Carta a las iglesias, AÑO XVIII Nº 400, 16-30 de abril
Mons. Gerardi entregó su vida, nadie se la quitó
La noche del 26 de abril, Mons. Juan Gerardi fue brutalmente asesinado en el garaje de su casa. Como en casos semejantes (Mons. Romero, I. Ellacuría) el asesinato no es producto de una locura o barbarie momentánea, sino es la culminación de una larga persecución y de la conjura de las fuerzas más oscuras de la sociedad. En efecto, Monseñor Gerardi –junto con todo su clero– tuvo que abandonar la diócesis del Quiché en 1980, cuando sus sacerdotes –uno a uno– iban siendo inmisericordemente asesinados. Después, ya en el extranjero, fue impedido por el gobierno de regresar al país y estuvo exilado durante algún tiempo. En los últimos años sufrió dos atentados de muerte. No fue, pues, locura de un demente, sino el final de largos años de persecución. Lo que sí llama la atención en este caso es la increíble crueldad de su asesinato –a ladrillazos. Y lo más preocupante es que ha ocurrido después de firmada la paz en Guatemala. Y un dato más para no olvidar: sus asesinos no perdonaron su edad venerable: 75 años.
¿Y por qué lo asesinaron? La respuesta puede parecer obvia, pero es importante analizarla porque da la medida de si y qué cambios ha habido o no ha habido en Guatemala (cómo está la gracia y cómo está el pecado antes y durante las democracias) y porque da la medida de Mons. Juan Gerardi.
Todos recordamos la homilía de Monseñor Romero del 23 de marzo de 1980 y sus palabras finales: "En nombre de Dios... ¡Cese la represión!". Un día después fue asesinado, aunque no haya que tomar la secuencia en sentido cronológico, sino en su causalidad real. Su última gran denuncia fue realmente la última, porque el pecado de nuestro mundo (militares, oligarquías, gobiernos, superpotencias) no lo podían tolerar más. Mons. Juan Gerardi el día 24 de abril presentó en catedral el informe de la Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI), documento llamado también Guatemala: Nunca más. Más adelante podrá ver el lector un resumen del informe, pero digamos que el informe recoge la memoria de la verdad de un pueblo. Y eso tampoco fue tolerado. Como lo hemos dicho muchas veces, el Maligno es mentiroso y asesino. No tolera la verdad –que es lo que saca a luz el informe– y por ello, con absoluta lógica, da muerte. Nos encontramos, pues, como en tantas otras ocasiones, con un asesinato–martirio.
La negrura de un asesinato
A Mons. Gerardi, como a otros 150.000 guatemaltecos y guatemaltecas lo asesinaron, y de forma tal que recuerda las peores aberraciones que se han cometido en nuestro países: lo mataron a ladrillazos. Esto muestra la fragilidad de la paz en Guatemala. Muestra que el Maligno sigue suelto, reacomodándose a nuevas situaciones, pero en definitiva dispuesto a dar muerte a quien estorba. Ojalá no fuesen así las cosas, pero así son. Más allá de la retórica, y aun teniendo en cuenta los avances reales en Guatemala, las tinieblas odian la luz y no quieren que se sepa la verdad de las cosas. Muchas veces hemos dicho que existe una correlación entre escándalo y encubrimiento, entre depredar y matar, por una parte, y asesinar por otra. Por ello el silencio y el encubrimiento se erigen en algo último, y para ello, a veces, se llega hasta el asesinato.
Oficialmente no se sabe todavía –y no sabemos si alguna vez se sabrá creíblemente– quiénes fueron los asesinos, y habrá que esperar. El gobierno de Guatemala y el de Estados Unidos se han comprometido seriamente en la investigación –veremos si esta vez ocurre así, pues esas palabras "investigación exhaustiva" se han escuchado centenares de veces, y más como palabras de escarnio para el pueblo y la Iglesia, que como palabras de esperanza. (Aquí entre nosotros, todavía está por ver qué facilidades va a dar el gobierno y la Embajada estadounidense para que se sepa quiénes son los responsables intelectuales del asesinato de las cuatro norteamericanas –ahora que hay nuevas evidencias– y de los mártires de la UCA. Y ya veremos qué hacen con la Escuela de las Américas, comprobadamente escuela donde se formaron muchos de estos asesinos).
Rigoberta Menchú, que tiene experiencia en estos asuntos, dijo desde el principio que los asesinos habían sido los escuadrones de la muerte. Nos recordaba a Mons. Rivera cuando, a los tres días del asesinato de los jesuitas, dijo que habían sido "los de siempre", y el informe de la Comisión de la Verdad le dio la razón: la plana mayor de ejército salvadoreño. No sabemos quiénes destruyeron a pedradas el rostro de Mons. Gerardi, y habrá que esperar a tener datos o indicios más seguros. Pero no hay que olvidar que en Guatemala han actuado centenares de veces las estructuras del mal.
Tampoco sabemos si los asesinos serán juzgados o si sobre ellos recaerá el silencio. Lo que sí sabemos es que la impunidad con que han actuado durante décadas y la amnistía que se les ha concedido, cuando no ha habido otro remedio, no facilita el hacer justicia después del asesinato, y sí ha facilitado el que se cometiera este último asesinato. Hay aquí un círculo vicioso y criminal que alguna vez hay que romper.
Mons. Gerardi fue de quienes quisieron romper ese círculo con la verdad, pero cargando con el peso la mentira y echando sobre sus espaldas el pecado de su país, el pecado contra los indígenas sobre todo. En él se mostró la negrura del mal, y Mons. Gerardi acabó, literalmente, como el siervo sufriente de Jahvé: "Tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía hombre".
La luz del martirio
Aquí en El Salvador llamamos mártires a quienes mueren como Mons. Gerardi. Y no es piedad mal entendida ni desafío pueblerino, sino que lo exige el mínimo de honradez con la realidad. Estos mártires, cada uno a su modo, unos más y otros menos, reproducen en nuestra historia la estructura de la vida y del destino de Jesús. Mons. Gerardi se encarnó en la realidad guatemalteca, lo hizo muy directamente en el Quiché y también desde la arquidiócesis. Dedicó su vida a extender el reino de Dios, con obras y palabras. Desenmascaró y se enfrentó al antirreino, y por ello, como Jesús, fue perseguido, fue declarado reo de muerte, y cargó con la cruz hasta el final. Entre nosotros –tan grande es la fe de algunos– decimos que los mártires han resucitado: "Lo digo con la más grande humildad. Si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño", decía Mons. Romero, y la historia lo confirma. Desde aquí no dudamos de que Mons. Gerardi –y con él miles de guatemaltecos– resucitarán también en su pueblo, aunque siempre es tarea de los supervivientes "dar un empujón" para mantenerlos vivos.
