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----------------- Carta a las Iglesias, No. 368, 15-31 de diciembre de 1996 Tareas para 1997. Una Iglesia realmente salvadoreña Meditación desde Jesús de Nazaret El lector podrá leer más adelante un comentario a la carta de Juan Pablo II sobre la preparación al tercer milenio que se acerca. Verá en ella que el año 1977 está dedicado a Jesucristo, y así comenzamos nosotros. Jesucristo nos adentrará en el futuro milenio, pero ilumina ya problemas importantes de nuestra Iglesia. Aquí nos vamos a fijar en Jesús de Nazaret, pues no otro es el Cristo, y desde él vamos a mencionar, en este y en números posteriores, algunos problemas de nuestra realidad. El problema eclesial: "¿es la Iglesia real y salvadoreña?" A la fe le es esencial la proclamación de la encarnación, es decir, el acercamiento radical del Dios transcendente a nuestra historia. Y ese acercamiento lo llevó a cabo Jesús de forma muy concreta. Vivió con austeridad y sencillez en un mundo pobre, alivió los sufrimientos de quienes no tenían a dónde ir, acogió a marginados y a los tenidos por pecadores, denunció y anatematizó a los poderosos, habló de Dios y enseñó a orar, y por todo ello fue perseguido y ajusticiado. Todo eso es bien sabido, pero hay que repetirlo: Jesús de Nazaret fue alguien muy real en su mundo, y no se ha quedado en las nubes, ni en cuadros , ni siquiera sólo en los textos de los evangelios. Ese modo real de ser y de vivir es lo que le hizo hermano nuestro y lo que le otorga hasta el día de hoy credibilidad, de modo que quienes desean realmente vivir como seres humanos se dirigen a él con confianza. ¿Y la Iglesia? Una Iglesia real en nuestro mundo es la que está activamente en la realidad de la injusta pobreza, la que se deja afectar por ella y la que reacciona adecuadamente ante ella. Por decirlo de otra manera, si Sumpul y El Mozote, si el desempleo y la violencia, si la corrupción y el desencanto, no interesan, no mueven la inteligencia y el corazón, no estamos en la realidad en forma alguna, y entonces no sólo no somos cristianos, sino que simplemente no somos "reales", no vivimos en la realidad de nuestro mundo salvadoreño, sino que habremos fabricado una realidad alternativa (que puede ser eclesial) para vivir en ella. Si la tragedia de la realidad no configura nuestro saber, nuestra esperanza, nuestra praxis y nuestra celebración, no somos "reales" y seguimos sumidos en un sueño de irrealidad. Si la Iglesia no está activamente en el mundo de los pobres y no hace de ese estar en ese mundo algo central, si no se deja afectar realmente por ese mundo, si no participa, con todas las analogías del caso, en el no-poseer, en el no- ser tomada en cuenta, en el no-tener poder, y si no pone a disposición de los pobres todo lo que es y tiene, entonces, en un mundo de injusta pobreza, es una Iglesia "irreal". Pues bien, en nuestro tiempo uno de los principales problemas para la Iglesia es la "irrealidad". Es la tentación de vivir en un mundo de mayorías pobres como si ello no dijese nada a su realidad esencial, aunque la pudiera tener en cuenta en prácticas pastorales y aun en algunas prácticas éticas. Es cierto que hay mucho trabajo escondido en cantones, escuelas, parroquias, hay crecimiento en conciencia de comunidad entre laicos, ellos y ellas, hay denuncias de algunos obispos, aunque no muchos, hay trabajo en defensa de los derechos humanos, hay grupos bíblicos y teológicos entre gente encilla, y así muchas otras cosas que hacen a la Iglesia salvadoreña y real. Pero nuestra Iglesia también da sensación de irrealidad. Sensación de irrealidad es lo que producen con frecuencia homilías y mensajes que no ponen en palabra ni hacen central la pobreza de los pobres, el análisis de sus causas, la injusticia y la corrupción que la acompañan. Es lo que producen, en otro orden de cosas, seminarios en los que la formación protege al seminarista de la realidad y de la cultura, muchas veces secularizante, ciertamente, con lo cual se evitan peligros a corto plazo, pero al precio de vivir en un mundo irreal. Es lo que produce la espiritualidad, fomentada o tolerada, de movimientos que trasladan al ser humano religioso a una transcendencia sin relación con la historia, es decir, a la irrealidad. La reciente visita del Papa a El Salvador, por ejemplo, dicho con respeto y con ánimo de ilustrar cómo son las cosas, de tal manera fue organizada que produjo la impresión de irrealidad. Se podrá argumentar que la mayoría de las personas que se hicieron presentes eran mayoritariamente pobres. Pero es más cierto que de la realidad de esas mayorías sólo apareció su entusiasmo religioso, mejor o peor fomentado y fundamentado, pero no apareció su pobreza, sus miedos, su fe, su esperanza, su compromiso real -y no apareció en su justa medida lo más real de nuestra Iglesia: los mártires. En cuanto dependió de la organización, esas mayorías fungieron más como telón de fondo que como la realidad que define al país. Lo que apareció en primer plano fue, más bien, la cercanía de la Iglesia a minorías no realmente representativas -"irreales" en el concierto de los seis millones de salvadoreños-, el gobierno sobre todo, diputados y políticos, poderosos y opulentos. En este sentido, no se aprovechó la visita del Papa para que aflorase la realidad, ni, a juzgar por las consecuencias, la visita tuvo un influjo importante sobre ella. La tarea para el futuro Las consecuencias de esta irrealidad son varias. La opción por los pobres no se asienta ya con ultimidad y por sí misma, sino que en algunas curias episcopales y en algunas nunciaturas depende del equilibrio con otra opción que, a la hora de la verdad, parece ser más determinante: la de estar a bien con los detentadores del poder, aunque esto se busque para hacer el bien. La Iglesia no se plantea su ser y hacer desde la pobreza, sino desde otras cosas, que podrán ser necesarias y aun buenas, pero no esenciales: organización institucional, protagonismo nacional y mundial, mantenimiento del número de fieles, freno a las sectas, religiosidad tradicional, también en lo que tiene de negativo y peligroso, como son algunas devociones destinadas a desaparecer, fidelidad hasta la obsesión al magisterio, y un largo etcétera. Esta "irrealidad", a la corta o a la larga, hará a la Iglesia irrelevante, pues en la medida en que una Iglesia es irreal deja de ser salvadoreña, pierde capacidad para humanizar al país y salvar al pueblo pobre. Y se dificulta también a sí misma para dar respuesta a problemas que ya están entre nosotros y a los que vendrán: secularización, desenraizamiento religioso, pseudocultura que trae la globalización... Esta "irrealidad", por último, pone en peligro la identidad más honda de la fe de la Iglesia. Sin vivir la realidad tal cual es, difícilmente se comprenderán cosas de la fe tan absolutamente fundamentales como son la en- carnación de Dios en lo débil de la carne y el dinamismo salvífico de la encarnación. Lo normal es que ocurra lo contrario: la des-encarnación de la pobreza para encarnarse en instancias poderosas, la búsqueda de lo salvífico no en lo débil de la carne, sino en los poderes de este mundo. Hoy, como hace cinco siglos, puede resonar la pregunta de Antonio Montesinos: "¿Cómo están en sueño tan letárgico dormidos, cómo se desentienden de los sufrimientos del pueblo? ¿Dónde están las homilías y cartas pastorales de los años setenta y ochenta que pongan en palabra la verdad de la realidad y analicen sus causas? ¿Dónde está el abajarse a los pobres, compartir su impotencia, poner a su servicio todo lo que tienen?". La tarea es, pues, "revertir la historia" y hacer de la Iglesia de Jesús una Iglesia realmente salvadoreña. No partimos de cero, ni mucho menos. Muchas cosas buenas tenemos, como hemos visto. Mons. Gregorio Rosa y otros hermanos en el episcopado nos iluminan certeramente sobre la realidad de nuestro país y, así, sobre las tareas de una Iglesia real. Tenemos la tradición de Monseñor Romero y de los mártires, los verdaderos salvadoreños. Y tenemos, sobre todo, la tradición de Jesús, del mismo Dios, que se hizo real en nuestra historia. 