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Carta a Las Iglesias, Año XVII, Nº 380, 15-30 de junio, 1997
En otro lugar de este número de Carta a las Iglesias
ofrecemos un resumen del informe anual de Naciones Unidas sobre
la pobreza y el desarrollo humano, que fue dado a conocer el 12
de junio. El informe procura ser objetivo y registra los avances
que hace la humanidad. Pero en su conjunto es devastador. He aquí
algunas frases".
"Con la globalización los ricos salen ganando y los
pobres salen perdiendo". "110 millones de seres humanos
en América Latina y el Caribe viven con menos de un dólar
diario". "El hombre más rico de México
tiene una fortuna de 6.600 millones de dólares, equivalente
a los ingresos combinados de 17 millones de mexicanos pobres".
Y así podríamos seguir.
Hace dos meses también la Cepal, la Comisión
Económica Permanente para América Latina, ofreció
su propio informe. El número absoluto de personas que viven
en condiciones de pobreza en América Latina ascendió
el año pasado a 210 millones, el más alto en la
historia de la región. Es cierto que, en términos
relativos, el número de pobres bajó del 41 al 39
por ciento, pero el número absoluto aumentó. Las
reformas económicas promovidas por los gobiernos no han
extendido sus beneficios a los más pobres.
La visión teologal: "un escándalo que clama
al cielo"
Los datos que acabamos de ofrecer debieran ser del
conocimiento público, debieran ser presentados y explicados
por los gobernantes y líderes de nuestros pueblos. Sin
embargo pasan prácticamente desapercibidos y son ignorados.
De la realidad de nuestro planeta, de cómo viven y mueren
más de 6.000 millones de seres humanos, sabemos infinitamente
menos que del futbol y sus ronaldos, que de las telenovelas y
sus amoríos, que de la industria de la canción
industria es y sus discos de oro y platino.
Así es, se dirá. Y se añadirá
que la postmodernidad a todos nos invade, pero que eso es mejor
que matarse mutuamente como en los tiempos de guerra. La conclusión
es que en el mundo vamos bien o no tan mal. Pero no convence.
Hubo un tiempo en que se citaba mucho a Medellín
y Puebla, con convicción y con compromiso, sin miedo a
la acusación de "meterse en política",
sin miedo a enfrentarse a gobernantes, militares y ricos, y con
el gran amor de arriesgar y sufrir persecución si fuese
necesario. ¿Y qué decían?
"Esa miseria, como hecho colectivo, es una injusticia que
clama al cielo" (Medellín, 1968). "Vemos a la
luz de la fe, como un escándalo y una contradicción
con el ser cristiano, la creciente brecha entre ricos y pobres.
El lujo de unos pocos se convierte en insulto contra la miseria
de las grandes masas. Esto es contrario al plan de Dios y al honor
que se merece" (Puebla, 1979).
Los obispos católicos hablan aquí de "injusticia",
palabra que no se usa en informes técnicos, como el de
las Naciones Unidas y la Cepal, pero palabra insustituible para
describir, en muy buena parte, la realidad. Y si hay injusticia
es que hay pecado y pecado estructural, palabras de nuevo caídas
en el olvido.
Y dicen también que la realidad de nuestro continente
"clama al cielo", "son contrarias al plan de Dios".
Lo que los informes dicen en números y estadísticas
es que "la creación de Dios está muy mal".
La vida, para la cual Dios creó a todos los seres humanos,
no es para todos por igual, y para miles de millones es una dura
carga casi imposible de llevar. Y como al hacernos hijos e hijas
suyos, nos hizo también hermanos y hermanas, entonces es
el lujo de los pocos y la miseria de los muchos es un verdadero
insulto a Dios.
No faltará quien diga que, con todo, algo mejoramos
en la humanidad, como lo hace Michel Novak, el teólogo
del capitalismo. Pero esto es consuelo pequeño. En primer
lugar no exime de culpa a quienes hoy promueven tales desigualdades,
aunque las vean como el camino necesario para que los pobres,
poco a poco, en 20 o 30 años, vivan un poco mejor. Y en
segundo lugar, miremos a nuestra tradición. Los profetas
de Israel podían tener conocimientos suficientes para saber
que en tiempos de la manorquía la macroeconomía
beneficiaba "más" a los israelitas que sus trabajos
como esclavos en Egipto. Pero ese "estar un poco mejor"
para nada les impidió condenar como intolerable la situación
de los pobres de Israel.
¿Estamos, estaremos "un poco mejor" con
la globalización? El realismo y el posibilismo son actitudes
comprensibles y hasta cierto punto necesarias. Pero algo surge
de lo más profundo de lo humano que exige establecer criterios
mínimos absolutos sobre la posibilidad de vida y sobre
la igualdad y fraternidad, para que los que tienen todo no puedan
repetir, sin inmutarse: "no exageren, no se quejen, poco
a poco vamos mejor".
La interpelación a la Iglesia: "¿qué
has hecho de tu hermano?"
No faltará quien diga que "no hay protesta
sin propuesta", y por lo tanto que basta de puros lamentos.
A esto queremos responder que aquí no estamos simplemente
protestando (desahogo subjetivo, legítimo por otra parte),
sino deunciando (lo más apegados a la verdad objetiva).
Denunciamos el encumbrimiento de la realidad (¿quién
conoce el informe de las Naciones Unidas?), los eufemismos que
se usan para describirla (países en vías de desarrollo,
desigualdades, menores oportunidades, en lugar de países
subdesarrollados, injusticia, cercanía a la muerte) y denunciamos
que no se relacione la economía con la problemáica
ética (¿no hay nada de pecado en configurar el mundo
de esta manera?), como si aquélla no fuese una actividad
humana, que, como todas las demás, tiene una dimensión
ética.
Y éste puede ser el primer aporte de la Iglesia:
"buscar y decir verdad", convertirse en "guardiana
de la palabra". Y a través de ello puede también
influir en la conciencia colectiva; animar y exigir a las fuerzas
política y sociales, y a los centros de ciencia a buscar
soluciones o pasos serios hacia la solución; motivar y
ofrecer, religiosamente, un sentido de la vida, una felicidad,
que está basada en la austeridad, no en la opulencia, en
el compartir, no en el egoísmo. Si la Iglesia ayuda a propiciar
lo segundo en contra de lo primero hará un gran bien al
país.
Pero hay que poner manos a la obra. Aquí en nuestro
país, desde que Mons. Romero escribió su cuarta
carta pastoral en 1979, no ha habido, por parte de los obispos
y de la conferencia episcopal, un escrito serio, bien documentado,
con reflexión teológica y socio política
sobre la pobreza y la injusticia en el país (aunque algunos
obispos lo intenten en sus declaraciones). Se habla de otros males,
de pecados en general, pero no se comienza con este gran pecado
contra la vida que son las estructuras injustas, duraderas y crueles.
La mayoría de las directrices pastorales y de los
movimientos que más proliferan no hacen de la pobreza y
de la injusticia el problema central, por decirlo suavemente.
Esta última forma de cristianismo no encuentra dificultades
en la jerarquía, a veces encuentras facilidades. Pero no
así los pequeños grupos, beneméritos, que
se preocupan por la justicia.
