UCA

Universidad Centroamericana José Simeón Cañas



Carta a las Iglesias

© 1997 UCA Editores


Carta a la Iglesia, primera quincena de enero, No 369.

Tareas de la Iglesia para 1997

Una misión con aliento: la salvación de un pueblo

Los mártires y la tradición de la Iglesia de la arquidíócesis hicieron de la misión, como Jesús, algo central: decidieron salvar al pueblo y hacer de él un pueblo de hermanos y hermanas, un pueblo de Dios. Y lo más importante es que no era la Iglesia, una vez constituida, la que decidía qué es lo que hay hacer, sino que volcándose toda ella en la misión, con ilusión y decisión, se iba haciendo Iglesia. Anunciando el evangelio y construyendo el reino, denunciando el pecado y cargando con sus consecuencias, se fue constituyendo la Iglesia de Monseñor Romero y de los mártires, con un aliento que la sacaba de sí misma y la encarnaba entre el pueblo.

¿Está volcada hoy la Iglesia en la salvación del pueblo?

¿Y ahora? Las cosas han cambiado -y mucho- con las excepciones de siempre, por supuesto, que no son pocas. Y es que hoy se habla mucho en la Iglesia de métodos pastorales, pero muy poco o casi nada de una misión seria al servicio de Dios y de su pueblo, misión que la unifique a toda ella, que ponga una dirección correcta a todo lo que hace, que haga central a los mártires y a Jesús. Y se habla también mucho de cosas de la misma Iglesia: qué va a pasar con el seminario, quién va a ser nombrado obispo en tal o cual lugar, cómo van a ser visitas como las del Papa y quién podrá estar cercano a él, cuándo va a estar terminada catedral... cosas todas ellas comprensibles y aun buenas, pero que se quedan, por así decirlo, "dentro" de la Iglesia.

Por otro lado, la gran realidad del país, parece como que queda fuera y no fuera objeto de sus desvelos y de su misión, al menos no con la radicalidad que exige la magnitud de la tragedia. ¿Qué dice y hace la Iglesia por las myorías pobres, cómo le impacta lo que dicen las encuestas, cómo le sacude y cómo enfrenta la carestía de la vida, la delincuencia, la corrupción e ineficacia gubernamentales y de los políticos, los derechos humanos malparados, la nueva policía (con muchos vicios de la antigua), el desencanto, el tener que abandonar el país para sobrevivir en el norte o del dinero que viene del norte, y tantas cosas más?

La Iglesia no puede ni debe hacerlo todo, evidentemente, pero debe al menos tener aliento en su misión, comprenderla desde los grandes problemas y colaborar -con modestia- en su soluciones. En ello está en juego la relevancia de la Iglesia en el país, como levadura de transformación social, pero también su identidad, pues una Iglesia que no esté volcada a la salvación del pueblo, sino que se centra en sí misma y se concentra en algunas obras buenas será un moderno reducto de esenios, antiguos monjes en tiempo de Jesús, buena gente, pero sin compromisos con el pueblo; será una pequeña comunidad sin proyección hacia fuera, será una secta cerrada. Y si se responde que sus miembros son muchos y ello ya produce impacto social, hay que preguntarse qué impacto es ése, si alienante y adormecedor, o si estimulante y comprometido.

Hay que volver, pues, al aliento de la misión y a una misión con aliento. Esto significa, en primer lugar, tener una visión globalizante de la misión, que -desde la parcialidad de la pobreza- analiza la totalidad de la injusticia, y, junto con otros, propone vías de solución por modestas que sean. Hay que volver a la noción de liberación integral, propuesta por los obispos latinoamericanos, y no caer en el reduccionismo de una evangelización que abandona el país a su miseria.

Hay que volver al análisis, en cartas pastorales, de la realidad en su dimensión estructural que tanto condiciona el cotidiano vivir. Hay que volver a la denuncia, no como puro desahogo subjetivo sino como protesta objetiva contra lo que nos imponen: neoliberalismo, globalización, consumismo desaforado, invasión cultural empobrecedora, alienante, infantilizante. Hay que volver a la dimensión histórica y estructural de la misión de la Iglesia.

El aliento de la misión desde los mártires

Sobre ese aliento con el que hay que emprender la misión los mártires interpelan a la Iglesia, y le preguntan si no está tergiversando la salvación de Dios reduciéndola a lo puramente individual, a la beneficencia y al consuelo de un más allá, o si busca, además, "la salvación de un pueblo".

Nosotros venimos de esa tradición. Hasta hace unos años la misión era lo más importante para la Iglesia, y por ello, para atinarle en asunto tan decisivo, se organizaban semanas pastorales, como las de 1970 y 1976, con conflictos, como no podía ser menos cuando el país ardía, pero con aliento y esperanza. Había reuniones del clero y de la CONFRES donde se discutía de verdad los problemas del país para ver cómo darles respuesta. Había los "desayunos" de Mons. Romero, con expertos en la realidad del país, laicos y laicas, por cierto. Había consultas serias a los feligreses, como la encuesta que pasó Monseñor Romero antes de escribir su cuarta carta pastoral sobre la misión de la Iglesia en el país. Había mucho pensamiento y muchas reuniones, pero todo ello con una finalidad muy clara: que la Iglesia como un todo, desde sus diversas dimensiones, llevase a cabo una misión de servicio y salvación al pueblo. No era reunirse por reunirse, ni siquiera sólo para tener algunas ideas pastorales, sino para un "hacer" real en un país real con gravísimos problemas reales. En todo esto hay ahora serio deficit, y por ello la decisión a la misión y el aliento de que esa misión sea "la salvación de un pueblo" nos parece una tarea importante y urgente.

No hay que ser anacrónicos, pero tampoco hay que echar por la borda lo que nos dejaron nuestros mayores, ni confundir nuevos tiempos con vuelta a la sacristía, aunue esto se haga de forma muy sofisticada, o con mediocridad en la misión. Y la razón para ello, además del evangelio de Jesús, es clara y exigente: los "nuevos" tiempos siguen siendo tiempos "calamitosos". Por eso terminemos recordando a aquellos que no eran de espíritu pequeño, sino que tenían aliento en la misión.

Lo fundamental lo expresó magníficamente Ignacio Ellacuría cuando definió a Monseñor Romero como "un enviado de Dios para salvar a su pueblo". Y eso es lo que hay que repetir hasta la saciedad, cuando no se oye hablar, ni por asomo, de "salvar a un pueblo" -con toda la modestia y los matices del caso-, como si no fuese eso precisamente lo que vino a hacer Jesús de Nazaret. Ni se oye hoy quien diga: "estas homilías quieren ser la voz de este pueblo".

Salvar a un pueblo no es cosa de pequeñeces o casuísticas canónicas, sino que es "revertir la historia", no sólo maquillarla, y por supuesto no es dejarla como ésta, sino vivir y desvivirse para que la justicia llegue a ser una realidad. Salvar es decidirse a guiar a pueblos que están como ovejas sin pastor, y poder decir "con este pueblo no cuesta ser buen pastor". Salvar es dar esperanza y poder decir a un pueblo desencantado: "sobre estas ruinas brillará la gloria del Señor". Salvar es anunciar la utopía, la civilización del amor, que para ser real debe ser "civilización de la pobreza". Salvar es anunciar al pueblo que "se avizora el Dios salvador, el Dios liberador".

