Carta a las iglesias, AÑO XVIII, Nº414, 16-30 de noviembre, 1998

 

Una tradición salvadoreña y universal

 

Pudiera no haber sido así, pero así es. El 16 de noviembre, sobre todo la vigilia nocturna, se ha convertido en una tradición salvadoreña y universal. Más aún, cuando pase el tiempo y disminuyan las numerosas actividades de la UCA, quedará la vigilia: la procesión de farolitos y la eucaristía. Es lo más popular, salvadoreño e internacional de la vigilia. No ocurre frecuentemente que se junten campesinos salvadoreños, indígenas de Guatemala, estudiantes y profesores, europeos y norteamericanos… Y que estén unidos con un mismo corazón y una misma esperanza. Esto es lo que presentamos en este número, por lo cual ahora no necesitamos alargarnos.

El artículo de Paco Escobar nos cuenta la emoción de un "farolito" que estuvo en la procesión. Pudo ver bellas alfombras y alumbraba a don Chepe y a la niña Chabela venidos de lejos, y alumbraba —como los mártires— la oscuridad. Después de la misa se repartieron pan, tamales y café a todos. A las diez de la noche se desbordó la alegría: durante siete horas, hasta las 5:30, la gente cantó y bailó al ritmo de los grupos musicales de las comunidades y parroquias —los indígenas guatemaltecos ya habían presentado en la tarde un conmovedor sociodrama sobre el asesinato-martirio de Monseñor Gerardi.

Y entre la procesión y la música, la eucaristía. Como siempre, hubo ofrendas de trabajadores y estudiantes de la UCA, de los campesinos de Arcatao, y este año una ofrenda muy especial: los cuatro volúmenes del REMHI, "Recuperación de la memoria histórica. Guatemala: nunca más". Es el informe que Monseñor Gerardi entregó al pueblo guatemalteco dos días antes de ser asesinado. Y Monseñor Gerardi fue aplaudido, aquí en El Salvador, como sólo se aplaude a Monseñor Romero.

En la homilía el P. Tojeira insistió en que las víctimas son las que hoy están vivas no los verdugos. Al día siguiente el P. Adán recordó a las víctimas de entonces y a las víctimas actuales del Mitch (léase el conmovedor artículo del P. Chema Cabello, S. J.). En días anteriores el P. Cardenal y el P. Sobrino habían hablado de los mártires como fuente de esperanza: palabras increíbles pero, hasta ahora, no desmentidas sino confirmadas por la historia. Monseñor Gregorio Rosa preparó su homilía de una manera muy personal: recordó el impacto que le causó la noticia, cómo fue con Monseñor Rivera a protestar ante el presidente Cristiani, cómo ambos fueron amenazados por las emisoras gubernamentales… En fin, el horror de aquellos días (de ahí también, la importancia de las advertencias que aparecen en la Realidad Nacional). Y lo más importante, por ser dicho con el corazón, llamó mártires a Julia Elba y Celina y a los seis jesuitas. Y hubo otro gran aplauso. El coro de la UCA cantó muy bien en todas las eucaristías con emoción y devoción.

Todo esto muestra que los mártires salvadoreños han generado ya una poderosa tradición, que no decrece sino que aumenta. No se trata de "construir mitos" a base de organización y recursos, sino que se trata de dejar hablar al corazón. Números y estadísticas nunca son argumentos definitivos, pero en la misa se contabilizaron 8,471 personas —en ambas puertas de la UCA había gente dándoles la bienvenida, y contando— y hacia media noche se calculan que eran más de 10,500.

Y además de la cantidad, la calidad. Los mártires salvadoreños siguen dando que hablar, y por eso se hacen posters, canciones, libros y videos. El mismo día de la vigilia se presentó el último libro sobre ellos: "Pagando el precio", libro admirable, escrito por Teresa Whitfield. En la biblioteca del Centro Monseñor Romero hay ya casi 100 libros y 30 videos sobre los mártires salvadoreños, en español, alemán, inglés, italiano, flamenco, chino, francés y portugués.

Existe pues la tradición de los mártires. Son salvadoreños y son universales. Al final de la misa del día 16 el P. Tojeira anunció la creación de la "Fundación Romero", iniciativa de estadounidenses y salvadoreños para preparar ya las celebraciones del año que viene, que culminarán con el XX Aniversario de Monseñor Romero y las cuatro mujeres estadounidenses.

Ahora que estamos en plena campaña política podemos apreciar qué significan estas tradiciones y qué ofrecen a los salvadoreños: verdad, compromiso, sentido de la vida y esperanza. Por eso se hacen cada vez más salvadoreñas y más universales.

 

 


 

La Fuerza Armada en labores de seguridad pública

 

En esta quincena los acontecimientos más notables han sido la celebración del aniversario de los mártires de la UCA y las trágicas consecuenciass del huracán Mitch, y de ello hablamos largamente en este número de Carta a las Iglesias. En este comentario nos concentramos en las nuevas labores que está asumiendo la Fuerza Armada.

Hace varios meses cobró auge la discusión acerca de la conveniencia o inconveniencia de la salida del ejército a las calles. Se escucharon obviamente las voces de quienes estaban a favor de la medida. Desde figuras del gobierno –en primera fila se situó el Presidente Armando Calderón Sol– hasta ciudadanos comunes y corrientes, el clamor por la solución manu militari de la problemática delincuencial ganó espacio público. Si la Policía Nacional Civil era impotente para hacer frente a la criminalidad común y organizada —se decía—, el ejército tenía que salir de los cuarteles para hacerle frente al problema. Nada mejor que soldados patrullando las calles y establecidos en puestos de mando en los barrios y colonias para controlar los brotes de criminalidad.

Las voces críticas tampoco se hicieron esperar. No faltaron instituciones y personas que, aun en contra de la vox populi, llamaron la atención acerca de los peligros que podía traer la presencia del ejército en las calles. Amén de los desmanes a los que son propensos los militares –la década pasada está llena de ejemplos al respecto–, la principal preocupación tenía que ver con los riesgos asociados a la militarización de la sociedad. En cierto modo, la cordura se impuso en aquel momento, pues a lo más que se llegó fue a los patrullajes rurales de tropas del ejército bajo el mando de la Policía Nacional Civil. Con la medida se hacía frente a dos problemas: con la ayuda de la Fuerza Armada en los patrullajes rurales, se ampliaba la cobertura policial en el territorio nacional, pero se ponían controles operativos y de disciplina para evitar que esa ayuda se desvirtuara.

La solución —por lo demás adecuada, dados los antecedentes del accionar del ejército en las zonas rurales, las limitaciones de la policía para cubrir extensas áreas en el campo y el auge delincuencial— no fue del agrado de diversos sectores sociales y políticos, los cuales clamaban por la presencia de efectivos militares tanto en las zonas rurales como urbanas. En la presidencia de la república la decisión de llevar al ejército a las zonas urbanas seguía en pie, aunque resguardada con bastante prudencia, pues el fracaso de la primera iniciativa todavía seguía fresco. Se trataba, eso sí, de estar atentos a la primera oportunidad que se presentara. Y ésta llegó con la tormenta tropical "Mitch".

En efecto, el desastre ocasionado por el fenómeno climatológico permitió al Presidente Armando Calderón Sol declarar un "estado de emergencia nacional", e inmediatamente, pese a que la situación de emergencia se vivía en las zonas rurales y en la costa, comenzaron los patrullajes en las ciudades del país. Lo que llevó en el pasado a un interminable debate ahora se resolvió sin mayor discusión. Amparado en la situación de emergencia, el Presidente Calderón Sol se salió con la suya, y ordenó la salida del ejército a las zonas urbanas. En San Salvador, donde el impacto del "Mitch" fue mínimo, ahora se ven, como en los peores años de la guerra civil, a grupos de soldados, sin compañía de agentes de la Policía Nacional Civil, apostados en las esquinas o patrullando por calles y avenidas. Al fin se cumplió el sueño de quienes creen que no hay más institución que la Fuerza Armada para resolver los problemas nacionales. Ahora que el ejército está en las calles, piensan los amantes de la medidas de fuerza, todos podremos vivir en paz y tranquilidad.

El peligro de la militarización de la sociedad vuelve a aparecer, esta vez como una posibilidad real. El peligro de que los militares se vuelvan a creer los "salvadores" del país acecha a lo conseguido hasta ahora en materia de democratización política y de respeto a los derechos humanos. No hay que cruzarse de brazos ante la salida del ejército a las calles. Hay que impedir que los militares vuelvan a ocupar el espacio civil y político que ocuparon por la fuerza en el pasado reciente. El Presidente Calderón Sol debe sentir la presión de todos los sectores comprometidos con la democratización del país para hacer que los militares abandonen los lugares en los cuales su presencia no es imprescindible. El rechazo a la presencia del ejército en las ciudades y en el campo –una vez que la Policía Nacional Civil alcance mayor capacidad de despliegue– debe ser tajante y sin compromiso alguno. Aquí sí, se trata de un asunto de principios: la militarización de la sociedad es absolutamente contraria a la democracia y pocas serán siempre las precauciones que se tomen para prevenirla. La experiencia africana y latinoamericana demuestra que de los militares lo mejor es desconfiar siempre y en todo lugar.

Por otra parte, más allá de las posiciones de principio, están las consideraciones prácticas; aquellas que tienen que ver con la preparación del ejército para el combate de la criminalidad. Para ponerlo con un ejemplo: ante un asalto bancario con toma de rehenes ante el cual los soldados tengan que responder, ¿qué harán? ¿Van a negociar con los asaltantes? ¿Van a esperar refuerzos policiales? ¿O van a arremeter con sus fusiles y granadas contra los delincuentes?

