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Carta a las Iglesias, AñO XVI, No.365, 1-15 de noviembre, 1996 Cuatro preguntas a la Iglesia Nuestra Iglesia siempre necesita ser interpelada -y más ahora en tiempo de marcha atrás- para convertirse del pecado a la gracia, para ser Iglesia de Jesús. Y nadie mejor que los mártires para hacerlo. Estos mártires son los asesinados por defender a las víctimas y enfrentarse a los victimarios: son los Monseñor Romero, Ignacio Ellacuría, Herbert Anaya... Y mártires son las mayorías inocentes que sufrieron la muerte lenta de la pobreza y al final la muerte violenta: son los campesinos de El Mozote y del Sumpul, los indígenas de Guatemala, los muertos por hambre y guerra en Ruanda y Zaire. Todos ellos nos interpelan, y hacen a la Iglesia actual estas cuatro preguntas importantes. ¿Es la Iglesia "realmente salvadoreña, real"? La encarnación es el principio y fundamento de la fe cristiana. Dios se hizo carne y lo débil de la carne. Los mártires también fueron carne real, carne salvadoreña, con pobreza y sin poder, o abajados a la pobreza y privados de poder. Pues bien, esto es hoy ser "real" en El Salvador, mientras que la riqueza y el poder nos sitúan en un mundo irreal por ser falsamente salvadoreño. Y ésta es la primera pregunta que los mártires lanzan a la Iglesia: si vive en El Salvador no sólo como en una realidad geográfica, sino encarnada en y configurada por los sufrimientos y angustias, gozos y esperanzas de los pobres. Y eso, y no otra cosa, es lo que la hace una Iglesia "real". En palabras de nuestra tradición, aunque cada día más olvidadas, la primera pregunta de los mártires a la Iglesia es si es Iglesia pobre y de los pobres, Iglesia popular y de las mayorías populares, Iglesia salvadoreña y real. A como vamos, pareciera que la Iglesia oficial no está tan interesada como antes en ser "real", en estar y acompañar a los pobres, y distanciarse de los poderosos. Pareciera, más bien, que de ella se ha apoderado un sueño que no la hace vivir en la realidad. Pues bien, los mártires nos dicen: "¿Cómo están ustedes tan dormidos, cómo se desentienden de los sufrimientos del pueblo? ¿Dónde están las homilías y las cartas pastorales que ponen en palabra la verdad de la realidad? ¿Dónde está el abajarse a los pobres, compartir su impotencia, poner a su servicio todo lo que ustedes tienen?". Los mártires nos dicen que la Iglesia tiene que ser ante todo "real", y, por ello, de los pobres. Y sobre la roca de esa realidad podrá y deberá edificar su teología, sus sacramentos y su pastoral. ¿Busca la Iglesia "la salvación de un pueblo"? Jesús tuvo una misión, histórica y transcendente, personal y popular. Esto lo resumió en el anuncio de la venida del reino de Dios, y al servicio de esa tarea hizo curaciones, expulsó demonios, acogió a marginados, nos animó a tener confianza en Dios y a llamarle Padre. Pero lo que ahora queremos recordar es que en la implantación del reino de Dios veía Jesús la salvación de un pueblo. Y así lo veían también los mártires. De mártir a mártir, Ignacio Ellacuría definió a Monseñor Romero como "un enviado de Dios para salvar a su pueblo", salvación que tiene, por ello, una dimensión esencialmente histórica, popular y estructural. Así, salvar es decir la verdad en nombre del pueblo: "estas homilías quieren ser la voz de este pueblo". Salvar es "revertir la historia", no sólo maquillarla, y por eso es fomentar la justicia. Salvar es guiar a pueblos que están como ovejas sin pastor: "con este pueblo no cuesta ser buen pastor". Es dar esperanza: "sobre estas ruinas brillará la gloria del Señor". Es anunciar la utopía, "la civilización del amor", que para ser real debe ser "civilización de la pobreza". Salvar es anunciar al pueblo que "se avizora al Dios salvador". Hoy prácticamente no se habla en la Iglesia de "salvar al pueblo". Por eso los mártires siguen preguntando a la Iglesia si tergiversa la salvación reduciéndola a lo puramente interior y transcendente o si busca, además, "la salvación de un pueblo". ¿Está la Iglesia dispuesta a "cargar con la cruz"? "Toma tu cruz y sígueme", dijo Jesús, y los mártires nos lo exigen, sin decir palabra, con su propia entrega. Pero en esto de la cruz hay que estar claros. Cruz no es meramente, aunque haya que respetarlo y aliviarlo, el sufrimiento que proviene de nuestra naturaleza limitada. Cruz es el sufrimiento, físico y moral, que sobreviene por defender al empobrecido de sus empobrecedores, al oprimido de sus opresores. Entonces reacciona la injusticia y la mentira de este mundo asesino y los "crucifica". La cruz surge de la encarnación en la historia real y en su conflictividad real. Hoy en la Iglesia se rehuye, más de lo justo, el conflicto con los opresores, con las estructuras de injusticia y de mentira, y así se rehuye, más de lo justo, la cruz. La pregunta que nos hacen los mártires no es masoquista, pero exigen honradez con la realidad. Y de la respuesta depende, además, la salvación. Según la paradoja cristiana, "si la semilla no cae en tierra no produce fruto". Si la Iglesia no carga con la cruz no podrá salvar. Ni estará encarnada en una historia de cruces, ni tendrá credibilidad ante los crucificados. Pero si carga con la cruz de la injusticia y la mentira, dará mucho fruto. ¿Está la Iglesia "mostrando u ocultando el rostro de Dios"? Los mártires nos hacen esta última pregunta, la más radical para un cristiano: "¿creen ustedes en Dios, y en qué Dios creen?", y la respuesta no es obvia, pues la poca fe se puede camuflar de varias formas. A Dios se le niega, en efecto, con la injusticia, y entonces se le sustituye por los ídolos de la riqueza y el poder. A Dios se le trivializa con burdas supersticiones y con una religión de "lo raro" (apariciones, entusiasmos, delirios, verborrea...). Y a Dios se le tergiversa cuando se le aleja de los pobres, y se confunde su transcendencia con solemnidades muy costosas o con la pompa del poder. Ante esto, los mártires son quienes "sacan la cara a Dios", quienes hacen creible a Dios, quienes creen en Dios. Con su vida y con su muerte dan testimonio de una realidad última por la que merece la pena darlo todo. Y dan testimonio de que esa realidad última es, a pesar de todo, el amor, Dios, como dice Juan. Y los mártires no sólo hablan de Dios sino que son lugar de la presencia de Dios, escondido, desfigurado, pero, en definitiva, presente en ellos. "El pueblo crucificado es el signo de la presencia de Dios entre nosotros". "Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador". El concilio Vaticano II preguntó a la Iglesia si "vela o desvela", si "esconde o muestra" el rostro de Dios. Los mártires lo desvelan y lo muestran. Con ellos no pueden repetirse las terribles palabras de la Escritura: "por causa de ustedes se blasfema el nombre de Dios entre las naciones". Por el contrario, a los mártires les decimos con agradecimiento: "por causa de ustedes se bendice el nombre de Dios entre los pobres". Estas preguntas que nos hacen los mártires son duras e interpelantes. Pero los mártires nos dan también la fuerza para contestarlas como Dios manda. Desde siempre, la solución ha sido "tener los ojos fijos en Jesús". Hoy hay que ponerlos también en nuestros mártires. Entonces es posible ser una Iglesia "real", una Iglesia que trabaja por "la salvación de un pueblo", una Iglesia que se introduce en la conflictividad de la historia y "carga con la cruz". Es posible ser una Iglesia que "muestra el rostro de Dios", que hace presente a Dios en nuestro mundo. La convicción de que esa Iglesia es posible proviene de que los mártires la hicieron realidad. Masacres de familias y el caso Manzanares