Carta a las Iglesias, AÑO XIX, Nº417, 1-15 de enero, 1999
El 10 de diciembre de 1998 se celebró el L Aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Juan Pablo II lo ha recordado en dos textos importantes. Uno es el Mensaje anual sobre la paz, que este año está dedicado a la relación esencial entre paz y respeto a los derechos humanos. Sobre ello publicamos en este y en el siguiente número un comentario del P. Francisco Javier Ibisate. El otro documento es la carta enviada a Didier Petti Badam, presidente de la 53 Asamblea General de Las Naciones Unidas, en que analiza la triste realidad actual de los derechos humanos e incluso el mal uso que puede hacerse de la misma Declaración Universal (J. I. González Faus, en otro artículo que publicamos más adelante, analiza la hipocresía con que puede ser invocada). Y en esto queremos detenernos.
Juan Pablo II se alegra, obviamente, de los progresos que se han hecho en estos 50 años, pero constata varias cosas. La primera y fundamental es que "los derechos fundamentales proclamados, condificados y celebrados son todavía objeto de violaciones graves y continuas". El Papa recalca, pues, lo que es experiencia cotidiana: a muchísimos seres humanos no se les reconoce los derechos fundamentales a la vida, a la libertad real, la salud...
La segunda es más sutil y aun sorprendente, pero no por ello menos importante: los derechos humanos pueden ser usados "con fines egoístas", y así se corre el riesgo de "desnaturalizarlos". En otras palabras, la legislación sobre derechos humanos se puede usar de tal manera que, en la realidad, se sigan violando los derechos humanos fundamentales. Es muy frecuente, en efecto, invocar el derecho a la propiedad privada para no respetar el derecho más fundamental a la vida –como ocurre en tomas de tierra, simplemente para sobrevivir. O se pueden invocar los derechos del individuo e ignorar los de pueblos enteros. Así, se discute ahora acérrimamente los derechos que tiene (o no tiene) la persona de Bill Clinton, pero no se dedica ni la milésima parte de tiempo y recursos a analizar los derechos que tiene (o no tiene) el pueblo iraquí a no ser bombardeado, a que se le levante el bloqueo... En otras palabras, la declaración de derechos humanos puede ser mal usada, manipulada –como dice el Papa– y recordarlo es sumamente importante.
Y es que los seres humanos somos capaces de estropearlo todo, y también las cosas buenas. No hace falta más que ver lo que hacemos con la libertad y la democracia, con Dios y la religión. Lo mismo ocurre con los derechos humanos. Para encaminar mejor la práctica de los derechos humanos, y evitar graves peligros, ofrecemos algunas reflexiones que provienen de la tradición bíblico–cristiana, que son un correctivo a la tradición liberal–occidental.
1. "No hay derecho": el origen de la conciencia de que hay derechos humanos. Si se busca una fundamentación de los derechos humanos en la Biblia, puede comenzarse con el relato de la creación: los seres humanos son todos igualmente hechos a "imagen y semejanza de Dios". Sin embargo, esto, con ser importante, es una reflexión universalizadora posterior. En la Biblia, el origen real está en la historia. Cuando un pueblo es oprimido en Egipto, la reacción es "no hay derecho". Y ese mismo grito es el que surge a lo largo de la historia ante la eliminación de los indígenas latinoamericanos, o de los campesinos en El Mozote o en Alteac, Chiapas, o en Ruanda, o ante la miseria de 1,300 millones de seres humanos que tienen que vivir con un dólar al día. En derechos humanos, lo primero no es una reflexión universalizante sobre la esencia del ser humano –eso viene después–, ni un texto que los reconoce, sea éste la declaración de Naciones Unidas o la constitución de un país. Más original es el "no hay derecho". Qué harán hoy con Pinochet no se sabe todavía. Pero que sus víctimas tengan "derechos" no depende en definitiva de textos ni de argucias de legistas. Si las acciones de Pinochet generan el "no hay derecho", entonces es que se han violado los derechos humanos. Para avanzar en derechos humanos lo primero es, pues, seguir escuchando el grito de "no hay derecho".