La Iglesia puede y debe hacer mucho en favor de la justicia
en un país fundamentalmente injusto. Pero para ello necesita
credibilidad: aparecer realmente encarnada en los sufrimientos
de los pobres, y ser profeta, con honradez y con caridad cristiana,
de quienes generan la pobreza, la ignoran o la encubran. Sin esto
no hay opción por los pobres. Ni podemos presentarnos ante
un Dios que nos pregunta: "¿qué has hecho de
tu hermano?".
Señalamientos contra la Policía Nacional Civil
En las últimas semanas han salido a relucir
nuevamente las sospechas de que, al interior de la Policía
Nacional Civil, funcionan grupos que no sólo realizan actividades
ilegales, sino que operan al margen de las instancias de control
institucional propias del organismo policial. Ese tipo de sospechas
han sido reiteradas prácticamente desde que la nueva policía
comenzó su trabajo ante el desaparecimiento abrupto de
la antigua Policía Nacional. Asesinatos, robos, secuestros,
violaciones y actividades de narcotráfico han tenido como
protagonistas directos a agentes y mandos medios de la PNC; varios
de ellos, incluso, han sido expulsados del cuerpo policial.
Los acontecimientos criminales más recientes, en
los que parecen estar involucrados miembros de la PNC, tienen
que ver con una serie de asesinatos de presuntos miembros de maras.
Asumiendo su responsabilidad en el respeto a la vida y a la integridad
de los salvadoreños, la Procuradora para la Defensa de
los Derechos Humanos, Victoria Marina de Avilés, ha puesto
en la mesa de discusión el tema de la responsabilidad policial
en esos crímenes. El Ministro de Seguridad Pública,
Hugo Barrera, y el Director de la PNC, Rodrigo Avila, han pedido
pruebas a la Procuradora, haciendo uso de un recurso que ya ha
demostrado su eficacia para contener las críticas.
En la PNC están sucediendo cosas preocupantes para
el futuro de la consolidación democrática en el
país, pues de institución garante del respeto de
los derechos humanos se está convirtiendo en una institución
violadora de los mismos. Son tantos los crímenes en los
que aparecen involucrados sus agentes que pedir pruebas para actuar
es irresponsabilidad, pues quienes las piden hacen de los crímenes
algo irrelevante: no hay pruebas parece ser su argumento , no
hay crímenes.
Pero el argumento tiene un trampa, pues la pruebas las
hay en abundancia. Lo que no se tiene son nombres de los responsables,
su récord personal, dónde y cuándo se integraron
a la policía... Y es esto lo que están pidiendo
el Ministro de Seguridad y el Director de la PNC. Ambos funcionarios
deberían tomarse más en serio el problema que tienen
entre manos.
El Presidente de la República debería reconvenirlos
drásticamente por lo mal que están llevando la policía.
La Asamblea Legislativa debería examinar detenidamente
los casos en los que está bien fundada la sospecha de participación
de agentes de la PNC en actividades delictivas. El desdén
con el que Avila y Barrera han tomado las críticas de la
Procuradora para la Defensa de los Derechos Humanos pone en entredicho
su idoneidad para los desafíos que presenta la seguridad
ciudadana en la actualidad. La Procuradora, por el contrario,
está demostrando que su desempeño está a
la altura de lo que el país requiere de ella.
Resurge la corrupción en el FIS
En octubre del año pasado la fracción
de oposición de la Asamblea Legislativa denunció,
amparándose en un informe de la Corte de Cuentas, la malversación
de 18 millones de colones por parte de la junta directiva del
Fondo de Inversión Social. Los señalamientos de
la Corte de Cuentas partían, principalmente, de la irregular
aplicación del decreto 471 (Ley Temporal de Compensación
Económica), gracias a la cual un buen número de
funcionarios del FIS habrían recibido cuantiosas indemnizaciones.
Para entender la índole de las acusaciones en contra
de los personeros del FIS, vale recordar el mecanismo establecido
por el decreto 471 para indemnizar a aquellos empleados que, al
haber sido notificados de la desaparición de su plaza,
debían retirarse obligatoriamente de la institución
en la que laboraban. Según el decreto, los empleados gubernamentales
que se acogieran a él: a) no podrían, bajo ninguna
circunstancia, volver a ser recontratados para el puesto que antes
desempeñaban; y b) de ser su salario superior a los 4 mil
620 colones mensuales, recibirían una indemnización
única equivalente a un salario mensual por cada año
de servicio ininterrumpido.
En contraste con lo anterior, el informe de la Corte de
Cuentas revelaba que altos funcionarios del FIS se habrían
acogido al decreto 471 de una manera muy particular: en primer
lugar, habrían experimentado aumentos salariales considerables
pocos días antes de recibir las indemnizaciones, por lo
cual el monto de éstas se incrementó notablemente
(algunas de ellas alcanzaron los 800 mil colones). En segundo
lugar, los funcionarios recibieron una compensación económica
adicional calculada a partir del salario de sus últimos
seis meses de labores. En tercer lugar, estos mismos funcionarios,
habiendo recibido ya sus indemnizaciones, fueron recontratados
por el FIS, algunos incluso uno o dos días después
de su retiro. Finalmente, para el cálculo de las indemnizaciones
se tomó en cuenta el tiempo que los funcionarios laboraron
en otras dependencias del Estado, fuera éste ininterrumpido
o no.
Pese a la aparente solidez de las pruebas y a lo evidente
que resultaba que se había recurrido a un procedimiento
absolutamente irregular para beneficiar a algunos empleados del
FIS, debió de pasar más de medio año antes
de que la Corte de Cuentas emitiera una resolución final
sobre el caso. Fue hasta los primeros días de junio de
este año que el Presidente de la institución, Hernán
Contreras, definió la responsabilidad administrativa y
patrimonial de los directivos del FIS en la malversación
de los fondos.
Dejando a un lado la incomprensible tardanza en la resolución
de la Corte de Cuentas, no deja de causar estupor el hecho de
que a los principales implicados sólo se les ha sancionado
con multas y con la devolución del efectivo malversado.
La sanción penal que les correspondería (hasta seis
años de prisión) únicamente podrá
llevarse a cabo si la Fiscalía General de la República
los encuentra culpables en el Juicio de Cuentas que se realizará
dentro de un mes. Es así como, después de que han
pasado ocho meses desde que saliera a la luz pública uno
de los desfalcos contra el Estado más cuantiosos, los principales
responsables continúan aún en sus puestos y todavía
no encaran la posibilidad de pagar penalmente su delito.
Estos hechos despiertan algunas interrogantes. ¿Por
qué la Fiscalía no abrió meses atrás
un proceso en contra de los funcionarios, pese a que ya existía
un informe preliminar que mostraba las graves irregularidades
cometidas? ¿Cómo es que el gobierno no ha despedido
de sus puestos a la junta directiva del FIS, cuando éstos
ya han sido encontrado responsables de los cargos que se les imputan?
¿Obedeció la lentitud procedimental de la Corte de
Cuentas y la descoordinación entre ésta y la Fiscalía
a la importancia de los funcionarios gubernamentales implicados?