A Mons. Gerardi, pues, lo llamamos mártir porque nos recuerda al protomártir Jesús de Nazaret. Y de alguna forma, aunque entonces no pudo decirlo todo, nos dejó un testamento de su vida y de su muerte en el discurso que leyó dos días antes en la entrega al pueblo del documento REMHI.
En su discurso Mons. Gerardi afirmó que el informe se había escrito para "contribuir a construir un país nuevo", aquel reino de Dios que soñó Jesús, y para no repetir aberraciones. Denunció que la raíz de la ruina de Guatemala está en la oposición deliberada a la verdad, como aquella opresión a la verdad con la injusticia, que denuncia Pablo y contra la que se revela la cólera de Dios. Y anunció que el nuevo país es posible si se basa en la verdad. "Por eso recuperamos la memoria del pueblo". Dijo también que ese documento quería "liberar del miedo" a todo un pueblo atemorizado durante años, como Jesús quería liberar a los afligidos y agobiados.
Mons. Gerardi fue acusado de meterse en política –de Jesús decían que "anda alborotando al pueblo"–, y respondió con la verdad, la que no quieren escuchar los opresores y poderosos: "Ante los temas económicos y políticos, mucha gente reacciona diciendo: '¿para qué se metió en esto la Iglesia?' Quisieran que nos dedicáramos únicamente a los ministerios. Pero la Iglesia tiene una misión que cumplir en el ordenamiento de la sociedad, que incluye los valores éticos, morales y evangélicos. Y el Papa Juan Pablo II nos dice: 'El Señor puso la dignidad de las personas como centro del Evangelio'".
Y como Jesús, Mons. Gerardi, permaneció fiel hasta el final, lúcido sobre los riesgos que corría: "Este camino estuvo y sigue estando lleno de riesgos, pero la construcción del Reino de Dios tiene riesgos y sus constructores son sólo aquellos que tienen fuerza para enfrentarlos".
Y una cosa más de este nuevo mártir latinoamericano: fue mártir en la Iglesia, pero fue mártir del pueblo y para el pueblo. "El estudio de la Recuperación de la Memoria Histórica, titulado "Guatemala, nunca más", fue entregado de forma simbólica a los guatemaltecos en una ceremonia especial en la Catedral".
Encubrimiento, amnistía, olvido es lo que priva en tiempo de represión y también, algo más sofisticadamente, en tiempo de democracia. Por el bien mayor de mantener la paz, para que no se desmoronen las democracias incipientes –o para que la Iglesia no tenga que confrontarse directamente con gobiernos criminales– hay que pagar un precio: mantener el recuerdo de un pueblo sufriente, aquello que todavía hoy les hace llorar, pero aquello también que hoy les da dignidad porque les recuerda su dignidad, la bondad, el valor, la generosidad de sus gentes. Ese precio es el que no quiso pagar Mons. Gerardi. Por eso le llamamos mártir de la memoria, de no querer olvidar, de mantener vivo el pasado. Pero no se trata ni de una memoria abstracta, sino de la memoria de un pueblo. No se trata de mantener vivos archivos de la CIA o de los servicios de inteligencias de los militares, sino de mantener vivo a un pueblo. Esa causa tiene sus mártires, y Mons. Gerardi es el último de ellos.
La reforma del sistema de pensiones
Uno de los aspectos de la reforma del sistema de pensiones que más impactará sobre la economía de los trabajadores son los incrementos en las tasas de cotización que se contemplan no sólo para 1998, sino también en los próximos cuatro años. Pero éste no es el único aspecto que debería examinarse, pues surgen otras interrogantes en lo tocante a su cobertura, los niveles de las pensiones, los costos administrativos, el papel del Estado y las inversiones que se harán con los fondos de pensiones.
Los incrementos de las cotizaciones del trabajador no se deben solamente a que se incrementará el aporte del trabajador para su fondo de pensiones, sino, además, a que se ha introducido un porcentaje adicional por administración de los ahorros y contratación de seguros por invalidez y muerte. De hecho, durante los primeros años de implementación del nuevo sistema, del descuento que se haga a los trabajadores la mayor parte será para pago de comisión y seguro, y no para aportes a su cuenta individual.
Para 1998 se proyecta que el descuento de los trabajadores pase de un 1.0% a un 4.5%; es decir, un incremento de 350%. El citado 4.5% se compone de un 1% para la cuenta individual de vejez y 3.5% de comisión y seguro para la Administradora de Fondos de Pensiones (AFP). Además, para el año 2002, el descuento al trabajador se elevará hasta alcanzar un 6.25% de su salario, de lo cual 3.25% se depositaría en la cuenta individual del trabajador y un 3% sería para comisión de la AFP.
Los aportes para la cuenta individual de vejez del trabajador contarán también con el aporte de los empleadores, los cuales pagarían 5% en 1998 y 6.75% en el 2002. Esto implica que las cuentas de los trabajadores recibirán un aporte final de 6% mensual en 1998 (1% del aporte del trabajador y 5% del empleador) y de hasta 10% en el 2002 (3.25% del aporte del trabajador y 6.75% del aporte del empleador). Pero el aporte total de los empleadores bajará con la nueva reforma. En un primer momento, pasará de un porcentaje de 7% que se paga actualmente hasta un 5% en 1998, para luego incrementarse hasta llegar a un 6.75% en el 2002.
En el caso del trabajador, además de los descuentos para pensiones (vejez o cuenta individual y comisiones), también continuará pagando un 3% de su salario para continuar recibiendo prestaciones de salud. Así pues, los descuentos totales que recibirá el trabajador pasarán de un 4% a un 7.5%, en 1998, y luego a un 9.25%, en el 2002.
El cuadro que se presenta a continuación ejemplifica el impacto del nuevo sistema de pensiones para el caso de un empleado que percibe el salario mínimo. En lo tocante a pensiones, la cotización pasaría de 11.55 colones actuales a 51.98 colones en 1998, y a 72.19 colones en el año 2002. La cotización total pasaría de 46.2 colones que se pagan actualmente a 86.63 colones para 1998, y 106.84 colones para el año 2002.
Descuentos para 1998 en el Sistema de Pensiones en el caso de percibir el salario mínimo (1,155 colones)
Salarios /años |
Empleador |
Trabajador vejez |
Trabajador salud |
Total trabajador |
Actual |
80.85 |
11.55 |
34.65 |
46.20 |
1998 |
57.75 |
51.98 |
34.65 |
86.63 |
2002 |
77.96 |
72.19 |
34.65 |
106.84 |
Fuente: Elaboración CIDAI
El mismo cuadro muestra que el aporte de los empleadores experimentará una tendencia totalmente diferente. De un aporte actual de 80.85 colones, el empleador pasará a pagar 57.75 colones en 1998 y 77.96 colones en el 2002. De este modo, aun al final del ajuste de las tasas, el empleador terminará pagando menos de lo que paga en la actualidad.
