UCA

Universidad Centroamericana José Simeón Cañas



Carta a las Iglesias

© 1997 UCA Editores


Carta a Las Iglesias, Año XVII, Nº 380, 15-30 de junio, 1997

La opción por los pobres es de vida o muerte

En otro lugar de este número de Carta a las Iglesias ofrecemos un resumen del informe anual de Naciones Unidas sobre la pobreza y el desarrollo humano, que fue dado a conocer el 12 de junio. El informe procura ser objetivo y registra los avances que hace la humanidad. Pero en su conjunto es devastador. He aquí algunas frases".

"Con la globalización los ricos salen ganando y los pobres salen perdiendo". "110 millones de seres humanos en América Latina y el Caribe viven con menos de un dólar diario". "El hombre más rico de México tiene una fortuna de 6.600 millones de dólares, equivalente a los ingresos combinados de 17 millones de mexicanos pobres". Y así podríamos seguir.

Hace dos meses también la Cepal, la Comisión Económica Permanente para América Latina, ofreció su propio informe. El número absoluto de personas que viven en condiciones de pobreza en América Latina ascendió el año pasado a 210 millones, el más alto en la historia de la región. Es cierto que, en términos relativos, el número de pobres bajó del 41 al 39 por ciento, pero el número absoluto aumentó. Las reformas económicas promovidas por los gobiernos no han extendido sus beneficios a los más pobres.

La visión teologal: "un escándalo que clama al cielo"

Los datos que acabamos de ofrecer debieran ser del conocimiento público, debieran ser presentados y explicados por los gobernantes y líderes de nuestros pueblos. Sin embargo pasan prácticamente desapercibidos y son ignorados. De la realidad de nuestro planeta, de cómo viven y mueren más de 6.000 millones de seres humanos, sabemos infinitamente menos que del futbol y sus ronaldos, que de las telenovelas y sus amoríos, que de la industria de la canción industria es y sus discos de oro y platino.
Así es, se dirá. Y se añadirá que la postmodernidad a todos nos invade, pero que eso es mejor que matarse mutuamente como en los tiempos de guerra. La conclusión es que en el mundo vamos bien o no tan mal. Pero no convence.
Hubo un tiempo en que se citaba mucho a Medellín y Puebla, con convicción y con compromiso, sin miedo a la acusación de "meterse en política", sin miedo a enfrentarse a gobernantes, militares y ricos, y con el gran amor de arriesgar y sufrir persecución si fuese necesario. ¿Y qué decían?

"Esa miseria, como hecho colectivo, es una injusticia que clama al cielo" (Medellín, 1968). "Vemos a la luz de la fe, como un escándalo y una contradicción con el ser cristiano, la creciente brecha entre ricos y pobres. El lujo de unos pocos se convierte en insulto contra la miseria de las grandes masas. Esto es contrario al plan de Dios y al honor que se merece" (Puebla, 1979).

Los obispos católicos hablan aquí de "injusticia", palabra que no se usa en informes técnicos, como el de las Naciones Unidas y la Cepal, pero palabra insustituible para describir, en muy buena parte, la realidad. Y si hay injusticia es que hay pecado y pecado estructural, palabras de nuevo caídas en el olvido.
Y dicen también que la realidad de nuestro continente "clama al cielo", "son contrarias al plan de Dios". Lo que los informes dicen en números y estadísticas es que "la creación de Dios está muy mal". La vida, para la cual Dios creó a todos los seres humanos, no es para todos por igual, y para miles de millones es una dura carga casi imposible de llevar. Y como al hacernos hijos e hijas suyos, nos hizo también hermanos y hermanas, entonces es el lujo de los pocos y la miseria de los muchos es un verdadero insulto a Dios.
No faltará quien diga que, con todo, algo mejoramos en la humanidad, como lo hace Michel Novak, el teólogo del capitalismo. Pero esto es consuelo pequeño. En primer lugar no exime de culpa a quienes hoy promueven tales desigualdades, aunque las vean como el camino necesario para que los pobres, poco a poco, en 20 o 30 años, vivan un poco mejor. Y en segundo lugar, miremos a nuestra tradición. Los profetas de Israel podían tener conocimientos suficientes para saber que en tiempos de la manorquía la macroeconomía beneficiaba "más" a los israelitas que sus trabajos como esclavos en Egipto. Pero ese "estar un poco mejor" para nada les impidió condenar como intolerable la situación de los pobres de Israel.
¿Estamos, estaremos "un poco mejor" con la globalización? El realismo y el posibilismo son actitudes comprensibles y hasta cierto punto necesarias. Pero algo surge de lo más profundo de lo humano que exige establecer criterios mínimos absolutos sobre la posibilidad de vida y sobre la igualdad y fraternidad, para que los que tienen todo no puedan repetir, sin inmutarse: "no exageren, no se quejen, poco a poco vamos mejor".

La interpelación a la Iglesia: "¿qué has hecho de tu hermano?"

No faltará quien diga que "no hay protesta sin propuesta", y por lo tanto que basta de puros lamentos. A esto queremos responder que aquí no estamos simplemente protestando (desahogo subjetivo, legítimo por otra parte), sino deunciando (lo más apegados a la verdad objetiva). Denunciamos el encumbrimiento de la realidad (¿quién conoce el informe de las Naciones Unidas?), los eufemismos que se usan para describirla (países en vías de desarrollo, desigualdades, menores oportunidades, en lugar de países subdesarrollados, injusticia, cercanía a la muerte) y denunciamos que no se relacione la economía con la problemáica ética (¿no hay nada de pecado en configurar el mundo de esta manera?), como si aquélla no fuese una actividad humana, que, como todas las demás, tiene una dimensión ética.
Y éste puede ser el primer aporte de la Iglesia: "buscar y decir verdad", convertirse en "guardiana de la palabra". Y a través de ello puede también influir en la conciencia colectiva; animar y exigir a las fuerzas política y sociales, y a los centros de ciencia a buscar soluciones o pasos serios hacia la solución; motivar y ofrecer, religiosamente, un sentido de la vida, una felicidad, que está basada en la austeridad, no en la opulencia, en el compartir, no en el egoísmo. Si la Iglesia ayuda a propiciar lo segundo en contra de lo primero hará un gran bien al país.
Pero hay que poner manos a la obra. Aquí en nuestro país, desde que Mons. Romero escribió su cuarta carta pastoral en 1979, no ha habido, por parte de los obispos y de la conferencia episcopal, un escrito serio, bien documentado, con reflexión teológica y socio política sobre la pobreza y la injusticia en el país (aunque algunos obispos lo intenten en sus declaraciones). Se habla de otros males, de pecados en general, pero no se comienza con este gran pecado contra la vida que son las estructuras injustas, duraderas y crueles.
La mayoría de las directrices pastorales y de los movimientos que más proliferan no hacen de la pobreza y de la injusticia el problema central, por decirlo suavemente. Esta última forma de cristianismo no encuentra dificultades en la jerarquía, a veces encuentras facilidades. Pero no así los pequeños grupos, beneméritos, que se preocupan por la justicia.
La Iglesia puede y debe hacer mucho en favor de la justicia en un país fundamentalmente injusto. Pero para ello necesita credibilidad: aparecer realmente encarnada en los sufrimientos de los pobres, y ser profeta, con honradez y con caridad cristiana, de quienes generan la pobreza, la ignoran o la encubran. Sin esto no hay opción por los pobres. Ni podemos presentarnos ante un Dios que nos pregunta: "¿qué has hecho de tu hermano?".