En definitiva, el caso del FIS confirma, por enésima
vez, la poca voluntad del gobierno para combatir la corrupción
y la forzada ineficiencia en que caen las entidades encargadas
de vigilar el recto funcionamiento del Estado cuando en hechos
anómalos se ven involucrados funcionarios gubernamentales
de alto nivel. En manos de la Fiscalía de la República
está ahora la responsabilidad de concluir convincentemente
y con apego a la ley uno de los casos más bochornosos de
corrupción al interior del Estado.
Un día, no sé cuándo, a algún
ingenioso se le ocurrió llamar a El Salvador "el país
de la sonrisa", y no estaba tan equivocado. Pero debió
haber dicho "de la sonrisa y de la esperanza". Somos
parte de un país en el que muchas gentes se levantan al
cantar el gallo, se prende la radio, se escucha una ranchera y
las primeras buenas o malas noticias. El que bien está
se toma una taza de café de palo, y se lanza a la calle
apresuramente a ganarse la tortilla.
Casi puede asegurarse que la mayor carga que llevamos
al salir de nuestras casa es la esperanza, y es que además
tenemos la fortuna de tener mucha. Por eso podemos alegrarnos
al amanecer y disfrutar el alba, ver el cielo que empieza a pintar
de muchos colores, la silueta de los cerros o el simple vaivén
de los árboles que con la brisa parecen gigantes danzantes.
Nos alegramos también con los atardeceres, la puesta de
una tormenta, el cielo azul y hasta el cantar de un par de chiltotas,
regalos naturales, que todavía no han logrado incluir en
la lista de productos por los que se paga impuesto.
También es cierto que en el mundo urbano se nos
está olvidando volver a ver al hermano. La sonrisa se nos
va volviendo plástica, la esperanza tiene ceros y la indiferencia
nos envuelve de cuando en cuando volviéndonos seres grises.
¡Con qué nostalgia extrañamos algunos
las caras con nombre y apellido que dejamos en las veredas que
circundan los cantones de donde venimos, donde de paso en paso
se encuentra a un vecino que dice: "buenos días le
dé Dios", "que Dios le bendiga", "que
le vaya bien", "¿cómo amaneció"!
Todo ello con sencillez, con franqueza, sin esperar nada a cambio.
Hoy la pregunta se mueve en el aire: ¿los salvadoreños
tienen esperanza? La respuesta la da la vida y la dan las estadísticas.
El Salvador es un país de pobres y los pobres tienen el
tesoro de la esperanza, aun cuando se encuentren recostados en
las gradas de una pasarela pidiendo caridad. Ahí vemos
en la esquina a una señora con una mano extendida implorando
misericordia y con la otra acunando y amamantando a su hijo. Eso
no tiene otro nombre que esperanza, esperar de la bondad, de la
solidaridad y de la compasión de los demás.
Tiene esperanza el que sale cada día a reparar
zapatos viejos, el que lleva su carretón de minutas, la
señora que vende periódicos y verdura en la parada
de buses o la que vende dulces en la entrada de la fábrica
o la universidad, el anciano que espera titubeante cruzar la calle
y el niño con su mochila de cuadernos que va a la escuela.
Tienen y dan esperanza.
Aunque pareciera que hay en el ambiente un algo anti humano,
como si nos obligara a olvidarnos de la esperanza, no lo han logrado.
No pueden quitarnos la capacidad de sentir y de sentir valga
la redundancia con todos nuestros sentidos.
Los salvadoreños pobres, no tenemos que preocuparnos
por el alza y baja de la bolsa de valores o el precio del café,
mucho menos por las exportaciones o el desfalco mayor depositado
en un banco suizo. No somos gobernantes, ni narcotraficantes.
La mayoría de nosotros simplemente somos un pobre que se
alimenta y llena su corazón y muchas veces su estómago
de esperanza.
Si preguntamos a un pobre "¿usted tiene esperanza?"
seguro que nos dirá que sí, y lo dirá con
una sonrisa, a pesar de que en su corazón guarde muchos
sufrimientos. "¡Mientras hay vida, hay esperanza!"
reza un refrán popular, y ése es, quizás
el secreto. Los pobres VIVEN, con todas sus limitaciones, angustias,
dolores y hasta en medio de la muerte. Los pobres VIVEN, y lo
hacen intensamente. ¡Bienaventurados los pobres, porque nunca
perderán la esperanza!
Carmen María
Como todo los años, el Programa de Naciones Unidas para
el Desarrollo (PNUD) el 12 de junio acaba de hacer público
un informe sobre la situación del mundo 176 países
por lo que toca a desarrollo y pobreza. El informe se ha elaborado
de acuerdo a un nuevo Indice de la Pobreza Humana que incluye
cuatro elementos: 1) falta de ingreso, 2) el porcentaje de población
que no llegará a los 40 años de edad, 3) el analfabetismo,
y 4) la falta de acceso a servicios de salud, agua potable y alimentación
razonable. El resultado es aterrador. En el editorial ya hemos
hecho algunas reflexiones cristianas. Aquí resumimos lo
más importante del informe.
1. Con la globalización los ricos ganan y los pobres
pierden
Con la globalización de la economía
hay unos ganadores, los ricos, y unos perdedores claros, los pobres.
Y eso lo dicen las Naciones Unidas. Esto ocurre al nivel mundial
los países subdesarrolldos ganan menos que los industrializados
y a nivel individual en un mismo país los más
pobres ganan menos que los ricos. Para captar la ilusión
que se esconde tras la globalización, el informe usa esta
metáfora: "la globalización es una marea de
riqueza que supuestamente levanta a todos los barcos. Pero los
hay que tienen más agua debajo que otros. Los transatlánticos
y los yates navegan mejor, mientras que los botes de remo hacen
agua y, algunos, se hunden rápidamente".
Los beneficios de la liberalización del comercio
en los próximos años para todo el planeta serán
de entre 212.000 y 510.000 millones de dólares. Pero para
los 48 países más subdesarrollados supondrá
una pérdida anual en material comercial de 600 millones
de dólares y de 1.200 millones para los del Africa subsahariana.
Y hoy en estos países viven unos mil millones de personas.
Hace dos décadas estos pobres generaban sólo el
0.6 por ciento del comercio mundial, pero ahora están peor:
han bajado al 0.3 por ciento.
Otro ejemplo del pésimo reparto de beneficios de
la globalización: el Producto Interno Bruto del mundo,
considerado como un todo ha crecido, pero el de 44 naciones subdesarolladas
ha disminuido. Lo mismo ocurre con las inversiones extranjeras:
Estados Unidos, Europa occidental, Japón y parte de China
acumulan el 90 por ciento, mientras que para el resto del mundo,
en el que habita el 70 por ciento de la humanidad, queda el 10
por ciento.
Las causas de que los pobres sean los perdedores son tres:
1) la mala gestión política en el interior de esos
países, 2) las condiciones financieras y comerciales que
les son impuestas, y 3) las reglas del juego internacionales.
Las naciones pobres sufren unas condiciones impuestas por la economía
mundial; no se benefician, por ejemplo, de la reducción
de los intereses de los créditos, incluso tienen que pagar
por ellos cuatro veces más que en la década de los
ochenta.