Estas citas están tomadas indistintamente de Monseñor Romero y de Ignacio Ellacuría, y lo importante de ellas es que expresan pasión y apasionamiento por la misión de servir a este pueblo que lleva el nombre de El Salvador. Ellos, y otros y otras con ellos, vieron a todo un pueblo crucificado y decidieron vivir y morir para bajarlo de la cruz. Ese aliento y ese ánimo es lo que nos ofrecen, y eso es lo que necesitamos.

Y para que no haya escapatoria, no pensemos que esos preclaros hombres de Iglesia e impulsadores de su misión olvidaban a Dios y su salvación. "Quién me diera, queridos hermanos, que el fruto de esta predicación de hoy fuera que cada uno de nosotros fuéramos a encontrarnos con Dios", decía Monseñor Romero. "Para ser hombre hay que ser más que hombre", recordaba I. Ellacuría citando a san Agustín.

Hay queda la interpelación y el aliento a la misión de "salvar al pueblo".

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Mensaje presidencial y aberrante cruzada contra la violencia

El 1 de enero de 1997 el Presidente Armando Calderón Sol se dirigió a la nación para evaluar sus dos años y medio de gestión. En el campo político volvió sobre los Acuerdos de Paz, insistiendo en su cumplimiento. Mencionó la democratización, cuyo logro más relevante habría sido el alto grado de libertad en la sociedad salvadoreña. Pero no hubo ni una palabra sobre la postergada reforma económica ni sus conflictos potenciales ni sobre el bloqueo empresarial al Foro de Concertación Económico Social ni, menos aún, sobre la incompetencia gubernamental ante la voracidad empresarial.

A nivel jurídico, mencionó el fortalecimiento del Estado de derecho, con una Policía Nacional Civil que protege a la población con estricto apego a las leyes. ¿Cómo se ha logrado esto? El presidente lo explica porque ha aumentando el número de efectivos policiales, enfrentando drásticamente a la delincuencia y cumpliendo los compromisos internacionales en el campo de los derechos humanos. Pero las dudas son obvias: recuérdese a las obreras en las maquilas o a los niños de la calles -cuyos derechos son violentados cotidianamente sin que el Estado haga algo para defenderlos. Peor todavía queda el gobierno cuando asocia -sin ninguna lógica- el fortalecimiento del Estado de derecho al crecimiento de la PNC y la eficacia de la lucha contra la delincuencia. Además, los excesos de violencia que han caracterizado a la PNC, así como la presumible existencia de organismos paralelos en su interior, hacen sospechar de su vocación democrática.

Sobre la situación económica, el presidente, tras un atisbo de sinceridad -al reconocer que 1996 fue un año difícil, ya que hemos sufrido un periodo de desaceleración- volvió a repetir lugares comunes: a pesar de la desaceleración, la economía creció un 3 por ciento en 1996, y todos los indicadores económicos muestran resultados positivos. Por supuesto, no podía faltar la alusión al ejemplo por excelencia: el sistema financiero, de cuya fortaleza debemos sentirnos orgullosos todos los salvadoreños, los trabajadores, los campesinos y los empresarios. Este orgullo es ofensivo, cuando a los trabajadores y a los campesinos el modelo económico los hunde en la miseria. Y también lo es para los grupos empresariales que no se han beneficiado -en conjunto y por igual- de los logros económicos, y de ahí las protestas y presiones de los agricultores y los industriales.

En el campo social, los éxitos se ubican únicamente en el sector educativo. En esta área sí se puede hablar de un desempeño encomiable, lo cual dice mucho del trabajo de la Ministra de Educación, sin cuyo empeño la reforma educativa no hubiera visto la luz, pero es la excepción que confirma la regla de un desempeño gubernamental francamente ineficiente.

En otro apartado de su discurso, el presidente habló de la transformación institucional, aludiendo a una reforma del sector público que satisfaga las demandas de una sociedad libre, participativa y solidaria. Pero, de hecho, la reforma del sector público en El Salvador no se ha encaminado a satisfacer las demandas de la sociedad, sino más bien se ha traducido en desempleo -como lo muestra la aplicación del decreto 471- y en un encarecimiento creciente de los servicios básicos.

Por último, no podía faltar en el discurso presidencial la visión hacia el futuro. En el ámbito socio-económico ofreció perspectivas favorables, cuyos frutos comenzarán a percibirse en 1997 en un país que se encamina hacia la modernización. Por ello hay que superar el pesimismo, que sólo ve lo malo y no quiere reconocer las virtudes, el esfuerzo y trabajo que realizan los salvadoreños, trabajadores, campesinos y empresarios. Las evaluaciones que centran su atención en la incompetencia y yerros del gobierno lo hacen más por mala voluntad que por un afán de objetividad. Sin embargo, más allá de las simpatías que despierte Calderón Sol y su gobierno, es claro que los logros presentados son mínimos cuando se examinan a la luz de los graves problemas irresueltos que tiene el país a principios de 1997.

Aberraciones de la lucha contra la delincuencia

1996 también nos ha dejado una amarga lección sobre cómo no combatir la violencia. Y es que una de las ideas más equivocadas para combatir un problema social grave es enfrentarlo con un apasionamiento igual o mayor que el que ya genera el problema. Y el peligro aumenta cuando el problema genera un clamor popular y éste es utilizado por el gobierno para legitimar las medidas más absurdas y anticonstitucionales o cuando sirve de pretexto para que la policía y la justicia actúen de manera irresponsable.

Lo anterior se aplica a cabalidad a la cuestión de la delincuencia, ya sea común u organizada. Como es sabido, el gobierno de Calderón Sol ha probado y vuelto a probar, con poco o ningún éxito, las más variadas medidas, muchas de las cuales atentan contra lo logrado tras la firma de los Acuerdos. Sin embargo, la responsabilidad de estos desatinos no sólo recae sobre el gobierno, sino también sobre quienes, desde los medios de comunicación, mediante críticas más negativas que propositivas, han permitido una lucha contra la delincuencia alocada y confusa.

La insana obsesión de algunos medios escritos y televisivos por los crímenes más sórdidos y la de algunos analistas propugan por el endurecimiento de unas leyes que ahora protegerían al delincuente, llevó a la idea de que para combatir a los delincuentes era necesaria una acción más dura y tajante. Si las leyes vigentes eran insuficientes, había que reforzarlas, aun pasando por encima de las garantías individuales más elementales. Si los policías eran insuficientes, entonces se saca el ejército a las calles o se incrementa la PNC. Si reincidían los delincuentes apresados, la pena de muerte es la única opción.

Esta visión parcializada de la violencia delincuencial, como si el problema fuese irracional y no tuviese causas, ha llevado a que los conatos de solución que se han tomado sean a su vez irracionales, dejando así de lado la búsqueda de soluciones estructurales, de largo alcance y orientadas a proteger la integridad física y moral de los ciudadanos. Los peligros de este tipo de solución son muchos, pero ahora nos interesa resaltar dos: la paulatina pérdida de la presunción de inocencia y el creciente desprecio a la vida de los supuestos delincuentes, lo cual se expresa en las continuas denuncias de uso indebido de la fuerza por parte de la policía.

Posiblemente son pocas las personas que recuerdan el caso de un joven campesino al que hace cerca de dos años se le arrestó porque se le acusaba de haber violado a una niña de menos de un año de edad. A pesar de que el adolescente afirmaba ser inocente, las autoridades lo recluyeron en una prisión de alta seguridad y los medios emprendieron una campaña casi unánime en la que se le describía como el más despreciable de los sujetos. Días después salió a la luz pública que el médico forense que había efectuado el reconocimiento a la menor había errado en el diagnóstico, lo cual mostraba que la acusación era infundada y basada en especulaciones.

