Carta a las iglesias, AÑO XVIII, Nº398, 16-31 de marzo de 1998

 

Reflexiones sobre el proceso de canonización de Monseñor Romero

Este número de Carta a las Iglesias está dedicado a Monseñor Romero en el XVIII Aniversario de su martirio. En él encontrará el lector crónicas, comentarios y testimonios. Y como estamos en medio del proceso de su canonización ofrecemos en este editorial algunas reflexiones sobre el significado de dicho proceso. Ello ayudará a recordar la realidad de Monseñor, tal cual él fue en su tiempo, y a comprender su importancia en nuestra historia actual. Lo vamos a hacer en tres breves proposiciones.

1. La canonización popular de Monseñor Romero es un hecho evidente, justo y necesario.

Aunque sea conocido, hay que volver a recordarlo porque es fundamental en cualquier reflexión sobre la canonización de Monseñor. A los pocos días de su asesinato, don Pedro Casaldáliga –siempre profeta y siempre portador de buenas nuevas– escribió, agradecido, su conocido poema SAN ROMERO DE AMERICA. No había más que decir. En la pluma –y en el corazón y en la inteligencia– de don Pedro la realidad tomó la palabra y usó esa expresión que reserva para momentos de singular importancia: "santo". Y es que en un mundo como el nuestro, de crueldad y mentira, de vez en cuando aparece lo humano cabal, la compasión sin componendas, la verdad sin segundas intenciones, el compromiso hasta el final. Y entonces, con sorpresa, con agradecimiento, también con un sentimiento de ser interpelados, pero sobre todo con gozo, se nos escapa la palabra "santo".

El pueblo –"su pobrería" sobre todo, como dice Casaldáliga– lo vio así desde el principio. Sin mucha ciencia, sin ningún derecho canónico, pero con un gran sensus fidei, es decir, con el sentido innato que discierne entre lo bueno y lo malo, la auténtico y lo falaz, que discierne sobre todo la presencia de Dios en nuestro mundo, en seguida llamó a Monseñor Romero profeta y pastor, y en seguida aceptó con entusiasmo que Monseñor Romero era santo, santo suyo además, como no lo son otros santos, más distantes que Monseñor en el espacio y en el tiempo. En vida "el pueblo te hizo santo", dice don Pedro. Ahora lo venera y lo quiere como a un santo de familia, no sólo de altares. De ahí también –de nuevo don Pedro– que "sería pecado querer canonizarlo". Ya lo está.

Y de santo salvadoreño muy pronto se convirtió en santo universal. "Les tengo una mala noticia", nos dijo un solidario que vino de Francia por aquella época. "Monseñor Romero ya no es de ustedes. Es de todos". Y así es. Católicos, hermanos y hermanas de todas las confesiones, también de comunidades y asambleas evangélicas, lo hacen suyo. Y también otros seres humanos de buen corazón, marxistas y hasta agnósticos. Y es que ser santo es ser cabal. Y esto bien lo puede captar cualquier ser humano bien nacido.

Y el tiempo no ha llevado a "descanonizar" a Monseñor, como pudiera haber sucedido hipotéticamente, sino, por el contrario, lo canoniza más y con todas las señales que acompañan en la historia a un fenómeno de canonización popular. Canonizado está ya el "tiempo": no hace falta explicar qué quiere decir "el 24 de marzo", como no hace falta explicar qué quiere decir el 25 de diciembre o el domingo de pascua. Canonizado está también el "lugar", convertido, como Belén, Nazaret, el Calvario, en lugar sagrado de peregrinación. Y así no hace falta explicar qué significa "el hospitalito". Canonizado está su recuerdo con la publicación de sus escritos, traducidos a numerosos idiomas, de otros muchos escritos sobre él, de posters, estampas, poesías, corridos populares, operas, películas, instituciones que llevan su nombre... No podemos asegurarlo con certeza, pero posiblemente Monseñor Romero es el ser humano de nuestro tiempo que ha tenido mayor impacto universal en los últimos años. En la abadía de Westminster su figura estará desde el próximo mes de julio como uno de los diez mártires de este siglo.

Y la piedad popular, a su modo, pero certeramente, le adjudica lo que es típico de los santos canonizados: Monseñor Romero hace milagros, como lo dicen las placas sobre su tumba y los innumerables papelitos, escritos con letra de pobres, que, lamentablemente, no han sido conservados. Una sencilla campesina de Guazapa escribía hace años a esta revista y contaba un milagro que le había hecho Monseñor, y añadía, orgullosa, "éste es el primer milagro que hizo Monseñor Romero". Qué milagros sean ésos, no nos parece pregunta muy importante. Lo importante es que la gente expresa que Monseñor Romero es santo y, sobre todo, que así como estuvo a su favor en vida, así lo está ahora: hace favores, a los pobres sobre todo, cuando muy poca gente se preocupa de ellos.

En conclusión, la canonización popular de Monseñor Romero es un hecho evidente. Y como decimos en el prefacio de la misa, es "justo y necesario", pues Monseñor fue un ser humano y un cristiano cabal. Es justo porque se ha convertido para siempre en persona entrañable, que se ha metido dentro de la gente –en sus entrañas. Y es necesario, pues de él y de gente como él necesitamos para vivir en este mundo como Dios manda, con verdad, justicia y esperanza. Y digamos para terminar que esta canonización popular es el hecho primigenio a partir del cual cobrará sentido la canonización oficial –y no a la inversa.

2. El proceso de canonización oficial de Monseñor Romero está en marcha, pero no ha sido nada evidente.

Más adelante analizaremos en positivo el significado del proceso oficial de canonización de Monseñor Romero, pero comencemos diciendo que no es nada evidente, lo cual indirectamente ayuda a comprender la grandeza de Monseñor. Recordemos algunos datos fundamentales.

a) En vida, a diferencia, por ejemplo, con lo ocurrido con la madre Teresa de Calcuta, Monseñor Romero no fue bien visto, en general, por la jerarquía eclesiástica. Aquí en El Salvador fue atacado por todos los obispos salvadoreños con la excepción de Mons. Rivera. Hoy el hecho puede parecer clamoroso, pero así fue, y ello era de dominio público. Varias veces sus hermanos obispos se pronunciaron contra él en público. Cuando junto con Mons. Rivera publicó su tercera carta pastoral sobre "La Iglesia y las organizaciones populares" –magnífica carta tenida por pionera sobre el tema–, los otros cuatro obispos publicaron un breve mensaje en el que prácticamente contradecían punto por punto a la Carta. El mismo Monseñor dejó escrito en su diario espiritual pocas semanas antes de ser asesinado que uno de sus grandes problemas, junto al miedo a la muerte que preveía cercana y a su vida espiritual –detalle éste de alma delicada– eran sus hermanos obispos. De hecho, sólo Mons. Rivera asistió a su entierro. Y hasta el día de hoy algunos de ellos siguen expresándose en contra. En la reciente visita de Juan Pablo II a El Salvador, el entonces presidente de la Conferencia le dijo que Monseñor Romero era responsable de 70.000 muertos.

Y en Roma las cosas no fueron muy diferentes. El nuncio estaba en su contra. En el dicasterio para los obispos se pensó seriamente en destituirlo o anularlo, dejándolo como figura decorativa con un administrador sede plena, con plenos poderes En el término de un año el Vaticano envió tres visitadores apostólicos –medida extrema que se utiliza cuando hay serios y graves problemas en una diócesis. Con Pablo VI le fue bien, y salió confortado de su visita en 1977, pero la primera visita a Juan Pablo II fue dolorosa, pues el papa no pareció apreciar la gravedad de la persecución a la Iglesia salvadoreña y más bien le puso en guardia de no hacer el juego al comunismo. Muy distinta será la actitud posterior de Juan Pablo II hacia Monseñor, pero en aquel entonces Monseñor Romero dejó el Vaticano triste y lloroso, buscando consuelo en el cardenal Pironio y en el Padre Arrupe, expertos en incomprensiones. Después de su asesinato la tesis oficial vaticana se hizo un poco más benigna, pero en definitiva siguió siendo contraria a su persona: Monseñor habría sido una buena persona, pero ingenuo y sin personalidad, de lo cual otros se aprovecharon para manipularlo, sobre todo los jesuitas. La marea sólo cambió con el cambio de Juan Pablo II en 1983. Hasta ese momento nada hacía pensar que a la Iglesia oficial se le ocurriese canonizar a Monseñor.

b) Otra dificultad para la canonización proviene del conflicto que aquélla puede generar con el gobierno y otros poderes públicos y privados, conflicto que, en lo posible, trata de evitar el Vaticano. En el caso de Monseñor la raíz del conflicto está en que, al canonizarlo, se propone como ejemplar y digno de imitación a quien ha sido odiado y difamado hasta el extremo. Y el conflicto aumenta, si la Iglesia lo canoniza como mártir, pues ello remite por necesidad a sus verdugos. Dada la cercanía de los hechos éstos o quienes los apoyaron y aplaudieron siguen vivos. Y son personas poderosas en el país y en el partido en el gobierno.

La Comisión de la Verdad lo dijo lapidariamente: "El ex–mayor Roberto D'Abuisson dio la orden de asesinar al Arzobispo y dio instrucciones precisas a miembros de su entorno de seguridad, actuando como ‘escuadrón de la muerte’, de organizar y supervisar la ejecución del asesinato". Mons. Rivera lo recordó con valentía antes de las elecciones presidenciales de marzo de 1994, relacionándolo con el partido en el poder: "Lo quieran o no, la sombra de este crimen sacrílego persigue a quienes, aun después de catorce años, siguen impenitentes idolatrando al hombre que quiso resolver los problemas de El Salvador a sangre y fuego".