Las masacres familiares En menos de tres semanas han ocurrido tres asesinatos colectivos que han consternado al país. El hecho de que hayan ocurrido en tan poco tiempo y que en todos ellos se utilizara una violencia brutal, con claras muestras de sadismo, ha causado una ola de opiniones, según la cual la PNC posee poca o nula capacidad para encontrar a los hechores de actos criminales y frenar una violencia que ya ha llegado al paroxismo. Los tres casos, ocurridos entre la última semana de octubre y las primeras de este mes, arrojan un saldo total de 19 muertos, entre ellos nueve menores de edad. Los asesinatos tuvieron lugar el primero en San Salvador y los dos últimos en Sonsonate y tienen varias cosas en común sobre lo que conviene reflexionar. En primer lugar, el móvil no ha sido el robo, sino el homicidio, por lo que se ha especulado sobre la posibilidad de "vendettas" personales. En segundo lugar, dado que ya han sido arrestados ex-combatientes de guerra como sospechosos de haber participado en anteriores asesinatos colectivos y dada la forma en que los homicidas han operado en estas tres masacres, cabe la posibilidad de que sean veteranos del conflicto armado, tanto de la guerrilla como de la fuerza armada. Finalmente, la forma violenta e indiscriminada en que fueron atacados niños y ancianos recuerda cómo operaban los batallones élites de la Fuerza Armada contra la población civil. La saña y violencia utilizada por los hechores en estos casos podrían ser interpretadas como una herencia directa del conflicto armado en El Salvador. Esta barbarie nos lleva a otras dos reflexiones. La primera es sobre los medios de comunicación y la violencia. Desde que la delincuencia irrumpió después de la guerra, los medios no se limitan a informar, sino que lo hacen con teatralidad sangrienta. La prensa y los noticieros televisivos se recrean en mostrar los casos más truculentos, cayendo en el amarillismo y el sensacionalismo más burdos. Por eso se les ha acusado de buscar en la violencia cotidiana un instrumento para provocar el morbo y la insana curiosidad popular y así elevar las ventas y los ratings de audiencia. Los medios, además, han logrado introyectar la idea de que no hay solución para la violencia actual, pues la labor de la PNC y de los órganos encargados de aplicar justicia son inútiles, todo lo cual lleva a la conclusión de que habrá que recurrir a medidas extremas, como la pena de muerte, o los linchamientos populares que aparecerán tarde o temprano. La segunda reflexión es sobre la ofensiva estatal contra la delincuencia. Indudablemente el estado no puede cruzarse de brazos ante esta barbarie, pero su ofensiva antidelincuencial tiene limitaciones graves. En primer lugar reduce la violencia imperante a la "violencia delincuencial", es decir, aquella cuyo móvil consiste en apropiarse de los bienes de la víctima, por lo cual el ejercicio de fuerza es esencialmente instrumental y racional: utiliza los medios necesarios y no va más allá de ellos. De ahí que las medidas para enfrentar la violencia también tienen que ser de naturaleza instrumental y punitiva: al delincuente hay que castigarlo en un grado que compense el daño causado a sus víctimas y a la sociedad. ¿Pero qué ocurre si la violencia, como en el caso de las masacres familiares, no es sólo "delincuencial"? Ocurre entonces que aparece lo complejo del fenómeno de la violencia, y queda claro que es un desatino reducir las medidas a mecanismos puramente punitivos, lo cual sólo es explicable por la urgencia gubernamental de encontrar "soluciones" rápidas y simples a los complejos problemas del país. El castigo, como respuesta al auge de la violencia es la solución más fácil, pues ahorra al gobierno la penosa tarea de elaborar un diagnóstico serio sobre sus causas. Pero por ello mismo es totalmente inadecuado. Y además esa "solución" fácil refuerza las tendencias autoritarias de un Estado controlado por la derecha. La cruzada contra la delincuencia es necesaria, y en ella debemos involucrarnos todos los salvadoreños. Pero hay que lanzar una campaña contra la violencia en todas sus manifestaciones y modalidades. Contra la violencia delincuencial, sí; pero también contra la violencia estatal, la violencia empresarial y, en general, la violencia social que permea la cotidianidad familiar, escolar y laboral. Ello requiere un diagnóstico completo y riguroso sin el cual las medidas para combatir el problema de la violencia seguirán pecando de una simplicidad imperdonable. El asesinato de Manzanares, ¿político o accidente trágico y delincuencial? El 8 de octubre murió asesinado el ex dirigente del FMLN Francisco Antonio Manzanares Mojarás. De acuerdo a las primeras declaraciones el día de los hechos por presuntos testigos, Manzanares Mojarás y el sargento de la PNC, Edgar Barahona -presunto amigo de la víctima-, se encontraban en las proximidades de una cabina telefónica, cerca de la residencia del primero, en la colonia Satélite del departamento de San Miguel, cuando aparecieron dos automóviles con vidrios polarizados y las placas cubiertas. De los automóviles se bajaron 5 hombres vestidos de civil, con chalecos antibalas y botas militares, identificados por los testigos como miembros de la División de Investigación Criminal (DIC) de la PNC, quienes sitiaron a Manzanares. Repentinamente uno de ellos, sin mediar palabras, disparó contra éste, ocasionándole la muerte, y dejando herido a su acompañante. Asimismo, los testigos revelaron que un miembro de la DIC grabó el hecho con una cámara de video, y que sus acompañantes les advirtieron que "no fueran a declarar". La DIC reportó el suceso como un accidente de tránsito y llevó el cadáver de Manzanares al Instituto de Medicina Legal, donde los forenses indicaron que la muerte se debió a un disparo en la región occipital derecha del cráneo, producto de un disparo de un fusil M-16. El mismo día, Rolando García, Subdirector de Operaciones de la PNC, viajó a San Miguel y explicó que los agentes estaban investigando un caso de extorsión ocurrido en Ahuachapán y que en la colonia Satélite se había programado la entrega del dinero por parte de las víctimas. Según el funcionario policial, los miembros de la DIC habían montado un operativo encubierto para capturar a los extorsionistas y cuando descubrieron que éstos recogían el paquete con el dinero les ordenaron detenerse. Aparentemente hubo resistencia, dando lugar a que los agentes les dispararan. Según García, la confusión sobre cómo ocurrió el hecho se debió a que en el Hospital San Juan de Dios, cuando llevaron al occiso, también había varias personas víctimas de un accidente de tránsito y los médicos creyeron que Manzanares Mojarás era pasajero de uno de los vehículos. El día 11, el cabo Guillermo Linares miembro de la DIC, declaró ante un tribunal de San Miguel que disparó en defensa propia porque Manzanares lo amenazaba con un arma de fuego. "Admito que la reacción fue rápida, pero si no disparaba, me iba a matar", dijo. La viuda de Manzanares afirmó que su esposo le había comentado que desde hacía tres meses varios policías habían llegado a buscarlo a su casa y que había recibido amenazas, y su padre, Francisco Manzanares, aseguró que la muerte se debió a motivos políticos. Estos son los datos, el caso aún no está esclarecido y ha generado una polémica sobre si debe ser visto como el "lamentable final de una investigación y un procedimiento policial" -tal como en sus declaraciones ha sostenido hasta ahora el Subdirector de la PNC- o si, por el contrario se trata de una ejecución sumaria con motivaciones políticas. Nuestra reflexión es la siguiente. Más allá de las razones que