1996: un año de transformaciones postergadas A finales de 1991 la primera administración de ARENA y el FMLN ultimaban detalles para firmar los documentos que terminarían con doce años de guerra civil y que sentarían las bases para una reforma política y económica que contribuyera a superar los desequilibrios estructurales generadores de los más violentos conflictos que ha padecido El Salvador en el siglo XX. En enero de 1992 los Acuerdos de Paz fueron firmados por las partes en conflicto y se inauguró una de las fases más difíciles del proceso de transición iniciado a principios de la década pasada. A los estudiosos del proceso no se les escapaba que la "solución intermedia" conseguida en la negociación dejaba puntos importantes pendientes. Sin embargo, al calor del protocolo negociador, el optimismo fue la nota característica del momento, un optimismo especialmente notorio en la izquierda que en ese momento se sentía triunfadora en lo que se dio en llamar la "revolución negociada". Ahora sí -se pensaba en los círculos que se sentían comprometidos con la justicia y la igualdad- el país se estaba poniendo en la ruta de los cambios estructurales tan largamente esperados, por los que tantas vidas se habían sacrificado y los que tantas frustraciones habían dejado en el pasado: la llegada de la izquierda al escenario político y su acceso a una cuota significativa de poder eran los requisitos básicos para avanzar hacia aquellos cambios. Desmontando las bases del "autoritarismo militar" y consolidando los logros de la reforma política el camino estaría despejado para realizar transformaciones a nivel socio-económico. Esta era la apuesta del FMLN; fue también una apuesta compartida por muchos de sus seguidores y simpatizantes para quienes los logros sustantivos de la negociación sólo se verían después de la consolidación política del FMLN. Mientras tanto, la derecha no celebraba con la algarabía con la que lo hacía la izquierda. No era que se sintiera "perdedora" en la "revolución negociada", sino que, al parecer, desde los últimos preparativos para la firma de la paz ya era consciente, al menos en aquellos de sus miembros de más olfato político, que los cambios estructurales se pospondrían ad calendas graecas, puesto que la batalla de la izquierda por alcanzarlos tendría que sortear obstáculos institucionales, ideológicos y económicos no previstos por ella cuando suscribió los Acuerdos de Paz. La derecha quizás era consciente de que la paz era su victoria; por ello su alegría tenía más fundamento, aunque fuera menos notoria que la del FMLN y sus seguidores y simpatizantes. A cuatro años de firmados los Acuerdos de Paz, la derecha se alza como la gran ganadora de la postguerra. Pese a las fricciones internas, políticas y económicas, que han aparecido en su seno, la amenaza de cambios estructurales en el acceso a la propiedad y a la riqueza ha desaparecido de su horizonte. Los enemigos de la derecha son sus propios intereses y la voracidad con la que los mismos son defendidos; aparte de ello, en la actualidad no tiene a quien temer, como en las décadas de los 70 y 80 cuando la legitimidad de sus riquezas y poder estaban en el centro de la discusión. Si, en la terminología del FMLN, la "correlación de fuerzas" fue lo que llevó a ambas partes a la mesa de negociación y lo que condicionó que el FMLN dejara en el tintero sus exigencias de reforma social y económica para más adelante, en la postguerra la correlación de fuerzas se ha ido inclinando a favor de la derecha económica y política al punto de permitirle enriquecerse sin mayores impedimentos y apuntalar sus bastiones de poder para intentar una involución autoritaria. En un escenario como el descrito, el optimismo que predominó inmediatamente después de la firma de los Acuerdos de Paz se ha transformado en un pesimismo desalentador. Los cambios estructurales quedaron nada más como una bandera y un sueño del pasado; la confianza en quienes los llevarían adelante se ha perdido; y la esperanza en un futuro más digno para los marginados de El Salvador se ha vuelto cada vez más lejana. Parecería, pues, que de nada sirvieron las dos décadas de sacrificio popular, los miles de asesinados y desaparecidos y la destrucción humana y material de doce años de guerra. ¿Son las cosas así de dramáticas? ¿O acaso hay que moderar el balance y centrar la atención en aquello que antes no se tenía y que sólo después de la guerra se ha vuelto -o comienza a hacerse- realidad en El Salvador? Si se revisan detenidamente los Acuerdos de Paz, así como los documentos preparatorios de los mismos, queda claro que la reforma política y judicial ocupó un lugar central en la negociación, mientras que la reforma económica sólo fue abordada como tema secundario y en aquellos aspectos que tenían que ver directamente con la transferencia de tierras en zonas de conflicto y reinserción de los desmovilizados de ambos ejércitos. Por consiguiente, de lo que se trata es de evaluar hasta qué punto se ha avanzado en la reforma política y judicial, y si lo alcanzado es suficiente para dar por consolidada la institucionalidad democrática que se pensaba iba a lograrse una vez concluida la ejecución de los Acuerdos de Paz. En lo que atañe a la reforma política, por más que uno de sus logros iniciales haya sido la inserción del FMLN en el sistema de partidos y su participación en las elecciones de 1994, no se ha profundizado lo suficiente como para dar al traste con viejos vicios del pasado, como el ejercicio político demagógico y oportunista, la compra-venta de favores, la corrupción y el verticalismo partidarios. Los partidos políticos se han mostrado escasamente competitivos y pocos dignos de crédito ante el electorado, así como incapaces de elaborar y proponer proyectos de alcance nacional. Sus liderazgos son obsoletos y están carcomidos por intereses de la más baja especie. El pluralismo en el sistema político no se ha traducido en una mayor calidad de las opciones electorales, sino que más bien es expresión de divisiones partidarias motivadas por protagonismos de individuos respaldados por camarillas ansiosas de obtener beneficios materiales. Es decir, los partidos no han dado señales claras de haberse embarcado en un proceso de democratización interna, paso necesario para el fortalecimiento del sistema político y para el fortalecimiento de una institucionalidad democratica, sin la cual es imposible pensar, siquiera para un futuro lejano, en las reformas estructurales pendientes desde el fin de la guerra. La reforma judicial también deja mucho que desear. Dejando de lado el irresuelto problema de la depuración judicial, es indudable que aquí el punto sensible es el de la seguridad ciudadana y el papel que juega la Policía Nacional Civil (PNC) en la misma. La respuesta violenta de la institución policial a demandas