Aunque los montos presentados en el cuadro parecen de baja cuantía, en la medida en que las tasas se apliquen a mayores niveles salariales, los incrementos de las aportaciones serán más abultados. Un trabajador con un salario de 5,000 colones, por ejemplo, pasará de un descuento total de 200 colones a uno de 375 colones al afiliarse a una AFP que cobre 3.5% de comisión; es decir 175 colones adicionales que no engrosarán su cuenta de ahorros, sino que terminarán en manos de las AFPs y de los compañías de seguros. El nuevo sistema de pensiones colocará, pues, una mayor carga financiera sobre el sector trabajador y reducirá la carga de los empleadores. Lo más cuestionable de esto es que el incremento más significativo no obedece a un mayor aporte para las cuentas individuales de los trabajadores, sino al pago de comisiones para las AFPs.
De momento, un examen de las propuestas de cotizaciones muestra que quienes se beneficiarán de forma inmediata serán las AFPs, las compañías aseguradoras y los empleadores en general. Las dos primeras porque recibirán, de los descuentos al trabajador, sus comisiones y contratos de seguros, y los últimos porque cotizarán menos. Los trabajadores, en cambio, deberán aportar los fondos adicionales que percibirán las AFP y las aseguradoras, lo cual les implicará un incremento inicial de 350% en sus descuentos para fondos de pensiones.
Los militares y las nuevas democracias
En la mayoría de los países latinoamericanos, tras dictaduras militares, represión y guerras, y la inauguración de los sistemas democráticos, la simple mención del pasado –en especial cuando se formula en términos de "rendición de cuentas de los militares" y "violaciones a los derechos humanos"– causa escozor en los nuevos demócratas, sobre todo en quienes, de una forma u otra, estuvieron involucrados en el pasado.
En países como Argentina o Chile la razón es simple: la estabilidad del pacto que condujo a la democracia por vía de amnistías generales está por encima del esclarecimiento de los hechos en los que se violaron los derechos humanos y de señalar públicamente a sus responsables. En el caso de Chile, la coalición opositora en el gobierno prefiere hacer frente al oprobio de ver sentado a Augusto Pinochet en el senado, que provocar a los militares con la posibilidad de abrirle a éste un juicio por crímenes de lesa humanidad.
La férrea lucha de los organismos chilenos y argentinos que buscan esclarecer las violaciones a los derechos humanos durante las épocas oscuras no ha podido nada frente al temor de la clase política de hipotecar el futuro de ambas democracias. Y el temor no es del todo infundado. Los acuartelamientos y los desfiles militares han mandado mensajes a sus sociedades: en Chile y Argentina los militares continúan más allá del poder civil para juzgarlos, aunque ello implique que la infamia pasada no admitida siga siendo un ingrediente esencial de las nuevas democracias.
El asesinato de Mons. Gerardi en Guatemala, el domingo 26 de este mes, demostró de nuevo esta verdad avergonzante. Aunque las investigaciones no han avanzado lo suficiente como para poder imputar la responsabilidad del crimen a los militares, todo permite suponer que su muerte es una advertencia pública a todo aquel que indague en los crímenes cometidos por el ejército durante los 36 años de la guerra guatemalteca. El hecho de que Gerardi, tan sólo dos días antes de su deceso, hubiera presentado un informe en el que responsabilizaba a las fuerzas castrenses y a los grupos paramilitares de más del 80% de las casos de violaciones a los derechos humanos da fuerza a tal suposición.
El brutal asesinato de Monseñor Gerardi pone en jaque al proceso de paz guatemalteco y la resolución judicial de su brutal asesinato marcará la pauta de lo que cabrá esperar de ahora en adelante en el tratamiento de las violaciones a los derechos humanos en Guatemala. Siendo pesimistas, podría esperarse que en la relación democracia-investigación de los derechos humanos, la anulación o postergación por tiempo indefinida de la segunda se convierta en condición sine qua non de la estabilidad de la primera.
Este pesimismo tiene su razón: las investigaciones sobre los casos de violaciones a los derechos humanos en los que se vieron implicados militares, háyase o no decretado una ley de amnistía general, son poco o nada fructíferas. Las pocas excepciones en las que se han reabierto los casos o se ha logrado una resolución condenatoria contra un militar, se deben más a que en el proceso se ha visto perjudicado un extranjero.
El Salvador no se queda al margen de esta lógica. Compartiendo las mismas características de otras naciones latinoamericanas, una ley general de amnistía salvó de la cárcel a muchos militares con una abultada lista de asesinados y desaparecidos sobre sus espaldas. Asimismo, la primera posibilidad seria de reabrir un juicio por violaciones a los derechos humanos desde la firma de los Acuerdos de Paz nació a partir de la gestión de un periodista y los familiares de tres monjas y una misionera laica estadounidenses, asesinadas en 1980 por cinco ex guardias nacionales.
Sin embargo, tanto la posibilidad de reabrir el juicio sobre el asesinato de las norteamericanas, en El Salvador, como las investigaciones sobre la muerte de Monseñor Gerardi, en Guatemala, se presentan como una valiosa oportunidad para rectificar la lógica del olvido y el silencio que ha primado en los países latinoamericanos que experimentaron el fenómeno de la represión política. En el caso de las monjas, se pondrá revisar la polémica ley de amnistía general o bien para liberar a los ex guardias que están en prisión o bien para tratar de procesar a los autores intelectuales de la masacre. En el caso de Monseñor Gerardi, se está ante la oportunidad de sentar precedente en la administración de justicia de postguerra, específicamente en relación a crímenes relacionados con las violaciones a los derechos humanos durante el conflicto.
Un horrible asesinato
Mons. Juan Gerardi fue asesinado el 26 de abril en el lugar en que había desarrollado su labor pastoral durante veinte años. Regresaba a su casa hacia las diez de la noche después de haber cenado con unos familiares. El criminal le esperaba en el garaje, y allí lo machacó con un adoquín de unos 40 centímetros de largo. Recibió un primer golpe cuando recién había descendido de su vehículo. Gerardi perdió el sentido, cayendo hacia adelante, por lo que su rostro se estrelló contra el vidrio de la portezuela del vehículo, habiéndose quebrado los cristales de sus anteojos. Las investigaciones señalan que la víctima perdió el sentido, lo que aprovechó el victimario para arrastrarlo varios metros hacia adelante, donde había otro automóvil y donde lo golpeó repetidas veces hasta producirle la muerte.
Al primer golpetazo en la cabeza siguieron otros once, según recuento forense. Edgar Gutiérrez, amigo personal, agrega que fue rematado en el suelo. Diez minutos después el agresor volvió al lugar del crimen para comprobar el éxito de su obra, precisamente con un comportamiento frío y cruel que Monseñor había denunciado.
Había otras cuatro personas que protegían al homicida, de acuerdo con la versión, todavía confusa, de la fiscalía. Varios mendigos que dormitaban en un costado de la sede parroquial observaron a los cuatro apostados en dos vehículos. Uno de los mendigos, adolescente, cruzó algunas palabras con el supuesto asesino. "¿Por qué está la puerta abierta?". "Ya la cierro", le respondió el criminal, quien volvió sobre sus pasos, cerró el portón, y desapareció con sus cómplices.
