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Carta a las iglesias. AÑO XVI, Nº 356 16-30 de junio A tres años del asesinato de Monseñor Joaquín Ramos El 25 de junio de 1993 murió asesinado, cuando venía del aeropuerto de Comalapa, Mons. Joaquín Ramos, obispo y vicario castrense. En estos días, tres años después, todavía no se ha aclarado su asesinato a pesar de la insistencia de Mons. Rivera y Mons. Rosa y a pesar de ser el segundo obispo que muere asesinado en el país. Tres años de reclamar, sin éxito, una investigación El crimen conmovió a los salvadoreños, y Mons. Rivera ya en su primera homilía dominical, sin definirse por una interpretación definitiva, descartó que el móvil fuese el robo, lamentó la lentitud y negligencia en el inicio de las investigaciones y exigió una exhaustiva investigación. En cualquier caso, desde el principio llamó la atención a los siguientes hechos. a) Desde su nombramiento como vicario castrense, Mons. Ramos no fue del agrado de los altos militares, quienes preferían a Mons. Freddy Delgado. b) Tanto las declaraciones del presidente Cristiani como las del ministerio de Defensa fueron apresuradas, inexactas o erróneas, y pusieron la investigación en una pista falsa. c) Existió pasividad y negligencia oficiales en iniciar las investigaciones. Tutela Legal por su parte, en su informe del 26 de junio, concluía a) que los autores del asesinato no tenían intenciones de robo y eran sabedores de que atentaron contra la vida de las personas en el vehículo, b) que, a pesar de la gravedad del hecho, las investigaciones oficiales se iniciaron con gran pasividad y negligencia, c) que las declaraciones del Presidente de la República Lic. Cristiani fueron irresponsables y sin fundamento adecuado. Aseveró, sin suficiente fundamento, que «fue un franco tirador», «las vainillas encontradas son de una arma M-16 utilizada una semana antes en un tiroteo que hubo en la misma zona», «en la carretera había una especie de barricada hecha con ramas de árboles, que obligaba a los automovilistas a disminuir la velocidad, momento que se aprovechó para disparar»... Un año después, en 1994, la investigación no avanzaba y Mons. Rivera seguía insistiendo en que la motivación del crimen había sido política con implicación de la fuerza armada. ¿Qué llegó a saber Mons. Ramos de algunos coroneles? ¿Narcótrafico? ¿Participación en crímenes? ¿Enriquecimiento escandaloso e ilícito? Pero la investigación siguió sin prosperar. En 1995 Monseñor Rosa volvió a denunciar «irregularidades», y manifestó «que este hecho tan doloroso pudo ser intencional». Hace pocas semanas, el mismo Mons. Rosa ha vuelto a insistir. «Vamos a actualizar el caso porque pareciera que del lado oficial se considera dejarlo así, en olvido». Y se ha sabido también que, cuando los obispos salvadoreños hicieron su última vista a Roma, Juan Pablo II se mostró interesado sobre cómo iban las investigaciones de la Oficina de Tutela Legal, que apuntan a la responsabilidad de la fuerza armada. El Papa, por lo tanto, tampoco ha dado por cerrado el caso de Mons. Ramos. Gobiernos y jerarquías Este es un país en que asesinaron a un arzobispo, en que la Comisión de la Verdad de las Naciones Unidas mencionó por su nombre al responsable del asesinato y en el que no ha pasado nada. Otro obispo -el encargado de velar por la fuerza armada- es también asesinado en el país, y no pasa nada. Cristiani, como hizo con el caso de los jesuitas, ayudó, por lo menos, a encubrir el hecho en 1993. Calderón Sol, que se sepa, no ha dicho nada en 1996. Y esto es más llamativo e hiriente cuando todo fueron saludos y abrazos con el Santo Padre hace unos meses y cuando el mismo Juan Pablo II pregunta qué pasa con la investigación del asesinato. Pero también llama la atención el modo de actuar de la jerarquía, con las excepciones que hemos mencionado. En 1994, a un año del asesinato, en la Basílica de La Ceiba de Guadalupe, después de una misa por la paz, Cristiani, presidente todavía entonces, habló de las bienaventuranzas. Y allí estaban también obispos, entre ellos el sucesor de Mons. Ramos como vicario castrense y actual arzobispo, y todo seguía igual. Ahora, hace unos días, preguntaron al señor arzobispo por la marcha de las investigaciones. Su respuesta a pregunta tan grave es desconcertante: «A la familia le toca proseguir la investigación, no a la Iglesia». Qué haya querido decir exactamente el arzobispo, si sólo la familia es, jurídicamente, parte ofendida, y no la Iglesia, no lo sabemos. Pero queda siempre la obligación pastoral de animar al pueblo de Dios con gestos que les convenza de que los crímenes no quedarán impunes, y queda siempre la obligación profética de denunciar aberraciones y desenmascarar encubrimientos. Lo peor de todo es que, si después de finalizada la guerra y firmados los acuerdos de paz -el asesinato ocurrió en 1993-, si después de los cambios en la administración de justicia -estamos en 1996- no hay voluntad para abordar honradamente el asesinato de un obispo, poca esperanza queda de que haya justicia para el salvadoreño normal y corriente. En palabras de Jesús, «si esto hacen con el leño verde, qué no harán con el leño seco». Y por mucho que nos digan lo contrario, queda entonces la convicción de que no se han erradicado las raíces de la impunidad, y de que los militares -más callados que antes- gozan de un especial privilegio. Son «los perdonados de siempre», como dice Mario Benedetti, entonando una larga letanía. Y por recordar un ejemplo importante, el militar norteamericano responsable de las matanza de My Lai, en Vietnam, 1968, sólo pasó en prisión cuatro meses de una condena que en principio era de cadena perpetua. Ya estamos escuchando las voces de los modernos predicadores: «perdón y olvido». Y la respuesta sólo puede ser: «perdón sí, impunidad no». Lo dice el evagelio y lo recordó Boutros Ghali a propósito del informe de la Comisión de la Verdad: «Las Escrituras dicen que «la verdad nos hará libres». Los salvadoreños sólo podrán dejar atrás el pasado una vez que la verdad sobre el pasado haya salido a la luz». ¿También habrá que olvidar el evangelio y los sabios consejos del secretario general de las Naciones Unidas? Quincho, un hombre bueno No conocimos a Mons. Ramos, Qincho para sus amigos. De él nos queda la imagen de hombre bueno y sencillo, de sacerdote que quiso ayudar a todos, y también a los militares, como personas con sus problemas y sus familias. Sí podemos recordar una anécdota suya como obispo. Mons. Ramos fue vocación tardía y estudió en el Seminario de San José de la Montaña cuando era rector el Padre Amando López, uno de los seis jesuitas asesinados en la UCA. Pues bien, nombrado ya obispo, el Padre Amando le seguía llamando, familiarmente, «Quincho». Pero Mons. Ramos no podía superar el sentimiento de respeto que le imponía su antiguo rector