El partido en el poder –y sus allegados– no ha reconocido las virtudes de Monseñor Romero, por supuesto, y muchos de ellos siguen pensando y repitiendo que fue nefasto, que pasó el límite de lo religioso, que estaba confundido. Un miembro del actual gobierno de ARENA lo ha dicho con claridad: "Mons. Romero: un desastre. Mayor D'Abuisson: un mártir". Pero, además, siguen aclamando al responsable de su asesinato, sin expresar dolor ni arrepentimiento por lo ocurrido. Difaman o silencian a la víctima y ensalzan al verdugo. De ahí la conclusión que ha sacado estos días Mons. Rosa en el contexto de la canonización: "Los más declarados adversarios de la canonización de Monseñor Romero son los mismos que le hostigaron en vida, que le escribían cartas anónimas acusándolo de ser comunista, y que por desgracia continúan hostigándolo incluso ahora".

Canonizar a la víctima significa automáticamente juzgar –aunque después se otorgue perdón– al verdugo. Y esto en sí mismo no facilita la canonización oficial por parte de la Iglesia, pues en estos tres últimos años ha quedado claro con cuánto esmero la nunciatura y algunos obispos han dado prioridad a las buenas relaciones entre Iglesia y estado.

Si a lo dicho se añade que Monseñor Romero no fue papa ni fundador de una congregación religiosa, cuya canonización suele ser verosímil, se comprenderá que no es evidente este proceso de canonización que está ahora en marcha. Sin embargo, lo que parecía imposible se ha hecho posible, y la pregunta es por qué.

3. El proceso de canonización ha sido posible por la convergencia de tres factores: a) el apoyo personal de Juan Pablo II, b) el impacto mundial de Monseñor Romero, c) su santidad real, necesaria en nuestro mundo e Iglesia.

Más allá de cumplir con los elementos formales que se exigen en un proceso de canonización (constatación de su ortodoxia y de sus virtudes, recopilación de testimonios en pro y en contra, que se evite el culto público), éste ha sido posibilitado por tres cosas.

a) Juan Pablo II cambió su postura hacia Monseñor, y lo ha expresado claramente con sus hechos. Independientemente de las razones que le llevaron a ello (impacto de su martirio, mejor información, lectura de sus escritos), el hecho es innegable. En su vista a El Salvador, por deseo propio –y contra el deseo del gobierno– fue a visitar la tumba de Monseñor en Catedral, visita que había sido excluida en la programación. La fotografía de Karol Woijtila –lo formulamos así porque en ella aparece ante todo el ser humano más que el papa– rezando ante la tumba de Monseñor Romero y las palabras con que se refirió a él como "celoso pastor que dio la vida por su pueblo", son un testimonio personal entrañable, y, además, supuso un radical cambio de dirección en el Vaticano: ya no se podía decir impunemente dentro de la Iglesia que Monseñor había sido marxista, colaborador de la guerrilla, tonto útil manipulado. Y cuando en 1994 Mons. Rivera decidió poner en marcha el proceso diocesano, reconoció que ello no gustaba en algunos dicasterios vaticanos, pero que Juan Pablo II, personalmente y a pesar de ello, dio el visto bueno. La postura del Papa ha sido, pues, decisiva como condición sine qua non. No ha sido suficiente, pero sí necesaria.

b) Otra cosa que ha forzado objetivamente a comenzar el proceso es el impacto mundial, duradero y en aumento de Monseñor. Cuando murió la madre Teresa de Calcuta surgieron voces pidiendo su pronta canonización. Con Monseñor Romero no ocurrió lo mismo, no se habló de canonización, pero se desencadenó un movimiento de admiración, agradecimiento, cariño y reconocimiento de su necesidad para el mundo.

Y eso ha ocurrido también en la Iglesia. Para empezar por la jerarquía, Monseñor ha impactado en muchos obispos, como ellos mismos reconocen. Don Samuel Ruiz dijo aquí entre nosotros que, en medio de los inmensos problemas en que está inserto, encuentra fuerza en Monseñor Romero. Entre muchos otros obispos hay respeto por ese hermano suyo salvadoreño, y hasta sano "orgullo de clase" de que haya obispos como él, profetas, evangelizadores, sin miedo y con esperanza.

El "romerismo", tradición generada por Monseñor, como Francisco de Asís generó el "franciscanismo", está extendido por innumerables lugares. En la conciencia colectiva, más o menos por supuesto, Monseñor está presente en el alivio de que lo humano es posible, en el agradecimiento de que hay seres humanos que nos salvan y nos redimen de nuestro egoísmo y pequeñez, que son como aquel Jesús en quien podemos tener "fijos los ojos" en nuestras aflicciones, y también en nuestras decisiones de enrumbar este mundo en una dirección muy distinta a la actual.

Es sabido, pero no hay que trivializarlo sino que hay que valorarlo en toda su dimensión. En el último Sínodo para las Américas, celebrado en Roma, discutieron los obispos si los cristianos que habían sido asesinados por la defensa de la justicia debían ser llamados "mártires" o sólo "testigos", reservando el término de "mártir" para quien moría explícitamente por causa de la fe –disquisiciones y casuísticas a las que somos dados los humanos. Pero cuando Mons. Gregorio Rosa habló de Mons. Romero, de su persona, de su profecía, de su martirio, se olvidó la casuística y en el aula sinodal resonó el mayor y más prolongado aplauso de todo el sínodo.

Monseñor Romero ha causado y sigue causando un impacto mundial –más allá de las incomprensiones y pequeñeces de algunos– y ese impacto tiene un peso objetivo que fuerza a su canonización. ¿Cómo decir al mundo que hay que ignorar a personas como Monseñor, que hay que dejarlo pasar desapercibido? En la conciencia colectiva de esta humanidad nuestra esto es hoy –afortunadamente– imposible.

c) El impacto mundial de Monseñor tiene, indudablemente, razones coyunturales. Fue figura pública en un país y en una Iglesia que fueron noticia mundial durante mucho tiempo: masacres, sacerdotes asesinados, "haga patria mate un cura", su carta a Carter, sus últimas palabras "en nombre de Dios, ¡cese la represión!", y tantas otras cosas. Pero más allá de esas coyunturas, y teniendo en cuenta que en la historia cambian unas cosas, sí, pero otras permanecen, como permanece la condición humana, la verdad es que hay algo en Monseñor que fuerza a mantenerlo vivo y presentarlo como ser humano y cristiano cabal –que eso es la canonización.

Lo que se impone de Monseñor puede expresarse en palabras como éstas: autenticidad, honradez, compasión... Pero, aunque verdaderas, estas palabras sólo cobran su hondura real desde sus destinatarios directos, aquellos que llenaron el corazón de Monseñor Romero y aquellos que lo recibieron en su corazón: los pobres de este mundo. Cuando les preguntamos quién fue Monseñor Romero, su respuesta es la siguiente: "Monseñor dijo la verdad. Nos defendió a nosotros de pobres. Y por eso lo mataron". He aquí lo que se impone de Monseñor Romero hasta el día de hoy: verdad, compasión, fidelidad.

En un mundo de mentiras –ayer como hoy–, ayer más burdamente en los medios, en las declaraciones de gobiernos (el nuestro y el de Estados Unidos), de fuerzas armadas, de ricos y de oligarcas, hoy un poco más sutilmente, con concesiones a una mayor libertad de expresión, pero con el encubrimiento fundamental de la verdad de un planeta con la mitad de su población amenazada de muerte, la verdad es como "el agua limpia que baja de los montes", que decía Rutilio Grande. Esa verdad, mil veces negada, oprimida, manipulada en favor de los opresores y en contra de los oprimidos, eso es lo que significa hasta el día de hoy Monseñor Romero, sin que –en plena euforia de democracia,– se haya encontrado un símbolo mejor que el Monseñor profeta.

En un mundo de crueldad –ayer como hoy–, ayer más burdamente con masacres aberrantes, hoy con la cotidiana pobreza –el producto interno bruto en El Salvador es menor que antes de la guerra–, con la cotidiana violencia –diez mil fueron los muertos violentamente en 1995 y otros diez mil en 1996–, con el cotidiano desprecio a las mayoría populares, la compasión, el amor, la justicia es como bálsamo que cura heridas y anima a trabajar. Esa compasión a los pobres de este pueblo es lo que hasta el día de hoy expresa Monseñor Romero, sin que "el juego de la democracia", como dicen, ni los datos macroeconómicos, ofrezcan algo mejor que el Monseñor justo y consolador.

En un mundo dividido y antagónico, hecho de ricos Epulones –las transnacionales en todo el mundo, el capital financiero en nuestro país– y de pobres Lázaros que esperan migajas –el rebalse–; en un mundo inhumano en que no interesa la familia humana, sino el propio interés, egoísta e idolátrico, en el que no hay líderes que guíen al pueblo, sino que se aprovechan de él y lo desuellan, como dice Oseas, Monseñor Romero expresa la cercanía, el conocimiento de sus ovejas, como buen pastor. Monseñor Romero sigue siendo el gran conocedor de los pobres de este pueblo, y ellos lo conocen a él. Conocen su voz, y en ella se reconocen. Monseñor sigue siendo hasta el día de hoy –sin que se vislumbre ningún candidato que lo reemplace– la voz de los sin voz.

En un mundo alienado, infantilizado por los modernos y nada antiguos "circenses", decidido a industrializarlo todo (naturaleza, vacaciones, deporte, música, moda, funerales de celebridades...), haciendo bueno el dicho de que "business is business", y que por lo tanto está permitido desnaturalizar todo para comercializarlo y dinerizarlo, Monseñor Romero expresa que es posible vivir con gozo, en el encuentro de unos con otros, en aquellos encuentros suyos con los campesinos, en los cantones o en la curia arzobispal. Ese es el gozo que se le escapó en estas palabras: "Con este pueblo no cuesta ser buen pastor".