El padre Mario Orantes, quien también vive en San Sebastián, fue la primera persona que encontró el cadáver de monseñor Juan Gerardi, tirado en el garaje de la casa parroquial, "junto al vehículo en el que se conducía anoche". Según sus palabras, Mons. Gerardi visitaba a sus familiares todos los domingos. Ese domingo venía de cenar con parientes que residían en Candelaria, de donde generalmente regresaba a eso de las 10:30 u 11:00 de la noche. Mons. Gerardi abrió el portón del garaje de la casa parroquial e introdujo el vehículo.
El padre Mario Orantes cerca de la media noche se levantó a ver por qué había luz en el garaje, encontrando horrorizado el cuerpo y las pozas de sangre. En el momento no reconoció a Mons. Gerardi, por que éste tenía el rostro destrozado e iba vestido de civil, además la impresión fue muy grande. "Al principio no lo reconocí porque le habían destrozado la cara, al parecer nada más bajar del carro. Logré reconocerlo por el anillo de obispo". Luego de reaccionar se dio a la tarea de llamar a los Bomberos Voluntarios y a la Policía Nacional Civil.
El sacerdote dijo que el resto de personas que viven en la casa parroquial no escucharon ningún ruido, nada que pudiera dar indicio de que "algo malo" estaba ocurriendo.
Al día siguiente los sacerdotes congregados en los corredores de la casa parroquial de San Sebastián, se mostraban totalmente perturbados. Luego de retirado el cadáver, procedieron a limpiar el garaje para lavar la sangre del suelo. El repudio y exigencia de justicia ante el vil asesinato de Mons. Gerardi ha unido a todos.
Conmoción y luto
Monseñor Juan José Gerardi Conedera, de 75 años, era obispo auxiliar de la arquidiócesis de Guatemala y director de la Oficia de Derechos Humanos del Arzobispado, ODHA. El viernes 24 había entregado el informe del REMHI, Recuperación de la memoria histórica, de lo que hablamos en otro lugar de este número.
Con su asesinato el miedo y la inseguridad política se han apoderado del país, donde los crímenes políticos han quedado en la impunidad durante décadas. El ex presidente de Guatemala Ramiro de León Carpio (1993–1996), dijo que el crimen del obispo representa un gran retroceso en la historia del país. "Hay miedo en el ambiente y hay más inseguridad de tipo político", dijo después de recordar que en Guatemala estos crímenes nunca se ha podido esclarecer. Otros han dicho que este crimen es un tiro en la nuca del proceso de paz.
El asesinato ha provocado una gran movilización de feligreses hacia la Iglesia San Sebastián y la Catedral para rendir tributo al que se destacó como un gran defensor de los derechos humanos en el país centroamericano. La Iglesia Católica decreto tres días de duelo. Toda Guatemala está consternada por el crimen, y todos recuerdan que apenas 48 horas antes de su muerte, había pronunciado en la Catedral Metropolitana el que fuera su último discurso.
En la Iglesia de San Sebastián, situada a unos 300 metros de Casa Presidencial, se colocaron cortinas negras y cruces blancas en memoria de Mons. Gerardi. Mucha gente llora y presenta el pésame a las máximas autoridades de la Iglesia Católica. Miles de feligreses han desfilado por el recinto religioso en donde han condenado y repudiado el asesinato. "Da tristeza su asesinato porque lo queríamos", decía en medio del llanto una señora que asistió a la Iglesia San Sebastián, donde vivía la víctima.
Una valla de estudiantes flanquearon el pasillo central de la Catedral por donde ingresó el féretro, mientras que en el altar fueron colocados cirios sobre pedestales de plata, en medio de los cuales estaba la caja mortuoria con los restos del prelado.
El martes miles de guatemaltecos vestidos de negro, silenciosos y con velas encendidas en sus manos, marcharon durante la noche por las calles de la capital para repudiar el asesinato. Los manifestantes portaban carteles con la leyenda "Guatemala, nunca más", título del informe que había presentado Monseñor Gerardi. A la marcha concurrieron artista e intelectuales, campesinos y trabajadores de la ciudad, indígenas y mujeres de alta posición económica cuyos familiares han sido secuestrados, incluso un pequeño contingente de diez personas de la misión de las Naciones Unidas para Guatemala.
"Si me matan resucitaré en mi pueblo. Monseñor Romero", decía una manta en la Iglesia en San Sebastián donde fue asesinado Monseñor Gerardi. Un contingente de mujeres llevaba flores junto a las velas y las encabezaba un cartel con la leyenda "Dios es un Dios de vida, no de muerte". Un cartel de cristianos protestantes rezaba: "el pueblo de los evangélicos nos solidarizamos". Justicia sí, chivos expiatorios no.
¿Cómo se puede asesinar a hombres así? Ese es el misterio de iniquidad. El asesinato del domingo 26 de abril evoca el disparo castrense en el corazón recibido por Mons. Romero el 24 de marzo de 1980 mientras celebraba la eucaristía. Ambos obispos eran conscientes del peligro que corrían sus vidas. Mons. Romero se lo comunicó a su confesor un mes antes de su muerte. Mons. Gerardi lo dijo en su discurso del viernes 24.
"Este camino estuvo y sigue estando lleno de riesgos. Pero la construcción del reino de Dios tiene riesgos y sus constructores son sólo aquellos que tienen fuerza para enfrentarlos".
Catedral Metropolitana, 24 de abril de 1998
El proyecto REMHI ha sido un esfuerzo que se sitúa dentro de la Pastoral de los Derechos Humanos, que a su vez es parte de la Pastoral Social de la Iglesia: es una misión de servicio al hombre y a la sociedad.
Ante los temas económicos y políticos, mucha gente reacciona diciendo: "para qué se mete en esto la Iglesia". Quisieran que nos dedicáramos únicamente a los ministerios. Pero la Iglesia tiene una misión que cumplir en el ordenamiento de la sociedad, que incluye los valores éticos, morales y evangélicos. ¿Qué nos dicen los mandamientos? "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Y precisamente hacia ese prójimo tiene que dirigir su misión la Iglesia. El Papa Juan Pablo II nos dice, hablando a los laicos: "Redescubrir la dignidad de la persona humana constituye una tarea esencial de la Iglesia". Esta también fue la labor evangelizadora de Jesús. El Señor puso la dignidad de las personas como centro del Evangelio.
El proyecto REMHI en el confluir del trabajo pastoral de la Iglesia es una denuncia, legítima, dolorosa, que debemos de escuchar con profundo respeto y espíritu solidario. Pero también es un anuncio, una alternativa para encontrar nuevos caminos de convivencia humana. Cuando emprendimos esta tarea interesaba conocer, para compartir, la verdad, reconstruir la historia de dolor y muerte, ver los móviles, entender el porqué y el cómo. Mostrar el drama humano, compartir la pena, la angustia de los miles de muertos, desaparecidos y torturados; ver la raíz de la injusticia y la ausencia de valores.