Aunque el muchacho fue liberado inmediatamente, es fácil imaginar lo que debe haber significado para él reintegrarse y reconstruir su vida después de ser estigmatizado como delincuente. El infortunado fue víctima de una sociedad que pedía castigo inmediato para cualquier acusado de delinquir, de un sistema judicial y un cuerpo policial que, de la forma que fuera, trataba de estar a la altura de la lucha contra la delincuencia que exigía la población, y de unos medios de comunicación que se habían asignado la tarea de linchar públicamente, mediante la denigración personal, a los presuntos delincuentes. Desde entonces quedó claro que la cruzada nacional contra la delincuencia había ya degenerado en una caza de brujas en la cual todo presunto delincuente era a priori culpable. En la hoguera organizada por la sociedad había ya ardido la elemental presunción de inocencia que por derecho le pertenece a cualquier ciudadano.

Otro suceso lamentable fue el de William Antonio Gaytán, el cual murió, a principios de 1995, cuando un grupo de policías abrió fuego sobre el automóvil en el que se transportaba. Las condiciones en que ocurrió el hecho fueron en extremo irregulares, por ejemplo, el que los agentes decidieran disparar aun cuando ninguno de los ocupantes del carro portaba armas de fuego o el que Gaytán fuera rematado por el motorista de la radio patrulla a pesar de que ya estaba herido de muerte. Esto muestra que la PNC dista mucho de tratar el problema delincuencial con garantía de respeto a la vida e integridad de los sospechosos. Con Gaytán los policías no sólo presupusieron que era culpable, sino que se extralimitaron en la fuerza que es legítimo utilizar contra un sospechoso. ¿Quién es el culpable de esto? ¿A quién se le puede imputar un procedimiento policial que desborda los derechos más elementales de los ciudadanos, sean éstos delincuentes o no?

Estos dos casos son la expresión de una sociedad cegada por un problema ciertamente grave, pero ante el cual se busca una solución fácil. Mientras continúe la presión para que la PNC actúe drásticamente, mientras los ciudadanos sigan exigiendo chivos expiatorios para calmar su inseguridad y temor, y mientras las entidades gubernamentales mantengan su negativa a abordar la delincuencia de manera seria, objetiva y responsable, será difícil, sino imposible, que estos hechos no se sigan repitiendo.

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Jornada arquidiocesana de la paz. "Ofrece el perdón, recibe la paz"

Con motivo de la jornada mundial de la paz la Arquidiócesis de San Salvador celebró también su propia jornada de la paz, como es ya tradición. En esta ocasión se estudió y comentó el mensaje de Juan Pablo II dedicado explícitamente a la Jornada Mundial y titulado "Ofrece el perdón, recibe la paz".

La Jornada inició el día 7 de enero con un panel en la sala Mons. Chávez del Arzobispado. Se había invitado al mismo a diferentes fuerzas vivas de El Salvador: políticos, diplomáticos, sectores populares organizados, miembros de ONG's, etc. El primer ponente fue el propio Sr. Arzobispo, que insistió en el enorme reto que supone convertirse en sujeto dador de perdón y receptor de paz, en medio de un comentario de conjunto del mensaje papal. Le siguió el Lic. Roberto Cuéllar, asesor en su momento de derechos humanos de Mons. Romero, que se centró en la importancia del respeto a los derechos humanos para la consecución y afianzamiento de la paz. Después el Lic. Florentín Meléndez hizo, entre otras partes de su exposición, una aplicación de algunos criterios del mensaje papal a la realidad salvadoreña, censurando especialmente la amnistía de 1993, tanto por inconstitucional como por contraria a los criterios de reconciliación que el Papa pone en su mensaje ("una amnistía encubridora de criminales e injusta con las víctimas", decía). Finalizó el panel el P. José María Tojeira, centrándose en la parte del mensaje titulado "Verdad y justicia, presupuesto del perdón". Fue curiosa la coincidencia, puesto que los mismos jesuitas, durante los años inmediatos al martirio de sus compañeros, tuvieron como lema de su trabajo en el seguimiento del juicio la frase: "Verdad, justicia, y perdón".

En las preguntas, aunque hubo una cierta diversidad, dominó la tendencia a insistir en la necesidad de un mayor compromiso de la Iglesia en una reconciliación nacional construida sobre la verdad y la justicia.

Los días 8 y 9 estuvieron dedicados al mismo mensaje y con los mismos ponentes y temas. La diferencia era que en este momento los participantes era casi 1.000 representantes de casi todas las parroquias y movimientos de la arquidiócesis. El gimnasio del Ricaldone y los patios adyacentes al mismo ofrecían el espacio físico para el evento.

El ambiente que se respiraba era de compromiso con la construcción de una sociedad reconciliada, pero reconciliada en la verdad, en la justicia y en la reparación a las víctimas. Todos los ponentes reseñaron la oportunidad del mensaje papal para esta sociedad salvadoreña que no ha podido reconciliarse sobre el perdón y el olvido, y que necesita más verdad y más justicia. Para ello se veía importante profundizar en el pasado inmediato que ha generado tanto problema, aún latente y en ocasiones explícito, que impide una auténtica reconciliación entre los salvadoreños.

Toda la asamblea estaba también prácticamente de acuerdo con la necesidad de devolver su dignidad a las víctimas a través del recuerdo de todos aquellos que fueron asesinados injustamente, muchas veces defendiendo valores tan elementales como el amor a la verdad, a la tierra, al prójimo, a la predicación de la Palabra, etc. La celebración de personas símbolo de esta entrega generosa y martirial aparecía como necesario en el proceso de reparación a las víctimas. Y no faltó quien citara las palabras del Papa en su carta sobre el Tercer Milenio que dicen: "En nuestro siglo han vuelto los mártires, con frecuencia desconocidos, casi militi ignoti (soldados desconocidos) de la gran causa de Dios. En la medida de lo posible no deben perderse en la Iglesia sus testimonios" (n. 37).

El elemento de conversión personal, que permita ofrecer el perdón desde el amor y exigir, limpiamente y al mismo tiempo, verdad justicia y reparación, estuvo permanentemente presente en la Jornada. Lo mismo que la llamada sistemática desde las propias bases cristianas allí representadas, a que la Iglesia como totalidad se comprometiera más en la construcción del perdón y la reconciliación sobre los fundamentos de la verdad y la justicia.

El Arzobispo en la clausura insistió de nuevo en la necesidad de avanzar hacia el perdón, pero diciendo con claridad que "el perdón oficial no basta, es necesario pedir perdón a Dios y al prójimo, al ofendido, a la sociedad; y de ese perdón depende la vida eterna".

Como decía uno de los participantes, al hacer su evaluación, "el mensaje del Papa nos hizo ver que mientras no nos enfrentemos a la verdad, y mientras los violadores no reconozcan su culpa y se haga justicia, cualquier intento de solución al asunto de la reconciliación nacional va a ser sumamente frágil". La larga experiencia de compromiso social en la arquidiócesis, así como el servicio de la autoridad que acompañó esa experiencia por cincuenta años con los Mons. Chávez, Romero y Rivera, han marcado una huella muy clara sobre la que cae, como sobre tierra fértil, el mensaje del Papa. La opción en favor de las víctimas y en favor de reparar los daños cometidos, así como de construir una sociedad sin víctimas, queda arraigada como sentimiento profundo en los participantes. Ojalá que el entusiasmo de estas jornadas marque y dinamice nuestra vida eclesial.