Las interrogantes no son gratuitas; tampoco lo es la preocupación que está tras ellas. Los agentes de la policía son entrenados para el combate eficaz del crimen en el marco del respeto a los derechos humanos, los soldados no; éstos son entrenados para el combate armado frontal y aniquilador del "enemigo". De aquí que –al margen de los desmanes que puedan cometer por su propia cuenta– sea un riesgo para los ciudadanos el que efectivos militares se encarguen de la seguridad pública. Ante atracos, secuestros, accidentes de tránsito u homicidios queda la duda acerca de cómo se van a comportar los soldados y cómo van a responder los jueces a las acciones militares. Esa duda se suma a la incertidumbre que ya se vive ante el auge de la criminalidad.

El Presidente Calderón Sol y sus asesores debieron haber pensado con seriedad el tema de la salida del ejército a las ciudades. Quizás su decisión obedezca a una sincera preocupación por la seguridad ciudadana, pero ello no resta importancia a los peligros que pueden derivarse de una medida de esa naturaleza. Es urgente, entonces, que tomen las decisiones encaminadas a dar marcha atrás antes que se den situaciones irremediables.

 

 

La Fuerza Armada en el Informe de la Comisión de la Verdad

 

"La vasta mayoría de abusos estudiados por la Comisión [de la Verdad] fueron cometidos por miembros de la Fuerza Armada o por grupos aliados a ella. Para promover la urgente necesidad de profesionalizar a los militares, recomienda ponerlos bajo control civil e inculcarles el respeto a los derechos humanos. Con este propósito la Comisión hace las siguientes recomendaciones: 1) Remover inmediatamente a todo oficial implicado en violaciones de derechos humanos u otras violaciones graves. 2) Tomar medidas para el control civil de las promociones militares, el presupuesto militar y todos los servicios de inteligencia. 3) Establecer una nueva forma, legalmente respaldada, que permita al personal militar rehusar el llevar a cabo una orden que pueda resultar en un crimen o en una violación de los derechos humanos. 4) Tomar medidas que corten todo vínculo entre los militares y los grupos armados privados o paramilitares. 5) Promover el profundo estudio de los derechos humanos en la Escuela Militar e impartir cursos para oficiales sobre dichos derechos humanos".

 

La Comisión de la Verdad para El Salvador, De la locura a la esperanza. La guerra de 12 años en El Salvador. (Resumen del Informe de la Comisión de la Verdad para El Salvador). 1992-1993, pp. 11-12.

 


 

Farolito que alumbras apenas...

 

Francisco Andrés Escobar

  

"Les pedimos, a todas las personas que nos van a compañar en la procesión, reunirse en la entrada de la biblioteca. Allí les van a dar su farolito, para que lo lleven en el recorrido".

 

* * *

 

Sigo estando con los pobres. Antes alumbré sus calles, sus casas, y sus cuartos. "Prendé el farol niña. No te vayás a destrompar en esa oscurana". Alumbré sus amores… y hasta tuve una canción. Después anduve en sus posadas de diciembre, en sus rezos de mayo y junio". Dejá de arrimarle el farol en el pelo a tu hermana, cipota ¿No ves que la vas a chamuscar?". Y ahora…

 

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"Atención: se le pide a don Felipe Hernández que vaya a donde se está organizando la procesión. Allí lo espera su familia. También se le pide a…".

 

* * *

 

Pasaron muchos años antes de que me volviera a sentir importante. Cuando vinieron el gas, la luz eléctrica y todas las modernidades que herrumbraron los hábitos y los gozos de antes, me fueron depositando en los recuerdos y en las bodegas y baúles de las cosas antañonas e inútiles. Pero hoy…

 

* * *

 

"¡Oritita vamos llegando. Venimos de allá por Chalate. Yo le digo que si no hubiera sido por la gran fregada que nos pegó el tal Mitch, esta plaza no sería testigo… Fíjese que de allá del campo, con todo lo que ha pasado, ha venido su buen puño de gente. Ya se puede figurar lo que hubiera sido sin tanta inundación. Porque allá, a sigún se dice, se fue todo: gente, milpas, frijolares, vacas… Con que hasta los chuchos… Mire: si quiere nos sentamos allá, debajo de aquella lona…".

 

* * *

 

Alumbro también lo que hay bajo aquella lona, y bajo muchas otras: mesas y bancas para que la gente se siente a comer; ventas de pupusas, de casamiento. "A dos colones la ración, mi amor. ¿Le doy?", de chuco, de tamales. "No, fíjese: sólo de gallina y de cuche trajimos... pues sí como se perdieron tantas milpas con los grandes aguaceros", de empanadas, de artesanías. "Estas son semillas de copinol, pintadas a mano…". "¿Esa hamaca…? Lo último sería en setenticinco pesos. Es que es hilo del bueno, mire…". La noche está enviruelada de luceros. Algún meteoro fugaz triza la frescura en lo alto…

 

* * *

 

Vayan avanzando en dos filas… en dos filas… Vamos a salir a la calle, vamos a rodear la universidad, y vamos a entrar por la entrada de Jardines, allá donde están las alfombras...

 

* * *

 

Voy con ellos. Hecho uno y muchos. El lucerío culebrea pispileante. ¡Hay tantos rostros humildes! Mujeres pobres, hombres pobres, y niños, y niñas, de hombres y mujeres pobres. Y un montón de gente que parece estudiada, y un montón de gente que no parece de aquí… A veces, una culebrina de luz pone en segundo término mi lumbre: es la diástole fugaz de alguna cámara fotográfica. Recupero mi prestancia, y sigo con todos…

 

* * *

 

"Pueblo que camina por el mundo, gritando ven Señor… Pueblo que busca en esta vida su gran liberación..." Cantan por ellos, y quizás con ellos…

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"Compadre Julio, por el amor de Dios. ¿Y qué se había hecho?". "¡Ah buen, si es usté, comadre Leonor...! De trabajar vengo. Y yo creí que no iba a llegar a tiempo…". "¿Y que por aquí vive, no?". "Sí, allí por La Cuchilla que le dicen… por la calle que pasa frente la Basílica… ¡ Ah, yo dije: hoy, esto no me lo pierdo… En otros años no he podido venir, pues sí… por estar en el carguash, que le dicen… porque allí se trabaja hasta el sábado a estas horas… Pero yo ya vengo armado con mi farol y todo, mire".

 

* * *

 

Yo también alumbraba el rancho de don Julio. Y alumbré la cobachita de láminas que vino a armar aquí, cuando se vino de allá, del monte. Entonces, empezaba la guerra. Aprendió a lavar carros; su mujer se puso a echar tortillas, y los tres cipotes se le hicieron grandes aquí. El nudo central de la violencia lo encontró entre los nervios de la ciudad. El oyó sobre aquello. El lo supo: porque todos los diarios publicaron las fotos de los cuerpos tendidos boca abajo, cuando los mataron. Y estuvo ese domingo, entre el gentío que acudió a sepultarlos.

* * *

 

"Pues mire qué casualidad… Si no es así, no se le vuelve a ver a usted, compadre. ¿Y mi comadre Luz, y los cipotes…? Aquí viene Felipe. ¿Y dónde te habías metido, vos? Mirá quien andá aquí: el compadre Julio…".

 

* * *

 

Alumbro sus pasos y los pasos de todos. La procesión se enrosca en hemiciclo por la calle, rodea los recintos, y entra luego por la zona de las alfombras. Doy mi mejor luz para que se vean las figuras de aserrín explayadas sobre el pavimento. Luego… las cercanías del "jardín de las rosas", con su memorial de piedra y su cadena circundante…, el museíto, con las letras, la ropa y la sangre de ellos… Los cantos ondean en el aire, y se topan, arriba, con otro meteoro que se desdibuja en chispas. La brisa mueve las velas y mi vela, y hace que la sombraluz titile sobre los rostros que avanzan en hileras extendidas. De los trebes y los poyetones ascienden humos espesos". ¡A saber si vamos a caber todos. Mire gentío…!". "Si quiere hacemos el ánimo de irnos a sentar allá adelante como podamos!".

* * *

 

He entrado con ellos, y sigo entrando con todos a la explanada de baldosas… El lugar está colmado. La cruz procesional y los celebrantes avanzan con sus albas clarísimas y sus estolas rojas. La misa ha empezado… "Dichoso el hombre que trabaja por la paz… Será llamado hijo de Dios…".

 

Volveré a alumbrar otra vez el año siguiente. Ahora debo apagarme, como toda luz que tiene su momento. Es que, en la tierra como en el cielo... "Todas las cosas tienen su tiempo. Todo lo que vive bajo el sol… tiene su hora".

 


  

Jesús de Nazaret tenía razón: "Si éstos callan, las piedras hablarán". Quisieron callar a Monseñor Romero —"estaba manipulado", decían. Pero su luz brilla ahora en Westminster, en el corazón de Londres, y en el corazón de todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Quisieron callar a las mujeres, los ancianos y los niños del Mozote —"no conocemos ningún incidente", dijeron entonces portavoces militares. Pero hoy, en Morazán, reza la leyenda: "Ellos no han muerto. Están con nosotros, con ustedes, y con la humanidad entera". Quisieron callar a las víctimas del apartheid en Sudáfrica. Pero el obispo Desmond Tutu acaba de presentar el Informe sobre la Verdad y la Reconciliación. Ahora quieren callar a Monseñor Gerardi —bajo la farsa de una investigación—, pero tampoco lo logran. Aquí entre nosotros, hoy hace nueve años, quisieron callar para siempre a Julia Elba y Celina, a Juan Ramón y a Amando, a Segundo y al Padre Lolo, y a los dos Ignacios: Ellacuría y Martin-Baró, pero su palabra sigue viva.

