UCA

Universidad Centroamericana José Simeón Cañas



Carta a las Iglesias

© 1998 UCA Editores


AÑOXVIII, Carta a las Iglesias 393, 1-15 de enero, 1998

La Iglesia ante la pobreza y la injusticia en el mundo

La crítica contra la injusticia

En este número de Carta a las Iglesias podrá ver el lector muchos textos y documentos sobre la pobreza, la injusticia, la deuda externa... Su lectura puede incluso llegar a cansar por repetitiva, pero lleva a una conclusión importante: la Iglesia se expresa abundante y claramente sobre los problemas fundamentales de nuestro mundo. Don Pedro Casaldáliga, en su carta anual, describe el horror de este fin de milenio para los pobres. Don Arturo Lona denuncia amargamente la masacre de Chiapas. Juan Pablo II, en su anual mensaje de principio de año, vuelve a insistir en la paz como fruto de la justicia y denuncia, en concreto, algunos de sus elementos: la corrupción (cuya mención tanto molesta a los poderosos), la negación de crédito a los pobres, mientras que exige la "globalización de la solidaridad". Por coincidencia, estos mismos días ha terminado el Sínodo de América, y su mensaje contiene este notable párrafo:

De todos los llamados del pueblo de Dios que nos han llegado durante este Sínodo Especial para América, el clamor de los pobres se ha dejado sentir de una forma particularmente fuerte. Ninguna Conferencia Episcopal del continente ha dejado de hablar con claridad y con mucha fuerza del reclamo de la justicia para nuestros hermanos y hermanas, cuya vida y dignidad humana han sido afectadas por la pobreza y la indigencia. Las causas de esta inquietud no están solamente en nuestros pecados, sino también en "las estructuras de pecado".

Clamor, pobres, justicia, estructuras de pecado, opción por los pobres son, pues, centrales en el Mensaje del Sínodo. Las palabras no quedan diluidas. No se puede dudar: los obispos latinoamericanos hacen central el problema de la pobreza y el clamor por la justicia. Y nos recuerdan a Medellín, que comenzó con las conocidas (o ya desconocidas) palabras: "la miseria que margina a grandes grupos humanos es una injusticia que clama al cielo". Si a esto se añade lo que Juan Pablo II suele decir en sus viajes, no se puede dudar de que en la Iglesia católica hay muchas y buenas voces en favor de los pobres y en contra de la injusticia. En Canadá dijo: "en el día del juicio el Sur, pobre, juzgará al Norte rico". En Africa dijo: "la Iglesia católica debe servir como un perro guardián de la Justicia y los Derechos Humanos". Y recientemente ha definido a la Iglesia como "la conciencia de los nuevos pobres del neoliberalismo".

Todo esto significa tres cosas. La primera --y quizás más significativa-- es que el mundo, ciertamente el continente latinoamericano, está mal, muy mal. Por mucho que digan (distorsionen o mientan) los gobernantes, los encargados de la economía y la banca mundial, el resultado real y palpable, el que afecta a la gente real, es desastroso: la pobreza campea rampante y la injusticia configura decisivamente a nuestro mundo.

La segunda es que la denuncia de esa realidad pertenece ya al modo de proceder de la Iglesia, a su ortodoxia oficial. Sin vanagloria, quizás se pueda decir que la Iglesia ---las Iglesias-- es la institución internacional que con más claridad denuncia la pobreza, la injusticia, la violación de los derechos humanos. Recordemos, como ejemplo importante, que cuando la vergonzosa invasión a Irak, Juan Pablo II fue el único líder que protestó y no se alineó, como lo hicieron todos los demás líderes democráticos, con el presidente Bush, quien, por cierto, rezó antes de ordenar el comienzo de la ofensiva.

La tercera es que de esta forma la Iglesia está ayudando a configurar una conciencia colectiva del pecado del mundo y de la urgencia de superarlo, todo lo cual es un positivo aporte a nuestro mundo actual.

Sin embargo, la crítica es desoída y cooptada

Lo que acabamos de decir es verdad, pero sin embargo la palabra de la Iglesia no suele causar el impacto deseado, ni el mundo está cambiando mucho debido a esa palabra. A decir verdad, ni siquiera molesta mucho a gobernantes, líderes de la economía y la banca, por muy claramente que éstos caigan, muchas veces, bajo lo que condena la Iglesia. En otras palabras, el mensaje social de la Iglesia --tan abundante y vigoroso en su formulación-- es cooptado con facilidad. La Iglesia no entra en conflicto ni es perseguida por hablar así. Incluso puede ser alabada por ello. Los poderes de este mundo pueden mostrar hacia la Iglesia un diplomático, cuando no afectado, respeto. Al interior de la Iglesia hay grupos --más bien pequeños-- que escuchan este mensaje social, pero otros grupos lo ignoran con toda naturalidad, como si no fuese con ellos, como si la fe tuviese cosas más importantes de que ocuparse. Esto nos parece un problema grave, y muestra la necesidad de una praxis eclesial global y coherente, que podemos formular así.

1. Denuncia profética, además del juicio ético. Ambas cosas son necesarias. El juicio ético es necesario, y a la larga ayuda a configurar la conciencia social, cuando se dice, por ejemplo, que "el trabajo tiene prioridad sobre el capital". Pero la perspectiva ética no es suficiente. A veces no suele ser comprendida por las mayorías, ni suele tener fuerza existencial. Para ello se necesita la profecía, condenar, como lo hacia Monseñor Romero, el pecado, pero también al pecador. Comunicar no sólo una verdad ética, sino una indignación y una condena en nombre de Dios. Entonces los injustos se sienten atañidos y "entienden" lo que dice la Iglesia. Y los pobres se siente defendidos. La ética sin profecía es cooptada. En el mundo en que vivimos la ética sin profecía no toca la realidad.

2. Aceptación del conflicto, además de la convivencia. La armonía y convivencia de la Iglesia con todos es un ideal, pero no al precio de silenciar la denuncia profética. Y entonces sobreviene el conflicto. Es una ilusión pensar que se puede defender a los pobres y propiciar la justicia sin provocar graves conflictos. Y, a la inversa, si no se provoca ningún conflicto, es que no se defiende a los pobres ni se propicia la justicia. Ojalá las cosas fuesen de otra manera, pero así son: Jesús de Nazaret, Monseñor Romero fueron asesinados. Ahora don Samuel Ruiz y don Raúl Vera sufren atentados de muerte. Sin una voluntad a introducirse en conflictos, a perder amistades --y dinero--, el trabajo por la justicia es fácilmente cooptado.

3. La praxis del cuerpo episcopal, además de los documentos papales. Los documentos que, sobre la justicia, emanan del Santo Padre y del Vaticano suelen ser vigorosos, pero no basta. En una Iglesia de 800 o 900 millones de fieles no sólo su líder supremo, el Papa, debe hablar sobre la justicia, como lo hace, sino que también lo deben hacer los líderes locales, los obispos; y no todos lo hacen. Además se da aquí una gran paradoja. Desde hace varios años, buena parte de los obispos nombrados no son los más adecuados para defender los documentos sobre justicia que provienen del Papa y del Vaticano. Por qué es eso así, es un verdadero enigma. Pero así ocurre. Los sucesores del cardenal Cámara y de Monseñor Romero, por ejemplo, no se distinguen por su pasión por los pobres y la justicia. Con excepciones, ya no hay cartas pastorales, proféticas, comprometidas, evangélicas, como las de los años setenta. Y los nuncios tampoco las propician. Resulta entonces, que el Papa o un Sínodo hablan de la pobreza y la injusticia, pero eso no llega a la gente como debiera. En nuestro país, casi nadie sabe que ha habido un sínodo en Roma que se ha preocupado por estas cosas. Ello facilita, de nuevo, la cooptación del mensaje.

