcendencia sin
relación con la historia, es decir, a la irrealidad.
La reciente visita del Papa a El Salvador, por ejemplo,
dicho con respeto y con ánimo de ilustrar cómo son
las cosas, de tal manera fue organizada que produjo la
impresión de irrealidad. Se podrá argumentar que
la mayoría de las personas que se hicieron presentes eran
mayoritariamente pobres. Pero es más cierto que de la
realidad de esas mayorías sólo apareció su
entusiasmo religioso, mejor o peor fomentado y fundamentado, pero
no apareció su pobreza, sus miedos, su fe, su esperanza,
su compromiso real -y no apareció en su justa medida lo
más real de nuestra Iglesia: los mártires. En
cuanto dependió de la organización, esas
mayorías fungieron más como telón de fondo
que como la realidad que define al país. Lo que
apareció en primer plano fue, más bien, la
cercanía de la Iglesia a minorías no realmente
representativas -"irreales" en el concierto de los seis millones
de salvadoreños-, el gobierno sobre todo, diputados y
políticos, poderosos y opulentos. En este sentido, no se
aprovechó la visita del Papa para que aflorase la
realidad, ni, a juzgar por las consecuencias, la visita tuvo un
influjo importante sobre ella.
La tarea para el futuro
Las consecuencias de esta irrealidad son varias. La
opción por los pobres no se asienta ya con ultimidad y por
sí misma, sino que en algunas curias episcopales y en
algunas nunciaturas depende del equilibrio con otra opción
que, a la hora de la verdad, parece ser más determinante:
la de estar a bien con los detentadores del poder, aunque esto
se busque para hacer el bien. La Iglesia no se plantea su ser y
hacer desde la pobreza, sino desde otras cosas, que podrán
ser necesarias y aun buenas, pero no esenciales:
organización institucional, protagonismo nacional y
mundial, mantenimiento del número de fieles, freno a las
sectas, religiosidad tradicional, también en lo que tiene
de negativo y peligroso, como son algunas devociones destinadas
a desaparecer, fidelidad hasta la obsesión al magisterio,
y un largo etcétera.
Esta "irrealidad", a la corta o a la larga, hará a
la Iglesia irrelevante, pues en la medida en que una Iglesia es
irreal deja de ser salvadoreña, pierde capacidad para
humanizar al país y salvar al pueblo pobre. Y se dificulta
también a sí misma para dar respuesta a problemas
que ya están entre nosotros y a los que vendrán:
secularización, desenraizamiento religioso, pseudocultura
que trae la globalización...
Esta "irrealidad", por último, pone en peligro la
identidad más honda de la fe de la Iglesia. Sin vivir la
realidad tal cual es, difícilmente se comprenderán
cosas de la fe tan absolutamente fundamentales como son la en-
carnación de Dios en lo débil de la carne y el
dinamismo salvífico de la encarnación. Lo normal
es que ocurra lo contrario: la des-encarnación de la
pobreza para encarnarse en instancias poderosas, la
búsqueda de lo salvífico no en lo débil de
la carne, sino en los poderes de este mundo.
Hoy, como hace cinco siglos, puede resonar la pregunta de
Antonio Montesinos: "¿Cómo están en
sueño tan letárgico dormidos, cómo se
desentienden de los sufrimientos del pueblo? ¿Dónde
están las homilías y cartas pastorales de los
años setenta y ochenta que pongan en palabra la verdad de
la realidad y analicen sus causas? ¿Dónde está
el abajarse a los pobres, compartir su impotencia, poner a su
servicio todo lo que tienen?".
La tarea es, pues, "revertir la historia" y hacer de la
Iglesia de Jesús una Iglesia realmente salvadoreña.
No partimos de cero, ni mucho menos. Muchas cosas buenas tenemos,
como hemos visto. Mons. Gregorio Rosa y otros hermanos en el
episcopado nos iluminan certeramente sobre la realidad de nuestro
país y, así, sobre las tareas de una Iglesia real.
Tenemos la tradición de Monseñor Romero y de los
mártires, los verdaderos salvadoreños. Y tenemos,
sobre todo, la tradición de Jesús, del mismo Dios,
que se hizo real en nuestra historia.
1996: un año de transformaciones postergadas
A finales de 1991 la primera administración de ARENA y
el FMLN ultimaban detalles para firmar los documentos que
terminarían con doce años de guerra civil y que
sentarían las bases para una reforma política y
económica que contribuyera a superar los desequilibrios
estructurales generadores de los más violentos conflictos
que ha padecido El Salvador en el siglo XX. En enero de 1992 los
Acuerdos de Paz fueron firmados por las partes en conflicto y se
inauguró una de las fases más difíciles del
proceso de transición iniciado a principios de la
década pasada.
A los estudiosos del proceso no se les escapaba que la
"solución intermedia" conseguida en la negociación
dejaba puntos importantes pendientes. Sin embargo, al calor del
protocolo negociador, el optimismo fue la nota
característica del momento, un optimismo especialmente
notorio en la izquierda que en ese momento se sentía
triunfadora en lo que se dio en llamar la "revolución
negociada". Ahora sí -se pensaba en los círculos
que se sentían comprometidos con la justicia y la
igualdad- el país se estaba poniendo en la ruta de los
cambios estructurales tan largamente esperados, por los que
tantas vidas se habían sacrificado y los que tantas
frustraciones habían dejado en el pasado: la llegada de
la izquierda al escenario político y su acceso a una cuota
significativa de poder eran los requisitos básicos para
avanzar hacia aquellos cambios.