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Enrique Angelelli, Adolfo Pérez Esquivel y los derechos humanos hoy

Con ocasión de los veinte años del martirio de Mons. Angelelli, Adolfo Pérez Esquivel, Premio Nobel de la Paz de 1980, dijo estas palabras sobre Mons. Angelli y los derechos humanos, que pueden muy bien sumarse a las de la jornada por la paz en la Arquidiócesis. También Argentina pasó por una cruel represión estatal. También allí hubo miles de asesinatos y desaparecidos. Y tambien allí hubo aministía para los criminales.

El recuerdo de un mártir

Estamos aquí compartiendo estos veinte años para hacer memoria del mártir Enrique Angelelli, pero no para quedarnos en el pasado, sino para que ese pasado nos ilumine el presente. Los mártires no son nuestros, son semilla de vida, nos dan fuerzas, nos fortalecen en el espíritu y en el compromiso junto a nuestro pueblo.

El fue uno de los pofetas de nuestro continente, del anuncio y de la denuncia. Anuncio de la Buena Nueva, del Evangelio, de la Palabra de Dios, del compromiso junto a los pobres. Denuncia frente a las injusticias, a los atropellos del poder, a la soberbia. Y fue un testimonio no sólo para el pueblo, sino tambien para la Iglesia. El mensaje de Angelelli transcendió la Rioja, transcendió el país, hoy es parte de toda la América Latina, de toda la Iglesia universal. Enrique nos dejó el testimonio, el compromiso de la palabra, fundamentalmente la coherencia entre el decir y el hacer. Fue fiel a ese compromiso, a la verdad.

Los derechos humanos hoy

Hoy, después de tantos años, tenemos la policía de gatillo fácil. Hay una gran impunidad jurídica. Lamentablemente, todos, incluso los asesinos de Angelelli andan sueltos. Hay una impunidad jurídica donde se ha liberado a todos los criminales que violaron los derechos humanos. Pero además, la situación de los derechos humanos hoy hay que medirla también por la salud, la educación, el hambre de un pueblo.

Yo acabo de llegar de Jujuy donde estuve con el grupo huelguista y con ese obrero que se cosió la boca para no seguir gritando que la hija tenía hambre y lloraba. Y el obrero decía: "No sé qué le voy a dar a mi hijos esta noche para que puedan dormir sin el estómago vacío". Esa es una situación de injusticia, es el modelo del neoliberalismo. Muchos dicen que van a humanizar el capitalismo, pero el capitalismo nació sin corazón, no lo pueden humanizar. Esto no se va a humanizar, porque es excluyente. Yo creo que para cambiar esto es necesario que el pueblo deje de ser espectador y asuma su papel de protagonista de su propia vida y de su propia historia. Sólo a través de la unidad, de generar nuevas formas en el hacer político, de reclamar la coherencia entre el decir y el hacer -esto que tanto marcaba la vida de Angelelli.

Antes de que lo matasen, él ya sabía que estaba amenazado, y muchos sacerdotes le decían: "Andate del país. Andá a tomar aire un tiempo afuera", pero él dijo que no. "Mi lugar es aquí junto al pueblo. Como obispo yo no puedo irme". Entonces, esa coherencia entre el decir y el hacer, el testimono hasta dar la vida, realmente para nosotros es cargar las pilas y seguir adelante. Hay que seguir "andando no más", como decía el prelado. "Hay que embarrarse para salir limpio".

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Otra manera de ser Iglesia

Don Pedro Casaldáliga

Desde el principio es bueno decir que no hablamos de otra Iglesia, sino que de otro modo de ser Iglesia" con la buena voluntad de ser la Iglesia de Jesús, sin orgullo y sin despreciar a nadie. Es posible y necesario ser la Iglesia de Jesús, pero de otro modo.

A lo largo de la historia, la Iglesia de Jesús ha sido de varios modos y siempre han coincidido en esa Iglesia diferentes modos de ser. Hoy estamos viviendo simultáneamente en la Iglesia, en las Iglesias en general, por un lado, inseguridad y miedo. Ya el gran teólogo alemán, Rahner, hablaba años atrás de cierto "invierno" en la Iglesia. Y hace años que estamos hablando de "involución". La palabra se hizo incluso publicitaria, y hasta los periodistas hablaban de involución en la Iglesia.

Inseguridad y miedo, pues, pero por otro lado también hay reivindicación cada vez más explícita, hasta más colectiva, y experiencia de libertad. Nunca como hoy ha habido en la Iglesia de Jesús tanta diversidad, muy concretamente de parte de laicos y laicas. No sólo en nuestra América, también en Europa. Las mismas comunidades de base, con el nombre que ahora tengan, son una expresión alternativa de vivencia en la Iglesia frente al modelo tradicional de las parroquias, por ejemplo.

Los muchos miedos de la Iglesia

En Nicaragua publicaron un número de una revista dedicada a la Iglesia actual, y el título general era "Por qué creemos en la Iglesia". En esa revista había un escrito del P. Victor Codina, jesuita que trabaja en Bolivia. Describe el miedo de la Iglesia, hace una letanía de miedos, que voy a apuntar con breves comentarios porque quizás nosotros también los percibimos.

+ Hay miedo aún al marxismo, no superado todavía a pesar del derrumbe del socialismo real.

+ Hay miedo al moderno mundo secular que ha desplazado a la Iglesia del ámbito público, relegándola a una esfera más privada.

+ Hay miedo al diálogo ecuménico que se ha enfriado en los últimos años, ¿no? Las iglesias se repliegan para defender su identidad y protegerse.

+ Hay miedo al diálogo interreligioso, a esa proliferación de expresiones religiosas de todo tipo por el mundo entero, que es el macroecumenismo, como dijimos en la Primera Asamblea del Pueblo de Dios en Quito en ocasión de los famosos 500 años. (Por cierto estamos preparando la Segunda Asamblea del Pueblo de Dios en Colombia en octubre de este año).

+ Hay miedo a la colegialidad episcopal y al resurgir de las iglesias locales. Ustedes saben que, con frecuencia, ciertos obispos tienen o tenemos ciertos problemitas con el centro por causa de la colegialidad episcopal y el resurgir de las Iglesias locales. El centralismo existe en la Iglesia, debemos reconocerlo. La Iglesia es por un lado porteña y por otro es de tierra adentro.

+ Hay miedo a los laicos, a que tengan opinión pública en la Iglesia y a sus compromisos sociales, políticos. Por más que se hable del protagonismo de los laicos, a la hora de la verdad, cuando laicas y laicos se comprometen, o los dejamos solos o, a veces, hasta los condenamos.

+ Hay miedo a la mujer, uno de los mayores miedos, y a que participen en las decisiones de la Iglesia, aunque se defiendan esos derechos. En la sociedad la mujer sí puede y debe ser igual al hombre, en la Iglesia no.

+ Hay miedo a los teólogos. Hay muchos libros de teólogos ya escritos, que no se imprimen porque podría venir la censura. Conozco algunos casos.

+ Hay miedo a las culturas, y eso ocurre un poco por causa del diálogo interreligioso, porque evidentemente dialogar con las culturas es dialogar con las religiones.

+ Hay miedo a la juventud, aunque se intenta captarla, porque la juventud es la juventud. Es crítica, contestataria, bulliciosa, libre. Trastorna con su sonido de alto volumen, y de ahí lo demás.

+ Hay miedo a la teología de la liberación latinoamericana. Ustedes saben que en su visita a Centroamérica un periodista le preguntó al Papa si después de la caída del muro de Berlín se había acabado la teología de la liberación. El Papa dijo que ahora la teología de la liberación ya no es un problema. Yo, con todo respeto y con todo cariño, creo que nunca fue un problema. Para nosotros, por lo menos fue bastante una solución, y aún lo es. Pero sigue habiendo un cierto miedo a la teología de la liberación, a las teologías menos tradicionales, también a la teología asiática, africana.