2. La pobreza en América Latina: 110 millones de personas
en América Latina y el Caribe viven con menos de un dólar
diario
En América Latina y el Caribe, para 110 millones
de personas la pobreza ha aumentado, y el 24 por ciento de la
población viven con menos de un dólar diario. Estos
países y los del Africa subsahariana son los únicos
del mundo subdesarrollado donde la pobreza ha aumentado. La región
latinoamericana, en su conjunto, sigue teniendo el nivel de desarrollo
humano más alto de los países en vías de
desarrollo, y 23 de sus 33 países han cumplido o cumplirán
antes de tiempo las metas de esperanza de vida y escolarización
de las niñas. Pero el 11 por ciento de la población
de esa región no llegará a los 40 años de
edad; 55 millones de personas no tienen acceso a servicios de
salud y 110 millones al agua potable. El porcentaje de población
que vive por debajo del nivel internacional de pobreza (equivalente
a un dólar diario) aumentó de un 22 por ciento en
1987 a un 24 por ciento en 1993.
El ingreso per cápita del 20 por ciento más
rico de América Latina y el Caribe es 19 veces mayor que
el del 20 por ciento más pobre, lo cual significa el mayor
abismo del mundo subdesarrollado entre ricos y pobres. Un ejemplo
espeluznante: en México, en 1995 la fortuna del hombre
más rico ascendía a 6.600 millones de dólares,
equivalente a los ingresos combinados de 17 millones de mexicanos
pobres.
Según esto, veamos comparativamente la situación
de algunos países del área latinomericana. En Cuba
que ocupa el segundo mejor lugar sólo un 5,1 por ciento
de la población sufre pobreza humana, frente al 35,5 por
ciento en Guatemala. Colombia ocupa el puesto 6, México
es el siguiente en la relación de menos a más pobreza;
Panamá el noveno y uno después Uruguay; Ecuador
el 15; la República Dominicana el 20; Honduras el 25; Bolivia
el 26; Perú el 28; Paraguay el 30; Nicaragua el 34; El
Salvador el 36, y Guatemala el 46. A nivel mundial (176 países),
Brasil ocupa el puesto 68, Ecuador el 72, Cuba el 86, República
Dominicana el 87, Perú el 89, Paraguay el 94, El Salvador
el 112, Bolivia el 113, Honduras el 116, Guatemala el 117 y Nicaragua
el 127.
3. La pobreza en el mundo está cambiando de rostro
Según el informe el pobre de hoy ya no es necesariamente
un campesino asiático, como en los años 70, sino
posiblemente un africano subsahariano o un latinoamericano no
cualificado y mal remunerado que vive en la ciudad, y tiene rostro
de niño o de mujer más que de varón. También
puede ser un refugiado o un desplazado por los conflictos, una
persona sin tierra o un habitante de una zona ecológicamente
frágil.
Este es el "rostro cambiante de la pobreza".
En 1993 un total de 515 millones de los 1.300 millones de habitantes
del mundo que viven con menos de un dólar diario los llamados
"pobres de ingreso" estaban en Asia meridional y en
su mayoría residían en las zonas rurales. Hoy las
dos regiones con la mayor incidencia de pobreza son el sur de
Asia y el Africa subsahariana, pero lo alarmante del Africa subsahariana
(desgarrada, además, por muchos conflictos) es que la pobreza
aumenta tanto en proporción como en cifras absolutas.
En lugar de campesinos de subsistencia, los pobres pueden
ser hoy más bien trabajadores no cualificados y mal remunerados,
por la globalización y la liberalización comercial
y del mercado laboral. Los pobres pueden encontrarse más
en las zonas urbanas que en el campo como resultado de los cambios
demográficos y el éxodo a las ciudades, el menor
acceso a los recursos productivos, el aumento del sector no estructurado
de baja productividad y la insuficiencia de vivienda urbana e
infraestructura
El aumento de las guerras y conflictos y las crisis económicas
y ambientales han creado masas de refugiados y desplazados internos,
especialmente en Africa, con su consiguiente inmersión
en la pobreza.
4. El sida es ahora la enfermedad de los pobres
El sida ha pasado de ser una enfermedad de promiscuos
y drogadictos en los países industrializados a ser la peor
enfermedad de los países más pobres. Hasta ahora
estos países subdesarrollados tenían casi en exclusiva
enfermedades como la malaria, que da muerte a dos millones de
personas al año, y la diarrea, que da muerte a tres millones
de niños cada año. Pero el impacto del sida, que
empezó a dejarse sentir hace diez años, es más
devastador en esos países.
Ahora el sida está íntimamente ligado a
la pobreza, ya que ésta es campo fértil para la
expansión de la epidemia. La infección desata un
torrente de desintegración social y económca, y
de empobrecimiento. De los 23 millones de personas que tienen
sida, el 94 por ciento viven en el mundo subdesarrollado, y la
mayor parte de ellos (14 millones) en el Africa subsahariana.
El resto (5,2 millones) viven en el sur y sudeste asiáticos.
En algunos países los efectos de la enfermedad
son devastadores hasta el punto de que la expectativa de vida
ha disminuido en diez años. Para el año 2010 la
expectativa de vida en Botswana es de 33 años (frente a
los 61 si no hubiera existido el sida), y en Burkina Faso es de
35 años, frente a los 61 años en circunstancias
normales.
Una situación parecida se produce en relación
al aumento de la mortalidad infantil, ya que en 14 de los 22 países
del Africa subsahariana, aumentará en cincuenta por mil.
Según el informe, también en otros países
menos pobres, como Brasil, Tailandia y Uganda, las víctimas
del sida se concentran en los sectores más pobres de la
sociedad.
5. La pobreza empeora la situación de la mujer
La pobreza acentúa las desigualdades que se
dan en todas las sociedades contra la mujer por cuestión
de prejuicios, negándole la igualdad de oportunidades en
su acceso a la educación, el empleo, la propiedad de activos
y la toma de decisiones.
En los países subdesarrollados hay un 60 por ciento
más mujeres que hombres entre los analfabetos adultos,
y la inmatriculación femenina, incluso al nivel de primaria,
es inferior en un 13 por ciento a la masculina.
El salario de la mujer es sólo tres cuartos del
maculino, y en los países industrializados la tasa de desempleo
de las mujeres es mayor que la de los hombres, y ellas constituyen
tres cuartas partes de los miembros de la familia sin remuneración.
El espacio político siempre ha sido monopolizado
por los hombres, y aunque las mujeres forman la mitad del electorado
sólo detentan el 13 por ciento de los escaños parlamentarios
y el 7 por ciento de los cargos en gabinetes nacionales.
En conjunto, los prejuicios sociales, la desigualdad en
la educación, en el empleo y en la propiedad de activos,
hace que las mujeres tengan menos oportunidades. La pobreza acentúa
las diferencias de género, y cuando golpea la adversidad,
las mujeres suelen quedar más vulnerables.
La conclusión del informe es que ninguna sociedad
trata tan bien a las mujeres como a los varones, la desigualdad
de género está fuertemente relacionada con la pobreza
humana, y esta desigualdad no siempre se asocia con la pobreza
de ingreso.
