Carta a las iglesias, AÑO XVIII, Nº413, 1-15 de noviembre, 1998

  

Carta a Ignacio Ellacuría

  

Querido Ellacu:

 

Te escribo, un año más, sobre lo que nos anima y lo que nos aflige. Siento que escribirles a ustedes es como escribir a nuestro Dios. Aunque muchas veces no contesta, aun su silencio es una poderosa invitación a que sigamos en esta historia haciendo el bien. Hoy te voy a hablar de dos cosas, de dos batallas que estamos librando estos días: la batalla de la compasión y la batalla de la verdad.

Grande es lo que nos aflige, Ellacu. Los cielos se han abierto en Centroamérica y aquí en la tierra no hemos podido detener la lluvia, y a veces ni siquiera nos hemos preocupado de ello. Esperamos el arcoiris que nos vuelva a mostrar el rostro benigno de Dios, y esperamos también un milagro todavía mayor: que la gran compasión que en estos días muchos están mostrando se convierta en "compasión sostenible".

Las escenas han sido de horror. Gente subida en árboles durante días hasta que al final acaban sumergidas en las aguas. Personas que están enterradas hasta medio cuerpo en el lodo —están, pues, vivas—, pero a quienes no se puede rescatar... Los números son espeluznantes. Los muertos y desaparecidos se cuentan por decenas de miles, y los damnificados, por millones. Los titulares son aterradores, pero se acercan más a la verdad que a la mentira: "el 75% de Honduras ha desaparecido". Y así pudiéramos seguir.

Todo esto lleva a la indignación y al silencio. Indignación porque algo se hubiera podido paliar la magnitud del desastre. Aquí en El Salvador el gobierno ya sabía el miércoles 28 que se avecinaba la tormenta, y los expertos dicen que si se hubieran abierto antes las compuertas de las presas el agua no hubiera destruido puentes... Y lo peor es lo de siempre: a los pobres les ha ido mucho peor que a los ricos. Antes de que se abran los cielos o tiemble la tierra ya han comenzado las catástrofes naturales con la pobreza de millones de personas, "predestinadas" –como los réprobos de la antigua teología– a la condenación histórica. Y dicho esto de los seres humanos, algo también quisiera decir de Dios: "¿dónde está en estos momentos?" Como Jesús en la cruz, se nos escapa: "¿Dios mío, Dios mío, por qué nos has abandonado?".

Estas desgracias tienen también un "después", y aquí ha habido cosas buenas y malas. Primero las malas. Asoma la corrupción, la acaparación de la ayuda, la inhumanidad de un presidente que no permite aterrizar aviones porque vienen de Cuba. Aparece también –disimuladamente– la hipocresía: países que mandaron por miles de millones armas para la destrucción envían ahora ayuda mucho más modesta para los damnificados, y con una actitud contra la que nos avisaba Jesús: "se hacen llamar bienhechores".

Pero hay también mucha ayuda, y con un generosidad sorprendente y admirable. Sólo un dato, Ellacu: en España se han recogido en diez días más de veinte millones de dólares. Esto es buena noticia, da esperanza y hace soñar. Algo hay de misericordia primordial en los seres humanos. Se siguen removiendo las entrañas ante el sufrimiento y el corazón no es totalmente de piedra, sino que se torna en corazón de carne. Y por banal que parezca el recordarlo, para ello no se apela al "neoliberalismo", ni a la "democracia". Si se me entiende bien ni siquiera a la "religión". Se conmueve lo más hondo de lo que somos y tenemos, aquello que Dios hizo en el principio sin dolo ni maldad: un corazón compasivo.

La compasión es, pues, posible, Ellacu, aunque es trágico que aflora más y mejor ante catástrofes naturales que ante catástrofes históricas. De éstas ha vuelto a hablar, como todos los años, el informe de Naciones Unidas. Tres personas de este planeta poseen recursos equivalentes a los de los cuarenta y ocho países más pobres. Añadiendo a los recursos actuales para alimentación en los países pobres lo que el primer mundo dedica a comida para animales se podría terminar con el hambre de los pobres. Estamos en lo de siempre, ante el rico Epulón y el pobre Lázaro –situación que no parece tener remedio "ni aunque un muerto resucite". Y sigue siendo una situación "dialéctica", como tú decías y lo acaba de recordar Juan Pablo II en Cuba: "Hay ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres".

La segunda cosa de la que quisiera hablarte son los vaivenes de la verdad. En 1993 hubo entre nosotros, por un momento, mucho de verdad. El informe de Naciones Unidas no dijo toda la verdad, ni aparecieron nombres importantes de gobernantes y políticos, responsables de violaciones de derechos humanos, pero fue un primer paso esperanzador. Desde entonces los poderosos del país —incluidos, tristemente, algunos jerarcas— predican el olvido, es decir, la impunidad eficaz. Y así, cuando alguien pregunta ahora por los autores intelectuales del asesinato de las cuatro religiosas norteamericanas o insiste en llevar ante los tribunales a quienes cometieron crímenes de lesa humanidad son reprochados de poco realistas. En su conjunto, lo peor es que llaman rencorosos a quienes siguen preguntando por los victimarios. Buscar la verdad, Ellacu, no es "políticamente correcto".

Y esta batalla por la verdad ocurre en otras partes. En Guatemala Monseñor Gerardi dio un paso de gigante el entregar al pueblo el "Recuerdo de la Memoria Histórica: Guatemala nunca más". Es la batalla que ha ganado la verdad. Pero ya lo sabes, Ellacu: dos días después fue asesinado y ahora estamos presenciando el show, verdaderamente macabro, de la investigación del crimen. Y con ello sólo se pretende una cosa: desviar la atención y volver a enterrar la verdad.

Ahora estamos también con lo de Pinochet. Gracias a Dios, abogados, grupos de derechos humanos y algunos gobiernos piden que se le juzgue, aunque él se mantiene inflexible en no reconocer su responsabilidad en abominaciones. Sea lo que fuere del desenlace, lo que queda claro es que las víctimas, sus familiares y sobrevivientes apenas si tienen derechos. Sólo piden justicia, sólo piden que Pinochet ayude a encontrar a los desaparecidos, sólo piden –quizás– que pida perdón. Pero con dificultad se les reconoces esos derechos. Y es que, parafraseando lo que tú decías, Ellacu, para tener derechos es más importante ser poderoso —aunque victimario— que ser pobre —aunque víctima.

Como esperanza, algo nuevo nos llega de Sudáfrica. Hace una semana el obispo Desmond Tutu entregó a Nelson Mandela el Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. En él se dice, por fin, que el apartheid es un crimen contra la humanidad (como bien pudiera también decirse que lo es tener que vivir con un dólar al día, como viven mil trescientos millones de seres humanos. La "macroblasfemia", que dice don Pedro Casaldáliga). Y Desmond Tutu vuelve a decir lo que tantas veces hemos dicho aquí en El Salvador: "por muy dolorosa que haya sido esta experiencia seguimos convencidos que no puede haber sanación de las heridas sin la verdad".

Como ves, Ellacu, en el mundo se siguen dando grandes batallas : la batalla de la compasión y la batalla de la verdad. Las fuerzas son desiguales. Para frenar la compasión y la verdad se usan miles de millones de dólares, armas, poderosas instituciones de la política, de la banca, del derecho, de los medios de comunicación. Para promoverlas, está la voluntad, la convicción, la exigencia y el cariño de los pobres.

A pesar de la desigualdad de fuerzas, sin embargo, seguimos apostando a la compasión y a la verdad, con esperanza y trabajo duro. Esto es lo que ustedes nos dejaron. ¿Somos ingenuos? ¿Estamos obsesionados? ¿Somos "salvadoreñamente necios"? "A saber," que decimos aquí. Pero lo que sí sabemos es que con compasión y verdad construiremos el país, y sin ellas el país seguirá siendo más de unos que de otros, y más de unos en contra de otros.

Todo esto se lo decimos a ustedes, porque ustedes son quienes mejor lo entienden. Al fin y al cabo, ustedes vivieron para la compasión y la verdad hasta el final. Por eso son mártires y les dieron muerte. Por eso siguen vivos. Y por eso no los olvidamos. Ayúdennos.

 

Jon

 


 

Montes, Amando, Nacho y Ellacu

 

El sábado 31 de octubre muchos de los amigos y compañeros del P. Segundo Montes y del P. Amando López, nos reunimos para celebrar la vida y los recuerdos que nos dejaron, y es que son tantos que difícilmente van a terminarse pronto. Por lo tanto tendremos celebración para rato.

La capilla de la UCA fue decorada amorosamente por los feligreses de la parroquia de la Colonia Quezaltepeque, quienes también elaboraron tarjetitas con el mensaje "Sean misericordiosos como Dios es Misericordioso". La primera lectura fue tomada del libro "La tierra que te mostraré", donde se recogen las cartas enviadas por el P. Montes a su familia, especialmente una donde describe lo que significa el martirio, y sobre todo el martirio en un pueblo en llamas de guerra, como en el que él vivía y al que él amo. Las Bienaventuranzas, fueron leídas y recogidas en el corazón de todos los presentes. Continuaron las oraciones y las ofrendas, y el altar rebosó de rosas rojas, y se trajeron más en las ofrendas.

Al padre Amando, los estudiantes de Teología también le trajeron sus rosas y recordaron su presencia en la UCA. Se presentó un palmito de incienso como señal del olor de la pipa del P. Amando y del olor dulce que dejó entre todos nosotros.

El P. Amando y el P. Montes siguen vivos, y hoy justamente vivimos el tiempo que les faltaba quedarse con nosotros, porque fueron bienaventurados al morir por defender la verdad. Pero, como Cristo, no quisieron morir, sino que los mataron. Mas el mensaje queda y se reparte a todos los que queremos a los mártires: "Sean misericordiosos, como Dios es misericordioso".