y le seguía llamando «Padre Amando». Valga esta anécdota como recuerdo de un hombre bueno y sencillo. Hace pocos días Mons. Gregorio Rosa le recordó en su homilía. «Si no estamos satisfechos con la investigación, es por algo», afirmó. Pero añadió algo bonito: la Conferencia Episcopal colocará un monumento en el sitio donde fue asesinado Monseñor Ramos este 26 de junio y hará un pronunciamiento en favor del respeto a la vida. No sabemos, al escribir estas líneas, si ya han colocado el monumento o no. En cualquier caso, más importante que el monumento es la conversión del país, aquel «revertir la historia» que escribía el utópico Ellacuría. Y eso significa dos cosas: no olvidar el crimen ni esconderlo en la impunidad y no olvidar la bondad y sencillez de Mons. Joaquín Ramos de las cuales muy necesitado está el país. Renuncia del Inspector General de la PNC, captura de estudiantes universitarios y nueva amenaza terrorista La renuncia de Víctor Valle El jueves 20 de junio, los medios de prensa del país informaron que el Inspector General de la Policía Nacional Civil (PNC), Víctor Manuel Valle, había presentado su renuncia al Presidente Armando Calderón Sol, a partir del primero de julio de 1996. La noticia no dejó de provocar una cierta reacción de sorpresa en distintos sectores de la vida nacional, sobre todo por el motivo aducido por Valle para retirarse del cargo, a saber: una presunta falta de respeto hacia su persona por parte del Subdirector de operaciones de la PNC, Rolando García Los temores ante la renuncia de Valle pronto se hicieron sentir, especialmente porque con la misma estaba dejando el campo libre para quienes quieren hacer de la institución policial un lugar para sus fechorías. Y eso no podía dejar de ser preocupante, porque, en primer lugar, la PNC es una de las instancias más importantes formadas a raíz de los Acuerdos de Paz. Asimismo, sus responsabilidades en el mantenimiento de la seguridad ciudadana y el respeto de los derechos humanos son tan decisivas para el avance del proceso de democratización que no pueden ser socavadas por individuos o grupos que persiguen fines distintos e incluso opuestos a la naturaleza de la institución policial. Y, en segundo lugar, porque existen fuertes sospechas de que al interior de la PNC existen grupos e individuos no sólo proclives al crimen y a la delincuencia, sino con fuertes simpatías hacia el autoritarismo de derecha. Es decir, grupos e individuos con esquemas mentales y de comportamiento que los harían más candidatos idóneos para integrar los antiguos cuerpos de seguridad que para ser miembros de una institución diseñada para fortalecer un ordenamiento democrático. Combatir esas simpatías autoritarias y la proclividad al crimen y a la delincuencia al interior de la PNC es una tarea que no puede ser eludida por el Inspector General; pero ello requiere no sólo independencia, honestidad y valentía, sino un compromiso inclaudicable con los valores y reglas de la democracia. Víctor Valle ha demostrado no ser ajeno ni al espíritu de los Acuerdos de Paz ni a las exigencias de la democracia. Quizás ello explique las resistencias que ha encontrado en su desempeño al interior de la PNC. Con su renuncia, sin embargo, estaba facilitando las cosas a quienes le han entorpecido su trabajo y le han socavado su autoridad. Por todo eso, ha sido muy importante que el Inspector General haya reconsiderado su decisión; al parecer ha caído en las cuenta de las consecuencias nefastas que se pueden seguir de una inspectoría general en manos de alguien que se convierte en marioneta o cómplice de los desmanes de policías inescrupulosos. Pero no se trata de dejar todo en manos del Inspector General. Las instancias políticas del país -que dicen estar comprometidas con la democracia- deben dar un respaldo decidido a Valle no sólo en esta particular situación, sino en el desempeño cotidiano de sus funciones. También deben de hacerlo los grupos empresariales a quienes debe preocuparles que las bandas del crimen organizado y la competencia desleal de quienes viven de negocios ilícitos encuentren protección en la policía. Finalmente, el tener una inspectoría independiente y crítica es un asunto que debe preocupar al conjunto de la sociedad, la cual -a través de sus diversas organizaciones- debe apoyar el desempeño de Valle. El saneamiento, transparencia y legalidad de la PNC constituyen requisitos imprescindibles para hacer de esa institución un pilar de una sociedad mínimamente democrática. Es obligación de todos hacer resistencia a quienes quieren desvirtuar, con fines inconfesables, la naturaleza de la PNC. Captura de estudiantes universitarios Cuando ya todo parecía apuntar a que la serie de atentados dinamiteros ocurridos en el mes de mayo hallaban su origen en los conflictos al interior del partido ARENA, gracias a la «providencial» declaración de dos testigos claves fueron arrestados cuatro estudiantes, en teoría integrantes de la denominada «Voz Popular Revolucionaria» (VPR), por su supuesta participación en los atentados en mención. Con la captura, al parecer quedaron dos cosas claras: la primera, que la Policía Nacional Civil estaba en la capacidad de descubrir y desmembrar a los grupos paramilitares con motivaciones políticas que operaban en el país (se demostraba que, pese a las críticas, la PNC sí operaba eficazmente al margen de los intereses políticos que pudieran estar involucrados); y, la segunda, que toda afirmación de una fractura en el partido ARENA, de cuya expresión serían los ataques en contra de las propiedades del ex presidente Cristiani, era totalmente falsa. La autoría de los atentados no sólo no era responsabilidad de sujetos pertenecientes a la «línea dura» del partido, sino que recaía en individuos que, desde la versión de la historia oficial, siempre habían estado interesados en destruir el proceso de transición democrática del país. La reputación e integridad del partido ARENA y de los que ahora gobiernan quedaba así salvada. Pero, si bien a los capturados pudo habérseles encontrado panfletos, material de guerra o cuestiones similares, de ello no se desprende que sean culpables de los que se le acusa, pues entonces todo salvadoreño que poseyera tales cosas podría ser acusado de estar vinculado con los atentados. Las pruebas que se presenten deberán ser más que circunstanciales para poder decir que se está procediendo objetivamente y no apresuradamente por las urgencias de encontrar respuestas fuera del partido ARENA. Una nueva amenaza terrorista El proceso de transición salvadoreño es sumamente frágil e incierto. Esa fragilidad e incertidumbre cobran visos dramáticos cuando la amenaza del terrorismo de derecha vuelve a rondar la vida de personas comprometidas con el fortalecimiento de instituciones y prácticas democráticas. Así, el 26 de junio se hizo público un comunicado