6. Disminuye la voluntad mundial de ayuda al desarrollo
La voluntad internacional de cooperación está
en declive, pese a que hay conciencia de que los problemas son
cada vez más globales y deben afrontarse como tales. De
hecho muchos de los gobiernos de los países avanzados no
quieren aceptar que no se pueden cerrar las fronteras a la miseria.
Walter Franco, director del Programa "Proceso de Cambio:
el PNUD en el 2001", afirma que la ayuda privada se concentra
en un 80 por ciento en ocho países, lo que responde a
intereses acumulativos "y los más pobres de los pobres
no reciben nada", con lo que aumenta el abismo que les separa
de una vida mínimamente digna. Eliminar la pobreza es posible
como lo fue "eliminar la esclavitud", pero aún
"nos falta la voluntad" de lograrlo.
Reconoce que las recetas de la economía tradicional
son funcionales, pero insiste en que "el crecimiento no se
traduce necesariamente en mejores condiciones de vida y de desarrollo
humano... Si los pobres no tienen espacio para expresarse políticamente
es inevitable que los ricos tengan los mayores frutos del crecimiento",
lo cual significa que hay una estrecha correlación entre
apertura democrática, participación y desarrollo".
"Como latinoamericano me da profundo horror y vergüenza
notar que la región, a pesar de sus éxitos económicos,
es una de las que peor se comportan en términos de pobreza".
Según Franco, "América Latina siempre ha sido
injusta, con un modelo de desarrollo excluyente y concentrador",
y un modelo político también muy exclusivo "con
una elite que utilizaba y utiliza al Estado como instrumento de
distribución de ingresos".
Ahora, Latinoamérica ha pasado de estar en manos
de una oligarquía terrateniente a una oligarquía
financiera, y "a menos que los grupos dominantes entiendan
que políticamente el modelo es inestable y se arriesga
a convulsiones sociales, el modelo no cambiará". Esos
grupos "tienen que sentir esa amenaza", lo que quizás
comience a ocurrir con la apertura democrática y la organización
social a nivel popular.
Para el experto el problema de la educación, uno
de los más graves de los países latinoamericanos,
no es tanto cuestión de recursos como de su mala distribución,
ya que, como ocurre con la salud, el sistema no provee a las necesidades
primarias de grandes masas de población. Igualmente, muchos
estados latinoamericanos "han subvencionado mal" sus
economías, lo que unido a la injusta distribución
de la riqueza y a la ausencia de una verdadera política
fiscal, impide que millones de personas den el salto para salir
de la miseria y acceder a las oportunidades de prosperar. "Algunos
de esos estados no son más que grupos de amigos que a veces
se llaman partidos políticos y se pelean por cuotas de
poder, ante una gran masa miserable".
7. Conclusión: escándalo y esperanza
En la presentación del informe, Richard Jolly,
su principal autor, hizo el siguiente resumen.
"La pobreza del mundo no es un fenómeno irreversible,
y en los dos primeros decenios del siglo XXI se puede erradicar
la miseria extrema de 1,300 millones de personas de los países
subdesarrollados, si se toman medidas concretas a nivel nacional
e internacional". Esta es la cara optimista del documento.
Es también positivo que en los últimos 50
años se han hecho más progresos que en los cinco
siglos anteriores para reducir la escasez de ingresos y el acceso
a fuentes de vital importancia, como el agua o la sanidad, pero
en algunos países se ha retrocedido, ensanchándose
la brecha entre ricos y pobres. "Es grotesco que en los últimos
treinta años haya aumentado la desigualdad entre los ingresos
de los más ricos y los más pobres. En 1960 la participación
del veinte por ciento más pobre de la tierra en los ingresos
mundiales era del 2,3 por ciento. En 1994 ha descendido al 1,1
por ciento".
Para acabar con esta aberrante desigualdad el informe
propone seis estrategias. 1) mayor participación en las
decisiones sociales, económicas y políticas, 2)
igualdad de derechos para hombres y mujeres, 3) crecimiento económico,
4) mejor acceso de los países pobres al proceso de globalización,
5) mayor espacio democrático, 6) programas de reducción
de la deuda.
Richar Jolly dice que "acabar con la pobreza extrema
costaría mucho menos de lo que se piensa. Bastaría
con el uno por ciento del ingreso mundial más el dos a
tres por ciento de los ingresos nacionales. Con 80.000 millardos
de dólares anuales durante una época se puede enfrentar
con éxito la lucha contra esa pobreza". Esa cantidad
es todavía menor que la de la riqueza total de los siete
hombres más ricos del mundo, dice el informe.
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Con la globalización de la economía hay
unos ganadores, los ricos, y unos perdedores claros, los pobres.
Hace dos décadas los pobres generaban sólo el 0.6
por ciento del comercio mundial, pero ahora están peor:
han bajado al 0.3.
En América Latina y el Caribe, para 110 millones
de personas la pobreza ha aumentado, y el 24 por ciento de la
población viven con menos de un dólar diario. En
México, en 1995 la fortuna del hombre más rico ascendía
a 6.600 millones de dólares, equivalente a los ingresos
combinados de 17 millones de mexicanos pobres.
El sida ha pasado de ser una enfermedad de promiscuos
y drogadictos en los países industrializados a ser la peor
enfermedad de los países más pobres. El 94 por ciento
viven en el mundo subdesarrollado. La mayor parte de ellos (14
millones) en el Africa subsahariana. El resto (5,2 millones) viven
en el sur y sudeste asiáticos.
En conjunto, los prejuicios sociales, la desigualdad en
la educación, en el empleo y en la propiedad de activos,
hace que las mujeres tengan menos oportunidades. La pobreza acentúa
las diferencias de género, y cuando golpea la adversidad,
las mujeres suelen quedar más vulnerables.
La voluntad internacional de cooperación está
en declive. "Como latinoamericano me da profundo horror y
vergüenza notar que la región, a pesar de sus éxitos
económicos, es una de las que peor se comportan en términos
de pobreza".
"La pobreza del mundo no es un fenómeno irreversible,
y en los dos primeros decenios del siglo XXI se puede erradicar
la miseria extrema de 1,300 millones de personas". Bastaría
con el uno por ciento del ingreso mundial más el dos a
tres por ciento de los ingresos nacionales, 80.000 millardos".
Esa cantidad es todavía menor que la de la riqueza total
de los siete hombres más ricos del mundo, dice el informe.
Juan Pablo II y la Conferencia Episcopal de El Salvador nos han
pedido elaborar listas de mártires de nuestro tiempo, y
nos ofrecen algunos criterios para calificar como "mártires"
a personas o grupos a quienes les han arrebatado violentamente
la vida. En éste y en próximos números de
Carta a las Iglesias ofrecemos algunas reflexiones teológicas
que quizás ayuden a comprender el martirio en nuestro país,
y sobre todo a agradecer y a proseguir la causa de los mártires.
La paradoja de un fenómeno martirial sin precedentes
Para comenzar, hay que recordar que América
Latina es el continente en que, desde el Vaticano II, más
cristianos han sido asesinados violentamente. En esta situación
ha surgido la pregunta de si llamarlos mártires o no. Para
unos son verdaderos mártires, mientras que para otros no
los son, pues "se metieron donde no les tocaba", "ellos
se lo buscaron"...