Este es un modo pastoral de hacer las cosas. Es trabajar a la luz de la fe, encontrar el rostro de Dios, la presencia del señor. En todos estos acontecimientos, es Dios quien no está hablando. Estamos llamados a reconciliar. La misión de Jesús es reconciliadora. Su presencia nos llama a ser reconciliadores en esta sociedad quebrada, tratando de ubicar víctimas y victimarios dentro de la justicia. Hay gente que murió por un ideal. Y los verdugos fueron muchas veces instrumentos. La conversión es necesaria, y nos toca abrir los espacios para estimular. No se trata de aceptar los hechos simplemente. Es menester reflexionar y recuperar los valores. Queremos contribuir a la construcción de un país distinto. Por eso recuperamos memoria del pueblo. Este camino estuvo y sigue estando lleno de riesgos, pero la construcción del Reino de Dios tiene riesgos y sólo son sus constructores aquellos que tienen fuerza para enfrentarlos.
El 23 de junio de 1994, las partes que negociaron los acuerdos de paz manifestaron su convicción del "derecho que asiste a todo el pueblo de Guatemala de conocer plenamente la verdad" sobre los acontecimientos ocurridos durante el conflicto armado, "cuyo esclarecimiento contribuirá a que no se repitan las páginas tristes y dolorosas y que se fortalezca el proceso de democratización en el país", y subrayaron que ésta es una condición indispensable para lograr la paz. Este es parte del preámbulo del Acuerdo que creó la Comisión del Esclarecimiento Histórico, que ahora también está concluyendo su importante labor.
La Iglesia se hizo eco de este anhelo y se comprometió a la búsqueda de "conocer la verdad", convencida de que, como dijo el Papa Juan Pablo II, la "verdad es la fuerza de la paz" (Jornada Mundial por la Paz, 1980). Como parte de nuestra Iglesia, asumimos responsablemente y en conjunto esta tarea de romper el silencio que durante años han mantenido miles de víctimas de la guerra, abrió la posibilidad de que hablaran y dijeran su palabra, contaran su historia de dolor y sufrimiento a fin de sentirse liberadas del peso que durante a ños las ha abrumado. Este ha sido esencialmente el propósito que ha animado el trabajo que durante estos tres años ha realizado el Proyecto REMHI: conocer la verdad que a todos nos hará libres (Juan 8, 32).
Nosotros, como personas de fe, descubrimos en el acuerdo del esclarecimiento histórico un llamado de Dios a nuestra misión como Iglesia: la verdad como vocación de toda la humanidad. Desde la Palabra de Dios no podemos ocultar o encubrir la realidad, no podemos tergiversar la historia ni debemos silenciar la verdad. San Pablo, hace veinte siglos, hacía una afirmación que nuestra historia reciente la ha confirmado recientemente: "Se está revelando desde el cielo la reprobación de Dios contra impiedad e injusticia humana, la de aquellos que reprimen con injusticias la verdad" (Rom, 1,18). La verdad en nuestro país ha sido torcida y acallada.
Dios se opone inflexiblemente al mal en cualquier forma que se presente. La raíz de la ruina, de las desgracias de la humanidad, nace de una oposición deliberada a la verdad, que es la realidad radical de Dios y del hombre. Y esa realidad es la que ha sido intencionalmente deformada en nuestro país a lo largo de 36 años de guerra contra la gente. De ahí que el "esclarecimiento histórico", decíamos los Obispos en la carta pastoral ¡Urge la Verdadera Paz! "no sólo es necesario, sino indispensable para que el pasado no se repita con sus graves consecuencias. Mientras no se sepa la verdad, las heridas del pasado seguirán abiertas y sin cicatrizar.
No tenemos la menor duda, como Iglesia, que el trabajo que hemos realizado en estos años ha sido una historia de gracia y de salvación, un verdadero paso hacia la paz como fruto de la injusticia, que ha ido suavemente regando semillas de vida y dignidad por todo el país, siendo gestor y partícipe el mismo pueblo sufrido. Ha sido un bello servicio de veneración a los mártires y de dignificación de las víctimas que fueron blanco de los planes de destrucción y muerte. Abrirnos a la verdad, encarar nuestra realidad personal y colectiva no es una opción que se puede aceptar o dejar, es una exigencia inapelable para todo ser humano, para toda sociedad que pretenda humanizarse y ser libre. Nos sitúa ante nuestra condición más radical como personas: somos hijos e hijas de Dios, llamados a participar de la libertad del Padre.
Años de terror y muerte han desplazado y reducido al miedo y al silencio a la mayoría de guatemaltecos. La verdad es la palabra primera, la acción seria y madura que nos posibilita romper ese ciclo de violencia y muerte, abrirnos a un futuro de esperanza y luz para todos. El trabajo de REMHI ha sido una empresa asombrosa de conocimiento, profundización y apropiación de nuestra historia personal y colectiva. Ha sido una puerta abierta para que las personas respiren y hablen en libertad, para la creación de comunidades con esperanza. Es posible la paz, una paz que nace de la verdad de cada uno y de todos: Verdad dolorosa, memoria de las llagas profundas y sangrientas del país; verdad personificante y liberadora que posibilita que todo hombre y mujer se encuentre consigo y asuma su historia; verdad que a todos nos desafía para que roconozcamos la responsabilidad individual y colectiva y nos comprometamos a que esos abominables hechos no vuelvan a repetirse.
El compromiso de este Proyecto con la gente que dio su testimonio ha sido recoger su experiencia en este Informe y apoyar globalmente las demandas de las víctimas. Pero entre las expectativas y nuestro compromiso también se encuentra la devolución de la memoria. El trabajo de búsqueda de la verdad no termina aquí, tiene que regresar a donde nació y apoyar mediante la producción de materiales, ceremonias, monumentos etc. el papel de la memoria como un instrumento de reconstrucción social.
El Papa Juan Pablo II nos dice "es preciso mantener vivo el recuerdo de lo sucedido: es un deber concreto". Lo que la Segunda Guerra Mundial significó para los europeos y para el mundo se ha podido comprender en estos 50 años transcurridos gracias a la adquisición de nuevos datos que han posibilitado un mejor conocimiento de los sufrimientos que causó (50 Aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial). Esto es lo que ha hecho el Proyecto REMHI en Guatemala.
Conocer la verdad duele pero es, sin duda, una acción altamente saludable y liberadora. Los miles de testimonios de las Víctimas, los relatos de los crímenes horrorosos son la actualización de la figura de "Siervo sufriente de Yahvé", encarnado en el pueblo de Guatemala: "Mirad a mi siervo –dice Isaías– muchos se espantaron de él, desfigurado no parecía hombre, no tenía aspecto humano… El soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso y herido de Dios…" (Is. 52.13–53,4).