+ Hay miedo a las comunidades eclesiales de base y se intenta reparroquializarlas.

+ Hay miedo también a la vida religiosa inserta, más metida en las periferias, en los márgenes. Incluso Santo Domingo, con buena voluntad, pero quién sabe si con segundas intenciones de parte de algunos obispos, pedía a los religiosos y religiosas que volvieran a los colegios. Me parece muy bien atender a la educación, pero sin abandonar la frontera, la periferia.

+ Hay miedo a las sectas, hasta que de pronto llamamos "secta" a todo. Iglesias evangélicas, ¡sectas! Todo es secta.

+ Hay miedo a revisar temas como el ministerio ordenado, el celibato opcional, los ministerios laicales y nada digamos de la ordenación de la mujer.

+ Y hay miedo a los cambios litúrgicos y a las nuevas experiencias.

Reivindicaciones y nueva libertad en la Iglesia

Al lado de los miedos, voy a sintetizar también las reivindicaciones. Corre por Europa un documento firmado por millones de cristianos que se titula "Nosotros somos la Iglesia". Empezó en Austria, y el documento pide: la construcción de una Iglesia fraterna, con plena igualdad de derechos de la mujer, libre elección entre formas de vida celibatarias y no celibatarias, valoración de la sexualidad como parte importante del ser humano creado y aceptado por Dios. Y que por parte de la Iglesia su mensaje sea más de alegría, de esperanza y hasta de ternura, en vez de ser un mensaje de control, de restricción, de amenaza.

Esto es lo que piden los firmantes. Sé que incluso obispos de Europa, no considerados como revolucionarios, reconocen que el documento es bastante sensato, que merece prestarle atención, y las muchas firmas indican que es un clamor bastante colectivo. Posiblemente lo que ellos dicen o escriben en voz alta lo pensamos y lo decimos en voz baja otros muchos millones en la Iglesia de Dios.

Bien, inquietud y miedo por un lado, pero también reivindicación y libertad por otro. Yo creo que estamos viviendo un momento importante de la Iglesia, y eso va acelerarse. La Iglesia será cada vez menos jerarquicista. Continuará habiendo jerarquía, claro -es un ministerio indispensable,- pero será menos jerarquicista. Va a subir el protagonismo de laicos y laicas.

Seremos más comunitarios. Incluso cuando hablamos de las comunidades eclesiales de base decimos que lo más importante no es la comunidad o las muchas comunidades, sino la comunitariedad. A veces, cuando se discute "democracia en la Iglesia, sí o no", yo digo: "yo no quiero democracia en la Iglesia, yo quiero mucho más. La democracia es poco, sobre todo la democracia formal que tenemos. Queremos una comunidad fraterna, de plena participación de todos. Cada cual con sus servicios y ministerios, pero de plena participación de todos, de un modo adulto y libre".

Yo creo que tanto en la Iglesia como en el movimiento popular hemos avanzado mucho aunque parezca lo contrario. Hay involución, quizás, en las altas esferas, pero hay evolución en las bases. Tanto en la Iglesia como en el movimento popular hay mucha más participación. Quien ha vivido aquí en América Latina en los últimos 25 años puede percibirlo muy bien.

A mí me parece que, cuando hablamos de Iglesia, de nuestros propios problemas y angustias, y de asumir los desafíos que como Iglesia nos corresponde, deberíamos afirmar muy categóricamente que somos tan Iglesia, cualquiera de nosotros, como el Papa. Seremos más o menos Iglesia si somos más o menos seguidores de Jesús. Tan Iglesia es el Papa como cualquier cristiano y cristiana, bautizado y bautizada. El Papa tiene un ministerio, único, indispensable, pero como Iglesia. Ser Iglesia nos viene del bautismo, lo demás son ministerios, servicios. Y eso debemos afirmarlo categóricamente, vivirlo y agradecerlo.

Somos Iglesia. En la Iglesia somos herederos de esos testigos, como dice la carta a los Hebreos, que nos precedieron. Y por nuestra parte, pues, vamos a dejar una herencia a otros muchos. Esa conciencia de ser Iglesia nos debería llenar de gratitud, de responsabilidad y de libertad de espíritu para vivir todo ello de un modo más consciente, más libre y más realista.

La Iglesia: misterio, historia, sacramento de salvación

Debemos subrayar tres dimensiones de Iglesia:

+ Una dimensión más mistérica, diríamos. La Iglesia es un misterio de fe y ahí podemos confesar "creo en la santa Iglesia". Es un misterio de fe: la Iglesia es la esposa del Cordero, es el Cuerpo de Cristo.

+ En segundo lugar la Iglesia es institución e historia. Por eso, como tantas instituciones en la historia humana, desde los primeros tiempos y hoy y mañana, la Iglesia es, fue y será santa y pecadora. O como decían muy gráficamente los primeros cristianos, "casta y prostituta". Los reformadores de todos los tiempos le hacen bien a la Iglesia, porque la sacuden y le recuerdan que tiene que reformarse.

Entonces, como institución y como historia, podemos criticar a la Iglesia, reconocer los disparates que la Iglesia ha hecho y que está haciendo y que hará y que haremos. Todos somos Iglesia ¿no?, la jerarquía, la base: Claro, siempre aparecen más los disparates de la jerarquía, porque estamos en la cúpula y porque hasta ahora la Iglesia dependía muy directamente de nosotros, los jerarcas, como insititución. Y eso hay que reconocerlo humildemente. Yo creo que no debemos tener miedo de pedir perdón de nuestras omisiones, hasta de nuestros crímenes: la esclavitud, las cruzadas, la conquista de América. Siempre empezamos la Eucaristía pidiendo perdón ¿no? Pues un buen acto penitencial es siempre oportuno, siempre. Incluso es el gran modo de recobrar credibilidad.

+ Por último, no olvidemos que esta Iglesia que es mistérica, que es institución, que es historia, es sacramento de la salvación universal. Lo universal es el Reino, y la Iglesia es un sacramento de ese Reino universal, de esa salvación universal. Un sacramento, un ministerio.

Quién sabe si teológicamente y pastoralmente la gran corrección que deberíamos hacer en la Iglesia sería ésta: pensar, insistir en la ministerialidad de toda la Iglesia al servicio del Reino. El ministerio del Reino es el gran ministerio de la Iglesia, y los demás ministerios son secundarios, supeditados a ese ministerio. Y en el ministerio del reino todos somos ministros. Hay, sí, ese sacerdocio común de todos los fieles. Y eso significa, sobre todo, un sacerdocio que celebra, que anuncia, que construye, que espera el Reino. Y ahí nos sentimos todos comprometidos. Ya no hablamos sólo de Iglesia institución, hablamos de los otros y de nosotros, y de que cada uno asuma su responsabilidad, su espacio. Y que abra espacio aun donde no lo tenga, porque tiene derecho a partir del bautismo.

Un nuevo Dios, una nueva Iglesia, una renovada opción por los pobres

Yo bromeo a veces cuando digo que, cuando llegamos al umbral del cielo, la primera advertencia que nos harán es que, del umbral para adentro y por toda la eternidad, no se hablará más de religión ni de Iglesia. Ahí se hablará de Reino. Y los que hemos sido Iglesia y los que han tenido religión y los que no la han tenido -pero todos hijos e hijas de Dios-, seremos familia de Dios y viviremos en plenitud el Reino de Dios. Pues sería bueno que fuéramos ensayando ya aquí en este mundo ¿no?, porque a lo mejor estamos mal entrenados y empezamos a discutir de teología, hasta que el Espíritu Santo nos imponga la paz:

Nosotros los cristianos y cristianas debemos hacer hincapié en que para nosotros el gran paradigma sigue siendo y seguirá siendo siempre el propio paradigma de Jesús: el Reino. Ese es el paradigma.