2. La parcialidad de los derechos humanos. Es bien sabido que, aunque en la Declaración universal, todos los seres humanos tienen los mismos derechos, en la realidad no es así –y a veces la proclamada igualdad es pura hipocresía. Monseñor Romero repetía lo que había oído de un campesino: "La ley es como la serpiente. Sólo pica al que está descalzo". Y Ellacuría decía que para tener derechos humanos es mucho más importante haber nacido en Estados Unidos o Alemania que en El Salvador o en Bangladesh. "Es de hecho más importante ser ciudadano de un país poderoso y rico que ser hombre, aquello da más derechos reales y más posibilidades efectivas que esto". Los derechos humanos no son, pues, universales sino parciales. Para avanzar hay que fomentar no la universalidad, sino la parcialidad verdadera de la que habla la Biblia. La justicia del rey no consiste primordialmente en emitir un veredicto imparcial, sino en la protección que presta a los desvalidos y a los pobres. Sin ello los pobres son presa todavía mas fácil de los poderosos. La institución humana llamada justicia surgió, pues, para defender a las víctimas. Y esa parcialidad hacia el débil es lo que hará avanzar hacia la verdadera universalidad.
3. "Poder sobrevivir", el derecho fundamental. Bien está, por supuesto –y dado el pasado reciente de nuestro país hay mucho que agradecer– que se respeten los derechos civiles y políticos, la libertad de pensamiento y de expresión, que ahora se busque formular derechos a la privacidad electrónica etc., pero no hay que caer en la hipocresía. ¿Dónde queda el derecho, anterior a todos los derechos, que consiste, simplemente, en poder sobrevivir, para poder, después, pensar y hablar libremente, votar en las urnas etc.? Se han llegado a formular los "derechos económicos", pero esto no garantiza la vida. El estado capitalista en que vivimos, aun en el caso de que respete los derechos humanos, no elimina la injusticia del proceso económico, sino que, única y exclusivamente, trata de corregir de alguna manera los efectos de la desigualdad. En palabras sencillas, ¿quién garantiza hoy el derecho a sobrevivir? No hay que minusvalorar los logros conseguidos desde 1948. Pero si no se arregla la miseria, la muerte lenta por causa de la pobreza en qué viven dos tercios de la humanidad, ¿no será mejor utilizar otra palabra que la de "derecho" para no caer en ambigüedad clamorosa y en hipocresía? Recordemos las palabras de Monseñor Romero: "Es preciso defender lo mínimo que es el máximo don de Dios: la vida".
4. Los derechos de los pueblos. En la Biblia, dada su antropología comunitaria de "pueblo de Dios" y su fe en "un Dios del pueblo", los derechos humanos son ante todo derechos del pueblo. Es un avance, ciertamente, proclamar los derechos del individuo. Pero ello conlleva un grave peligro: ignorar flagrantes y masivas violaciones de los derechos de los pueblos. Mal está, por supuesto, que un intelectual no goce en Cuba libertad de expresión –y en este caso se habla de "violación a los derechos humanos". Pero cuando grandes mayorías en el tercer mundo carecen de vivienda, salud, educación, cuando de 30 a 40 millones de personas mueren anualmente de hambre o de enfermedades relacionadas con el hambre, cuando etnias enteras quedan sin acceso a decir su palabra, entonces habrá críticas y lamentos (sinceros o hipócritas, según los casos), pero ni siquiera se usa el lenguaje de derechos humanos. Esto muestra que algo muy importante no funciona todavía en la teoría, y menos en la práctica, de los derechos humanos. Y así no puede ser.
En conclusión. Es importante recordar los 50 años de la Declaración universal de Derechos Humanos, celebrarla y agradecerla. Pero hay que recordar dos cosas. La primera es que las violaciones a la Declaración son muy numerosas y muy graves. La segunda es que hay que reformular los derechos humanos desde abajo, desde la opción por el pobre, desde los pueblos, desde lo fundamental de la vida. En esto puede ayudar mucho la visión bíblica del derecho y la justicia –y la teología de la liberación.