4. La praxis de todo el cuerpo eclesial, además de la jerarquía. Y no se trata sólo de que hablen los obispos locales, sino de que todo el cuerpo eclesial de una diócesis, de un país, respalde la defensa de los pobres y la promoción de la justicia. ¿Y qué es lo que ocurre? Hay excepciones, por supuesto; muchas de ellas en la Iglesia de Brasil, y un poco en todos los países. Pero resulta que los grupos más afines a la justicia, son normalmente los que tienen mayores dificultades con la jerarquía y con el Vaticano: comunidades de base, grupos de teología de la liberación, congregaciones religiosas insertas, mientras que otros grupos, de todos conocidos, que insisten en milagros, oraciones y aplausos, sanaciones y exorcismos, y que están desligados de la realidad problemática e injusta del país, reciben facilidades de todo tipo, son invitados a organizar las visitas del Papa y son invitados a las misas en estadios. Independientemente de la buena voluntad de las personas --que la tienen--, los grupos que menos participan en la lucha por la justicia son los que tienen más facilidades eclesiales, y los que más se interesan son los que tienen más dificultades. Esto lo captan los poderosos, y por ello nada tienen que temer de la Iglesia.

5. La credibilidad de la honradez y de la cruz, además de la doctrina. Hay buenos textos doctrinales, pero para mover los corazones hace falta crediblidad. Esta supone honradez. Don Pedro Casaldáliga dice que hay que pedir perdón no sólo por lo ocurrido hace 500 años, sino por los gestos dictatoriales o inmisericordes de la actualidad, por estigmatizar irresponsablemente al Consejo Mundial de Iglesias y a la teología de la liberación... Y supone la cruz. Don Arturo Lona, en la jornada de ayuno en la ciudad de México por la masacre de Chiapas, dijo estas palabras. "Ustedes se preguntarán: '¿Dónde están nuestros obispos en este momento?' Yo también me hago esa pregunta. Samuel y Raúl están llorando con su gente asesinada. ¿Y los demás? No basta decir palabras que pronto se lleva el viento".

La defensa de los pobres y la lucha contra la injusticia necesita una praxis eclesial global y coherente.


22 de diciembre. Masacre en Chiapas

La masacre de Alteac. "Estábamos en una Iglesia rezando y ayunando cuando oímos los disparos y todo el mundo empezó a correr por donde podían", decía Juan Vázquez Luna, de 15 años, cuya madre, padre y cuatro hermanas figuran entre los muertos. Otros tres hermanos están heridos. El salió corriendo del templo y vio a decenas de hombres disparando fusiles. Como muchos otros de los 900 pobladores de la aldea, Juan Vázquez huyó por una empinada cuesta abajo hacia un río, donde pudieron ocultarse en unas cuevas. Pero los pistoleros los siguieron y casi todas las víctimas cayeron a lo largo del río. El ataque duró cinco horas. Los cadáveres tenían huellas de disparos hechos a quemarropa o de machetazos.

Todo esto ocurrió en la aldea Acteal, en Chiapas, cuando faltaban dos días para la noche de navidad. El saldo de la masacre es de 45 muertos, entre ellos 21 mujeres, 9 hombres, 14 niños y un recién nacido. Además, hubo más de 25 heridos y unos 6 desaparecidos. Los indígenas tzotziles se reunieron en el poblado de Polhó para velar a sus muertos, y el 25 de diciembre caminaron hasta Acteal para sepultarlos. "Es la más triste navidad de nuestras vidas", dijo don Samuel Ruiz. A los tzotziles les pidió que "no vayan a tropezar en el odio". Y a los asesinos les pidió "abandonar las armas y buscar el camino de Dios, buscar la paz con Dios y sus conciencias".

Las víctimas de la matanza son indígenas desplazados, simpatizantes zapatistas que estaban refugiados en esta comunidad del municipio de Chenalhó. Los atacantes eran aproximadamente 60 hombres armados con fusiles AK 47. Aún no existe una investigación minuciosa, pero el alcalde de Chenalhó ñmiembro prominente del Partido Revolucionario Institucional (PRI)- se encuentra preso, acusado de proporcionar dichos fusiles a los asesinos. Y es que, de acuerdo a testigos presenciales, los atacantes eran campesinos miembros del PRI, quienes, supuestamente, desde principios de diciembre amenazaban a los indígenas refugiados en Acteal.

Chiapas, sin duda alguna, es la región más pobre de México, y se debate entre la guerra y la paz desde el 1 de enero de 1994, fecha en que se inició la lucha del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Pero los enfrentamientos entre los partidarios de los rebeldes y del gobierno, controlados estos últimos por miembros del PRI, se han recrudecido en los últimos siete meses. Como ocurre siempre, cada ofensiva realizada por estos bandos "se lleva de encuentro" a un buen número de vidas indígenas y viviendas, y destruye la convivencia entre los chiapanecos.

Pero el calvario del estado de Chiapas no termina ahí. Los pobladores de la región deben enfrentarse a los terratenientes. Estos, aliados con las autoridades locales del partido gobernante, condenan a los indígenas por simpatizar con los zapatistas, lo cual significa que no sólo son tratados casi como esclavos y que no sólo carecen de derechos laborales, de viviendas dignas y buena alimentación, sino que, además, sus preferencias políticas los ponen en desventaja por no coincidir con las de las grupos sociales de los terratenientes. El esquema de patrón dominante y obrero sometido es parte del diario vivir de estos indígenas. Y ahora es más cruel con un gran número de niños huérfanos, padres angustiados, muertos recordados y sobrevivientes sin hogar, todos víctimas de la matanza del 22 de diciembre.

Los responsables de la masacre. Como ocurre en estos casos, gobierno y ELZN se responsabilizaron mutuamente por lo ocurrido. Pero hay una cosa que está bastante clara. Por lo que toca a los 60 atacantes, es probable que pertenezcan a comandos paramilitares financiados por el partido oficial, y también puede ser que los asesinos hayan sido armados por finqueros, los mismos que durante muchos siglos han oprimido y subyugado la tierra y el trabajo en Chiapas. Esto no está del todo claro, pero sí es cierto que el 25 de diciembre la oficina del procurador federal detuvo a 45 personas para ser interrogadas y que el 1 de enero del presente año autoridades mexicanas arrestaron a otros 6 sospechosos del delito.

El EZLN, por su parte, afirma que interceptó noticias radiales del gobierno de Chiapas, de las que se desprende que policías de Chiapas respaldaron la agresión y durante la noche recogieron los cadáveres para ocultar la magnitud de la matanza. Un señor de nombre Julio César Ruiz Ferro estuvo continuamente informado del desarrollo del operativo. La masacre se decidió el 21 de diciembre en una reunión de paramilitares aprobada por los gobiernos federal y estatal. La finalidad de la masacre sería desviar las causas del conflicto zapatista hacia un conflicto entre indígenas, motivado por diferencias religiosas, políticas o étnicas. Para ello financiaron equipo y armamento y dieron entrenamiento militar a indígenas reclutados por el ejército. Para ganar tiempo, simularon un diálogo con el EZLN. El gobierno de Chiapas estaba encargado de garantizar la impunidad del operativo.