firmado por el grupo de extrema derecha «Fuerza Nacionalista -Mayor Roberto D'Aubuisson-» (FURODA) el cual, amparándose en las sombras de la clandestinidad, amenazó a varias personalidades democráticas del país, entre ellos a Mons. Gregorio Rosa Chávez, al P. Rodolfo Cardenal, a Francisco Elías Valencia y a Victoria Marina de Avilés. En la memoria colectiva de los salvadoreños todavía está fresco el recuerdo de los escuadrones de la muerte, los cuales hicieron del terror una profesión extremadamente eficaz para controlar la participación y el compromiso ciudadano con el cambio social. En el momento actual, el país requiere de voces críticas que tengan la honradez y la altura moral para señalar los obstáculos que se interponen en el avance de la transición. Son precisamente esas voces las que quieren ser silenciadas a partir de la estrategia del terror y las amenazas contra la propia vida e integridad personal. El terrorismo jamás ha contribuido y contribuirá al avance de la democracia. El terrorismo es la negación de la democracia, porque opera con mecanismos irracionalmente violentos. Desde este espacio de Carta a la Iglesias, expresamos nuestra condena más decidida a cualquier expresión de terrorismo que ponga en peligro la vida de personas valiosas e inocentes y que socave aún más nuestro proceso de transición. Asimismo, manifestamos nuestra solidaridad con los que han sido amenazados por el grupo terrorista FURODA y les animamos a no descansar en su compromiso por un El Salvador más democrático. Mártires y profetas Argentina. Mons. Hesayne critica al Presidente Menem Algunos acontecimientos en la vida social, política y eclesial manifiestan la incipiente gestación de una conciencia crítica del «ala progresista» de la Iglesia argentina. Mons. Hesayne ha hecho una crítica al sistema neoliberal del presidente Menem y ha denunciado los estragos de este sistema: el aumento del índice de pobres y desempleados. Denunció como corrupción el prometer «salariazos» -éste fue uno de los ejes principales de su campaña electoral. Ha escrito también una carta titulada «A los pobres que no saben jugar golf», criticando la afirmación del presidente de que haría llegar el juego de golf a los sectores populares. Dijo que «es blasfemo quien ultraja la persona de los pobres», porque en ellos está Cristo. Esta acción lo ha llevado a enfrentarse con simpatizantes de Menem en el intererior de la conferencia episcopal argentina. Pero a la vez, ha provocado que algunos obispos y sacerdotes se atrevan a denunciar las injusticias sociales. Alemania. Beatificación de sacerdotes antinazis El día 23 de junio, en una eucaristía en el Estadio Olímpico de Berlín, el Papa Juan Pablo II beatificó a los Padres Bernhard Lichtenberg y Karl Leisner, sacerdotes martirizados por su oposición cristiana y política a los nazis. Desde el comienzo del holocausto en 1938, el padre Bernhard Lichtenberg dirigía una oración en la que los fieles rezaban por las víctimas de los nazis, a poca distancia de la cancillería de Adolfo Hitler. Una excepción en una iglesia generalmente dócil, Lichtenberg desafió la actitud del Tercer Reich durante tres años hasta que lo denunciaron ante la Gestapo y fue encarcelado. Murió en 1943, cuando era trasladado al campamento de concentración de Dachau. «Lichtenberg era una mezcla única de piedad y conciencia política. Consideraba esta actividad política como parte integral de sus deberes sacerdotales», señaló el historiador de la diócesis de Berlín, Gotthard Klein. El destino del Padre Leisner demuestra también cuán fácil era quedar mal ante los nazis. Delatado por un comentario contra el Führer en 1939, fue enviado a Dachau, principal campamento de encaracelamiento de sacerdotes, donde en 1945 murió de tuberculosis. Brasil. Cardenal Arns, «centinela de la justicia» La historia de las masacres de los pobres es centenaria y sigue impune. En nombre del latifundio y del irrespeto a los derechos humanos se cometen atrocidades que hieren al mismo Dios creador. Para frenar esa violencia y tanta impunidad es necesario un profudo cambio en el sistema judicial y una mayor articulación de las fuerzas populares. Hay que ser como vigías, como centinelas de la justicia, inistiendo en ella, organizando a los pobres en la lucha por la vida y por la tierra. Nuestra juventud y nuestros niños debe ser educados para no aceptar pasivamente los valores del mercado que transforman a la gente en mercancías y desprecian los derechos de los pobres. Dejará de haber masacres cuando tengamos justicia verdadera y cuando todos los ciudadanos del país participen en sus bienes. Falta ética en la clase dominante, que desprecia la vida y los valores fundamentales de la ley de Dios. Ponen la propiedad y el lujo por encima de los niños y de las personas. Desde hace tiempo se impuso una cultura colonialista que margina a personas y las pone en categorías y clases sociales. Algunos tienen acceso a todo mientras que millones son tratados como esclavos y sin lo mínimo necesario para sobrevivir. Esa cultura y esa mentalidad se reproducen cotidianamente en la televisión. Pretenden introducir en el inconsciente que los pobres son culpables de su miseria, y esconden los mecanismos de la explotación. De la locura a la esperanza Discurso de Monseñor Gregorio Rosa al recibir el Premio de la paz del Estado de Hesse Después de haber honrado los méritos de la Señora Heiberg-Holst y de reconocer la extraordinaria labor del Doctor John Hume, el «Kuratorium» del «Premio de la Paz» ha puesto sus ojos en un hombre de Iglesia procedente de El Salvador, pequeño país de veinte mil kilómetros cuadrados y seis millones de habitantes que acaba de salir de una guerra fratricida de doce años. Con este reconocimiento se ha querido también llamar la atención sobre la importancia de la Iglesia en América Latina como actor social, sobre todo después del Concilio Vaticano II (1962-1965). Para aplicar el Concilio a la dramática realidad del «continente de la esperanza», se celebró, en Medellín, la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (1968). El documento conclusivo expresa el solemne compromiso de los obispos de trabajar por presentar el rostro de una Iglesia «desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres» (Juventud, n. 15). Pero esos hombres y mujeres son seres concretos aplastados, por lo que Medellín no duda en llamar -con una frase atrevida- «injusticia institucionalizada». De ahí que la Iglesia latinoamericana no pueda permanecer indiferente ante «un sordo clamor de millones de hombres, pidiendo a sus pastores una liberación que no les llega de ninguna parte» (Pobreza, n.2). Aquí está el por qué de la activa presencia de los pastores de la Iglesia en el campo social, aportando la iluminación de su doctrina, ofreciendo sus buenos oficios o ejerciendo labores de mediación incluso en situaciones de conflictos armados. 