La actualización y memoria de estos hechos dolorosos nos confrontan con una palabra original de nuestra fe: "Caín, ¿dónde ésta tu hermano Abel? No sé, contestó. ¿Soy acaso el guardián de mi hermano? Replicó Yahvé: ¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar desde el suelo hasta mí" (Gen 4, 9–10).
El proyecto es un esfuerzo interdiocesano de la Iglesia Católica que nace de sus Obispos y busca ser un aporte al proceso de paz y reconciliación. Se quiere documentar qué sucedió, según los testimonios directos de los individuos y las comunidades que sufrieron la violencia, y se quiere dar una explicación que nos ayude a entender por qué los hechos de violencia sucedieron y por qué tomó la forma que tomó.
El trabajo está coordinado a través de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado (ODHAG), pero su potencial reside en ser un proyecto interdiocesano que refleja el compromiso de la Iglesia de acompañar al pueblo en su difícil caminar hacia la paz y reconciliación.
La razón de ese proyecto es recuperar la memoria histórica. Los efectos de la violencia política han tocado a casi todos los guatemaltecos. Sin embargo, por las características de la guerra y el miedo que ha provocado, la vasta mayoría de las víctimas directas han tenido que esconder su dolor, mantenerse en silencio y vivir sus penas en la soledad. Esta situación produce muchas y variadas consecuencias negativas, dolencias psicológicas y desconfianza que hace imposible volver a vivir como comunidades. Con este proyecto se quiere abrir un espacio para poder recordar y compartir la memoria, empezar a vencer el miedo, romper el silencio, revalorar la experiencia y a las víctimas. Así, aportaremos a la recuperación de las personas en su salud mental y a la reconstrucción del tejido social de las comunidades.
El informe, que es uno de los resultados del proyecto, no se concibe como un simple recuento de relatos. Más bien se propone llegar a una interpretación de los hechos, buscando sus causas, para poder sobre estas bases identificar medidas para reparar los daños y prevenir que jamás vuelvan a suceder. En este sentido es un proyecto que puede ayudar a definir un nuevo cauce para el futuro del país.
El informe presentado el 26 de abril
Este informe es un recuento de las atrocidades cometidas durante la guerra civil de Guatemala que duró 36 años y cuya paz se firmó en diciembre de 1996. El documento, titulado también Guatemala: nunca más, presenta un informe final que aborda los siguientes temas: los impactos individuales, familiares y comunitarios de la violencia; los mecanismos del horror (cómo se hicieron las matanzas, las torturas, los métodos que emplearon los aparatos de espionaje y las fuerzas insurgentes y contrainsurgentes contra la población; el entorno histórico: el proceso político, económico y militar desde los años cincuenta hasta la firma de la paz; y finalmente, las víctimas del conflicto (nombres de las víctimas de las matanzas, muertos, desaparecidos y torturados).
Para el informe las víctimas directas de la guerra son, aproximadamente, 150,000 personas muertas; 50,000 desaparecidos; un millón de refugiados; 200,000 niños huérfanos; 40,000 mujeres viudas. En total, 1.440,000 víctimas.
Al ejército se le responsabiliza directamente de 32,978 víctimas (60%); a los grupos paramilitares se les atribuye 3,424 muertes (6.2%); al Ejército más los grupos paramilitares se les hace responsables de 10,602 víctimas (19.3%). De estos últimos datos se deduce que el Ejército es autor de 43,580 muertes (79.2%). A la guerrilla se le responsabiliza de 5,117 fallecidos (9.3%). De las víctimas, el 74.5% fueron adultos, y tres de cada cuatro eran indígenas.
Como recomendaciones para superar 36 años de cruenta guerra civil, el informe REMHI plantea que el Estado debe reconocer públicamente los hechos y sus responsabilidades en las violaciones masivas y sistemáticas contra la población. La guerrilla de la URNG (Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca) y otros actores armados deben hacer lo mismo.
El Estado debe asumir como alta prioridad la investigación del destino de los casos de desaparecidos, a través de una comisión, con recursos y sin plazos, para que trabaje coordinadamente con los poderes públicos. Para que la paz sea efectiva debe desarrollarse un proceso de desmilitarización social que garantice la disminución de la influencia militar en la sociedad civil.
Finalmente, el Estado debe facilitar la devolución de la memoria a las comunidades y grupos que fueron afectados por la guerra para que se pueda alcanzar la reconciliación nacional.
La Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala MANIFIESTA:
... Hacía 48 horas Mons. Gerardi había presidido en la Catedral Metropolitana, junto con otros obispos de la Conferencia Espiscopal de Guatemala, la entrega pública del informe Guatemala: Nunca Más, que documentó y analizó decenas de miles de casos de violaciones de los derechos humanos ocurridas durante el conflicto armado interno. Mons. Gerardi era el obispo coordinador del Proyecto Interdiocesano "Recuperación de la Memoria Histórica".
Mons. Gerardi era, desde 1984, Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Guatemala; de 1967 a 1974 fue obispo de Las Verapaces, donde fue precursor de la Pastoral Indígena; posteriormente fue nombrado obispo de El Quiché, donde tuvo que enfrentar la época de mayor violencia contra la población. Las masacres, las desapariciones forzadas contra la población civil, el asesinato de varios sacerdotes y catequistas, y acoso inclemente de los militares contra la Iglesia obligó al cierre de la Diócesis de El Quiché en junio de 1980. Semanas antes, Mons. Gerardi había escapado de una emboscada. Siendo presidente de la Conferencia Episcopal, las autoridades le negaron a Mons. Gerardi el ingreso al país y tuvo que permanecer en el exilio durante dos años, hasta 1984. A principios de los años 90 fue delegado por la Conferencia Episcopal para acompañar el proceso de paz, junto con Mons. Quezada Toruño.
El asesinato de Mons. Gerardi es una agresión despiadada contra la Iglesia de Guatemala –que pierde por primera vez de esa manera violenta a un obispo– y contra todo el pueblo, en particular el católico, y representa un duro golpe al proceso de paz.
Demandamos de las autoridades competentes el esclarecimiento de esta tragedia en un plazo que no debe exceder las 72 horas, pues si el patrón de impunidad se extiende a este caso, sobre el Gobierno de la República recaerá un grave costo.
Al pueblo de Guatemala y a la comunidad internacional les pedimos su decidido apoyo y solidaridad en este difícil momento que atraviesa el pueblo guatemalteco. Este alevoso crimen ha venido a conmocionarnos a todos, pero en esta prueba debemos mantenernos firmes y unidos para impedir que la barbarie y el terror que ha padecido el pueblo guatemalteco se enseñoree sobre Guatemala y nos haga perder más vidas, así como los espacios democráticos que con tanto sacrificio han sido conquistados. como dijo Mons. Gerardi en su discurso del 24 de abril, con ocasión de la presentación del Informe de REMHI: "Queremos contribuir a la construcción de un país distinto. Por eso recuperamos la memoria del pueblo. Este camino estuvo y sigue estando lleno de riesgos, pero la construcción del Reino de Dios tiene riesgos y sólo son sus constructores aquellos que tienen fuerza para enfrentarlos".