En el altar estaban el P. Cardenal y el P. Sivatte, que recogieron el testimonio de Montes y Amando. La capilla a pesar de la lluvia estaba llena.

El P. Amando no era muy dado a escribir. Lo suyo era una impresionante bondad y un deseo inclaudicable de ayudar y de servir. Al P. Montes sí le gustaba escribir. Terminamos con unas líneas de su último escrito sobre derechos humanos que, por cierto, están llenas de esperanza. Lo que él no sabía es que su martirio iba a facilitar un poco más de respeto a los derechos humanos. He aquí lo que escribió al final de su vida:

 

"Internacionalmente, el partido ARENA se encuentra, bajo sospecha", es una especie de "cuarentena". El gobierno de Cristiani tiene que legitimarse internacionalmente, probando con los hechos que no será como se esperaba, y esto muy concretamente en el ámbito del respeto a los derechos humanos".

 

Antes de la misa, Henri Campos ofreció una conferencia sobre los derechos humanos en el país. Henri fue uno de los abogados que defendió precisamente el caso de los jesuitas. No ha muerto en la UCA la tradición de los derechos humanos.

 

El sábado siguiente, 7 de noviembre, nos volvimos a reunir para recordar a Nacho y a Ellacu. A las nueve el P. Sobrino tuvo una conferencia sobre la verdadera reconciliación. "Tenemos pacificación bélica en el país, dijo, pero todavía no tenemos reconciliación. Los poderosos en tiempo de guerra no han pedido perdón a la víctimas, y los poderosos en tiempos de paz no se han agachado para que la vida de los pobres sea posible". Y después de la charla comenzó la eucaristía.

Como siempre había muchas flores. El coro de la UCA estaba al completo con unas cincuenta voces. Es justo enviarles desde esta Carta a las Iglesias nuestro sincero agradecimiento. El P. Mauricio Gaborit, sucesor de Nacho en la psicología social, presidió la eucaristía y pronunció una bella homilía que publicamos más adelante. Durante las ofrendas, junto a obsequios muy bonitos traídos de Jayaque, René Zelaya, amigo y colaborador de Nacho durante muchos años, nos dijo estas palabras:

 

Hoy, 7 de noviembre, el P. Nacho cumpliría 56 años. Quiero recordar la última conversación que tuve con él pocos días antes de su asesinato. Era el 7 de noviembre de 1989 y me hablaba de su gran interés por la investigación. "René, me dijo, deseo suspender mis labores administrativas en la universidad por un período de tres meses".

Sin pensarlo le dije: "Nacho, tú necesitas un descanso. Estás muy agotado por tu intenso trabajo y la dolencia de tu brazo se incrementa cada vez más".

El me replicó: "No quiero tres meses para descansar sino para investigar lo que más me gusta sin tener las interrupciones de mi trabajo diario".

Que este ejemplo que nos deja el P. Nacho, de ponerle pasión y entrega al trabajo académico que realizamos en la universidad, completado con un compromiso social, nos ilumine en nuestro actuar presente y futuro.

 

Antes de terminar la eucaristía el P. Sobrino, como todos los años, leyó una carta a Ignacio Ellacuría sobre las dos batallas que estamos librando en estos días: la batalla de la compasión y la batalla de la verdad. La carta aparece como editorial.

En las ofrendas el personal de Rectoría presentó el premio Comín que le dieron a Ignacio Ellacuría en Barcelona diez días antes de su asesinato. Poco antes, un profesor del Departamento de Filosofía había leído algunos párrafos del discurso del P. Ellacuría al aceptar el premio. Terminamos con unos extractos del discurso, que siguen siendo de gran actualidad:

 

"No son pocos los hombres y mujeres de ayer y de hoy que estarían de acuerdo con esta propuesta general de sustituir una civilización del capital por una civilización del trabajo, lo cual no consiste en la aniquilación del capital y sus dinamismos, sino en la sustitución de su primacía actual, tanto en los países capitalistas como en los socialistas, por la primacía del trabajo... La fe cristiana es irreconciliable con una civilización del capital, afirmación en la cual puede centrarse el núcleo teológico de la Laborem exercens de Juan Pablo II...".

 

"Lo que queda por hacer es mucho. Sólo utópica y esperanzadamente uno puede creer y tener ánimos para intentar con todos los pobres y oprimidos del mundo revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección. Pero esta gigantesca tarea, lo que en otra ocasión he llamado el análisis coprohistórico, es decir, el estudio de las heces de nuestra civilización, parece mostrar que esta civilización está gravemente enferma y que para evitar un desenlace fatídico y fatal, es necesario intentar cambiarla desde dentro de sí misma. Ayudar profética y utópicamente a alimentar y provocar una conciencia colectiva de cambios sustanciales es ya de por sí un primer gran paso. Queda otro paso también fundamental y es el de crear modelos económicos, políticos y culturales que hagan posible una civilización del trabajo como sustitutiva de una civilización del capital".

 

Carmen María

 


 

Homilía del 7 de noviembre 1998

 

Evangelio: Buen Samaritano: Lc, 10, 25-37

 La lectura del Evangelio de hoy en que conmemoramos a nuestros mártires Ignacio Martín-Baró e Ignacio Ellacuría nos recuerda lo que es tan fácil olvidar. Que Dios no está muy lejos; que está tan cerca como el más necesitado y tan cercano que nos tropezamos con El. Que no tenemos que emprender una gran búsqueda para encontrarlo ya que El se nos presenta de la manera más ordinaria: "Casualmente bajaba por aquel camino un sacerdote, un levita, un samaritano." Casualmente. Es decir, sin nada de extraordinario. Dios sucede y se presenta "casualmente", en lo ordinario, todos los días.

La necesidad, las víctimas, los sufridos, el dolor están a nuestro alrededor y reclaman una respuesta nuestra. Y en estos días de enorme calamidad para Centro América a causa de los efectos devastadores del fatídico Mitch la tragedia de muchos la tenemos en nuestra puerta. ¿Podremos ser prójimos para tantos que han caído en tanta desgracia? ¿Podremos sacar suficientes recursos para asistirles y salir al encuentro como hermanos y hermanas conmovidos por su situación? La respuesta solidaria por lo general no se improvisa, brota en la comunidad que se reúne alrededor de la Eucaristía, de la creencia de que Dios camina entre nosotros y que nos interpela y nos llama a ser consecuentes con esa verdad que nos reúne. Eso es lo que hemos recibido como legado de nuestros mártires: el saber que tenemos que ser solidarios con aquellos que encontramos a nuestro paso, que sufren y que, desgraciadamente, en estos días son demasiados.

Otra, pero igualmente devastadora, era la situación de emergencia y destrucción que les tocó enfrentar a Nacho y a Ellacu. Les tocó enfrentar a un El Salvador destruyéndose y envuelto en una guerra fratricida alentada por el odio y mantenida por una política de terrorismo de estado. Y entonces, como ahora, igualmente era la gente sencilla del campo que más sufría el embate de tanto destrucción. Ellos encararon la situación con valentía, armados únicamente por su amor a la verdad y nos enseñaron el valor de la solidaridad.Y lo hizo Ellacu como filósofo y Nacho como psicólogo; y ambos como jesuitas.

Ellos vivieron de la verdad y bebieron de las fuentes que la alimenta. Verdad que quedó plasmada en Nacho y en Ellacu en el rigor científico con que abordaban los temas de sus disciplinas, no sólo en sus temáticas tradicionales, sino en aquellos tópicos que se relacionaban más directamente con las experiencias de los más débiles. Así, por ejemplo, las contribuciones de Nacho Martín-Baró en el área de psicología son lectura obligada de todo centroamericano para entender la violencia y la agresión, la desintegración psicosocial, las acciones de los poderosos para mantener un orden social determinado, la movilización reivindicadora de las mayorías, el poder, la cooperación y la solidaridad y, en general, el impacto psicológico que tienen las estructuras sociales. Son contribuciones profundas, certeras, y que en el ámbito de la academia serán duraderas.

Pero lo que nos reúne esta mañana no es el apego que tanto Nacho como Ellacu tenían a esa verdad que ayuda a entender las cosas filosóficas y psicológicas tal como son, o quizás como podrían ser y no como nos las hacen ver otros intereses. No. Lo que nos reúne en esta celebración de esperanza y de alegría del Reino, fue el apego que ellos tuvieron a esa Verdad que es Dios y que la fueron descubriendo (es decir, desvelando como quien pela lenta y asombradamente las infinitas y finas capas de una cebolla); descubriendo, digo, esa Verdad que es Dios poco a poco en los rostros de los desprotegidos, en la cara de aquellos a quienes los poderosos les intentaban robar su identidad y su cultura. Descubriéndole en los ojos de los humillados, en el aliento entrecortado de los perseguidos, en la boca de los silenciados, en la piel de los dolidos y en la cara angustiada de los golpeados. Es decir, descubriéndole en la vida de los derrotados, en la abyección de los saqueados, y en el doblegamiento de los débiles. Descubriéndole, por ejemplo, en la vida diaria del pueblo sencillo como Jayaque, el perseguido político y el amenazado de muerte. Y en ese encuentro lento y constante fueron asumidos en la Verdad que los llamó a dar el testimonio más elocuente de ese afecto. "Nadie muestra más amor por sus amigos que el que da la vida por ellos" (Jn 15, 13). Sabían que estaban llamados a rendirse ante Dios como quien lo entrega todo y como el que se queda con nada (Cfr. Jn 3, 30).