pudieron llevar a consumar el hecho, lo cierto es que el uso de la prepotencia y la fuerza al desarrollar un operativo policial parece haberse vuelto la regla y no la excepción. De ser cierto que sin mediar palabras el agente de la DIC le disparó a Manzanares, el hecho es ya en sí gravísismo, sobre todo si no se ha establecido que los agredidos portaban armas. Y si el disparo del agente de la DIC fue en defensa propia ¿por qué disparar a la cabeza y no a las piernas u otra parte del cuerpo a fin de inmovilizar al "delincuente"? Lo preocupante de todo esto es en manos de quién está la sociedad, pues por un lado miembros de la PNC parecen estar involucrados en un caso de extorsión, y, por otro lado, ellos mismos se las arreglaron para tomar la justicia en sus manos, debilitando aún más la confianza que la población pueda tener en el cuerpo policial. A la confusión que han puesto de manifiesto los medios en torno al caso, se ha sumado la confusión -real o ficticia- existente en los organismos de justicia del país. Y como están las cosas, la impunidad parece ser la sombra que terminará por dejar en el olvido este violento asesinato. Monseñor Romero: ayer, ahora y siempre en nuestra Historia. A próposito del proceso de beatificación Monseñor, nunca antes he tenido valor de escribirle a usted públicamente. Usted sabe lo débil que soy, cuánto le amo y le respeto, cuánto lo extraño, cuánto lo necesito. Humildemente me he dirigido al Padre Ellacuría y al Padre Moreno, que son otras bendiciones de Dios para nuestros pobres, pues han sido hombres brillantes constructores del reino. Pero en Usted nuestro Señor nos envió un pedacito de Reino, un trozo de tierra prometida, una esperanza siempre presente, un resucitado en el corazón de este su pueblo. Pero ahora, en este año que han apremiado las angustias, las tristezas, la desesperanza, y en este noviembre de mártires, con la llorada de rigor, con pañuelo y lapicero en mano, me dedicaré a resumirle lo más hondo que su "querido pueblo", incluyendo sacerdotes, religiosos e instituciones, han hecho para tenerle presente y agradecerle su amor. Bueno, lo primero fue en febrero del presente año en que se cumplían once meses de gestionar ante las autoridades respectivas la recogida de los textos de agradecimiento que estaban en su primer sepulcro de catedral, y que no fueron colocados cuando se trasladaron sus restos. Esto me causó dolor pues tuve la oportunidad de constatarlo personalmente. Después de explicar que esas reliquias, aproximadamente unas 140, eran sagradas, que cada una de ellas representaba una angustia y una solución de graves problemas personales, un profundo agradecimiento por las favores concedidos y un testimonio de la santidad de su persona, por fin me dieron buenas palabras. Pero el tiempo pasaba, y a pesar de visitas y llamadas, casi perdí la esperanza, hasta que en el mes de febrero nos dieron la buena noticia de que se habían recuperado casi todas y que en este momento están colocadas al pie de su mural en la casita del Hospitalito en donde están seguras bajo el cuidado amoroso de las madres carmelitas. El domingo 24 de marzo el grupo MAIZ organizó, como el año anterior, un día de convivencia comunitaria. En el escenario lució una hermosa pintura de unos ocho metros de largo, pintada por los jóvenes de ASTAC y en cuya base se cantó, bailó, recitó. Vinieron buses y camiones de diferentes comunidades llenos de adultos, jóvenes y niños. Hubo artesanías, comida típica, camisetas, libros, afiches etc. Se repartieron fotos a todo color de un Monseñor Romero sonriente que parecía decir: "Y ustedes, ¿qué dicen? ¿Que me mataron? Pues no, estoy vivo y derrochando esperanza". La parte de atrás del auditorium se encontraba cubierta totalmente por una exposición de dibujos y cartas de niños de 5 a 16 años dedicados a Usted. Era algo impresionante ver la originalidad y creatividad infantil y el cariño con que le contaban sus problemas, aventuras o ilusiones. Son niños que aún no habían nacido cuando lo mataron, pero están enterados de sus historia por sus padres y maestros. Todos los niños tuvieron premios de dulces y vejigas, lápices y cuadernos con su respectiva fotografía. Finalizó la convivencia con un acto ecuménico emocionado. Hubo otra actividad de La Mazorca, que consistió en la elaboración de 40 litografías de su rostro en donde decía "San Romero", y que fueron vendidos casi todos fuera del país, pero se adquirió una para la casita museo del Hospitalito. Luego un viajero trajo una carta dirigida a Juan Pablo II con 80 firmas de personalidades españolas en donde se solidarizaban con el pueblo salvadoreño y solicitaban su pronta canonización. Otro bonito detalle fue el obsequio de 2000 estampas de su imagen por un joven trabajador de imprenta, para que furan repartidas. Así lo recuerda el pueblo, Monseñor. Ahora, el día 1ø de Noviembre la Iglesia Salvadoreña finalizó el proceso diocesano de beatificación con un evento en el auditorium del arzobispado. Allí estaban el nuncio apostólico, el actual arzobispo y su auxiliar Monseñor Rosa Chávez, Monseñor Urioste, clérigos y religiosas, testigos y amigos, en número reducido. Fue un acto formal, sin emociones y sin experiencias espirituales. Pero mientras se ocupaban en sellar las cajas de documentos, de la parte de atrás del auditorim irrumpió el canto vibrante de Magally, querida educadora venezolana, que con su himno, su corrido, el gloria salvadoreño y sus vivas, nos hizo esbozar una sonrisa en lugar de una lágrima. Liberó nuestro espíritu, cantamos vivas y aplaudimos con timidez ante la presencia imperturbable del arzobispo y del enviado del papa. Sin duda, Monseñor, debemos pedir asesoría al pueblo para celebrar su causa. Como decía, el acto fue protocolario, aunque es necesario, y es justo agradecer el trabajo y sacrificio del Padre Rafael Utrutia. Pero ya sabemos que la canonización real ya la tiene, pues el pueblo lo ha hecho santo, y la voz de pueblo es la voz de Dios. El Papa es el que dio el paso decisivo al visitar aquí su tumba. Fue ya un poco tarde, y deberían correr para alcanzar al pueblo que repite incansabalmente "San Romero de América", como le llamó don Pedro Casaldáliga sólo días después de su martirio. A las Iglesias hermanas, más que alegrarles la canonización las entristece, pues dicen que ahora Monseñor ya no será de todos sino de la jerarquía eclesial católica. A algunos nos preocupa que lo quieran poner en un camerín, lejos de sus pobres, con gesto piadoso y mirada al cielo. Mientras aquí en la tierra a los pobres les roban su recuerdo, a ellos los desaparecen, pero no su pobreza, les desaparecen la YSAX sin necesidad de explosiones, como cuando la guerra, sino con un civilizado plumazo, les desaparecen Caritas, les cambian la dirección de ORIENTACION y del seminario, y quieren que desaparezca la historia martirial de nuestra Iglesia. Deseamos, esperamos y oramos para que no sea así como lo canonicen. Por favor no lo permita, que no lo aparten de sus pobres. Que su recuerdo vivifique para siempre a este pueblo huérfano que lo ama entrañablemente y que no por gusto se llama "El Salvador". Con amor en Cristo Jesús, Regina. Monseñor Romero, una herencia incandescente Entrevista con Monseñor Ricardo Urioste Vittoria Prisciandaro Varios años después de su martirio, Mons. Oscar Romero continúa siendo "signo de contradicción": amado por los pobres, odiado por los podedorosos. Mons. Ricardo Urioste, colaborador suyo muy cercano, está seguro de haberse encontrado ante un santo y mucha gente así lo considera. "Fue un santo", pero la Santa Sede espera prudentemente, pues Mons. Romero es todavía "signo de contradicción". "Durante