Desmontando las bases del "autoritarismo militar" y
consolidando los logros de la reforma política el camino
estaría despejado para realizar transformaciones a nivel
socio-económico. Esta era la apuesta del FMLN; fue
también una apuesta compartida por muchos de sus
seguidores y simpatizantes para quienes los logros sustantivos
de la negociación sólo se verían
después de la consolidación política del
FMLN.
Mientras tanto, la derecha no celebraba con la algarabía
con la que lo hacía la izquierda. No era que se sintiera
"perdedora" en la "revolución negociada", sino que, al
parecer, desde los últimos preparativos para la firma de
la paz ya era consciente, al menos en aquellos de sus miembros
de más olfato político, que los cambios
estructurales se pospondrían ad calendas graecas, puesto
que la batalla de la izquierda por alcanzarlos tendría que
sortear obstáculos institucionales, ideológicos y
económicos no previstos por ella cuando suscribió
los Acuerdos de Paz. La derecha quizás era consciente de
que la paz era su victoria; por ello su alegría
tenía más fundamento, aunque fuera menos notoria
que la del FMLN y sus seguidores y simpatizantes.
A cuatro años de firmados los Acuerdos de Paz, la
derecha se alza como la gran ganadora de la postguerra. Pese a
las fricciones internas, políticas y económicas,
que han aparecido en su seno, la amenaza de cambios estructurales
en el acceso a la propiedad y a la riqueza ha desaparecido de su
horizonte. Los enemigos de la derecha son sus propios intereses
y la voracidad con la que los mismos son defendidos; aparte de
ello, en la actualidad no tiene a quien temer, como en las
décadas de los 70 y 80 cuando la legitimidad de sus
riquezas y poder estaban en el centro de la discusión.
Si, en la terminología del FMLN, la "correlación
de fuerzas" fue lo que llevó a ambas partes a la mesa de
negociación y lo que condicionó que el FMLN dejara
en el tintero sus exigencias de reforma social y económica
para más adelante, en la postguerra la correlación
de fuerzas se ha ido inclinando a favor de la derecha
económica y política al punto de permitirle
enriquecerse sin mayores impedimentos y apuntalar sus bastiones
de poder para intentar una involución autoritaria.
En un escenario como el descrito, el optimismo que
predominó inmediatamente después de la firma de los
Acuerdos de Paz se ha transformado en un pesimismo desalentador.
Los cambios estructurales quedaron nada más como una
bandera y un sueño del pasado; la confianza en quienes los
llevarían adelante se ha perdido; y la esperanza en un
futuro más digno para los marginados de El Salvador se ha
vuelto cada vez más lejana. Parecería, pues, que
de nada sirvieron las dos décadas de sacrificio popular,
los miles de asesinados y desaparecidos y la destrucción
humana y material de doce años de guerra. ¿Son las
cosas así de dramáticas? ¿O acaso hay que
moderar el balance y centrar la atención en aquello que
antes no se tenía y que sólo después de la
guerra se ha vuelto -o comienza a hacerse- realidad en El
Salvador?
Si se revisan detenidamente los Acuerdos de Paz, así
como los documentos preparatorios de los mismos, queda claro que
la reforma política y judicial ocupó un lugar
central en la negociación, mientras que la reforma
económica sólo fue abordada como tema secundario
y en aquellos aspectos que tenían que ver directamente con
la transferencia de tierras en zonas de conflicto y
reinserción de los desmovilizados de ambos
ejércitos. Por consiguiente, de lo que se trata es de
evaluar hasta qué punto se ha avanzado en la reforma
política y judicial, y si lo alcanzado es suficiente para
dar por consolidada la institucionalidad democrática que
se pensaba iba a lograrse una vez concluida la ejecución
de los Acuerdos de Paz.
En lo que atañe a la reforma política, por
más que uno de sus logros iniciales haya sido la
inserción del FMLN en el sistema de partidos y su
participación en las elecciones de 1994, no se ha
profundizado lo suficiente como para dar al traste con viejos
vicios del pasado, como el ejercicio político
demagógico y oportunista, la compra-venta de favores, la
corrupción y el verticalismo partidarios.
Los partidos políticos se han mostrado escasamente
competitivos y pocos dignos de crédito ante el electorado,
así como incapaces de elaborar y proponer proyectos de
alcance nacional. Sus liderazgos son obsoletos y están
carcomidos por intereses de la más baja especie. El
pluralismo en el sistema político no se ha traducido en
una mayor calidad de las opciones electorales, sino que
más bien es expresión de divisiones partidarias
motivadas por protagonismos de individuos respaldados por
camarillas ansiosas de obtener beneficios materiales. Es decir,
los partidos no han dado señales claras de haberse
embarcado en un proceso de democratización interna, paso
necesario para el fortalecimiento del sistema político y
para el fortalecimiento de una institucionalidad democratica, sin
la cual es imposible pensar, siquiera para un futuro lejano, en
las reformas estructurales pendientes desde el fin de la guerra.
La reforma judicial también deja mucho que desear.
Dejando de lado el irresuelto problema de la depuración
judicial, es indudable que aquí el punto sensible es el
de la seguridad ciudadana y el papel que juega la Policía
Nacional Civil (PNC) en la misma. La respuesta violenta de la
institución policial a demandas de la sociedad civil ha
levantado serias dudas sobre su papel como sostén
importante de la transición democrática. Con todo,
mayores dudas ha levantado la sospecha fundada en pruebas de que
al interior del organismo policial existen grupos de inteligencia
y espionaje al margen de sus instancias de dirección
legalmente establecidas. Y es que si estas instancias paralelas
en el seno de la PNC concentran el suficiente poder y responden
a las órdenes de grupos o individuos ansiosos de una
involución autoritaria nada bueno se puede esperar para
el país.