En el año 1998 se fraguaron graves y preocupantes dinamismos económicos, políticos y sociales, los cuales han sembrado serias dudas acerca del rumbo actual del proceso democrático. En materia económica, el deterioro del agro continuó indetenible, sin que las instancias estatales dieran señales de hacerse cargo de un problema que amenaza la viabilidad socio–económica del país. La tormenta tropical "Mitch" puso de manifiesto, dramáticamente, la vulnerabilidad de la población rural, cuyo espacio vital ha sido destruido por prácticas depredatorias del más diverso signo. En 1998 no se hizo nada para recuperar al sector agrícola. No se entendió –o no quiso entenderse– que la viabilidad de El Salvador es imposible sin un agro con bases sólidas en los planos financiero y medioambiental.
Economía. La apuesta económica continuó por la vía del fomento de la terciarización, específicamente por la expansión del sector financiero. A los intereses de este sector no ha sido ajena la privatización de la energía eléctrica, las telecomunicaciones y las pensiones de retiro, rubros que se han convertido en espacio de disputa para grupos financieros nacionales e internacionales que no han vacilado en utilizar las más diversas artimañas para sacar el mejor provecho. La administración de Armando Calderón Sol ha apoyado incondicionalmente a los grupos financieros más fuertes del país –especialmente a los se aglutinan en torno al Banco Cuscatlán–, de modo que saquen las mayores ventajas en la competencia por hacerse de aquellas empresas públicas más rentables. Incluso, este compromiso con determinados grupos económicos ha dado lugar a que se caracterice la relación entre ambos como una relación de tipo "mercantilista".
Como consecuencia de lo anterior, el país no ha podido superar sus más agudos desequilibrios estructurales, sino que más bien los ha profundizado. La pobreza rural y urbana, el desempleo, la marginación socio–cultural y la insatisfacción de las necesidades básicas de la mayor parte de la población han aumentado. El deterioro galopante del sector agropecuario y el impacto de los procesos de privatización no sólo han agravado los viejos problemas estructurales del país, sino que han añadido nuevos obstáculos para que los mismos puedan ser resueltos.
Política. La clase política no pudo revertir el descrédito que la viene acompañando desde hace años. Las resistencias a democratizarse y renovarse, la incompetencia, las pugnas de poder... Todo ello contribuyó a la deslegitimación de los partidos y sus líderes, haciéndolos poco creíbles ante la sociedad. Un año más, la clase política puso de manifiesto su incapacidad para hacer de intermediaria entre las demandas de la sociedad y las instancias estatales responsables de darles respuesta. Al ser 1998 un año preelectoral, las disputas de poder ocuparon las energías de las cúpulas partidarias, cuyos miembros más ambiciosos no titubearon en usar cuantos medios estuvieran a su favor para derrotar a sus rivales políticos. Así, en la mayor parte de partidos, se impusieron no las figuras más capaces, sino las que hicieron las jugadas más audaces. Al cierre del año, cuando ya casi todas las candidaturas estaban definidas, no pudo dejar de llamar la atención la pobreza política de El Salvador. El espectro de candidatos de entre los cuales se elegirá al Presidente de la República no ofrece alternativas que en verdad puedan generar confianza acerca del futuro de la democracia en nuestro país. La misma campaña política hasta ahora se diferencia poco de las campañas políticas tradicionales, en las que lo que ha predominando es la retórica barata y las promesas vacías.
La dinámica política en 1998 ha sido, pues, preocupante. Ha transcurrido un año más sin que los partidos políticos se hayan institucionalizado y democratizado. Han seguido pesando las decisiones y los intereses de camarillas que consideran a los partidos su propiedad exclusiva. Mientras tanto, la población ha disminuido aún más los escasos niveles de confianza que tenía en el sistema político. El divorcio entre la clase política y la sociedad se ha profundizado y todo apunta a que en 1999 esta tendencia continuará acentuándose.