1. De Monseñor Chávez a Monseñor Romero Así lo entendió Monseñor Oscar Romero, «el hombre más amado y más odiado de El Salvador», que rigió la Iglesia de San Salvador durante apenas tres años y un mes. Pero antes de él tenemos que recordar a su inmediato predecesor, el arzobispo Luis Chávez y Gonzaléz, quien pastoreó esa arquidiócesis a lo largo de 39 años. Mi país, que vivió durante casi medio siglo bajo gobiernos militares, tuvo en Monseñor Chávez un guía espiritual a la altura de las circunstancias. El último acto de heroísmo lo realizó cuando Monseñor Romero tenía apenas unas semana de haber tomado posesión de la arquidiócesis y se encontraba fuera de San Salvador. Sucedió en la Plaza Libertad de San Salvador y en la iglesia El Rosario, donde se refugiaron dirigentes y militantes de la oposición en protesta por el fraude de las últimas elecciones presidenciales. Allá acudió presuroso el venerable anciano, acompañado de su obispo auxiliar, Monseñor Rivera, tratando de convencer a los militares de que respetaran a la gente. Pero su palabra cayó en el vacío porque a las pocas horas tuvo lugar en la plaza una terrible masacre. Así comenzaba Monseñor Romero su ministerio episcopal en San Salvador. Dos semanas más tarde, el 12 de marzo de 1977, caía asesinado su gran amigo, el padre jesuita Rutilio Grande. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo cuando Monseñor Romero, al final de la homilía exequial, se dirigió a los asesinos: «Queremos decirles, hermanos criminales, que los amamos y que le pedimos a Dios el arrepentimiento para sus corazones, porque la Iglesia no es capaz de odiar». Cuando salimos del templo con los tres cadáveres -el del Padre Grande y el de los dos campesinos que murieron con él- resonó en la calle la consigna terrible de las organizaciones de izquierda clamando venganza. Este era su grito de guerra: «Porque el color de la sangre jamás se olvida, los masacrados serán vengados». Dos meses más tarde hablaba con fuego de ametralladora un escuadrón de la muerte de derecha -la Unión Guerra Blanca- al acribillar en su casa parroquial a un joven sacerdote, el Padre Alfonso Navarro. Con el bárbaro asesinato de los seis jesuitas, ocurrido el 16 de noviembre de 1989, sumaron 19 los sacerdotes que perecieron víctimas de la violencia. En la misa de cuerpo presente del P. Navarro y de Luisito -el adolescente que fue sacrificado junto a él- Monseñor Romero comenzó su homilía narrando una leyenda: «Cuentan que una caravana, guiada por un beduino en el desierto, desesperaba sedienta y buscaba agua en los espejismos del desierto: y el guía les decía: 'No por allí, por acá'». Y así varias veces, hasta que, hastiada, aquella caravana sacó una pistola y disparó sobre el guía. Este, agonizante ya, todavia tendía la mano para decir: -No por allá sino por aquí-. Y así murió, señalando el camino». Tres años después, la leyenda del beduino que muere en el desierto señalando el camino se cumplió en el mismo Monseñor Romero. Uno de sus más cercanos colaboradores encontró entre los apuntes espirituales del venerado pastor, la ofrenda de su vida. El Señor le tomó la palabra un mes más tarde cuando celebraba la misa en una pequeña capilla. Acababa de comentar un hermoso texto del Vaticano II en el que se explica que la fe en la vida eterna aviva «la preocupación de perfeccionar esta tierra». 2. Un amigo y hermano toma el relevo Dios quiso que el sucesor del arzobispo mártir fuera su amigo Monseñor Arturo Rivera Damas. A él correspondió iniciar formalmente el proceso de paz y ser el mediador en las tres primeras rondas de diálogo. Pero si Romero es el beduino que muere sañalando que la violencia no es el camino, el arzobispo Rivera es «el verdadero autor de la paz salvadoreña», como afirmó en Bonn hace un año su fiel compañero de lucha, el obispo Emil Stehle. Sin embargo, en el momento solemne de la firma de los Acuerdos de Paz, el 16 de enero 1992, «tuvo que ocupar un sitio de pie, detrás de una columna en el castillo mexicano de Chapultepec, sin ser mencionado». Tampoco se le mencionó ni se reconoció el trabajo de la Iglesia cuando tuvo lugar en la capital salvadoreña un solemne acto público para conmemorar el primer aniversario de los Acuerdos de Paz. Honorables miembros del «Kuratorium» del «Premio de la Paz de Hesse», distinguidos amigos y amigas: es a Monseñor Romero y a Monseñor Rivera a quienes correspondería estar hoy aquí en mi lugar. En su nombre y en nombre de todos lo salvadoreños que se han comprometido en la causa de la paz, muchos incluso con la entrega de su vida, recibo, consciente de que no lo merezco, el Premio de la Paz Hesse. Lo recibio también en nombre de los amigos y amigas de otros países que, a título personal o institucional, aportaron su invaluable contribución para que el sangriento conflicto salvadoreño tuviera una solución por la vía política. En esa lucha sin tregua por la paz hay distinguidos actores alemanes, tanto de la Iglesia Católica y Evangélica como de los partidos políticos y funcionarios del Gobierno al más alto nivel. Hay también organizaciones privadas, así como una gran multitud de cristianos. Y muchos hombres y mujeres de buena voluntad. A todos expreso en este momento solemne mi profundo agradecimiento porque Alemania fue factor clave para el buen éxito del proceso de paz salvadoreño. 3. El fantasma de la guerra Monseñor Romero consigna en su Diario -obra imprescindible para penetrar en su alma de pastor- el drama del pueblo salvadoreño, sumido cada vez más en la violencia y encaminándose hacia una confrontación total que él intentó en vano conjuntar. Un punto clave para entender el proceso de paz es la «insurrección de la juventud militar» del 15 de octubre de 1979, que marcó el final de una larga cadena de gobiernos militares en El Salvador y abrió una nueva etapa. Juntos redactamos -Monseñor Romero y yo- el comunicado en que él fijaba su posición ante la nueva situación: su actitud era de esperanza prudente, pero sin comprometer su libertad para denunciar cualquier desviación de los ideales de la Proclama de la Fuerza Armada, marco de los cambios que los golpistas pretendían llevar a cabo. A los pocos días, el profeta insobornable denunciaba que no se podía construir la paz con «reformas manchadas de sangre». Las últimas páginas del Diario recogen la angustia del pastor ante la inminencia de la guerra. 