Esto es lo que muestra nuestra presencia en esta eucaristía. Con humildad y con agradecimiento, sin prepotencia ni ánimo de venganza, proclamamos que siguen vivos. Que su verdad y su compasión nos siguen animando. Que ofrecemos el perdón a sus verdugos y pedimos a Dios por su conversión. Que nos comprometemos con las víctimas de este mundo, con las del huracán Mitch y con los mil trescientos millones de seres humanos que tienen que vivir con menos de un dólar al día.

Ahora, al comenzar esta eucaristía, recordamos que también a Jesús quisieron callarlo. Dice el libro de los Hechos que "prohibieron a los apóstoles predicar en su nombre". Pero no lo lograron. Seguimos hablando de él. Le pedimos perdón por nuestras debilidades y cobardías. Y le pedimos la gracia de mantenernos firmes en la verdad y en la solidaridad con las víctimas de este mundo.

Jon Sobrino

 


 

Aniversario del martirio de los jesuitas

Homilía de Mons. Gregorio Rosa Chávez, 16 de noviembre

 

Han pasado nueve años desde el día en que nuestros hermanos jesuitas, junto con sus dos empleadas, murieron asesinados. Permítanme compartir algunos pensamientos que esta fecha trae a mi corazón.

Hoy hemos comenzado a leer, en la liturgia, el libro del Apocalipsis, que fue escrito, como sabemos, para confortar a los cristianos que atravesaban un momento de terrible persecución. En este libro santo encontramos unas palabras que vienen espontáneamente a mi memoria al evocar hoy a los Padres y a las dos mujeres que murieron esa madrugada: "Uno de los ancianos tomó la palabra y me dijo: ‘Esos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?’. Yo le respondí: ‘Señor mío, tú lo sabrás’. Me respondió: ‘Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del cordero’" (7, 14s).

Nos volvemos a hacer la pregunta, a nueve años de distancia, y se agolpan los recuerdos. Cada uno tiene su propia experiencia de cómo vivió el momento dramático en que escuchó la increíble noticia. Yo la recibí mientras desayunaba con Monseñor Rivera en la residencia arzobispal. La lista con los nombres de los muertos se iba desgranando en la voz entrecortada del mensajero. Luego nos levantamos y nos pusimos la sotana para venir al lugar de la masacre. Sólo traíamos una estola y el ritual. Una foto que recoge el instante del encuentro con la escena patética dio la vuelta al mundo: donde ahora florecen unos rosales yacían entonces los cuerpos destrozados de los Padres.

El Padre Tojeira nos explicó brevemente lo sucedido. Luego llamé por teléfono al Presidente Cristiani para pedir que nos recibiera urgentemente. En la reunión, Monseñor Rivera presentó formalmente la protesta de la Iglesia por lo sucedido. Protestó también por la cadena radial que destilaba tanto veneno contra todo aquel o aquella que eran considerados opositores al régimen. En la lista estaban los hermanos que ahora recordamos. El diálogo fue tenso. Pasamos luego por la nunciatura, donde encontramos comprensión y profunda sintonía de sentimientos. Al volver a la casa, tratamos de comer algo. Luego, mientras descansábamos un poco, escuchamos exactamente estas palabras, vomitadas por un altoparlante: "Ellacuría y Martín Baró ya cayeron; sigamos matando comunistas".

Eso fue lo que sucedió aquí. En el cielo la escena del Apocalipsis volvió a revivir. Y a la pregunta de quiénes son y de dónde vienen esos ocho cuerpos masacrados, la respuesta tuvo que ser la misma: "Estos son los que vienen de la gran tribulación". Era la tribulación de la guerra, con todo su cortejo de violencia ciega y abominable. Era la tribulación de todo un pueblo cuyos derechos eran conculcados masivamente.

Estas son algunas de las víctimas de una cadena radial que envenenó las mentes de quienes después empuñaron los fusiles, como dijo en esa ocasión Monseñor Rivera. Por una especial delicadeza de la providencia, también Monseñor Rivera, cuya actitud valiente y firme recuerda con gratitud la Compañía de Jesús, partió en este mismo mes de noviembre, cinco años más tarde.

En esta Eucaristía recordamos a los mártires y nos comprometemos de nuevo con sus ideales. Sentimos que la gran tribulación aún no ha pasado, porque El Salvador firmó la paz pero no tiene la vivencia cotidiana de la paz. A las tribulaciones de las estructuras injustas que siguen aplastando a las mayorías empobrecidas se une la causada por los embates de la naturaleza.

Que nuestra presencia aquí sea no sólo para hacer memoria, sino también para continuar la profecía. El Apocalipsis habla de un cielo nuevo y una tierra nueva en la que brille la justicia. Esa tarea no ha terminado.

  


 

Mártires de la UCA

Homilía del P. Adán Cuadra, S.J.,16 de noviembre 

 

Comienzo agradeciendo al Señor por estar juntos de nuevo en este aniversario, igual que en los ocho años anteriores, para traer a la memoria el atroz asesinato de nuestros seis compañeros jesuitas y de Elba y Celina. Un asesinato que tocó lo más hondo de nuestra humanidad y de nuestra fe, y que por su irracionalidad e ignominia, pero sobre todo por su significado, hoy celebramos y profesamos como sacramento de luz y de esperanza. De la manera más palpable en ese asesinato colectivo se resumió de golpe una historia entera de torturas, persecución y crímenes, originados en el corazón mismo de instituciones de este país y de poderosos que todavía en estos días se pasean por El Salvador como personas honorables, amparadas en la fragilidad e incluso impunidad del sistema y en la seguridad que les permiten sus grandes capitales.

A nuestros compañeros jesuitas, a Elba y Celina y a todos los mártires de El Salvador, como escuchamos en la primera lectura, Dios los probó y los halló dignos de él. Los probó, como se prueba el oro en el horno donde se funde el metal, y los aceptó como víctimas consumidas por el fuego. En el día de su visita, ellos brillarán y saltarán como chispas en un pajar encendido. Por ello y no por casualidad ni mucho menos por privilegio alguno, profesamos en este día nuestra devoción y nuestra gratitud a todos los mártires salvadoreños y latinoamericanos, que tanta vida siguen dando a nuestra fe y a nuestra esperanza cristianas.

Así como celebramos este día, año con año, la anticipada fiesta del triunfo final de los bienaventurados, que, por su compromiso pleno por una sociedad más compartida, son en el presente garantía para todos los sufridos de la tierra, así hoy celebramos esta eucaristía haciéndonos cercanos y solidarios con el dolor de miles de víctimas y damnificados del huracán Mitch, que en las últimas semanas ha venido a agudizar en extremo la ya damnificada vida de las mayorías centroamericanas. Este dolor tan agudo de poblaciones enteras reclama la presencia solidaria de cada uno de nosotros, que nos reunimos a celebrar en este campus la memoria de los mártires salvadoreños. Por ello, sería incoherente de nuestra parte, si no convirtiéramos esta fiesta de los Mártires en un inequívoco compromiso, concreto y preciso, personal y corporativo, y desde todos los campos posibles de servicio, con los centroamericanos que hoy claman a gritos la presencia solidaria de todos, especialmente de quienes han decidido tomar el camino de los bienaventurados, porque tienen hambre y sed de justicia y porque creen en la misericordia.

Movidos por nuestro deseo de mantenernos fieles a la Buena Nueva de Jesucristo y a nuestro carisma jesuítico del servicio de la fe y promoción de la justicia, y ante las desgracias que tan agudamente padecen hoy gran parte de nuestros pueblos centroamericanos, queremos hoy renovar y fortalecer nuestra opción de comprometernos con las mayorías pobres, retomando lo mejor de la herencia dejada por los mártires salvadoreños en la búsqueda de propuestas de sociedades más justas, de consuelo y cercanía a las víctimas directas de la exclusión estructural y de denuncia profética que desenmascare la gran mentira que los poderosos venden a todo el mundo como si fuera la única verdad salvadora.

Estos tiempos difíciles que vive Centro América, de mayor empobrecimiento y de falta de propuestas claras de cambio, son caldo de cultivo para el abatimiento, la desesperanza, el individualismo y el ensimismamiento. No en vano prolifera, incluso en esferas que en sus mejores momentos se identificaron con las transformaciones sociales, una tendencia que, en lugar de abrirnos hacia la búsqueda de los sufridos, en donde está la presencia viva del Señor Jesús, nos sumerge en interiorismos, búsqueda de intereses y satisfacciones personales, pérdida de valores y de creatividad, que al final de cuentas nos deja más abatidos e insolidarios. En estos tiempos tan frágiles la memoria de los mártires de la UCA debe resguardarnos de esas mentalidades y formas de proceder que, en lugar de comunicar vida y esperanza a las mayorías indefensas y hambrientas, privilegian nostalgias que contribuyen sin remedio a cerrarnos ante lo nuevo, a petrificar la vida y la palabra de los mártires y a actuar en contra del espíritu de ellos.

Celebrar la memoria de los Mártires compromete nuestras personas y nuestras instituciones con lo mejor de sus ideales y pensamientos; pero eso sí, con el espíritu audaz de saber interpretar sus vidas y palabras a la luz de las nuevas circunstancias históricas. La nostalgia sólo alimenta de muy diversas maneras los anacronismos que nos dicen que toda y sólo la lucha pasada fue mejor. La memoria de las mártires ha de impulsarnos a romper la lógica de esa nostalgia para situarnos en su seguimiento actualizado. Y el seguimiento nos sitúa comprometidamente de cara al presente y nos empuja creativamente hacia el futuro. La credibilidad de apostolados, plataformas y personas ha de venir, a Dios gracias, por la fidelidad, el compromiso y el saber interpretar las necesidades y aspiraciones actuales de los sectores mayoritariamente empobrecidos de nuestra sociedad salvadoreña y centroamericana.