El año de 1996 fue escenario no sólo del
agotamiento formal de los Acuerdos de Paz, declarados
oficialmente como totalmente cumplidos, sino también de
la fortaleza creciente de los grupos de poder político y
económico, los cuales han consolidado posiciones de fuerza
que les están permitiendo amenazar el avance de la
institucionalización democrática. Qué duda
cabe que ya en los Acuerdos de Paz fue postergada la reforma de
las estructuras socio-económicas. Se trató, sin
embargo, de una postergación temporal hasta que la
izquierda canalizara electoralmente el apoyo de quienes la
apoyaron durante la guerra y de quienes se hicieron presentes en
la Plaza de los Mártires (en el centro de San Salvador)
para celebrar el cese de las hostilidades militares.
Pese a lo anterior, en 1996, como en ningún otro
año desde la firma de la paz, se han sentado las bases
para que esa reforma se postergue ad infinitum. Pero
también la reforma política y judicial se ha
estancado en aspectos sustantivos como la depuración de
los jueces, la democratización de los partidos y el
fortalecimiento del sistema político. La superación
de estas taras políticas y judiciales tendrá que
esperar para 1997. Quedan como puntos pendientes, cuya
postergación no sólo favorece a quienes se han
atrincherado en posiciones autoritarias, sino que debilita las
voces de quienes desde la sociedad civil rechazan
legítimamente el atascamiento del proceso de cambios
políticos y económicos largamente esperado.
Por último y como complemento esencial de lo anterior,
no se puede dejar de señalar que otro punto irresuelto en
1996 es el de los supuestos ecológicos de los modelos de
desarrollo que se implementan o se pretenden implementar en el
país. Hasta ahora, la ecología ha sido considerada
como una "variable externa" en los proyectos de desarrollo
económico social; sin embargo, El Salvador está
llegando acelaradamente a sus límites ecológicos,
más allá de los cuales es imposible el
sostenimiento de cualquier modelo de desarrollo. Dicho de otra
forma, la ecología debe de ser integrada como una variable
fundamental en cualquier propuesta política y
económica con un mínimo de seriedad, pues es ella
la que condicionará en el futuro inmediato las
posibilidades de la economía, la política y la
sociedad en nuestro país.
Los empresarios ciertamente seguirán buscando acumular
riquezas; los políticos seguirán buscando la
ansiada cuota de poder; y la sociedad seguirá luchando por
sobrevivir a la voracidad empresarial, la incompetencia estatal
y la violencia, pero cada uno de esos grupos estarán
luchando por nada una vez que el país colapse
ecológicamente. Es por evitar este colapso por el que
tenemos que luchar todos los salvadoreños. Esta es una
lucha que sí vale la pena, puesto que en ella se juega la
vida nuestra y la de las generaciones venideras. Esta lucha no
puede esperar a ser postergada por un año más.
La firma de la paz en Guatemala
Una de las noticias importantes al finalizar año 1996
nos anunciaba la firma de los acuerdos de paz en Guatemala, lo
que pondría fin a 36 años de conflicto armado. El
fin de la guerra y los esfuerzos por solucionarla pueden
evaluarse como una señal positiva de cambios prometedores
para el vecino país.
Desde el primer acuerdo básico suscrito en Oslo, el 30
de marzo de 1990, hasta el acuerdo final en Ciudad de Guatemala,
el 29 de diciembre de 1996, pasaron seis años y se
firmaron trece acuerdos entre los que sobresalen la
situación de los pueblos indígenas, reasentamientos
para la población desplazada por el conflicto, el papel
del ejército frente a la sociedad guatemalteca, la
investigación sobre graves hechos de violaciones a los
derechos humanos, así como reformas al sistema electoral,
reinserción de los ex combatientes de la URNG y el cese
de fuego definitivo.
Debemos reconocer que las materias sobre las cuales se
lograron acuerdos son difíciles de alcanzar e implementar
en sociedades como la guatemalteca, dirigida durante
décadas por dictaduras militares. Precisamente, la
imposición del poder militar rompió con las
aspiraciones democráticas iniciadas por Jacobo Arbenz en
la década de los cincuenta y desembocó luego en uno
de los conflictos más antiguos de América Latina.
Al examinar estos acuerdos, podemos observar coincidencias con
el proceso salvadoreño. Ciertamente, las figuras
jurídicas y políticas pueden ser diferentes, pero
básicamente comparten el objetivo central: sentar las
bases para sociedades democráticas con
participación de amplios sectores y la
subordinación del poder militar al civil.
El papel del ejército al frente de la sociedad y la
reducción de sus efectivos son una de las primeras
coincidencias en ambos procesos. Las transformaciones de orden
institucional para permitir la integración de los ex
guerrilleros a la vida civil se presenta con
características similares. Asimismo, una de las
similitudes y que podría convertirse en el mayor reto para
la URNG es la creación de un partido político, pues
la reconversión guerrillera a la vida civil podría
tener sus sorpresas. La experiencia salvadoreña ya ha dado
muestras de estos errores, esperamos que no sea el caso de
Guatemala.
Por otra parte, un elemento diferencial con relación
al proceso salvadoreño es la incorporación a los
acuerdos, como punto específico, del tema de la "Identidad
y Derechos de los Pueblos Indígenas". Desde nuestro punto
de vista, el reconocimiento de los derechos de esta parte
mayoritaria de la población guatemalteca es producto de
la lucha de Rigoberta Menchú y quienes con ella luchan por
los derechos de los indígenas. El acuerdo es importante
y representa un avance en cuanto que pretende integrar a todos
los miembros de la multifacética población de
Guatemala.