4. La casa está en llamas A Monseñor Rivera le tocó afrontar la locura de la guerra, que él describió con la famosa parábola de la casa en llamas. Cuando una casa está ardiendo, decía el sucesor de Monseñor Romero, primero hay que ayudar a las víctimas del incendio; en segundo lugar debemos intentar apagar el fuego; y, finalmente, buscar la manera de que las llamas no vuelven a surgir. Así se ilustra la misión de la Iglesia en medio del conflicto armado: primero, debe ayudar a las víctimas de la guerra (viudas, huérfanos, desplazados, refugiados, lisiados, etc.); luego, procurar resolver el conflicto por medio del diálogo y la negociación; y, finalmente, atacar las causas estructurales que le dieron origen. Recuerdo bien las duras batallas que Monseñor Rivera debió librar para que se aceptara la idea del diálogo, en un momento en que las partes enfrentadas apostaban a la solución militar. Tampoco fue fácil lograr que éstas se comprometieran a observar ciertas normas del derecho humanitario, a fin de aliviar el sufrimiento, sobre todo de los civiles: es lo que llamamos la humanización del conflicto. Con la llegada al país del Comité Internacional de la Cruz Roja, que trabajó en estrecha relación con la Iglesia, pudimos asistir a escenas inéditas: la entrega de soldados que habían caído en manos de la guerrilla, la evacuación de lisiados, el canje de prisioneros, etc. 5. El diálogo por la paz En octubre de 1984, el país entero escuchó asombrado la sorpresiva invitación formulada por el Presidente José Napoleón Duarte en la Asamblea General de las Naciones Unidas, convocando al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) a un diálogo que tendría lugar en la población de La Palma; el Presidente pidió a la Conferencia Episcopal encargarse de los preparativos. Fui designado para esa tarea, mientras se elegía a Monseñor Rivera como mediador en la mesa del diálogo. Me cabe el honor de haber sido el único salvadoreño que estuvo presente en las cinco primeras reuniones -tres en tiempos de Duarte y dos durante el Gobierno del Presidente Alfredo Cristiani- y de haberlas preparado todas. ¿Cómo armonizamos el trabajo de acercar a las partes a la mesa de negociaciones con la denuncia de los abusos en contra de los derechos humanos? Para nosotros este punto no era negociable. Partíamos de la luminosa afirmación del Papa Juan Pablo II a los obispos reunidos en Puebla en 1979, cuando dijo que la Iglesia no necesita «recurrir a sistemas o ideologías para amar, defender y colaborar en la liberación del hombre». Este criterio guió el quehacer de nuestra oficina de Derechos Humanos -la Oficina de Tutela Legal del Arzobispado-, que llegó a ser la más repetada y creíble dentro y fuera del país. De sus principales investigaciones nos hacíamos eco en la homilía dominical, generando así una corriente de opinión en favor de la paz y la dignidad humana. Tres fueron, pues, los frentes de lucha: la defensa de los derechos humanos, la orientación de la opinión pública y las gestiones directas en favor de la paz. Pero hay dos hechos que merecen un comentario aparte: los llamados «Días de tranquilidad» y el «Debate Nacional por la Paz». La primera iniciativa vino de un funcionario de UNICEF, quien nos visitó en el arzobispado para proponer a Monseñor Rivera algo que parecía imposible: detener la guerra tres veces al año para vacunar a los niños. El milagro se realizó por primera vez en febrero de 1985 y se repitió tres domingos por año hasta 1989. De aquí surgió en mi mente esta pregunta: «Si la guerra se puede detener tres veces al año, durante 24 horas, ¿no se puede detener para siempre?» Yo sostengo que, en El Salvador, los niños abrieron el camino de la paz. «Si una nación está dividida en bandos, no puede durar. Tampoco una familia dividida puede mantenerse» (Mc 3, 24-25). Con esta conocida frase bíblica se puso en marcha una de las inspiraciones más geniales de Monseñor Rivera: «Debate Nacional por la Paz». Nos metimos de lleno en el asunto, contando con la colaboración estusiasta del rector de la UCA (Universidad Centroamericana José Simeón Cañas), Padre Ignacio Ellacuría, y de un cualificado equipo de trabajo. Monseñor Rivera consigna ampliamente en su Diario todos los pormenores de las primeras reuniones de trabajo y los distintos momentos del proceso: la preparación del cuestionario de cinco preguntas; la convocatoria oficial (17 de junio de 1988) a 102 organizaciones representativas de la sociedad salvadoreña; el procesamiento de los aportes recibidos de las 62 asociaciones que aceptaron participar y la asamblea pública del Debate Nacional por la paz (3 y 4 de septiembre) que aprobó las 164 tesis del Documento Final. El Debate Nacional por la Paz dejó clara una cosa: que la solución de la guerra tendría que buscarse por la vía política y no por medio de las armas. 6. Mirada hacia el futuro Han pasado cuatro años desde la firma solemne de los Acuerdos de Paz. Y pienso en el nuevo país que queremos construir los salvadoreños, el país que está diseñado en esos Acuerdos: un El Salvador justo, fraterno, reconciliado y en paz. Pero la cruda realidad que vivimos desafía la esperanza. Como dijimos los Obispos de El Salvador en vísperas de la segunda visita del Papa (8 de febrero de 1996), somos un pueblo que firmó la paz pero que no tiene la vivencia cotidiana de la paz: «Porque no podemos estar en paz cuando la extrema pobreza, la inseguridad y el desempleo golpean con crueldad a tantos hermanos y hermanas. No es posible vivir en paz si la muerte acecha en los recodos de los caminos y en las calles de la ciudad. No es posible experimentar la paz, si no somos capaces de resolver los conflictos sociales mediante la búsqueda común de soluciones realistas y apegadas a la justicia» (n. 2). Somos, además, un país que firmó la paz, pero que aún no está plenamente reconciliado. La reconciliación de la sociedad es el fruto de un largo proceso de reconstrucción del tejido social, tan desgarrado por la brutalidad de la guerra. Creo firmemente que la reconciliación se debe realizar en la verdad, en la justicia, en la solidaridad y en el amor. Estos son algunos de los valores que conforman la «cultura de paz». La tarea de educar para la paz corresponde en especial a la familia, la escuela y los medios de comuniciación social. Sólo así haremos frente a los terribles estragos de la guerra, que proclamó como «valores» la intolerancia, la mentira y el odio al hermano calificado como «enemigo». En este sentido afirmamos con los obispos de América Latina que «la educación es la clave del futuro». Queridos amigos y amigas: el pueblo salvadoreño posee un inmenso potencial de creatividad, de generosidad y de entusiasmo. Por eso, con la ayuda de Dios y de personas e instituciones como las que esta selecta audiencia representa, esperamos construir una paz firme y duradera. Pensando en todos los «artesanos de la paz» les saludo con las palabras de Jesús: «Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios; (Mt 5,9). Muchas gracias. Recuadro Los medios de comunicación locales no le han dado la debida cobertura al premio concedido a Mons. Rosa. Pero la YSUCA recogió las siguientes opiniones entre la gente de la calle. «¡Ay! Está bueno que lo premien» (señora). «Se lo merece porque, además de ser religioso, de la