En un mundo de componendas, de evitar tensiones y conflictos –aunque los exija la realidad–, de no tomar nada totalmente en serio, a no ser el propio interés, de no animar al compromiso fiel como aquello que exige la ética y la fe, y como lo que lleva a la verdadera felicidad, Monseñor Romero expresa que es posible ser humano y ser cristiano comprometido y fiel "hasta el final". Eso fue su martirio.

Y digámoslo en una breve palabra. En un mundo en que se ignora, peor aún, en que se trivializa y banaliza la fe en el misterio de Dios, Monseñor sigue siendo el creyente en el Dios de Jesús, el Dios de la vida, el Dios de las víctimas, "el Dios en quien el pobre encuentra compasión".

De todo esto el mundo y la Iglesia están muy necesitados. El sensus fidelium lo capta muy bien y por ello se impone que canonicen a Monseñor Romero para presentarlo en la doble vertiente de un santo canonizado. Santo es quien está en nuestro favor, intercediendo ante Dios en lenguaje de la tradición, animándonos, dándonos vida y esperanza con su ejemplo, en lenguaje histórico. Y santo es quien nos ofrece el camino a seguir, con sus virtudes eximias en lenguaje de la tradición, con su ser salvadoreño y cristiano cabal en lenguaje histórico.

En un próximo editorial analizaremos las ventajas, y también los peligros –todo lo humano los tiene– de la canonización oficial de Monseñor Romero. Terminemos ahora por donde comenzamos. Hemos dicho que el proceso de canonización de Monseñor Romero no era evidente. Ahora, parafraseando a Jesús, podemos decir: "La canonización de Monseñor Romero se impone. Si la Iglesia calla, las piedras hablarán".

 


 

Privatización o intervención estatal

Centroamérica en la mira del Banco Mundial

 

El debate sobre la privatización y la estatización

El incremento en las tarifas de energía eléctrica ha hecho que recobre fuerza el debate acerca de la privatización. Las opiniones sobre la misma se pueden dividir en dos bloques: las de quienes ven en la privatización el mecanismo idóneo y exclusivo para modernizar unas economías en franco rezago y las de quienes ven en ella uno de los grandes males de la humanidad, en cuanto que afecta a los sectores mayoritarios de la sociedad, los cuales sólo pueden encontrar amparo en un Estado benefactor. Las posiciones extremas plantean el siguiente dilema: o la vía para el desarrollo económico es la privatización, con ausencia absoluta del Estado, o la vía es un Estado intervencionista fuerte, que establece —asumiendo un rol activo— las reglas del juego económico-social.

Las dos posturas están presentes en el debate acerca de la privatización. Tienen una cosa en común: ninguna de ellas parece tomar en cuenta la realidad histórica tanto del pasado como del presente. Los que apuestan ciegamente por la privatización olvidan que la misma es un instrumento que está (o debería estar) en función de la modernización económica, la cual a su vez debe ser coherente con un proyecto de desarrollo nacional del que tiene que hacerse cargo necesariamente el Estado. La privatización sólo tiene sentido si se inserta en esa lógica, pues de lo contrario se corre el riesgo de convertirla en un fin en sí misma.

Los que apuestan por el intervencionismo estatal olvidan que el Estado salvadoreño arrastra desde hace bastante tiempo males que deben ser corregidos. La burocracia excesiva, el parasitismo laboral, la corrupción —no exclusiva del sector público, pero sí presente en éste en niveles intolerables— y los gastos improductivos son, entre otros, algunos de los males que han justificado las más duras críticas al Estado.

Proponer un Estado subsidiador no es lo más atinado que pueden hacer los que rechazan frontalmente la privatización: a nivel económico es difícil que los subsidios puedan mantenerse al infinito, sin graves efectos sobre el aparato productivo; a nivel social, el conformismo y el aletargamiento de la población beneficiada minan su creatividad y su espíritu de trabajo; y, a nivel político, el populismo y la demagogia dan lugar a vínculos corporativos entre los gobiernos y sus "clientes" sociales, lo cual se presta al chantaje político de ambos lados: los gobiernos exigen fidelidad a sus clientes a cambio de favores; estos últimos reclaman favores a cambio de fidelidad, con lo que se crea un círculo vicioso nefasto para la democracia.

Lejos de plantearse como dos realidades excluyentes, lo más razonable sería buscar un modo de articular coherentemente la privatización y la intervención estatal en un proyecto de desarrollo nacional. Esto supondría reconocer las limitaciones de una y otra, pero también reconocer que, debidamente encauzadas, pueden contribuir a una modernización económica con equidad social.

El Presidente del Banco Mundial en Centroamérica

Los países de la región centroamericana recibieron durante la primera semana de marzo al presidente del Banco Mundial (BM), James Wolfensohn, cuya tarea era revisar los proyectos en los que se estaba invirtiendo capital adquirido por concesiones de este organismo mundial. En su estadía en los países del istmo, Wolfensohn recalcó en términos generales la necesidad de que los gobiernos redoblen esfuerzos para reducir los preocupantes índices de pobreza que azotan a la mayoría de la población, al mismo tiempo que recomendó mayor eficiencia en el desempeño institucional de importantes áreas, como la recaudación de impuestos, la fiscalización del gasto público, la modernización del Estado, los procesos de privatización y la implementación de justicia, entre otros. Se trata, evidentemente, de importantes observaciones, si tomamos en cuenta que dibujan un rumbo general que deben seguir los organismos públicos. Sin embargo, en la evaluación que Wolfensohn hizo de la realidad centroamericana no dejaron de existir vacíos que bien pueden ser una muestra de las intenciones subyacentes de la gira: no permitir que la región se salga de la lógica neoliberal que el Banco Mundial impulsa desde hace varios años.

El Banco Mundial invierte y fiscaliza

En términos formales el Banco Mundial estaría interesado en desembolsar unos 300 millones de dólares en créditos para el istmo, para lo cual se hacía necesaria una evaluación de los resultados de las inversiones provenientes de dicho organismo. Es decir que, a nivel formal, se pretendía saber qué se estaba haciendo con el dinero de la institución, lo cual en sí mismo no debe extrañar a nadie. Pero detrás de esta actitud fiscalizadora, también se halla cierto interés por "normalizar" las actividades financieras de los países de la región, y las ineludibles conexiones que estas actividades guardan con las áreas de justicia y fiscalización de los gastos de la nación.

En consecuencia, la utilidad del capital concedido es tan importante como la seguridad de que ese capital llegue a los lugares debidos, y de que existan las garantías institucionales mínimas que aseguren que ese dinero será aprovechado en su totalidad por aquellos que más lo necesitan. Esta es una manera de reafirmar la función que el Banco Mundial ha adoptado con los años: con mucha independencia de su papel de financiador del desarrollo de las naciones más necesitadas, se convierte en un ente que dicta pautas que los gobiernos no dudan en cumplir con tal de mantener su status de sujetos de crédito para futuros préstamos. Wolfensohn, en cada uno de los países del área que visitó, reafirmó el rol controlador del organismo que preside; además, reforzó las ideas generales del papel del gobierno y del sector privado que concuerdan con ese planteamiento. La reunión que el funcionario sostuvo en nuestro país con empresarios de toda Centroamérica tenía como objetivo recalcar su carácter de principales impulsores del desarrollo en sus respectivas naciones, dado su protagonismo en el dinamismo de la economía globalizada de nuestros tiempos.

Los gobiernos de los países centroamericanos, según la perspectiva del Banco Mundial, tienen que preocuparse por llevar bienestar social a aquellos sectores que más lo necesitan, siempre y cuando esa preocupación no afecte los procesos de privatización actualmente en marcha. La responsabilidad del aparato estatal quedó definida en términos del servicio social que pueda brindarle a la población más desprotegida. En la opinión del presidente del Banco Mundial los gobiernos del área han asumido esa línea de trabajo para combatir la pobreza —que afecta a la gran mayoría de la población— y solventar los problemas sociales por los que atraviesan sus respectivos países, razón por la cual se mostró satisfecho del desempeño de los actuales mandatarios, pese al reconocimiento previo de serias deficiencias en algunas áreas importantes de la vida nacional. Buena parte del discurso de Wolfensohn estuvo cargado de esta preocupación por los "pobres" de la región, lo cual obliga a analizar más de cerca la noción de pobreza que tiene el Banco Mundial.

¿Quiénes son los pobres para el Banco Mundial?

El Banco Mundial, en sus informes anuales, destaca los índices de pobreza que corresponden a cada país en el que ha realizado algún tipo de inversión. Para ello, se vale de ciertos indicadores (entre otros, nutrición, salud, educación, acceso a vivienda y agua potable) que aportan los datos necesarios para determinar los índices de pobreza y, al mismo tiempo, para identificar las áreas en las que se debe prestar más atención. Ciertamente, con respecto a la definición de lo que es "ser pobre", se pueden encontrar argumentos contradictorios —de hecho, la definición de "pobreza" se ve seriamente limitada por los criterios de selección subjetivos que se emplean al momento de establecer los indicadores mínimos—, pero ello no obsta para reconocer que las políticas macroeconómicas impulsadas por el Banco Mundial, de la mano del Fondo Monetario Internacional (FMI), no han servido de mucho para cumplir con ese objetivo que ahora su presidente defiende a los cuatro vientos.

Además, las mejoras en las condiciones que el organismo propone como fundamentales para garantizar un nivel de vida óptima para la población no son inmunes a la utilización por parte de los gobiernos en función de intereses electorales. A ello se tiene que añadir que las medidas recomendadas no apuntan ni a beneficiar directamente el poder adquisitivo de los ciudadanos ni mucho menos a fortalecer la participación de la sociedad en las decisiones del Estado. Quizás poseer buenos hospitales o una vivienda que pueda ser calificada de "digna" —cosa que, por lo demás, está muy lejos de pasar en El Salvador— sean un buen signo del desarrollo de una nación, pero eso no implica mejoras sustanciales en cuanto a democracia o respeto a los derechos humanos.