Cómo se llame a tantos cristianos y seres humanos
asesinados es lo de menos, pero sería terrible que el martirio
sea la muerte cristiana por excelencia, y, por otra, que aquellos
que han sido matados de la manera más parecida a Jesús
no participen de la excelencia de esa muerte debido. Pero el tratamiento
del tema es importante también por razones teológicas,
pues su esclarecimiento remite, en definitiva, a Jesús
y a su muerte, pero también a su vida, y esclarece por
qué lo mataron. Y entonces, el problema es más radical:
saber si el mismo Jesús fue mártir o no.
La comprensión tradicional del martirio
El Nuevo Testamento da cuenta de que desde muy pronto
la persecución fue inherente a la nueva fe. En su primer
escrito dice san Pablo: "ustedes saben que éste es
nuestro destino. Cuando estábamos con ustedes se lo decíamos:
tendremos que enfrentar la persecución" (1Tes 3, 2
4). Y muy pronto también cayeron en la cuenta de que la
persecución podía llegar hasta ocasionar la muerte
violenta. Desde esta realidad se desarrolló una teología
del martirio, comprendido éste como dar "testimonio"
(martyrion) de la verdad de la fe hasta con la vida. La
teología de Juan, por su parte, desarrolló otra
tradición sobre la excelencia de dar la propia vida cuando
ésta se da por amor a los hermanos (Jn 15, 13; 1Jn 3, 16).
Las persecuciones de los primeros siglos forzaron a ahondar
en la reflexión teológica. Dicho muy escuetamente,
el martirio fue pensado como producto necesario de la específica
conflictividad inherente a la fe cristiana y no como algo arbitrario.
Fue visto también como modo de participar en la muerte
y resurrección de Cristo, como la máxima gracia
de Dios, como la forma más elevada del amor a Dios y al
projimo; y como muerte con eficacia salvífica para los
que sobrevivían a los mártires.
A lo largo de la historia, la noción de martirio
se fue reglamentando canónicamente, y en nuestros días
vige oficialmente, más o menos, esta definición:
el martirio consiste en "la aceptación libre y paciente
de la muerte por causa de la fe (incluida su enseñanza
moral) en su totalidad o con respecto a una doctrina concreta
(vista ésta siempre en la totalidad de la fe)". De
esta definición dos son los elementos más importantes
que son tenidos en cuenta en los procesos de canonización:
que el martirio sea ocasionado por el odio contra la fe y que
la muerte no sea respuesta a una violencia previa por parte del
mártir.
Existe, pues, una formulación teológica
del martirio, pero es indudable que a lo largo de la historia
éstas han estado condicionadas por lo concreto de la muertes
de los cristianos. Así, por poner un ejemplo de este siglo,
María Goretti, asesinada en 1902 por defender la virtud
de la pureza, fue declarada mártir, con lo cual a la muerte
por el odio a la fe hubo que añadir el testimonio que se
da a través de la conducta moral.
En parecida situación estamos ahora en América
Latina. La novedad histórica consiste en que los cristianos
son matados violentamente no por profesar públicamente
una fe o una doctrina eclesial contra otras fes religiosas (o
ideologías ateas) o contra otras iglesias, como ha sido
lo normal en el pasado. Gráficamente, esto puede verse
en que quienes hoy asesinan a los cristianos son también
bautizados, se llaman cristianos, y a veces incluso justifican
los asesinatos como defensa de la fe cristiana.
En esta situación, el sentido común y el
sentido de la fe exigen una definición más amplia
del martirio. Por ello, K. Rahner, poco antes de morir en 1984,
precisamente a propósito de los mártires latinoamericanos
se preguntaba: "¿Por qué no habría de
ser mártir un monseñor Romero, por ejemplo, caído
en la lucha por la justicia en la sociedad, en una lucha que él
hizo desde sus más profundas convicciones cristianas?".
Esto supone la reformulacíon del odio contra la fe como
odio conta la justicia, congruente con la revelación bíblica
de Dios como un Dios de vida y de justicia, y supone que en el
"sin violencia" pueda estar presente la violencia profética,
congruente con la conducta de los profetas de Israel y de Jesús.
La comprensión "cristiana" del martirio
Los mártires latinoamericanas han forzado, pues,
a repensar el martirio, pero han hecho algo más importante:
han obligado a repensarlo desde Jesús. Así, L. Boff
analiza el martirio desde "Jesucristo, sacramento original
del martirio", y por ello los mártires son considerados
como "mártires del reino de Dios".
El Nuevo Testamento no describió la muerte de Jesús
con el término "martirio" ni le dio a Jesús
el título de "mártir", pero sí
le llamaron el "cordero degollado" (en el Apocalipsis),
el "siervo" (en los sinópticos). Martirio es,
pues, no sólo muerte por fidelidad a una exigencia de Cristo,
sino reproducción fiel de la muerte de Jesús. Lo
esencial del martirio está en la afinidad con la muerte
de Jesús. Y eso ocurre con los mártires latinoamericanos.
Estos, en efecto, han muerto por defender la misma causa de Jesús,
el reino de Dios para los pobres, y han sido amenazados, perseguidos
y asesinados por el antirreino. Sea cual fuere la santidad subjetiva
de estos mártires en comparación con la de otros,
no cabe duda de que, objetivamente hablando, no mueren por defender
una causa eclesial, como no pudo ser el caso de Jesús,
sino por defender lo central del reino de Dios. No son mártires
de la Iglesia, aunque viven y mueren en la Iglesia,
sino mártires del reino de Dios, mártires de la
humanidad. Por decirlo gráficamente, cuando asesinaron
a Mons. Romero en el altar hubo que ir hasta el siglo XII para
encontrar un precedente en Thomas Becket, arzobispo de Canterbury,
pero con una diferencia esencial que recogen los siguientes versos.
En oscuros siglos, se cuenta,
algún obispo murió
por orden de un rey,
salpicando con su sangre el cáliz
por defender la libertad de la Iglesia
frente al poder.
Está muy bien, pero
¿desde cuándo no se había
contado
que mataran a un obispo en el altar
sin hablar de libertad de la Iglesia
sino simplemente
porque se puso del lado de los pobres
y dio voz a su sed de justicia
que clama al cielo?
Quizás hay que ir al origen mismo,
al que mataron
con muerte de esclavo subversivo.
Estas muertes actuales por el reinio de Dios son como
la de Jesús e iluminan el carácter de martirio testimonio
de la muerte de Jesús. Ya lo sabemos, pero hay que recordarlo.
Jesús no se predicó a sí mismo, sino que
predicó el reino de Dios. Y por ello quienes hoy con su
vida y con su muerte dan testimonio del reino de Dios son mártires
como Jesús.
El testimoniar a "ese" Dios del reino Jesús
lo llevó a cabo realizando obras de vida, de misericordia
y de justicia para los privilegiados, los pobres, y luchando contra
los ídolos que les dan muerte. El testimonio se expresa,
por lo tanto, más en las obras del amor que en las confesiones
de fe; se expresa más al modo sacramental de hacer presente
al verdadero reino de Dios que en mantener formulaciones verdaderas
sobre su Dios. Y cuando esa forma de testimoniar exige hasta la
vida, entonces mantenerse en ese amor es el testimonio último
de un Dios que es amor.