Esta es una versión de lo ocurrido, verosímil para quienes recordamos las aberraciones ocurridas en El Salvador. Pero lo que es más que verosímil es que estos hechos se veían venir en el marco general de la acción paramilitar en Chiapas. La opinión pública está ahora fuertemente impactada por esta tragedia, pero no debe perder de vista que ésta es solamente la culminación de una serie de hechos que han estado ocurriendo desde 1994 y que han afectado principalmente a la zona norte del estado, todos ellos caracterizados por agresiones violentas a las comunidades indígenas, la manifiesta afiliación al PRI de los agresores, la complicidad o apoyo de la policía estatal y del ejército, y la impunidad.

Uno de estos hechos, anteriores y precursores de la masacre, fue la agresión que unos 300 presuntos "guardias blancas", respaldados por agentes de la policía municipal, realizaron el 16 de noviembre de 1994 en la plaza central de Paleque contra campesinos, miembros de la organización campesina XíNich. La Comisión Nacional de Derechos Humanos concluyó que las autoridades estatales habían sido avisadas con mucha antelación de la inminencia del ataque, pero no tomaron ninguna medida para prevenirlo. La historia se repitió en Chenalhó.

Si en este caso estaban claramente involucrados los rancheros de la zona, en los siguientes se reportan con más frecuencia las acciones del grupo "Paz y Justicia", activos principalmente en Tila, Nuevo Limar, Usipá, Pantianijá, que provocaron el exilio de miles de campesinos hacia Salto de Agua y otros municipios gobernados por el PRI. Esta situación propició una visita a la zona de legisladores federales en octubre de 1995. Uno de los organizadores de este grupo criminal es el diputado local por el PRI Samuel Sánchez.

Desde entonces el Centro de Derechos Humanos "Miguel Agustín Pro Juárez" ha contabilizado por lo menos otros 10 grupos paramilitares, con entrenamiento militar y armas de uso exclusivo del ejército. Sus acciones se han desarrollado con impunidad desde 1994, lo que muestra la complicidad de las autoridades municipales, estatales y, posiblemente, federales. Para comprender la masacre del 22 de diciembre es indispensable tener en cuenta todas estas acciones, el marco en el que se produjeron, la actuación de policía, ejército y autoridades, y el desarrollo de los casos judiciales.

Reacción de la Iglesia. La Iglesia de Chiapas bien puede decir con Monseñor Romero: "A mí me toca ir recogiendo cadáveres". Don Samuel Ruiz, él mismo víctima de un fallido atentado hace casi dos meses, recibió los cadáveres el día de navidad. Reproducimos ahora dos homilías en el inicio de la novena de ayuno y duelo por la masacre que tuvo lugar en el momumento del Angel de la Independencia en la ciudad de México.

Homilía del obispo Mons. Arturo Lona

Hermanas y hermanos: "No oyes el río de lágrimas porque no has llorado. El día que nosotros lloramos caímos en la cuenta que otros también lloran". En Tehuantepec lloramos por estos hermanos nuestros asesinados en Chiapas. En nuestra diócesis la muerte es una realidad. Diariamente mueren niños y niñas. "¿Hasta cuando, Señor? ¿Hasta cuándo terminará este calvario de los más pobres de entre los pobres?". La fiesta de la Sagrada Familia nos está diciendo lo mismo que hoy deploramos: perseguidos por Herodes, Jesús, María y José tuvieron que huir para librarse de la muerte. Herodes se ensañó contra los inocentes, dándoles muerte. Lo mismo ha sucedido en Chiapas. Estos hermanos nuestros fueron sacrificados como Jesús, su sangre es sangre redentora como la de Jesús que amó hasta la muerte.

Ustedes se preguntarán: "¿Dónde están nuestros obispos en este momento?". Yo también me hago esa pregunta. Samuel y Raúl están llorando con su gente asesinada. ¿Y los demás? No basta decir palabras que pronto se lleva el viento. ¡Amor es lo que nos hace falta! El día que amemos a nuestros hermanos indígenas los problemas con ellos se resolverán. ¡Y el cambio tan anhelado vendrá!

Homilía del P. Oscar Salinas, vicario

Hoy celebramos el día de los Santos Inocentes. Se les ha llamado "Santos Inocentes" porque, en efecto, unieron su sangre y su sacrificio a la sangre y al sacrificio redentor de Jesucristo, siendo aún niños incapaces de hacer daño. Inocente es literalmente "el que no daña", "el que no es nocivo" (in-nocere). Aquellos, los de Belén, porque eran menores de dos años. Estos, los de Acteal (Chenalhó), porque algunos ni siquiera habían nacido. Otros, aun siendo adultos, porque así lo habían decidido: la inocencia, el no hacer daño, como forma de lucha.

Hay algunas cosas que es importante saber acerca del grupo "Las Abejas" para llegar a captar la profundidad de su entrega. De ellos se puede decir lo mismo que dijo Cristo acerca de su propia muerte: "Yo doy mi vida, nadie me la arrebata". Ellos ofrecieron su vida en un acto libérrimo, no les fue arrebatada. Desde su nacimiento como grupo, atentos lectores del Evangelio, decididos seguidores de Jesús, ellos hicieron una opción que nunca reconsideraron, y con ella fueron coherentes hasta las últimas consecuencias. Ellos dijeron, como muchos otros mexicanos: "estamos absolutamente de acuerdo con todas y cada una de las causas de la lucha zapatista, no podemos dejar de adherirnos a esas banderas. Asimismo, no podemos concordar con el método elegido, el del levantamiento armado". De tal manera que, cuando la comandancia del movimiento zapatista pidió a la sociedad civil nacional "si existe otro camino, muéstrennoslo", ellos, "Las Abejas", en radical honestidad lo tomaron como desafío a ellos. Pero esto, que para nadie ha sido tarea sencilla, para un grupo de campesinas y campesinos tzotziles, adultos y niños, ubicados en las coordenadas donde ellos han vivido, es decir, hoy en Los Altos de Chiapas, donde se está induciendo desde el exterior una guerra de creciente intensidad, dirigida contra el pueblo pobre, es algo absolutamente heroico.

Han tenido que batallar con la incomprensión de casi todos. En una sociedad como la chiapaneca de hoy en día, donde el tejido social está absolutamente polarizado, porque lo están desgarrando, ellos han sido acusados con el injusto criterio de "neutrales". Hoy hay que gritarlo: "¡De ninguna manera son neutrales! Su opción es muy clara y radical. ¡Ni son "terroristas" ni son cobardes!". Simplemente son personas que han creído sin titubeos que por la vida se lucha con las armas de la vida. No les dio miedo empuñar el fusil, simplemente prefirieron correr el riesgo de creer hasta el final en las convicciones que el Evangelio les fue acrisolando en el corazón.

Ellos habían dicho: "estamos dispuestos a morir por esta causa, pero no a matar". Y cuando tuvieron que demostrarlo, lo hicieron. El día del entierro en Acteal, mientras mordíamos nuestra rabia, una amiga me comentó en voz baja: "¡Qué cobardes estos asesinos! ¿Por qué escogieron a este grupo débil e indefenso para matarlo? ¿Por qué no atacaron a un grupo armado que pudiera defenderse?". No le respondí, pero me quedé pensando. Hoy creo entender un poquito mejor las cosas. "Las Abejas" no son de ninguna manera un grupo débil e indefenso, aunque tal vez así lo vieron los paramilitares asesinos. No lo es ningún grupo que está armado sólo con la fuerza de la verdad. Esta masacre, si bien prepotente, no en balde fue fría y detenidamente calculada. Un grupo como éste, armado sólo de amor y de verdad es lo más peligroso y amenazante para los defensores del sistema, porque hace más patente la injusticia del mismo. Por eso es más urgente eliminarlo.