En ese gran paradigma podemos y debemos insistir para ser Iglesia de un modo más o menos nuevo, para ser esa Iglesia que soñamos y en la que creemos, con humildad, pero también con libertad y alegría. Es la Iglesia que soñaba Jesús. Y para terminar podríamos subrayar tres paradigmas o tres subparadigmas, llámenle como quieran:

+ Deberíamos partir de una nueva teologalidad. No se espanten. Yo ya he cambiado de Dios y voy cambiando de Dios. Gracias a Dios. Gracias al Dios único voy cambiando de Dios cada día un poquito. Y cuando lleguemos al cielo, pues lo primero que vamos a hacer es cambiar totalmente de Dios. Ahí veremos como él nos ve. Y veremos que Dios era otra cosa. Va a a ser el Glorioso Susto, la Gran Alegría. Eso es lo que llamaban los antiguos la "visión beatífica".

+ Bien, una nueva teologalidad nos posibilitará una nueva eclesialidad. Esa Iglesia más comunitaria, más servidora, más dialogante, más inserta en la historia, en la realidad, en las hambres, sedes, angustias y esperanzas, como nos pedía el propio Concilio en el famoso documento Gadium et Spes.

+ Y una renovada opción por los pobres -que hoy son los excluídos-, por su libertad, por su liberación plena. Lo peor que podríamos hacer nosotros, la mayor herejía que cometeríamos muy concretamente en nuestra América Latina, en el Tercer Mundo, sería pensar que la opción por los pobres ya pasó de moda ¿no? Hay muchos que por interés, por despiste, creen que "bueno, eso de la opción por los pobres ya está bien, ya se habló mucho de eso". Alguna vez me han preguntado algunos amigos o periodistas en encuentros qué queda de la opción por los pobres. Y yo digo, "pues mira, quedan los pobres y queda el Dios de los pobres".

Yo pienso que mientras exista el Dios de los pobres, que es el Dios de Jesús, en que nosotros queremos creer, y mientras existan los pobres de este Dios, y mientras haya mujeres y hombres que quieran creer en ese Dios y quieran amarlo y servirlo como Jesús y siguiendo a Jesús, habrá opción por los pobres. Incluso habrá teología de la liberación mientras haya cabezas que piensen en ese Dios y en esos pobres. Eso es evangélico. Desgraciadamente, como nos avisó Jesús, "pobres siempre los tendrán entre ustedes". Sólo que él no dijo que cada vez tendríamos más pobres. Esto nos lo dice el neoliberalismo y se lava las manos como Pilatos:

"Otro modo de ser Iglesia" con simplicidad, pero también con alegría, con libertad de espíritu, debe significar el modo de ser Iglesia de Jesús. Un modo evangélico, testimoniante, encarnado, ubicado en la historia. Ser Iglesia, eso es lo que queremos. No queremos otra cosa, no pensamos en una Iglesia paralela, en el sentido peyorativo de la palabra ni lo somos. Debemos ser Iglesia. Y eso depende de nosotros. Expresiones religiosas de todo tipo por el mundo entero, que es el macroecumenismo, como dijimos en la Primera Asamblea del Pueblo de Dios en Quito en ocasión de los famosos 500 años. (Por cierto estamos preparando la Segunda Asamblea del Pueblo de Dios en Colombia en octubre de este año).

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El Salvador continúa dividido

En el contexto de la conmemoración del quinto aniversario de la firma de los acuerdos de paz hubo dos ecucaristías. Cada una de ellas convocada por cada una de las partes firmante de dichos acuerdos. El tema de ambas fue la paz y la reconciliación. No obstante lo cual cada parte sólo asistió a la suya. Dicho más claramente, las partes todavía no pueden reunirse para rezar y pedir conjuntamente la reconciliación del país. Por eso, cada una pide lo mismo al mismo Dios, pero separadamente. El gobierno lo hizo en la basílica de Guadalupe y el FMLN, en el otro extremo de la ciudad, en la populosa parroquia de Soyapango.

Esto es hasta cierto punto comprensible en un país desgarrado por la pasión política y sobre todo por las ambiciones materiales aparentemente ilimitadas de quienes tienen el poder económico y social. Lo que es menos justificable es que las máximas autoridades de la Iglesia católica hayan presidido sólo una de las eucaristías, la convoca por el gobierno. De esta manera, los altos funcionarios del gobierno y algunos diplomáticos se reunieron para oír misa en un templo profusamente adornado con flores, pero medio vacío, pues no asistieron todos.

Los obispos hablaron de paz y reconciliación, lo cual está bien, sobre todo por lo que toca a un gobierno que se caracteriza por la intolerancia y la exclusión. El problema es que se olvidaron de que faltaba el resto del país. La paz de los acuerdos no es exclusividad del gobierno. Al asistir a sólo una de las eucaristías, la alta jerarquía toma partido.

En este caso, toman partido por el lado gubernamental y diplomático. Se olvidan que son pastores de todo el pueblo y si éste se encuentra dividido, una de sus primeras obligaciones es trabajar para reunirlo. Si esto no es posible, al menos debieran mostrarse igualmente pastores de todas sus partes. El pueblo no estuvo presente en la Ceiba de Guadalupe. No fue invitado ni era deseable su presencia.

El mensaje de Juan Pablo II al pueblo salvadoreño fue transmitido a la exclusiva concurrencia gubernamental y diplomática por su representante. Formalmente, el gobierno representa al pueblo; en la práctica, el gobierno actual cada vez tiene menos representatividad popular. Más aún, al estar en abierta campaña electoral, represanta más al partido oficial que a la ciudadanía en general. La falta de consideración no es del Papa, sino de sus representantes en El Salvador, quienes han perdido la perspectiva de la sociedad salvadoreña.

Dado que ninguna de las partes se siente motivada para reunirse en una plegaria común de acción de gracias por el final de la guerra y de petición por una sociedad justa y en paz, le correspondía a la Iglesia convocarlas. Podría haber sido un gesto importante para ayudar a la reconciliación. Pero lamentablemente, la Iglesia salvadoreña ha perdido el poder de convocatoria y la credibilidad necesarias para poder hacerlo. Ella tambien es víctima de la división tal como se comprueba en la división de tareas de los obispos. La alta jerarquía se reseva atender al gobierno y a los diplomáticos.

El que las partes no hayan podido reunirse para rezar juntas es una muestra de la falta de reconciliación nacional. Las heridas, aunque se trate de ocultarlo, están abiertas y sangrantes. La Iglesia católica salvadoreña que por misión debe promover la reconciliación ha perdido el mandato evangélico en los entretelones del poder político y económico, y tampoco está en capacidad para promover la reconciliación de El Salvador. El quinto aniversario no ha contribuido, pues, a avanzar por el camino de la unidad y del perdón.

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Africa. Lavarse las manos y olvidar

El 14 de enero la comisaria de la Unión Europea para asuntos humanitarios, Emma Bonino, se reunió en París con el presidente francés, Jacques Chirac, para tratar la situación en la región de los Grandes Lagos africanos. A la salida de la reunión Emma Bonino declaró que no se "resignaba" e insistió en la necesidad de iniciativas y en que los Estados asuman su responsabilidad. En resumen, el mundo se quiere desentender de Africa y se lava las manos. Lo mismo ocurre con la prensa internacional: informa como si la crisis estuviese prácticamente resuelta. Pero no es así.