Los acuerdos parecen prometedores, pero no podemos obviar que
la cultura de la confrontación, luego de un poco
más de tres décadas de guerra civil, será
un obstáculo para la consecución de una paz
duradera. La experiencia salvadoreña ha mostrado
deficiencias, errores de cálculo, falta de
previsión frente a los acontecimientos. Nuestra propia
cultura política está dificultando el proceso de
cambios. La falta de participación activa de la
población, por las propias trabas del sistema o por la
apatía frente a la política, muestran las
dificultades de la transición hacia la democracia.
El drama de la guerra, y esto lo sabemos por nuestra propia
experiencia, dejó en nuestras sociedades huellas
permanentes e imborrables. Los acuerdos entre las partes pueden
sentar un fructífero precedente para encaminar a la
sociedad guatemalteca hacia un cambio radical en las propias
visiones de futuro de su país. La llegada de la paz a
Guatemala es trascendental, compartimos su satisfacción
por este logro y deseamos patentizar nuestra
congratulación por ello.
Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz, momentos
antes de la firma del acuerdo sobre cese del fuego definitivo
afirmó: "Lo más importante ahora es reconstruir
Guatemala. Esta es una paz en la que todos nosotros, de una
manera u otra estamos involucrados, algunos como víctimas
otros como parte en el conflicto".
Las palabras de esta luchadora de Guatemala son símbolo
de esta visión sobre el futuro de este territorio
multifacético, centroamericano y latinoamericano,
así como de todos los que creemos que es posible crear
sociedades democráticas, justas y más humanas.
Monseñor Rosa: "en 1996 estuvo en crisis la esperanza"
El 29 de diciembre, último domingo del año,
Mons. Gregorio Rosa hizo un balance poco alentador del desarrollo
de la sociedad salvadoreña durante el año. "En 1966
estuvo en crisis la esperanza".
En su habitual conferencia de prensa, Mons Rosa
señaló que el país atraviesa una crisis que
se expresa en el incremento de la extrema pobreza, el desempleo,
el costo de la vida, por una parte, y en el clima de inseguridad
a causa de la delincuencia por otra. Se mostró
extrañado de que en el país se hable de paz y del
cumplimiento de los acuerdos. "¿Dónde esta la paz?
Firmamos la paz, pero no tenemos la vivencia cotidiana de la
paz". Expresó su temor de que se pierda el esíritu
de los acuerdos de paz, ya que el pueblo no experimenta sus
efectos, no siente que llegó la paz. "No se está
viendo, al menos con suficiente fuerza, que surge ese nuevo
país donde reina la justicia, la verdad y la solidaridad".
La falta de esperanza se manifiesta también en el miedo
a la violencia contra la vida y a la injusticia que supone la
falta de acceso a la salud, a una vivienda digna y a un trabajo
estable. Y esa es la dirección que va tomando el mundo:
según el informe del Programa para el Desarrollo de las
Naciones Unidas el crecimiento económico ha fracasado para
más de la cuarta parte de la población mundial, la
cual incluye a El Salvador, recordó.
Mons. Rosa se refirió también al quehacer
político con gran preocupación. Se están
dando soluciones mediocres que no van al fondo de los problemas,
como la ley de pensiones. "En 1997 el gobierno debe apostar al
bienestar real de la familia que se ha visto golpeada por los
incrementos de precios y otras medidas... No basta con hacer un
parquecito para que vayan a jugar los niños, o regalar un
muñequito de felpa el 25. No. Hay que dar a la familia una
esperanza real. No se pueden gastar millones de colones en cosas
totalmente absurdas y volverse mezquinos contra la familia, que
es la célula básica. Hay que dar de veras a la
familia una esperanza real".
Por otra parte, los partidos y muchos líderes
políticos se han visto inmersos en una crisis de
credibilidad y de imaginación. Al interior de la Asamblea
se dan ciertos arreglos que no contribuyen a la
pacificación del país. Varias leyes se han aprobado
al estilo de antes, con chanchullos. "Los legisladores tienen una
gran responsabilidad y -considerando el mandato del pueblo- deben
cumplir sin estar cambiando de camisola como quien viste para ir
a la misa del domingo".
Y añadió algo muy preocupante. "Durante este
año el país registró una serie de hechos que
hacen vislumbrar un retorno a prácticas del pasado. Muchas
mentalidades no han cambiado, mucha gente ve la paz como medio
para volver a recuperar privilegios perdidos y se están
dando fenómenos que nos parecen muy peligrosos. Uno de
ellos es volver un poco a la manipulación de los distintos
poderes del Estado". Puso como ejemplo el enfrentamiento entre
la Corte Suprema de Justicia y el Ministerio de Seguridad
Pública, así como cierto arreglos en la Asamblea.
Hizo votos por que los acuerdos de paz que se firmaron en
Gautemala sean efectivos para la verdadera paz de los
guatemaltecos y terminen con la injusticia social, la pobreza y
otras raíces que generaron el conflicto, pues de lo
contrario lo único que se habrá logrado es que
"callen las armas".
El año de 1997 tiene que ser el año de la
resurección de la esperanza, lo cual supone unas
condiciones nuevas y un protagonismo mayor de los distintos
sectores de la sociedad civil, no sólo analizando sino
también proponiendo soluciones audaces, ya que estamos
cayendo en soluciones mediocres, estamos acudiendo a poner
parches otra vez y el país que nosotros soñamos es
un poco diferente al que se está constryendo".
Hacia la canonizacion de Monseñor
Recuerdos, testimonios, milagros
Cuando se anunció el proceso de canonización
de Monseñor, YSUCA organizó un programa con
micrófono abierto. Desde la emisora hablaron el
Padre Rafael Urrutia, Doris Osegueda y Coralia Godoy,
todos buenos amigos de Monseñor, y después
hubo muchas llamadas. Reproducimos lo que dijeron los
radioyentes con gran sinceridad y emoción.