religión que profesa él, en lo personal es una persona muy intelecta y habla por los salvadoreños. Habla de la situación de cómo se encuentra el país» (señor). «Ha trabajado mucho. Sinceramente vale la pena reconocer la labor que las personas desempeñan y como tal se merecen un estímulo» (joven). «Bueno, que está muy bueno, ya que en nuestro país no se le da el apoyo a las personas que lo merecen. Para mí es bastante bueno porque Rosa Chávez no es cualquier persona para que se vea con desprecio, y es un gran elogio también porque todo lo que él anda haciendo hoy en día es muy bueno. Es un señor que ha trabajado mucho para el pueblo» . «Pues fíjese que yo sinceramente no sé de qué se trató el premio que le dieron. ¡Ah! ¿por haber logrado la paz él en El Salvador? Entonces estuvo bueno» (señora). «Que lo hayan premiado para mí está bien. Pues religiosamente él ocupa un punto muy importante para mediar problemas entre la extrema izquierda y la derecha. Todo el tiempo tiene que haber un mediador y él es como representante que siempre ha andado mediando para que se llegue a firmar la paz en todos estos países donde el conflicto armado ha sido bastante azotante más que todo para El Salvador que gracias a Dios ahora vivimos en paz» (señor). Razón tenía Monseñor Rivera El Diablo de Hoy El jueves 13 del presente mes, sacando de contexto frases de Mons. Rosa Chávez, El Diario de Hoy aprovechó para distorsionar las sabias opiniones del obispo, y presentarlo como divisionista en la Iglesia. Y así, «El Diablo de hoy», como llamó Mons. Rivera a este periódico por defender oscuros intereses, publica en primera página que nuestro obispo auxiliar «lanzó duras críticas al Arzobispo Sáenz». Ello obligó a Mons. Rosa a aclarar y puntualizar su fidelidad a la Iglesia y sobre todo el auténtico sentido de sus anteriores declaraciones. Habló de la paz y de la situación después de los acuerdos de paz, declarando que el tema a que se refiere El Diario de Hoy fue un aspecto marginal en el contexto de las declaraciones dichas. Siempre se ha distinguido El Diario de Hoy por ser como «un demonio», sobre todo en sus comentarios hirientes a la Iglesia de los pobres, a la Iglesia profética, a la Iglesia que se compromete por la justicia. La pregunta que ahora nos hacemos es ¿qué tiene ahora El Diario de Hoy contra Mons. Rosa? ¿Será que Monseñor urgió «a las autoridades salvadoreñas a esclarecer el paradero de unas ocho mil personas desaparecidas forzosamente por militares, cuerpos de seguridad y escuadrones de la muerte en la década pasada»? ¿Será que habló del malestar de la Iglesia arquidiocesana «con el sistema judicial salvadoreño, al no haber podido esclarecer, después de tres años, el asesinato de Mons. Joaquín Ramos»? ¿Será que nuestro Obispo Auxiliar declaró como propagandístico «el supuesto plan terrorista antiprivatización» y del cual es acusado el sector sindical? Puede ser por todo ello, y además, porque constantemente Mons. Rosa denuncia cómo el sistema de violencia, corrupción e impunidad, no sólo no han disminuido, sino que parece que aumenta, teniendo todo ello su causa en la injusticia estructural. El martes 25 de junio, El Diario de Hoy nos regaló otra perla cultivada, a las que nos tiene acostumbrados. Comentando el traslado de Mons. Rosa a la parroquia de San Francisco, dice que «ese templo podría ser sede de una posible organización «Frente de los herederos de Mons. Arnulfo Romero, Mons. Arturo Rivera y Damas y los Padres Jesuitas». Su lucha sería contra la pobreza, la falta de sensiblidad social, la indiferencia de los ricos al sufrimiento de los pobres...». Que Dios le oiga y que se le pegue un poco de ese «frente» a El Diario de Hoy. Sobre otras lindezas que dice, no hace falta comentar. Antes, se denigró a Mons. Romero, luego le tocó el turno a Mons. Rivera, y ahora quiere denigrar el carisma profético de Mons. Rosa. Como se dice en la Realidad Nacional de la UCA, «su larga tradición de subordinación incondicional a la defensa de los intereses de los sectores político- económicos más retrógrados del país lo han hecho, ciertamente, el baluarte del «terrorismo comunicativo» más descarado e impune». El apoyo de la gente Jesús ya nos lo advirtió. «Si a mí me perseguieron también les perseguirán a ustedes» (Jn 15, 20). Pero el Señor nos dió una gran esperanza: «bienaventurados serán cuando por causa mía digan toda clase de calumnias contra ustedes. Ese día será grande en el Reino de los cielos» (Mt 5, 11). Y, además, Mons. Rosa tiene buena gente que le apoya. Los sacerdotes de la Arquidiócesis de San Salvador han elaborado un comunicado aclarando que en la Iglesia arquidiocesana siempre ha habido «un sano pluralismo. El pluralismo no es división ni problema, sino manifestación de la riqueza y cratividad del Espíritu», y ello no perjudica a la unidad. Y más abajo expresan, «ya estamos acostumbrados a las acusaciones falsas e incluso a la persecución. Mons. Romero y los demás mártires nos han marcado con su sangre para no vender la fidelidad al Señor y a su Reino». Y también la gente sencilla. Una comunidad cristiana, de moradores humildes de Santa Tecla, el domingo 16 dio su cariño y respeto a Mons. Rosa «por su lucha por los pobres, denuncia de las injusticias y su trabajo por la paz». Por último, queremos felicitar a Mons. Rosa, por la concesión del premio Hesse de la Paz 1996, el 20 de junio de 1996, en Wiesbaden, Alemania, por sus esfuerzos y compromisos en favor de la paz durante la decada pasada. Aquí se cumple el dicho evangélico: «Nadie es profeta en su tierra». Pedro Serrano Lo que no dice El Diario de Hoy Las necesidades básicas de la población no están atendidas: 153 mil niños menores de cinco años están desnutridos, la mortalidad infantil asciende a 46 por mil, el 40 por ciento de la población no tiene acceso a los servicios de salud, las enfermedades contagiosas que se creían erradicadas han rebrotado con renovada fuerza como consecuencia del deterioro de las condiciones de vida, el 53 por ciento no tiene agua potable, el 29 por ciento de la población es analfabeta y no es previsible que esta carencia disminuya, 379 mil niños no tienen acceso a la educación, 270 mil niños trabajan para subsistir -la mayoría de las veces participan en actividades insalubres o peligrosas, que los alejan de la escuela y los exponen a la violencia callejera, la prostitución, la drogadicción y la criminalidad-, el déficit de vivienda asciende a 470 mil y el medio ambiente se degrada cada vez más. (Véase el informe de 1995 de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos). A todo esto hay que añadir que el agua se ha vuelto un bien escaso, y el país sólo tiene agua para diez años. La riqueza nacional se concentra cada vez más en pocas manos, aquellas que se apoderaron ilegalmente de la banca. El gobierno salvadoreño se limita a atender a duras penas