Sociedad. En materia social, el año 1998 vio agravarse las condiciones de vida de los sectores mayoritarios de la población. A las dificultades de sobrevivencia generadas por la pobreza en todas sus manifestaciones, se sumó la criminalidad común y organizada, la cual, como en años anteriores, trajo sufrimiento y pérdidas materiales a la población. Ante ambas situaciones, las autoridades gubernamentales no dieron muestras de tomarse en serio problemas tan graves para el país. El gobierno llegó a su último año sin cumplir el compromiso tantas veces proclamado –un compromiso anunciado en el plan de gobierno y en infinidad de discursos presidenciales– de combatir la pobreza. Calderón Sol deja a los "más pobres de los pobres" siendo los mismos pobres de siempre. El Salvador, lejos de ser un "país de propietarios", se ha convertido en un país que es propiedad de poderosas corporaciones financieras, a favor de cuyos intereses trabajó tesoneramente el gobierno. Aunque el discurso oficial –al que se han sumado algunas figuras intelectuales– ha insistido en que El Salvador está mejor que nunca, la vida cotidiana de la mayor parte de salvadoreños ha puesto de manifiesto lo lejos que se encuentra ese discurso de la realidad.
La violencia criminal, por otra parte, no ha sido combatida con suficiente determinación y eficacia. Más aún, el país atraviesa por una crisis de la seguridad pública motivada tanto por el fracaso de la Policía Nacional Civil (PNC) para hacer frente a la criminalidad –que incluso se ha incrustado en las estructuras policiales–, como por las ataduras políticas del Ministerio de Seguridad Pública, las cuales han impedido a este ministerio asumir con la debida seriedad el problema de la violencia criminal.
No hay que pasar por alto el señalamiento del fracaso de las autoridades en la preservación de la seguridad pública. En efecto, en este año, se han hecho patentes las graves limitaciones de las que adolecen instituciones cuya responsabilidad directa es la seguridad de la ciudadanía. Una de las instituciones que no puede dejar de mencionarse es la Policía Nacional Civil (PNC), la cual no ha asumido, en muchos momentos, el papel que le corresponde en la sociedad salvadoreña actual. Algunos de los males que han empañado su desempeño en 1998 son los siguientes: (a) efectivos policiales –agentes y mandos medios– vinculados al mundo del crimen; (b) complicidad con actividades criminales de diverso signo; (c) conflicto irresuelto entre los mandos superiores y los de la Academia Nacional de Seguridad Pública; (d) mala coordinación entre la jefatura policial y el Ministerio de Seguridad Pública; (e) predominio de las decisiones de carácter político sobre las de carácter estrictamente policial; y (f) negligencia y resistencia al cambio institucional por parte de un sector importante del organismo policial.
El conjunto de esos factores ha entrampado el trabajo policial, dando lugar a una sensación de fracaso en el combate contra la criminalidad. La Policía Nacional Civil no ha estado a la altura de las necesidades de seguridad pública que tiene la sociedad. Ha mostrado, en incontables oportunidades, profundas debilidades logísticas y estratégicas. Eso la ha desacreditado ante la población, que no logra ver los frutos de una inversión de seis años. El descrédito policial se hace más manifiesto cuando agentes y mandos medios aparecen vinculados a homicidios, secuestros o robos. Por las razones anteriores, en el mejor de los casos, la PNC ha terminado siendo vista como una institución que no sirve para mucho; en el peor de los casos, ha comenzado a ser vista como una amenaza. Ambas situaciones apuntan a una grave crisis.
En resumen, 1998 no ha sido un año fructífero para la instauración democrática en El Salvador. Las resistencias de la clase política a la renovación interna, los efectos sociales de un proceso de privatización fraguado en función de determinados grupos de poder, el deterioro medioambiental, la presencia de grupos criminales en el seno de la PNC... socavan los esfuerzos por construir una sociedad democrática en El Salvador. Lo más preocupante es que nada indica que en 1999 esos dinamismos van a ser erradicados. Las mismas figuras y partidos seguirán regentando la política, los mismos intereses empresariales continuarán disputándose lo que queda del país, al parecer el mismo partido controlará el ejecutivo por un quinquenio más. Hay suficientes razones para no alegrarse por el futuro de El Salvador. Un cambio sustantivo en el modo de hacer política, de asumir los retos empresariales y de orientar los esfuerzos estatales no se vislumbra en el horizonte. Quizás habrá que esperar a dos o tres generaciones nuevas de salvadoreños para que los vicios y limitaciones de las que actualmente dirigen los destinos del país pueden ser superadas. Mientras tanto, no queda más que buscar, entre lo peor, lo mejor.