Centro América no puede seguir con los mismos dinamismos y con las mismas injusticias de siempre. Necesitamos construir nuevos países. No hay duda que la fuerza de este último huracán fue tremenda, quizás la mayor de los huracanes del siglo. Pero a la fuerza de la naturaleza se le une la fragilidad en que viven y sobreviven cotidianamente amplios grupos poblacionales. Cada vez las desgracias son mayores, y siempre terminamos más empobrecidos y en más lamentos. Cada vez que suceden desastres naturales se ponen las voluntades para aliviar las desgracias de los damnificados, pero no existe voluntad para tocar a fondo el problema estructural de modelos que obligan a que viviendas, cultivos, empleos, educación y la vida entera de las mayorías estén sometidas en gran medida a planificaciones que sólo buscan responder a intereses de grupos minoritarios.

Son largas decenas de años en esta situación, sin que se pongan en marcha procesos reales de estabilización y protección para toda la sociedad. Al contrario, siguen creciendo las poblaciones en los barrancos, sigue el proceso de deterioro del medio ambiente, continúan incrementándose los problemas de corrupción y violencia que afectan el bienestar y la seguridad ciudadana, continúan las políticas privatizadoras y excluyentes en el marco de un modelo neoliberal que enriquece a unos pocos y empobrece a las grandes mayorías. Seguimos viviendo en una Centroamérica pensada desde los intereses de las grandes transnacionales y de reducidos grupos oligárquicos que hacen uso de los recursos de nuestros países a su antojo, así como también de unos pocos políticos que se afanan en capitalizar a favor de su partido cualquier dolor y clamor de la gente.

La tragedia de estos días ha venido a quitar de golpe el velo que cubre la realidad del país y de Centroamérica, y a demandar de una vez por todas la urgencia de hacer cambios profundos, en donde toda la gente de la sociedad cuente y donde se respete la dignidad y los derechos humanos de todos; donde los que sufren y lloran sean realmente consolados, sean saciados los que tienen hambre y sed de justicia y reconocidos los que trabajan por la paz. Los que ahora son niños y los que están naciendo merecen vivir en una Centroamérica que se cuida toda ella a sí misma, en donde toda su gente sea responsable de los bosques y los ríos, de sus suelos y de sus productos, en donde sus programas económicos se planifiquen en función del trabajo y de la vida para todos sus sectores. Una Centroamérica en donde los débiles, niños y ancianos, reciban las mayores atenciones y sean su población privilegiada; en donde los niños y niñas vayan a la escuela, todos por igual, sin el riesgo de ser sometidos a trabajos impropios y abusos de parte de los mayores; en donde todos seamos educados en el trabajo digno y compartido, y todos por igual gocemos del fruto de lo que todos trabajemos.

En definitiva, necesitamos pasar de una Centroamérica de damnificados permanentes a una Centroamérica con una suerte y justicia compartidas por todos y para todos. Con las mismas oportunidades para compartir las alegrías y con iguales condiciones para asumir juntos los mismos riesgos. He ahí el lugar desde donde se han de definir nuestras nuevas tareas; desde esa lucha por una Centroamérica nueva estaremos anunciando las bienaventuranzas para las muchedumbres inundadas por las desgracias. Sólo en la medida que asumamos con ilusión y radicalidad este desafío, estaremos actualizando el compromiso por el que dieron la vida nuestros Mártires salvadoreños y latinoamericanos, y sólo así nos podremos mantener en estos difíciles tiempos, fieles a Jesucristo y a su Evangelio.

 

 


 

La actualidad de lo mártires

 

Rodolfo Cardenal

A veces todo parece tan nuevo en El Salvador que incluso la memoria de los mártires es percibida como una rémora, cuando no como una impertinencia. Los mártires, como la guerra y las víctimas, pertenecerían ya al pasado y no tendrían lugar en una realidad donde todo sería nuevo. Pero la tormenta tropical "Mitch" ha puesto al descubierto cuánto de antiguo y cuán poco de nuevo hay en El Salvador de fin de siglo.

La imprevisión, la improvisación, la vulnerabilidad de la población rural, la fragilidad de la infraestructura, la profundidad de la depredación ecológica, la no rendición de cuentas, la atribución a la naturaleza o a Dios de aquello que es, en gran medida, responsabilidad humana, son algunos de los males que la devastación del huracán ha puesto al descubierto.

Dicho de otra manera, la estabilización financiera, la apertura al mercado internacional y la toma de distancia del autoritarismo militar no son suficientes como para convertir a El Salvador en un país nuevo. La razón es bastante sencilla. Se hacen cosas nuevas, sin duda, pero en la misma línea con las del pasado, con lo cual éste es reproducido sin posibilidad para que la novedad auténtica irrumpa.

La novedad no viene dada por el neoliberalismo, tal como ha quedado demostrado por la crisis financiera actual, la cual ha obligado a que los promotores más acérrimos de esta ideología tengan que reconocer públicamente que se equivocaron y les ha obligado a comprometerse a formular nuevas políticas desde una perspectiva más social y humana. Tampoco proviene de la democracia y mucho menos cuando ésta se entiende como mercado. La democracia se encuentra en pañales, muy lejos de la concretización de sus principios. En El Salvador no pasa de ser una decisión para alejarse de las formas autoritarias. En realidad, hoy hay más pobreza que antes de la guerra, la violencia es más cruel y sangrienta, el afán por competir está destruyendo lo que queda de las relaciones sociales y el ansia por consumir ha dado paso al vacío interior y no pocas veces al sinsentido.

Ante la falta de respuesta humana y cristiana del materialismo neoliberal hay que buscar una utopía universalizable históricamente. En cuanto utopía, implica un nuevo comienzo; en cuanto universalizable, no excluye a nadie; y en cuanto histórica, su aproximación debe ser verificable. Este nuevo comienzo no significa rechazar todo lo pasado –lo cual no es posible, ni deseable–, pero es algo más que hacer cosas nuevas, en la misma línea que las anteriores. Dado que lo antiguo no es aceptable, la novedad de la utopía conlleva una ruptura desde la cual todas las cosas se hacen nuevas.

La novedad real viene dada por la perspectiva de las mayorías empobrecidas y por la lucha para que éstas tengan vida y la tengan en abundancia. La experiencia histórica de la muerte –por hambre, miseria, enfermedad, violencia y ahora también por fenómenos naturales– muestra la exigencia y el valor insustituible de la vida material como don primario y fundamental, sobre el cual han de radicarse todos los demás valores. Estos deben ser un desarrollo de ese don primario de la vida. Una vida que debe explayarse y plenificarse como autorrealización personal, pero también social. No es evidente en qué consiste esa plenitud de la vida y menos aún cómo deba lograrse, pero es evidente en qué no consiste y cómo no se llega a ella. Y esto no tanto por deducciones lógicas, a partir de principios universales, sino por constatación histórica, a partir de la experiencia de las mayorías.

Esta necesidad de hacer todas las cosas nuevas desde la opción por las mayorías empobrecidas otorga una actualidad singular a la vida de los mártires de la UCA y del pueblo salvadoreño. Esa necesidad no es arbitraria ni discrecional, porque es la realidad despojada de esas mayorías la que la exige. La vida utópica y profética de los mártires ilumina, en sí misma, el horizonte en el cual debemos movernos los sobrevivientes para superar los límites y males que nos afligen. En la actualidad, sin embargo, ni la utopía ni la profecía son bien vistas, por la renuencia a reconocer la existencia de obstáculos para la liberación de las mayorías populares. Ahora bien, sin ellas no es posible encontrar el camino hacia la plenitud humana y cristiana.

La utopía está desprestigiada porque se le considera irrealizable, lo cual es cierto, pero insuficiente y parcial. Ciertamente, la utopía es irrealizable de manera total e inmediata, pero, a través de un proceso de aproximación permanente, se puede ir concretizando. Ahora bien, la utopía no puede avanzar hacia su concreción sin la ayuda del profetismo. Otra actividad que tampoco es bien vista, sobre todo por aquellos que consideran que, aun con algunos problemas, el resultado final es sumamente positivo. Por lo tanto, el profetismo sería una denuncia sin sentido. Para quienes piensan así, el profetismo sería superfluo. Pero el profetismo es indispensable para contrastar la utopía con la realidad histórica concreta. Sin un profetismo intenso y auténtico no se puede llegar, ni teórica ni mucho menos prácticamente, a la concreción de la utopía. El profetismo que se inicia a partir de este contraste está en condiciones de prenunciar el futuro e ir hacia él. Superando los límites y males del presente, se va dibujando, a modo de superación, el futuro deseado, cada vez más acorde con las exigencias y los dinamismos de la plenitud humana y cristiana. A su vez, el futuro anunciado y esperado, como superación del presente, ayuda a ir superando estos límites y males.

Los mártires de la UCA, cada uno según su vocación, se esforzaron por aproximar la utopía del reino de Dios y ejercieron la profecía para denunciar aquello que impedía su aproximación, así como también para anunciar sus avances. Este compromiso con la utopía y el profetismo da razón de su asesinato y del odio de sus asesinos; pero, transcendentemente, es la consumación de sus vidas. Es por eso que, desde su martirio, iluminan la plenitud del reino de Dios y el camino hacia ella por la andadura del profetismo y la utopía. Al igual que el Siervo de Yahvé, de sus cuerpos destrozados brota esperanza y ofrecen salvación.

 

 

* * *

 

 

Valladolid, 12 de noviembre, 1998

 

Queridísimos hermanos y hermanas de Jayaque:

 

Sigo con muchísima atención leyendo y escuchando todas las noticias que puedan venir de El Salvador. Sé que siguen con muchos problemas y que la situación no acaba de estabilizarse después de una guerra tan larga. Yo creo que ustedes seguirán firmes en su trabajo, en su lucha por lograr un país libre en que todos puedan vivir y hacer una vida más bella. ¡Qué bello es su país! Yo a veces cierro los ojos para recordar toda la belleza que se me quedó impregnada en mis pupilas cuando fui allá hace ocho años.