La PNC viola los derechos humanos.
La corrupción en el Fondo de Inversión Social (FIS)

Señalamientos contra la Policía Nacional Civil

En las últimas semanas han salido a relucir nuevamente las sospechas de que, al interior de la Policía Nacional Civil, funcionan grupos que no sólo realizan actividades ilegales, sino que operan al margen de las instancias de control institucional propias del organismo policial. Ese tipo de sospechas han sido reiteradas prácticamente desde que la nueva policía comenzó su trabajo ante el desaparecimiento abrupto de la antigua Policía Nacional. Asesinatos, robos, secuestros, violaciones y actividades de narcotráfico han tenido como protagonistas directos a agentes y mandos medios de la PNC; varios de ellos, incluso, han sido expulsados del cuerpo policial.
Los acontecimientos criminales más recientes, en los que parecen estar involucrados miembros de la PNC, tienen que ver con una serie de asesinatos de presuntos miembros de maras. Asumiendo su responsabilidad en el respeto a la vida y a la integridad de los salvadoreños, la Procuradora para la Defensa de los Derechos Humanos, Victoria Marina de Avilés, ha puesto en la mesa de discusión el tema de la responsabilidad policial en esos crímenes. El Ministro de Seguridad Pública, Hugo Barrera, y el Director de la PNC, Rodrigo Avila, han pedido pruebas a la Procuradora, haciendo uso de un recurso que ya ha demostrado su eficacia para contener las críticas.
En la PNC están sucediendo cosas preocupantes para el futuro de la consolidación democrática en el país, pues de institución garante del respeto de los derechos humanos se está convirtiendo en una institución violadora de los mismos. Son tantos los crímenes en los que aparecen involucrados sus agentes que pedir pruebas para actuar es irresponsabilidad, pues quienes las piden hacen de los crímenes algo irrelevante: no hay pruebas parece ser su argumento , no hay crímenes.
Pero el argumento tiene un trampa, pues la pruebas las hay en abundancia. Lo que no se tiene son nombres de los responsables, su récord personal, dónde y cuándo se integraron a la policía... Y es esto lo que están pidiendo el Ministro de Seguridad y el Director de la PNC. Ambos funcionarios deberían tomarse más en serio el problema que tienen entre manos.
El Presidente de la República debería reconvenirlos drásticamente por lo mal que están llevando la policía. La Asamblea Legislativa debería examinar detenidamente los casos en los que está bien fundada la sospecha de participación de agentes de la PNC en actividades delictivas. El desdén con el que Avila y Barrera han tomado las críticas de la Procuradora para la Defensa de los Derechos Humanos pone en entredicho su idoneidad para los desafíos que presenta la seguridad ciudadana en la actualidad. La Procuradora, por el contrario, está demostrando que su desempeño está a la altura de lo que el país requiere de ella.

Resurge la corrupción en el FIS

En octubre del año pasado la fracción de oposición de la Asamblea Legislativa denunció, amparándose en un informe de la Corte de Cuentas, la malversación de 18 millones de colones por parte de la junta directiva del Fondo de Inversión Social. Los señalamientos de la Corte de Cuentas partían, principalmente, de la irregular aplicación del decreto 471 (Ley Temporal de Compensación Económica), gracias a la cual un buen número de funcionarios del FIS habrían recibido cuantiosas indemnizaciones.
Para entender la índole de las acusaciones en contra de los personeros del FIS, vale recordar el mecanismo establecido por el decreto 471 para indemnizar a aquellos empleados que, al haber sido notificados de la desaparición de su plaza, debían retirarse obligatoriamente de la institución en la que laboraban. Según el decreto, los empleados gubernamentales que se acogieran a él: a) no podrían, bajo ninguna circunstancia, volver a ser recontratados para el puesto que antes desempeñaban; y b) de ser su salario superior a los 4 mil 620 colones mensuales, recibirían una indemnización única equivalente a un salario mensual por cada año de servicio ininterrumpido.
En contraste con lo anterior, el informe de la Corte de Cuentas revelaba que altos funcionarios del FIS se habrían acogido al decreto 471 de una manera muy particular: en primer lugar, habrían experimentado aumentos salariales considerables pocos días antes de recibir las indemnizaciones, por lo cual el monto de éstas se incrementó notablemente (algunas de ellas alcanzaron los 800 mil colones). En segundo lugar, los funcionarios recibieron una compensación económica adicional calculada a partir del salario de sus últimos seis meses de labores. En tercer lugar, estos mismos funcionarios, habiendo recibido ya sus indemnizaciones, fueron recontratados por el FIS, algunos incluso uno o dos días después de su retiro. Finalmente, para el cálculo de las indemnizaciones se tomó en cuenta el tiempo que los funcionarios laboraron en otras dependencias del Estado, fuera éste ininterrumpido o no.
Pese a la aparente solidez de las pruebas y a lo evidente que resultaba que se había recurrido a un procedimiento absolutamente irregular para beneficiar a algunos empleados del FIS, debió de pasar más de medio año antes de que la Corte de Cuentas emitiera una resolución final sobre el caso. Fue hasta los primeros días de junio de este año que el Presidente de la institución, Hernán Contreras, definió la responsabilidad administrativa y patrimonial de los directivos del FIS en la malversación de los fondos.
Dejando a un lado la incomprensible tardanza en la resolución de la Corte de Cuentas, no deja de causar estupor el hecho de que a los principales implicados sólo se les ha sancionado con multas y con la devolución del efectivo malversado. La sanción penal que les correspondería (hasta seis años de prisión) únicamente podrá llevarse a cabo si la Fiscalía General de la República los encuentra culpables en el Juicio de Cuentas que se realizará dentro de un mes. Es así como, después de que han pasado ocho meses desde que saliera a la luz pública uno de los desfalcos contra el Estado más cuantiosos, los principales responsables continúan aún en sus puestos y todavía no encaran la posibilidad de pagar penalmente su delito.
Estos hechos despiertan algunas interrogantes. ¿Por qué la Fiscalía no abrió meses atrás un proceso en contra de los funcionarios, pese a que ya existía un informe preliminar que mostraba las graves irregularidades cometidas? ¿Cómo es que el gobierno no ha despedido de sus puestos a la junta directiva del FIS, cuando éstos ya han sido encontrado responsables de los cargos que se les imputan? ¿Obedeció la lentitud procedimental de la Corte de Cuentas y la descoordinación entre ésta y la Fiscalía a la importancia de los funcionarios gubernamentales implicados?
En definitiva, el caso del FIS confirma, por enésima vez, la poca voluntad del gobierno para combatir la corrupción y la forzada ineficiencia en que caen las entidades encargadas de vigilar el recto funcionamiento del Estado cuando en hechos anómalos se ven involucrados funcionarios gubernamentales de alto nivel. En manos de la Fiscalía de la República está ahora la responsabilidad de concluir convincentemente y con apego a la ley uno de los casos más bochornosos de corrupción al interior del Estado.