En definitiva, lo que para algunos ha constituido una histórica visita que favorecerá el ritmo del desarrollo de Centroamérica, para otros ha sido una iniciativa con sensibles vacíos en materia social y regional. El hecho de que los países del área necesiten con urgencia pautas para el progreso integral no debe ser tomado a la ligera; esto significa que el ser humano no debe quedar fuera de las discusiones que establezcan esas pautas, menos todavía cuando es evidente que diversos centros financieros del mundo están pendientes de los avances que se registren en el istmo centroamericano en el plano de la integración de sus naciones.

 


 

Monseñor Romero es conflictivo

La causa de beatificación de Monseñor Romero se encuentra en Roma desde hace más de un año, pero no avanza con la celeridad esperada. En el proceso han surgido obstáculos, que han obligado a recabar más información. Según Monseñor Rosa la mayor oposición a la beatificación del arzobispo mártir se encuentra en El Salvador y no en Roma. Esa oposición proviene de dos sectores.

Por un lado, se oponen aquellos sectores que no lo reconocen como el buen pastor que se consagró a defender a sus ovejas de las amenazas provenientes de los lobos de entonces, la injusticia y la violencia estatal. Aquélla las mataba lentamente, ésta las destrozaba de forma instantánea. Nada que pusiera en peligro el bienestar del pueblo que le encargaron pastorear le fue ajeno a Monseñor Romero. Pero este sector identifica la parcialidad del arzobispo hacia las víctimas del empobrecimiento y la violencia como una participación política indebida y lo acusaron y aún lo acusan de ingenuo, débil e influenciable, cuando no de izquierdista e incluso hasta de comunista. Para algunos, Monseñor Romero sería responsable de la guerra.

Entre los detractores se encuentran algunos obispos contemporáneos y sobrevivientes, que, viendo cuestionada su alianza con el poder, rechazan el ministerio misericordioso de Monseñor Romero durante su vida y ahora, después de su martirio, se oponen a que sea reconocido oficialmente por la Iglesia como pastor ejemplar. Eso significaría que ellos no lo fueron, porque abandonaron el rebaño que les encomendaron y porque, escrupulosos en dar al Cesar lo suyo, no se preocuparon cuando éste se apoderó de lo de Dios, la vida del pueblo.

Por otro lado, hay otro sector más hábil que también se opone a la elevación de Monseñor Romero a los altares católicos, pero que, ante la determinación de Juan Pablo II de beatificarlo, no ha tenido más remedio que aceptar lo que parece inevitable. Sin embargo, no ha permanecido inactivo, sino que se dedica con asombrosa habilidad a asimilar al arzobispo mártir al orden establecido del poder. Este proceso de asimilación lo lleva a cabo despojando a Monseñor Romero de aquello que lo proyectó nacional e internacionalmente como San Romero de América, su dimensión profética. Intenta silenciar su palabra que, como espada de doble filo, penetraba en el interior de los corazones, poniendo al descubierto lo que se encerraba en ellos. Se esfuerza por hacer olvidar la fuerza de su ministerio arzobispal que hizo tambalear las estructuras del orden establecido y al mismo tiempo unió a la Iglesia salvadoreña como nunca antes nadie lo había conseguido. En este sector también hay más de algún obispo y algunos sacerdotes.

Esta oposición es más peligrosa porque es menos evidente. Con aparente inocencia se propone deshistorizar a Monseñor Romero para que, en caso de ser declarado mártir de la Iglesia católica, el gran capital y los círculos oficialistas de ARENA no se sientan del todo incómodos. No es difícil imaginar a las autoridades de un gobierno de ARENA encabezando la delegación salvadoreña en el Vaticano, el día que Monseñor Romero sea colocado en los altares. Sería paradójico que los seguidores del asesino de Monseñor Romero se presentaran en San Pedro sin haber confesado su pecado y haber pedido perdón.

Aunque este sector no se opone abiertamente a la beatificación para no disentir con el parecer del Papa, se esfuerza por despojar a Monseñor Romero de su dimensión histórica para convertirlo en un obispo beato e inofensivo para el poder. Es así como enfatiza la piedad, la devoción y la ortodoxia del arzobispo mártir, lo cual nadie puede poner en duda; pero a Monseñor Romero no lo mataron por ninguna de esas cualidades, sino por profeta. Es curioso cómo se esfuerza por desligar a Mons. Romero de la teología de la liberación, a la cual considera aberrante. Su ceguera lo lleva a ignorar lo evidente: que Monseñor Romero fue fiel al magisterio de la Iglesia, tal como está expresado en el Vaticano II, Medellín, Puebla y en la doctrina social de la Iglesia. La teología de Monseñor Romero era ortodoxa, pero no era la teología tridentina, sino la del Vaticano II. Monseñor Romero era muy tradicional, pero no tradicionalista. Este sector no quiere un mártir de la teología de la liberación.

La fuerza de la palabra de Monseñor Romero radicaba en su poder para denunciar la realidad concreta y para anunciar la utopía del reino de Dios. El pastor se preocupó por liberar al rebaño de los lobos y los ídolos que querían destrozarlo. Monseñor Romero oyó el clamor del pueblo y aceptó la misión que Dios le dio de liberarlo.

Un arzobispo piadoso, devoto y campeón de la ortodoxia no necesita cambios personales. Para este sector Monseñor Romero siempre habría sido el mismo, no habría experimentado conversión ni cambio alguno importante a lo largo de su vida. El arzobispo Romero habría sido el mismo padre Romero, un sencillo y humilde párroco de la catedral de San Miguel. Pero quienes así piensan se equivocan. Se olvidan que Mons. Romero, como cualquier cristiano fiel a Dios, recorrió un itinerario. Es cierto que siempre fue el mismo Romero, pero nunca fue lo mismo. Lo admirable es cómo se dejó llevar por el Espíritu de Dios.

Se equivocan también porque pasan por alto una dimensión fundamental de su biografía. Monseñor Romero siempre mostró una sensibilidad especial por los pobres, ya fueran éstos los mendigos de la catedral migueleña o de San Salvador. Por esa apertura hacia los más necesitados se coló el problema de las grandes mayorías desposeídas y violentadas del país. Monseñor Romero se convirtió en su voz y ellas lo reconocieron y fue así como llegó a ser su pastor.

Por eso, el pueblo salvadoreño lo recuerda con cariño y lo celebra con alegría en templos, plazas y calles, sin esperar el veredicto oficial de la Iglesia católica; aunque, sin duda, aguarda con interés dicho fallo. Monseñor Romero es modelo para aquellos pastores que quieren ser fieles al Dios de Jesús y al pueblo que clama justicia y libertad. Pero al mismo tiempo, es cuestionamiento para quienes se olvidan que son pastores de un pueblo empobrecido y no aliados incondicionales del poder establecido. Monseñor Romero sigue siendo profeta aun después de muerto. Su vida y su obra continúan siendo conflictivas. Para unos son motivo de gozo cristiano, pero para otros causa de escándalo.

 


 

El último retiro de Monseñor Romero

Lunes 25 de febrero, 1980

 

Vino el P. Azcue y todos nos confesamos. Le expresé dos temores.

1. El no ser tan cuidadoso como antes con mis confesiones de ejercicios y con mis confesiones ordinarias y en general con mi vida espiritual. Me orientó comentando que puede haber inclinaciones de escrúpulos en cuanto a las confesiones y que lo principal eran las disposiciones interiores; y en cuanto a los ejercicios espirituales era bueno trazarme un plan de vida espiritual, pero sin esclavizarme a él; que aquí también lo principal debía ser vida y espíritu como alma de toda mi actividad.

2. Mi otro temor es acerca de los riesgos de mi vida. Me cuesta aceptar una muerte violenta que en estas circunstancias es muy posible, incluso el Sr. Nuncio de Costa Rica me avisó de peligros inminentes para esta semana. El Padre me dio ánimo diciéndome que mi disposición debe ser dar mi vida por Dios cualquiera sea el fin de mi vida. Las circunstancias desconocidas se vivirán con la gracia de Dios. El asistió a los mártires y si es necesario lo sentiré muy cerca al entregarle el último suspiro. Pero que más valioso que el momento de morir es entregarle toda la vida y vivir para él.

3. Otro aspecto de mi consulta espiritual, que fue también diálogo con mis compañeros de ejercicios, fue mi situación conflictiva con los otros obispos. Me orientó mucho esta consideración: si me critican mi actuación pastoral, ¿qué otra alternativa me proponen? Y me he confirmado que lo único que interesa es la radicalidad del Evangelio que no todos pueden comprender. Que se puede ceder en algunos aspectos accidentales pero no se puede ceder en seguir radicalmente el Evangelio. Esta radicalidad siempre tiene que traer contradicciones y hasta divisiones dolorosas.

 


 

24 de marzo: Día de los pobres

Este año he sentido que las celebraciones en torno al aniversario de Monseñor Romero han sido mucho más que el año pasado. Ha habido como un nuevo despertar a la memoria del pastor. Son varias las instituciones e incluso muchas alcaldías (San Salvador, Santa Tecla, Apopa, Sonsonate...) las preocupadas por no dejar pasar por alto esta fecha especial.

Desde muy temprano empecé a vivir ese ambiente bonito de cuando hay fiesta, y no sé si estoy comparando mal, pero es igual que para el 24 de diciembre. Una va y viene recibiendo sonrisas. Hay en el aire algo, un no sé qué que nos dice que estamos alegres, pero al mismo tiempo en el pecho se nos hace nudo y nos mueve a las lágrimas. Todo el día escuché canciones de Monseñor Romero desde las más sencillas y sentidas hasta las más poéticas y elaboradas.