la última visita de Juan Pablo II en El Salvador, cada grupo juvenil, cada congregación religiosa", recuerda Mons. Urioste, "cada movimiento apostólico y laical, escribió una carta al Papa en la cual le piden la beatificación de Mons. Romero". Los jóvenes intentaron leerla cuando el Papa bajo a visitar la tumba de Mons. Romero, pero alguien desconectó la electricidad. P/ ¿Por qué este sabotaje, Monseñor? R/ Porque en El salvador, Mons. Romero todavía divide. Es normal. Como Jesús, también Mons. Romero fue odiado, sobre todo por quienes estaban en el poder. Y también por algunos obispos. P/ ¿Quién, por ejemplo? R/ Por ejemplo, Mons. Pedro Arnoldo Aparicio y Quintanilla fue siempre muy duro. Habló contra él en Puebla y en San Salvador. P/ ¿Y de qué le acusaba? R/ De comunista, de subversivo, de izquierda, de que sublevaba al pueblo. Pero no es ésa la verdad. Mons. Romero fue un hombre que creyó que la encarnación de la Iglesia se hace en los pobres, los cuales en el país son mayoría. Y luchó por esto. Decía que nosotros, la Iglesia, debemos hacer saber a quienes viven como esclavos que son personas con derechos y deberes, con derechos, por ejemplo, de organizarse para tener un salario mensual que les permita vivir con dignidad. Pero no todos los obispos, no todos los sacerdotes, no todos los religiosos son así. Por ello Mons. Romero fue muy odiado por quienes tenían el poder, aun en la comunidad eclesial, y muy amado por los pobres. P/ ¿Y ahora que ha muerto? R/ El Santo Padre, durante el almuerzo con los obispos en la nunciatura apostólica de El Salvador, les preguntó qué pensaban de la canonización de Mons. Romero. Uno de los presentes, Mons. Marco René Revelo, en el pasado obispo auxiliar de Mons. Romero y su gran adversario, respondió: "Romero es el responsable de los 70,000 muertos que se dieron en este país". Otros, por el contrario, dijeron que debería estar en los altares. Esta es la situación. P/ Al comienzo Mons. Romero fue enviado a San Salvador precisamente porque se le tenía como "seguro". ¿Es verdad, como se dice, que se "convirtió" después del asesinato de su amigo jesuita, Rutilio Grande? R/ No. El estuvo siempre abierto a lo que Dios deseaba, como aparece también en algunas cartas suyas que han quedado en alguna congregación romana. No hablo de conversión, pues siempre respondió como mejor podía a lo que Dios le pedía. En un momento dado vió cuál era la realidad y se fue por el camino que Dios le fue exigiendo. P/ Eso hizo que cambiara su relación con Roma. ¿Qué recuerda usted de esa nueva relación? R/ En Roma le aconsejaban ser prudente, no hablar demasiado. Pero él dijo: "Si el Señor no hubiera hablado muchas cosas, no lo hubieran crucificado". Cuando le pedían tener cuidado con el comunismo, el marxismo, respondía: "Si yo hablo contra los comunistas, mi gobierno tendría una razón más para amenazar a otras personas. Y han sido tantos los cristianos, catequistas, sacerdotes, monjas y religiosos que han muerto". Mons. Romero era muy respetuoso del Papa y de la Iglesia. Su lema episcopal era: "Sentir con la Iglesia". Y de verdad lo pensaba y lo creía. P/ ¿Cómo explica usted, entonces, tanta sospecha y confrontación? R/ Si nos preguntan si creemos lo que está escrito en el evangelio, en la Solicitudo Rei Socialis, en los textos de Puebla y Medellín, todos respondemos que sí, y esto es la ortodoxia. Pero si algún obispo, algún sacerdote, quiere encarnar esta doctrina, se hace sospechoso, como lo fue Mons. Romero. Y ésta es la misma historia de Cristo. P/ ¿Qué tipo de relación tuvo Mons. Romero con el Opus Dei? R/ Antes de ser obispo tenían buenos relaciones con los sacerdotes del Opus Dei, y pienso que uno de estos sacerdotes fue su confesor. Pero cuando llegó a ser arzobispo, cambió de director y confesor, y buscó un jesuita, al P. Azcue. P/¿Cómo explica usted este cambio? R/ Veía que ya no había sintonía de pensamiento. Los del Opus Dei no coincidían con sus discursos. Así que buscó a alguien que lo comprendiese. P/ También el nuevo arzobispo, Mons. Fernando Sáenz Lacalle, sucesor de Mons. Chávez, Romero y Rivera, viene del Opus Dei. R/ Nosotros, hombres de fe, aceptamos cualquier obispo, sea cual fuere. Más aún, pensamos que la Iglesia no pertenece a niguno, ni a Mons. Romero, ni a Mons. Rivera, ni a otros. La Iglesia pertenece al Espirítu. Hemos tenido a tres hombres santos: Mons. Chávez, Romero, Rivera que nos han enseñado cómo leer el evangelio y cómo llevarlo a la práctica en El Salvador, teniendo presente el alma y el cuerpo de nuestra gente. P/ La perplejidad, que se ha dado después del nombramiento de Sáenz Lacalle ¿es parecida a la que causó el nombramiento de Mons. Romero después de Mons. Chávez? En aquella ocasión, usted mismo dijo en una entrevista que no estaba satisfecho con Mons. Romero, sino que -reproducimos sus palabras- "estaba profundamente disgustado". R/ Es verdad. Después del nombramiento de Mons. Romero no escondí mi perplejidad. Por otra parte, no fui el único: todos deseábamos que Mons. Rivera fuese el sustituto de Mons. Chávez. Quiero decir también que algunas confrontaciones con el nuevo Arzobispo no nos impide respetarlo y trabajar con él, guiados del Espíritu y de la tradición de nuestra Iglesia. Es nuestro obispo. Cuando llegó Mons. Sáenz Lacalle, muchos hombres y mujeres vinieron al arzobispado para preguntar si cambiaría todo. Respondí: "¿Tú piensas en cambiar?". "No", dijeron. "Entonces continúa haciendo tu trabajo en el nombre de Dios, porque la Iglesia pertenece al Espíritu y al evangelio". P/ ¿Ha habido cambios en la diócesis? R/ Sí, el vicario de pastoral, un sacerdote excelente, fue removido, y quedó como secretario ejecutivo. Pronto será enviado a una parroquia. Mientras tanto el obispo ha asumido directamente este cargo. Creo que la radio desde la que hablaba Mons. Romero ha sido el cambio más evidente. En el seminario interdiocesano, que depende de la conferencia de los obispos, fueron cambiados todos los responsables. Me han dicho que el nuevo rector, sacerdote joven, buen sacerdote, ha prohibido hablar de teología de la liberación. He escuchado decir que los nuevos profesores han ido a la biblioteca para ver cuáles libros ha excluido. P/ Y todos estos cambios ¿qué le hacen pensar? R/ La línea está cambiando. Se está haciendo conservadora en las ideas, en la planificación, en las formas, de acuerdo a las personas que fueron escogidas. Pero nosotros estamos seguros que, más allá de nuestros pensamientos y miedos, está el Señor que guía a la Iglesia. Tomado de la revista "Jesús", mayo 1996, pp. 84-85. Ignacio Ellacuría y Juan Ramón Moreno En la eucaristía del sábado día 9 recordamos a Ignacio Ellacuría y a Juan Ramón Moreno. La capilla estaba a rebosar, y lo que más me impresionó es el gran cariño que les tiene la gente, que cada quien expresó a su modo. Sahib ponía sobre el altar el primer tomo de los escritos filosóficos, recién salido de la imprenta, del Ellacu joven, escritos sobre cine, Bergson, Angelito Martínez. María Eugenia y Rosa María traían el primer libro que fichó Juan Ramón para la biblioteca de teología. La comunidad de radiohablantes de la YSUCA ofrecieron el último poster de la radio, con unas manos alrededor de un micrófono, signo de comunidad y de la voz del pueblo. Rosario y Reyna Iris, secretarias y amigas fieles durante más de veinte años, llevaban el pan y el vino. La música estaba a cargo de una comunidad popular, San Luis Mariona, que quizás no los conocieron en vida. Momento muy importante fue la homilía. El padre José María Castillo, con la lucidez y honradez que le caracteriza, habló cómo siente la realidad del país: "muy mal y peor