Me figuro que sabrán que nuestros padres murieron este año. Nuestro padre, el mismo día de Navidad al mediodía, y nuestra madre justo a los dos meses, el día 26 de febrero. Como pueden figurarse yo les echo muchísimo de menos, pues además era la que más les veía, ya que vivían aquí en Valladolid, la tierra del P. Nacho. No les digo que pidan por ellos ya que creo que estarán gozando con Nacho de una vida mejor. Para los que nos quedamos es duro. ¡Qué les voy yo a decir a ustedes de muertes, cuando cada día están padeciéndolas!

En mayo de este año hicieron una fiesta muy bonita en el Colegio que lleva el nombre de mi hermano "Ignacio Martín Baró". Tienen un Colegio precioso y creo que les van a escribir para ponerse en contacto con ustedes y tener comunicación. Son muy buena gente. A Goria Jovel (Mónica), que fue la que me escribió el año pasado, que también lo haga este año contándome cosas. Díganme y mándenme todo lo que hayan hecho para el aniversario.

Un beso enorme, Alicia Martín-Baró

 

 


 

"Pagando el precio"

Nuevo libro sobre los mártires de la UCA

 

El sábado 14 de noviembre fue presentado en la UCA el libro de Teresa Whitfield "Pagando el precio. Ignacio Ellacuría y el asesinato de los jesuitas en El Salvador", publicado por UCA–Editores. El libro, muy bien documentado, expone de forma admirable la historia que vivieron, sufrieron e hicieron esos jesuitas y que les llevó al martirio. La autora, que reside en Nueva York, envió el siguiente mensaje para la ocasión.

Amigos y amigas de la UCA: lamento mucho no poder estar con ustedes para el lanzamiento de mi libro, Pagando el Precio, sobre todo en estos días en que el mundo entero vuelve a tener en la mira el sufrimiento de Centroamérica y siente el espíritu de su pueblo en su corazón.

Parece increíble que hayan pasado nueve años desde aquel día de noviembre de 1989 que tanto marcó no solamente la historia de esta universidad, sino la historia del país entero. Mientras escribía mi libro en una pequeña oficina del antiguo Centro Pastoral aprendí mucho sobre la universidad y mucho sobre el país, como base imprescindible para mi propósito, que era el de dar respuesta a dos preguntas sobre el asesinato de los padres jesuitas y sus dos colegas: ¿Por qué se les mató? y ¿Qué significado tuvieron sus muertes? En estas breves líneas, no voy a atreverme a explicarles mis respuestas. Tendrán que leer el libro. Pero sí voy a tomar unos momentos para decirles de una manera muy personal lo que siento ahora que el libro está llegando a los lectores salvadoreños.

Siento, más que nada, una enorme gratitud. Gratitud, en primer lugar, al pueblo salvadoreño por toda su riqueza. Fue solamente por la experiencia cotidiana de vivir en el país, tener contactos con toda clase de gente desde las calles de la ciudad hasta lo que fueron en aquel entonces las zonas de combate, que pude llegar a tener una mínima comprensión de la gran humanidad con que habían vivido el período de represión y guerra que representan los años 70 y 80. Una gratitud más específica merecen todas las personas que me ayudaron con la investigación y la preparación del libro. Invirtieron, a veces, horas de su tiempo en largas entrevistas; respondieron pacientemente a mis preguntas pesadas, tontas o impertinentes.

Finalmente, debo gratitud al Padre Ignacio Ellacuría, un hombre a quien nunca conocí (quizás fue ese hecho lo que me dio la audacia de escribir el libro –audacia que todavía no entiendo por completo), pero de quien me siento una alumna privilegiada. Soy privilegiada no exclusivamente porque la investigación del libro me llevó a leer una cantidad enorme de sus escritos, unos publicados y otros personales, sino porque a través de entrevistas exhaustivas con sus amigos y, a veces, enemigos, no me quedó más remedio que acercarme al hombre tan complejo que fue. Jesuita, teólogo y filósofo de la liberación, catedrático y luego rector de la universidad, actor presente, político y controversial en la realidad salvadoreña. Pero, para mí, fue sobre todo un hombre ético. Vivía con suma coherencia y notable valor su dedicación a la liberación y a la necesidad de llevar a cabo una "acción eficaz" y hacer "todo lo posible dentro del reino de lo posible" para mejorar la realidad salvadoreña, vista desde una perspectiva rigurosamente objetiva, pero libremente parcial en favor de la mayorías populares y a la luz de un horizonte utópico. Tenía, en resumen, una visión clara de la carga ética que tenemos por el simple hecho de estar vivos en un mundo injusto. Es una lección que me acompañará para siempre.

 

Muchas Gracias. Teresa

 


 

El huracán Mitch convirtió a Urraco en una laguna inmensa

 

Soy el P. Chema, sacerdote jesuita, que he vivido seis años con los urraqueños y que también me ha tocado vivir la tragedia dramática del huracán Mitch. He aquí algunas reflexiones.

 

1. Pinceladas breves de Urraco. Urraco Norte consta de una población urbana de casi 7,000 habitantes y es el centro de comunicación de 42 comunidades con una población de 34,000 habitantes. El banano y la palma africana son puntos principales de la fisonomía urraqueña. La Tela RR.Co es uno de los factores principales de su economía e historia. Los campeños llevan marcado en su carácter y cultura el sello de la transnacional. Son obreros asalariados ejerciendo el trabajo programado y exigente de la transnacional con sueldos superiores al del campesino de milpa y machete, pero también están esclavizados al trabajo mecanizado de producción y eficiencia. En las empacadoras se entra a las 7 a.m. y se sale a las 7 p.m. Junto a la Tela RR.Co. tenemos a HONDUPALMA con 32 cooperativas asociadas y también un proceso de trabajo mecanizado y eficiente.

La tercera clase social urraqueña es la típica de Urraco, conformada por los campesinos pobres de milpa y machete que han venido como emigrantes buscando tierra y trabajo. Desarraigados de su tierra y cultura, con espíritu aventurero de búsqueda y lucha por la vida llevan marcado el sello del individualismo, de la lucha por la vida a cualquier precio. Muchos de ellos sobreviven entre el cultivo poco promisorio de la milpa en terrenos bajos abandonados y el trabajo temporal en la Tela, subsistiendo casi milagrosamente. Junto a ellos tenemos a los comerciantes, los maestros, artesanos, zapateros, costureras, sastres, mecánicos empíricos y otros de cierta posición por el ganado y el cultivo de plátano.

 

2. Urraco y el río Ulúa. El río Ulúa es el factor más importante de la geografía urraqueña. Nace a 300 kilómetros en la montaña, llena la presa del Cajón y entra en el extenso valle de Sula y de Urraco. El Ulúa corre serpenteando como un enorme dragón poderoso. En tiempos de calma sus aguas se usan para el riego, ofrece pescados variados y recoge toda la basura de las comunidades aledañas. En tiempos de lluvia y de huracanes, el Ulúa ruge como dragón poderoso trayendo la destrucción y la muerte.

 

3. El comienzo del drama. Los informes recibidos sobre el huracán Mitch pusieron en tensión a toda la población urraqueña. Para ellos no es sorpresa una llena o inundación, pero son conscientes de sus efectos dramáticos, de salir de las viviendas, de perder sus muebles, ropa, gallinas, cerdos..., de vivir como los hombres de las cavernas en cualquier cerro de alrededor. Los días preliminares a la gran embestida del dragón todos acudían a diario a las márgenes del río midiendo el nivel de las aguas. Llegó el primer momento de gran dramatismo: las aguas habían ascendido desde su primer nivel cuatro metros y se hallaban a 30 centímetros de la orilla. Estas medidas se tomaban en el punto central del paso del Ulúa por el pueblo.

La amenaza era muy grave. El río en ese punto corre con dos metros de diferencia con respecto al nivel de las calles. De romper el río en ese punto, las consecuencias serían catastróficas. Sus aguas saltarían como torrentes de fuerza enorme y el dragón se tragaría prácticamente todo el pueblo. Moriría la mayor parte y sólo se salvarían algunos afortunados que tuvieran tiempo para trepar en árboles altos o en los tejados de algunas casas.

Se hizo una convocatoria general de la población y se formó el comité de emergencia. De inmediato todo el mundo se puso en acción. Fuera de los niños de pecho, todo el mundo a trabajar día y noche. En tres días se llenaron más de 1,500 sacos con balastro y arena, y fueron colocados como muro junto al río. Los cipotes y las mujeres abrían los sacos, los hombres los llenaban con sus palas y los transportaban al hombro. Fue un esfuerzo extraordinario de mucho sacrificio y solidaridad.

 

4. El agua del Huracán Mitch entra en Urraco. Las copiosas y persistentes lluvias del huracán se fueron acumulando y pronto comenzaron a invadir Urraco. Comenzó el primer éxodo. Los hombres con sus mujeres y niños recogieron todo lo que podían. Llevaban sus morralitos de ropa, alguna mesa sobre la cabeza, gallinas maniatadas, algún cerdo rebelde arrastrado con mecates y el maíz, arroz y manteca para sobrevivir. Buscaron los primeros refugios en la escuela y en las iglesias, y también eran acogidos por familias y parientes en las calles altas donde se pensaba que las aguas no llegarían.