Ya un día antes el P. Cardenal había abonado un poquito en mi emotividad. La misa de la UCA estuvo no sólo concurrida, estuvo muy sentida. Todos los rostros reflejaban serenidad, armonía, paz diría yo; todos éramos envueltos por esa aura que rodea a Monseñor. Antes de pedir perdón de nuestros pecados –y como una coincidencia más– un par de hombres llegaron con un cuadro muy grande con el rostro de Monseñor. El P. Cardenal les pidió que pasaran adelante, lo que muchos lo sentimos como si estuviera invitando a Monseñor Romero a pasar, como se invita al amigo que siempre llega a tiempo y siempre está con nosotros. Lo recibimos con un sonoro aplauso.

La misa tuvo los cantos de siempre, y no podía faltar el Gloria Salvadoreño, en esta ocasión entonado por el propio Piquín, su autor, a quien Monseñor pidió que compusiese un himno al Divino Salvador.

Entre los asistentes, que ya dije eran muchos, me llamaron particularmente la atención dos. El primero, y no es la única vez, pues han sido muchas las veces que se le ha visto en estas celebraciones, era Miguel Tomás, el pastor de la Iglesia Bautista Enmanuel. ¿Por qué? Bueno, porque se ve que Monseñor va más allá del culto católico y que realmente impacta en nosotros sin importar a qué Iglesia pertenecemos. A propósito, las peticiones las hicieron personas que hablaron en inglés, francés, portugués, italiano, alemán, polaco... Cuando tocó el turno de hablar en español, la petición la hizo una mujer –a quien se le veía emocionada– que es miembro de la comunidad de los mormones. Y segundo, la hermana del mayor Roberto D'Abuisson, tan atenta, tan sincera y profundamente dispuesta a compartir la misa, lo que me hizo pensar en ese hombre que nunca podrá separarse de la vida y muerte de Monseñor Romero. Pero pensé también que no hay en este mundo ningún árbol cuyos frutos sean totalmente malos o totalmente buenos.

Me gustó mucho cómo describió el P. Cardenal a Monseñor al retomar lo dicho antes por Mons. Rosa Chávez de que los principales detractores de la beatificación de Monseñor están aquí en El Salvador. "Hay dos bandos peligrosos, dijo. Los que siempre han atacado y desvirtuado el actuar profético de Monseñor y que incluso le han tildado de comunista y otras cosas, y los que aparentemente tienen y sienten respeto por Monseñor, pero resaltan en él virtudes tales como que era beato, penitente y ortodoxo. Eso es cierto y es una parte importante de la vocación sacerdotal de Monseñor, pero por otro lado, eliminan todo su compromiso profético, no le reconocen ese don del Espíritu Santo, que le permitió encontrar a Jesús donde él dijo que estaba: "entre los pobres y marginados de este mundo", y muy especialmente de este su pueblo, con el que compartió el dolor".

Y el P. Cardenal añadió algo muy bonito: "Monseñor dejó abierta una pequeña rendija, y fue por allí que se le colaron sus sentimientos hacia afuera y por allí también se le colaron los pobres a él para adentro". Hubo además una interrogante, que difícilmente creo que los que se oponen a la beatificación de Monseñor Romero puedan no sólo responder sino entender. "No se quiere reconocer su dimensión profética, dijo. ¿Y si Dios así lo quiso, y si Dios lo escogió a él así tal cual fue? ¿Podemos o pueden regañar a Dios y decirle que se equivocó, que no es cierto ni correcto lo que EL piensa de Monseñor Romero?" Los que creemos y pedimos la beatificación de Monseñor Romero, creo yo, podemos estar tranquilos y además felices, porque hemos aceptado y celebramos la voluntad de Dios que quiso darnos un pastor santo en El Salvador.

Después de la eucaristía, en un programa de la YSUCA, cuando le preguntaron al P. Sobrino si tenía esperanza, si había utopías del pueblo salvadoreño hoy, dijo que lo primero es mantener la verdad después de 18 años del martirio de Monseñor, 21 de la muerte de Rutilio, 9 de los mártires de la UCA y a 6 años de haberse firmado la paz que dejó a muchas víctimas, más de 75,000 mil, viudas y huérfanos. No hay que olvidar lo malo para no construir sobre la mentira y para que no triunfe la impunidad. Pero sobre todo, muy especial y sinceramente, hay que recordar y rescatar todo lo bueno que estos hombres y mujeres nos dejaron. "Si olvidamos los males del pasado, malo. Pero si olvidamos todo lo bueno que ha habido en este país, entonces no hay solución". Es decir, la esperanza está en vivir a partir de lo bueno que nos han dejado los mártires, y de eso Monseñor Romero tuvo mucho.

También Roberto Cuéllar, que trabajó muy cerca de Monseñor en el Socorro Jurídico, contó en el mismo programa una anécdota impactante. "Cuando estábamos en el hospital, presenciando la autopsia de Monseñor, en esa noche silente en la que el ambiente pesaba, en esa noche oscura en la que las sombras tuvieron miedo y rehuyeron a la muerte, un grupo de pobres, de esos harapientos a los que Monseñor Romero les daba la mano y protegía, un grupo de pobres de esos que viven en las calles, con sus pelos largos, sus ropas sucias y malolientes, llegó a tocar las puertas del hospital y pedían ver a Monseñor Romero y lloraban y sentían a su padrecito".

A las celebraciones de este pueblo se le unen muchos en todas partes del mundo. En Africa esclava y sufriente, en Asia ensangrentada, en Australia y Europa, en toda América. El 24 de marzo es el día de los pobres que creen en la verdad y por tanto celebran a Romero el salvadoreño "más universal", como bien decía el P. Ellacuría. Y quisiera concluir como lo hiciera la Sra. Brizuela al declamar el poema de don Pedro Casaldaliga.

SAN ROMERO DE AMERICA,

SAN ROMERO DE AMERICA,

SAN ROMERO DE AMERICA,

NADIE PODRA CALLAR

TU ULTIMA HOMILIA.

Carmen María

 


 

 

¿Por qué escribí un cuento sobre Monseñor Romero?

Mensaje a los jóvenes

En el número anterior de esta Carta a las Iglesias publiqué un cuento sobre Monseñor Romero y ahora quiero explicarles por qué lo hice. Ha sido una inquietud de dar a conocer a los jóvenes quién fue en verdad nuestro Arzobispo que fue vilmente calumniado. Yo me dirijo a ustedes porque en esa época eran unos niños y a muchos de ustedes, desgraciadamente, les tocó en su medio y hasta en sus hogares oír atrocidades sobre Monseñor Romero. Ustedes lo creyeron y, confundidos, llegaron a odiarlo y hasta ofenderlo.

Ya es tiempo que conozcan la verdad sobre él. Sobre todo ahora que se habla de su posible canonización, y se preguntarán asustados: ¿Cómo es posible que quieran declararlo Santo, cuando...? La verdad es que fue un santo, un profeta y un pastor que supo guiar a sus ovejas como nadie antes lo había hecho, supo amarlos, defenderlos y por ello fue sacrificado como Cristo lo fue también.

Escribir sobre Monseñor entusiasma, hay tanto que contar sobre él que cuesta darle fin a nuestros escritos, sobre todo cuando se ha estado tan cerca de él. Tuve el privilegio de pertenecer a un grupo de amigos que, a pesar de que pertenecíamos a la sociedad y familias que lo criticaban y no quisieron ver en él a un enviado de Dios, quisimos estar cerca de él, por lo tanto, percibimos en él los signos de santidad que poseía como hombre y sacerdote, sobre todo como profeta. Le dimos nuestro apoyo, quisimos ayudarle, sacarlo de su rutina tan dolorosa y proporcionarle momentos gratos para que comprendiera que no estaba solo, que tenía amigos que lo querían, que lo admiraban grandemente y que nos sentimos orgullosos de sus actuaciones como Arzobispo y también por su gran amor hacia los más desposeídos. Momentos felices que guardamos en nuestros corazones. En verdad consideramos que haber sido amigos de Monseñor Romero fue un don muy preciado de Dios, por el cual nos sentimos tremendamente agradecidos y bendijimos mil veces a Monseñor Romero porque nos aceptó como sus amigos.

Encontrarán muchos escritos sobre Monseñor Romero, infinidad de libros en todos los idiomas, hasta en ruso. Existen también muchos libros, muy buenos, escritos sobre él por escritores y teólogos nuestros que les harán conocerlo a profundidad; fueron escritos con mucha seriedad, pero también con ternura y admiración. El legado más sagrado que poseemos son sus grandiosas homilías, recopiladas en ocho tomos que nos muestran su espíritu, su palabra teológica y la manera tan humana con que se dirigía a su pueblo y a todos nosotros.

También su "Diario", un tesoro sin igual, en el que nos relata su trajín de cada día; relata sus inquietudes y compromisos. Nos da a conocer los episodios que tanto dolor le causaron. Sus viajes al Vaticano, donde muchas veces tuvo que aceptar reprimendas del Santo Padre, las que recibía con humildad y con su habitual obediencia y respeto hacia la Jerarquía de la Iglesia.

En sus Homilías y en su Diario él mismo se da a conocer; por cierto fueron examinados cuidadosamente por sacerdotes y teólogos importantes en España y Roma, sí, sus palabras fueron verdaderamente evangélicas, y nadie, pero nadie, pudo reclamar algo.

Se está promoviendo su canonización, ya están todos los legados necesarios en el Vaticano. Esperamos en Dios y en la voluntad del Santo Padre Juan Pablo II que pronto nos permitirá tenerlo en los altares para invocarlo y venerarlo "oficialmente" como a un Santo. Gozo y alegría para nosotros; asombro y furia para aquellos que por su ceguera y espíritu mezquino y apego a las riquezas terrenales, no quisieron comprender sus mensajes y planificaron su muerte.