En Lubutu, al este del Zaire, la organización humanitaria "Médicos sin fronteras" denunció el mismo día 14 la "situación catastrófica en la que viven los refugiados en esa región". Según la organización hay unos 100.000 refugiados ruandeses en los campos de Tingi-Tingi y Amisi en situaciones muy precarias y su estado de salud empeora progresivamente por el cansancio y la falta de alimentos. "En el primero de estos campos, se registran cada día 20 muertes, de las cuales más de la mitad son niños menores de cinco años, víctimas de la malnutrición. Entre los adultos, muy debilitados por la falta de alimentos, la principal causa de mortalidad es el paludismo".

Los refugiados llegaron hace mes y medio a Lubutu, tras huir de los conflictos entre los rebeldes y el ejército zaireño. Los campos están bajo el control de los antiguos dirigentes ruandeses y las milicias. Según la organización hay que establecer rápidamente mecanismos de ayuda "que pasen directamente a los jefes de familias", responder a sus necesidades y evitar la intervención de las milicias. Los refugiados son "nuevamente rehenes". La situación se deteriora "y no se perfila una rápida solución".

UNICEF, por su parte, informa que la tasa de mortalidad de los niños refugiados ruandeses que llegan a sus clínica en Tingi-Tingi supera el 10 por ciento. El 15 de enero un portavoz calificó este porcentaje como "alarmante" y sólo equiparable a los índices registrados en crisis como las de Somalia y Etiopía. La UNICEF calcula que por cada niño que muere en su clínica, dos mueren fuera, lo que multiplica por tres el número de los que fallecen diariamente en esa región, donde hay unos 120.000 refugiados ruandeses y desplazados zaireños.

Al menos el 60 por ciento de esa población son mujeres y niños. Cada día mueren tres niños menores de cinco años en la clínica de UNICEF en Tingi-Tingi, donde un centenar de niños intentan recuperarse de malnutrición

y diarreas. Ese mismo día, los médicos y enfermeras de UNICEF registraron 23 muertes, doce de los cuales eran niños. "Es un aumento alarmante que nos hace temer lo peor", dijeron Y la situación de los niños fuera de sus clínicas no es mejor. "Muchas madres no tienen fuerzas para llevar a sus hijos a la clínica y nosotros tampoco podemos ir a ellos por la falta de acceso".

Por otra parte, religiosos que trabajan en la región de Ngazo, citando fuentes de campesinos, informaron al obispo de la masacre de unas 3.000 personas en la provincia de Kayanza, en el norte de Burundi, entre el 3 y el 30 de diciembre pasado. Portavoces gubernamentales dicen que las cifras son exageradas, pero los religiosos creen que pueden ser incluso muchas más las personas asesinadas por los militares tutsis.

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Las cuatro deficiencias del mercado

José Ignacio González Faus, S.J.

A lo mejor ocurre con el mercado lo mismo que con la mecánica de Newton: parece evidente e insuperable hasta que Einstein pone de relieve que sólo tiene vigencia en unas dimensiones "pequeñas" y deja de funcionar conforme la velocidad del sistema se acerca a la velocidad de la luz (entonces habrá que recurrir a la mecánica cuántica y a la teoría de la relatividad). Alegorizando el ejemplo, habría que decir que la "planetización" del mundo equivale a ese "acercarse a la velocidad de la luz". Entonces deja de funcionar el mercado, y pone de relieve sus cuatro grandes "deficiencias".

1. El mercado detecta mal

No descubre las necesidades básicas sino los caprichos refinados. A nivel mundial, no atiende a las demandas de las mayorías sino a las posibilidades de las minorías. Marx ya había percibido este peligro cuando escribió que, si en un país hay mil personas sin calzado pero que no pueden pagárselo, esas mil personas simplemente "no existen" para el mercado. A este nivel, la ley de oferta y demanda se convierte en una ley de oferta "a" la demanda, que no es lo mismo. El objetivo principal de la economía de mercado no es producir bienes y servicios para satisfacer las necesidades humanas, sino mercancías para ser vendidas y obtener un beneficio. Desde una óptica humana, para la que los derechos primarios de los pobres son más sagrados que los derechos (secundarios o terciarios) de los poderosos, hay aquí un grave deficiencia no sólo ética, sino también económica.

2. El mercado distribuye peor

Con la mundialización de la economía, cada vez es menos es posible imponer correcciones al mercado. Cada vez los estados disponen de menos medios para hacer la redistribución que el mercado no hace. El poder económico es más fuerte que el político y no está nada democratizado: va quedándose en manos de las multinacionales que son otra versión de la "planificación central", y que pueden imponer su voluntad, porque se irán a otro lugar si un estado les hace exigencias de humanidad y justicia.

La competitividad que reclama el mercado, según se dice, es cada vez menos operativa para que haya una distribución de la riqueza, no ya "justa" sino simplemente "no insultante": cada vez irán apareciendo más "dragones" (del Este o de donde sea) que habrán aprendido nuestra lección y aplicarán los mismos procedimientos con los que antes se desarrolló Occidente, obligándonos a volver a la situación social del XIX, so pena de perder toda competitividad. En los próximos años vamos a asistir a un desmantelamiento progresivo de todas las conquistas de la clase obrera de los dos pasados siglos, como única forma de no ser barridos del mapa comercial.

Quizá ese proceso ha comenzado ya. Hasta hace muy poco, el trabajo era visto por mucha gente como uno de los campos más importantes de explotación del hombre por el hombre. En estos momentos tener trabajo (aun en condiciones muchas veces bien inferiores a las de hace pocos años) es visto como un privilegio casi injusto, o como una meta casi bienaventurada. A nivel mundial, tener trabajo es lo que más importa: ya no importa en qué condiciones. Que el salario sea una magnitud irrenunciablemente ética, y no meramente económica, porque afecta a personas y no a mercancías (como intentó subrayar la doctrina social de la Iglesia, aunque la Iglesia fuese la primera en no cumplirlo), carece ahora de sentido: desde la abstracción de un mercado "global" no se ven personas sino "capital variable" o "masa salarial". ¿Cabe algo más impersonal que una masa? De aquí al retorno a la esclavitud, como forma de supervivencia, quizá no haya más que un paso.

3. El mercado despilfarra

El despilfarro del lado de la oferta convierte la supuesta "mano invisible" de las visiones bucólicas del mercado en un "puño de hierro" muy real. Por válidas y estimulantes que puedan parecer las críticas de ciertos autores, lo que más desanima es la solución que proponen, y que se resume en "democratizar la economía". Un elemental realismo enseña que la democracia en economía está hoy tan lejos (¡por lo menos!) como podía estar la democracia política en tiempos de Luis XIV. Y para poner un ejemplo fácil de ese "despilfarro de la oferta" (quizás no el más importante pero sí es el de los más visibles) pensemos un momento en el mundo de la propaganda.

La propaganda es hoy la mayor demanda que existe en el mercado: por eso resulta tan cara, y lleva al mercado a un grado de abstracción desconocido en sus orígenes: "la verdadera demanda ya no es la de mercancías sino la de modos de colocarlas". El marketing es exactamente la muerte del mercado. En la situación actual "ya no se trata de mejorar el producto, sino de mejorar el impacto", incluso aunque esa mejora encarezca sobremanera el producto. El consumidor difícilmente sabrá prescindir de él. Así, todo el mundo vive por encima de sus posibilidades y siente que vive por debajo de sus aspiraciones. La propaganda se convierte en una especie de dios. En salarios y seguros se puede ahorrar, pero en publicidad es imposible.