El Salvador: "El país de la esperanza"

Un día, no sé cuándo, a algún ingenioso se le ocurrió llamar a El Salvador "el país de la sonrisa", y no estaba tan equivocado. Pero debió haber dicho "de la sonrisa y de la esperanza". Somos parte de un país en el que muchas gentes se levantan al cantar el gallo, se prende la radio, se escucha una ranchera y las primeras buenas o malas noticias. El que bien está se toma una taza de café de palo, y se lanza a la calle apresuramente a ganarse la tortilla.
Casi puede asegurarse que la mayor carga que llevamos al salir de nuestras casa es la esperanza, y es que además tenemos la fortuna de tener mucha. Por eso podemos alegrarnos al amanecer y disfrutar el alba, ver el cielo que empieza a pintar de muchos colores, la silueta de los cerros o el simple vaivén de los árboles que con la brisa parecen gigantes danzantes. Nos alegramos también con los atardeceres, la puesta de una tormenta, el cielo azul y hasta el cantar de un par de chiltotas, regalos naturales, que todavía no han logrado incluir en la lista de productos por los que se paga impuesto.
También es cierto que en el mundo urbano se nos está olvidando volver a ver al hermano. La sonrisa se nos va volviendo plástica, la esperanza tiene ceros y la indiferencia nos envuelve de cuando en cuando volviéndonos seres grises.
¡Con qué nostalgia extrañamos algunos las caras con nombre y apellido que dejamos en las veredas que circundan los cantones de donde venimos, donde de paso en paso se encuentra a un vecino que dice: "buenos días le dé Dios", "que Dios le bendiga", "que le vaya bien", "¿cómo amaneció"! Todo ello con sencillez, con franqueza, sin esperar nada a cambio.

Hoy la pregunta se mueve en el aire: ¿los salvadoreños tienen esperanza? La respuesta la da la vida y la dan las estadísticas. El Salvador es un país de pobres y los pobres tienen el tesoro de la esperanza, aun cuando se encuentren recostados en las gradas de una pasarela pidiendo caridad. Ahí vemos en la esquina a una señora con una mano extendida implorando misericordia y con la otra acunando y amamantando a su hijo. Eso no tiene otro nombre que esperanza, esperar de la bondad, de la solidaridad y de la compasión de los demás.
Tiene esperanza el que sale cada día a reparar zapatos viejos, el que lleva su carretón de minutas, la señora que vende periódicos y verdura en la parada de buses o la que vende dulces en la entrada de la fábrica o la universidad, el anciano que espera titubeante cruzar la calle y el niño con su mochila de cuadernos que va a la escuela. Tienen y dan esperanza.
Aunque pareciera que hay en el ambiente un algo anti humano, como si nos obligara a olvidarnos de la esperanza, no lo han logrado. No pueden quitarnos la capacidad de sentir y de sentir valga la redundancia con todos nuestros sentidos.
Los salvadoreños pobres, no tenemos que preocuparnos por el alza y baja de la bolsa de valores o el precio del café, mucho menos por las exportaciones o el desfalco mayor depositado en un banco suizo. No somos gobernantes, ni narcotraficantes. La mayoría de nosotros simplemente somos un pobre que se alimenta y llena su corazón y muchas veces su estómago de esperanza.
Si preguntamos a un pobre "¿usted tiene esperanza?" seguro que nos dirá que sí, y lo dirá con una sonrisa, a pesar de que en su corazón guarde muchos sufrimientos. "¡Mientras hay vida, hay esperanza!" reza un refrán popular, y ése es, quizás el secreto. Los pobres VIVEN, con todas sus limitaciones, angustias, dolores y hasta en medio de la muerte. Los pobres VIVEN, y lo hacen intensamente. ¡Bienaventurados los pobres, porque nunca perderán la esperanza!

Carmen María


Pobreza y desarrollo en el mundo.
Informe de las Naciones Unidas, 1997

Como todo los años, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) el 12 de junio acaba de hacer público un informe sobre la situación del mundo 176 países por lo que toca a desarrollo y pobreza. El informe se ha elaborado de acuerdo a un nuevo Indice de la Pobreza Humana que incluye cuatro elementos: 1) falta de ingreso, 2) el porcentaje de población que no llegará a los 40 años de edad, 3) el analfabetismo, y 4) la falta de acceso a servicios de salud, agua potable y alimentación razonable. El resultado es aterrador. En el editorial ya hemos hecho algunas reflexiones cristianas. Aquí resumimos lo más importante del informe.

1. Con la globalización los ricos ganan y los pobres pierden

Con la globalización de la economía hay unos ganadores, los ricos, y unos perdedores claros, los pobres. Y eso lo dicen las Naciones Unidas. Esto ocurre al nivel mundial los países subdesarrolldos ganan menos que los industrializados y a nivel individual en un mismo país los más pobres ganan menos que los ricos. Para captar la ilusión que se esconde tras la globalización, el informe usa esta metáfora: "la globalización es una marea de riqueza que supuestamente levanta a todos los barcos. Pero los hay que tienen más agua debajo que otros. Los transatlánticos y los yates navegan mejor, mientras que los botes de remo hacen agua y, algunos, se hunden rápidamente".
Los beneficios de la liberalización del comercio en los próximos años para todo el planeta serán de entre 212.000 y 510.000 millones de dólares. Pero para los 48 países más subdesarrollados supondrá una pérdida anual en material comercial de 600 millones de dólares y de 1.200 millones para los del Africa subsahariana. Y hoy en estos países viven unos mil millones de personas. Hace dos décadas estos pobres generaban sólo el 0.6 por ciento del comercio mundial, pero ahora están peor: han bajado al 0.3 por ciento.
Otro ejemplo del pésimo reparto de beneficios de la globalización: el Producto Interno Bruto del mundo, considerado como un todo ha crecido, pero el de 44 naciones subdesarolladas ha disminuido. Lo mismo ocurre con las inversiones extranjeras: Estados Unidos, Europa occidental, Japón y parte de China acumulan el 90 por ciento, mientras que para el resto del mundo, en el que habita el 70 por ciento de la humanidad, queda el 10 por ciento.
Las causas de que los pobres sean los perdedores son tres: 1) la mala gestión política en el interior de esos países, 2) las condiciones financieras y comerciales que les son impuestas, y 3) las reglas del juego internacionales. Las naciones pobres sufren unas condiciones impuestas por la economía mundial; no se benefician, por ejemplo, de la reducción de los intereses de los créditos, incluso tienen que pagar por ellos cuatro veces más que en la década de los ochenta.