Estos hermanos nuestros, como el Siervo Sufriente de Yavé, decidieron sofocar con su propia sangre la espiral creciente de violencia, que está desatada en nuestro estado. Ofrendar su vida como la ofrendaron ellos es el acto más decente que se ha podido hacer en esta coyuntura, en que una cadena interminable de agravios y malos entendidos tienen encerrada a la palabra verdadera en un callejón sin salida. Los mártires inocentes de Acteal nos están salvando de nuestras propias confusiones y cobardía. Intercediendo murieron. Ayunando murieron. Esta fue la muerte que escogieron "los Santos Inocentes de Acteal", orando y ayunando por todos nosotros. Lo podemos ver. Con ellos ha sido sembrada la semilla de la paz.

Indignación mundial. Juan Pablo II ha condenado la masacre en varias ocasiones, así como organizaciones de derechos humanos y de Iglesia. Entre nosotros, Mons. Sáez Lacalle ha dicho comedidamente: "Ha sido un acto lamentable. Todavía no ha habido una aproximación a don Samuel. No ha parecido oportuno ni ha sido necesario. Es evidente que todos estamos solidarios". María Julia Hernández, directora de Tutela Legal, ha reaccionado con claridad. "La oficina de Tutela Legal del arzobispado se adhiere a la condena de la masacre. Se violó tremendamente la vida de adultos, mujeres, y niños, muchos niños. Fue una masacre perpetrada por esos escuadrones de la muerte que están surgiendo en estos momentos en el estado de Chiapas. Ese no es el camino. El camino es un gran respeto hacia la vida. Y si van por esos caminos lo que va crearse es mucha más violencia. En El Salvador fue lo que vivimos, aquí se masacró igualmente, como en Chiapas, a gente civil en un contexto de mucha violencia y que no nos llevó a nada, sino al contrario".

Con ocasión de la masacre de Chiapas, Pedro Miguel, ha escrito en La Jornada, 6 de enero, 1998, las siguientes reflexiones sobre Las matanzas de diciembre en el mundo. Con ellas terminamos.

Los entornos geográficos son diversos y abundantes: los Balcanes, el Magreb, los Altos de Chiapas. Y las razones profundas van desde los pleitos milenarios entre cristianos y musulmanes y el grado de pureza de la fe hasta las independencias regionales. A veces, como en Acteal, no se requiere de coartada alguna: basta con la fobia a los pobres que de pronto se vuelven insumisos. Los saldos políticos son también diversos. Una carnicería como la que ha vivido el mundo este diciembre puede horrorizar hasta tal punto que allane los obstáculos a la paz, o bien puede ahondar la sentina de los rencores y desatar surtidores nuevos de agresiones y tripas al aire.

Pero las víctimas de los extremistas islámicos y de los paramilitares chiapanecos y de los artilleros serbios permanecen unidas para siempre --en las fotos cada vez más amarillas de las hemerotecas-- por un aire de familia y por procesos que les son comunes y que se inician una vez que los exterminadores han hecho su tarea con balas expansivas o con alfanjes, bombas o machetes: la palidez, la rigidez, la descomposición, el llanto de los deudos --si quedaron algunos vivos-- y la inhumación. Pero, sobre todo, comparten el desinterés rotundo y definitivo por las razones propias y las de sus victimarios, la indiferencia ante la democracia, la tierra, la justicia, la tolerancia y la libertad.

No ha de ser tan difícil armar a una banda de pobres diablos y convencerlos de que su tarea más importante en la vida consiste en privar de ella a unos prójimos que duermen o que rezan o que siembran. Pero después de consumada la hazaña, no hay quien logre disuadir a los muertos de su indiferencia irremediable ante todo lo que, a fin de cuentas, ya no los rodea. Por eso una matanza no determina victorias ni derrotas de uno u otro bando: es la derrota del juego mismo de estar vivos y convivir en la pelea, el sufragio, el trabajo, la lucha por el poder, la compraventa, el amor y el odio, la erección de naciones y la organización de partidos, iglesias, parlamentos, la redacción de ilíadas, popol vúhes, coranes, biblias y constituciones.

Estas matanzas también han dejado en las páginas de los diarios una profusión de fotos de bebés con sondas y vendajes. En ciertos estamentos de la desprotección extrema y del desamparo máximo, la vida es más resistente de lo que podría pensarse. De seguro, el bebé chiapaneco y el bebé argelino que se debaten entre tubos de suero en sus camas de hospital simultáneas y remotas, no llegarán a conocerse nunca cuando sean adultos. Pero acaso desarrollen percepciones parecidas sobre el mundo, los mundos, los países que les dieron la bienvenida a punta de balazos y lesiones de arma blanca. Si logran sobrevivir a sus heridas, si logran abrirse paso en la intemperie social que de todos modos les espera, algo nos dirán --que hoy nadie sabe-- cuando aprendan a hablar, cuando sean ciudadanos de ese siglo XXI que --es un decir-- estamos construyendo.

CIDAI-IDHUCA


El cuerno del Jubileo. Carta de Pedro Casaldáliga (I)

"La coyuntura es así"

Hermanas, hermanos, este año la carta sale larga y cargada. Como corresponde a una especie de manifiesto de Jubileo bimilenar. Entre sueños y gritos. Porque el júbilo del Jubileo no puede ser cínico ante la dura realidad y ha de ser "más que un Jubileo light", para ser cristiano.

Algunos creen que ya es hora de cambiar nuestros paradigmas. Y hasta les parece que los mártires estorban en esta memoria posmoderna o posmilitante. Al aire de la decepción, amigos y enemigos vienen lanzando tres preguntas provocadoras: ¿qué queda del socialismo?, ¿qué queda de la teología de la liberación?, ¿qué queda de la opción por los pobres? Espero que no acabemos preguntándonos qué queda del Evangelio…

Muchos congresos, manifiestos y revistas se vienen preguntando tanto por el futuro de la izquierda como por la misión de la Iglesia hoy. En todo caso, al Evangelio y a la izquierda posiblemente les toque estar siempre en la oposición.

Entre tanto, el neoliberalismo, el mercado total, "la geopolítica del caos" (Ignacio Ramonet), "el horror económico" (Vivianne Forrester), están ahí, agarrotando el mundo. Los heroicos zapatistas han convocado a un "Encuentro Universal por la Humanidad y contra el Neoliberalismo". Y el Papa mismo ha tenido el coraje de definir a la Iglesia, en esta hora, como "la conciencia de los nuevos pobres del neoliberalismo".

La coyuntura es así. La coyuntura continúa siendo tensa, injusta, demasiado digna de este "signo cruel"; un oscuro final del milenio de los descubrimientos y las luces y la técnica. Ocasión histórica de examen de conciencia y de cambio radical. Espigo algunos datos y algunas revelaciones.

En este fin de siglo y de milenio, el 15% de la población mundial posee el 79% de la riqueza, el 85% de esa población ha de quedarse con el 21% restante. La pobreza absoluta castiga a 1.300 millones de personas, que viven (?) con menos de un dólar por día; el número de pobres en el mundo se triplica. Más de la mitad de los empleos latinoamericanos, según información de la Organización Internacional del Trabajo, son informales. El hambre, es hoy más que nunca, "la bomba silenciosa", y la más mortal. 25 niños mueren de hambre cada minuto en el mundo, 13 millones al año.