Señor de San Miguel. Yo tengo un pequeño
recuerdo. Cuando Monseñor tenía celebraciones, con
frecuencia me acuerdo que se entonaba el cántico que dice:
"Como el siervo a la fuente de agua fresca, los anhelos de mi
alma van en pos de ti Señor". Ya cuando Monseñor
Romero era párroco de la Catedral de San Miguel, se
escuchaba con frecuencia este cántico y era hermoso cuando
allá en San Francisco Gotera por la radio se escuchaba
cuando Monseñor Romero estaba predicando.
Y es que Monseñor Romero, para mí,
corría, como dice San Pablo, a beber de Cristo, a
alimentarse para cuidar el rebaño que el Señor le
había encomendado. Fue tan fiel a Cristo que cuidó
su rebaño, cuidó a su pueblo hasta las
últimas consecuencias. Prácticamente en tres
años corrió y recorrió lo que normalmente
otros no logran ni siquiera andar durante toda su vida. Para
mí Monseñor Romero nació con vocación
de santo y fue un siervo que corrió rumbo a la
santificación. No lo pudieron detener ni el poder de las
tinieblas en El Salvador ni el poder del imperio norteamericano.
Fue una luz que brilló en El Salvador, iluminó
al pueblo salvadoreño y su luz traspasó las
fronteras, pasando por el Vaticano, rumbo al cielo. Las tinieblas
del Imperio se asustaron porque hacía temblar a los zorros
del dinero y de la injusticia. Para mí es un santo
especial porque es un santo por vocación y es profeta de
los tiempos más crueles de represión que he vivido
en nuestro país.
Monseñor Romero ya es el santo del pueblo. El poder de
las tinieblas lo llevó al martirio. Dios lo tenga en su
gozo y nosotros los cristianos estamos llamados a seguir su
ejemplo y a venerarlo. Quiero terminar diciendo que
Monseñor Romero, tal como él lo dijo, ha resucitado
en el pueblo salvadoreño. Vive en nuestro corazones.
¡Qué viva San Romero! ¡Buenas noches!
Eduardo, Santa Tecla. Realmente él fue un profeta, un
amante de su pueblo. El fue la voz de los sin voz. Yo lo
conocí. Estuve con él muy pocas veces, pero las
pocas veces que estuve con él me impresionó por su
humildad y su entrega a las causas de la justicia. El
venía mucho a la iglesia del Carmen aquí en Santa
Tecla. El P. Segundo Azcue, jesuita, era su confesor. Allí
tuve la oportunidad de saludarlo varias veces.
Estuve con él en un almerzo que se le dio al P.
Santiago Garrido, jesuita, que cumplía sus cincuenta
años de haber sido ordenado sacerdote. ¡Y con
qué entusiasmo él saludaba al P. Garrido que
había sido promotor del Mensajero del Sagrado
Corazón, una hojita que salía mensualmente! El
inspiraba realmente, con su persona y con su valentía. La
homilía de él cada domingo era una voz de
esperanza, una voz que llegaba a la conciencia de las gentes, y
por eso los que no querían oírle trataron de
silenciarlo. Pero, como dijo un oyente hace un momentito,
él vive en el pueblo salvadoreño, ha resucitado.
Pero tenemos que seguir pidiendo para que sea llevado a los
altares. Ya él está en el cielo indudablemente,
pero los salvadoreños lo necesitamos en los altares.
Buenas noches.
Olimpia, Soyapango. Yo asistí bastante a las misas de
Monseñor Romero. Incluso me estuvieron llamando para que
diera testimonio sobre él. Yo no pude ir a dar testimonio,
porque quizás son incansables los testimonios que tengo
que dar sobre él, porque me ha hecho tantos milagros que
incluso cuando lo mataron, todos los días iba a verlo. De
cuando fue el entierro, todavía guardo un zapato que me
quedó. Todavía tengo el zapato allí en mi
casa. Mi mamá me dice que no lo bote. Estuve embarazada
y yo le había dicho al padre que, si era varón, le
ponía el nombre de Monseñor Romero, pero me
salió una hembra. Tengo que dar tantos testimonios que no
me alcanzaría la noche.
Josefina de Galeano, Miramonte. Por algo se dice que es el
salvadoreño más representativo de este país.
Recuerdo mucho que cuando le reventaron la YSAX él
salía a la puerta de Catedral con dos seminaristas
jóvenes y con un sombrero y llenaba ese sombrero de
dinero. Yo recuerdo también cuando el domingo tenía
que ir al mercado y no me quería quedar sin la
homilía y pasaba por el mercado de Mejicanos y todo el
mundo tenía sintonizada esa radio, pues nadie se
perdía la homilía. Y, por otro lado, la elocuencia,
y esa valentía con que hacía su denuncia. Yo creo
que, como dicen los que me han antecedido, no se podría
sintetizar a Monseñor Romero pues es una pesorna tan
amplia. Y comparto con el P. Urrutia que, cuando no puedo dormir,
me dirijo a él.
Marta Méndez, Ciudad Credisa. Yo quería dar el
testimonio de que a mí me encantaba mucho de que
Monseñor Romero estuviera allí donde lo
habían dejado en Catedral, porque allí yo muchas
veces llegaba a hablar con él, no como persona que
está allí enterrada sino como a un santo que
está cerca de Dios, a la par de Dios. Entonces una de mis
hijas se había ido para Estados Unidos, pero se
había ido a su modo, así como dicen, y entonces a
los tres meses me hablaron de que no tenía trabajo, y
entonces yo aquí venía a Catedral, iba al altar
mayor a orar y después allí donde él.