cada año que vengo", dijo. Pero habló también dónde ve esperanza: en las comunidades populares que ha visitado estos meses, en la juventud que ve en el Centro Monseñor Romero, y sobre todo, en los mártires y en su recuerdo. "Esto funciona", ha dicho estos sábados al ver la capilla llena de gente. Para mí lo más entrañable fueron sus palabras iniciales, dichas sin ninguna pretensión: "Yo vine por primera vez a El Salvador en 1990 poco después de que los mataran". Vino a ayudar, a mantener viva una antorcha muy importante. Yo también pensaba en Ellacu y Pardito, como llamábamos a Juan Ramón. Muchas cosas me vinieron a la mente, pero menciono ahora sólo dos. "Los militares, los políticos y los sacerdotes deberían dejar sus puestos con menos dinero del que entraron", palabras del Ellacuría clarividente, profeta, cristiano, que dijo en un programa de televisión en el que apareció junto a Rey Prendes y D'Aubuisson. De Juan Ramón recordé cuando me dijo: "Es la última vez que monto una biblioteca". Y no le faltaba razón para quejarse. Debido a cambios de local y al terremoto, tres veces tuvo que organizar la biblioteca de teología partiendo prácticamene de cero. Y sin embargo, lo hubiese hecho una cuarta vez. Juan Ramón era de una pieza, constante y entregado al trabajo, enamorado de la teología y servicial a los alumnos. Y un último recuerdo de esa eucaristía. Regina, gran amiga de Juan Ramón y de Ellacu, tenía un ofrenda especial, un poco de tierra del País Vasco, que ofreció con estas palabras. Un día como éste, 9 de noviembre de 1930, nació el Padre Ignacio Ellacuría en Portugalete, Vizcaya, País Vasco. En ese lugar se ha erigido un monumento en memoria del Padre Ellacuría, y un buen amigo nuestro, el profesor de filosofía Carlos Beorlegui, ha tenido la gentileza de enviarnos tierra de Portugalete que le vió nacer y crecer, que le vio ir a formarse y luego marchar en misión a América para quedarse. También recordó al Padre Juan Ramón nacido un poco después, el 29 de agosto de 1933, en un lugar de Navarra, cercano a Portugalete. Y prosiguió Regina: Sea esta madre tierra un símbolo de unidad entre el país vasco y El Salvador, entre Portugalete y la Universidad, donde estas queridas y entrañables semillas, llamadas Ignacio y Juan Ramón, con Julia Elba, Celina y todos los mártires, germinaron y fecundaron. Allá en España guardan su imagen, y nosotros aquí en El Salvador tenemos sus cuerpos y sus enseñanzas en esta capilla bajo el cuidado de Monseñor Romero. Y los tenemos en nuestras mentes y corazones. Carta a Ignacio Ellacuría Querido Ellacu: Un año más les estamos recordando a todos ustedes, y este año recordamos también muy especialmente a Monseñor Romero, pues en estos días se ha dado un paso importante en el proceso de su canonización. Y de esto quiero hablarte, pues creo que la dirección que tome este proceso de canonización será importante para la Iglesia y para el país. Para la mayoría de la gente Monseñor Romero, canonizado o no, es un santo, y por eso alguien ha dicho estos días que "han llegado tarde, Monseñor ya es santo". Pero en este nuestro mundo, lo institucional también tiene su importancia, y bueno es que lo declaren santo oficialmente. Pues bien, este asunto de la canonización, que nos da una gran esperanza, también me da algo de miedo. Y el miedo es que canonicen a un Monseñor que no sea el "verdadero" Monseñor Romero, que canonicen a un Monseñor bueno, piadoso, sacerdotal, pero en definitiva a un Monseñor aguado. Y es que algo tienen ustedes, los mártires de El Salvador, que pone incómodos a los poderosos y a la institución eclesial, y no acaban de ser aceptados como son. En vida, recuerdas bien los ataques de la jerarquía contra él, y recuerdas también que a sus funerales sólo se hizo presente Mons. Rivera, su amigo fiel. Después de muerto, la tesis oficial vaticana mejoró un poco las cosas, aunque no mucho: Monseñor habría sido un hombre bueno, pero corto y manipulado sobre todo por los jesuitas. Sólo Juan Pablo II cambió esta visión cuando visitó su tumba y habló de Monseñor como celoso pastor que entregó la vida por su pueblo. Enseguida comenzó el proceso de canonización. En lo sustancial, pues, parecería que Monseñor Romero ya ha sido reivindicado institucionalmente, y sin embargo me sigue dando miedo que no se acabe de aceptarlo plenamente, tal cual él fue, que nos lo presenten sin la profundidad que tuvo su vida, que no sea ya interpelación para todos. Tengo miedo de que le quiten las aristas y el fuego que tuvo como profeta, de modo que -Dios no lo permita- hasta aquellos que desearon y celebraron su muerte podrían estar presentes, sin mayor problema, en su canonización. Veamos. Oficialmente se nos recuerda que Monseñor fue ante todo hombre de Dios y sacerdote. Pero, siendo esto una gran verdad, me parece reduccionista, porque no dice toda la verdad, y me parece peligroso porque no dice la verdad central, aunque se reconozca y añada que Monseñor Romero hizo la opción por los pobres. Para canonizar al "verdadero" Monseñor hay que añadir y hacer central que fue un insigne salvadoreño y que por eso se encarnó en una realidad de conflicto y muerte. Que fue defensor de los pobres, y que por eso fue amado y venerado por ellos. Que fue profeta y denunciador de los poderes militares, oligárquicos y políticos, y que por eso fue odiado por ellos. Que fue voz de los sin voz, y que por eso fue voz contra los que tiene demasiada voz. Que fue creyente y hombre de Dios, y que por eso fue enemigo acérrimo de los ídolos. En suma, que el "verdadero" Monseñor vivió para la justicia y para el Dios de la vida, y que por eso luchó contra la injusticia y los dioses de la muerte. Ese fue el Monseñor Romero total, el "verdadero" Monseñor. Ese, y no otro, fue el Monseñor que acabó mártir. A ese Monseñor, y no a otro, queremos que canonicen. Ese es el miedo mayor, Ellacu, y junto a él tengo otros miedos menores. "No está permitido el culto público a Monseñor Romero", nos dicen. Pero el culto más importante a Monseñor es precisamente su seguimiento en la historia, y este seguimiento, aunque comience en lo escondido del corazón, tiene que ser público para que lo vea la gente y haga el bien -y buena falta nos hace. Miedo también a la casuística sobre si Monseñor fue asesinado por odio a la fe o por odio a la justicia, como si nosotros pudiésemos separar lo que Dios ha unido: la fe en Dios y la justicia en este mundo. Y vayamos ahora a la esperanza. La canonización del "verdadero" Monseñor es una gran noticia, y nadie mejor que tú para explicárnosla. Si no me equivoco, Ellacu, a Monseñor le debes tú la fe en tu edad madura, cuando tomaste las decisiones más hondas, en aquella época en la que la negrura del pecado oscurecía más a Dios, pero también en la que pudiste decir que "se avizora el Dios salvador", como escribiste poco antes de tu martirio. Y viste también cómo Monseñor llegaba al corazón de las mayorías, allá donde nadie, ni de un lado ni del otro, llegaba con tal hondura. Por tu experiencia, pues, y por la experiencia de la gente, te convenciste de que era bueno que hubiese un Monseñor como Romero. Y eso es lo que pusiste en palabra. "Monseñor Romero, un enviado de Dios para salvar a su pueblo", escribiste en 1981 en tu segundo exilio en España. Hoy, Ellacu, con honrosas excepciones, ni los eclesiásticos, y mucho menos los políticos, hablamos ya de "salvar a un pueblo". Ni se nos ocurre que ésa sea nuestra misión, y hemos encontrado mil razones, burdas o sutiles, para desentendernos de ella. Y, sin embargo, eso es lo central que tú viste en Monseñor. Y esa tarea es lo que nos hace humanos y cristianos en la historia. Es "la