de la sociedad civil ha levantado serias dudas sobre su papel como sostén importante de la transición democrática. Con todo, mayores dudas ha levantado la sospecha fundada en pruebas de que al interior del organismo policial existen grupos de inteligencia y espionaje al margen de sus instancias de dirección legalmente establecidas. Y es que si estas instancias paralelas en el seno de la PNC concentran el suficiente poder y responden a las órdenes de grupos o individuos ansiosos de una involución autoritaria nada bueno se puede esperar para el país. El año de 1996 fue escenario no sólo del agotamiento formal de los Acuerdos de Paz, declarados oficialmente como totalmente cumplidos, sino también de la fortaleza creciente de los grupos de poder político y económico, los cuales han consolidado posiciones de fuerza que les están permitiendo amenazar el avance de la institucionalización democrática. Qué duda cabe que ya en los Acuerdos de Paz fue postergada la reforma de las estructuras socio-económicas. Se trató, sin embargo, de una postergación temporal hasta que la izquierda canalizara electoralmente el apoyo de quienes la apoyaron durante la guerra y de quienes se hicieron presentes en la Plaza de los Mártires (en el centro de San Salvador) para celebrar el cese de las hostilidades militares. Pese a lo anterior, en 1996, como en ningún otro año desde la firma de la paz, se han sentado las bases para que esa reforma se postergue ad infinitum. Pero también la reforma política y judicial se ha estancado en aspectos sustantivos como la depuración de los jueces, la democratización de los partidos y el fortalecimiento del sistema político. La superación de estas taras políticas y judiciales tendrá que esperar para 1997. Quedan como puntos pendientes, cuya postergación no sólo favorece a quienes se han atrincherado en posiciones autoritarias, sino que debilita las voces de quienes desde la sociedad civil rechazan legítimamente el atascamiento del proceso de cambios políticos y económicos largamente esperado. Por último y como complemento esencial de lo anterior, no se puede dejar de señalar que otro punto irresuelto en 1996 es el de los supuestos ecológicos de los modelos de desarrollo que se implementan o se pretenden implementar en el país. Hasta ahora, la ecología ha sido considerada como una "variable externa" en los proyectos de desarrollo económico social; sin embargo, El Salvador está llegando acelaradamente a sus límites ecológicos, más allá de los cuales es imposible el sostenimiento de cualquier modelo de desarrollo. Dicho de otra forma, la ecología debe de ser integrada como una variable fundamental en cualquier propuesta política y económica con un mínimo de seriedad, pues es ella la que condicionará en el futuro inmediato las posibilidades de la economía, la política y la sociedad en nuestro país. Los empresarios ciertamente seguirán buscando acumular riquezas; los políticos seguirán buscando la ansiada cuota de poder; y la sociedad seguirá luchando por sobrevivir a la voracidad empresarial, la incompetencia estatal y la violencia, pero cada uno de esos grupos estarán luchando por nada una vez que el país colapse ecológicamente. Es por evitar este colapso por el que tenemos que luchar todos los salvadoreños. Esta es una lucha que sí vale la pena, puesto que en ella se juega la vida nuestra y la de las generaciones venideras. Esta lucha no puede esperar a ser postergada por un año más. La firma de la paz en Guatemala Una de las noticias importantes al finalizar año 1996 nos anunciaba la firma de los acuerdos de paz en Guatemala, lo que pondría fin a 36 años de conflicto armado. El fin de la guerra y los esfuerzos por solucionarla pueden evaluarse como una señal positiva de cambios prometedores para el vecino país. Desde el primer acuerdo básico suscrito en Oslo, el 30 de marzo de 1990, hasta el acuerdo final en Ciudad de Guatemala, el 29 de diciembre de 1996, pasaron seis años y se firmaron trece acuerdos entre los que sobresalen la situación de los pueblos indígenas, reasentamientos para la población desplazada por el conflicto, el papel del ejército frente a la sociedad guatemalteca, la investigación sobre graves hechos de violaciones a los derechos humanos, así como reformas al sistema electoral, reinserción de los ex combatientes de la URNG y el cese de fuego definitivo. Debemos reconocer que las materias sobre las cuales se lograron acuerdos son difíciles de alcanzar e implementar en sociedades como la guatemalteca, dirigida durante décadas por dictaduras militares. Precisamente, la imposición del poder militar rompió con las aspiraciones democráticas iniciadas por Jacobo Arbenz en la década de los cincuenta y desembocó luego en uno de los conflictos más antiguos de América Latina. Al examinar estos acuerdos, podemos observar coincidencias con el proceso salvadoreño. Ciertamente, las figuras jurídicas y políticas pueden ser diferentes, pero básicamente comparten el objetivo central: sentar las bases para sociedades democráticas con participación de amplios sectores y la subordinación del poder militar al civil. El papel del ejército al frente de la sociedad y la reducción de sus efectivos son una de las primeras coincidencias en ambos procesos. Las transformaciones de orden institucional para permitir la integración de los ex guerrilleros a la vida civil se presenta con características similares. Asimismo, una de las similitudes y que podría convertirse en el mayor reto para la URNG es la creación de un partido político, pues la reconversión guerrillera a la vida civil podría tener sus sorpresas. La experiencia salvadoreña ya ha dado muestras de estos errores, esperamos que no sea el caso de Guatemala. Por otra parte, un elemento diferencial con relación al proceso salvadoreño es la incorporación a los acuerdos, como punto específico, del tema de la "Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas". Desde nuestro punto de vista, el reconocimiento de los derechos de esta parte mayoritaria de la población guatemalteca es producto de la lucha de Rigoberta Menchú y quienes con ella luchan por los derechos de los indígenas. El acuerdo es importante y representa un avance en cuanto que pretende integrar a todos los miembros de la multifacética población de Guatemala. Los acuerdos parecen prometedores, pero no podemos obviar que la cultura de la confrontación, luego de un poco más de tres décadas de guerra civil, será un obstáculo para la consecución de una paz duradera. La experiencia salvadoreña ha mostrado deficiencias, errores de cálculo, falta de previsión frente a los acontecimientos. Nuestra propia cultura política está dificultando el proceso de cambios. La falta de participación activa de la población, por las propias trabas del sistema o por la apatía frente a la política, muestran las dificultades de la transición hacia la democracia. El drama de la guerra, y esto lo sabemos por nuestra propia experiencia, dejó en nuestras sociedades huellas permanentes e imborrables. Los acuerdos entre las partes pueden sentar un fructífero precedente para encaminar a la sociedad guatemalteca hacia un cambio radical en las propias visiones de futuro de su país. La llegada de la paz a Guatemala es trascendental, compartimos su satisfacción por este logro y deseamos patentizar nuestra congratulación por ello. Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz, momentos antes de la firma del acuerdo sobre cese del fuego definitivo afirmó: "Lo más importante ahora es reconstruir Guatemala. Esta es una paz en la que todos nosotros, de una manera u otra estamos involucrados, algunos como víctimas otros como parte en el conflicto". Las palabras de esta luchadora de Guatemala son símbolo de esta visión sobre el futuro de este territorio multifacético, centroamericano y latinoamericano, así como de todos los que creemos que es posible crear sociedades democráticas, justas y más humanas. Monseñor Rosa: "en 1996 estuvo en crisis la esperanza" El 29 de diciembre, último domingo del año, Mons. Gregorio Rosa hizo un balance poco alentador del desarrollo de la sociedad salvadoreña durante el año. "En 1966 estuvo en crisis la esperanza". En su habitual conferencia de prensa, Mons Rosa señaló que el país atraviesa una crisis que se expresa en el incremento de la extrema pobreza, el desempleo, el costo de la vida, por una parte, y en el clima de inseguridad a causa de la delincuencia por otra. Se mostró extrañado de que en el país se hable de paz y del cumplimiento de los acuerdos. "¿Dónde esta la paz? Firmamos la paz, pero no tenemos la vivencia cotidiana de la paz". Expresó su temor de que se pierda el esíritu de los acuerdos de paz, ya que el pueblo no experimenta sus efectos, no siente que llegó la paz. "No se está viendo, al menos con suficiente fuerza, que surge ese nuevo país donde reina la justicia, la verdad y la solidaridad". La falta de esperanza se manifiesta también en el miedo a la violencia contra la vida y a la injusticia que supone la falta de acceso a la salud, a una vivienda digna y a un trabajo estable. Y esa es la dirección que va tomando el mundo: según el informe del Programa para el Desarrollo de las Naciones Unidas el crecimiento económico ha fracasado para más de la cuarta parte de la población mundial, la cual incluye a El Salvador, recordó. Mons. Rosa se refirió también al quehacer político con gran preocupación. Se están dando soluciones mediocres que no van al fondo de los problemas, como la ley de pensiones. "En 1997 el gobierno debe apostar al bienestar real de la familia que se ha visto golpeada por los incrementos de precios y otras medidas... No basta con hacer un parquecito para que vayan a jugar los niños, o regalar un muñequito de felpa el 25. No. Hay que dar a la familia una esperanza real. No se pueden gastar millones de colones en cosas totalmente absurdas y volverse mezquinos contra la familia, que es la célula básica. Hay que dar de veras a la familia una esperanza real". Por otra parte, los partidos y muchos líderes políticos se han visto inmersos en una crisis de credibilidad y de imaginación. Al interior de la Asamblea se dan ciertos arreglos que no contribuyen a la pacificación del país. Varias leyes se han aprobado al estilo de antes, con chanchullos. "Los legisladores tienen una gran responsabilidad y -considerando el mandato del pueblo- deben cumplir sin estar cambiando de camisola como quien viste para ir a la misa del domingo". Y añadió algo muy preocupante. "Durante este año el país registró una serie de hechos que hacen vislumbrar un retorno a prácticas del pasado. Muchas mentalidades no han cambiado, mucha gente ve la paz como medio para volver a recuperar privilegios perdidos y se están dando fenómenos que nos parecen muy peligrosos. Uno de ellos es volver un poco a la manipulación de los distintos poderes del Estado". Puso como ejemplo el enfrentamiento entre la Corte Suprema de Justicia y el Ministerio de Seguridad Pública, así como cierto arreglos en la Asamblea. Hizo votos por que los acuerdos de paz que se firmaron en Gautemala sean efectivos para la verdadera paz de los guatemaltecos y terminen con la injusticia social, la pobreza y otras raíces que generaron el conflicto, pues de lo contrario lo único que se habrá logrado es que "callen las armas". El año de 1997 tiene que ser el año de la resurección de la esperanza, lo cual supone unas condiciones nuevas y un protagonismo mayor de los distintos sectores de la sociedad civil, no sólo analizando sino también proponiendo soluciones audaces, ya que estamos cayendo en soluciones mediocres, estamos acudiendo a poner parches otra vez y el país que nosotros soñamos es un poco diferente al que se está constryendo". Hacia la canonizacion de Monseñor Recuerdos, testimonios, milagros Cuando se anunció el proceso de canonización de Monseñor, YSUCA organizó un programa con micrófono abierto. Desde la emisora hablaron el Padre Rafael Urrutia, Doris Osegueda y Coralia Godoy, todos buenos amigos de Monseñor, y después hubo muchas llamadas. Reproducimos lo que dijeron los radioyentes con gran sinceridad y emoción. Señor de San Miguel. Yo tengo un pequeño recuerdo. Cuando Monseñor tenía celebraciones, con frecuencia me acuerdo que se entonaba el cántico que dice: "Como el siervo a la fuente de agua fresca, los anhelos de mi alma van en pos de ti Señor". Ya cuando Monseñor Romero era párroco de la Catedral de San Miguel, se escuchaba con frecuencia este cántico y era hermoso cuando allá en San Francisco Gotera por la radio se escuchaba cuando Monseñor Romero estaba predicando. Y es que Monseñor Romero, para mí, corría, como dice San Pablo, a beber de Cristo, a alimentarse para cuidar el rebaño que el Señor le había encomendado. Fue tan fiel a Cristo que cuidó su rebaño, cuidó a su pueblo hasta las últimas consecuencias. Prácticamente en tres años corrió y recorrió lo que normalmente otros no logran ni siquiera andar durante toda su vida. Para mí Monseñor Romero nació con vocación de santo y fue un siervo que corrió rumbo a la santificación. No lo pudieron detener ni el poder de las tinieblas en El Salvador ni el poder del imperio norteamericano. Fue una luz que brilló en El Salvador, iluminó al pueblo salvadoreño y su luz traspasó las fronteras, pasando por el Vaticano, rumbo al cielo. Las tinieblas del Imperio se asustaron porque hacía temblar a los zorros del dinero y de la injusticia. Para mí es un santo especial porque es un santo por vocación y es profeta de los tiempos más crueles de represión que he vivido en nuestro país. Monseñor Romero ya es el santo del pueblo. El poder de las tinieblas lo llevó al martirio. Dios lo tenga en su gozo y nosotros los cristianos estamos llamados a seguir su ejemplo y a venerarlo. Quiero terminar diciendo que Monseñor Romero, tal como él lo dijo, ha resucitado en el pueblo salvadoreño. Vive en nuestro corazones. ¡Qué viva San Romero! ¡Buenas noches! Eduardo, Santa Tecla. Realmente él fue un profeta, un amante de su pueblo. El fue la voz de los sin voz. Yo lo conocí. Estuve con él muy pocas veces, pero las pocas veces que estuve con él me impresionó por su humildad y su entrega a las causas de la justicia. El venía mucho a la iglesia del Carmen aquí en Santa Tecla. El P. Segundo Azcue, jesuita, era su confesor. Allí tuve la oportunidad de saludarlo varias veces. Estuve con él en un almerzo que se le dio al P. Santiago Garrido, jesuita, que cumplía sus cincuenta años de haber sido ordenado sacerdote. ¡Y con qué entusiasmo él saludaba al P. Garrido que había sido promotor del Mensajero del Sagrado Corazón, una hojita que salía mensualmente! El inspiraba realmente, con su persona y con su valentía. La homilía de él cada domingo era una voz de esperanza, una voz que llegaba a la conciencia de las gentes, y por eso los que no querían oírle trataron de silenciarlo. Pero, como dijo un oyente hace un momentito, él vive en el pueblo salvadoreño, ha resucitado. Pero tenemos que seguir pidiendo para