Si bien es cierto que ellos tenían conciencia de que en aquellos días de la más absurda violencia institucionalizada les tocaría unirse a la suerte de muchas salvadoreñas y salvadoreños devorados por el salvajismo y la irracionalidad, me imagino que no sabían cómo ni cuando les llegaría el día de decirle a Dios, "que no se haga mi voluntad sino la tuya" (Lc 22, 42). Y es que, me imagino, pudieron en su momento temer por su propia seguridad. Pero creo que nunca temieron por su vida ni temieron la muerte. Ya que sabían que la muerte por el Evangelio y los valores del Reino no podía sino ser el más preciado y cariñoso regalo de Dios. Y como dice en otro lugar el Evangelio, "el que pierde su vida la encontrará y el que la guarda para sí la perderá" (Mc 8, 35). Esto a los verdugos desconcierta, pero a los que han puesto su esperanza en Dios anima; a los hijos de las tinieblas turba, pero a los que han caminado con ese Jesús humillado tranquiliza; a los poderosos de este mundo confunde, pero a los más pequeños confirma. Y es que todo regalo es sorpresa. Estoy seguro que aquel 16 de noviembre de 1989 ellos fueron los primeros sorprendidos que precisamente esa noche recibirían no lo que los enemigos tenían ya para ellos planeado –eso ya lo intuían– sino lo que el amigo por el cual habían laborado les deparaba y les regalaba. Así es nuestro Dios.

Ese Dios que fueron descubriendo en el contacto con las víctimas les bendijo –y en sus personas nos continúa bendiciendo a nosotros– con la más grande bendición: el martirio. Eso es lo que nos reúne hoy, hermanas y hermanos, la celebración del don de Dios del martirio. Y así el sentimiento que nos invade es la alegría de un pueblo que se sabe rescatado por la muerte del Justo y en la experiencia del Varón de Dolores del que nos habla el profeta Isaias (Is 53, 2-12). Nos convoca, pues, no tanto el dolor de la pérdida de nuestros hermanos asesinados vilmente aunque esta pérdida continúe siendo grande para la comunidad de creyentes, la comunidad intelectual y universitaria y la comunidad de las personas de buena voluntad. Tampoco nos convoca el sentimiento de impotencia al ver que los autores intelectuales de esa monstruosidad hoy gozan de una libertad engañosamente obtenida y tristemente seguros en la impunidad. Ni siquiera nos convoca un sentimiento melancólico que busca calmar la ansiedad recordando los gestos y las palabras de los que ya no están con nosotros, consolándonos con una memoria por demás selectiva.

Lo que nos convoca es la fe en el Resucitado, que nos fortalece, nos anima y nos da la alegría que viene del saber que nuestros hermanos están en Dios y que su vida ha sido rescatada de la oscuridad por la luz admirable de Dios. Porque en medio de la tragedia que constituyó su cobarde asesinato sabemos y creemos que el martirio es don de Dios, y que es bendición para la comunidad de los creyentes, y entonces no podemos sino celebrar, como dice el salmista, al son de la guitarra, de la pandereta, de la maraca, y hoy añadiríamos, al son del teclado y la batería (Sal 98). Esta alegría es contagiosa y debería impulsarnos a querer contar a otros por qué estamos de fiesta. Estamos alegres porque nos sabemos visitados por Dios, porque Dios ha caminado con nosotros, porque hemos conversado con él justamente al estar al lado de quienes El tiene preferencia. Estamos alegres y nuestra alegría será mayor cuando se haga verdadera justicia y los responsables de tan abominable asesinato reconozcan su responsabilidad y su culpa para estar dispuestos a recibir el perdón del pueblo de Dios. Estaremos más alegres cuando nos podamos sentar todos juntos reconciliados alrededor de la mesa del Señor, ya no divididos entre víctimas y verdugos, poderosos y débiles, oprimidos y opresores, sino hermanos todos y hermanas todas en el Señor.

Nos invade un sentimiento de agradecimiento a este Dios sencillo, cariñoso, que cuida de su pueblo rescatándolo de las manos del verdugo, y que hace brotar la vida precisamente allí donde nuestros ojos sólo ven destrucción y muerte. Y es porque esta comunidad sabe que la verdadera vida es otra. Es la que tienen nuestros mártires y no la vacuamente alegre del verdugo. Es la que se da, no la que se arrebata. Es la que se dona en solidaridad no la que se retiene atropellando la justicia. Es la vida de Dios manifestada en Jesús Víctima, resucitado por el amor del Padre, y no la del Príncipe de las tinieblas alimentada por la mentira y el engaño. Por todo esto nos sentimos agradecidos a Nacho y a Ellacu que nos hacen ver hoy todo esto.

Este día nos congregamos, pues, alrededor de una mesa sencilla donde pondremos pan y vino para recordar lo que aquel 16 de noviembre pasó, y lo hacemos con sencillez y transparencia. Otros preferirán olvidar lo que pasó aquella noche y construyen un mundo complejo y tortuoso de engaños, mentiras y medias verdades. Nos reunimos a contarnos cómo eran ellos, cómo reían, cómo se angustiaban, y lo que los conocieron más de cerca no darán muchos detalles. Nos reunimos a contarnos cómo murieron.

Al recontar lo que pasó, queremos ir descubriendo el significado que el martirio de nuestro hermanos tiene para nosotros hoy como palabra cariñosa de Dios. Otros no querrán contar lo que pasó, prefieren el silencio y las reuniones en secreto, porque así todo puede quedar en el olvido y se pueden encubrir muchas cosas: responsabilidades, complicidad y el asesinato. Nosotros nos reunimos en la claridad del día, invitamos a otras personas para que nos acompañen; abrimos las puertas e invitamos a muchos otros para que escuchen; lo hacemos a la luz del día, que en un día tan soleado como el de hoy hace este afán más alegre. Queremos contar qué pasó: qué pasó en El Paisnal, en el Mozote, en el Sumpul, en la UCA. Queremos contar y volver a contar, porque en ese cuento encontramos el misterio de la vida, el misterio de un Dios que habita nuestra tierra, el misterio de lo que motivó a nuestros Ignacios a acercarse a Dios con confianza y a aceptar inesperadamente ese desconcertante regalo que es el martirio.

 


 

Sudáfrica

Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación

 

En 1993 se publicó en El Salvador el informe de la Comisión de la Verdad "De la locura a la esperanza". Su potencial humanizador es grande pues en él se afirma la verdad, encubierta y reprimida durante muchos años, y la necesidad de reparar a las víctimas, al menos en su dignidad. Sin embargo, el presidente Cristiani, aun antes de ser publicado, pidió a la Asamblea Legislativa que concediese amnistía a todos los mencionados en el informe, lo cual la Asamblea concedió inmediatamente. Además, algunos de los nombrados, sobre todo generales acusados de masacres y asesinatos, desafiaron al Informe, lo rechazaron y se consideraron más víctimas que verdugos. El Informe de la Comisión de la Verdad es un espléndido texto para fomentar la verdadera reconciliación, pero es también –hasta ahora– una oportunidad perdida. Ojalá no haya que esperar siglos para pedir perdón, como lo va a hacer ahora la Iglesia Católica en el jubileo del año 2000.

En Guatemala, el 24 de abril de presente año, Mons. Juan Gerardi presentó otro informe de la verdad, el REMHI, "Recuperación de la memoria histórica, Guatemala: nunca mas". En cuanto salió a luz la verdad, Mons. Gerardi fue asesinado. Ahora, gobierno y militares han montado un show trágico–cómico alrededor de quién es el asesino para que se olvide el informe –y si no cambian las cosas, lo lograrán.

En este contexto, hay que recibir y celebrar el Informe de la Verdad y Reconcilación de Sudáfrica. Las primeras declaraciones sobre él son esperanzadoras, y ojalá no se trunque como el de El Salvador, sino que humanice al país de Sudáfrica y a todos. A continuación ofrecemos un breve comentario sobre lo que dice el Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación.

  A pesar de la fuerte oposición de casi todos los partidos políticos importantes la Comisión de la Verdad y Reconciliación, nombrada por el gobierno, el día 29 de octubre acaba de hacer público su informe sobre las violaciones en el pasado. Por primera vez en la historia de Sudáfrica un organismo oficial del Estado ha declarado que el apartheid fue "un crimen contra la humanidad".

El arzobispo Desmond Tutu, presidente de la comisión, entregó el informe final al presidente Nelson Mandela, y dijo: "este es un camino, un camino indispensable, para sanar las heridas. Hemos mirado a la bestia a los ojos. Tenemos que habérnoslas con nuestro horrendo pasado, y así ya no seremos rehenes de él".

El camino no ha sido fácil. Por una parte, Desmond Tutu tuvo que rechar la afirmación de F. W. de Klerk, antiguo presidente blanco, de que desconocía las atrocidades cometidas bajo su gobierno. Por otra parte, el congreso nacional africano, representante de la población negra, intentó, ante una corte de justicia, parar la publicación del informe, pero no lo logró. De esta forma, dijo Alex Boraine, "ha quedado aún más resaltada la integridad de la comisión. Es una victoria de la integridad. El congreso nacional africano cometió un error".

Después de dos años y medio el comité ha concluido sus actividades, a excepción del subcomité de amnistía, que continuará trabajando en las aplicaciones para ella hasta el año entrante.

En el informe se acusa, entre otros, a dos conocidos personajes. Al expresidente P. W. Botha se le acusa de muchas violaciones de los derechos humanos. Y también es acusada Madikizela-Mandela, antigua esposa de Nelson Mandela, por asaltos y asesinatos que cometieron jóvenes bajo su influjo.

 

Extractos del informe

 

Palabras del prólogo. "Por muy dolorosa que haya sido esta experiencia, seguimos convencidos de que no puede haber sanación de las heridas sin la verdad", Desmond Tutu, obispo de la Iglesia anglicana.

Sobre el gobierno de Sudáfrica. "La mayor parte de las violaciones más graves de derechos humanos fue cometida por el gobierno anterior a través de sus agentes de seguridad. Más aún, el Estado de Sudáfrica estuvo involucrado, desde finales de los años setenta hasta los comienzos de los años noventa, en actividades de naturaleza criminal, pues, siendo consciente de ello, planificó, llevó a cabo, condonó y encubrió estos hechos ilegales, incluyendo asesinatos extrajudiciales de opositores políticos dentro y fuera de Sudáfrica".