Al caer la tarde las calles eran un torbellino de gente. Todos corrían angustiados, nerviosos, empapados de agua, buscando su refugio. Ya no teníamos ni luz ni agua. Llegó la noche y en medio de la oscuridad resplandecía el pequeño fulgor de las cocinas, que eran una plancha de hierro sobre cuatro piedras donde preparaban el arroz y los frijoles con algún plátano para la cena. Faltaban las tortillas, ya que no funcionaba el molino y no había tiempo para amasar. En los refugios todo era un revoltijo de gente comentando, gritando, lanzando quejas amargas sobre el futuro, lamentaciones de pérdidas… El resto de la noche fue una vigilia perpetua entre niños llorosos y amargas predicciones de los mayores. En los cerros los hombres asentaban cuatro palos rollizos y colocaban un nylon encima para la lluvia. Otros hacían del camión su casa, y cada cual buscaba un hueco entre las rocas para defenderse de la lluvia.

 

5. El huracán con todo su poder. Mitch resultó mucho más fuerte y violento que otros huracanes del pasado. Hasta ese día las aguas de la lluvia habían inundado la mitad de las calles de Urraco. Los refugiados se sentían seguros en las tres calles altas. Pero el huracán siguió enviando agua y pronto ocasionó un segundo éxodo. En los terrenos de la Iglesia las aguas fueron ascendiendo de nivel a los tobillos y ya llegaba hasta las rodillas. De nuevo a recoger su ropa, animalitos, maíz y a emprender una nueva salida hacia zonas más altas.

El cerro de la Comandancia, el de Canales y, sobre todo, el cerro del hospital se llenaron de gente. Bien podemos decir que vivían amontonados sin dejar un metro libre. Yo tenía la responsabilidad de asegurar la vida de 14 niños del Centro de Nutrición de la Iglesia. Los habíamos llevado a la casa de doña Dora, en la segunda calle de lo alto. Yo me encontraba en la casita que había sido de las Hermanas Laurinda y Ana. El agua me llegaba casi hasta la rodilla, pero todavía pensaba que podría dormir sin bañarme. Como no teníamos la comida del Centro, había comprado en una trucha el poco comestible que quedaba. Unos paquetes de galletas de soda y algo de queso. Lo tomé como cena, y ya oscureciendo, con la luz de la candela me disponía a acostarme.

Pronto advertí el ruido de la corriente por fuera y el rápido ascenso del nivel del agua. No había duda, de acostarme en la cama recibiría un buen baño. Recogí rápido lo que pude y emprendí la huida. Llegué a la puerta y no podía abrir. Con gran esfuerzo y preocupación logré saltar desde lo alto de la casa al suelo. El agua ya me llegaba cerca de la cintura con una corriente de gran fuerza. Me sentía en el mismo río Ulúa. Llegué al portón de la calle y al abrirlo con gran esfuerzo, sentí la fuerza de la corriente que me arrastraba. Miré instintivamente en busca de ayuda, pero yo era el náufrago solitario. El peligro nos da fuerzas superiores, luché contra la corriente y poco a poco fui ascendiendo hacia las calles más altas. Iba por la calle donde estaban albergados los niños, pero el agua aún no había llegado a la casita. Estaba por el momento fuera de peligro.

 

6. El segundo éxodo. Todos comprendimos que la inundación del Mitch era muy distinta y más poderosa que las anteriores. Otros años las aguas habían llegado hasta el parque como límite final. La Iglesia, la escuela y tres calles se habían mantenido como islotes de salvación, pero ahora era distinto. Los refugios no sirvieron y de nuevo tuvo lugar un segundo éxodo. Comenzaba la salida hacia los cerros y la zona alta del barrio Suyapa que se hallaba en la subida al hospital.

No podíamos imaginar a las familias de nuevo cargando su ropita, su maíz, sus gallinas, la plancha de la cocina, buscando un rincón en las partes altas. Varias familias, alojadas en la casa de retiro de la Iglesia, dejaron sus gallinas maniatadas en un palo en lo alto de las habitaciones, cerrando con llave para no perderlas. El ambiente de terror y angustia, y el pánico fue creciendo. Las aguas habían llegado hasta la segunda calle de la parte alta. Todas las casas asentadas aún sobre la tierra se llenaban con amigos, parientes y refugiados. ¿Hasta dónde seguiría creciendo el gran lago que se estaba formando?

 

7. El tercer éxodo. Cuando salí de mi casita me encontré en el punto de la línea del ferrocarril y me refugié bajo un zinc adicional de una casita donde se hallaban unas 25 personas del segundo éxodo. Todos esperábamos con angustia. Unos sin decisión de dónde ir. Yo, de mi parte, estaba cerca de la casita donde se hallaban los niños del Centro de Nutrición para acudir en su auxilio si las aguas seguían avanzando.

En medio del pánico y la angustia nos sentimos estremecidos cuando ya hacia las once de la noche en medio de la oscuridad y de la lluvia copiosa se oyó un primer disparo. Le siguió otro y otro, y así hasta cinco. Todo Urraco se estremeció. Era la señal del máximo peligro. A continuación se oyeron claramente por medio de los parlantes de un carro el aviso del comité de emergencia: "Atención. El río Ulúa se ha desbordado y ha roto por el norte y por el sur. Todos a los cerros. Sálvese el que pueda". Urraco se iba convirtiendo en un pequeño islote. Yo puse en marcha el carro-paila que tenía junto al refugio de los niños y emprendí la tarea de salvación. Junto con la enfermera y la cocinera llevamos a los niños al carro. Estaban dormidos. La lluvia era fuerte. No teníamos toldo y los metimos medio embutidos en la cabina. Atrás echamos dos cunas y la cocina de gas. No cabían los 14 niños adelante y pensamos que no había otro remedio que hacer dos viajes.

Puestos en marcha por la calle del barrio Suyapa emprendimos la subida al hospital que se halla en la cima de un cerro. Las calles, batidas y horadadas por la lluvia, hacían saltar al carro revolviendo a los niños apretujados entre sí, con peligro de que se ahogasen. La última subida con los niños fue en una fuerte pendiente y con una parte inundada por la lluvia. Esto me puso en una fuerte tensión. Seguía lloviendo con gran intensidad. Al fin llegamos al hospital abarrotado de refugiados y los niños fueron llevados a la última habitación que les habían reservado.

Me disponía a realizar el segundo viaje cuando noté que veía todo borroso. Pensé que mis lentes estaban empañados. Al tratar de limpiar el vidrio con el pañuelo, quedé sorprendido al encontrarme con que me faltaba el vidrio del ojo izquierdo. "No puedo conducir así", les dije. Pero no había otro chofer. Buscamos dentro del asiento y al fin encontramos el vidrio. El doctor Melgar, ayudado por el relojero, lo colocaron del mejor modo que pudieron y lo sujetaron con esparadrapo. Me dio tiempo a realizar el segundo viaje, cuando ya el frente de las aguas invadía la casa de los niños. Llegamos de nuevo al hospital y yo sentía los nervios destrozados.

El hospital se hallaba superlleno, no cabía un alfiler y todos sentían angustia y pánico en un grado extremo. Aquello era una colmena, un ir y venir agitado, gritos, llamadas a los niños, llantos, rostros lívidos. Era la colmena de la angustia. Yo bajé a pie del hospital a un punto más bajo donde me habían invitado a hospedarme junto con otros dos profesores. Me sentí privilegiado porque tuve techo y cordial acogida.

 

8. Urraco convertido en una isla: de la angustia al hambre. De todas las seis calles paralelas de Urraco, sólo una de ellas quedó fuera del agua, juntamente con la línea del ferrocarril. Era el único pedazo de tierra. De inmediato se empezó a sentir la angustia del hambre. Ya no habían truchas ni alimentos. Algunos, o muchos, ni dinero tenían para comprar. El dinero no servía. Las familias comenzaron a comer sus gallinitas, si las tenían. Otros mataron un chancho y vendieron la carne a bajo precio. La mayor parte del ganado se había perdido. Un hacendado perdió 120 cabezas de ganado. Las pocas reses que se hallaban en la isla de Urraco, eran una muestra de la situación. Nada tenían que comer, ni siquiera hojas de los árboles. Nada se les podía dar. Se veía los terneros desfallecidos, echando baba y cayendo al suelo. El espectro del hambre llegaba como otro huracán más terrible. A los dos días vimos un helicóptero sobrevolando nuestra isla, pero no aterrizó. Siguió su vuelo al no encontrar espacio libre para aterrizar. Por fin, dos días después descendió un helicóptero. El comando militar tuvo que imponer orden ante los ánimos exaltados de los que acudían por una ración de alimento. Para desconsuelo de todos sólo traían 150 bolsas de ración.

 

9. Urraco pueblo marítimo. Completamente incomunicados por tierra, nos hallábamos en la isla de Urraco, en medio de un lago inmenso. Tendríamos que cruzar más de 15 Kilómetros de agua para tomar tierra. Pronto se buscaron lanchas del pueblo. El patronato tenía una, don Adrián otra, y cuatro más privadas. Todos solicitaban las lanchas prestadas o alquiladas a cualquier precio. Unos para llegar a los bordos altos, donde el ganado moría de hambre y reconocer sus pérdidas, otros para acercarse a la casa donde habían vivido y ver si podían recuperar algo de lo que habían dejado guindado del techo, otros más dramáticamente buscando desaparecidos. Esta búsqueda fue trágica y dolorosa. Dos días navegaron hasta los tres puentes de la muerte para buscar al que, por querer izar la bicicleta de las aguas, se había ahogado. La corriente de las aguas arrastraba los cadáveres y estos podrían estar escondidos entre las ramas, palos o árboles llevados por la corriente.

Otros trataban de saber con certeza si algún pariente había muerto en otra comunidad, como Estero de Indios, donde las corrientes con fuerza habían arrasado con todo. Los sueños de espanto llegaban en la noche a la imaginación de muchos. Doña Gina, pensando en su pariente y durmiendo sobre las aguas, vio de repente un cadáver flotando que se acercaba. Dio un gran grito y lo tocó con el dedo sintiendo algo gelatinoso. Cuando alumbraron con la candela, apareció un morral de ropa en la bolsa redonda de nylon, de color negro, que había desfigurado dramáticamente la imaginación de la pobre señora.