Bienaventurados los que trabajan por la paz, los perseguidos por la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos" (Mt 5, 9s).
Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz
Inmediatamente después del asesinato, Rigoberta Menchú hizo estas declaraciones. "El Obispo Juan Gerardi, "fue asesinado por los escuadrones de la muerte que intentan terminar con el proceso de paz. Fue justamente 48 horas después que entregó un informe sobre las dramáticas violaciones a los derechos humanos en nuestro país".
Rigoberta Menchú participaba ese día, el domingo 26 de abril, en un juicio contra varios militares involucrados en una masacre, dijo también que ella teme por su vida, "porque sabemos que hay asesinos sueltos, pero no vamos a deponer nuestra lucha por los derechos humanos".
"Yo me encuentro llena de dolor, pero al mismo tiempo estoy llena de cólera e indignación por este asesinato político. Este hecho pone en peligro el proceso de paz". Y emplazó al gobierno del derechista Alvaro Arzú. "Yo espero que el gobierno no se quede en simples palabras de condena, sino que llegue hasta el fondo, porque si no, podríamos volver al pasado".
"Estamos profundamente convencidos que esto es un asesinato político. Esto es para intimidar a todas las víctimas que hablaron de su historia, para que quedara plasmado en el informe. Si nos matan al hombre más importante en ese proceso de investigación y recopilación de información histórica, entonces el asesinato no puede ser obra de un loco, de un delincuente común".
Rigoberta Mench dijo que "muchas características del asesinato son similares a las que se dieron en el pasado con el asesinato de personas como Myrna Mack", muerta en los años 80 por presuntos escuadrones de la muerte. "Si no condenamos todos con energía este hecho, si no exigimos que se esclarezca este atroz crimen, mas allá de declaraciones de sentimientos, si el gobierno no demuestra que no tuvo que ver con esto, entonces será un precedente que podrá retornarnos al pasado".
"La ciudadanía no debe sentir miedo, debe sentir coraje, como lo estoy sintiendo yo en este momento. Yo creo que podemos frenar ese pasado, esas prácticas de represión, de intimidación de muerte". Menchú pidió a la comunidad internacional que se comprometa "a reclamar, condenar y esclarecer este nuevo asesinato, asesinato de un testimonio vivo de un luchador de los derechos humanos".
P. José María Tojeira, S. J., Rector de la UCA
Carta a don Alvaro Arzú, Presidente de Guatemala. "Excelentísimo Señor Presidente: A la vez que expreso mi repudio al asesinato del Señor Obispo Juan Gerardi Conedera, manifiesto mi interés en que sea realizada una investigación sobre el asesinato del que fue víctima. El hecho de que en Guatemala se hayan ocultado crímenes de clara raíz política tras operaciones de apariencia delictiva, y el hecho de que Monseñor Gerardi hubiera, pocos días antes, tenido una importante intervención en torno al tema de los Derechos Humanos en Guatemala, da un evidente cariz político al crimen. Ello incluso, sin tener en cuenta que Monseñor Gerardi fue siempre una personalidad notable en el campo de los Derechos Humanos y que ya en algún momento su vida estuvo amenazada".
Carta a Mons. Jorge Mario Avila del Aguila, Presidente de la Conferencia Episcopal de Guatemala. "Querido Monseñor: Quiero expresar a todos Ustedes mi solidaridad y la de la Universidad en este momento. Que la vida de Monseñor Gerardi, tan comprometida con los pobres y con los derechos humanos desde hace tanto tiempo, se convierta en fuente de vida para nuestro compromiso cristiano. En él se completan los sufrimientos que faltan a la cruz de Cristo y a las cruces de nuestros hermanos de Guatemala. Dios quiera que de esta manera podamos obtener vida en abundancia".
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Juan Pablo II. "Expreso mi más enérgico repudio a este acto de violencia, que es un ataque a la coexistencia pacífica. Deseo con vehemencia que este crimen abominable, que cobró la vida de un verdadero servidor de la paz y de un incansable trabajador en favor de la armonía entre todos los segmentos de la población, demuestre claramente la futilidad de la violencia".
Mary Robinson, alta comisionada de derechos humanos de ONU. "Condeno en los términos más enérgicos el asesinato de Mons. Juan Gerardi Conedera, un valiente defensor de los derechos humanos y figura importante del proceso de paz de Guatemala".
El País, Madrid. "Matar la memoria. A los asesinos del obispo Juan Gerardi no les debió gustar el informe sobre la Recuperación de la Memoria Histórica que presentó el pasado viernes el coordinador general de la Oficina de Derechos Humanos del Obispado en Guatemala. En 1,400 páginas, bien documentadas, el obispo establecía una cifra de 150,000 muertos en 36 años de atroz guerra civil, 50,000 de ellos en una guerra sucia que Gerardi atribuye en un 90% al ejército y a sus grupos paramilitares.
Presidente Calderón Sol. "Esperamos que haya una investigación profunda en Guatemala. Lamentamos esta acción de violencia que pone en peligro el proceso de paz". Calderón Sol descartó que el asesinato haya tenido motivación política.
Gerardo Suvillaga, diputado de ARENA. "La forma como fue asesinado denota un salvajismo y una forma desquiciada de matar". Urgió a las autoridades guatemaltecas a investigar el homicidio.
Nidia Díaz, diputada del FMLN. "El asesinato del obispo Gerardi representa el más alto crimen contra un jerarca de la Iglesia católica después del asesinato de Monseñor Oscar Romero".
Monseñor Gregorio Rosa Chávez. "Este tipo de hechos hace recordar a El Salvador los momentos difíciles que se han vivido sobre todo en lo concerniente a asesinatos de sacerdotes... Este asesinato, de no ser esclarecido, pone en serio peligro el proceso de paz de Guatemala, ya que en el fondo es un ataque no sólo a la iglesia, sino en contra de aquellos que están trabajando por la reconciliación de ese país".
Meditacion pascual
¿Por qué hace Jesús un elogio tan encendido de la pobreza? "¡Dichosos los pobres! Te alabo, Padre, porque te revelas a las pobres y sencillos". Está muy claro. Jesús quiere que evitemos los riesgos de las riquezas y que consigamos otros valores muy superiores: libertad, solidaridad, igualdad social, justicia. La pobreza digna y solidaria es el camino y la condición para conseguir esos valores. Por eso mismo, Jesús, además de la bienaventuranza, lanza una tremenda imprecación: "¡Ay de ustedes, los ricos!". Esta imprecación no es solamente el anuncio de un mal futuro, sino de un mal actual, porque ahora mismo los ricos no son libres. Son esclavos, y además están en situación de desigualdad e injusticia. Ahora mismo son desgraciados.