causa más noble de la humanidad", como decía otro de los clásicos, Rutilio Grande. "Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador", dijiste cuatro días después de su muerte en una aula magna de la UCA. Dios, el misterio último de nuestra vida, se te hizo presente y encarnado en Monseñor. Cuanto más se escondía Dios en la tragedia de la realidad, tanto más se mostraba para ti en la verdad y en el amor de Monseñor Romero. ¡Cuántos intentos vanos por separar a Monseñor de esta nuestra tierra y esconderlo en el cielo! Y con ello, el peligro de las personas religiosas tantas veces denunciado: "Porque no son de este mundo, creen que son del cielo. Porque no aman a los hombres, creen que aman a Dios". Con Monseñor fue al revés: "Porque fue de este mundo, fue ciudadano del cielo. Porque amó a los pobres de este mundo, amó a Dios". Así viste a Dios en Monseñor Romero, y así Monseñor Romero nos mostró a Dios. Esto es todo, Ellacu. Ya ves que Monseñor sigue dando que hablar, y con él ustedes. También ustedes vivieron para salvar a este pueblo, y también con ustedes Dios pasó por El Salvador. A Monseñor, a ustedes y a todos los mártires "no los olvidamos", como dice el poster de este año. Quiero terminar con un sencillo y sincero "gracias" a todos ustedes. En lo personal, Ellacu, hoy quiero agradecerte el respeto y el cariño que tuviste a Monseñor, y lo que dijiste de él. Tus palabras nos ayudarán a ubicarnos mejor en los avatares del proceso de canonización, pero sobre todo nos ayudarán a vivir como él, como ustedes, como Jesús. Ellacu, ayúdanos a no olvidar al "verdadero" Monseñor. Ayúdanos, sobre todo, a seguirle. Jon ================== La Iglesia surge como concreción de las entrañas de misericordia de Jesús, que se conmueven ante el sufrimiento del pueblo "vejado y abatido" y anhelante de una existencia mejor. ¡Hay que hacer algo! Y ese algo se concreta en la Iglesia: "Y llamando a los doceÉ". Pero es importante tomar conciencia que si la Iglesia es respuesta al pueblo, es ante todo respuesta de Cristo y, en Cristo, respuesta de Dios. No es una respuesta que pueda estructurarse, por muy alta posición jerárquica que se ocupe dentro de la Iglesia, según el propio arbitrio o según la propia lógica, sino sólo según el designio y la lógica de Dios. Muy pronto tuvo que aprenderlo Pedro (ver Mt 16, 23). Sólo en la continua referencia a Cristo, en el "permanecer con él", podrá la Iglesia configurarse como respuesta de Cristo, como respuesta cristiana. Nace como fruto del amor misericordioso de Cristo, y nace precisamente para hacerse cauce operativo de ese amor comunicador de vida, que transforma la existencia de los marginados de la historia. Nace para ser sacramento de la acción salvífica del Señor, y eso significa que en ella tiene que hacerse visible -y visible es lo que se ve- la presencia actuante y liberadora del Dios encarnado. Eso le exige ser "toda de Cristo", como afirma el documento de Puebla, pero, como prosigue dicho documento, "con él, toda servidora de los hombres" (n.294). Juan Ramón Moreno. Zaire, Ruanda, Burundi, pueblos crucificados Asesinado Monseñor Munzihirwa, arzobispo de Bukavu "El signo de los tiempos es siempre el pueblo crucificado, que junta a su permanencia la siempre distinta forma de crucifixión. Es el siervo de Yahvé al que le siguen arrebatando hasta la vida, sobre todo la vida". Ignacio Ellacuría. Es necesario volver a recordar este texto, tantas veces citado, para no olvidarlo. Lo hacemos para recordar en estos días a su autor, el mártir Ignacio Ellacuría, y lo hacemos para poner en palabra la tragedia humana, el martirio anónimo, que está ocurriendo en la región de los grandes lagos africanos. No estamos en situación de analizar las diversas causas de esta tragedia: tensiones étnicas, actuación de iglesias y otras instituciones culturales, y, sobre todo, el reparto, egoísta y esclavizante, que hicieron los europeos. Pero la conclusión es clara: en 1994, de medio millón a un millón de personas fueron asesinadas. Y un número mayor tuvo que buscar refugio en campamentos ubicados en la frontera con Zaire. La tragedia se veía venir, sin que el mundo y sus potencias se comprometieran a fondo con una solución. Ahora, desde mediados de octubre, ha estallado la guerra entre Zaire y Ruanda. Las previsiones, según la agencia EFE, son las siguientes: "situación más caótica, combates, saqueos de la ciudades y centenares de miles de refugiados ruandeses y desplazados zaireños expuestos a morir de hambre y enfermedades en pocos días". Sadako Ogata, de las Naciones Unidas, formula el temor de que, comparando la situación actual con la de 1994, "esta vez la crisis incluso pudiera ser peor". La guerra podrá encenderse o apagarse, pero lo más trágico es que ya ha comenzado el éxodo de un millón de refugiados. En este contexto llega también la noticia de que el 29 de octubre fue asesinado Mons. Christophe Munzihirwa, arzobispo de Bukavu, ciudad donde está o estaba un inmenso campo de refugiados. Mons. Munzihitrwa, zaireño de 70 años, fue provincial de los jesuitas de 1980 a 1986, y ese mismo año fue consagrado obispo. No pertenecía a ninguna de las etnias en conflicto, tutsi y hutu, y trató de mediar entre ambas. En el número del 16 al 30 de septimbre publicamos una carta suya al embajador de Estados Unidos en el Zaire en la que le pedía trabajar para hacer posible el regreso de los refugiados y para tener elecciones libres y democráticas. Releyendo ahora la carta, se nota todavía más su tono profético. En El Zaire quedan religiosos y religiosas extranjeras acompañando a la gente en su tragedia. A otros, varias religiosas, ya se les ha forzado a salir. Muchas se resistían y se han quedado como sin habla, sólo con lágrimas: "Bukavu ya no existe. Van a morir centenares y miles de hombres, mujeres y niños con quienes hemos vivido". Son el siervo de Yahvé, el pueblo crucificado. "Oigan: En Ramá se sienten quejidos y un amargo lamento. Es Raquel que llora a sus hijos y no quiere que la consuelen, pues ya no están" (Jeremías 31, 15). Al terminar este comentario llega la noticia de que han sido asesinados tres hermanos maristas españoles. Mensaje de la Conferencia Episcopal, 30 de octubre (extractos) "Amarás a tu projimo como a ti mismo" Los obispos de El Salvador nos hemos reunido cuando la angustia invade la mayoría de los hogares en nuestro país. Las últimas noticias nos hablan de familias enteras asesinadas con saña y brutalidad sin par. Por otra parte, el clima e incertidumbre hace muy difícil la vida de las personas, pendientes de lo que les puede pasar en su propia casa, en los caminos, en los autobuses. El desbordamiento de la violencia Una mirada pastoral sobre la realidad de El Salvador nos muestra un panorama en el que, a primera vista, sobresalen los signos de muerte: es alarmante el secuestro de jóvenes, algunos de los cuales aún siguen cautivos. Se habla más y más del irrespeto que sufre la inocencia de los niños y niñas, víctimas de abusos sexuales que les marcan para toda su vida. Proliferan las bandas de jóvenes que siembran inquietud y zozobra, principalmente en las ciudades. En el campo, familias humildes son víctimas de la extorsión, sin que se atrevan muchas veces a denunciar a los responsables. Los homicidios están a la orden del día. En una palabra: la violencia se ha desatado con rabia bestial. Todo esto nos recuerda lo que dijimos en víspera del segundo viaje del Santo Padre a El Salvador: "Los problemas sociales persisten, con dramática gravedad, haciendo muy difícil la vivencia cotidiana de la paz. Porque no podemos estar en paz cuando la extema pobreza, la inseguridad y el desempleo golpean con