que sea llevado a los altares. Ya él está en el cielo indudablemente, pero los salvadoreños lo necesitamos en los altares. Buenas noches. Olimpia, Soyapango. Yo asistí bastante a las misas de Monseñor Romero. Incluso me estuvieron llamando para que diera testimonio sobre él. Yo no pude ir a dar testimonio, porque quizás son incansables los testimonios que tengo que dar sobre él, porque me ha hecho tantos milagros que incluso cuando lo mataron, todos los días iba a verlo. De cuando fue el entierro, todavía guardo un zapato que me quedó. Todavía tengo el zapato allí en mi casa. Mi mamá me dice que no lo bote. Estuve embarazada y yo le había dicho al padre que, si era varón, le ponía el nombre de Monseñor Romero, pero me salió una hembra. Tengo que dar tantos testimonios que no me alcanzaría la noche. Josefina de Galeano, Miramonte. Por algo se dice que es el salvadoreño más representativo de este país. Recuerdo mucho que cuando le reventaron la YSAX él salía a la puerta de Catedral con dos seminaristas jóvenes y con un sombrero y llenaba ese sombrero de dinero. Yo recuerdo también cuando el domingo tenía que ir al mercado y no me quería quedar sin la homilía y pasaba por el mercado de Mejicanos y todo el mundo tenía sintonizada esa radio, pues nadie se perdía la homilía. Y, por otro lado, la elocuencia, y esa valentía con que hacía su denuncia. Yo creo que, como dicen los que me han antecedido, no se podría sintetizar a Monseñor Romero pues es una pesorna tan amplia. Y comparto con el P. Urrutia que, cuando no puedo dormir, me dirijo a él. Marta Méndez, Ciudad Credisa. Yo quería dar el testimonio de que a mí me encantaba mucho de que Monseñor Romero estuviera allí donde lo habían dejado en Catedral, porque allí yo muchas veces llegaba a hablar con él, no como persona que está allí enterrada sino como a un santo que está cerca de Dios, a la par de Dios. Entonces una de mis hijas se había ido para Estados Unidos, pero se había ido a su modo, así como dicen, y entonces a los tres meses me hablaron de que no tenía trabajo, y entonces yo aquí venía a Catedral, iba al altar mayor a orar y después allí donde él. Yo le hablé con todo mi corazón y con lágrimas en los ojos, como ahora (la señora habla entre sollozos y muy emocionada), y entonces le dije que mi hija se había ido a un país lejano, y que él sabía los sufrimientos de las personas aquí en El Salvador, y que me le proporcionara un trabajo porque él estaba cerca de Dios y me podía escuchar. Y entonces así fue. Fíjese que cuando terminé y vine aquí en la casa y puse el pie en la puerta, mis hijas hasta lloraban de emoción también, porque mi hija acababa de hablar de que ya tenía trabajo, y entonces, fíjese, que en ese trabajo mi hija duró trece años y todavía sábados y domingos va allí a trabajar. Yo le digo ese trabajo no te lo dio nadie de aquí de la tierra, sino Dios y Monseñor Romero, que él escuchó mis ruegos. Para mí es un santo que está en el cielo. Y de él me han hablado muchas personas y me dicen de que sí ha hecho muchos milagros y yo doy testimonio de éste que sí fue un milagro que él me hizo. Africa y la solidaridad sur-sur En los últimos números de Carta a las Iglesias hemos dicho una palabra sobre la tragedia de Ruanda, Burundi, Zaire, palabra insignificante, cuya finalidad fundamental ha sido mostrar solidaridad -nosotros que tanta hemos recibido- y fomentar la solidaridad entre los países pobres. En este número añadimos algunas noticias y comentarios. La hipocresía de la sociedad occidental "Dos años y medio haciendo sonar las aldabas de todas las puertas, transmitiendo los gritos de millón y medio de seres humanos desplazados de sus tierras y viviendo al límtie de lo imaginable, nos han demostrado la sordera y la ceguera de una sociedad occidental implantada en la comodidad y el egoísmo. La tragedia de los Grandes Lagos ha sido anunciada, denunciada por activa y pasiva, y, sin embargo, no ha hasido evitada". Umoya, boletín del comité de solidaridad con el Africa Negra. "Durante muchos siglos hutus y tutsis coexistieron hasta llegar a participar de una misma lengua y cultura. El conflicto, pues, no se puede interpretar unilateral e interesadamente por razones étnicas... El arzobispo Munzihirwa escribió una carta al ex- presidente Carter a comienzos de este año, semejante a la que Monseñor Romero le escribió cuando era presidente. Respondamos a la última pregunta que hace en su carta: Las armas del conflicto son de fabricación belga, francesa, árabe y norteamericana. Se ha denunciado que los franceses han adiestrado a "escuadrones de la muerte" hutus, y la ONU investiga ahora el tráfico de 30 toneladas de armas desde España a hutus de Ruanda en 1994 ¡un mes después del genocidio y en medio de un embargo de armas decretado por la ONU! Esas armas españolas iban destinadas a los mismos hutus que asesinaron a los hermanos maristas españoles. No se trata, por lo tanto, de que las grandes potencias no quieran hacer una "intervención humanitaria". La auténtica verdad es que hace tiempo que realizan una intervención genocida. Las agencias europeas AFP, francesa, y Reuter, alemana, promueven la intervencion internacional, mientras que la poderosa AP, de Estados Unidos, guarda un sospechoso silencio, acorde con el bloqueo que Estados Unidos mantiene en el Consejo de Seguridad sobre la intervención para permitir así la desestablización del área. En Burundi han asesinado a 300 personas en una Iglesia". Estudiante de teología de la UCA. Cumbre episcopal en Nairobi Las Iglesias de los países más afectados por la tragedia se reunieron el 18 de diciembre en Nairobi. No tenemos detalles de las conclusiones, pero lo importante es que se reunieron los obipos para reflexionar en común sobre la gravísima crisis, sobre las prioridades de carácter personal y sobre las necesidades constatadas por las Iglesias locales. La reunión quiere propiciar la unidad eclesial para superar las laceraciones provocadas por los conflictos y contribuir así a la reconciliación. De hecho, en la región han sido asesinados cinco obispos, varios sacerdotes y religiosas, africanos y europeos. Y desde hace días nos se tiene noticias de un obispo emérito ruandés que vive en Goma. Por su parte, Juan Pablo II, en el discurso dirigido al nuevo embajador de Ruanda ante la Santa Sede, afirmó que la auténtica reconciliación debe estar basada en la verdad y en la confianza mutua, que no se puede olvidar a los numerosos ruandeses que todavía están fuera del país, a menudo en situaciones drámaticas, y que la justicia y la equidad deben presidir el juicio a las personas acusadas de haber tomado parte en el genocidio. El Papa admitió la responsabilidad de varios sacerdotes en el genocidio registrado hace dos años, y dijo que "todos los miembros de la Iglesia que han pecado durante el genocidio deben tener el coraje de soportar las consecuencias de hechos que han cometido contra Dios y contra su prójimo". La esperanza: "A ustedes, mujeres africanas" "En estas situaciones trágicas que nos aplastan, permanezcamos como los únicos testigos del misterio de la vida, anunciadoras de la victoria de la vida sobre la muerte. Siguiendo el ejemplo de tantas mujeres que en la historia han sabido mantenerse en la determinación de salvar la vida de sus pueblos, permanezcamos firmes también nosotras en la lucha. El Dios de la vida quiere desde siempre que participemos en el éxito de la historia de la salvación de la humanidad. No dejemos podrir la vida que nace de