Esta enseñanza de Jesús está conforme con el sentido común profundo, pero sólo se entiende plenamente desde la fe; sólo se entiende si ponemos nuestra seguridad en Dios. El ser humano busca en las riquezas seguridad y bienestar, y Jesús nos dice que las riquezas no dan seguridad, y mucho menos un sentido a la vida. No vale la pena perder libertad y solidaridad por amontonar riquezas. La única seguridad sólida, el único suelo firme, es Dios. Sólo sobre El podemos construir una vida dichosa, auténtica y segura.
Esto es lo que quiere decirnos Jesús. Si tenemos fe en El, buscaremos lo necesario para un vida digna, pero huiremos del amontonamiento del dinero, porque nuestra confianza estará en Dios. La pobreza cristiana es cuestión de fe. Ten fe, despréndete lo más posible, y no saldrás perdiendo. "¡Dichosos los pobres!".
No todos los pobres son bienaventurados
La bienaventuranza de Jesús vale para los pobres que lo son de hecho y de corazón. Esto es lo que se desprende de las dos versiones evangélicas, la de Lucas y la de Mateo. ¡Dichosos los pobres de hecho y de corazón! Lo cual supone dos condiciones: 1) Ser pobre de hecho; contentarse con lo necesario para una vida digna; 2) Serlo de buena gana, por elección o por aceptación gustosa.
Esto significa que la bienaventuranza de Jesús no vale para cualquier pobre. El pobre rabioso y revanchista no es bienaventurado. Mucho menos vale esta bienaventuranza para la carencia de lo necesario y el hambre. El que sufre esta desgracia podrá ser bienaventurado por ponerse en manos de Dios ante lo inevitable; pero esa situación es contraria a la voluntad divina y a las enseñanzas de Jesús. Dios quiere que haya medios de vida para todos.
Utilizar esta bienaventuranza para consolar a los pobres, para justificar las desigualdades o inhibirse de los problemas, supone una mala fe calculada, que puede calificarse de cinismo y hasta de blasfemia. Los pobres que sufren el hambre y la muerte de sus seres más queridos, lo que necesitan es el compromiso valiente de muchas personas, que rompan y destruyan esa situación infernal. Ante tales situaciones, la bienaventuranza de los pobres se convierte en imprecación contra las grandes fortunas y los países ricos, y en invitación apremiante a un compromiso agresivo.
Así, pues, cuando Jesús lanza esta bienaventuranza, se refiere a una pobreza digna y solidaria. Digna, es decir, tener lo necesario, pero no en exceso. Para que seamos libres y haya para todos. Solidaria, es decir, dar lo que no necesitamos y comprometernos con los pobres.
Por lo tanto, la bienaventuranza de Jesús no es una canonización de la miseria ni una condena del progreso. Todo lo contrario: es la canonización del aumento solidario, del desarrollo con justicia, del aumento de riqueza igualitario: algo que haría desaparecer ahora mismo, de raíz, las muertes masivas por desnutrición.
Pobreza y compromiso por la justicia
Para vivir plenamente el espíritu de la pobreza cristiana hace falta dar un paso más. Veámoslo. El sentido de la pobreza está en evitar el riesgo de idolatría e injusticia, y hacerse libre y solidario. Con el desprendimiento y la comunicación de mis bienes me hago libre, pero no me hago solidario más que a medias.
La otra mitad de la solidaridad es el compromiso activo por la justicia. ¿Qué hacemos con dar de nuestro dinero, si no luchamos para que cambien las estructuras de la sociedad? Hacemos mucho, por supuesto; pero dejamos intactas las condiciones para que siga generándose la pobreza, la explotación y la justicia. Así, pues, el espíritu profundo de la pobreza exige al cristiano el compromiso social en favor de los pobres y de la justicia.
Este compromiso no puede quedarse en una mentalidad progresista, ni puede reducirse a pequeños servicios y a pequeñas actividades de barrio o de parroquia. El compromiso por la justicia exige militancia activa en organizaciones sociales, sindicalistas y políticas.
Es hora de revisar ciertas actividades que llamamos pomposamente compromiso, y ver si son simples accioncillas sin peso, entretenimientos de juventud, reunionitis, formas de llenar los tiempos muertos. Es hora de revisar nuestra utilización del tiempo, y avergonzarnos de nuestro pecado de omisión; es decir, de no hacer nada, de la vida vacía. Es hora de plantearse y preparar la entrada en partidos o sindicatos de los que trabajan por los menos favorecidos; o en una organización social, sanitaria, cultural, de la misma especie; o en una ONG o servicio de ayuda parroquial que actúe eficaz y proféticamente.
Pero también es hora de prepararse por medio de los estudios y la formación. Las personas mayores que no tuvieron posibilidad de estudiar tienen disculpa: quizás ellos mismos son víctimas de la desigualdad de oportunidades; y aún así se les debe instar a promocionarse en cursillos adecuados. Pero los jóvenes que estudian poco, no tienen ninguna disculpa, aunque aprueben las materias. Mucho menos los que abandonan los estudios, y los que están a la espera de un trabajo sin seguir estudiando y preparándose. Los malos profesores y los malos planes de estudio no son una disculpa válida. La haraganería es falta de solidaridad, y supone un despilfarro de los dones que nos ha dado Dios para construir su Reino.
No hace falta añadir que la formación cristiana requiere el mismo esfuerzo. La nueva sociedad se construye con personas comprometidas y preparadas. La falta de formación redunda siempre en detrimento de la fe y de la justicia.
Patxi Loidi
Un año más manifestantes civiles se convocaron frente al ostentoso edificio de la Embajada de Estados Unidos en nuestro país para exigir el inmediato cierre a la Escuela de Las Américas. Acto solidario que se une a las protestas en toda América Latina y de Estados Unidos pidiendo a sus gobiernos una digna intervención para dar fin la famosa escuela de la muerte.
La Academia de militares, como se ha denunciado varias veces no es sólo un lugar sino un símbolo de un centro institucionalizado de torturadores que han hecho de muchos países, entre ellos El Salvador, un sitio famoso por sus operaciones violatorias a los derechos humanos. Monseñor Romero también víctima de muchos detractores suyos formados en ella, llamó idolatría a la ideología de seguridad nacional que le dio sustentación y que todavía impide su cierre.
Casi un centenar de personas entre nacionales y extranjeros leyeron manifiestos, cantaron canciones, llevaron pancartas, carteles, cruces y fotografías demandando el cierre definitivo de la Escuela y en ella de políticas llamadas antiterroristas que han costado para el continente muchas vidas. Especial mención nos merece la participación de fuerzas vivas de la Iglesia que también se han venido pronunciando con un ¿¡hasta cuándo? ¿qué más debemos esperar?