2. La pobreza en América Latina: 110 millones de personas en América Latina y el Caribe viven con menos de un dólar diario

En América Latina y el Caribe, para 110 millones de personas la pobreza ha aumentado, y el 24 por ciento de la población viven con menos de un dólar diario. Estos países y los del Africa subsahariana son los únicos del mundo subdesarrollado donde la pobreza ha aumentado. La región latinoamericana, en su conjunto, sigue teniendo el nivel de desarrollo humano más alto de los países en vías de desarrollo, y 23 de sus 33 países han cumplido o cumplirán antes de tiempo las metas de esperanza de vida y escolarización de las niñas. Pero el 11 por ciento de la población de esa región no llegará a los 40 años de edad; 55 millones de personas no tienen acceso a servicios de salud y 110 millones al agua potable. El porcentaje de población que vive por debajo del nivel internacional de pobreza (equivalente a un dólar diario) aumentó de un 22 por ciento en 1987 a un 24 por ciento en 1993.
El ingreso per cápita del 20 por ciento más rico de América Latina y el Caribe es 19 veces mayor que el del 20 por ciento más pobre, lo cual significa el mayor abismo del mundo subdesarrollado entre ricos y pobres. Un ejemplo espeluznante: en México, en 1995 la fortuna del hombre más rico ascendía a 6.600 millones de dólares, equivalente a los ingresos combinados de 17 millones de mexicanos pobres.
Según esto, veamos comparativamente la situación de algunos países del área latinomericana. En Cuba que ocupa el segundo mejor lugar sólo un 5,1 por ciento de la población sufre pobreza humana, frente al 35,5 por ciento en Guatemala. Colombia ocupa el puesto 6, México es el siguiente en la relación de menos a más pobreza; Panamá el noveno y uno después Uruguay; Ecuador el 15; la República Dominicana el 20; Honduras el 25; Bolivia el 26; Perú el 28; Paraguay el 30; Nicaragua el 34; El Salvador el 36, y Guatemala el 46. A nivel mundial (176 países), Brasil ocupa el puesto 68, Ecuador el 72, Cuba el 86, República Dominicana el 87, Perú el 89, Paraguay el 94, El Salvador el 112, Bolivia el 113, Honduras el 116, Guatemala el 117 y Nicaragua el 127.

3. La pobreza en el mundo está cambiando de rostro

Según el informe el pobre de hoy ya no es necesariamente un campesino asiático, como en los años 70, sino posiblemente un africano subsahariano o un latinoamericano no cualificado y mal remunerado que vive en la ciudad, y tiene rostro de niño o de mujer más que de varón. También puede ser un refugiado o un desplazado por los conflictos, una persona sin tierra o un habitante de una zona ecológicamente frágil.
Este es el "rostro cambiante de la pobreza". En 1993 un total de 515 millones de los 1.300 millones de habitantes del mundo que viven con menos de un dólar diario los llamados "pobres de ingreso" estaban en Asia meridional y en su mayoría residían en las zonas rurales. Hoy las dos regiones con la mayor incidencia de pobreza son el sur de Asia y el Africa subsahariana, pero lo alarmante del Africa subsahariana (desgarrada, además, por muchos conflictos) es que la pobreza aumenta tanto en proporción como en cifras absolutas.
En lugar de campesinos de subsistencia, los pobres pueden ser hoy más bien trabajadores no cualificados y mal remunerados, por la globalización y la liberalización comercial y del mercado laboral. Los pobres pueden encontrarse más en las zonas urbanas que en el campo como resultado de los cambios demográficos y el éxodo a las ciudades, el menor acceso a los recursos productivos, el aumento del sector no estructurado de baja productividad y la insuficiencia de vivienda urbana e infraestructura
El aumento de las guerras y conflictos y las crisis económicas y ambientales han creado masas de refugiados y desplazados internos, especialmente en Africa, con su consiguiente inmersión en la pobreza.

4. El sida es ahora la enfermedad de los pobres

El sida ha pasado de ser una enfermedad de promiscuos y drogadictos en los países industrializados a ser la peor enfermedad de los países más pobres. Hasta ahora estos países subdesarrollados tenían casi en exclusiva enfermedades como la malaria, que da muerte a dos millones de personas al año, y la diarrea, que da muerte a tres millones de niños cada año. Pero el impacto del sida, que empezó a dejarse sentir hace diez años, es más devastador en esos países.
Ahora el sida está íntimamente ligado a la pobreza, ya que ésta es campo fértil para la expansión de la epidemia. La infección desata un torrente de desintegración social y económca, y de empobrecimiento. De los 23 millones de personas que tienen sida, el 94 por ciento viven en el mundo subdesarrollado, y la mayor parte de ellos (14 millones) en el Africa subsahariana. El resto (5,2 millones) viven en el sur y sudeste asiáticos.
En algunos países los efectos de la enfermedad son devastadores hasta el punto de que la expectativa de vida ha disminuido en diez años. Para el año 2010 la expectativa de vida en Botswana es de 33 años (frente a los 61 si no hubiera existido el sida), y en Burkina Faso es de 35 años, frente a los 61 años en circunstancias normales.
Una situación parecida se produce en relación al aumento de la mortalidad infantil, ya que en 14 de los 22 países del Africa subsahariana, aumentará en cincuenta por mil.
Según el informe, también en otros países menos pobres, como Brasil, Tailandia y Uganda, las víctimas del sida se concentran en los sectores más pobres de la sociedad.

5. La pobreza empeora la situación de la mujer

La pobreza acentúa las desigualdades que se dan en todas las sociedades contra la mujer por cuestión de prejuicios, negándole la igualdad de oportunidades en su acceso a la educación, el empleo, la propiedad de activos y la toma de decisiones.
En los países subdesarrollados hay un 60 por ciento más mujeres que hombres entre los analfabetos adultos, y la inmatriculación femenina, incluso al nivel de primaria, es inferior en un 13 por ciento a la masculina.
El salario de la mujer es sólo tres cuartos del maculino, y en los países industrializados la tasa de desempleo de las mujeres es mayor que la de los hombres, y ellas constituyen tres cuartas partes de los miembros de la familia sin remuneración.
El espacio político siempre ha sido monopolizado por los hombres, y aunque las mujeres forman la mitad del electorado sólo detentan el 13 por ciento de los escaños parlamentarios y el 7 por ciento de los cargos en gabinetes nacionales.
En conjunto, los prejuicios sociales, la desigualdad en la educación, en el empleo y en la propiedad de activos, hace que las mujeres tengan menos oportunidades. La pobreza acentúa las diferencias de género, y cuando golpea la adversidad, las mujeres suelen quedar más vulnerables.
La conclusión del informe es que ninguna sociedad trata tan bien a las mujeres como a los varones, la desigualdad de género está fuertemente relacionada con la pobreza humana, y esta desigualdad no siempre se asocia con la pobreza de ingreso.