crueldad a tantos hermanos y hermanas en los recodos de los caminos y en las calles de la ciudad". No podemos permanecer indiferentes Ante tanta maldad, surgen en el corazón de muchos compatriotas preguntas angustiosas: ¿Por qué suceden tales cosas? ¿Qué hace el Gobierno para ponerles coto? ¿Nos tocará resignarnos a soportar, impotentes, una situación que no parece tener solución? En estos interrogantes predomina la inquietud por lo que hacen los otros, comenzando por las autoridades del país. Pero muchos se cuestionan también acerca de su propia responsabilidad: ¿Qué está fallando en la familia para que tengamos una situación tan grave de desprecio a la vida humana? ¿Está cumpliendo la escuela su función de formar integralmente -como apoyo a la familia- a las nuevas generaciones? ¿Qué cosas se han hecho mal en el proceso de inserción a la vida de los ex-combatientes de la fuerza Armada y del FMLN? ¿Qué errores hemos cometido los cristianos en la obra de evangelización para que se den hechos que contradicen radicalmente la esencia del mensaje de Jesús: "Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros como yo les he amado"? (Jn 13, 34). Somos seguidores de Jesús, quien dijo: "He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10). Para servir a la vida debemos compromenternos todos en la creación de la "cultura de la vida". Así lo plantea el Papa en el capítulo final de su bella encíclica. La "cultura de la vida" es el camino para construir una nueva civilización. La primera condición para conseguir tan alto ideal es la recta formación de la conciencia, porque ésta es la luz interior que ilumina el camino de la vida, "el eco de la voz de Dios en nuestra alma, en nuestro corazón". A esta tarea de iluminar las conciencias, debemos dedicarnos en forma prioritaria los pastores. Propuestas concretas La "cultura de la vida" se construye en primer lugar en la familia. Por eso pedimos al Gobierno que brinde todo el apoyo posible a esta célula primigenia de la sociedad. Igualmente importante es el apoyo a la obra educativa de la escuela, la cual - junto con la familia- es un lugar privilegiado donde se aprenden los valores humanos y espirituales que irán desterrando de las mentes y los corazones, la violencia que lleva a la muerte. Añadimos a lo anterior nuestra íntima convicción de que -según la sugestiva enseñanza del Papa- el trabajo es la clave de la cuestión social. Con cada compatriota que dispone de un trabajo digno y estable se abre una nueva oportunidad a la paz. Señalamos, finalmente, que la "dicha suprema" de la paz que "siempre noble soñó El Salvador" sólo tendrá bases sólidas si se combate a fondo la corrupción y se mantiene el empeño por una recta administración de la justicia. Mensaje de Paz para la nación, 31 de octubre (extractos) Iglesias y comunidades cristianas en El Salvador Signos del momento actual El comportamiento de la sociedad salvadoreña y la conducta generalizada en todas las relaciones son incosecuentes con la presencia reconciliadora y restauradora de Dios en nuestra historia. En la base de esta realidad se encuentra el modelo económico impulsado por el gobierno que genera un deterioro ambiental y social a través de una crisis de valores. El consumismo es promovido como forma de vida, pero sin proporcionar a la población los medios de trabajo para acceder al consumo en el mercado, excluyendo de ese modo a las mayorías empobrecidas y sin empleo del país, desnutridas y analfabetas, sin vivienda, sin servicios de salud y violentadas socialmente. El ansia de consumismo y lucro generó la pérdida de nuestra soberanía. El gobierno obedientemente impulsó los programas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, creándose políticas macro- económicas que han desmejorado la calidad de vida del pueblo y disminuyeron la soberanía del Estado salvadoreño. El proceso de globalización es negativo para la economía, la política, la ecología y la cultura del país. Los efectos son una mayor concentración del poder y la riqueza del país en pocas manos y las concesiones a mediado y largo plazo a compañías transnacionales para que exploten nuestra fuerza de trabajo. Esto afecta dramáticamente a las condiciones laborales, principalmente en las zonas francas con industrias maquiladoras, ya que esto no supone un aporte significativo de recursos técnicos y financieros para el desarrollo de El Salvador. La degradación ambiental, el control y autoritarismo que se percibe en los procesos políticos, económicos y sociales, el deterioro de la planta industrial y de otras fuentes de trabajo, el consecuente aumento de la pobreza y la creciente marginación y exclusión de las mayorías del país, profundizan cada vez más la crisis en nuestro país generándose corrupción, delincuencia y otras formas de violencia que no se resolverán con más violencia como pretenden hacerlo los impulsadores de la ley, quienes reinstauraron -legalmente- la pena de muerte. Nuestra palabra de fe y esperanza Los miembros del cuerpo de Cristo estamos llamados a ser servidores de la reconciliación entre los hombres y las mujeres, entre la sociedad y la naturaleza, entre los agresores y sus víctimas, entre los adultos y los jóvenes, entre todos y con todos. Con nuestro testimonio queremos transmitir la alegría de la resurección de Jesús que reconcilió todo lo creado venciendo la opresión de la muerte y rompiendo todas las cadenas que dominan y dividen. Movidos por el Espíritu que produjo el testimonio de los mártires de la justicia, manifestamos nuestra preocupación denunciando el deterioro acelerado de la vida en nuestro país. La vida, don maravilloso de Dios, no tiene cabida en nuestra sociedad. La violencia, en todas sus formas, sigue siendo el camino y la manera para resolver los problemas y enfrentar las necesidades de los grupos y de las personas que con fuerza dominan en todas las relaciones que se viven en el país. Nadie escucha el llamado de Dios, pero el evangelio proclama con alegría la vida y la paz del Reino de Dios y los cristianos comunicamos esa alegría anuciando el fin de toda volencia, sufrimiento y de toda muerte y pena (Isaías 65: 17-25; Apocalipsis 21: 21). Llamado a la libertad y la paz Caminando y en oración, fraternalmente llamamos al gobierno a anteponer los interes generales de la nación por encima de cualquier otro; a la empresa privada a impulsar el proceso de desarrollo orientado a construir condiciones de justicia; a los trabajadores a tener mayor participación y protagonismo para construir una agenda de nación; a los partidos políticos a que sus fines electorales no se conviertan en el eje de su actividad; a las universidades a que respondan a la necesidad de mayor investigación y proyección social. Con esperanza invitamos a crecer y a desarrollar la organización de los diferentes movimientos sociales. Invitamos a todas las Iglesias a que manifestemos un mejor testimonio de unidad en la fe, y de comprmiso en la reconciliación y renovación moral de nuestra sociedad, respondiendo al clamor y necesidades de los más pobres, excluidos y marginalizados. Iglesia Episcopal, Iglesia Luterana, Iglesia Reformada, Iglesias Bautistas, y otras instituciones de El Consejo Nacional de Iglesias y de La Fraternidad Ecuménica por la paz. Miembros de pandillas participan en el aniversario de los mártires Estos días han estado en el Centro Monseñor Romero de la UCA algunos miembros de pandillas, una joven de la "18" y tres varones de la MS. Ellos están intentando formar una organización que ayude a los pandilleros a encontrar oportunidades de desarrollo personal a través de educación y trabajo. Por su cuenta han hecho unos botones para