Yo le hablé con todo mi corazón y con
lágrimas en los ojos, como ahora (la señora habla
entre sollozos y muy emocionada), y entonces le dije que mi hija
se había ido a un país lejano, y que él
sabía los sufrimientos de las personas aquí en El
Salvador, y que me le proporcionara un trabajo porque él
estaba cerca de Dios y me podía escuchar. Y entonces
así fue. Fíjese que cuando terminé y vine
aquí en la casa y puse el pie en la puerta, mis hijas
hasta lloraban de emoción también, porque mi hija
acababa de hablar de que ya tenía trabajo, y entonces,
fíjese, que en ese trabajo mi hija duró trece
años y todavía sábados y domingos va
allí a trabajar. Yo le digo ese trabajo no te lo dio nadie
de aquí de la tierra, sino Dios y Monseñor Romero,
que él escuchó mis ruegos. Para mí es un
santo que está en el cielo. Y de él me han hablado
muchas personas y me dicen de que sí ha hecho muchos
milagros y yo doy testimonio de éste que sí fue un
milagro que él me hizo.
Africa y la solidaridad sur-sur
En los últimos números de Carta a las Iglesias
hemos dicho una palabra sobre la tragedia de Ruanda, Burundi,
Zaire, palabra insignificante, cuya finalidad fundamental ha sido
mostrar solidaridad -nosotros que tanta hemos recibido- y
fomentar la solidaridad entre los países pobres. En este
número añadimos algunas noticias y comentarios.
La hipocresía de la sociedad occidental
"Dos años y medio haciendo sonar las aldabas de todas
las puertas, transmitiendo los gritos de millón y medio
de seres humanos desplazados de sus tierras y viviendo al
límtie de lo imaginable, nos han demostrado la sordera y
la ceguera de una sociedad occidental implantada en la comodidad
y el egoísmo. La tragedia de los Grandes Lagos ha sido
anunciada, denunciada por activa y pasiva, y, sin embargo, no ha
hasido evitada".
Umoya, boletín del comité de solidaridad con el
Africa Negra.
"Durante muchos siglos hutus y tutsis coexistieron hasta
llegar a participar de una misma lengua y cultura. El conflicto,
pues, no se puede interpretar unilateral e interesadamente por
razones étnicas...
El arzobispo Munzihirwa escribió una carta al ex-
presidente Carter a comienzos de este año, semejante a la
que Monseñor Romero le escribió cuando era
presidente. Respondamos a la última pregunta que hace en
su carta: Las armas del conflicto son de fabricación
belga, francesa, árabe y norteamericana. Se ha denunciado
que los franceses han adiestrado a "escuadrones de la muerte"
hutus, y la ONU investiga ahora el tráfico de 30 toneladas
de armas desde España a hutus de Ruanda en 1994 ¡un
mes después del genocidio y en medio de un embargo de
armas decretado por la ONU! Esas armas españolas iban
destinadas a los mismos hutus que asesinaron a los hermanos
maristas españoles. No se trata, por lo tanto, de que las
grandes potencias no quieran hacer una "intervención
humanitaria". La auténtica verdad es que hace tiempo que
realizan una intervención genocida.
Las agencias europeas AFP, francesa, y Reuter, alemana,
promueven la intervencion internacional, mientras que la poderosa
AP, de Estados Unidos, guarda un sospechoso silencio, acorde con
el bloqueo que Estados Unidos mantiene en el Consejo de Seguridad
sobre la intervención para permitir así la
desestablización del área.
En Burundi han asesinado a 300 personas en una Iglesia".
Estudiante de teología de la UCA.
Cumbre episcopal en Nairobi
Las Iglesias de los países más afectados por la
tragedia se reunieron el 18 de diciembre en Nairobi. No tenemos
detalles de las conclusiones, pero lo importante es que se
reunieron los obipos para reflexionar en común sobre la
gravísima crisis, sobre las prioridades de carácter
personal y sobre las necesidades constatadas por las Iglesias
locales. La reunión quiere propiciar la unidad eclesial
para superar las laceraciones provocadas por los conflictos y
contribuir así a la reconciliación. De hecho, en
la región han sido asesinados cinco obispos, varios
sacerdotes y religiosas, africanos y europeos. Y desde hace
días nos se tiene noticias de un obispo emérito
ruandés que vive en Goma.
Por su parte, Juan Pablo II, en el discurso dirigido al nuevo
embajador de Ruanda ante la Santa Sede, afirmó que la
auténtica reconciliación debe estar basada en la
verdad y en la confianza mutua, que no se puede olvidar a los
numerosos ruandeses que todavía están fuera del
país, a menudo en situaciones drámaticas, y que la
justicia y la equidad deben presidir el juicio a las personas
acusadas de haber tomado parte en el genocidio. El Papa
admitió la responsabilidad de varios sacerdotes en el
genocidio registrado hace dos años, y dijo que "todos los
miembros de la Iglesia que han pecado durante el genocidio deben
tener el coraje de soportar las consecuencias de hechos que han
cometido contra Dios y contra su prójimo".
La esperanza: "A ustedes, mujeres africanas"
"En estas situaciones trágicas que nos aplastan,
permanezcamos como los únicos testigos del misterio de la
vida, anunciadoras de la victoria de la vida sobre la muerte.
Siguiendo el ejemplo de tantas mujeres que en la historia han
sabido mantenerse en la determinación de salvar la vida
de sus pueblos, permanezcamos firmes también nosotras en
la lucha.
El Dios de la vida quiere desde siempre que participemos en
el éxito de la historia de la salvación de la
humanidad. No dejemos podrir la vida que nace de nosotras.