Sobre el Congreso Nacional Africano. "Llevó a cabo serias violaciones de derechos humanos en el sentido de que borró la línea divisoria entre objetivos civiles y militares. El congreso nacional africano es responsable 'moral y políticamente' de crear un clima en el cual quienes le apoyaban pensaban que sus acciones eran legítimas, de modo que las llevaron a cabo según un amplio criterio de 'guerra popular'. Las violaciones incluyeron asesinatos, intentos de asesinato, incendios".

Sobre la tortura. "Las siguientes personas son directamente responsables del uso de torturas contra detenidos e, indirectamente, de las muertes no naturales de los detenidos en custodia de la policía: ministros de policía y de la ley y orden; comisarios de policía; oficiales responsables de la rama de seguridad en la División Nacional y niveles locales. El Gabinete es también indirectamente responsable".

Sobre la religión. Algunos cristianos sudafricanos "promovieron la ideología de apartheid de maneras diferentes, en un espectro que incluía la enseñanza bíblica y teológica".

Sobre el sector salud. "En el auge del estado de emergencia de mediados de los ochenta, hubo una saturación de detenidos en la prisión. Mientras varias fuentes independientes brindaban datos de la casi rutinaria tortura y golpes a detenidos, los cirujanos del distrito, con una sola excepción, no informaron ni hablaron de ello en público".

Sobre el sector judicial. "El sector judicial, así como los profesionales de la ley se encerraron en una postura abrumadoramente evasiva que caracterizó los juicios con respecto a las injusticias del apartheid".

Sobre los medios. "Los medios, en especial aquellos que apoyaron directamente la política gubernamental, generaron una 'nube de encubrimiento, lo que facilitó serias violaciones de derechos humanos".

Sobre la mujer. "Aunque las mujeres no fueron las únicas que sufrieron, cargaron con el mayor peso del sufrimiento"

Sobre el sector empresarial y laboral. "Las empresas que informaron a la policía sobre los sindicatos para que las huelgas fueran desmanteladas ciertamente tienen que responder de muchas cosas... También tienen que reconocer que fueron parte del problema aquellos que se aprovecharon de las normas y prácticas del apartheid para humillar a los trabajadores con prácticas racistas y para llevar a cabo políticas laborales poco dignas".

Sobre la reconciliación. "Es un proceso que no termina. Es costoso y con frecuencia doloroso. Para que este proceso prospere es absolutamente necesario que se consolide la democracia y una cultura de los derechos humanos. Para la reconciliación es central el llamado a una sociedad más honesta, más justa y de mayor preocupación por el prójimo".

Nota final. "Estoy ahora más convencido que nunca de que el apartheid fue un terrible error que destruyó nuestro país. Los sudafricanos no supimos reír y llorar con el otro. Lamento que haya estado sordo durante tanto tiempo", Leon Wessels, ex ministro del interior.

  


 

La tormenta tropical "Mitch" en Centroamérica:

un balance preliminar

  

Centro de Información, Documentación y

Apoyo a la Investigación (CIDAI)

 

Ofrecemos al lector un dossier sobre las consecuencias de la tormenta Mitch en Centro América. Comenzamos con un largo informe del CIDAI fechado el 4 de noviembre. En segundo lugar publicamos dos comentarios uno del P. José María Tojeira y otro de Miguel Cavada. Y por último, ofrecemos testimonios y reflexiones humanas sobre la catástrofe y la solidaridad.

 

El Salvador

En las últimas dos semanas se han hecho sentir sobre el territorio nacional los efectos de la tormenta tropical "Mitch". Fuertes y continuas lluvias, inundaciones, deslaves y derrumbes han sido, visto el fenómeno desde su impacto físico, las notas más características. El impacto económico, aunque imposible de cuantificar totalmente en este momento, asciende a varios millones de colones: infraestructura destruida, plantaciones inundadas, ganado y aves de corral ahogados, y viviendas arrastradas por el agua. Desde el punto de vista de su impacto humano, el fenómeno climatológico ha dejado hasta el momento no menos de 225 muertos, sin contar a quienes corren el riesgo de morir por falta de medicamentos o atención médica oportuna, varios miles de damnificados (no menos de 50 mil) –con familiares cercanos desaparecidos o muertos– e incontables menores de edad huérfanos o abandonados, en el marco de la tragedia, por sus padres.

No todo el país ha sido afectado con igual gravedad, ni todos los salvadoreños de igual forma. La tormenta tropical ha golpeado con mayor fuerza las zonas rurales del país, y dentro de éstas a las ubicadas en el oriente del territorio nacional: La Paz, Usulután, San Miguel y la Unión. En el occidente –La Libertad, Sonsonate, Santa Ana, Ahuachapán y Metapán–, aunque las lluvias han sido copiosas, los derrumbes han estado a la orden del día y las inundaciones han afectado a las poblaciones de la costa, la situación no ha alcanzado los niveles de alarma que se han generado desde el "Bajo Lempa" hasta La Unión. En la zona central, las cosas han estado relativamente tranquilas, salvo para las familias que habitan en los bordes del Río Acelhuate o en las cercanías de paredones de tierra, cuya seguridad se vuelve aflictiva cada invierno. Entre todos los afectados, los que más lo han sido son los pobres rurales. Familias campesinas que vivían en el marco de una extrema precariedad perdieron irremediablemente lo poco que tenían. Sus escasos bienes —camas de pita, hamacas, aves de corral, siembra— fueron barridos por el agua.

¿Qué les queda a estos salvadoreños? Prácticamente nada; tendrán que empezar a reconstruir su vida desde el principio. Es justamente aquí que se hace necesaria y urgente la solidaridad de todos los que no hemos sido afectados brutalmente por la tormenta "Mitch". Destellos importantes de esa solidaridad se han vislumbrado en estos días en San Salvador; víveres, ropas y medicinas han sido recolectados en diferentes colonias y barrios y han sido trasladados hacia los lugares donde más se necesitan. Mucha gente –jóvenes, adultos, mujeres, religiosos y religiosas, periodistas, locutores de radio y televisión– se ha movilizado motivada por el puro afán de ayudar a quienes están viviendo momentos difíciles. Ciertamente, en situaciones de crisis como la provocada por el fenómeno climatológico que ha afectado a nuestro país –y al resto de Centroamérica– la ayuda que se pueda dar siempre es poca, y si bien inmediatamente se suplen una serie de necesidades vitales de vestuario, alimentación y medicina, la tarea de reconstrucción de hogares destruidos requiere de una ayuda mucho más sostenida.

Aquí es donde, más allá de la ayuda de ciudadanos bondadosos, se requiere de una política de ayuda de carácter estatal hacia los sectores afectados por la tormenta tropical. Es decir, las iniciativas ciudadanas no deben ni pueden suplir –en recursos y autoridad– el papel y la responsabilidad del Estado en la atención y recuperación de las zonas devastadas por las inundaciones y los derrumbes. Esta es una buena oportunidad para poner a prueba el compromiso del gobierno con la recuperación del agro, cuyo deterioro, anterior al reciente desastre natural, contribuyó a crear una serie de condiciones –erosión del suelo, inexistencia de áreas boscosas, etc.– para que su impacto fuera más destructivo. "Mitch" azotó, pues, a un agro con agudos desequilibrios medioambientales; los ha agravado y ha aumentado las dificultades de sobrevivencia de la población rural. Los problemas del campo tienen que ubicarse, entonces, en un marco más amplio, al interior del cual los efectos del actual fenómeno climatológico son sólo parte de una crisis agrícola más compleja.

A la luz de la tragedia, como la acaecida en El Salvador en las últimas semanas, siempre queda la duda acerca de qué pudo hacerse para evitar sus peores consecuencias. Hay quienes no han dudado en calificar de "asesina" a la tormenta tropical "Mitch", como si la misma hubiese estado poseída por una voluntad de aniquilación propia de los humanos. Una tormenta tropical es un fenómeno natural, sin voluntad ni buenos o malos sentimientos, que se genera allí donde se dan determinadas condiciones climatológicas. Una vez que el fenómeno se gesta, no hay forma de controlarlo, hasta que su ciclo de desarrollo y expansión llega a su término. Azota y barre lo que encuentra a su paso; en sus fases de mayor intensidad, potentes construcciones de hierro y concreto son arrastradas por su fuerza. En estas condiciones, forzoso es reconocerlo, de poco valen todas las medidas de seguridad que puedan tomarse, siendo la única alternativa el resguardo en sitios alejados del paso de la tormenta.

En la capacidad que tienen de abandonar sus bienes y de reconstruir su vida –o continuarla en otra parte– es que se diferencian las víctimas de desastres naturales como la tormenta tropical "Mitch". Quienes tienen los recursos suficientes –hacendados y finqueros– pueden abandonar las zonas de peligro con relativa facilidad. La mayor parte de víctimas son familias pobres, que no tuvieron más alternativa que quedarse con sus escasos bienes –pues si los perdían, perdían todo– o no tenían medios para movilizarse de las zonas de desastre ni tenían donde llegar. Y es aquí donde la intervención gubernamental sí pudo haber hecho mucho para disminuir el impacto sobre la población rural de la tormenta "Mitch": movilizando con la suficiente anticipación a las familias más desprotegidas hacia lugares más seguros, donde pudiesen reconstruir sus vidas. En lugar de eso, se ha hacinado a miles de familias en lugares improvisados, desde donde, una vez pasada la emergencia, se les devolverá a los lugares donde mal viven, hasta que un nuevo desastre nos recuerde nuevamente su existencia.