Para nosotros, ya es un Santo: "San Romero de América"; se le conoce en todo el mundo y en muchos países se le venera. En cada aniversario se celebran misas y diferentes actos muy especiales. En la capilla de la UCA –tal vez la conocen– hay una bella pintura de él, que muestra su rostro sereno y dulce. A sus pies se encuentran los restos de los seis sacerdotes mártires que fueron asesinados por la misma causa que Monseñor: ¡por seguir a Jesús!

Monseñor Romero nuestro Santo y Profeta nos profetizó la guerra. Y la guerra nos envolvió, una guerra cruel e injusta, de hermanos contra hermanos, fomentada y alimentada con armamentos y pertrechos sofisticados, enviados por Estados Unidos. La guerra duró más de doce años y cobró más de 80,000 vidas. Cometieron masacres espantosas, efectuaron bombardeos con bombas de 200 libras; enfrentamientos sangrientos; atrocidades cometidos con niños –como los hechos del Sumpul–, y la historia cuenta mucho más. En 1991, finalmente se logró que pararan los enfrentamientos, y firmar los "Acuerdos de Paz" pero todavía no era la paz que deseábamos, pues las armas seguían cobrando vidas. La angustia y el dolor nos llena de pavor…

¿Quiénes son los causantes y quiénes los culpables? Eso no es tan sencillo; para saberlo hay que estudiar a fondo la historia de nuestro país, varias décadas atrás, casi un siglo atrás. Pero quienes cerraron sus oídos y sus corazones al hambre, la miseria, la pobreza más aguda cada vez… eso es fácil de adivinar y de saberlo.

Los años han pasado, y a pesar de que Monseñor Romero nos llamó a conversión, seguimos ofendiendo a nuestro Señor, sin reconocer aún nuestros pecados ni nuestros alevosos crímenes.

La justicia del Dios Todopoderoso, aunque no queramos, nos alcanzará. En el Antiguo Testamento se lee: "Desgraciados de aquellos que arrastran la maldad" (Isaías cap.5).

Monseñor Romero ya está en el Reino de Dios y el velará para que tengamos un nuevo amanecer lleno de paz y de amor.

Amuys

Marzo, 1995

 


 

 

Testimonios

 

Monseñor Romero. Tu vida y tu testimonio alimentan mi vocación. "El sentir con la Iglesia" y la opción preferencial por los pobres, que también sean mi opción.

Mauricio A. Saravia, Seminarista diocesano

Para Monseñor Romero con mucho cariño de mi familia por cuidarnos, ya que tú querías que el pueblo estuviera en paz con todo el mundo y estuviste casi a punto de lograrlo. No creas que te hemos olvidado, no, te recordamos ayer, hoy, mañana y siempre por toda la vida con mucho cariño.

Marcos Alexander Orellana Benítez

Monseñor Romero:

– Morir, es solamente un nacer.

– La ausencia de la persona es la presencia total. Sabemos que vives entre nosotros.

– Tú nos has enseñado el camino de Jesucristo, en nuestro país El Salvador.

J. Reinaldo Perdomo, Seminarista

Mons. Romero nos impactó no sólo por su martirio, sino sobre todo, por su conversión. Creemos que la primera tarea de la Iglesia no es la evangelización del mundo, es la conversión a las víctimas del mundo.

Aunque Mons. Romero impactó todo el mundo –a marxismo, budismo también!– irónicamente no a la iglesia católica y ni a El Salvador suficientemente.

¿Cuándo podría venir el tiempo de conversión de la Iglesia? ¿Tal vez, en el fin de la historia humana?

Jee Sook (Cecilia) Kim y Geun Soo (José) Kim

Mons. Romero. Tu vida es y será un ejemplo para toda la Iglesia, pues no basta ser nada más cristiano, si no se vive como tal, como también no basta ser sacerdote si no se es pastor.

Douglas Ramírez

 


 

 

1998. Año del Espíritu Santo

Luz que ilumina la vida cristiana

 

En el himno al Espíritu Santo le pedimos: accende lumen sensibus, es decir, que ilumine nuestros sentidos, nuestra mente, nuestra inteligencia. Necesitamos luz para muchas cosas. ¿Cómo vernos a nosotros mismos, tal cual somos, sin escamotear nuestra verdad? ¿Cómo no caer en lo que denuncia Isaías: "¡Ay de los que llaman día a la noche!"? En positivo, ¿cómo ver a Jesús en los pobres y pequeños? ¿Cómo ver a Dios en la miseria de este mundo? Y así pudiéramos seguir. Nos hace falta luz para ser cristianos y para ser humanos. Aquí vamos a reflexionar sobre dos cosas. Una es que el Espíritu de Dios nos dé luz para captar la verdad siempre nueva y siempre mayor y no anclarnos en la historia como si Dios nada nuevo dijera e hiciera a través de ella. Otra es que el Espíritu de Dios nos dé luz para desenmascarar la mentira del mundo.

Luz para ver el "más" de la verdad

En el evangelio de Juan hay un texto desconcertante en que se menciona al Espíritu: "Les conviene que yo me vaya" (16, 7), dice Jesús. Y la razón que da es que sólo cuando él esté ausente, podrá venir el Espíritu, y "cuando él venga, les guiará hasta la verdad completa" (16, 13). La paradoja es notable: la verdad de Dios se ha hecho presente en este mundo en Jesús, y sin embargo tiene que ser completada, y es bueno que lo sea.

La revelación de Dios no es la comunicación de un número de verdades para ser guardada, como en una gaveta, sino que puede ser considerada como pedagogía para que los seres humanos vayamos reconociendo la verdad a lo largo de la historia. El teólogo jesuita uruguayo Juan Luis Segundo solía citar al concilio Vaticano II cuando afirma que la revelación, aun con cosas imperfectas y transitorias, muestra "la verdadera pedagogía divina" (Dei Verbum n. 15). La revelación, en cuanto pedagogía, es el proceso que el mismo Dios pone en marcha a través del cual nos enseña a aprender. Y vista desde nosotros, es una invitación a que aprendamos a aprender. Juan Luis Segundo lo ilustra con el magnífico texto de san Agustín en su comentario al evangelio de Juan: "El mismo Señor, en cuanto se dignó ser camino nuestro, no quiso retenernos, sino pasar". Pues bien, según eso el Espíritu nos ata y nos desata. Nos ata a la estructura fundamental de la vida de Jesús para conocer a Dios. Nos desata para descubrir a Dios en cada nueva situación histórica.

Esta dialéctica entre pasado y presente de la revelación de Dios es lo que sacó a luz el Vaticano II al analizar los "signos de los tiempos". Es sabido que en el n. 4 de la Gaudium et spes se habla de "signos de los tiempos" como de acontecimientos y tendencias que caracterizan a una época –signos de los tiempos en sentido histórico–pastoral. Pero no es ése el significado más profundo de la expresión. En efecto, en el n. 11 de la misma Gaudium et spes se habla de "los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios" –signos de los tiempos en sentido que llamamos histórico–teologal. Si se toma esto en serio significa que Dios se sigue manifestando hoy novedosamente, como él quiere y donde el quiere.

Un seguimiento "lúcido" de Jesús, en el que el Espíritu ilumina, implica, entonces, memoria e imaginación. La memoria de la carne de Jesús sigue siendo imprescindible, pues en ella se hace presente Dios, y como lo muestra la historia, usamos toda suerte de artilugios para olvidar, domesticar y manipular a Jesús de Nazaret, sobre todo el hecho de que muriese ajusticiado en una cruz. En la actualidad, postmoderna, globalizante, neoliberal, pareciera que mencionar conflictos y cruces, recordar y hacer centrales los conflictos y la cruz de Jesús, casi se ha convertido en cosa de mal gusto. Y ello a pesar de que ambas cosas, conflicto y cruz por defender a los débiles y denunciar a los poderosos, son los datos históricos mejor asentados en el evangelio. La memoria peligrosa es en verdad peligrosa, y la manera más radical de neutralizar su peligrosidad es que deje de ser memoria. Funciona aquí un sutil mecanismo, análogo al del "perdón y olvido" tras aberraciones cometidas. Por eso hay que recordar a las víctimas, pero también a los verdugos.

Por otra parte, la imaginación es imprescindible, aunque difícil. Barruntar "qué diría y haría hoy Jesús de Nazaret" ofrece la dificultad de cualquier extrapolación, pero además ofrece la práctica imposibilidad de integrar en la reflexión actual un quiebre histórico y teologal de gran magnitud: no llegó el reino de Dios que Jesús predicaba cercano, ni llegó la parusía que los primeros cristianos creían también cercana. No hay que trivializar esas diferencias, sino que hay que "aprender a aprender". Hacer eso posible es la tarea del Espíritu.

En resumen, el Espíritu es el responsable de abrirnos siempre al "más" de la verdad –y así actúa. Cosas impensables hace algunas décadas hoy son ya aceptadas como verdad. Otras se vislumbran. Otras, al menos, se discuten. Y no son cosas de poca monta. Junto a la verdad de los ministerios eclesiales y sus requisitos, hoy en plena discusión, se discute la verdad de las religiones y se vislumbra la verdad de un Dios mayor que todas ellas. El Espíritu de Dios está, pues, actuante. Sólo queremos recordar que la captación de la verdad, mayor y novedosa, aparece, paradójicamente, desde el cauce concreto del seguimiento de Jesús.

La luz para desenmascarar la mentira

Además de llevarnos del no–saber al saber, el Espíritu nos lleva de la mentira a la verdad. No sólo, pues, supera nuestra ignorancia, sino que desenmascara nuestra mentira, cosas ambas sumamente difíciles.