Es posible y es bueno entender el martirio cristiano en
la línea de la muerte por amor, como lo afirma san Juan
y también santo Tomás: "el amor es el elemento
formal que otorga excelencia al martirio", dice. Testimoniar
el amor y testimoniar la verdad no se excluyen, por supuesto.
Ambas cosas pueden unificarse, pues en el martirio por causa de
la justicia se está dando testimonio de la verdad del Dios
de la justicia. No se trata, pues, de disyuntiva, sino de prioridad.
Históricamente, esto es evidente en América Latina,
pues a nadie se ha asesinado por la pura confesión externa
de la fe, pero se ha asesinado a millares por el testimonio de
"la fe que opera por la caridad", por la fe que se compromete
con la justicia.
En conclusión, esta "nueva" forma de
concebir el martirio no significa más que volver a la "más
antigua": concebir la cruz de Jesús como testimonio
último en favor del amor de un Dios parcial hacia las víctimas
y en contra de sus opresores. Y así lo dijo Monseñor
Romero de sus sacerdotes asesinados.
Para mí que son verdaderos mártires en el sentido
popular Son hombres que han predicado precisamente esa incardinación
en la pobreza. Son verdaderos hombres que han ido a los límites
peligrosos, donde la Unión Guerra Blanca amenaza, donde
se puede señalar a alguien y se termina matándolo,
como mataron a Cristo.
Jon Sobrino, S.J.
La oferta de felicidad forma parte de nuestro mundo de
consumo; pero, como es un bien escaso, se le inventan sustitutos
que desempeñen una especie de labor de suplencia. El placer,
el confort, la diversión, el éxito, la risa, en
fin, "darse la buena vida" se convierten en sucedáneos
de felicidad que funcionan como una luz de neón cuando
no se dispone de la del día, o como agua embotellada en
plástico cuando no se puede beber de una fuente de montaña.
En todo caso, hoy "la felicidad vende", y uno
puede toparse con el discurso sobre ella en libros de divulgación
filosófica, entre los sones del pandero de Hare khrisna,
en los anuncios por palabras del periódico que prometen
el éxtasis gracias a las destrezas de la señorita
Mary Puri, o en las ofertas de una agencia de viajes que dice
haberla localizado en Cancún o según se llega a
Disneylandia, a mano derecha. En lo que llamamos con benevolencia
las "culturas desarrolladas", el eslogan de una vida
feliz mueve un mercado millonario en torno a la famosa "calidad
de vida", y lo que consigue, sobre todo, es que se sientan
desgraciados los que la saben más allá de su poder
adquisitivo.
Dice García Roca, en una frase lapidaria, que los
cristianos estamos "conjurados para la dicha" y que
tenemos la obligación de popularizar el modo cristiano
de ser feliz. Estoy totalmente de acuerdo con él, y me
parece urgente que nos dejemos envolver por lo que podríamos
llamar "historias evangélicas de gente feliz".
Al leer el evangelio, se tiene la sensación de
que Jesús provoca a su alrededor una especie de concentración
llamativa de personas contentas, un crecimiento exagerado de la
densidad de alegría por metro cuadrado. Y eso desde María
de Nazaret, que hizo dar saltos de gozo a la criatura que llevaba
Isabel en el vientre, hasta las mujeres que volvieron del sepulcro
vacío con un torbellino de júbilo saliéndoseles
del alma.
Lo mismo que la propaganda al uso internaliza en nosotros
el ansia de poseer, de disfrutar, de dominar, tendríamos
que dejar que las imágenes del evangelio nos sedujeran
con más fuerza que los "comerciales" televisivos
y que despertaran en nosotros el deseo de participar del secreto
de la alegría de toda esa gente liberadora que canta, celebra,
bendice y agradece: un hombre encontrando un tesoro; un padre
que corre el encuentro del hijo que vuelve; un grupo de amigos
que celebran con su vecino el encuentro de la oveja que se perdió;
el brillo triunfal de los ojos del mercader que desliza en su
bolsa la perla preciosa que otros no han sabido descubrir; el
bullicio de gente marginal que se apiña junto a Jesús
en torno a una mesa a la que han sido convidados; el brinco de
Bartimeo dejando atrás el manto de su pasado, y caminando
deslumbrado detrás de aquel que le ha sacado de la noche
Las narraciones evangélicas son sobrias, pero nos
llaman a atravesar el umbral donde ellas se detienen, a presentir
cómo continúan. Les invito a imaginar cómo
sería, por ejemplo, la "mañana siguiente"
del hijo que volvió a casa; cómo se presentaría
radiante delante de su padre para decirle:" ¿De qué
quieres que me ocupe hoy?", mientras el mayor, al que la
ternura del padre ha curado de su rigidez, organiza una merienda
para comer con sus amigos un cabrito que ahora sabe suyo.
O la conversión alborozada de la cananea con sus
vecinas, contándoles cómo consiguió convencer
a aquel galileo resistente de que se ocupara también de
gente no judía. O el caminar erguido y seguro de la mujer
sorprendida en adulterio alejándose del lugar de su encuentro
con Jesús, con la vida rehecha y el futuro por delante
Siempre me han fascinado dos características de
la alegría que promete el evangelio: la primera es que
no podemos abarcarla, sino que hay que entrar dentro de ella:
"Entra en el gozo de tu Señor" (Mt 25, 21 23)
es la invitación que leemos en la parábola de los
talentos. La otra es la imposibilidad de que nos sea arrebatada:
"la alegría que yo les doy no se la puede quitar nadie"
(Jn 16, 22).
Acostumbrados por la posmodernidad a no ambicionar más
que pequeñas parcelas de pequeña y frágil
felicidad, son promesas que suenan a desmesuradas, a desproporcionadas
y excesivas. Y sin embargo, ése es el anuncio que tiene
que escuchar una comunidad asediada por el desencanto:
"Esto dice el Hijo del Hombre, el que tiene en las
manos las llaves de la muerte y del Hades, aquel cuyos ojos son
como una llama ardiente, y sus pies como bronce precioso:
"Conozco tus obras, tu servicio y tu perseverancia.
Sé que luchas por mantenerte fiel a tus compromisos y cumplir
con constancia tus obligaciones. Pero tengo un reproche por hacerte,
y es que has descuidado la alegría y todo lo que tiene
de gozoso el seguimiento de tu Señor. Repites sus bienaventuranzas
como un programa y no como una buena noticia; no te atreves a
creer que pueda ser verdad la felicidad que él promete:
nacer de nuevo, perder el miedo, confiar en que has sido perdonada,
estar segura de ser querida tal como eres.
Has negociado con tu identidad para adaptarte a los estilos
de felicidad que te ofrece Babilonia, y has dejado que los valores
de la acción y el trabajo primen sobre los de la fiesta
o las relaciones humanas.