nosotras. Apretémonos bien los riñones hasta dar a luz a un Africa más justa, más libre, más liberada, fundada en valores humanizadores. Lo sabemos por experiencia: la verdadera vida sólo se da si se afronta con el sufrimiento y la muerte". Movimiento de mujeres del Zaire por la Justicia y la Paz Noticias eclesiales de aquí y de allí Nuevo obispo de San Miguel. Mons. Romeo Tovar Astorga estuvo en la terna para arzobispo de San Salvador y será, a partir de marzo, el nuevo obispo de San Miguel. Su nombramiento para la tercera diócesis más importante del país es coherente con la política vaticana de nombramientos en los últimos años. Su tendencia es conocidamente conservadora, distante de la de Mons. Rivera. Un ejemplo: cuando éste acusaba a la fuerza armada del asesinato de los jesuitas, Mons. Tovar acusaba al FMLN. En la nueva diócesis le espera una ardua tarea, entre otras la atención a miles de campesinos y campesinas que fueron olvidados durante y después de la guerra por el actual señor obispo. Allí están, también, lugares como El Mozote, símbolo viviente de inhumanidad, pero también lugar de esperanza, como lo muestra la vida cotidiana y las celebraciones anuales. Le deseamos a Mons. Tovar mucho éxito en su tarea episcopal. Obispos argentinos apremian a la Corte Suprema de Justicia. Con el nombramiento, hace mes y medio, de Mons. Estanislao Karlic, como nuevo presidente de la Conferencia Episcopal, ésta, una de las más conservadoras del continente, sobre todo en los años de la dictadura militar, ha dado un gran giro. En un encuentro con el presidente Menem los obispos manifestaron recientemente su preocupación por la reforma laboral que proyecta el gobierno. Con los sindicatos comparten su visión de estar en "la peor crisis de la historia". A los diputados y senadores les han recordado que deben ser modelos de "legislador ideal". El día 12 de este mes los obispos apremiaron a la Corte Suprema de Justicia a que se esfuerce por impartir una justicia equitativa, eficaz y con credibilidad. Hace poco los obispos emitieron un comunciado en el que señalaban que "la justicia se va a convertir en una de sus principales preocupaciones", al comentar que "el país está herido por el escándalo". De hecho las encuestas muestran que los jueces tienen una imagen negativa,y algunos magistrados han sido acusados públicamente de estar involucrados en casos de corrupción. Tras es el encuentro con los obispos, los magistrados manfiestan su intención de "revisarse permanentemente". Visita de Juan Pablo II a Cuba. Despés de la histórica visita de Fidel Castro a Juan Pablo II, el portavoz vaticano anunció la visita de Juan Pablo II a Cuba en 1977. En Cuba lo ha vuelto a confirmar el cardenal Jaime Ortega en la popular fiesta de San Lázaro que se celebra en el Rincón. La fiesta congrega a muchos católicos y es la misa más masiva que se celebra en la isla. El gobierno nunca ha prohibido esta peregrinación que, según observadores locales, alcanzó su máxima asistencia en 1993 y 1994, los peores años de la crisis económica. Las palabras del cardenal fueron acogidas con gritos de "¡Viva el Papa!". No sabemos que pasó en la misteriosa visita entre el Papa y Fidel Castro, pero no cabe duda que puede ser beneficiosa para el pueblo y la Iglesia de Cuba. De hecho, Estados Unidos queda una vez más en evidencia, pues el Papa ha condenado el bloqueo económico y ahora recibe a Fidel. Este, a su vez, se ha visto forzado a dar pasos en la línea de la libertad, esta vez aceptando el ingreso a Cuba de varios sacerdotes y religiosas. De hecho ya ha comenzado el ingreso. La Santa Sede en la cumbre de la alimentación. El representante de la Santa Sede ante la ONU, Renato Marino, reclamó en Nueva York un reconocimiento mundial del derecho a la alimentación. "Se trata de una cuestión de vida o muerte". Añadió que la ayuda alimenticia de emergencia, cuando hay catástrofes, puede convertirse en algo perverso, si oculta o mantiene la falta de solidaridad entre los pueblos ricos y pobres. La seguridad alimenticia supone una reforma agraria para poner fin a un escándalo: "en algunos países el 1 por ciento de la población controla el 50 por ciento de las tierras". En 1990, en Uagadugu, Juan Pablo II dijo: "¿Cómo juzgará la historia a una generación que cuenta con todos los medios necesarios para alimentar a la población del planeta y que rechaza hacerlo por una obcecación fratricida?". "Cercano ya el Tercer Milenio" La esperanza de Juan Pablo II para la humanidad Hace tres años Juan Pablo II escribió una carta apostólica tituladaTertio Millennio Adveniente en preparación para el año 2000, año del Gran Jubileo. Ahora que comenzamos la preparación para el jubileo presentamos algunos puntos de la carta, que debemos tener muy presentes desde nuestra realidad salvadoreña. Y digamos antes de empezar que esta carta de Juan Pablo II, como la Palabra de Dios que se hizo carne y puso sus tienda de campaña entre nosotros, se encarna en los problemas, en las angustias y en los esperanzas de nuestro tiempo. Se dirige a los cristianos, pero ojalá también la tengan en cuenta gobernantes y políticos. La fe en Jesucristo, en efecto, se mezcla con toda naturalidad con el perdón de la deuda externa y el recuerdo de los mártires con las críticas al neoliberalismo. La esperanza: el amor de Dios El Papa no es ingenuo. Presenta un balance de este siglo que no es nada halagüeño, sino trágico: las grandes guerras, los sistemas económicos enfrentados, el orden y desorden internacional. Y tras la caída del muro de Berlín, en 1989, que parecía ser la solución para muchos problemas, han vuelto a surgir nuevos peligros y amenazas mundiales, de manera especial los conflictos nacionalistas. Y ese nuevo orden mundial fomenta, además, la indiferencia religiosa, la ausencia de Dios y el relativismo ético, Pero el Papa tiene esperanza. Frente al actual intento de mundialización Juan Pablo II recuerda el plan de salvación de Dios para toda su creación. Nos presenta a un Dios que sí se preocupa de los seres humanos, comprometido con su creación y que nos salva a costa de su propio sacrificio. Y aquí aparece una idea, importante para nosotros en El Salvador: el amor y la entrega de Cristo "ajusticiado por obra del procurador Poncio Pilato bajo el imperio de Tiberio" (n. 5), cruz que aparece asociada a las persecuciones y a los mártires de toda la historia de la Iglesia. Juan Pablo II, al hablar de la realidad de nuestro mundo, nos pide que no olvidemos a nuestros mártires. El gran jubileo del año 2.000: perdón de la deuda En este contexto el Papa anima a la utopía: el año 2.000 debe ser "el gran Jubileo", tiempo de gran alegría por ser el Año de Gracia del Señor, y recuerda qué era el jubileo en Israel. Cada 50 años se condonaban las deudas y se liberaba a los esclavos, se devolvía la igualdad a los hijos de Israel y se realizaba el destino universal de todos los bienes: igualdad jurídica e igualdad económica, que Juan Pablo II afirma ser la inspiración de la enseñanza social de la Iglesia. Desde este precepto bíblico el Papa da un salto a nuestro fin de milenio y lo propone como el tiempo oportuno para una notable reducción o condonación de la deuda internacional que pesa gravemente sobre muchas naciones (n. 51). La honradez de pedir perdón Muchas cosas hay que hacer para prepararnos al jubileo como Dios manda -textos, celebraciones, liturgias-, pero hay que comenzar con lo más importante: la honradez. Por eso, la Iglesia debe prepararse al gran jubileo