6. Disminuye la voluntad mundial de ayuda al desarrollo

La voluntad internacional de cooperación está en declive, pese a que hay conciencia de que los problemas son cada vez más globales y deben afrontarse como tales. De hecho muchos de los gobiernos de los países avanzados no quieren aceptar que no se pueden cerrar las fronteras a la miseria. Walter Franco, director del Programa "Proceso de Cambio: el PNUD en el 2001", afirma que la ayuda privada se concentra en un 80 por ciento en ocho países, lo que responde a intereses acumulativos "y los más pobres de los pobres no reciben nada", con lo que aumenta el abismo que les separa de una vida mínimamente digna. Eliminar la pobreza es posible como lo fue "eliminar la esclavitud", pero aún "nos falta la voluntad" de lograrlo.
Reconoce que las recetas de la economía tradicional son funcionales, pero insiste en que "el crecimiento no se traduce necesariamente en mejores condiciones de vida y de desarrollo humano... Si los pobres no tienen espacio para expresarse políticamente es inevitable que los ricos tengan los mayores frutos del crecimiento", lo cual significa que hay una estrecha correlación entre apertura democrática, participación y desarrollo".
"Como latinoamericano me da profundo horror y vergüenza notar que la región, a pesar de sus éxitos económicos, es una de las que peor se comportan en términos de pobreza". Según Franco, "América Latina siempre ha sido injusta, con un modelo de desarrollo excluyente y concentrador", y un modelo político también muy exclusivo "con una elite que utilizaba y utiliza al Estado como instrumento de distribución de ingresos".
Ahora, Latinoamérica ha pasado de estar en manos de una oligarquía terrateniente a una oligarquía financiera, y "a menos que los grupos dominantes entiendan que políticamente el modelo es inestable y se arriesga a convulsiones sociales, el modelo no cambiará". Esos grupos "tienen que sentir esa amenaza", lo que quizás comience a ocurrir con la apertura democrática y la organización social a nivel popular.
Para el experto el problema de la educación, uno de los más graves de los países latinoamericanos, no es tanto cuestión de recursos como de su mala distribución, ya que, como ocurre con la salud, el sistema no provee a las necesidades primarias de grandes masas de población. Igualmente, muchos estados latinoamericanos "han subvencionado mal" sus economías, lo que unido a la injusta distribución de la riqueza y a la ausencia de una verdadera política fiscal, impide que millones de personas den el salto para salir de la miseria y acceder a las oportunidades de prosperar. "Algunos de esos estados no son más que grupos de amigos que a veces se llaman partidos políticos y se pelean por cuotas de poder, ante una gran masa miserable".

7. Conclusión: escándalo y esperanza

En la presentación del informe, Richard Jolly, su principal autor, hizo el siguiente resumen.
"La pobreza del mundo no es un fenómeno irreversible, y en los dos primeros decenios del siglo XXI se puede erradicar la miseria extrema de 1,300 millones de personas de los países subdesarrollados, si se toman medidas concretas a nivel nacional e internacional". Esta es la cara optimista del documento.
Es también positivo que en los últimos 50 años se han hecho más progresos que en los cinco siglos anteriores para reducir la escasez de ingresos y el acceso a fuentes de vital importancia, como el agua o la sanidad, pero en algunos países se ha retrocedido, ensanchándose la brecha entre ricos y pobres. "Es grotesco que en los últimos treinta años haya aumentado la desigualdad entre los ingresos de los más ricos y los más pobres. En 1960 la participación del veinte por ciento más pobre de la tierra en los ingresos mundiales era del 2,3 por ciento. En 1994 ha descendido al 1,1 por ciento".
Para acabar con esta aberrante desigualdad el informe propone seis estrategias. 1) mayor participación en las decisiones sociales, económicas y políticas, 2) igualdad de derechos para hombres y mujeres, 3) crecimiento económico, 4) mejor acceso de los países pobres al proceso de globalización, 5) mayor espacio democrático, 6) programas de reducción de la deuda.
Richar Jolly dice que "acabar con la pobreza extrema costaría mucho menos de lo que se piensa. Bastaría con el uno por ciento del ingreso mundial más el dos a tres por ciento de los ingresos nacionales. Con 80.000 millardos de dólares anuales durante una época se puede enfrentar con éxito la lucha contra esa pobreza". Esa cantidad es todavía menor que la de la riqueza total de los siete hombres más ricos del mundo, dice el informe.
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Con la globalización de la economía hay unos ganadores, los ricos, y unos perdedores claros, los pobres. Hace dos décadas los pobres generaban sólo el 0.6 por ciento del comercio mundial, pero ahora están peor: han bajado al 0.3.
En América Latina y el Caribe, para 110 millones de personas la pobreza ha aumentado, y el 24 por ciento de la población viven con menos de un dólar diario. En México, en 1995 la fortuna del hombre más rico ascendía a 6.600 millones de dólares, equivalente a los ingresos combinados de 17 millones de mexicanos pobres.
El sida ha pasado de ser una enfermedad de promiscuos y drogadictos en los países industrializados a ser la peor enfermedad de los países más pobres. El 94 por ciento viven en el mundo subdesarrollado. La mayor parte de ellos (14 millones) en el Africa subsahariana. El resto (5,2 millones) viven en el sur y sudeste asiáticos.
En conjunto, los prejuicios sociales, la desigualdad en la educación, en el empleo y en la propiedad de activos, hace que las mujeres tengan menos oportunidades. La pobreza acentúa las diferencias de género, y cuando golpea la adversidad, las mujeres suelen quedar más vulnerables.
La voluntad internacional de cooperación está en declive. "Como latinoamericano me da profundo horror y vergüenza notar que la región, a pesar de sus éxitos económicos, es una de las que peor se comportan en términos de pobreza".
"La pobreza del mundo no es un fenómeno irreversible, y en los dos primeros decenios del siglo XXI se puede erradicar la miseria extrema de 1,300 millones de personas". Bastaría con el uno por ciento del ingreso mundial más el dos a tres por ciento de los ingresos nacionales, 80.000 millardos". Esa cantidad es todavía menor que la de la riqueza total de los siete hombres más ricos del mundo, dice el informe.



Los mártires de El Salvador (I)

Juan Pablo II y la Conferencia Episcopal de El Salvador nos han pedido elaborar listas de mártires de nuestro tiempo, y nos ofrecen algunos criterios para calificar como "mártires" a personas o grupos a quienes les han arrebatado violentamente la vida. En éste y en próximos números de Carta a las Iglesias ofrecemos algunas reflexiones teológicas que quizás ayuden a comprender el martirio en nuestro país, y sobre todo a agradecer y a proseguir la causa de los mártires.