 

Los demás países centroamericanos

Para la región centroamericana, el paso del "Mitch" por cuatro de las cinco naciones que la componen no ha dejado más que desastre y muerte. Se ha dicho que las secuelas que habrá que sortear a causa del fenómeno natural implican un retroceso de 20 años en la economía del istmo, razón por la cual se le ha calificado como el peor desastre en los últimos treinta años. Inclusive en economías que recién daban signos de recuperación, como la salvadoreña –atendiendo al menos a los indicadores macroeconómicos–, los daños registrados hasta la fecha representan un grave desequilibrio en las finanzas públicas. El comportamiento y trayectoria de "Mitch" no dejan de atemorizar a la zona, más aún con el anuncio de que éste cobra nueva fuerza y empieza a dirigirse hacia la tantas veces abatida región de la Florida (EEUU).

Por estas y muchas más razones, evaluar la situación de los países más afectados es una tarea que no se puede pasar por alto. La tempestad provocada por "Mitch" apenas empieza, si tomamos en cuenta los conflictos sociales, étnicos, políticos y económicos que ya hacían mella en la estabilidad de cada país por separado. Lo que se pretendería al hacer esta rápida evaluación de la tragedia es motivar un análisis posterior acerca de la precaria condición de las economías centroamericanas y de cómo tal precariedad constituye el detonador de cualquier tipo de eventualidades.

 

Honduras

La catástrofe que azota a la población hondureña tras el paso devastador del "Mitch" ha superado con creces la que en 1974 ocasionara otro fenómeno climatológico de igual envergadura: el huracán "Fifi", cuyo saldo ascendió a los 10.000 muertos. Durante ocho días consecutivos Honduras sufrió vientos huracanados y lluvias continuas que arrasaron comunidades enteras, devastaron totalmente el tejido industrial y agrícola e hicieron del país uno de los más perjudicado por el mortífero paso del huracán. Las cifras oficiales más recientes hacen un estimado de 6,420 muertos, 10,114 heridos, 5,807 desaparecidos, 590,863 damnificados y 812,719 evacuados. El informe, suministrado el 4 de noviembre por la Comisión Nacional de Contingencias, registra, además, que un millón 411 mil 462 personas quedaron sin vivienda.

"Mitch" afectó el 70% de la superficie hondureña. La producción agrícola, que representa cerca del 25% del total de la economía del país, se vio notablemente perjudicada. El 70%, o más, de los alimentos que produce Honduras en el campo –tanto para consumo nacional como para exportación– se perdió a raíz del desastre. Según declaraciones del Presidente hondureño, Carlos Flores, plantaciones enteras de banano, café, melón, sandía, palma africana, tomate, granos básicos y demás cereales desaparecieron. Las cosechas de café y banano, que son las principales fuentes de ingresos en Honduras representando un 50% del total de ganancias por exportación, se han visto casi irreparablemente afectadas.

Carlos Lanta, asistente del Ministerio de Agricultura, manifestó que Honduras necesita importar grandes cantidades de maíz y frijol, ya que miles de hectáreas de tierra agrícola quedaron destruidas. "La situación es horrible, hay daños por todas partes, casi todos los sectores se han visto afectados en todo el país: caminos, cosechas, infraestructura", señaló Lanta. Expertos agrícolas extranjeros colaboran con el Ministerio de Agricultura en la recopilación de detalles específicos de las zonas de cultivo, con el fin de obtener cifras exactas de las pérdidas. Dicha cartera de Estado comunicó, el 2 de noviembre, que la cosecha de café sufrió "pérdidas enormes", pero no pudo adelantar cifras.

Lanta precisó que las carreteras fueron destruidas junto con los cafetales y que la comunicación con las regiones cafetaleras es muy difícil, lo cual imposibilita el transporte de las zonas afectadas hacia los puertos. Las principales zonas productoras de café han sido perjudicadas, inclusive la región central de Libertad, en donde se produce el 30% del café de Honduras. El Instituto Hondureño del Café (IHCAFE) aseguró, la semana pasada, que las pérdidas en la cosecha de 1998/99 podrían resultar "increíbles" a menos que se realizaran esfuerzos inmediatos para reparar los caminos y la infraestructura dañada en las zonas de cultivo de todo el país.

Fernando Sánchez, vicepresidente de la Tela Railroad Company –una de las transnacionales bananeras norteamericanas que opera en el país– informó que, por primera vez en su historia, Honduras no exportará banano el próximo año ya que perdió toda la cosecha. Un primer balance sobre el efecto destructor del "Mitch", publicado el día 2, estableció que 8,270 viviendas fueron totalmente destrozadas, otras 3,084 dañadas y 16,330 inundadas. Agregó que 78 puentes fueron destruidos por las crecidas de los ríos y otros 71 parcialmente dañados en carreteras de distintas regiones del país.

Además, 7 importantes carreteras se destruyeron y otras 37, de menor envergadura, resultaron afectadas. Diversos analistas aseguran que "el país ha perdido el producto de 30 años de esfuerzos para construir su infraestructura productiva y de carreteras". Según el vicepresidente hondureño, Bill Hendal, los costos económicos de la catástrofe ascienden a los 850 millones de dólares, sólo en la costa atlántica. La ministra de Finanzas, Gabriela Núñez, calculó que el país necesitará al menos 2.000 millones de dólares, monto equivalente a la mitad de la actual deuda externa, para recuperarse.

Los servicios de socorro continúan intentando rescatar centenares de personas que aún permanecen subidas en los techos de las casas o amarradas a las ramas de los árboles. Los cuerpos de rescate han tenido que enfrentar innumerables obstáculos, entre ellos la escasez de medios de salvamento y las dificultades para llegar hasta donde se encuentran las víctimas. De acuerdo a informes del rotativo costarricense La Nación, "en las regiones bananeras inundadas, algunos padres sacan fuerzas de flaqueza y se lanzan a las fétidas aguas en busca de bananos verdes con los cuales alimentar a sus hijos, mientras otros, simplemente, comen hojas de los árboles".

El día 3, Carlos Flores lanzó una desesperada llamada de socorro a la comunidad internacional para poder iniciar la reconstrucción del país, la cual, según manifestó, no podrá llevarse a cabo ni en lo que queda de este año ni a principios del próximo. "Son muchísimas cabeceras municipales que comienzan a agotar la existencia de alimentos y agua potable, la propia capital de la República está en situación de desastre y calamidad", sostuvo Flores. "Las inundaciones de los ríos, derrumbes de cerros y montañas, han hecho que algunas aldeas y caseríos desaparezcan del mapa, y que barrios enteros de las ciudades ya no existan del todo", agregó. "Por los datos que hasta ahora hemos podido recabar –insistió– tenemos un panorama de muerte, desolación y ruina en todo el territorio nacional. Casi no hay territorio de Honduras que no haya sido tocado por la desgracia, el patetismo de estos datos seguramente aumentará en la medida que podamos tener acceso a sitios todavía aislados".

La amenaza de hambre se cierne sobre gran parte de la población de Honduras. Informes de los 18 departamentos del país indicaron que los alimentos escasean y que muchas tiendas de abarrotes cerraron por no poder reabastecerse. En el área rural el desabastecimiento es más grave que en las zonas urbanas. El suministro de agua ha quedado interrumpido y la electricidad se hace presente sólo de manera esporádica. El Gobierno ha ordenado el racionamiento de combustible, agua potable y víveres. Se teme el advenimiento de graves problemas sociales en respuesta a la crisis alimentaria. Un 80% de los 6.1 millones de personas que conforman la población hondureña vive en condiciones de pobreza. La prolongación de la escasez de alimentos podría generar descomposición social, especialmente entre el sector pobre que no puede acceder a la compra de víveres para almacenar. Kalvin Wedle, vicepresidente del congreso hondureño, expresó "ni hay palabras para decir lo que nos sucede, cualquier cosa que se diga para describirla es poca".

 

Nicaragua

El desastre tras el fenómeno climatológico "Mitch" ha encontrado su principal expresión en la tragedia humana experimentada por los sectores poblacionales más desprotegidos y marginados de la región. En Nicaragua –el segundo país más pobre de Latinoamérica–, la situación fue particularmente dramática, puesto que cinco comunidades (Tolojar, Ojoche, Versalles, Los Zanjones y el Porvenir), ubicadas en las laderas del volcán Casitas, en el departamento de Chinandega, fueron virtualmente borradas del mapa cuando un alud de lodo y piedras, que se desprendió del cráter del volcán, las soterró en cuestión de minutos. Según el Vicepresidente de la República, Enrique Bolaños, en las comunidades habitaban unas 4,500 personas, de las cuales, hasta el momento, menos de 200 han sido encontradas con vida. Aproximadamente 80 Km2 de terreno quedaron cubiertos de lodo. Esa misma noche, un segundo derrumbe se produjo al otro lado del mismo volcán, aunque en esa ocasión ya todas las poblaciones del lugar habían sido evacuadas.

Dos días después, un macabro escenario rememoraba la tragedia: cerca de 200 cuerpos aparecieron flotando en un río cercano al lugar, presumiblemente llevados hasta ahí por la fuerza del alud. Un clima de incertidumbre domina al país y a la comunidad internacional debido a que las autoridades se enfrentan con el problema de establecer una cifra de fallecidos por el paso de "Mitch" más o menos exacta. Dicha dificultad no sólo se debe a la lentitud con que los organismos de socorro responden a la situación, sino también a la falta de censos confiables desde los que se pueda presumir un aproximado. En este sentido es curioso que, confirmados los datos de la catástrofe de las Casitas, las cifras oficiales no excedan los 2,500 muertos. Asimismo, se calcula que unos 500,000 hogares fueron afectados por "Mitch", aunque otros reportes indican que esta cifra se podría elevar a más del millón.