Apretémonos bien los riñones hasta dar a luz a un
Africa más justa, más libre, más liberada,
fundada en valores humanizadores. Lo sabemos por experiencia: la
verdadera vida sólo se da si se afronta con el sufrimiento
y la muerte".
Movimiento de mujeres del Zaire por la Justicia y la Paz
Noticias eclesiales de aquí y de allí
Nuevo obispo de San Miguel. Mons. Romeo Tovar Astorga estuvo
en la terna para arzobispo de San Salvador y será, a
partir de marzo, el nuevo obispo de San Miguel. Su nombramiento
para la tercera diócesis más importante del
país es coherente con la política vaticana de
nombramientos en los últimos años. Su tendencia es
conocidamente conservadora, distante de la de Mons. Rivera. Un
ejemplo: cuando éste acusaba a la fuerza armada del
asesinato de los jesuitas, Mons. Tovar acusaba al FMLN.
En la nueva diócesis le espera una ardua tarea, entre
otras la atención a miles de campesinos y campesinas que
fueron olvidados durante y después de la guerra por el
actual señor obispo. Allí están,
también, lugares como El Mozote, símbolo viviente
de inhumanidad, pero también lugar de esperanza, como lo
muestra la vida cotidiana y las celebraciones anuales. Le
deseamos a Mons. Tovar mucho éxito en su tarea episcopal.
Obispos argentinos apremian a la Corte Suprema de Justicia.
Con el nombramiento, hace mes y medio, de Mons. Estanislao
Karlic, como nuevo presidente de la Conferencia Episcopal,
ésta, una de las más conservadoras del continente,
sobre todo en los años de la dictadura militar, ha dado
un gran giro. En un encuentro con el presidente Menem los obispos
manifestaron recientemente su preocupación por la reforma
laboral que proyecta el gobierno. Con los sindicatos comparten
su visión de estar en "la peor crisis de la historia". A
los diputados y senadores les han recordado que deben ser modelos
de "legislador ideal".
El día 12 de este mes los obispos apremiaron a la Corte
Suprema de Justicia a que se esfuerce por impartir una justicia
equitativa, eficaz y con credibilidad. Hace poco los obispos
emitieron un comunciado en el que señalaban que "la
justicia se va a convertir en una de sus principales
preocupaciones", al comentar que "el país está
herido por el escándalo". De hecho las encuestas muestran
que los jueces tienen una imagen negativa,y algunos magistrados
han sido acusados públicamente de estar involucrados en
casos de corrupción. Tras es el encuentro con los obispos,
los magistrados manfiestan su intención de "revisarse
permanentemente".
Visita de Juan Pablo II a Cuba. Despés de la
histórica visita de Fidel Castro a Juan Pablo II, el
portavoz vaticano anunció la visita de Juan Pablo II a
Cuba en 1977. En Cuba lo ha vuelto a confirmar el cardenal Jaime
Ortega en la popular fiesta de San Lázaro que se celebra
en el Rincón.
La fiesta congrega a muchos católicos y es la misa
más masiva que se celebra en la isla. El gobierno nunca
ha prohibido esta peregrinación que, según
observadores locales, alcanzó su máxima asistencia
en 1993 y 1994, los peores años de la crisis
económica. Las palabras del cardenal fueron acogidas con
gritos de "¡Viva el Papa!".
No sabemos que pasó en la misteriosa visita entre el
Papa y Fidel Castro, pero no cabe duda que puede ser beneficiosa
para el pueblo y la Iglesia de Cuba. De hecho, Estados Unidos
queda una vez más en evidencia, pues el Papa ha condenado
el bloqueo económico y ahora recibe a Fidel. Este, a su
vez, se ha visto forzado a dar pasos en la línea de la
libertad, esta vez aceptando el ingreso a Cuba de varios
sacerdotes y religiosas. De hecho ya ha comenzado el ingreso.
La Santa Sede en la cumbre de la alimentación. El
representante de la Santa Sede ante la ONU, Renato Marino,
reclamó en Nueva York un reconocimiento mundial del
derecho a la alimentación. "Se trata de una
cuestión de vida o muerte". Añadió que la
ayuda alimenticia de emergencia, cuando hay catástrofes,
puede convertirse en algo perverso, si oculta o mantiene la falta
de solidaridad entre los pueblos ricos y pobres. La seguridad
alimenticia supone una reforma agraria para poner fin a un
escándalo: "en algunos países el 1 por ciento de
la población controla el 50 por ciento de las tierras".
En 1990, en Uagadugu, Juan Pablo II dijo: "¿Cómo
juzgará la historia a una generación que cuenta con
todos los medios necesarios para alimentar a la población
del planeta y que rechaza hacerlo por una obcecación
fratricida?".
"Cercano ya el Tercer Milenio"
La esperanza de Juan Pablo II para la humanidad
Hace tres años Juan Pablo II escribió una carta
apostólica tituladaTertio Millennio Adveniente en
preparación para el año 2000, año del Gran
Jubileo. Ahora que comenzamos la preparación para el
jubileo presentamos algunos puntos de la carta, que debemos tener
muy presentes desde nuestra realidad salvadoreña.
Y digamos antes de empezar que esta carta de Juan Pablo II,
como la Palabra de Dios que se hizo carne y puso sus tienda de
campaña entre nosotros, se encarna en los problemas, en
las angustias y en los esperanzas de nuestro tiempo. Se dirige
a los cristianos, pero ojalá también la tengan en
cuenta gobernantes y políticos. La fe en Jesucristo, en
efecto, se mezcla con toda naturalidad con el perdón de
la deuda externa y el recuerdo de los mártires con las
críticas al neoliberalismo.