La paradoja de un fenómeno martirial sin precedentes

Para comenzar, hay que recordar que América Latina es el continente en que, desde el Vaticano II, más cristianos han sido asesinados violentamente. En esta situación ha surgido la pregunta de si llamarlos mártires o no. Para unos son verdaderos mártires, mientras que para otros no los son, pues "se metieron donde no les tocaba", "ellos se lo buscaron"...
Cómo se llame a tantos cristianos y seres humanos asesinados es lo de menos, pero sería terrible que el martirio sea la muerte cristiana por excelencia, y, por otra, que aquellos que han sido matados de la manera más parecida a Jesús no participen de la excelencia de esa muerte debido. Pero el tratamiento del tema es importante también por razones teológicas, pues su esclarecimiento remite, en definitiva, a Jesús y a su muerte, pero también a su vida, y esclarece por qué lo mataron. Y entonces, el problema es más radical: saber si el mismo Jesús fue mártir o no.

La comprensión tradicional del martirio

El Nuevo Testamento da cuenta de que desde muy pronto la persecución fue inherente a la nueva fe. En su primer escrito dice san Pablo: "ustedes saben que éste es nuestro destino. Cuando estábamos con ustedes se lo decíamos: tendremos que enfrentar la persecución" (1Tes 3, 2 4). Y muy pronto también cayeron en la cuenta de que la persecución podía llegar hasta ocasionar la muerte violenta. Desde esta realidad se desarrolló una teología del martirio, comprendido éste como dar "testimonio" (martyrion) de la verdad de la fe hasta con la vida. La teología de Juan, por su parte, desarrolló otra tradición sobre la excelencia de dar la propia vida cuando ésta se da por amor a los hermanos (Jn 15, 13; 1Jn 3, 16).
Las persecuciones de los primeros siglos forzaron a ahondar en la reflexión teológica. Dicho muy escuetamente, el martirio fue pensado como producto necesario de la específica conflictividad inherente a la fe cristiana y no como algo arbitrario. Fue visto también como modo de participar en la muerte y resurrección de Cristo, como la máxima gracia de Dios, como la forma más elevada del amor a Dios y al projimo; y como muerte con eficacia salvífica para los que sobrevivían a los mártires.
A lo largo de la historia, la noción de martirio se fue reglamentando canónicamente, y en nuestros días vige oficialmente, más o menos, esta definición: el martirio consiste en "la aceptación libre y paciente de la muerte por causa de la fe (incluida su enseñanza moral) en su totalidad o con respecto a una doctrina concreta (vista ésta siempre en la totalidad de la fe)". De esta definición dos son los elementos más importantes que son tenidos en cuenta en los procesos de canonización: que el martirio sea ocasionado por el odio contra la fe y que la muerte no sea respuesta a una violencia previa por parte del mártir.
Existe, pues, una formulación teológica del martirio, pero es indudable que a lo largo de la historia éstas han estado condicionadas por lo concreto de la muertes de los cristianos. Así, por poner un ejemplo de este siglo, María Goretti, asesinada en 1902 por defender la virtud de la pureza, fue declarada mártir, con lo cual a la muerte por el odio a la fe hubo que añadir el testimonio que se da a través de la conducta moral.
En parecida situación estamos ahora en América Latina. La novedad histórica consiste en que los cristianos son matados violentamente no por profesar públicamente una fe o una doctrina eclesial contra otras fes religiosas (o ideologías ateas) o contra otras iglesias, como ha sido lo normal en el pasado. Gráficamente, esto puede verse en que quienes hoy asesinan a los cristianos son también bautizados, se llaman cristianos, y a veces incluso justifican los asesinatos como defensa de la fe cristiana.
En esta situación, el sentido común y el sentido de la fe exigen una definición más amplia del martirio. Por ello, K. Rahner, poco antes de morir en 1984, precisamente a propósito de los mártires latinoamericanos se preguntaba: "¿Por qué no habría de ser mártir un monseñor Romero, por ejemplo, caído en la lucha por la justicia en la sociedad, en una lucha que él hizo desde sus más profundas convicciones cristianas?". Esto supone la reformulacíon del odio contra la fe como odio conta la justicia, congruente con la revelación bíblica de Dios como un Dios de vida y de justicia, y supone que en el "sin violencia" pueda estar presente la violencia profética, congruente con la conducta de los profetas de Israel y de Jesús.

La comprensión "cristiana" del martirio

Los mártires latinoamericanas han forzado, pues, a repensar el martirio, pero han hecho algo más importante: han obligado a repensarlo desde Jesús. Así, L. Boff analiza el martirio desde "Jesucristo, sacramento original del martirio", y por ello los mártires son considerados como "mártires del reino de Dios".
El Nuevo Testamento no describió la muerte de Jesús con el término "martirio" ni le dio a Jesús el título de "mártir", pero sí le llamaron el "cordero degollado" (en el Apocalipsis), el "siervo" (en los sinópticos). Martirio es, pues, no sólo muerte por fidelidad a una exigencia de Cristo, sino reproducción fiel de la muerte de Jesús. Lo esencial del martirio está en la afinidad con la muerte de Jesús. Y eso ocurre con los mártires latinoamericanos. Estos, en efecto, han muerto por defender la misma causa de Jesús, el reino de Dios para los pobres, y han sido amenazados, perseguidos y asesinados por el antirreino. Sea cual fuere la santidad subjetiva de estos mártires en comparación con la de otros, no cabe duda de que, objetivamente hablando, no mueren por defender una causa eclesial, como no pudo ser el caso de Jesús, sino por defender lo central del reino de Dios. No son mártires de la Iglesia, aunque viven y mueren en la Iglesia, sino mártires del reino de Dios, mártires de la humanidad. Por decirlo gráficamente, cuando asesinaron a Mons. Romero en el altar hubo que ir hasta el siglo XII para encontrar un precedente en Thomas Becket, arzobispo de Canterbury, pero con una diferencia esencial que recogen los siguientes versos.

En oscuros siglos, se cuenta,
algún obispo murió
por orden de un rey,
salpicando con su sangre el cáliz
por defender la libertad de la Iglesia
frente al poder.

Está muy bien, pero
¿desde cuándo no se había contado
que mataran a un obispo en el altar
sin hablar de libertad de la Iglesia
sino simplemente
porque se puso del lado de los pobres
y dio voz a su sed de justicia
que clama al cielo?

Quizás hay que ir al origen mismo,
al que mataron
con muerte de esclavo subversivo.