Otro de los daños impresionantes que se han registrado, y cuyos estragos ya se observan por las calles de Nicaragua, es la destrucción de buena parte de los cultivos. Sin tener todavía datos certeros, la Comisión Nicaragüense del Café (CONICAFE) reconocía que entre un 20 y un 25% de la cosecha de este grano se perdería totalmente, indicando que se trataba de un dato "conservador". Matagalpa y Jinotega, dos de los departamentos más golpeados por el fenómeno meteorológico, producen el 80% de café de Nicaragua. Los daños sobre los sembradíos de hortalizas y granos básicos (frijol, maíz, sorgo, soya, ajonjolí, entre otros), reportados por la Asociación Nicaragüense de Productores y Exportadores de Productos no Tradicionales, revelaron pérdidas totales que incluso afectarían la producción futura. Al igual que el café, casi toda la cosecha de estos productos estaba concentrada en la zona más afectada por el desastre. La carestía ya se hace patente en los mercados del país.

Por su parte, el gobierno de Arnoldo Alemán se ha desenvuelto de modo muy cuestionable frente a la catástrofe nacional. Según lo reflejan los diferentes informativos, tanto locales como internacionales, la población expresa un generalizado sentimiento de abandono y desesperación a causa de la actitud del mandatario. En la comunidad de Ciudad Darío, a 100 Km de Managua, los pobladores lanzaron piedras a Alemán como muestra de rechazo por el abandono al que los había sometido en los momentos más difíciles de la crisis. Además, cuando el mandatario anunció tajante su rechazo a que los médicos de Cuba arribaran al país para atender a la población, todo indicó que, lejos de asumir una actitud comprometida y coherente con el sufrimiento de la nación, Alemán seguía atado a sus prejuicios ideológicos y a los beneficios políticos que cree poder obtener de la situación.

A esto se suma el hecho de que Nicaragua fue el país que más tardó en decretar estado de emergencia ante la inminente llegada de "Mitch", para que no se dieran malos manejos de la ayuda internacional, según expresó Alemán. Varias organizaciones no gubernamentales que operaban en los lugares donde se esperaba mayores daños por el huracán, reiteraban el llamado al presidente para que decretara estado de emergencia y agilizar con ello el trabajo de los cuerpos de socorro y la cooperación internacional.

A juicio del Cardenal Miguel Obando y Bravo, la resistencia del mandatario a declarar la emergencia nacional tenía fundamento en el matrimonio del gobierno liberal con la banca privada del país. Reconocida oficialmente la crisis, muchos créditos y préstamos se verían desviados hacia la reconstrucción del país, perjudicando los intereses de los banqueros. Las posibilidades de que la inversión extranjera creciera se verían, además, truncadas al aceptar que el país estaba lindando la ruina económica.

 

Guatemala

En Guatemala los estragos de "Mitch" no alcanzaron la magnitud que en Honduras y en Nicaragua. El número de muertes reportadas oficialmente hasta el 2 de noviembre eran 157, y 250 el número de desaparecidos. No obstante, la capital guatemalteca sí resultó bastante perjudicada, quedando varias zonas de la misma con peligrosos niveles de inundación. En sus alrededores, 330 asentamientos de personas fueron escenario de varios derrumbes, los cuales dejaron como saldo 44 muertes. En daños a la infraestructura el país se encuentra en una situación precaria. El Ministerio de Comunicaciones informó que 30 tramos de carreteras y 22 puentes estaban en mal estado, lo cual mantenía aislados varios puntos de la capital y otras zonas del país. En suma, la reconstrucción de estos tramos ascendería a los 100 millones de quetzales.

Los cultivos del país tampoco lograron escapar de los embates de "Mitch", siendo el café –al igual que en Nicaragua y Honduras– uno de los productos que más preocupación despertó entre el sector agricultor. Las pérdidas rozan los 450 millones de quetzales, según datos de la Asociación Nacional del Café, es decir, cerca del 25% de la producción para el próximo año; mientras que otros productos no tradicionales (relacionados principalmente con el cultivo de mariscos) registrarán perdidas de hasta 40 millones de quetzales. La mayoría de lugares donde se siembra caña de azúcar están inundados parcialmente, por lo que se anunció que la cosecha de dicho producto se retrasaría unas dos semanas, o hasta que las fuertes lluvias mermen lo suficiente. La situación obligó a que el Presidente Alvaro Arzú declarara estado de calamidad en todo el país, para facilitar las labores de los grupos de rescate y para incentivar a la ciudadanía a participar junto con los mismos.

Cuando lo peor había pasado, el gobierno anuncio, el 4, que ejecutaría un llamado "Plan de Reconstrucción Nacional", para el que se necesitaría invertir un estimado de US $75 millones. Algunos ministerios destinaron parte de su presupuesto como ayuda. Sin embargo, ni el mismo Arzú, ni los titulares del Fondo Nacional para la Paz (quienes coordinarán el Plan) pudieron dar datos concretos de las áreas que abarcarían o de qué manera beneficiarían a las 80 mil personas que resultaron afectadas por la tormenta. Por el momento, todavía se evalúa la magnitud de los daños, lo cual tuvo que preceder al anuncio del mencionado Plan, por lo que la comunidad internacional deberá mantenerse a la expectativa de la administración que se haga del mismo.

 

Costa Rica

De los países de la región centroamericana, Costa Rica fue el menos afectado por el paso devastador del "Mitch". De acuerdo a cifras no oficiales, se produjeron 4 muertes en México y otras 3 en Costa Rica, Panamá y Jamaica. Belice se suma a estos como una de las naciones menos perjudicadas. Las mayores pérdidas que ha dejado el huracán en el territorio costarricense se cuentan en el agro y en la red vial. Según estimaciones preliminares, emitidas el día 2 por la Comisión Nacional de Emergencia (CNE) y autoridades del sector agropecuario, los daños se calculan en $3.5 millones.

El principal efecto en el agro se presentó en los cultivos de café, arroz y caña de azúcar. El monto total de las pérdidas en las siembras supera los $2 millones. A esta cifra hay que añadir algunos productos aún no contabilizados, como es el caso del café en el sur del país y la producción láctea en otras zonas del territorio costarricense. Jorge Fallas, director regional del Ministerio de Agricultura y Ganadería, explicó que un dato preliminar de pérdidas en plantaciones de café de maduración temprana en esa zona puede calcularse en $1.7 millones. El impacto en los cafetales se debe principalmente a que las plantas se vieron perjudicadas, a la falta de infraestructura para sacar el grano o a la proliferación de enfermedades.

Los daños en infraestructura vial fueron calculados por el Ministerio de Obras Públicas y Transporte (MOPT) en $1.2 millones, aproximadamente. Tal es la suma que habrá que invertir en 52 rutas, entre nacionales y rurales, que fueron afectadas. Varias comunidades al sur del país se vieron incomunicadas y, en otras, la población tuvo problemas para trasladarse porque las carreteras se mantenían cerradas debido a los derrumbes. En lo que respecta a la vivienda, José Antonio Lobo, Ministro del ramo, manifestó que aún no poseen un conteo definitivo de las casas afectadas, pero reportó un estimado de 96 en la zona sur.

 

Consideraciones finales

Datos obtenidos el 4 de noviembre revelaron que en la región centroamericana los muertos ascendían a unos 10,700, contabilizando las cifras de Honduras, Nicaragua, Guatemala y El Salvador en conjunto. Asimismo, el número de desaparecidos llegaba a poco más de 8,000 y los damnificados sumaban la alarmante cifra de 2 millones 463 mil. Se presume que la décima parte de la población total del istmo, 33 millones de habitantes, se ha visto perjudicada. Los daños materiales alcanzan miles de millones de dólares en vista de que gran parte de las principales fuentes de ingresos y de la infraestructura vial de los países de la región ha quedado seriamente dañada.

En vista de tan delicada situación, las líneas fundamentales a seguir por los gobiernos de la región deberán apuntar a la priorización de los gastos destinados a la reconstrucción de los países. El problema es que en situaciones de emergencia como las que atravesamos ahora, existen grandes probabilidades de que los recursos que servirían para paliar la crisis caigan en manos de quienes desean sacarles el mayor beneficio personal. En este sentido, sin una adecuada labor de los organismos fiscalizadores y contralores de las finanzas públicas, difícilmente podremos ver que los frutos de la "reconstrucción" alcancen a aquellos que más los necesitan.

Con esto no pretendemos arrojar toda la responsabilidad de tan delicada tarea a los gobiernos, puesto que ni aún con el mejor esfuerzo de su parte se podría cubrir los montos del desastre con los recursos con que cuenta la región. La colaboración internacional es fundamental para salir adelante de manera relativamente satisfactoria. El Presidente de México, Ernesto Zedillo, al hacer un llamado urgente a su homólogo estadounidense, Bill Clinton, resumía las perspectivas de la situación en el istmo de la siguiente manera: "sólo una operación multinacional de gran envergadura puede evitar una tragedia humana y social sin precedentes en la historia de Centroamérica".

  

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"Mitch"

 

El huracán, luego tormenta tropical, Mitch, ha asolado Centroamérica. Ante el terrible espectáculo de tanto rostro adolorido hay dos impresiones que brotan inmediatamente. La primera la generosidad ante la desgracia con la que reaccionó la parte del pueblo salvadoreña no damnificada por el huracán. Los medios han hecho una gran labor de cobertura solidaria y de información que realmente acerca a la tragedia de nuestros compatriotas golpeados. Y la población ha reaccionado con espíritu generoso llevando todo tipo de ayuda a los centros de recolección.

Este espíritu de solidaridad es sumamente interesante el reflexionarlo. En primer lugar porque nos muestra la capacidad de reacción de una gran mayoría del pueblo salvadoreño ante la desgracia de otros pueblos sentidos como hermanos (los centroamericanos en particular), y ante el propio pueblo en dificultad. Uno tiende a pensar en la frase tantas veces citada del Cantar del Mío Cid: "Qué buen vasallo si hubiese buen señor". Porque en efecto, los sentimientos del pueblo salvadoreño ante la desgracia ajena son de profunda solidaridad. Y la reacción inmediata ante la tragedia actual lo demuestra.