pidiendo perdón por sus pecados históricos, antitestimonios y escándalos. En el mundo eclesial y religioso, estos pecados han desgarrado la unidad de los cristianos, y la intolerancia religiosa llegó a utilizar medios violentos en la defensa de la fe, cuando la verdad debe defenderse con los argumentos de la verdad. Pues bien, la Iglesia debe asumir su responsabilidad en la indiferencia religiosa, en la ausencia de Dios, en el secularismo y en el relativismo ético. Y también debe asumirla en la sociedad. El Papa pide a todos los miembros de la Iglesia entrar en un proceso de autocrítica "sobre las responsabilidades de los cristianos también en relación a los males de nuestro tiempo". El n. 36 ofrece varias preguntas para el examen de conciencia, entre las cuales mencionamos dos de ellas. "¿Cómo no sentir dolor por la falta de discernimento, que a veces llega a ser aprobación, de no pocos cristianos frente a la violación de fundamentales derechos humanos por parte de regímenes totalitarios? ¿Y no es acaso de lamentar, entre las sombras del presente, la corresponsabilidad de tantos cristianos en graves formas de injusticia y marginación social?". Todo esto se aplica también y muy directamente al neoliberalismo imperante a nivel mundial. Su filosofía no encaja con la enseñanza social de la Iglesia y su praxis es un ateísmo secularizante. Los sínodos continentales han ido señalando las exigencias de nuestro mundo, y en relación al continente americano, la carta llama la atención a "la propuesta de un Sínodo panamericano sobre la problemática de la nueva evangelización en las dos partes del mismo continente, tan diversas entre sí por su origen y su historia, y sobre la cuestión de la justicia y de las relaciones económicas internacionales, considerando la enorme desigualdad entre el Norte y el Sur" (n. 38). Ecumenismo para promover la vida Frente a un proceso de mundialización, caracterizado por la indiferencia religiosa, la ausencia de Dios, el secularismo y el relativismo ético, en la carta se apoya la promoción del ecumenismo, el fortalecimiento del diálogo y el acercamiento pastoral a las hermanas religiones históricas y a las confesiones teístas, transcendiendo los conflictos del pasado, que rasgaron la unidad de la Iglesia y de la humanidad. Pero esto ecumenismo es necesario no sólo religiosa, sino humanamente. Hay que afrontar la "crisis de civilización que se ha ido manifestando sobre todo en el Occidente tecnológicamente más desarrollado, pero interiormente empobrecido por el olvido y la marginación de Dios" (n. 52). Si en su encíclica de 1991, con ocasión del centenario de la Rerum Novarum, Juan Pablo II hablaba del ateísmo y de la persecusión religiosa de los regímenes del Este europeo, en la presente carta lamenta el ateísmo del Occidente tecnológicamente desarrollado, en su doble vertiente de la marginación de Dios (n. 52) y de las intolerables disigualdades sociales y económicas (n. 51). Tampoco para Juan Pablo II el neoliberalismo es "el fin de la historia". "A la crisis de civilización hay que responder con la civilización del amor, fundada sobre los valores universales de la paz, solidaridad, justicia y libertad, que encuentran en Cristo su plena realización" (n. 52). Jesucristo y la opción por los pobres El Vaticano II, y Medellíín para nosotros, marcaron el camino para la sensibilización y compromiso de nuestra fe, pero se necesita una preparación más inmediata. Para ello Juan Pablo II propone que en 1997 profundicemos en Jesucristo, "único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre". En 1998, en el Espíritu vivificador, que unifica con sus carismas el cuerpo de la Iglesia. Y en 1999, en la presencia de Dios Padre, del Dios que es amor y que nos hace a todos hermanos. El recuerdo de Jesús le lleva por necesidad a los pobres. "Recordando que Jesús vino a "evangelizar a los pobres" (Mt 11, 5; Lc. 7, 22), ¿cómo no subrayar más decididamente la opción preferencial de la Iglesia por los pobres y marginados? Se debe decir ante todo que el compromiso por la justicia y por la paz en un mundo como el nuestro, marcado por tantos conflictos y por intolerables desigualdades sociales y económicas, es un aspecto sobresaliente de la preparación y de la celebración del Jubileo" (n. 51). Estas palabras siguen siendo de suma actualidad. El plan de salvación de Dios, al ser universal, exige una opción preferencial por lo más universal, es decir, por los pobres y marginados. Sería una especie de contradicción constitucional de la Iglesia "católica" presentarse como Iglesia de y para minorías privilegiadas. La opción preferencial nos lleva a un compromiso mayor. Usando una expresión bien conocida entre nosotros, dice el Papa: "Así, en el espíritu del Libro del Levítico (25, 8-28), los cristianos deberán hacerse voz de todos los pobres del mundo, proponiendo el jubileo como un tiempo oportuno para pensar, entre otras cosas, en una notable reducción, si no en una total condonación, de la deuda internacional, que grava sobre el destino de muchas naciones" (n. 51). Estas son tareas para estos tres años en las que se decidirá si nuestra religión, nuestra pastoral, nuestra teología, nuestras ciencias sociales, las vivimos o no "en espíritu y en verdad". El testimonio de los mártires de hoy El gran testimonio de una Iglesia en espíritu y en verdad es siempre "la sangre de los mártires, semilla de cristianos". Si la Iglesia del primer milenio así nació y se propagó (Tertuliano), "al término del segundo milenio la iglesia ha vuelto de nuevo a ser iglesia de mártires". Digamos que el Papa bendice los recientes números de Carta a las Iglesias: "No los olvidamos". Y Juan Pablo II agrega: "Es un testimonio que no hay que olvidarÉ En nuestro siglo han vuelto los mártires, con frecuencia desconocidos, quasi "militi ignoti" (soldados desconocidos) de la gran causa de Dios. En la medida de lo posible no deben perderse en la Iglesia sus testimonios. Como se ha sugerido en el Consistorio, es preciso que las Iglesias locales hagan todo lo posible por no perder el recuerdo de quienes han sufrido el martirio, recogiendo para ello la documentación necesaria" (n. 37). El Papa pide, pues, que se actualice el martirologio de toda la Iglesia, porque esto manifiesta la vitalidad de las Iglesias locales. Y en eso, bien le podemos ayudar desde El Salvador. Bajo la protección de la "humilde muchacha de Nazaret" Juan Pablo II, que además de Papa es polaco y, por ello, devoto de la Virgen, en consonancia con una devoción arraigada en América Latina, termina recordando a la virgen del Magnificat en el advenimiento del Dios Padre, Hijo y Espíritu a nuestro mundo de hoy. En María se realiza el mejor ejemplo de "género teológico", el gran papel de la mujer en el plan de salvación de Dios. Esperamos que el cardenal RaTzinger no vaya a amonestar al Papa por presentarnos una Trinidad con cuatro personas. Y esperamos que este breve recuento de algunos temas, reflexiones y aplicaciones que Juan Pablo II hace en su carta apostólica, salpicada de ricas citas bíblicas, pueda alimentar las reuniones litúrgicas y pastorales de las comunidades locales, dedicadas a predicar la buena noticia del año de gracia del Señor.Fco. Javier Ibisate S.J. La vigilia ante La Escuela de las Américas, 15-16 de noviembre P. Paul Locatelli, S. J. Rector de la Universidad de Santa Clara No es habitual para mí participar en vigilias por la paz. La primera vez que lo hice fue al comienzo de los años setenta cuando, con un