algunas de las necesidades más urgentes, pero, a todas luces, éstas superan su capacidad de planificación, financiamiento y acción. El empobrecimiento, la ruptura de las estructuras familiares, comunitarias y asociativas, la difusión amplia de armas de fuego de toda clase y la proclividad a reaccionar agresivamente han hecho que las relaciones sociales sean predominantemente violentas. En los dos últimos años, han muerto -en promedio anual- más salvadoreños que durante la guerra (un 30 por ciento más, aproximadamente). La difusión de las armas de fuego permite hablar de una sociedad en armas contra sí misma, mientras que la generalización de la violencia muestra la existencia de una guerra de todos contra todos, un conflicto difuso, sin normas e ideología, pero mucho más mortal que la guerra civil. Tres libros de recuerdos 1. El primer libro que nos ha llegado se titula La semilla que cayó en tierra fértil. Cuenta testimonios de las comunidades cristianas, y está escrito por el Consejo de mujeres misioneras por la paz. Terminan el prólogo con estas palabras. «Los testimonios no terminan con un capítulo de la historia ya cerrado, sino con el momento actual que vivimos. Dice Santiago: «Estamos cansados y la esperanza es baja. Es necesario ser honesto sobre esta realidad para evitar los castillos construidos sobre la arena, para tejer de nuevo una esperanza que no traicione nuestro dolor cotidiano». He aquí algunos testimonios de Adelita, de Mamá Tele y Crucita. «No podemos dar el Evangelio a medias» «Sabemos que no hay que esperar que venga el padre para decir lo que tenemos que hacer. Hemos descubierto el papel del laico en la Iglesia y somos nosotros los que tenemos que hacer un trabajo de hormiguitas para ayudar a nuestros hermanos a descubrir la realidad y comprometerse. No podemos dar el Evangelio a medias; es un mensaje fuerte y claro y así tenemos que ser nosotros. Tenemos retos difíciles hoy. Por ejemplo, ¿cómo hacer con las maras? No podemos ir a meternos con ellos a leer la Biblia porque no nos van a entender. No tenemos un lugar apropiado para llevarlos y darles información. No tenemos gente que nos ayude en este campo» (Adelita). «Nunca vamos a dejar de creer y trabajar» «Mi esperanza para el futuro es que podamos reunirnos todos juntos. No sólo nosotros en la San Antonio Abad, sino como hacíamos en la primera comunidad, con toditas las comunidades, de la ciudad y del campo. Salir al campo es importante porque nos permite conocer la realidad que viven ahí. Los problemas que tenemos en El Salvador se tienen en casi todo el mundo, eso lo sabemos por las noticias. Entonces, hasta con gente de otras partes tenemos que reunirnos para intercambiar ideas. Sería bueno hacer actividades con otras comunidades para que las que están con más fuerza apoyen a la más debiles» (Mamá Tele). «Rezar nos ayuda espiritualmente, pero sólo orando no vamos a cambiar las cosas. Necesitamos retiros para produndizar en nuestra fe, convivencias, y talleres para prepararnos» (Crucita). 2. El segundo libro se titula De la Memoria a la esperanza, escrito por Maribel Barba y Concha Núñez. Las autoras dicen en el prólogo que el libro es «nuestra forma de decir «gracias» a la gente de Nueva Esperanza, una comunidad de repatriados salvadoreños y salvadoreñas asentada, desde hace cuatro años, al Sur de Usulután. Es mucho lo que tenemos que agradecer. El cariño, la hospitalidad, el hacernos sentir como miembros de la comunidad, el ayudarnos a descubrir capacidades y recursos que nunca antes desarrollamos, el enseñarnos a vivir con lo puesto, a comprender otras formas de vida, otras culturas, a aceptar la fuerza de la naturaleza aun en sus expresiones más duras, y tantas cosas. Aprendimos tanto durante nuestra estancia con ellos y ellas que es imposible agradecer. Por eso queremos regalarles este libro y con él, devolverles por escrito, una parte de la memoria colectiva que compartieron con nosotras». Y elegimos, entre muchos otros, el siguiente testimonio. «Yo soy maestra popular», Morena «Yo soy maestra popular. En la comunidad somos seis maestras y el padre Angel. Formamos el grupo desde el inicio, desde que llegamos aquí. Yo sólo llevo dos años y hay otras compañeras con más experiencia. Estamos muy contentas con nuestro trabajo, aunque el Ministerio nunca nos ha querido reconocer. Lo poco que sabemos lo compartimos, con mucho cariño ¿verdad?, porque así es deseo de nosotras, que los niños aprendan, que nadie se quede sin saber. Entonces es así como, ahorita, vamos avanzando. Al inicio comenzamos dando clases debajo de los palos, pero ahora ya contamos con una escuela y lo hemos logrado con la ayuda de todos estos países hermanos, la gente pobre que se solidariza con nosotros. Tenemos desde Kinder hasta sexto grado. Yo imparto primer grado. Tenemos capacitaciones pedagógicas por parte de compañeros de organizaciones populares. Todo esto, para mí, es un gran triunfo porque yo antes no tenía esas experiencias y ahora sí. Yo sigo adelante y me siento bien emocionada y motivada». 3. Por último, acaba de ser publicado Luciérnagas en El Mozote, que contiene un testimonio conmovedor de Rufina Amaya, la única superviviente, un artículo de Kark Danner y un epílogo de Carlos Henríquez Consalvi. De este epílogo reproducimos los siguiente párrafos. «Algunos consideran que rememorar nuestra historia reciente, significa subvertir el proceso de paz, y por lo tanto esos acontecimientos deben ser olvidados y sepultados junto a sus setenta mil muertos. En El Salvador el temor hacia la verdad histórica se ha mezclado con la falta de conocimiento de ella. Esta actitud se ha convertido en una norma institucionalizada desde nuestros inicios como nación y asimilada traumáticamente como herencia cultural. Los salvadoreños debemos recuperar y reconstruir nuestra propia historia. Este es uno de los tantos mensajes que nos da la lectura de Luciérnagas en El Mozote, publicación que nos hace comprender que la paz no se puede alcanzar plenamente de espaldas a la verdad; y que ésta no puede establecerse sin el conocimiento de la historia, aunque, por sí sola, no trae consigo la paz. Es necesario aunar a ella la justicia social. Ignacio Ellacuría afirmó que es la injusticia económica donde, especialmente, «radica el principio básico de todos los problemas, sin cuya solución los conflictos rebrotarán incesantemente». La guerra civil salvadoreña fue, por tanto, una confrontación anunciada. Pero si en verdad se anunciaba, ¿cómo no pudo verse y evitarse? ¿Cómo se permitió su desarrollo infernal al grado que se llegó a masacrar a poblaciones enteras en el nombre de la patria? ¿Cómo se permitió que tantos niños inocentes murieran víctimas de las minas o de los operativos militares? ¿Cómo se llegó al grado de segar la vida de más de 70 mil personas? ¿Cómo fue posible que en un país tradicionalmente