 

10. Expediciones marítimas. Como Robinson en la isla, teníamos que sobrevivir: las truchas vacías, el maíz acabado, sin arroz, sin manteca, y el cuerpo no espera. Nos encontrábamos ante la angustia del hambre. ¿Qué hacer? La única salida era por agua, no había otro remedio. Por tierra era imposible y por aire varios helicópteros sobrevolaron. Al fin uno de ellos tomó tierra en la grama embarrada de un terreno. La gente alocada pensó que llegaba la salvación con los alimentos. Pero sólo obtuvimos 150 raciones para repartir a las 900 familias damnificadas. La tensión emocional y la angustia fue creciendo. Un grupo, por su cuenta, trataron de hacer el viaje a Progreso por la línea del ferrocarril, pero tuvieron que regresar frustrados. Ya nadie se preocupaba del comité central. Empezaba la anarquía.

Finalmente se organizó el comité de salvación por agua. Había que navegar unos 15 kilómetros hasta la comunidad "La 28" y de allí salir 12 kilómetros a la asfaltada y tomar el bus para Progreso. En la lancha de don Adrián, de fondo plano y estable, abordamos doce hombres. Marinos jóvenes con ganas de aventuras y otros planificaban el viaje. Salimos de Urraco y nos internamos por los bosques de palmera. Las aguas llegaban alto hasta el cogollo de los frutos.

Navegábamos a puro remo ya que la vara que habíamos cortado no nos ayudaba en profundidades de cuatro metros. Las hojas de palma se interponían y había que apartarlas. Estaban llenas de multitud y sobrevivientes. Arañas, insectos de todo tipo, zompopos de fuertes mandíbulas que caían sobre nosotros en tropel y nos herían sin compasión, y, sobre las aguas, culebras, víboras venenosas navegando rápidamente hacia los árboles. Entre ellas la barba amarilla de veneno rápido y mortal. Era la que más nos preocupaba. Por la carretera rural donde tantas veces habíamos caminado en bicicleta, moto o carro, viajábamos ahora remando en lancha. Todo era agua, punta de árboles, refugio de animalitos. Entre ellos una gatita afianzada sobre la horquilla de las ramas, estaba mirándonos con los ojos de súplica. Esa fue la gata que hizo historia. La citaremos más tarde.

 

11. Angustias marítimas. Nuestra primera expedición fue un éxito. Llegamos a Progreso, y después de los días de soledad de Urraco, aquello nos parecía algo insólito. Las calles repletas de gente nerviosa comprando. Había víveres, arroz, harina, manteca. Llegamos a la casa de doña Lola. Que nos puso en comunicación con Estados Unidos. La hermana Laurinda, siempre solidaria, enviaba ayuda. Esta era la tabla de salvación, ya que en los centros de distribución de alimentos no pudimos conseguir nada. Todos tenían ya sus propios refugiados. Y, por otra parte, la única vía aérea de acceso era por medio de helicópteros, y no era factible.

Invertimos el dinero en la compra de 17 quintales de víveres y nos prestaron el camión de IMAPRO para llevar la carga al "Puerto" de "La 28". Mucha gente ansiaba navegar y no había suficientes lanchas. La nuestra de Urraco había quedado esperándonos junto al gran puente de hierro. Para llegar allí la Compañía Hondupalma puso en servicio un cayuco con motor de fuera de borda. Había más de 30 personas en el "Puerto" y todos querían navegar en el cayuco, que, de acuerdo con el "Capitán", sólo daba cabida a ocho pasajeros. Después de mucho discutir y calmar nervios, subimos al "Barco" trece pasajeros con una buena carga. El cayuco de fondo curvo se balanceaba de un lado a otro y nos costó mucho equilibrar carga y pasajeros. Había gordos y flacos. Entre los pasajeros dos mujeres. Doña Marta y una joven. Tuvimos que meternos en el agua un buen trecho para encontrar la profundidad suficiente.

Iniciamos el viaje de regreso con mucha tensión nerviosa. Algunos habían repetido varias veces: "los que no puedan nadar mejor que se queden". Las dos mujeres y cuatro hombres confesaron que no sabían nadar. Yo me sentí muy nervioso, no por mí mismo porque bien puedo nadar, pero valoraba el gran peligro que corríamos. Era un viaje muy peligroso. El cayuco continuamente se inclinaba a ambos lados. Yo tenía frente a mi a doña Marta en cuyo rostro podía descifrar la angustia. Mostraba a veces un color pálido, otras violeta y sus manos crispadas sobre la barca, sintiendo que en cualquier momento podríamos volcar. En mi mente cruzaban pensamientos trágicos. Bien pueden morir cinco o seis personas. Sería una tragedia fatal. Así seguimos avanzando con los vuelcos de la lancha y del corazón. Pero finalmente respiramos profundamente. Llegamos al bordo del desembarco y doña Marta fue la primera en saltar al lado y apoyarse en la mano de los cargadores que la izaron a terreno seguro. Yo también salté, y respiré profundamente al ver que habíamos llegado sin ningún ahogado. Me olvidaba mencionar que en el viaje de regreso volvimos a ver la gatita en el árbol. Llevaba ya cinco días pero tal como viajábamos nada pudimos hacer.

 

12. Inyectando ánimo. Todo Urraco nos esperaba. Además, el helicóptero había llevado 300 raciones que se distribuyeron en dos barrios. Todavía nos faltaban muchas familias que no habían recibido la bolsita de alimentos. La ilusión de recibir la bolsita era grande, y durante el reparto la aglomeración de gente, los empujones, los gritos, los reclamos hacían perder la paciencia al Comité. La presidenta renunciaba, otros se sentían frustrados, el nivel de crítica emotiva, impulsiva, creaba un ambiente muy triste.

Hubo una nueva convocatoria, se reforzó la directiva y se logró calmar un tanto los ánimos. Poco a poco la mayor parte tomó conciencia de la situación y con los alimentos comprados se inició una nueva fase de trabajo. ¡NADA DE LLORAR, TODOS A TRABAJAR! Y con este lema 45 hombres marcharon al día siguiente al puente de Río Abajo que había sido arrollado por la corriente. Junto con el puente, perdimos el tubo madre del agua y nos encontrábamos en una grave situación. El agua contaminada hacía brotar diarreas, sobre todo en los niños. Las aguas ponzoñosas del lago que recogía toda clase de basuras de los corrales de animales, de las viviendas y letrinas inundadas, de animales muertos, de ahogados… se hallaban infectadas con toda gama de microbios virulentos. Los que dañaban más eran los de la MAZAMORRA. Casi todos caminábamos cojeando. Esa enfermedad causa una inflamación en la planta del pie y deja la piel como si fuera en carne viva a modo de úlcera. Cada paso que se da es doloroso. Afortunadamente encontramos unos tubos de pomada donde Sierra, los compramos y aplicando un poquito cada uno se alivió algo el dolor.

 

13. Entramos en la etapa de reconstrucción: "NADA DE LLORAR, TODOS A TRABAJAR". Después del primer viaje marítimo siguieron otros, logramos otras cuotas de alimentos y pudimos repartir a todos los barrios de Urraco, 900 familias con más de 5,000 habitantes de damnificados. En el último viaje de nuevo vimos al gatito en la rama del árbol. ¡Pobrecillo! Batió el récord de hambre, vigilia y martirio. Detuvimos la lancha y uno de los marinos que trepaba como un mono subió al árbol. El gato huyó a otra rama más débil. Nuestro compañero agitó la rama y por fin el gato cayó al agua. Lo recogimos y viajó con nosotros a Progreso y luego a Urraco. Estaba completamente traumatizado. Con los rayos del sol se quedaba quietecito junto a los niños de nutrición. No sabemos qué pensaría, pero su trauma y martirio fue extraordinario. También el de todos los urraqueños, hondureños y centroamericanos. Pero el ser humano se crece con los desafíos. Urraco ha emprendido con su gran espíritu la tarea de la reconstrucción.

 

Chema Cabello, S.J.

 

* * *

 

  "Es importante que nunca haya discriminación en la distribución de la ayuda, por razones de preferencias políticas o de otro tipo. Que nadie se sienta olvidado o marginado. A todos los damnificados debe llegar lo que haga falta para aliviar sus necesidades... La palabra de Dios nos enseña a servir al Señor en los más pobres, débiles e indefensos.

Otra preocupación tiene que ver con algunos de los lugares que fueron afectados por las inundaciones de los últimos días. Creemos que debe examinarse con seriedad y responsabilidad esta cuestión para que no se exponga a las personas a graves peligros por falta de previsión. Del resultado del análisis puede salir la conclusión de que algunas familias tengan que ser reubicadas en lugares más seguros. Pero no sólo eso: es urgente resolver la situación de todas las familias que viven en lugares de alto riesgo, aunque ahora no formen parte de los damnificados. Y en las zonas más afectadas, debe asegurarse el saneamiento ambiental y tomar precauciones para evitar epidemias, antes del retorno de los damnificados.

Las fuertes lluvias dejaron en evidencia dos de nuestros más graves problemas: en primer lugar pusieron al desnudo la fragilidad del sistema ecológico, tan destruido en los últimos años sin que se pongan en marcha políticas audaces para preservar "la casa de todos", el huracán "Mitch" también dejó al descubierto el drama de la extrema pobreza que condena a una muerte lenta a gran parte de la población salvadoreña. Urge asumir un compromiso ético y moral ante tan graves desafíos...

Estamos llamados a crear una sociedad digna de las personas que componen la comunidad salvadoreña. Una sociedad en la que cada compatriota encuentre las condiciones que le permitan desarrollar al máximo sus capacidades para crecer realmente como persona. En una palabra: hay que comprometerse con el desarrollo humano integral de todos los habitantes de El Salvador".