Estas muertes actuales por el reinio de Dios son como la de Jesús e iluminan el carácter de martirio testimonio de la muerte de Jesús. Ya lo sabemos, pero hay que recordarlo. Jesús no se predicó a sí mismo, sino que predicó el reino de Dios. Y por ello quienes hoy con su vida y con su muerte dan testimonio del reino de Dios son mártires como Jesús.
El testimoniar a "ese" Dios del reino Jesús lo llevó a cabo realizando obras de vida, de misericordia y de justicia para los privilegiados, los pobres, y luchando contra los ídolos que les dan muerte. El testimonio se expresa, por lo tanto, más en las obras del amor que en las confesiones de fe; se expresa más al modo sacramental de hacer presente al verdadero reino de Dios que en mantener formulaciones verdaderas sobre su Dios. Y cuando esa forma de testimoniar exige hasta la vida, entonces mantenerse en ese amor es el testimonio último de un Dios que es amor.
Es posible y es bueno entender el martirio cristiano en la línea de la muerte por amor, como lo afirma san Juan y también santo Tomás: "el amor es el elemento formal que otorga excelencia al martirio", dice. Testimoniar el amor y testimoniar la verdad no se excluyen, por supuesto. Ambas cosas pueden unificarse, pues en el martirio por causa de la justicia se está dando testimonio de la verdad del Dios de la justicia. No se trata, pues, de disyuntiva, sino de prioridad. Históricamente, esto es evidente en América Latina, pues a nadie se ha asesinado por la pura confesión externa de la fe, pero se ha asesinado a millares por el testimonio de "la fe que opera por la caridad", por la fe que se compromete con la justicia.
En conclusión, esta "nueva" forma de concebir el martirio no significa más que volver a la "más antigua": concebir la cruz de Jesús como testimonio último en favor del amor de un Dios parcial hacia las víctimas y en contra de sus opresores. Y así lo dijo Monseñor Romero de sus sacerdotes asesinados.

Para mí que son verdaderos mártires en el sentido popular Son hombres que han predicado precisamente esa incardinación en la pobreza. Son verdaderos hombres que han ido a los límites peligrosos, donde la Unión Guerra Blanca amenaza, donde se puede señalar a alguien y se termina matándolo, como mataron a Cristo.

Jon Sobrino, S.J.



Existe una extraña manera de ser feliz

La oferta de felicidad forma parte de nuestro mundo de consumo; pero, como es un bien escaso, se le inventan sustitutos que desempeñen una especie de labor de suplencia. El placer, el confort, la diversión, el éxito, la risa, en fin, "darse la buena vida" se convierten en sucedáneos de felicidad que funcionan como una luz de neón cuando no se dispone de la del día, o como agua embotellada en plástico cuando no se puede beber de una fuente de montaña.
En todo caso, hoy "la felicidad vende", y uno puede toparse con el discurso sobre ella en libros de divulgación filosófica, entre los sones del pandero de Hare khrisna, en los anuncios por palabras del periódico que prometen el éxtasis gracias a las destrezas de la señorita Mary Puri, o en las ofertas de una agencia de viajes que dice haberla localizado en Cancún o según se llega a Disneylandia, a mano derecha. En lo que llamamos con benevolencia las "culturas desarrolladas", el eslogan de una vida feliz mueve un mercado millonario en torno a la famosa "calidad de vida", y lo que consigue, sobre todo, es que se sientan desgraciados los que la saben más allá de su poder adquisitivo.
Dice García Roca, en una frase lapidaria, que los cristianos estamos "conjurados para la dicha" y que tenemos la obligación de popularizar el modo cristiano de ser feliz. Estoy totalmente de acuerdo con él, y me parece urgente que nos dejemos envolver por lo que podríamos llamar "historias evangélicas de gente feliz".
Al leer el evangelio, se tiene la sensación de que Jesús provoca a su alrededor una especie de concentración llamativa de personas contentas, un crecimiento exagerado de la densidad de alegría por metro cuadrado. Y eso desde María de Nazaret, que hizo dar saltos de gozo a la criatura que llevaba Isabel en el vientre, hasta las mujeres que volvieron del sepulcro vacío con un torbellino de júbilo saliéndoseles del alma.
Lo mismo que la propaganda al uso internaliza en nosotros el ansia de poseer, de disfrutar, de dominar, tendríamos que dejar que las imágenes del evangelio nos sedujeran con más fuerza que los "comerciales" televisivos y que despertaran en nosotros el deseo de participar del secreto de la alegría de toda esa gente liberadora que canta, celebra, bendice y agradece: un hombre encontrando un tesoro; un padre que corre el encuentro del hijo que vuelve; un grupo de amigos que celebran con su vecino el encuentro de la oveja que se perdió; el brillo triunfal de los ojos del mercader que desliza en su bolsa la perla preciosa que otros no han sabido descubrir; el bullicio de gente marginal que se apiña junto a Jesús en torno a una mesa a la que han sido convidados; el brinco de Bartimeo dejando atrás el manto de su pasado, y caminando deslumbrado detrás de aquel que le ha sacado de la noche
Las narraciones evangélicas son sobrias, pero nos llaman a atravesar el umbral donde ellas se detienen, a presentir cómo continúan. Les invito a imaginar cómo sería, por ejemplo, la "mañana siguiente" del hijo que volvió a casa; cómo se presentaría radiante delante de su padre para decirle:" ¿De qué quieres que me ocupe hoy?", mientras el mayor, al que la ternura del padre ha curado de su rigidez, organiza una merienda para comer con sus amigos un cabrito que ahora sabe suyo.
O la conversión alborozada de la cananea con sus vecinas, contándoles cómo consiguió convencer a aquel galileo resistente de que se ocupara también de gente no judía. O el caminar erguido y seguro de la mujer sorprendida en adulterio alejándose del lugar de su encuentro con Jesús, con la vida rehecha y el futuro por delante
Siempre me han fascinado dos características de la alegría que promete el evangelio: la primera es que no podemos abarcarla, sino que hay que entrar dentro de ella: "Entra en el gozo de tu Señor" (Mt 25, 21 23) es la invitación que leemos en la parábola de los talentos. La otra es la imposibilidad de que nos sea arrebatada: "la alegría que yo les doy no se la puede quitar nadie" (Jn 16, 22).
Acostumbrados por la posmodernidad a no ambicionar más que pequeñas parcelas de pequeña y frágil felicidad, son promesas que suenan a desmesuradas, a desproporcionadas y excesivas. Y sin embargo, ése es el anuncio que tiene que escuchar una comunidad asediada por el desencanto:

"Esto dice el Hijo del Hombre, el que tiene en las manos las llaves de la muerte y del Hades, aquel cuyos ojos son como una llama ardiente, y sus pies como bronce precioso:
"Conozco tus obras, tu servicio y tu perseverancia. Sé que luchas por mantenerte fiel a tus compromisos y cumplir con constancia tus obligaciones. Pero tengo un reproche por hacerte, y es que has descuidado la alegría y todo lo que tiene de gozoso el seguimiento de tu Señor. Repites sus bienaventuranzas como un programa y no como una buena noticia; no te atreves a creer que pueda ser verdad la felicidad que él promete: nacer de nuevo, perder el miedo, confiar en que has sido perdonada, estar segura de ser querida tal como eres.
Has negociado con tu identidad para adaptarte a los estilos de felicidad que te ofrece Babilonia, y has dejado que los valores de la acción y el trabajo primen sobre los de la fiesta o las relaciones humanas.
Te aconsejo que sueltes de vez en cuando el maletín o la computadora y que te acerques sin temor a aquellos escenarios que el hombre y la mujer actuales declaran significativos: el cuerpo, el deseo, la amistad, la estética, el ocio, la fiesta, la finitud. Recuerda que aquél a quien sigues realizó su primer signo en medio del ambiete festivo de una boda y habló del Reino como de la invitación a un banquete.
Fíate de los caminos extraños que, según el evangelio, dan acceso a la felicidad: la puerta estrecha de la sobriedad de vida; el compartir, como proyecto alternativo al poseer; la gratuidad como fuente de tu memoria. Cultiva esa alegría que será como una zona verde en medio de una ciudad taciturna.
Al vencedor yo le daré a beber el vino de bodas de mi banquete y le daré una piedrecita blanca que lleva grabado el secreto de una alegría disidente y con la que se puede jugar al juego de mi Reino: un juego en el que gana el que pierde y en el que encuentra un tesoro el que se queda sin nada.
El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias".