El 18% de la humanidad consume el 80% de toda la energía disponible. En dos años no quedaría un árbol en el planeta si el mundo consumiera la cantidad de papel que consume Estados Unidos (que representa sólo el 6% de la población mundial). El primer mundo invierte en los países en vías de desarrollo unos 50.000 millones de dólares al año, pero obtiene un beneficio superior a los 500.000 millones, sin contar los lucros de la deuda. La suma total de la deuda externa de América Latina es de 650 mil millones.

La migración se yergue cada vez más como "una pesadilla errante", como una especie de guerra mundial, de desesperación por un lado y de cerrazón por otro. Con la nueva ley de inmigración, sólo en Estados Unidos 700.000 personas se han visto obligadas a abandonar el país. En el espacio de una década, el número de personas acogidas a la competencia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR, pasó de 2 millones. Hablando de las resistencias del primer mundo a los inmigrantes, Vivianne Forrester ha definido muy bien "esta caza del extranjero" como "una caza del pobre". Una caza inútil: "Nadie puede poner fronteras a nuestra hambre", protestaba Brahim, uno de los pocos sobrevivientes del naufragio de una patera --barca insegura-- en el Estrecho de Gibraltar, sucedido el 16 de septiembre pasado.

La discriminación de la mujer continúa en alza alarmante en este final de siglo supuestamente democrático. Ese muro no ha caído. De cada 100 horas de trabajo mundial, 67 las realizan mujeres, pero sólo el 9.4% de los ingresos están en sus manos. La participación de las mujeres en las instancias de toma de decisiones no rebasa el 4%; y de cada 100 analfabetos en el planeta, 66 son mujeres.

Desde el inicio de esta década final, Africa viene siendo condenada a la inexistencia. La revista Economics, ocho meses después de la caída del muro de Berlín, publicaba lo que denominó "el nuevo y preciso mapa mundi", dividido en cuatro grandes regiones. La Africa subsahariana no consta en ese mapa. Sin citar las tragedias más o menos conocidas del corazón de Africa, en los Grandes Lagos, en Argelia durante los seis últimos años han sido asesinadas 80.000 personas. "Cristianisme i justicia" ha publicado un cuaderno dedicado a Africa negra como el gran interrogante de "el futuro de una humanidad destrozada".

Cada brasileño nace debiendo, por la deuda externa, cerca de US$1200.00. Son analfabetos 23 millones de brasileños con más de siete años. El 50% de la población económicamente activa en Brasil no permanece más de dos años en un mismo empleo, y el 57% no tiene contrato de trabajo. El 82% de los brasileño/as no participa en ninguna forma de organización social.

El lucro sigue perverso. Después de dos décadas de prohibición de venta de armas sofisticadas a América Latina por parte de Washington, el demócrata Clinton ha dado luz verde para que se reactive el negocio sucio, y nuestros países, pobres, se están lanzando a la compra de esas armas. Sólo Brasil planifica la adquisición de por lo menos 70 nuevos aviones, cuyo costo rondaría los dos mil millones de dólares.

Tres datos reveladores de la perversidad del imperialismo persistente. Con la excusa de la lucha antidroga, Estados Unidos pretende instalar en Panamá, cuando el canal se le vaya de las manos, un centro antidroga como nueva estrategia para justificar su presencia militar en Panamá y en toda América Latina. El embargo contra Irak establecido hace siete años ha supuesto ya la muerte de un millón y medio de personas, el 10% de la población; por causa de ese embargo mueren 6000 niños iraquíes al mes. Pero el petróleo que está dejando de exportar Irak lo están exportando Arabia Saudi y Kuwait. Y dada la inestabilidad de la zona se están comprando cantidades multimillonarias de armamento a Estados Unidos. La CIA, Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, finalmente ha tenido que reconocer que el jesuita norteamericano P. James Carney, heroico misionero entre los campesinos de Centroamérica, y desaparecido en 1983 en Honduras, fue de hecho torturado, asesinado, cortado en pedazos y arrojado a lo largo del río Patuca en la región de Nueva Palestina. Un ayuno de mes y presiones en la embajada norteamericana, por parte de familiares y compañeros del llorado "Padre Guadalupe", consiguieron esta confesión vergonzosa que confirma la acción terrorista de la CIA también en Honduras.

Nuestros regímenes se van poniendo todos "globalitarios", pero lo cierto es que sólo 200 megacorporaciones transnacionales controlan una cuarta parte de la actividad económica del planeta. La mundialización de la economía de mercado privatizada está acabando a nivel mundial con las reglas y adquisiciones del contrato social, alertan los técnicos.

Por su parte --que es la parte del léon--, el Banco Mundial, hablando de las perspectivas de la economía mundial y los países en desarrollo en 1997, señala, con cínico optimismo, como causa del crecimiento económico de América Latina, "las enormes ventajas logradas con la estabilización macroeconómica y las reformas macroestructurales que los países de la región siguen aplicando". Nuestros pueblos saben muy bien hasta dónde llegan los costos de los programas de ajuste estructural…

La revista SIC de los jesuitas de Venezuela --que, por cierto, completa sus luminosos 60 años--, en su número de septiembre-octubre últimos, denunciaba "el implacable desmantelamiento en los foros internacionales, y particularmente en el foro de las Naciones Unidas, de todo lo que se había construido en los veinte años anteriores. Se dejó de hablar de justicia. Se dejó de hablar de solidaridad. Se dejó de hablar de deberes".

Las últimas Conferencias de la ONU (Río, El Cairo, Copenhagen, Beijing y Estambul) se han referido a los llamados "temas suaves" del desarrollo… porque "los foros intergubernamentales como la ONU no deben ocuparse de los "temas duros", de los problemas del comercio, de los términos de intercambio, de los flujos financieros, de la asistencia oficial para el desarrollo, de la deuda externa, de la transferencia de tecnología, porque de éstos se ocupará el mercado o, en el peor de los casos, entidades especializadas y debidamente controladas como el BM, el FMI, o la OMC". Se impone un cambio de mundo, pero de eso hablaremos en el próximo número.


Clausura del Sínodo para América

El 12 de diciembre se clausuró el Sínodo para América. En la eucaristía que celebró Juan Pablo II --pronunciada sucesivamente en italiano, inglés, francés, portugués y castellano-- anunció que en 1998 vendrá a América Latina, al santuario de Guadalupe, a promulgar la Exhortación Apostólica en que se recogerán los trabajos del sínodo. Sobre su contenido sólo se sabe que al Papa le han sido presentadas 76 proposiciones, pues ha prevalecido un gran secreto, y ni siquiera a los obispos asistentes se les permitió llevar consigo de regreso a sus países el borrador del texto.

Lo que sí se hizo público el 11 de diciembre fue el "Mensaje de la Asamblea para América", aprobado en la segunda votación el día 9, sin que tampoco se conozcan los resultados de las dos votaciones. Más adelante publicamos los pasajes que nos parecen centrales y que más han llamado la atención, pues apuntan a la realidad fundamental de nuestro continente: la injusta pobreza. Como concreción del problema y como parte de su solución, el sínodo ha insistido en la condonación de la deuda externa.

A su debido tiempo analizaremos el texto fundamental: la Exhortación Apostólica. Ahora ofrecemos unas reflexiones de Gustavo Gutiérrez que ofrece la perspectiva desde la cual elaborar y leer el documento: el jubileo del año 2000, el cual, a su vez, debe ser comprendido desde el anuncio de Jesús: "El Espíritu me ha ungido para anunciar la buena nueva a los pobres y a proclamar un año de gracia".