Sin embargo, y aquí viene el pero, y la segunda parte de nuestra reflexión, con frecuencia nuestras propias estructuras organizativas, de gobierno, culturales, mediáticas, etc., nos impiden que este espíritu generoso de solidaridad pueda ser eficaz a largo plazo. Nos solidarizamos fácilmente con el dolor inmediato y visible pero nos cuesta mucho mantener nuestra solidaridad activa con las consecuencias de mediano y largo plazo de las desgracias. Nos impacta terriblemente el drama de hogares destrozados, de niños cuyas vidas se truncan cuando todavía no son más que una pequeña promesa y esperanza, pero nos resulta muy difícil aprender de la experiencia y optar por un trabajo de prevención de desastres a largo plazo que minimice al menos los costos humanos de los mismos.

Falta de alguna manera "el buen señor", la buena estructura social o política, el buen sistema mediático, que nos ayude a canalizar nuestra solidaridad hacia tareas de largo plazo que eviten, o al menos minimicen, las tragedias que, con cierta frecuencia, se repiten en nuestro país. Y ello es sumamente importante si recordamos que después de las grandes tragedias naturales suelen venir hambrunas duras y crueles.

Si algo debe dejarnos el Mitch, no es solo el recuerdo doloroso y para mucha gente imborrable, de la tragedia. Sobre todo debe dejarnos la lección de lo urgente que es el prevenir los desastres. El hecho de que estas zonas casi todos los años se inunden, aunque sea en menor grado y sin la necesidad de huracanes caribeños que nos visiten, debe llevarnos a planificar un poco más las medidas de seguridad. La construcción de infraestructuras, llámense escuelas, refugios, centros comunales, que sirvan de lugar de asilo en los lugares que se puedan quedar incomunicados, parece urgente. Pero también lo es el desarrollo de mecanismos de organización social preventiva ante el desastre. En Belice, a donde se suponía debería llegar Mitch, se había organizado ya en los días anteriores un enorme éxodo desde la ciudad de Belice hasta Belmopán. Aprender a movilizar gente preventivamente, desarrollar la capacidad de dar seguridad a los bienes que quedan detrás del que se moviliza, puede ayudarnos a salvar vidas en el futuro.

Y quien habla de los huracanes puede hablar también de los terremotos. Ni en la construcción, ni en sistemas de apoyo y supervisión de las colonias marginales, ni en la organización social, nos preparamos para catástrofes que vienen con cierta periodicidad a visitarnos. Si alguien nos preguntara sobre si los daños de un futuro e hipotético terremoto en San Salvador serían hoy mayores o menores que los del 86, probablemente tendríamos que decir, con honestidad, que serían mayores. Pues la capital ha seguido creciendo en marginalidad y no se ha hecho ninguna labor preventiva significativa que ayude a disminuir los posibles daños.

Si al menos con Mitch aprendiéramos a prevenir, que es la mejor manera de canalizar la gran generosidad del pueblo salvadoreño, algo de positivo le sacaríamos al desastre. Pero si cuando otro huracán se desvíe volvemos a sufrir lo mismo o más de lo que hemos sufrido, tal vez tengamos que preguntarnos sobre la honestidad de nuestra buena voluntad.

  

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Mitch, injusticia y solidaridad

 

Miguel Cavada Diez

 

Centroamérica, tierra de huracanes, terremotos, tormentas tropicales, guerras, narcotráfico, crimen organizado, corrupción… Lo poco que dejan los injustos, lo termina de botar una correntada de agua. Los pobres siempre salen perjudicados. Condenados eternamente a comenzar de nuevo. No queda más que decir: "¡Dios mío, Dios mío¡, ¿por qué nos has abandonado?" (Mc 15, 34).

Además de tragedia y muerte, el huracán Mitch ha provocado una enorme cadena de solidaridad. Gente de la calle y empresarios, medios de comunicación social y partidos políticos, iglesias y organizaciones del pueblo, todas y todos han reaccionado ante la tragedia de nuestras hermanas y hermanos. Sin embargo, ¿es necesario que haya un huracán y tantos muertos para provocar nuestra caridad y solidaridad? Ahora mucha ayuda asistencial, ¿y después qué?… El resto del año la gente pobre tendrá que seguir aguantando hambre, injusticias y nuestra indiferencia. Es como si hubiera un enorme muro entre San Salvador y el resto del país. No queremos ver la miseria que tenemos todos los días frente a nuestros propios ojos. Somos ciegos. El huracán Mitch de repente derrumba el muro, y vemos, sentimos y ayudamos. Pero luego nos encargaremos de levantar otra vez el muro y dejar las cosas y a cada quien en su lugar: los pobres a sufrir y los demás a vivir como si nada pasara. "¿Hasta cuándo, Señor?" (Hab 1,2).

Puede que esta reflexión sea inoportuna: ¿cómo es posible que ahora precisamente se cuestione esta generosa ayuda de tanta gente? No se cuestiona la desinteresada ayuda de la gente pobre, que da como la viuda del evangelio, hasta lo que no tiene (Mc 12, 41-44). No se cuestiona, al contrario, es de admirar y aplaudir, el sacrificio y desvelo de las personas e instituciones que desde un primer momento hicieron todo lo humanamente posible por salvar vidas.

Lo que se cuestiona es la actitud de ciertas instituciones, empresas, partidos políticos y medios de comunicación social, empeñados en demostrar que son "buenos" y "solidarios" con las víctimas. Y les interesa sobre manera que su generosa "ayuda" sea conocida por todos. Parece que a ellos no les interesa tanto la vida de los pobres, cuanto su reputación, que sepa la mano izquierda lo que hace la derecha, y viceversa (Mt 6, 3), que todo el mundo les aplauda y diga: "¡qué buenos son!". A Monseñor Romero le tocó lidiar contra el huracán de la guerra. Y para ayudar a los refugiados organizó un comité de solidaridad. Pidió apoyo, pero la mayoría de instituciones se excusaron y dijeron que no. Entonces, Monseñor Romero lo comenta en la homilía: "Hacen el bien únicamente cuando hacer el bien es fácil o es glorioso o trae prestigio. Servir es sacrificarse" (Homilía 2 de abril de 1978, IV p. 133). "Se creen que son grandes bienechores…, cuando no pagan lo justo a sus trabajadores. Quieren dar de caridad lo que ya se debe de justicia" (homilía 11 de noviembre de 1979, VII p. 423).

Jesús y Monseñor Romero cuestionaron la caridad de aquellos que, antes de dar un poco de lo que les sobra, tocan las trompetas, los bombos y platillos, para que todo el mundo vea (Mt 6, 1-2). Muy bueno que los empresarios, banqueros y partidos políticos se solidaricen con las víctimas, pero si no hay conversión de corazón, como decía san Pablo, aunque dé todo el oro del mundo, de nada sirve (1Cor 13, 3). El amor y la solidaridad para que sean auténticos tienen que ser desinteresados. Y para que sean desinteresados no hay que andar haciendo tanto ruido y llamando a los camarógrafos para que hagan la toma y la pasen por los noticieros. Si queremos de verdad solidarizarnos con la gente campesina, que todos los días aguanta el huracán de la enfermedad, el hambre y la miseria, que todos los días muere, no basta hacer el bien ahora, cuando hacer el bien es fácil y trae prestigio. Ser solidarios "para salir en la foto", "para hacer imagen", para "ganar votos". Es necesario convertir nuestra espontánea y generosa solidaridad en una actitud permanente de lucha por la vida digna de las pobres y los pobres.

  


 

La compasión de Juan Ramón Moreno

 

Tirado en el camino está ese hombre malherido y a punto de perder una vida que se le escapa. De pronto aparece el samaritano y, nos dice textualmente el evangelio, "al verle tuvo compasión y acercándose vendó sus heridas echando en ellas aceite y vino, y montándole sobre su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él".

El samaritano "se acercó". La identificación solidaria con el otro le lleva al movimiento de acercarse, de hacerse próximo al otro, entrar en su mundo para poder conocer mejor su necesidad y actuar sobre ella. El samaritano deja de lado sus planes de viaje para entrar en la realidad doliente del herido, ocuparse de él y llevarlo a la curación, a la vida. Ha sabido hacerse buena noticia para el hombre asaltado por los ladrones.

  

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Testimonios de damnificados

 

Tras números y estadísticas están los rostros de los que han sufrido hasta lo indecible con las inundaciones. Con gran respeto reproducimos ahora algunos testimonios, sin prácticamente comentarios, de El Salvador y Nicaragua. Ante todo expresan sufrimiento ingente y también solidaridad de gente buena. Aquí sí que se puede decir lo del Evangelio de Juan: "No cabrían en todos los libros del mundo".

 

El Salvador

 

La YSUCA se ha puesto en contacto con muchas comunidades de damnificados. Esto es lo que dice la gente.

 

Cara sucia. Cuenta una mujer: "Tengo alergia y me da calentura y mis niños también están con tos después de la gran mojada que se han dado. Entre el agua nos hemos salido. A éste lo tengo con diarrea y vómito. El helicóptero nos sacó, una muchacha policía. Yo lo que pienso es irme ya porque ya no aguanto aquí desde el sábado que nos venimos yo no he dormido por eso yo me quiero ir ahora.

Es bonito cuando traigan una cosita para nosotros y la repartan. Así la logramos porque tenemos necesidad. No es que la van a traer y la van a dejar ahí embodegada. Lo bueno es que nos den lo que el esfuerzo de las personas hacen en otros lugares y traen para nosotros. Fíjese que desde hoy vino un pick up y traía unas cosas. Sólo dieron unas poquitas y dijeron que ya no había. Así es que nosotros necesitamos esa colaboración de parte de ustedes.