Resulta así que el consumidor paga una especie de impuesto indirecto enmascarado. Y están todavía muy lejanos en el horizonte histórico los tiempos en que la conciencia democrática del ciudadano le lleve a prescindir de todos los programas en que aparezcan anuncios. Los ciudadanos tienen ese poder, pero o no lo saben, o no desean utilizarlo.

4. El mercado degrada

Al convertirse en sistema global, que se ha salido de una región de la vida para configurar la totalidad de la convivencia humana, el mercado degrada (convierte en "mercancía") muchas actividades humanas que tienen demasiada dignidad como para ser objeto de compraventa. La primera de ellas es la "fuerza de trabajo" de la persona. No es que esto sea nuevo: "el oficio más antiguo del mundo" consiste en convertir algo tan sagrado como la intimidad sexual en materia de mercado, sujeta a la ley de oferta y demanda. Y el "pecado mayor" (según algunos santos antiguos) era convertir en mercancía las posibilidades religiosas del ser humano: la simonía. La relación laboral pasa a ser en el capitalismo una especie de prostitución o de simonía: por eso toda su gracia está en obtener "lo que no se puede pagar"; en obtener el máximo pagando el mínimo.

A partir de aquí, la relación de mercado se convierte en la única relación humana que existe. La información deja de ser un derecho indispensable para ejercer la democracia, y pasa a ser una mercancía: se nos informa de lo que "da dinero", no de lo que necesitamos saber para decidir. La democracia degenera en un aunténtico mercado de votos, y los discursos electorales usan el lenguaje más parecido a los anuncios de televisión. "Todo es Mercado". Y así llegamos a la vertiente teológica del tema.

Como conclusión:

Un hombre tan poco sospechoso como Max Weber escribe: "Cuando el mercado se abandona a su propia legalidad no repara más que en la cosa, no en la persona, no conoce ninguna obligación de fraternidad ni de piedad, ninguna de las relaciones humanas portadas por las comunidades de carácter personal. Todas ellas son obstáculos para el libre desarrollo de la mera comunidad de mercado: El mercado 'libre', esto es, el que no está sujeto a normas éticas, con su explotación de la constelación de intereses y de las situaciones de monopolio y su regateo, es considerado por toda ética como cosa abyecta entre hermanos". En tiempos de Weber esa lógica aún tenía cierto contrapeso. Hoy ya no. En otras palabras: puede discutirse aquello de Dostoievsky: "si Dios no existe todo está permitido"; lo que me parece innegable es que si sólo existe el mercado, todo está permitido. Y revelar que hacia ahí nos encaminamos sería el significado de la crisis actual.

La crisis actual revelaría que capitalismo y estado del bienestar son incompatibles: durante algún tiempo no lo parecieron porque el miedo al comunismo hizo que el lobo se presentara con piel de oveja. Caído aquél, el capitalismo revela su verdadera dinámica: lo de un apartheid económico que crea un Estado de malestar con islotes de superlujo.

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Dos ataques al neoliberalismo

La Iglesia católica de Inglaterra presentó ayer un documento, titulado El bien común, que ha causado enorme polémica porque, en un exhaustivo análisis político y social, aborda cuestiones candentes sobre la justicia social, la emigración, la importancia de los sindicatos y el salario mínimo. Critica la desintegración social y la creciente marginalización de los pobres, los refugiados y los parados, como resultado de las políticas conservadoras de los últimos dieciséis años.

El documento ha sido criticado por políticos de derecha como una intromisión sin precedentes en los asuntos políticos del país y como aprobación de las políticas laboristas, pero la verdad es muy otra. Los obispos hablan como cristianos, defienden la importancia del salario mínimo y de los sindicatos como instrumento de representación de los trabajadores, abogan por una constitución escrita con derechos explícitos de los ciudadanos, la cancelación de la deuda del tercer mundo, la prohibición del tráfico de armas y una mayor consideración hacia los inmigrantes.

En su conjunto, el documento constituye un ataque durísimo a la sociedad contemporánea, su "obsesión por el consumismo, el individualismo y el materialismo". Y un ataque también a las tecnologías modernas, a la prensa y los medios de comunicación en general "por promover esos valores con una actitud cínica que sigue los gustos y costumbres de moda en vez de asumir la responsabilidad de intentar cambiarlos".

Los obispos también lamentan la creciente polarización social, las enormes diferencias entre pobres y ricos, la creación de una subclase de seres humanos que no cuenta para la economía, y condenan como inmoral el paro endémico. En conclusión, "los trabajadores son tratados en la cultura económica dominante como simples mercancías de las que se puede prescindir en aras de los beneficios empresariales, y las leyes del mercado han deteriorado servicios básicos en la sociedad como la educación y la salud pública, en detrimento de los pobres y enfermos".

La Iglesia anglicana y la metodista, que hasta ahora habían tenido escrupuloso cuidado en no dar la impresión de que se metían en política, han respaldado con entusiasmo el pronunciamiento de los obispos católicos.

El subcomandante Marcos, en una conferencia de prensa en la Selva Lacandona, afirmó que "el expediente de la vía armada sigue abierto no tanto por la terquedad de los movimientos armados, sino por la incapacidad del sistema de dar alternativas de un quehacer político a los rebeldes".

¿Y por qué? Porque el sistema de democracia tradicional, impuesta como alternativa a los regímenes totalitarios en Sudamérica, "se agotó rapidamente por la acción del sistema neoliberal. Los "grandes grupos sociales" y algunos sectores "conscientes" de los países de la región vieron canceladas sus opciones por la "acción del neoliberalismo".

Refiriéndose al desarme del EZLN, que se encuentra en negociaciones de paz con el Gobierno mexicano, dijo que desde febrero de 1994, los rebeldes zapatistas han establecido una serie de condiciones mínimas para firmar la paz, pero no la entrega de las armas. Las demandas son el reconocimiento de los indígenas a nivel nacional, la resolución de las condiciones sociales de vida de las comunidades rebeldes, y, si éstas se cumplen, el EZLN estaría dispuesto a firmar la paz inmediatamente.

El líder zapatista consideró que, al dialogar con el gobierno del presidente Ernesto Zedillo, "no se negocia la reivindicación del EZLN, sino el cambio de la vía rebelde y clandestina a una rebeldía pacífica... Ellos quieren que dejemos de ser rebeldes, que nos hagamos gobiernistas y que aplaudamos al neoliberalismo, y eso no lo vamos a hacer ni armados ni clandestinos".

Insistió en que las comunidades zapatistas de Chiapas no pueden desarmarse ahora porque "sería entregarse a la acción de los grupos paramilitares" que operan en el norte de Chiapas y en municipios de la Selva Lacandona. Y denunció que militares chilenos, argentinos y estadounidenses se han hecho presentes en México para efectuar labores de contrainsurgencia, de vigilancia y de interrogatorios.

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¡"CANONIZACION" YA!

(¡Reclamada por Internet!)

Los jóvenes de la Iglesia diocesana de San Salvador, que en vida de Mons. Romero eran niños y niñas, se dirigen ahora a todo el Continente, y a los hombres y mujeres del mundo entero, a través de la Agenda Latinoamericana, pidiendo que unan su voz a la de ellos para solicitar el reconocimiento oficial de la santidad de Mons. Romero.

Hagamos de Mons. Romero el primer cristiano de la historia aclamado como santo por el Pueblo de Dios por Internet:

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