Reflexiones sobre el Sínodo. Gustavo Gutiérrez

El Sínodo de América que se ha celebrado estos días en Roma se ubica en el marco del Jubileo del año 2000. Tenerlo presente nos ayudará a ver mejor su significado y alcance. En su carta Tertio Millenio Adveniente (TMA) Juan Pablo II ha renovado profundamente la perspectiva de aquello que desde 1300 (con el papa Bonifacio VIII) se conoce como el Año Santo. Y lo ha hecho apelando fecundamente a las raíces bíblicas del Jubileo. La celebración de este "gran sábado" debía estar marcada por la liberación de la servidumbre, el perdón de las faltas y de las deudas, la recuperación para cada familia de sus tierras (fuente principal de vida en un pueblo rural), el descanso de la tierra, la atención especial a los más pobres. El restablecimiento de la igualdad, la justicia y la fraternidad es exigencia fundamental de un tiempo particularmente dedicado a Dios (año santo). En efecto, la relación con Dios, la filiación, es inseparable de la construcción de la fraternidad humana.

* * *

El tema del Jubileo que, como ha recordado Juan Pablo II, Jesús asume al presentar su misión (cfr. Lc. 4, 16ñ20) nos coloca ante lo central de nuestra fe en el Hijo de Dios hecho uno de nosotros, al mismo tiempo que nos hace ver su mordiente histórica. El desafío para nosotros es cómo preparar y cómo celebrar, auténticamente y sin esquivar sus demandas, el Jubileo del año 2000.

En esa ruta debe situarse el sínodo de América. Allí han estado representadas Iglesias que congregan a más de la mitad de los miembros de la Iglesia católica en el mundo. Otra particularidad de esta asamblea fue el encuentro entre Iglesias presentes tanto en países del Norte, que se cuentan entre los más ricos del planeta, como en países del Sur, en los que viven mayorías que se empobrecen día a día. Son dos notas que no se hallan en ninguna otra reunión continental de este tipo; es algo propio de América y ello acrecienta su responsabilidad. El contraste Norte-Sur caracteriza la situación mundial y resulta decisivo para la suerte de la humanidad hoy; especialmente para la de la inmensa mayoría de ella, los pobres de este mundo. Durante un viaje a Canadá (1989), comentando el pasaje evangélico de Mt 25, 31ñ46, Juan Pablo II prevenía contra el riesgo de caer un una "interpretación individualista de la ética cristiana" y decía que cuando Jesús habla de los "hermanos más pequeños" se refiere a lo que hoy llamamos "el contraste Norte-Sur". Llegaba luego a una severa conclusión: "a la luz de las palabras de Cristo, el Sur pobre juzgará al Norte rico".

En este contexto uno de los problemas más agudos es el de la deuda externa que agobia a los países pobres. Es evidente desde un punto de vista ético que ella no puede ser pagada al precio de la vida y la salud de millones de personas. De otro lado, es conocido que en este momento la deuda está formada principalmente por los intereses que se sumaron geométricamente al préstamo incial. Hemos tenido al respecto claros pronunciamientos del magisterio pontificio, pidiendo la extinción o una radical reducción de ella (TMA 51). El CELAM y su presidente, Oscar Rodríguez, han trabajado insistentemente en esta línea. Una firme declaración del Sínodo al respecto (a la que debería añadirse una campaña de personas de otras áreas del mundo) podría ayudar a vencer las resistencias de los organismos internacionales (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Banco Interamericano de Desarrollo) y de los grandes países que son quienes en verdad deciden la política a seguir. Sus voceros han dicho en varias oportunidades que la condonación de la deuda traería el caos en el sistema financiero internacional. Habrá que optar entre la vida de millones de personas y una perturbación en las actuales reglas que rigen en este terreno, dificultad sin duda superable a partir de los mecanismos de que se dispone. Por otra parte, conviene tener presente que en este asunto hay varios tipos de deudores. O ¿acaso las multinacionales que han depredado por años el medio ambiente de América Latina (por ejemplo en la Amazonia) no están en deuda con las poblaciones de esas regiones? La condonación de la deuda externa no soluciona todos los problemas de las naciones pobres (pensamos también en la cruel situación de Africa), pero levantaría una pesada hipoteca.

* * *

Hay muchos otros temas. Los estragos de un liberalismo económico emancipado de toda preocupación social y ética, duramente criticado en la conferencia de Santo Domingo, hacen --contrariamente a la exigencia jubilar-- más grandes las desigualdades en el continente y dentro de cada uno de nuestros países. Por escandaloso que nos parezca, y con razón, hay brotes de una nueva carrera armamentista entre los países de América Latina; el gasto en armas es ya una tragedia en naciones pobres, pero sería enorme si se llegase, aunque no fuese sino en forma limitada, a confrontaciones armadas; todos sabemos de la creciente hostilidad que ellos experimentan en esos países. La norma 187 del Estado de California, con consecuencias nefastas para la salud y la educación de los niños, no sería sino un señalamiento inhumano. Esta migración plantea igualmente problemas de atención pastoral a quienes dejan sus ámbitos nacionales.

La lista podría alargarse. Basten estos ejemplos, por ahora. Digamos para terminar que la TMA propone que el marco del Jubileo debe conducirnos a subrayar "más decididamente la opción preferencial de la Iglesia por los pobres y marginados". (n. 51). Ella supone no eludir el reto de tantos factores --sociales, culturales, de género, de conocimiento-- que agrandan las distancias entre las personas y que mantienen o dan lugar a nuevas opresiones y postergaciones. Ello implica, asimismo, en un mundo que los excluye cada vez más, preguntarse --inspirándonos en Ex 22, 26ñ ¿dónde dormirán los pobres de América en el siglo que viene? ¿Habrá podido el Sínodo dar elementos de respuesta a esta interrogante?

(El texto de G. Gutiérrez está tomado de Vida Nueva)


Mensaje del Sínodo

De todos los llamados del pueblo de Dios que nos han llegado durante este Sínodo Especial para América, el clamor de los pobres se ha dejado sentir de una forma particularmente fuerte. Ninguna Conferencia Episcopal del continente ha dejado de hablar con claridad y con mucha fuerza del reclamo de la justicia para nuestros hermanos y hermanas, cuya vida y dignidad humana han sido afectadas por la pobreza y la indigencia. Las causas de esta inquietud no están solamente en nuestros pecados, sino también en "las estructuras de pecado" que las faltas individuales pueden acrecentar y que, por otra parte, refuerzan el pecado de cada uno y aumentan sus consecuencias.

En el Norte, vemos con alarma y consternación cómo año tras año aumenta la brecha entre los que tienen en abundancia y aquellos que no tienen los mínimos recursos. Allí donde los beneficios materiales se encuentran tan extendidos, muchos entre nosotros se enfrentan a la tentación del hombre rico del Evangelio, de ser indiferentes a las necesidades de aquellos que están en nuestra propia puerta (cfr. Lc 16, 19ñ31). Debemos tener presente la primera carta de San Juan: "Si alguno que posee bienes de la tierra, ve a su hermano padecer necesidades y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad" (1Jn 3,17ñ18).

En el Sur existen regiones que sufren condiciones de absoluta miseria humana, irreconciliable con la dignidad que Dios ha conferido a todos sus hijos por igual. En toda América existe la necesidad de proteger a los nacidos inocentes del flagelo del aborto. Incluso donde la miseria no ha alcanzado una magnitud tan grande existen los sufrimientos de niños que se van a dormir con hambre, de padres y madres de familia sin trabajo o medios para sustentarse, de pueblos indígenas cuyas tierras y sustento están amenazados, de miles sin techo o sin trabajo por causa de las cambiantes e inestables condiciones del mercado. Deben añadirse a estos males aquellos provocados por los abusos en la globalización de la cultura y de la economía mundial, los causados por el narcotráfico, la desviación de recursos hacia el comercio de armas, así como por la corrupción política y económica que priva a las personas de la participación en los bienes materiales destinados o ganados por ellos y a los cuales tienen derecho.