Dolores Aleixandre, Profesora de Sagrada Escritura, Universidad de Comillas.



Doctorado honoris causa de la Universidad de Santa Clara a la Procuradora de Derechos Humanos, Dra. Victoria de Avilés

El 14 de junio, la Universidad de Santa Clara, California, dirigida por los jesuitas concedió un doctorado honoris causa a la Procuradora de Derechos Humanos, Dra. Victoria de Avilés. El rector, P. Paul Locatelli, S. J., dijo que el reconocimiento se debe "a sus esfuerzos valientes por asegurar los derechos humanos de todos los salvadoreños y su dedicación a la causa de la justicia y la dignidad de todo ser humano aun con gran riesgo pesonal".
Aquí en El Salvador nos alegramos mucho de tal distinción, pues sabemos cuán merecida es y, por otra parte, cuántos hay todavía que hasta con malas artes tratan de entorpecer el trabajo de la Procuraduría y de difamar a la Procuradora.
Y también nos alegra que el reconocimento provenga de Santa Clara. En 1982 esta universidad concedió otro doctorado honoris causa al P. Ignacio Ellacuría. Con frecuencia, las máximas autoridades han visitado nuestro país. Uno de los vicerectores, hace años, trabajó durante meses en un refugio. El P. Paul Locatelli ha hablado en público en las calles para defender la justicia en nuestro país: el día 20 de noviembre de 1989 en protesta por el asesinato de los jesuítas, Julia Elba y Celina, y en abril de este año ante Fort Benning, pidiendo el cierre de la Escuela de las Américas.
Del discurso de la Doctora de Avilés publicamos un largo fragmento. Con muestra felicitación va el deseo de los profetas de Israel: "que el derecho fluya como el agua y la justicia como torrente" (Am 5, 24).

Discurso de la Dra. de Avilés

La paz que el pueblo de El Salvador está construyendo, a partir de los acuerdos adoptados en 1992, es una paz que no equivale a la ausencia de guerra o conflicto. Es una paz que quiere y pugna por expresarse en un sociedad democrática, en un Estado de Derecho, en un orden social, político y jurídico sustentado en el respeto de los derechos humanos. Es nuestro gran consenso nacional.
La tarea sin embargo no es fácil. Es compleja. No basta con tener leyes respetuosas de los derechos humanos. No basta con tener elecciones periódicas. No bastan reformas al Organo Judicial. Es necesario que no se despoje al pobre de sus derechos. Que no se haga uso arbitrario de la fuerza contra el débil. Que la justicia no mire la posición económica o el poder político de las personas. Que el crimen y el delito no queden en la impunidad.
Es indispensable que se resuelvan los conflictos conforme a la ley, recurriendo a la conciliación de intereses y al respeto del derecho ajeno. Estos son nuestros desafíos actuales. Y lo es, especialmente, la libertad de realizar los derechos económicos y sociales de la que habló el Presidente Roosevelt, es decir, poder satisfacer las necesidades de alimentación, de salud, de vivienda, de educación de grandes sectores de la población, para que todos ejerzamos sobre las mismas bases de la necesidad satisfecha nuestras libertades y derechos individuales.



Fernando Cardenal ingresa de nuevo en la Compañía de Jesús

El domingo 15 de junio Fernando Cardenal hizo los votos para ingresar en la Compañía de Jesús. Ya los había hecho antes, en 1954, pero, tras aceptar el puesto de ministro en el gabinete sandinista, fue expulsado formalmente de la Compañía en 1984. El Padre Cardenal, que nunca ha dejado de ser sacerdote, tiene ahora 63 años.
Los historiadores dicen que es la primera vez que tal cosa ocurre en los más de 450 años de historia de la Compañía de Jesús. El mismo Fernando Cardenal lo explica así: "¿Por qué el mío es el único caso de ser readmitido? Porque es el único caso de un expulsado que siguió viviendo como si fuera jesuita con todas las obligaciones y sin ningún derecho. Normalmente, el expulsado se va lejos". El P. Kolvenbachh, en efecto, a quien tocó expulsarlo de la Compañía por presiones de la Santa Sede, le permitió seguir viviendo en casas de jesuitas, haciendo vida de comunidad.
Pero mas allá de esta anécdota, hay muchas cosas importantes que recordar. Ante todo, Fernando Cardenal representa una generación de cristianos y religiosos latinoamericanos que surgieron alrededor de Medellín y tomaron decisiones recias (como un Rutilio en Aguilares o un Ellacuría en la UCA). No había llegado la postmodernidad a la Iglesia, y la injusticia, y el Cristo presente en los pobres, movió a muchos a opciones nada rutinarias.
"Mi compromiso con los pobres comenzó en Medellín, en 1969, cuando hacía la tercera probación con el P. Miguel Elizondo. Allí juré dedicar toda mi vida a los pobres". En 1970 regresó a Nicaragua e hizo los primeros contactos con el Frente Sandinista. "Conocí los estatutos de Carlos Fonseca, el fundador del frente, y ahí no hay nada en contra de la religión o de la fe. Lo que yo estaba haciendo era un servicio dentro de una revolución, que se veía como la primera que se llevaba a cabo con cristianos, no como las anteriores que se hicieron sin cristianos, o a pesar o en contra de los cristianos".
Fernando ocupó el cargo de ministro de eduación, y a él le tocó, entre otras cosas, dirigir la gigantesca campaña de alfabetización. El siempre ha estado claro que los sacerdotes no deben ocupar puestos públicos, pero insiste en que "en el caso de Nicaragua había que hacer una excepción". Años más tarde tomó otra decisión consecuente: "El Frente estamos hablando allá por los años 1991 y 1992, dejó de ser, a mi manera de ver las cosas, el instrumento para la transformación del país", y así en 1995 abandonó el Frente. Sin embargo, dice que "a pesar de los errorres, nosotros éramos un instrumento real concreto de tansformación para los pobres. Se hicieron leyes, reforma agraria, campañas de alfabetizacón y viviendas".
Fernando hoy habla con paz y humildad. A sus 63 años tiene un gran deseo de trabajar con jóvenes. Habla con naturalidad de Jesús y de los mártires. Está contento de haber hecho los votos y no ha perdido la esperanza.