grupo de estudiantes de la Escuela Jesuita de Teología de Berkeley, fui a la bahía de San Francisco para pedir el fin de la guerra de Vietnam. Nuestra esperanza era, entonces, que regresaran nuestros soldados, quienes, supuestamente, estaban luchando contra la expansión del comunismo y la defensa de la democracia, aunque, en realidad, también ellos eran víctimas al igual que los civiles vietnamitas. Yo no juzgaba entonces la moralidad de ser soldado -yo mismo había sido uno de ellos-, sino que protestaba contra la injusticia de una guerra que el gobierno de Washington prolongaba innecesariamente. Mi segunda vigilia por la paz fue al final de los ochenta - también en California- para pedir el fin de la ayuda militar a la guerra en El Salvador. Y mi tercera vigilia ha sido el 16 de noviembre ante el fuerte Benning, en el séptimo aniversario del martirio de seis jesuitas y dos mujeres en la Universidad Centroamericana de San Salvador. Allí nos juntamos unas 400 personas para pedir el cierre de La Escuela de las Américas. Y éstas son las razones. Difícilmente se podrá decir que la Escuela de las Américas representa nuestros mejores ideales. Ahora sabemos que los instructores de esa Escuela "enseñan" a militares de Centro y Sudamérica a hacer uso de la tortura, el asesinato, el chantage, arrestos falsos; enseñan, incluso, que se puede llevar presos a los padres de informantes infiltrados para disimular la identidad de éstos y conseguir sus objetivos. No parecen tener ningún principio moral. Ahora, a medida que va desapareciendo el secretismo que rodea a la Escuela, estamos descubriendo la aberrante historia de sus cincuenta años. Y el problema va más allá del entrenamiento que se ha dado a 59,000 militares latinoamericanos. Nuestra política internacional todavía permite que el Pentágono apoye actividades criminales a través de asesores de la Escuela de las Américas y que la CIA use a graduados formados en esa Escuela, aunque hayan sido acusados de cometer graves atrocidades. La razón principal para participar en esta vigilia es que estoy convencido de que todos somos responsables de nuestro mundo, y de que, dependiendo de lo que hagamos, el bien prevalecerá finalmente sobre el mal. Yo pertenezco, además, a la comunidad cristiana, que es una comunidad que tiene memoria y esperanza, pero no es suficiente recordar a ocho mártires salvadoreños. Nuestra esperanza es transformar el mundo, ofreciendo paz y amor, compasión y justicia. Sobre las consecuencias de esta tarea me iluminó un texto de Jon Sobrino, S.J.: "Cuando la misericordia toma la forma de justicia y liberación en la historia -por racional y razonable que esto sea-, tiene que confrontarse con aquellos que no se dejan regir por el principio misericordia". Como primer orador en la vigilia del día 16 quise expresar también por qué la misión de una universidad es la de hace avanzar la fe y la justicia en nombre del Evangelio, y exponer el contexto necesario para exigir que se cierre la Escuela de las Américas, pues es un instrumento de actividades criminales. Lo que escribo a continuación es fundamentalmente lo que dije en la vigilia: "Estoy aquí con ustedes porque soy sacerdote y porque soy rector de una universidad. Como sacerdote, estoy celebrando con ustedes las vidas de ocho mártires salvadoreños que fueron asesinados hace siete años en El Salvador en medio de la oscuridad. Fue un asesinato planificado y llevado a cabo por personas entrenadas en Fort Benning en un programa financiado con dinero de los impuestos de ciudadanos norteamericanos. Estos mártires fueron asesinados por su decisión de seguir el camino de Jesús: 'ser una buena noticia para los pobres, dar vista a los ciegos y liberar a los oprimidos' (Lc 4, 18). Como rector de universidad, vengo a defender el derecho a la verdad y a la libertad académica. Sé muy bien que investigar la realidad hasta sus últimas consecuencias, sin importar cuán impopular o amenazante sea, es el corazón de toda investigación y es el alma de toda universidad. Ignacio Ellacuría, Ignacio ("Nacho") Martin- Baró y Segundo Montes fueron intelectuales internacionalmente reconocidos en filosofía, psicología y sociología. Trabajaron infatigablemente por crear la universidad que Ellacuría describió en el discurso de aceptación del doctorado honoris causa que le otorgó, en 1982, la Universidad de Santa Clara: Una universidad de inspiración cristiana tiene que tomar en serio la opción preferencial por los pobres... Esto no significa que la universdad deje de cultivar la excelencia académica que se necesita para resolver los problemas sociales. Significa más bien que la universidad debe encarnarse entre los pobres intelectualmente para ser ciencia de los que no tienen voz, el respaldo intelectual de los que en su realidad misma tienen la verdad y la razón, aunque sea a modo de despojo, pero que no cuentan con las razones académicas que justifiquen y legitimen su verdad y su razón. La guerra salvadoreña ocupó un lugar central en los corazones de estos jesuitas y en todo su trabajo intelectual. Los profesores Martín-Baró y Montes demostraron, sin ninguna duda, que la guerra en El Salvador no era una guerra de la democracia contra el comunismo, sino un brutal esfuerzo por mantener los intereses de unos pocos privilegiados a costa de la apabullante mayoría de pobres salvadoreños. Y Ellacuría demostró, con toda claridad, que a los campesinos pobres les eran negados sus derechos a la vida, a la alimentación, a una vivienda adecuada y a no ser víctimas de la tortura y del terrorismo de estado. Estos intelectuales fueron asesinados por publicar las conclusiones de sus investigaciones, y sólo con la muerte pudieron impedir que estos intelectuales de integridad y convicción dijeran la verdad. Y es importante notar que ahora celebramos en todo el mundo la esperanza y la verdad de sus vidas -no las mentiras de sus asesinos. Celebramos a todos nuestros hermanos y colegas de Centro y Sudamérica, testigos de la importancia y de la responsabilidad de la libertad académica. Ignacio Ellacuría fue un amigo. Quisiera aplicar ahora a la Universidad Jesuita de El Salvador lo que él dijo una vez de la Iglesia salvadoreña: en los anales de la vida intelectual es difícil encontrar una universidad que haya sido martirizada y perseguida simplemente por fidelidad a su compromiso con la verdad y por su fidelidad al pueblo de Dios. Finalmente, como rector de una Universidad y como educador, he venido también a protestar porque nuestro gobierno llame a este lugar una 'escuela'. Las escuelas educan, y la educación es un proceso que lleva a los seres humanos a buscar la verdad, a descubrir lo mejor de nuestra humanidad y a vivir verdaderamente vidas que son humanas. La tortura, el engaño, el secuestro, son perversión, no perfección del espíritu humano. Instituciones que enseñan esas prácticas no tienen ningún derecho a llamarse 'escuelas', pues están al servicio de esa dehumanizacion de la que precisamente nos quiere liberar la educación. Hasta que no se cierre este lugar y esta 'escuela' no haremos realidad la visión de Amós: 'que la justicia fluya como el agua y el derecho como torrente inagotable' (5, 24)". La vigilia terminó cuando 54 personas "cruzaron la línea" hacia el fuerte, confrontando la violencia con la no violencia. Fueron arrestadas y recibieron sentencias de hasta seis meses de cárcel. Mientras tanto, los instructores de La Escuela de las Américas continúan entrenando en la violencia y la opresión.