 

Conferencia Episcopal de El Salvador, 11 de noviembre, 1998

 


 

Carta abierta de Misereor a los Presidentes de las Repúblicas de

El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua

 

Algunas observaciones respecto a las tareas de reconstrucción,

tras los desvastadores efectos del Huracán Mitch

 

 

11 de Noviembre de 1998

 

A sus Excelencias

 

Dr. Armando Calderón Sol

Presidente de la República de El Salvador

 

Sr. Alvaro Arzú Irigoyen

Presidente de la República de Guatemala

 

Dr. Carlos Roberto Flores Facussé

Presidente de la República de Honduras

 

Dr. Arnoldo Alemán Lacayo

Presidente de la República de Nicaragua

 

 

Muy estimados Sres. Presidentes:

 

Como consecuencia del huracán Mitch, una tormenta tropical ha castigado sus países, dejando atrás un cuadro de desolación y miseria.

El espíritu de colaboración y compromiso de los mismos afectados pudo verse claramente en cada región, y se manifestó en una ola de solidaridad. También la comunidad internacional está llamada a colaborar resueltamente para brindar las emergencias inmediatas y contribuir a la reconstrucción.

Como obra de ayuda de los católicos alemanes, Misereor ha recibido numerosos pedidos provenientes de Honduras, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. En momentos tan difíciles para todos los centroamericanos, nos sentimos especialmente comprometidos con ellos y estamos unidos a través de una serie de proyectos directos de cooperación. Al igual que otras organizaciones eclesiales o privadas, Misereor se siente obligado a responder y no abandonar a su suerte a los afectados. En los últimos días supimos que podíamos contar con el apoyo de una gran parte del pueblo alemán.

No obstante, junto con nuestras contrapartes, nos preguntamos si fue sólo el destino, inevitable e inmerecido o las fuerzas naturales incontroladas o incontrolables, las únicas y principales responsables de la pérdida de tantas vidas y bienes materiales. ¿No es demasiado sencillo y cómodo negar toda negligencia humana y desviar toda la culpa a la naturaleza? ¿No estamos obligados a investigar las causas, efectos e interrelaciones existentes, a fin de evitar y contrarrestar catástrofes futuras en lugar de lamentarnos y quejarnos a posteriori? ¿No es esta catástrofe de nombre "Mitch" una más de una serie de numerosas catástrofes menores, que año tras año asolan estas regiones y sus habitantes y que se deben más bien a acciones humanas y desarrollos equivocados?

Las masas de agua que desbordaron torrencialmente los cauces de los ríos tenían el color café de la tierra que arrastraban. Laderas de montañas y colinas fueron ablandadas y barridas por ellas. Debido a la falta de una vegetación intacta rodaron escombros y árboles arrancados de raíz en las corrientes de agua, que adquirieron así una violencia destructora. Desde 1980 en América Central ha desaparecido la mitad de las existencias forestales. Los suelos de la totalidad de la región han perdido substancias y sufren los efectos de la erosión. Cambios climáticos, ocasionados en parte por el desmonte de los bosques, han cambiado las estaciones del año. En lugar de que alternen épocas de invierno y de verano, cada vez con más frecuencia se producen inundaciones y sequías.

¿Son culpables los campesinos y los arrendarios del desarrollo producido? ¿O se debe éste, quizás, a la extrema concentración de la propiedad en manos de unos pocos? ¿Qué alternativas existen para innumerables familias campesinas, que, marginadas en tierras pobres en zonas ecológicamente lábiles, provocan –con técnicas no adecuadas– la degradación y pérdida de los recursos naturales (agua, tierra y vegetación), mientras que las superficies fértiles son utilizadas por latifundios y algunas cooperativas, principalmente para la exportación agrícola?

¿No se debe también la vulnerabilidad de las zonas urbanas y de su infraestructura al éxodo constante de la población rural pobre y empobrecida, a quienes se les quita toda posibilidad de desarrollo? Cientos de miles de familias pobres de la ciudades grandes y medianas de la región, de Guatemala y de San Salvador, de Tegucigalpa y San Pedro Sula, han construido sus casas de madera, lata y cartón en barrancos por los cuales corren desagües y ríos o en empinadas colinas. ¿No son, casualmente, éstos los grupos más afectados por la destrucción? ¿Qué posibilidades tienen ahora estas personas de construir casas seguras, que no corran el riesgo de ser echadas abajo y barridas por cada temporal? ¿Hay esperanzas reales de que finalmente tengan acceso a propiedades legales, de que se construyan tuberías para suministro de agua y desagües y de que las empinadas colinas sean reforzadas?

En común acuerdo los Presidentes de América Central se han propuesto como objeto la reconstrucción de sus países. ¿Cuán seguro es el fundamento sobre el que se basa la reconstrucción? ¿Qué condiciones existen para que en breve no sean nuevamente destruidos los puentes, calles, casas y fuentes de alimentos, y, sobre todo, para que no cueste la vida de tantas personas? ¿Qué debe cambiar? ¿Cómo debe orientarse la ayuda solicitada para ayudar a los necesitados y víctimas más allá de la colaboración espontánea inmediata? ¿Se desea impulsar una reconstrucción sin eliminar los riesgos y la vulnerabilidad de sociedades desequilibradas y de regiones económica y ecológicamente inestables?

Con todo derecho los Presidentes de la región llaman a la comunidad internacional a colaborar en la reconstrucción. Por nuestra parte deseamos apelar a los responsables políticos a crear las condiciones para un desarrollo socialmente justo, económicamente equilibrado y ecológicamente adecuado.

Nuestro llamado hace también alusión a los mecanismos y criterios de la ayuda, a fin de que todos los necesitados tengan acceso a una ayuda eficiente sin distinción de origen étnico, clase social o compromiso político. En el pasado la ayuda ante catástrofes y situaciones de emergencia creó siempre nuevas dependencias. La ayuda, incluso la ayuda de emergencia, debería, sin embargo, fortalecer la autorresponsabilidad de cada uno y promover su independencia.

Por último, los gobiernos extranjeros y la comunidad internacional tienen una notoria influencia en los procesos de los países centroamericanos. La pesada carga de la deuda externa y la exigencia de lograr divisas han aumentado la presión sobre los recursos naturales. ¿Cómo puede asegurarse que una posible condonación de la deuda externa favorezca el desarrollo social de todos y brinde protección al medio ambiente?

Desde hace más de 10 años los gobiernos de los países industrializados y organizaciones multilaterales han procurado lograr desarrollo y estabilidad mediante la liberación de la economía, la apertura del mercado y la promoción de las exportaciones. Para nosotros es indudable, que, al menos con la catástrofe actual, el auge en la liberalización de la economía debe ser dejado de lado en las estrategias de desarrollo. La necesidad de reformas económicas sigue existiendo. Pero el aspecto social, la lucha contra la injusticia social y la pobreza reclaman nuevamente el centro de nuestra atención y deben ser el centro de nuevos conceptos y esfuerzo por el desarrollo. Misereor se comprometió en el pasado con este objetivo y continuará haciéndolo en el futuro.

La devastación provocada en los pasados días por el huracán constituyen una gran carga para toda la región. No obstante, quizás esto represente también una nueva posibilidad de alcanzar un desarrollo justo y sostenible. Para seguir este camino los responsables políticos necesitan audacia, capacidad de previsión y el apoyo de todos aquellos interesados en el bienestar general.

 

Muy atentamente

 

Dr. Josef Sayer

Secretario de la Comisión Episcopal MISEREOR

 

 

* * *

 

Países

Fallecidos

Desaparecidos

Heridos

Damnificados

Guatemala

258

120

276

108.600

Nicaragua

3.800

1.287

229

800.000

Honduras

6.600

8.052

11.762

1 339.669

El Salvador

240

-

-

84.005

TOTAL

10.898

9.459

12.267

2 386.274

 

 


 

Solidaridad desde la cárcel

Mensaje del Padre Bill Bichsel, S.J.

 

Los seis jesuitas y sus dos colaboradoras forman parte de la nube de testigos que nos hablan de la matanza del pueblo salvadoreño. En sus muertes estas ocho personas se convirtieron en la voz de un pueblo airado, cuyos clamores nunca fueron oídos…

Aquí en la cárcel estamos en el vientre de la bestia. Rezo con ustedes especialmente para que no se extingan nuestras voces. Que el Dios del éxodo continúe el trabajo de Jesús y cure nuestra sordera para escuchar los clamores de los pobres. Que cure nuestra ceguera ante la desesperación que se abate sobre los latinos aquí en nuestro país. Que sane nuestras piernas como las del paralítico de la piscina, y se suelten nuestras lenguas para que podamos caminar a la fortaleza de la bestia y unamos nuestras voces en un fuerte grito: "NUNCA MAS".

Somos compañeros de Jesús y, en prisión o fuera de ella, estamos unidos por la misma unción: "llevar la buena nueva a los pobres, proclamar la libertad a los cautivos, dar vistas a los ciegos, liberar a los afligidos y proclamar el año de gracia del Señor".

 

P. Bill Bichsel, S.J.

 

* * *

 

El Padre Bill Bichsel tiene 76 años y ha estado en prisión varias veces por protestar contra el gobierno de Estados Unidos. Una vez más fue enviado a prisión el 28 de septiembre de este año. Se niega a pagar una multa de tres mil dólares, con lo cual pierde algunos "privilegios" en su estancia en prisión, por ejemplo dormir en la parte baja de la litera y tener que subir a la parte alta, lo cual a su edad y con su artritis en las piernas le es difícil. Desde la prisión envió este mensaje de solidaridad a la vigilia de celebración en la UCA y a la vigilia de protesta ante la Escuela de las Américas.