La esperanza: el amor de Dios
El Papa no es ingenuo. Presenta un balance de este siglo que
no es nada halagüeño, sino trágico: las
grandes guerras, los sistemas económicos enfrentados, el
orden y desorden internacional. Y tras la caída del muro
de Berlín, en 1989, que parecía ser la
solución para muchos problemas, han vuelto a surgir nuevos
peligros y amenazas mundiales, de manera especial los conflictos
nacionalistas. Y ese nuevo orden mundial fomenta, además,
la indiferencia religiosa, la ausencia de Dios y el relativismo
ético,
Pero el Papa tiene esperanza. Frente al actual intento de
mundialización Juan Pablo II recuerda el plan de
salvación de Dios para toda su creación. Nos
presenta a un Dios que sí se preocupa de los seres
humanos, comprometido con su creación y que nos salva a
costa de su propio sacrificio. Y aquí aparece una idea,
importante para nosotros en El Salvador: el amor y la entrega de
Cristo "ajusticiado por obra del procurador Poncio Pilato bajo
el imperio de Tiberio" (n. 5), cruz que aparece asociada a las
persecuciones y a los mártires de toda la historia de la
Iglesia. Juan Pablo II, al hablar de la realidad de nuestro
mundo, nos pide que no olvidemos a nuestros mártires.
El gran jubileo del año 2.000: perdón de la deuda
En este contexto el Papa anima a la utopía: el
año 2.000 debe ser "el gran Jubileo", tiempo de gran
alegría por ser el Año de Gracia del Señor,
y recuerda qué era el jubileo en Israel. Cada 50
años se condonaban las deudas y se liberaba a los
esclavos, se devolvía la igualdad a los hijos de Israel
y se realizaba el destino universal de todos los bienes: igualdad
jurídica e igualdad económica, que Juan Pablo II
afirma ser la inspiración de la enseñanza social
de la Iglesia.
Desde este precepto bíblico el Papa da un salto a
nuestro fin de milenio y lo propone como el tiempo oportuno para
una notable reducción o condonación de la deuda
internacional que pesa gravemente sobre muchas naciones (n. 51).
La honradez de pedir perdón
Muchas cosas hay que hacer para prepararnos al jubileo como
Dios manda -textos, celebraciones, liturgias-, pero hay que
comenzar con lo más importante: la honradez. Por eso, la
Iglesia debe prepararse al gran jubileo pidiendo perdón
por sus pecados históricos, antitestimonios y
escándalos. En el mundo eclesial y religioso, estos
pecados han desgarrado la unidad de los cristianos, y la
intolerancia religiosa llegó a utilizar medios violentos
en la defensa de la fe, cuando la verdad debe defenderse con los
argumentos de la verdad. Pues bien, la Iglesia debe asumir su
responsabilidad en la indiferencia religiosa, en la ausencia de
Dios, en el secularismo y en el relativismo ético.
Y también debe asumirla en la sociedad. El Papa pide
a todos los miembros de la Iglesia entrar en un proceso de
autocrítica "sobre las responsabilidades de los cristianos
también en relación a los males de nuestro tiempo".
El n. 36 ofrece varias preguntas para el examen de conciencia,
entre las cuales mencionamos dos de ellas. "¿Cómo no
sentir dolor por la falta de discernimento, que a veces llega a
ser aprobación, de no pocos cristianos frente a la
violación de fundamentales derechos humanos por parte de
regímenes totalitarios? ¿Y no es acaso de lamentar,
entre las sombras del presente, la corresponsabilidad de tantos
cristianos en graves formas de injusticia y marginación
social?".
Todo esto se aplica también y muy directamente al
neoliberalismo imperante a nivel mundial. Su filosofía no
encaja con la enseñanza social de la Iglesia y su praxis
es un ateísmo secularizante. Los sínodos
continentales han ido señalando las exigencias de nuestro
mundo, y en relación al continente americano, la carta
llama la atención a "la propuesta de un Sínodo
panamericano sobre la problemática de la nueva
evangelización en las dos partes del mismo continente, tan
diversas entre sí por su origen y su historia, y sobre la
cuestión de la justicia y de las relaciones
económicas internacionales, considerando la enorme
desigualdad entre el Norte y el Sur" (n. 38).
Ecumenismo para promover la vida
Frente a un proceso de mundialización, caracterizado
por la indiferencia religiosa, la ausencia de Dios, el
secularismo y el relativismo ético, en la carta se apoya
la promoción del ecumenismo, el fortalecimiento del
diálogo y el acercamiento pastoral a las hermanas
religiones históricas y a las confesiones teístas,
transcendiendo los conflictos del pasado, que rasgaron la unidad
de la Iglesia y de la humanidad.
Pero esto ecumenismo es necesario no sólo religiosa,
sino humanamente. Hay que afrontar la "crisis de
civilización que se ha ido manifestando sobre todo en el
Occidente tecnológicamente más desarrollado, pero
interiormente empobrecido por el olvido y la marginación
de Dios" (n. 52). Si en su encíclica de 1991, con
ocasión del centenario de la Rerum Novarum, Juan Pablo II
hablaba del ateísmo y de la persecusión religiosa
de los regímenes del Este europeo, en la presente carta
lamenta el ateísmo del Occidente tecnológicamente
desarrollado, en su doble vertiente de la marginación de
Dios (n. 52) y de las intolerables disigualdades sociales y
económicas (n. 51). Tampoco para Juan Pablo II el
neoliberalismo es "el fin de la historia". "A la crisis de
civilización hay que responder con la civilización
del amor, fundada sobre los valores universales de la paz,
solidaridad, justicia y libertad, que encuentran en Cristo su
plena realización" (n. 52).
Jesucristo y la opción por los pobres
El Vaticano II, y Medellíín para nosotros,
marcaron el camino para la