La carga de la deuda externa e interna, que para muchos países parece no tener perspectiva de solución, ha sido una preocupación considerable durante este Sínodo. Si bien la deuda externa no es la causa exclusiva de la pobreza de muchas naciones en vías de desarrollo, no se puede negar que ha contribuido a crear condiciones de miseria que constituye un desafío urgente para la conciencia de la humanidad. Por consiguiente, nos adherimos al Santo Padre en su llamado a la reducción o condonación de la deuda en un esfuerzo por ayudar a los habitantes de algunas de las naciones más pobres de la tierra (cfr. Tertio Millenio adveniente 51). La condonación de la deuda sólo será el comienzo de la disminución de la carga de los pobres. Hay todavía mucho más por hacer para prevenir la marginalización de regiones y países enteros de la economía global. Cualquier reducción de la deuda debe orientarse verdaderamente en favor de los pobres. Las medidas deben ser tomadas para evitar las causas, cualesquiera que ellas sean, que originaron la deuda.

(Extracto de Mensaje. Números 25ñ28)


Mensaje para la paz

El martes 16 de diciembre se dio a conocer el habitual mensaje de Juan Pablo II para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz que la Iglesia celebra el 1 de Enero de cada año. Dado que el contenido tiene una clara relación con la situación de nuestro país, le dedicamos las siguientes reflexiones.

En primer lugar el Papa considera a los marginados, a los pobres y a las víctimas de todo tipo de explotación como "personas que experimentan en su carne la ausencia de paz y los efectos desgarradores de la injusticia". Y nos invita a todos a promover la justicia.

Una primera aproximación a la misma se da en el respeto a los derechos humanos. Sin éstos no hay paz ni justicia. Y aquí es importante considerar que el mensaje no admite limitaciones a estos derechos. Ni la cultura se puede convertir en argumento para encubrir violaciones a los derechos humanos, ni es lícito para el cristiano utilizar doctrinas que empobrecen el concepto de dignidad humana limitando después, en consecuencia, "los derechos económicos, sociales y culturales".

Considerando que al menos la mitad de nuestra población vive en la pobreza, no es malo que revisemos una vez más nuestro respeto a los derechos humanos. Y más si tenemos en cuenta que "las situaciones de extrema pobreza, en cualquier lugar en que se manifiesten, son la primera injusticia. Su eliminación debe representar para todos una prioridad".

Siguiendo, de alguna manera, con el tema de los derechos económicos, el Papa insiste en lo que él llama "globalización de la solidaridad". Los procesos de mundialización en el campo económico no serán justos ni adecuados para un mundo en proceso de humanización si no se atiende al bien común de los pueblos y naciones y simultáneamente a la dignidad de toda persona. "Una globalización sin dejar a nadie al margen" es un ineludible "deber de la justicia para todos. La deuda externa, en este contexto, es "una de las mayores dificultades que hoy deben afrontar las naciones más pobres". Y el Papa anima por ello a la "reducción coordinada de dicha deuda".

El Papa recuerda también otras formas de injusticia especialmente graves. La corrupción, plaga grave de nuestro tiempo (y de nuestro país), exige el esfuerzo de una cultura de la legalidad, apoyada en la conciencia moral. La falta de crédito de los más pobres somete a éstos a una superexplotación a través de la "vergonzosa plaga de la usura". Frente a la violencia contra las mujeres y los niños y niñas el Papa propone un intenso trabajo educativo sobre la dignidad y el derecho a protección a la de estos sectores de la población, al tiempo que medidas legales apropiadas para frenar estas formas de violencia.

Y finalmente el Papa hace un llamado a construir la paz en la justicia como tarea de todos, teniendo el compartir solidario como el camino preferencial para esta ardua labor. En este contexto el Papa invita a una profundización en la cultura evangélica que privilegia el servicio, la verdad y la justicia sobre la "tentación de usar vías fáciles ilegales hacia falsos espejismos de éxito o riqueza".

Leer el mensaje y pensar simultáneamente en El Salvador debería ser una exigencia para todo cristiano. Y un motivo de reflexión para toda persona de buena voluntad. Como dice el Papa, "de la justicia de cada uno nace la paz para todos". Si en la Navidad pensáramos un poco más en la solidaridad tal vez daríamos un paso en esta dirección.

José M. Tojeira


Mensaje de Juan Pablo II para la XXXI Jornada Mundial de la Paz

La justicia camina con la paz y está en relación constante y dinámica con ella. La justicia y la paz tienden al bien de cada uno y de todos, por eso exigen orden y verdad. Cuando una se ve amenazada, ambas vacilan; cuando se ofende la justicia también pone en peligro la paz.

La justicia se fundamenta en el respeto de los derechos humanos. La persona está dotada por naturaleza de derechos universales, inviolables e inalienables. El respeto de los derechos humanos no comporta únicamente su protección en el campo jurídico. Es importante considerar también la promoción de los derechos humanos. En el marco de esta promoción, se deberían realizar esfuerzos ulteriores para proteger particularmente los derechos de la familia, la cual es "elemento natural y fundamental de la sociedad".

Globalización en la solidaridad. Las organizaciones internacionales tienen el cometido urgente de contribuir a promover el sentido de la responsabilidad respecto al bien común para lograr una sociedad más equitativa y una paz más estable en un mundo que se encamina a la globalización. Pero, para eso, es preciso no perder jamás de vista la persona humana, que debe ser el centro de cualquier proyecto social. Sólo de este modo las Naciones Unidas pueden llegar a ser una verdadera "familia de Naciones". El desafío consiste en asegurar una globalización en la solidaridad, una globalización sin dejar a nadie al margen.

El pesado lastre de la deuda externa. A causa de su frágil potencial financiero y económico, hay naciones y regiones enteras del mundo que corren el peligro de quedar excluidas de una economía que se globaliza.

La cuestión de la deuda forma parte de un problema más amplio, que es la persistencia de la pobreza. Si el objetivo es una globalización sin dejar a nadie al margen, ya no se puede tolerar un mundo en el que viven al lado el acaudalado y el miserable, menesterosos carentes incluso de lo esencial y gente que despilfarra sin recato aquello que otros necesitan desesperadamente. ¿Qué decir de las graves desigualdades que existen dentro de las Naciones? Las situaciones de extrema pobreza, en cualquier lugar en que se manifiesten, son la primera injusticia.

Urge una cultura de la legalidad. No se puede pasar por alto el vicio de la corrupción. Una gran responsabilidad en esta batalla recae sobre las personas que tienen cargos públicos. Es cometido suyo empeñarse en una ecuánime aplicación de la ley y en la transparencia de todos los actos de la administración pública.

¿Qué decir del aumento de la violencia contra las mujeres, las niñas y los niños? Es hoy en día una de las violaciones más difundidas de los derechos humanos, convertida trágicamente en instrumento de terror: mujeres tomadas como rehenes y menores asesinados bárbaramente. A esto se añade la violencia de la prostitución forzada y de la pornografía infantil, así como de la explotación laboral de los menores en condiciones de verdadera esclavitud. Se requieren iniciativas concretas y, especialmente, medidas legales apropiadas, tanto de ámbito nacional como internacional. Hay algo que no puede absolutamente faltar en el patrimonio ético-cultural de la humanidad entera y de cada persona: la consecuencia de que los seres humanos son todos iguales en dignidad, merecen el mismo respecto y son sujetos de los mismos derechos y deberes.