conmemorar a los mártires de la UCA. Con ellos hemos hablado de la masacre, cómo les ha impactado ver las fotos y qué piensan que pueden hacer ellos, cómo jóvenes, por el país. P/ María, ¿puede usted decirnos por qué ha venido al Centro Monseñor Romero de la UCA? R/ Sí, yo estoy investigando todo lo que fue la ofensiva de 1989 a la que se le denominó "Febe vive". En esta ofensiva hubieron hechos criminales. Hubo gente cercana que sufrió mucho y gente que quizás hasta estos días se está dando cuenta de cosas que ignoraba, por ejemplo la muerte de los jesuitas. A estos jesuitas yo sólo los conocía porque fueron maestros de mi hermano. Conocía por sus obras a Martín-Baró, psicólogo, y a Ignacio Ellacuría. Después que pasó la ofensiva me enteré de que habían muerto, pero yo nunca pensé que me iba a afectar tanto como está sucediendo ahora. Entonces decía yo: "bueno ellos murieron, quizás cayó una bomba, una balacera, los jesuitas quizás iban en un carro y murieron". Mi familia sí estuvo mucho tiempo en contacto con ellos, y yo miraba que mi madre y mis hermanos lloraban y lloraban. Y yo decía "¿por qué lloran?". Entonces, ellos no me explicaban el por qué y decían que después lo iba a entender, y creo que hoy sí lo estoy entendiendo. Ahora me he concentrado en la investigación de la muerte de los jesuitas y he ido a muchas universidades a ver qué es lo que se sabe. Hoy vine a la UCA y fui al Centro Monseñor Romero donde se presentan unas fotos que ningún medio de comunicación ni periódicos las pudo presentar. Allí se ve cómo los seis jesuitas y las dos muchachas Elba y Celina quedaron destrozadas. Son fotos que impactarían a cualquier persona. Una persona que está en sus cabales, con sentimientos religiosos, con tradiciones religiosas, se espanta, porque piensa que esto sólo lo pudo hacer un diablo. Y hoy que he estudiado el caso, incluso como se ha procesado el caso de los jesuitas, veo que es doloroso saber que todos los salvadoreños estamos llamados a elegir un presidente, y es triste que las personas que votamos, en que confiamos, sean, tal vez si no responsables, sí personas que aceptan estos hechos de violencia. Por ejemplo se sabe, tal vez no con hechos concretos, pero sí con algunas averiguaciones, que en la presidencia de Cristiani ellos aceptaron que se llevara a cabo la muerte de los jesuitas. Todo porque al pueblo salvadoreño que estuvo ignorante de todo lo que sucedía, con el llamado que hacían los jesuitas, le despertaban la mente, la gente empezaba a darse cuenta de los hechos violentos que se vivían en el país y que era un momento de defender los derechos humanos. Entonces ese llamado no le conviene a ningún gobierno ni a los países extranjeros que ayudan a este país, porque la política que ellos ejercen es de matar y dominar el que tiene dinero, y los pobres están obligados a obedecer, y eso no les convenía a ellos. Entonces los jesuitas eso hacían, dar a conocer la verdad, demostrarles que todos somos capaces de salir adelante. ¿Qué reto tiene la juventud? Pues no tener miedo a nadie. Medir las consecuencias también, porque si no, uno se va a dejar ir a la primera, pero uno tiene que meditar, pensar bien, con aquella acción cuánto va a sacar de bueno y cuánto va a sacar de malo. Por ejemplo, si hoy ya tenemos la mente despierta y somos libres para hablar, aunque siempre hay represalias, hay que saber medir las palabras, pero siempre para sacar beneficio. * * * P/ Cuéntenos ¿qué sintió al estar elaborando esos botones? ¿Conocía ya usted esta masacre de los PP jesuitas? R/ Sí, mi nombre es Chepe, y viví bien de cerca la masacre de los padres jesuitas ya que yo me encontraba aquí cuando sucedieron esos hechos. Al saber lo de la masacre, lo que había sucedido con tales personajes, nos sentimos, yo y mi familia, todos decaídos porque esas situaciones fueron demasiados crudas, y más con personas que no son de nuestro país, pero ayudan al beneficio de nuestro país. Por eso yo me siento muy contento de haber participado en la elaboración de los botones. Yo participé en la parte del diseño gráfico en la computadora. Me sentí bastante bien, ya que estoy contribuyendo a un aniversario más de las personas, de los mártires de la UCA y de El Salvador, y va a quedar que yo participé en eso, ayudándole a la comunidad también, porque eso es lo que necesitamos ahorita los jóvenes, y que la gente vea todas las barbaridades que se están cometiendo. Con estos botones que nosotros hemos hecho le estamos diciendo a la gente de que no, de que no se vuelva a repetir situaciones de este tipo. P/ Usted tuvo la oportunidad de ver las fotografías de la masacre que hay en el Centro Monseñor Romero. ¿Qué sintió? R/ Sí, tuve la oportunidad de conocer, y al observar las fotografías y los objetos que pertenecían a los padres jesuitas sentí como un pequeño rencor, un pequeño miedo, ya que, me dije, en mi país se han hecho estas situaciones. Es algo bastante impactante ver la ropa de ellos, ver fotos, ver situaciones en las que ellos se encontraban en ese momento. P/ Y usted, Isamel, ¿qué recuerda y qué siente ahora de la masacre? R/ Mi experiencia fue un poco cruda. No tuve conocimiento de ellos porque cuando murieron yo estaba fuera del país bastante tiempo, pero sí la noticia repercutió mucho en los ciudadanos salvadoreños residentes en Los Angeles, y a mucha gente nos dolió. Mi familia sí conoció a los jesuitas y me contaban varias historias sobre ellos. Entonces hoy que participamos en la elaboración de los botones, mis compañeros me relatan muchas cosas sobre ellos. He venido a la UCA y cada vez que vengo a la UCA he entrado a una iglesia donde tienen fotos, cómo las personas murieron. Y yo, sinceramente, siento un gran dolor, porque este país ha vivido una violencia muy dura. Los años que pasó el conflicto armado hubieron muchas penas, y así el pueblo salvadoreño ha tenido que vivir diariamente muchos traumas, muchas cosas que sucedieron. Me siento orgulloso de haber participado en la elaboración de los botones, y así contribuir a un aniversario más de los jesuitas. P/ Usted, como joven, está dispuesto a echarle el hombro a este proceso de paz que se está impulsando acá en el país? R/ Bueno, nosotros no estamos en la paz que nosotros desaríamos tener. No hay paz en este país, porque siempre hay contrariedades de ciertos partidos, pero nosotros, jóvenes, tenemos que hacer la lucha de progresar y así demostrar a este país que tenemos potencial, y tenemos la capacidad de demostrarle al mundo que éste es un país trabajador y que nosotros los jóvenes podemos proponernos y lograr metas para que este país dé lo mejor. P/ Terminamos con usted, Carlos. Cuéntenos su experiencia en la elaboración de estos botones. R/ Bueno, yo no tenía mucho conocimiento acerca de los padres, y me dí cuenta por la elaboración de los botones. Ví las fotografías de ellos allá abajo y realmente me impactó lo que ví. De ver de que esa gente cometen esos actos. Al ver estas cosas, el reto que ahora como joven me tengo que proponer es seguir adelante e influenciar a los demás para hacer cosas que puedan hacer a nuestro país progresar, porque aunque la guerra supuestamente ya terminó, el país ha entrado a otra guerra. Actos violentos todavía se ven en la televisión, en los diarios, no ha cambiado. Todavía estamos en guerra y eso es lo que nosotros como jóvenes tenemos que ayudar a cambiar. Porque más que todo ahora la juventud es la que está en guerra y nosotros estamos trabajando en un proyecto para poder motivar a otros jóvenes, a enseñarles que sí, que ellos pueden hacer algo bueno por ellos mismos, con ayuda de otra gente, pero más que todo con ellos mismos. -----------------