El escándalo campea por doquier en nuestro mundo, y cuando hay escándalo irremediablemente hay encubrimiento, pues escándalo y encubrimiento son correlativos. Pues bien ese encubrimiento es la forma más aguda que toma hoy la mentira: pretender simplemente que el mal y sus responsables no existan (o no se lleguen a conocer). Es cierto que siempre ha habido encubrimiento, pero en nuestro siglo ha tomado carta de ciudadanía, quizás porque ahora hay más medios para conocer la verdad de las cosas. Hace años el escándalo Watergate popularizó la palabra cover up (encubrimiento), pero aquel caso, entonces sonado, no es nada en comparación con el gigantesco cover up sobre el mundo en que vivimos. El encubrimiento no es total. Pero, además de los silencios y mentiras por razones de seguridad o de estado, civiles y eclesiásticas, los medios generan un encubrimiento ambiental–cultural. Así el V Centenario (con sus olimpíadas, ferias y demás), Francia 98 (con sus Ronaldos), los discos de platino (con sus Jacksons) y, digámoslo con todo respeto, los funerales sonados de 1997, dejan pronto en la penumbra, es decir, encubren lo que ocurre en los Grandos Lagos y la pobreza y miseria cotidiana de la mitad de la humanidad. Y a esto último coopera el lenguaje y las promesas de la economía: "vamos por buen camino", "hay crecimiento maroeconómico"...

Todo esto es de sobra conocido, pero persiste sin pestañear. Los profetas que lo desenmascaran son cooptados, enterrando sus palabras en el océano de un silencio mayor, o, cuando de verdad estorban, son liquidados. Estamos pues en un mundo que "llama día a la noche y noche al día", contra lo que bramaba Iasías; que "oprime la verdad con la injusticia", como denunciaba Pablo; un mundo en el que el Maligno es "mentiroso" y asesino, como dice Juan. Dicho de otro modo, estamos en un mundo al que se le pueden aplicar las conocidas y amanezantes palabras de Antonio Montesinos: "¿Cómo están en sueño tan letárgico dormidos?".

Despertar del sueño, dejar de oprimir la verdad, desenmascarar la mentira, es tarea necesaria y urgente en nuestro mundo, pues detrás de la mentira está la muerte. Hoy existe capacidad para conocer la verdad, pero no hay voluntad de conocerla y darla a conocer. Superar esta situación de mentira estructural e institucionalizada es gran milagro del Espíritu.

Los evangelios sinópticos hablan del pecado contra el Espíritu Santo, sobre lo cual hay diversas interpretaciones exegéticas. En el contexto de estas líneas, quizás podamos decir que pecamos contra el Espíritu cuando pecamos contra la luz, cuando vivimos con la voluntad de mentir y encubrir. Eso ocurre cuando no queremos ver el mal de nuestro mundo, y quizás, más hondamente, cuando no queremos ver el bien, darlo a conocer y alegrarnos de él. Quizás más todavía que el mal –que en nuestra cultura muchas veces es noticia en los medios– la bondad es la gran desconocida. El arsenal de bondad, en forma trágica muchas veces, que existe en los pueblos crucificados, no es dado a conocer ni parece interesar, siendo así que esa bondad es la que puede traernos salvación. Eso es pecado contra el Espíritu, y no sé si el mayor. Un seguimiento de Jesús "lúcido" es, pues, el que está transido de luz para ver cada vez más verdad y para sacar a luz la mentira del mundo. Cuando esto ocurre no podemos dudar de que ahí está el Espíritu de Dios.

Jon Sobrino

 


 

Palabra de Dios

¨La palabra que salva no es la palabra del hombre, sino la palabra de Dios; y por eso tiene que tener el cuidado de mantenerse en sintonía perfecta con lo que Dios quiere, con lo que Dios pide. Y esta hora, que los obispos dijimos hace pocos días, es una hora de conversión. Nos toca a nosotros sacerdotes convertirnos a la verdadera palabra de Dios, para que ni por exceso ni por defecto se convierta en palabra de hombre. Tiene que ser una conversión a lo que Dios quiere, a lo que Dios dice. Esa palabra de Dios tiene una misión religiosa, dijo el Concilio, pero por eso también una misión humana y, por ser religiosa, busca hacia a Dios, pero por ser humana, busca también resolver y ayudar a los hombres en sus grandes problemáticas de la tierra" (Homilía de Mons. Romero, 7 de abril, 1977).

Palabra del pueblo

"Queremos ser la voz de los que no tienen voz, para gritar contra tanto atropello contra los derechos humanos, que se haga justicia". (Homilía de Mons. Romero, 28 de agosto de 1977).

"La voz de la sangre es la más elocuente de las palabras. Por eso, esta cátedra se siente solidificada por el testimonio de la sangre que en esta catedral se ha hecho ya casi ordinaria. Aquí se ha desparramado sangre del pueblo, sangre de sacerdotes. Desde esta catedral hemos tratado de interpretar el lenguaje de tanta sangre derramada por nuestro país, en las montañas, en las calles de nuestras ciudades y de nuestras carreteras, en las playas. ¿Dónde no se ha regado esta sangre que esta catedral, intérprete de ese lenguaje de dolor y de angustia, trata de hacerla un mensaje de consuelo y de esperanza" (Homilía de Mons. Romero, 21 de junio de 1979).

 


 

 

Las cosas que Juan Pablo II dejó en Cuba

 

Sin duda, el viaje a Cuba de Juan Pablo II ha sido un acontecimiento histórico. Se han encontrado dos "testarudos" que acaban el siglo con una carga "anti" de signo contrario –antiimperialista uno, anticomunista otro–, pero que se han entendido con la sabiduría del corazón. "No se han juntado el ángel con el demonio –como anunció Fidel–, sino dos ángeles que quieren mucho a los pobres".

Desde la llegada del Papa a Cuba resonaron, una tras otra, palabras míticas –derechos humanos, libertad, democracia, reconciliación, justicia social...–, que la multitud coreaba con entusiasmo tropical.

Es pronto todavía para evaluar los frutos de esta visita "pastoral", que ha tenido evidentes connotaciones socio–políticas. Sin embargo, algunas de las cosas que el Papa ha dejado ya estaban en Cuba antes de ir él. Eso es lo que reflejan fragmentos de cartas que, desde que yo fui a Cuba en 1986, me escriben algunos amigos. Se trata de tres personas creyentes, esperanzadas y revolucionarias, aunque no son militantes del partido comunista. Walfredo es un intelectual relacionado con el mundo del cine. Hilda es una religiosa, trabajadora social. Jorge es un animador del grupo de reflexión "Oscar Romero" en la Habana. He aquí sus palabras.

"Que el mundo se abra a Cuba y que Cuba se abra al mundo"

¿Cómo se ve este proceso en el interior del país?

"La situación cubana es difícil y muy compleja. Me pregunto si no estará en los planes de la Providencia que a Cuba le toque aportar en sus tanteos y nunca vistas circunstancias (que yo sepa), alguna fórmula imaginativa y plausible de socialismo democrático que sirva de pista a los grandes problemas de los pueblos de América Latina. Dios quiera que sea así porque nadie con sentido común quiere un desenlace apocalíptico de la situación que vivimos. Un paso importante para la progresiva normalización de la vida y solución diáfana de infinidad de problemas será la suspensión del ya anacrónico e irracional embargo económico que mantiene Estados Unidos a Cuba cuyo único resultado es el aumento de las molestias cotidianas que sufre el pueblo y la dilación del proyecto social. En cuanto a matices y diversos problemas pendientes de solución opino, en el espíritu de nuestro episcopado, que el camino a seguir es el del diálogo en todos los niveles y la meta, la reconciliación de todos con todos, difícil pero no imposible, siempre y cuando esté animada de un espíritu de recta intención y buena voluntad" (Walfredo, 17 de febrero, 1995).

"Siempre he creído que nuestro proceso es como una muchacha que se vio sola, sin padres, sin familia y creciendo sin ayuda de nadie y que tuvo que hacer su propia vida, con virtudes y defectos. Hoy ¡cuánta gente se toma el interés de resolver nuestros problemas y dar milagrosas soluciones a nuestra crisis, incluyendo a distinguidos intelectuales que cómodamente nos señalan lo sucio y equivocados que estamos y, cosa curiosa, no nos ofrecen solidarias soluciones! Soy cristiano y queremos lo mejor para nuestro país, que nosotros seamos capaces de ir resolviendo los caminos" (Jorge, 20 de abril, 1996).

"Tengo paz, ésa que nace del dolor profundo de quien creyó encontrarse en el mejor camino, en el más evangélico y directo para construir el Reino en un país pobre y, de repente, descubre que ése tampoco es. Me falta la luz para encontrar un poco más de esperanza humana que responda a las necesidades del pueblo, pues sé y siento que el capitalismo no es solución y que las democracias en nuestros países no son otra cosa que el disfraz de los poderosos para resultar agradables y encandilar a los que, bloqueados por la urgencia económica, padecen de ceguera política" (Hilda, 17 de agosto, 1992).

"La Iglesia reclama más libertad"

En esto insistió mucho el Papa. Libertad para anunciar el Evangelio y llegar al pueblo. Libertad para hacer presente el Reino de Dios, en medio de la sociedad cubana. Así lo soñaba desde hace tiempo en su rinconcito de Torriente, Hilda, como muchos otros cubanos.

"Estoy muy feliz con la combinación de la pastoral que realizo alrededor de mi trabajo con los enfermos y necesitados. Es algo exigente, pero ¿qué misión no lo es? Poco a poco, mi casa se ha convertido en la casa del pueblo donde todos vienen, por razones a veces completamente ajenas a la medicina, a buscar un poco de esperanza. Mi vida privada hace tiempo que terminó, pero puedo decirte que el ciento por uno también se cumple. Recibo mucho más de lo que puedo ofrecer y cuando logro dar el último medicamento que puede servir para uno de los míos, después de vacilar un poco, repito lentamente: ‘con una infinita confianza porque Tú eres mi Padre’. Y eso robustece mi confianza, porque las personas somos esencialmente comunión. Todo es de un valor incalculable en nuestra realidad porque el precio lo pone el alivio del sufrimiento humano. Cada día pudiera ser la síntesis de una existencia entera, trato de andar consciente por las calles y disfrutarlo todo, que para eso fuimos creados. Lo cierto es que hay muchas realidades de muerte, pero es allí que debemos estar presentes para poner el círculo de la Pascua y desentrañar los signos de vida" (Hilda, 25 de agosto, 1996).