Te aconsejo que sueltes de vez en cuando el maletín
o la computadora y que te acerques sin temor a aquellos escenarios
que el hombre y la mujer actuales declaran significativos: el
cuerpo, el deseo, la amistad, la estética, el ocio, la
fiesta, la finitud. Recuerda que aquél a quien sigues realizó
su primer signo en medio del ambiete festivo de una boda y habló
del Reino como de la invitación a un banquete.
Fíate de los caminos extraños que, según
el evangelio, dan acceso a la felicidad: la puerta estrecha de
la sobriedad de vida; el compartir, como proyecto alternativo
al poseer; la gratuidad como fuente de tu memoria. Cultiva esa
alegría que será como una zona verde en medio de
una ciudad taciturna.
Al vencedor yo le daré a beber el vino de bodas
de mi banquete y le daré una piedrecita blanca que lleva
grabado el secreto de una alegría disidente y con la que
se puede jugar al juego de mi Reino: un juego en el que gana el
que pierde y en el que encuentra un tesoro el que se queda sin
nada.
El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu
dice a las Iglesias".
Dolores Aleixandre, Profesora de Sagrada Escritura, Universidad
de Comillas.
El 14 de junio, la Universidad de Santa Clara, California,
dirigida por los jesuitas concedió un doctorado honoris
causa a la Procuradora de Derechos Humanos, Dra. Victoria de Avilés.
El rector, P. Paul Locatelli, S. J., dijo que el reconocimiento
se debe "a sus esfuerzos valientes por asegurar los derechos
humanos de todos los salvadoreños y su dedicación
a la causa de la justicia y la dignidad de todo ser humano aun
con gran riesgo pesonal".
Aquí en El Salvador nos alegramos mucho de tal
distinción, pues sabemos cuán merecida es y, por
otra parte, cuántos hay todavía que hasta con malas
artes tratan de entorpecer el trabajo de la Procuraduría
y de difamar a la Procuradora.
Y también nos alegra que el reconocimento provenga
de Santa Clara. En 1982 esta universidad concedió otro
doctorado honoris causa al P. Ignacio Ellacuría. Con frecuencia,
las máximas autoridades han visitado nuestro país.
Uno de los vicerectores, hace años, trabajó durante
meses en un refugio. El P. Paul Locatelli ha hablado en público
en las calles para defender la justicia en nuestro país:
el día 20 de noviembre de 1989 en protesta por el asesinato
de los jesuítas, Julia Elba y Celina, y en abril de este
año ante Fort Benning, pidiendo el cierre de la Escuela
de las Américas.
Del discurso de la Doctora de Avilés publicamos
un largo fragmento. Con muestra felicitación va el deseo
de los profetas de Israel: "que el derecho fluya como el
agua y la justicia como torrente" (Am 5, 24).
La paz que el pueblo de El Salvador está construyendo,
a partir de los acuerdos adoptados en 1992, es una paz que no
equivale a la ausencia de guerra o conflicto. Es una paz que quiere
y pugna por expresarse en un sociedad democrática, en un
Estado de Derecho, en un orden social, político y jurídico
sustentado en el respeto de los derechos humanos. Es nuestro gran
consenso nacional.
La tarea sin embargo no es fácil. Es compleja.
No basta con tener leyes respetuosas de los derechos humanos.
No basta con tener elecciones periódicas. No bastan reformas
al Organo Judicial. Es necesario que no se despoje al pobre de
sus derechos. Que no se haga uso arbitrario de la fuerza contra
el débil. Que la justicia no mire la posición económica
o el poder político de las personas. Que el crimen y el
delito no queden en la impunidad.
Es indispensable que se resuelvan los conflictos conforme
a la ley, recurriendo a la conciliación de intereses y
al respeto del derecho ajeno. Estos son nuestros desafíos
actuales. Y lo es, especialmente, la libertad de realizar los
derechos económicos y sociales de la que habló el
Presidente Roosevelt, es decir, poder satisfacer las necesidades
de alimentación, de salud, de vivienda, de educación
de grandes sectores de la población, para que todos ejerzamos
sobre las mismas bases de la necesidad satisfecha nuestras libertades
y derechos individuales.
El domingo 15 de junio Fernando Cardenal hizo los votos
para ingresar en la Compañía de Jesús. Ya
los había hecho antes, en 1954, pero, tras aceptar el puesto
de ministro en el gabinete sandinista, fue expulsado formalmente
de la Compañía en 1984. El Padre Cardenal, que nunca
ha dejado de ser sacerdote, tiene ahora 63 años.
Los historiadores dicen que es la primera vez que tal
cosa ocurre en los más de 450 años de historia de
la Compañía de Jesús. El mismo Fernando Cardenal
lo explica así: "¿Por qué el mío
es el único caso de ser readmitido? Porque es el único
caso de un expulsado que siguió viviendo como si fuera
jesuita con todas las obligaciones y sin ningún derecho.
Normalmente, el expulsado se va lejos". El P. Kolvenbachh,
en efecto, a quien tocó expulsarlo de la Compañía
por presiones de la Santa Sede, le permitió seguir viviendo
en casas de jesuitas, haciendo vida de comunidad.
Pero mas allá de esta anécdota, hay muchas
cosas importantes que recordar. Ante todo, Fernando Cardenal representa
una generación de cristianos y religiosos latinoamericanos
que surgieron alrededor de Medellín y tomaron decisiones
recias (como un Rutilio en Aguilares o un Ellacuría en
la UCA). No había llegado la postmodernidad a la Iglesia,
y la injusticia, y el Cristo presente en los pobres, movió
a muchos a opciones nada rutinarias.
"Mi compromiso con los pobres comenzó en Medellín,
en 1969, cuando hacía la tercera probación con el
P. Miguel Elizondo. Allí juré dedicar toda mi vida
a los pobres". En 1970 regresó a Nicaragua e hizo
los primeros contactos con el Frente Sandinista. "Conocí
los estatutos de Carlos Fonseca, el fundador del frente, y ahí
no hay nada en contra de la religión o de la fe. Lo que
yo estaba haciendo era un servicio dentro de una revolución,
que se veía como la primera que se llevaba a cabo con cristianos,
no como las anteriores que se hicieron sin cristianos, o a pesar
o en contra de los cristianos".
Fernando ocupó el cargo de ministro de eduación,
y a él le tocó, entre otras cosas, dirigir la gigantesca
campaña de alfabetización. El siempre ha estado
claro que los sacerdotes no deben ocupar puestos públicos,
pero insiste en que "en el caso de Nicaragua había
que hacer una excepción". Años más tarde
tomó otra decisión consecuente: "El Frente
estamos hablando allá por los años 1991 y 1992,
dejó de ser, a mi manera de ver las cosas, el instrumento
para la transformación del país", y así
en 1995 abandonó el Frente. Sin embargo, dice que "a
pesar de los errorres, nosotros éramos un instrumento real
concreto de tansformación para los pobres. Se hicieron
leyes, reforma agraria, campañas de alfabetizacón
y viviendas".
Fernando hoy habla con paz y humildad. A sus 63 años
tiene un gran deseo de trabajar con jóvenes. Habla con
naturalidad de Jesús y de los mártires. Está
contento de haber hecho los votos y no ha perdido la esperanza.