católico se asesinara a monjas, sacerdotes y hasta a un obispo como monseñor Romero? De haber existido en la población salvadoreña de los años 70, y principalmente entre la clase dirigente de esa época, memoria histórica que posibilitara reconocer que la guerra civil se anunciaba, el conflicto fraticida posiblemente se hubiera evitado». Meditación sobre Jesús y el Espíritu (I) Las comunidades, los mártires, la teología de la liberación, Monseñor Romero, el padre Ellacuría y toda una generación de la Iglesia salvadoreña insistían mucho en Jesús de Nazaret y su seguimiento. Ultimamente, sin embargo, se habla menos del seguimiento de Jesús y se habla más del Espíritu, a veces bien y a veces no tan bien. Por ello, queremos hacer algunas reflexiones sobre Jesús y «su» Espíritu para que ayuden a la vida de esta Iglesia que tan necesitada está de ambas cosas. En concreto queremos a analizar qué de Jesús nos recuerda hoy su Espíritu y qué desde Jesús nos impulsa a imaginar creativamente. De ahí que titulamos estas reflexiones como memoria e imaginación. Memoria e imaginación Digamos desde el principio que ambas cosas, memoria e imaginación, son importantes, pero son también difíciles. La memoria de Jesús sigue siendo imprescindible; pero, como lo muestra la historia, usamos toda suerte de artilugios para olvidar, domesticar y manipular a Jesús de Nazaret. «No sabemos exactamente cómo fueron las cosas», pueden decir algunos. «Las cosas han cambiado», pueden decir otros. Pero la dificultad mayor está en que recordar a Jesús es siempre arriesgado: el que pasó haciendo el bien y mostrando misericordia a los débiles, fue también el que denunció a los opresores y murió ajusticiado en una cruz. Recordar a Jesús sigue siendo incómodo. No quisiera resultar irónico en asunto tan delicado, pero aparece como si el recordar hoy conflictos y cruces actuales, y recordar y recalcar los conflictos y la cruz de Jesús, se hubiera convertido casi en demostración de mal gusto. Y ello a pesar de que ambas cosas, conflicto y cruz por defender a los débiles y denunciar a los poderosos, son los datos históricos mejor asentados en el evangelio. La imaginación para ir «más allá de Jesús» es también imprescindible y difícil. Jesús no andaría hoy entre esa multitud de movimientos pseudocristianos y estrafalarios que proliferan en televisión y en estadios, ni entre los que se contentan con rezar y cantar -todo lo cual es favorecido por una cultura adormecedora y alienante, y es financiado, en buena parte, con mucho dinero de fuera. Pero barruntar «qué diría y haría hoy Jesús de Nazaret» sigue siendo cosa difícil. ¿Cómo defendería hoy Jesús a los pobres, cómo desenmascararía hoy a los opresores, cómo urgiría hoy a la Iglesia a hacer presente a Dios y no a ocultarlo? La «memoria»: el Espíritu nos hace volver a Jesús Si nos preguntamos, en primer lugar, qué entendemos por «Espíritu», nuestra respuesta más general es que por «Espíritu» entendemos viento, vendaval, fuerza -y el Espíritu de Dios será entonces, y ante todo, fuerza buena, positiva y salvífica para los seres humanos, necesaria para configurar humanamente a las personas y para construir la historia en justicia. Esto presupone que ni la persona ni la sociedad ni la Iglesia crecen positivamente dejadas, simplemente, a su propia inercia -aunque sí puedan degenerar dejadas a esa inercia-, y que por ello es necesario que haya Espíritu y mucho Espíritu. Esa fuerza según la fe cristiana es lo que aparece en Jesús. Es el Espíritu de Jesús. Si nos fijamos en los evangelios sinópticos podemos resumir la relación entre el Espíritu y Jesús en los siguientes tres puntos. En primer lugar, el Espíritu es el que envía a Jesús (al bautismo, al desierto, a anunciar la buena noticia), pero no lo envía como fuerza que permanece exterior al mismo Jesús, sino que lo configura personalmente desde lo más interno y propio de él. En otras palabras, el Espíritu no convierte a Jesús en «marioneta» manejada desde fuera, sino que se constituye en principio configurador intrínseco. En segundo lugar la finalidad de esa fuerza no consiste simplemente en configurar a Jesús -que él llegue a ser de una u otra forma-, sino que es fuerza para la realización de una misión, la construcción de todo lo que sea vida. Es, pues, una fuerza para servir, y en las conocidas palabras de Lucas 4, 16-19, una fuerza para proclamar la buena nueva a los pobres, la vista a los ciegos, la liberación a los oprimidos- Y, en tercer lugar, los evangelios enfatizan que el Espíritu es realmente fuerza, energía, y vigor- tal como se dice a propósito de la persona de Jesús: «una fuerza salía de él» (Mc 5, 30; Lc 8, 46) (en lo cual, por cierto, algunos exegetas ven el inicio de la reflexión sobre la realidad del Espíritu Santo). La conclusión es sencilla, pero importante. En los evangelios, Jesús habla poco del Espíritu, sin embargo, él mismo aparece poseído por el Espíritu y transido de su fuerza. El Espíritu está en él, pero lo decisivo es que lo está para la construcción del reino de Dios. Dicho en lenguaje todavía más universal: el Espíritu es la fuerza para construir vida para los pobres. Y hasta el día de hoy, la construcción de la vida es tarea esencial de Jesús, de la cual hay que hacer memoria. En mi experiencia de estos turbulentos años en El Salvador, cuando se han tomado decisiones serias en las que estaban en juego la vida y la muerte, he podido ver al Espíritu en la memoria sencilla de Jesús de Nazaret. Monseñor Romero, o los mártires de la UCA, que yo recuerde, nunca se pusieron a discernir sobre si hablar o callarse, sobre si quedarse en el país o marcharse, sino que, en medio de graves amenazas y sin alharacas, se quedaron y dijeron lo que tenían que decir, porque les parecía lo obvio porque eso era «lo de Jesús». Y también lo hacía obvio el que el pueblo al que trataban de servir, todo él, estaba amenazado como ellos y más que ellos. Cuando la Iglesia latinoamericana decidió denunciar la injusticia, hacer la opción por los pobres, sufrir persecución y convertirse en Iglesia de los pobres, estaba llena del Espíritu porque estaba haciendo «lo de Jesús». Con estas pequeñas ironías sólo quisiera enfatizar que hay que apelar al Espíritu, pero al de Jesús y a ningún otro. El Espíritu no nos tralada a mundos nebulosos y milagreros, sino, en primer lugar, a la memoria de Jesús. Lo que ocurre es que esa memoria no es nada común, sino auténtico milagro, y por ello puede muy bien ser comprendido como acción del Espíritu. Ello no nos lleva a sublimidades más allá de lo hiriente de lo real ni ofrece mecanismos extraordinarios para descubrir la voluntad de Dios, pero nos introduce humildemente en la verdad de lo real y nos da fuerza para hacer lo que es obvio: seguir a Jesús en un mundo de pobres y de víctimas, de opresores y victimarios. (Continuará). Jon Sobrino