"Crecer en humanidad"

Hilda vivió una situación familiar muy dura cuando la muerte de su padre. Salió de esa crisis "gracias a la hermosa solidaridad sostenida de este pueblo que parece haber alcanzado la civilización del amor". Y en medio de tantas dificultades se fue perfilando la obra, siempre inacabada, de ser persona, que ningún sistema socio–político puede garantizar como tampoco puede frustrar, aunque lo puede facilitar.

"Ahora te comparto mi reflexión, pensando en la persona que me gustaría ser. Me gustaría ser una persona interiormente armónica, libre de apegos y en comunión con todos, capaz de disfrutar cada momento como si fuera el último, perseverante en las tareas que comienza, acompañante silenciosa del dolor ajeno, especialista en ver lo positivo de cada gesto, de cada palabra, de cada ser humano. Me gustaría ser esa persona, amante del silencio y de la vida tal y como sucede en cada hora, que va mezclada con el pueblo, libre del ‘qué dirán’ y el ‘deber ser social’, siempre que el corazón reclame lo contrario. Me gustaría ser esa persona, abierta a la gratitud de lo humano, al don recíproco del todo universal, agradecida y simple como la tierra, capaz de recibir y de entregar. Me gustaría ser esa persona, amante con igual intensidad de la persona que quisiera ser y de aquélla que es en realidad" (Hilda, 5 de febreo, 1994).

Estas son algunas de las cosas que el Papa dejó en Cuba porque ya estaban allí antes de ir él, aunque las confirmó con su presencia.

Josep Ricart, S.J., Barcelona

 


 

 

¿Globalización en la solidaridad?

Comentario al Mensaje de Paz de Juan Pablo II (IV)

 

Pongo con interrogante el título del acápite tercero del mensaje papal porque Juan Pablo II se pregunta si todos se podrán beneficiar de la globalización, si las relaciones mundiales y nacionales serán más equitativas. En la entrega anterior decía que el tono de las mismas preguntas presagian resultados negativos, confirmados por las cinco deficiencias del capitalismo global, que señala el filántropo y financiero internacional George Soros. Merece la pena escuchar otros autorizados testimonios procedentes de ambos lados del Atlántico.

A. Schlesinger, quien fuera asesor del presidente John Kennedy, revela dos serios problemas mundiales de la presente revolución informática. "El paso de una economía basada en la industria a otra basada en el ordenador (redes de computadoras) es más traumática que el paso de nuestros bisabuelos desde una economía basada en la agricultura a otra basada en la industria. La revolución industrial se extendió sobre generaciones y dio tiempo a reajustes humanos e institucionales. La revolución informática es mucho más rápida, más concentrada y más drástica en su impacto. Mientras la revolución industrial creó más puestos de trabajo de los que destruyó, la revolución informática amenaza con destruir más puestos de los que crea". Se indica el problema mundial de crecimiento con desempleo.

A este primer efecto se agrega el crecimiento con desigualdad, que aparece claramente en los países industrializados. "Amenaza también con levantar nuevas y rígidas barreras de clase. La desigualdad económica ha aumentado ya en Estados Unidos hasta el punto de que son mayores las disparidades en el igualitario Estados Unidos que en las sociedades clasistas de Europa, con tremendas transferencias de riqueza desde los trabajadores de baja capacitación y clase media a los propietarios de bienes de capital y a la nueva aristocracia tecnológica" (Política Exterior, diciembre 1997).

Desde Europa, A. Tourraine, director del Instituto de Estudios Superiores de París, se expresa en forma similar. "El descontento, la inquietud y la protesta se hacen oír de nuevo. ¿Cómo podía ser de otro modo cuando la parte del producto nacional que va a los asalariados ha disminuido masivamente –alrededor de un 10%– tanto en Alemania como en Francia, y cuando el salario real de los trabajadores menos cualificados ha disminuido en Estados Unidos aunque esté experimentando éxitos económicos sin precedentes? (El País, 27 de noviembre, 1997).

Estos testimonios son contemporáneos del mensaje papal, redactado en diciembre de 1997. Se entiende por qué Juan Pablo II concluye el acápite tercero con esta exhortación: "En definitiva, el desafío consiste en asegurar una globalización en la solidaridad, una globalización sin dejar a nadie al margen". "Una solución duradera", agrega el Papa, "exige el esfuerzo concertado de todos, incluido el de los mismos Estados interesados".

Esta exhortación del Papa tiene una resonancia especial porque la globalización pone en peligro la misma identidad de los Estados. Así lo expresa A. Schlesinger: "Un candidato –no previsto– para la destrucción capitalista es el Estado nacional, tradicional asiento de la democracia. El ordenador convierte el mercado sin trabas en un monstruo global irresistible, que atraviesa las fronteras, debilita los poderes nacionales de implementación de impuestos y regulaciones, impide la gestión nacional de las tasas de interés e intercambio, amplía las disparidades de riqueza lo mismo dentro de las naciones que entre ellas, derrumba las normas laborales, degrada el medio ambiente, niega a las naciones el poder de dar forma a su propio destino económico, sin dar cuenta a nadie y crea una economía mundial sin una política mundial. No existen autoridades que proporcionen control internacional. ¿Dónde está ahora la democracia?".

Desde el otro lado del Atlántico A. Torraine hace la misma pregunta, adelantando sus respuestas. "Pero, ¿quién puede ejercer este control cuando se nos repite constantemente que los Estados nacionales han perdido su poder y se han vuelto impotentes frente a la mundialización de los mercados? Esta afirmación exige dos respuestas. La primera es que esto es falso en gran medida. Cuanto más compleja y cambiante es una economía, más difícil es lograr un crecimiento duradero, y la importancia de esta idea proviene de que muestra hasta qué punto los equilibrios internos de una sociedad se han convertido en condiciones necesarias para el crecimiento de una economía. Estos equilibrios sociales no se mantienen espontáneamente: al contrario, la economía de mercado crea desequilibrios y fuerzas de acumulación y exclusión que amenazan a los equilibrios básicos de la sociedad. Estos, para ser restablecidos, requieren la intervención del Estado y de otros agentes propiamente políticos y sociales.

La segunda respuesta es que los centros políticos de decisión sólo pueden luchar contra ciertas consecuencias de la economía de mercado si son forzados a intervenir por demandas sociales organizadas, que se expresan por la vía electoral, a través de los medios de comunicación y, más directamente aún, bajo la forma de movimientos sociales organizados. Desde hace algunos años, vemos aumentar en Europa occidental el número de gobiernos de centro izquierda. Actualmente, sólo Alemania y España permanecen alejadas de este modelo dominante. La misma tendencia se manifiesta en los grandes países de América Latina…". Se agregan algunos ejemplos al respecto.

Estos testimonios muestran que el mensaje papal se dirige a un mundo que se mueve en esta dirección, donde A. Schlesinger (desde Estados Unidos) presagia la posibilidad de reacciones confrontativas. "El capitalismo salvaje, con salarios bajos, jornada larga y trabajadores explotados, provoca el resentimiento social, resucita la guerra de clases y da nueva vida al marxismo. Para avanzar por senderos constructivos, el capitalismo debe subordinar los planes y beneficios a corto plazo a necesidades sociales de largo plazo, como las inversiones en educación, investigación y desarrollo, protección del medio ambiente, ampliación de la sanidad, rehabilitación de infraestructuras y recuperación de las ciudades. No es probable que los capitalistas lo hagan por sí mismos. Las perspectivas a largo plazo exigen una dirección pública". Añadamos que éste es el entorno de nuestro "Plan de Nación".

P. Fco. Javier Ibisate S.J.

 


 

 

Monseñor Elías Manuel Bolaños, nuevo obispo de

El Salvador

 

El día 25 de marzo Monseñor Elías Manuel Bolaños Avelar fue consagrado obispo y tomó posesión de la diócesis de Zacatecoluca. El nuevo obispo, de 47 años, es salesiano y ha desempeñado diversos cargos en instituciones educativas. La consagración episcopal estuvo a cargo del cardenal y arzobispo de Managua, Miguel Obando y Bravo, también salesiano, quien fue uno de los formadores de Monseñor Bolaños. Al acto asistieron los obispos de El Salvador y miles de feligreses de todo el departamento de La Paz.

Monseñor Bolaños ha dicho que no esperaba tal nombramiento y que su único deseo es servir al pueblo de Dios. Desde esta Carta a las Iglesias le deseamos un ministerio episcopal fructífero al servicio del pueblo de Dios, sobre todo de los más débiles.

Esta consagración episcopal ha coincidido con la celebración del XVIII Aniversario del martirio de Monseñor Romero. Esperamos que pronto Monseñor sea canonizado por la Iglesia y propuesto para todos como modelo de cristiano. A Monseñor Bolaños se lo presentamos también como modelo de obispo en este país y esta Iglesia, y como el mejor regalo que le podemos ofrecer. Recordemos sus palabras:

"Con este pueblo no cuesta ser buen pastor. Es un pueblo que empuja a su servicio a quienes hemos sido llamados para defender sus derechos y para ser su voz. Por eso, más que un servicio que ha merecido elogios tan generosos, significa para mi un deber que me llena de profunda satisfacción... creo que el obispo siempre tiene mucho que aprender del pueblo. Y precisamente en los carismas que el Espíritu da al pueblo, el obispo encuentra la piedra de toque de su autenticidad."