(Extractos)


Visita de Juan Pablo II a Cuba (I)

El contexto histórico: el comienzo de un enfrentamiento

Para comprender mejor lo que puede esperarse del viaje de Juan Pablo II a Cuba, ofrecemos en este y en el siguiente número algunas reflexiones, extractadas, de María López Vigil sobre el contexto histórico, publicadas en Envío, noviembre 1997.

La religiosidad en Cuba al comienzo de la revolución

Cuando en 1959 la revolución triunfó, el 95% de los cubanos eran revolucionarios: respaldaban lo ocurrido. Y el 95% eran religiosos: creían en una realidad "superior" de la que sentían depender. La mayoría quería cambios en el más acá y confiaba en las fuerzas del más allá.

A la hora de la revolución, la religiosidad cubana era una compleja mezcolanza de ritos, creencias y subjetividades. En esa mezcla había mucho menos de esos otros ingredientes que también tiene la religión: institucionalidad, doctrina, autoridades, normas, leyes, compromisos.

A esa mezcla original (cristiano-católica-yoruba-santera), que es la que prevalece en el alma de la mayoría cubana hasta el día de hoy, se unieron estrechamente varias reglas del espiritismo desde mediados del siglo XIX, incluido el espiritismo de origen haitiano. Guardando más claras distancias del abigarrado cóctel de creencias, y manteniéndose siempre en minoría, fueron llegando a Cuba las iglesias protestantes. Los anglicanos aparecieron los primeros en 1762. A partir de 1898, llegaron varias iglesias protestantes procedentes de Estados Unidos. Muy pocos vivieron su religión en estado puro. Todo se mezcló. Las supersticiones con las devociones. El anticlericalismo de los muchos francmasones con el respeto a todo lo sagrado --incluido el clero-- de los muchos indiferentes. El rezo del rosario con el rosario de consultas espirituales que le hacían por radio al famoso Clavelito. El amor a la Virgen de la Caridad con el cuestionamiento de la caridad como sustituto de la justicia.

Las primeras contradicciones surgieron entre las autoridades católicas, algunos obispos y algunos sacerdotes que, después de recibir el proceso revolucionario con entusiasmo, quedaron muy pronto sorprendidos por una radicalidad que no esperaban y lo rechazaron con desconfianza, hasta llegar finalmente a enfrentarlo con organizada agresividad, incluso armada. Aquel fue un conflicto político, un conflicto entre poderes. Entre el poder cultural-ideológico de la iglesia católica --la institución más antigua de Cuba-- y el nuevo poder revolucionario.

La Iglesia católica no estaba preparada para la revolución

Para comprender mejor el por qué de este choque inaugural, ayuda bastante echar una ojeada al calendario. En enero de 1959, a la par que audaces barbudos guerilleros desmantelaban la dictadura batistiana y el dominio estadounidense en Cuba, en Roma el audaz Papa Juan XXIII despertaba a la Iglesia católica de años de letargo para convocarla a concilio. Por varias ventanas del mundo entraba el aire fresco de los cambios. La revolución cubana y el Concilio Vaticano II: dos hechos históricos que marcaron el siglo que acaba.

Las autoridades católicas que chocaron con la revolución, aunque tenían una verdadera preocupación por los problemas sociales, tenían en mucha mayor dosis un pensamiento monolíticamente preñconciliar. A aquellos obispos --también a sacerdotes y a monjas-- les faltaban herramientas teóricas y experiencias prácticas a partir de las cuales entender lo que pasaba, para aceptar la autonomía de aquel proceso, para interpretarlo con mayor flexibilidad, para acercarse a los cambios en actitud de diálogo y sobre todo, para acompañarlo desde la humildad de la levadura que decide disolverse en la masa. El caso del cura guerrillero Guillermo Sardiñas fue una excepción, brillante y precursora.

La temprana decisión del gobierno revolucionario de volverse hacia la URSS para enfrentar la política de aislamiento y agresividad de Estados Unidos llevó a la jerarquía a la confrontación: vieron a la Iglesia cubana convertida en una "Iglesia del silencio" tras otro "telón de acero".

Lo que ocurre es considerado como "intrínsecamente perverso" --y también reversible. Ya desde finales de 1959, las declaraciones de las autoridades eclesiásticas, aunque aplauden los objetivos de justicia social de la revolución y también sus primeros logros, matizan todo lo que hallan de positivo con el "mal" que supone el giro hacia el comunismo ateo. Después de las declaraciones y de dar respaldo en espacios eclesiásticos a grupos opositores, incluso armados, tres sacerdotes desembarcarán en 1961 en Playa Girón junto a mil doscientos contrarrevolucionarios armados. Con una cruz en sus uniformes, llegaban a Cuba con la "misión" de "revertir el mal".

La apuesta por la confrontación no tuvo éxito: muy pocos se convencieron de la maldad del proceso y no se revirtió nada. Sin embargo, las hostilidades entre el poder eclesiástico y el poder revolucionario en los años 1959, 1960 y 1961 marcarían el rumbo de los acontecimientos. Y justificarían la inmovilidad de las posiciones de ambos poderes enfrentados.

La revolución no estaba preparada para comprender la religión

Si las autoridades católicas --lo mismo que las protestantes-- no entendieron a la revolución, al reaccionar, las autoridades revolucionarias tampoco entendieron ni el fondo del hecho religioso ni los sentimientos religiosos del pueblo cubano. En 1959, ¿era posible ese milagro de apertura en la Iglesia y ese milagro de lucidez en la revolución? Aquel conflicto, como todos, fue hijo de su tiempo.

Ante la jerarquía católica, el poder revolucionario reaccionó con firmeza, aunque nunca llegó a los extremos a los que llegaron otras revoluciones. No se apresó a sacerdotes --aunque sí se expulsó a un buen grupo y durante muchos años no se autorizó la entrada a curas y monjas. No se cerraron templos en las ciudades, aunque sí se prohibió a católicos y a protestantes construir nuevos templos y se cerraron iglesias en pueblos del interior, cierre que facilitó el notable descenso en el número de sacerdotes.

Todas éstas fueron medidas de respuesta y de carácter político. Pero en esta confrontación política con el poder eclesiástico, la revolución cayó en dos errores ideológicos: (1) equiparó la doctrina de las autoridades de las Iglesias con las vivencias religiosas del pueblo cubano, y (2) confundió toda forma de religiosidad con un peligro para la revolución. La revolución se parapetó tras el conflicto político para arrojar sobre la religión la etiqueta de "opio del pueblo" y para lanzar sobre los religiosos que sobrevivieron a la crisis inicial una pesada cruz. Lo más grave fue el largo tiempo que se mantuvo firme en estos dos errores.

La indoctrinación masiva y manualesca empobreció el marxismo cubano, atentó contra la cultura nacional y consolidó las ideas que se habían venido manejando ante el hecho religioso. La acertada crítica hecha por Martí a la religión fue sustituida por la rastrera crítica de los manuales. En la plataforma programática del PCC de estos años se lee que la religión "está caracterizada por constituir un reflejo tergiversado y fantástico de la realidad exterior". La enseñanza pública --la única-- adoptó los postulados de "la concepción científica del mundo", la del materialismo dialéctico e histórico entendido simplista y dogmáticamente. Y aunque no todos los maestros y profesores se dedicaron a un proselitismo activo en favor del ateísmo, fueron muchos los que orientaron sus habilidades a fomentar en sus alumnos una conciencia arreligiosa o antirreligiosa. (Continuará)

María López Vigil