 

Hablamos después con un niño. "¿Qué pasó en tu casa?". "El agua nos llevó toda la ropa". – "¿Y cuándo fue eso?". "Ya hace días" – "¿Tu papá?". "Se murió". – "¿Y tu mamá?" "Ahí está en la casa". – "¿Tenés miedo que venga otra correntada?". "Sí".

 

Comunidad El Zamorano. Nos hemos encontrado con la Hermana Tachita y le preguntamos. "¿Desde qué hora está trabajando en la cocina?". "Me vine desde que comenzaron a necesitar gente. A eso de las 7 de la noche ya estaban limpiando frijoles y arroz, y no dormimos en toda la noche. Con 5 hermanas nos quedamos porque a las 2 de la mañana estábamos lavando el maíz". –"¿Cuáles han sido las impresiones que usted ha tenido de esta situación?". "Me ha impresionado bastante, pues, esas inundaciones que ha habido en esas casas... Para mí, púchica, ha sido impactante, impresionante. Y para mí es una alegría poder ayudar aunque sea un poco".

 

El Pichiche, comunidad San José de la Montaña. Hablamos con una señora damnificada. "¿Cuál ha sido la situación que tuvieron en la comunidad?". "Todo se hundió, de ahí hemos perdido todo. Nosotros sacamos la única ropita que andábamos, pues de ahí no hemos sacado nada. Vamos a regresar a la casa y esperamos encontrar un guacal o algo así. La milpa se nos perdió". –"¿Tiene esperanza?". "¿Esperanza de qué? Viera aquellos grandes lodones, y nos vamos a enfermar, no nos vamos a sentir bien. Yo soy una que a mi lugar ya no quisiera regresar". –"Esa milpa que perdió ¿es con dinero prestado o suyo?". "Prestado, gente que nos ha prestado dinero". – "¿Cómo piensan hacer ahora?". "Uh, está duro, porque con esfuerzo para hacerse de un trastecito cuesta ¿verdad? Si el gobierno nos ayudara, nos sentiríamos apoyados para pagar las jaranas en que hemos quedado".

 

Escuela de Zacatecoluca. Nos dice uno de los afectados refugiados en la escuela: "Nosotros nos salimos de la casa. Hasta la cintura daba el agua ya cuando salimos a la calle central. Nos sacaron en lancha hasta el desvío para sacarnos a San Carlos Lempa. Nos llegaba hasta por aquí abajito de la cintura. Venimos de la comunidad San Bartolo de aquí de Tecoluca, y ya ahora que fuimos las casas ya están inundadas, los animales están muertos las casas están todas arruinadas y las milpas, nos quedamos sin milpas. Todo lo había hecho con mi propio esfuerzo y todo lo perdí.

 

Otro damnificado nos dice. "Le agradezco que YSUCA haya venido a este lugar. Mi experiencia que he tenido es ver a mi pueblo colaborar. Estas personas ingresaron al lugar sólo con la ropita que andaban puesta, mojaditos. Ahora ya ustedes pueden ver que cada quien tiene al menos su tanatillo de ropa usada que han venido a dejar. Han comido gracias a la ayuda del pueblo".

 

Nicaragua

 

El cerro de El Casitas sepulta a comunidades. Rosa Alejandra Osejo Martínez, tiene 31 años, es originaria de El Porvenir. Con su cara triste, perdida en el vacío, inflamada por los golpes, casi no puede hablar. "Perdí mis tres niños", fue lo primero que relató. Ingrid Selena, de dos años; Guisella, de tres y Edelma, de cinco, son las tres niñas que la campesina Rosa Alejandra está con la fe en Dios que aún encontrará, aunque ella sabe que están muertas.

"Mi madre también la perdí", dice angustiada. Su madre, de nombre Luisa Osejo, se encontraba en el interior de la vivienda, junto a Ingrid Selena, Guisella y Edelma. Rosa Alejandra y su marido se encontraban en el patio junto a dos menores que son los únicos que lograron rescatar. Dijo que mientras era arrastrada por las corrientes únicamente sentía un ardor en su cuerpo. Su rostro estaba casi destrozado por las heridas y de sus oídos salía pus y sangre. "Nos arrastró el agua, y nosotros no supimos qué hacer. De pronto lo que oímos fue un ruido, pensamos que era un avión, pero cuando vimos era la tempestad, caía hasta la última casa de la comunidad. A como pudimos salimos, sentía un dolor en el cuerpo y sólo clamaba a Dios que me salvara a mí y a mis niños. Después no supe nada hasta que pudimos salir del lodazal". "Quedé atrapada hasta donde llegó la corriente en el Valle Las Mayorgas, estoy viva por un milagro de Dios, a quien en ese momento le pedí que me salvara, junto a mis hijos". La campesina se encuentra ahora hospitalizada en el centro asistencial de Chinandega.

Luisa Osejo corrió la misma suerte que el resto de los pobladores donde, según un censo, habitaban unas 1,500 personas.

 

Espectáculo fatídico en Posoltega. Primero se oyó un retumbo. Como si el volcán Casitas despertara de un sueño. Luego vino lo espeluznante: el cerro Casitas se derrumba sobre cinco comunidades. Los cuerpos quedaron enterrados bajo un alud de lodo.

Con el rostro casi desfigurado por las heridas que tiene en todo el cuerpo, la campesina María Ester Rocha, de 25 años, no escatima sus últimas fuerzas para permanecer de pie y ver si entre los rescatados aparecen sus dos hijos, de siete y cinco años, a quienes vio por última vez cuando el alud del volcán Casitas los arrancó de su lado.

El dolor físico por las heridas sufridas, el hambre y la soledad de tres días, no significan nada para María Ester, a quien mantiene viva sólo la esperanza de ver vivos a sus hijos. "La última vez que los miré fue cuando estaban afuera de la casa y los llamé para que se metieran, en eso escuché un retumbo, y ahí no más fui arrastrada sin saber nada de ellos", dice la joven mientras de sus ojos brotan lágrimas, que se deslizan sobre las heridas que tiene en la mejillas.

El drama era evidente en los pacientes que llegaron en estado de putrefacción, deshidratación y hambruna, producto de tres días de abandono que sufrieron atrapados por la avalancha de lodo, piedras, aguas y árboles que los arrastró a más de 15 kilómetros de distancia.

"La situación es desesperante. Hay un total desabastecimiento en el comercio local y hay familias que están haciendo un tiempo de comida, ya hay hambruna en algunas comunidades", confirmó el misionero Miguel Mairena. Este misionero ayer atravesó el lago llevando en seis lanchas un cargamento de combustible, víveres, fósforos, baterías, cloro, candelas, plástico negro y otros productos considerados en este momento de vital necesidad. La ayuda fue producto de la labor humanitaria promovida por el Centro Ecuménico "José Antonio Valdivieso", la Iglesia Metodista Unida y el Proyecto Mujer y Comunidad.

La mortandad de ganado es incalculable. El equipo de LA PRENSA constató al menos 400 bovinos flotando inertes cerca de la costa. Todavía se aprecian pequeños hatos en los lugares altos y otros atrapados en isletas formadas por las inundaciones.

 

Dramático rescate. En una operación rescate sin precedentes en la historia de Nicaragua, Rigo Beltrán Neira, el hombre que permaneció 100 horas agonizando entre dos enormes troncos de árboles, fue liberado por las brigadas de rescate del Ejército y la Cruz Roja. Rigo Beltrán Neira conmovió al mundo cuando desde su trampa mortal y por medio de su vecino Cruz Miranda lanzó un S.O.S suplicando en nombre de Dios que lo liberaran, entregando a cambio su cordón de oro puro que en ese momento colgaba húmedo y lodoso de su pecho lacerado por las ramas y piedras.

El sobreviviente del alud del Casitas dijo que después del impacto fue arrastrado por la corriente de lodo, árboles y piedras 150 metros hasta quedar aprisionado de sus dos piernas por troncos de guanacaste y guayabillo, que se convirtieron en su calvario. Durante tres noches y días de terror, Rigoberto Neira cuenta desde su cama del Hospital España que soportó el intenso frío de la montaña, el hambre y una sed terrible, que debió calmarla tomando de una charca que le quedó al alcance de sus manos.

En medio de tanta desolación y de los lamentos de sus vecinos que morían después de quejarse lastimeramente, Rigo Neira divisó una luz de esperanza y salvación al ver acercarse a su amigo Cruz Miranda, a quien le suplicó con lágrimas en sus ojos que lo rescatara de una muerte segura, porque sus dos piernas estaban inmovilizadas.

"Hermano, sálvame. Yo te voy a dar este cordón de oro que ando con un animal". Pero Cruz Miranda, que andaba desesperado buscando a sus familiares, al ver imposible el rescate solamente le dijo adiós y se perdió entre el lodo y los árboles caídos.

Sin embargo Cruz Miranda informó a unos periodistas que en El Casitas había un hombre atrapado entre dos troncos de árboles y que lanzáramos la noticia para que las brigadas de rescate se dieran cuenta y le salvaran la vida. La noticia corrió como un reguero de pólvora y el milagro se cumplió.

El lunes, en horas que aún no recuerda, Rigo Beltrán oyó los rotores de un potente helicóptero militar, y como ángeles bajados del cielo, un grupo de hombres armados de motosierras lo liberaron. Con su rostro iluminado, dio gracias a Dios cuando la aeronave alzó vuelo. La odisea más dramática del Casitas había concluido.

"Cuando yo llegué al hospital traía mis dos patitas, pero cuando desperté de la operación habían desaparecido, pero mi vida sigue adelante y hoy, con la fe puesta en Dios le pido fuerzas para seguir adelante, aunque ya no tengo a mi familia completa porque murieron en la avalancha".