P. Fco. Javier Ibisate, S.J.
Respeto a la dignidad humana
Como todos los años, el Papa ha escrito un mensaje sobre la paz. Juan Pablo II nos dice que la paz nace del respeto de los derechos humanos, mensaje que forma parte de una tradición que él hereda de sus predecesores y que a su vez él presentó desde su primera encíclica Redemptor hominis ya en 1979. El actual mensaje no es etéreo ni abstracto, sino que en él el Papa aterriza progresivamente sobre campos concretos donde, a lo largo del siglo XX, se han conculcado la mayoría de los derechos humanos. Para las personas de cierta edad éstas son historias vividas; para los de menos edad serán memorias mejor o peor transmitidas; y para todos, mayores y menores, el presente siglo está lleno de claroscuros.
Conviene recordar que Juan Pablo II es polaco de nacimiento, país crucificado entre dos depredadores, Rusia y Alemania. El ha conocido los desmanes y atrocidades cometidos por ambos imperios contra los más fundamentales derechos humanos, y el Papa lamenta que, bajo nuevas modalidades, se sigan cometiendo similares crímenes contra la humanidad. Ninguno de los regímenes político-económicos queda libre de lo que el tribunal de Nüremberg, en 1945, calificó como crímenes contra la paz, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Juan Pablo II hace un primer recorrido de nuestro siglo:
"La historia contemporánea ha puesto de relieve de manera trágica el peligro que comporta el olvido de la verdad sobre la persona humana. Están a la vista los frutos de ideologías como el marxismo, el nazismo y el fascismo, así como también los mitos de la superioridad racial, del nacionalismo y del particularismo étnico. No menos perniciosos, aunque no siempre tan vistosos, son los efectos del consumismo materialista, en el cual la exaltación del individuo y la satisfacción egocéntrica de las aspiraciones personales se convierten en el objetivo último de la vida. En esta perspectiva las repercusiones negativas sobre los demás son consideradas del todo irrelevantes" (p. 4-5).
Muchos estudios nos revelan las atrocidades y los desaparecidos, por millones, bajo el nacional-socialismo nazi y bajo los regímenes comunistas. Pero al Papa le angustia que esos crímenes se reproducen hoy día, en forma cruenta y por razones étnico-raciales y religiosas, en tantas naciones y continentes. La "tierra santa" es uno de los ejemplos. Sin embargo, la condena más explícita que hace el Papa va dirigida al capitalismo neoliberal. A este modelo Juan Pablo II le dedica más espacio y más razones. Dice que no menos perniciosos son los efectos del consumismo materialista (es decir ateo) que exalta la satisfacción egocéntrica de las aspiraciones personales como el objetivo último de la vida. Esta ideología neoliberal es causa de millones de crímenes incruentos. "En esta perspectiva, las repercusiones negativas sobre los demás son consideradas del todo irrelevantes".
El Papa hace una aplicación concreta y universal de la parábola del Buen Samaritano: el actual capitalismo pasa de largo ante la creciente pobreza, desempleo, marginación social, y quizás algunos de sus afiliados frecuentan el templo.
El derecho a la vida
Cuando Moisés recibió las tablas de la ley no se imaginó que el "no matarás" fuera a violarse de tantas maneras, masivas las unas y no tan vistosas las otras. El hedonismo materialista ha generalizado la extendida práctica del aborto, de la vida que nace, un pecado que el Papa viene condenando continuamente porque, además, también traumatiza la psicología de la mujer, hecha para gestar la vida con amor; y el aborto no es amor. También el Papa manifiesta profundas inquietudes por los descubrimientos de la ingeniería genética, que recuerdan los experimentos racistas nazi. Serían vidas que no nacen de un amor humano y responsable. Este tema requiere "una atenta reflexión ética", que transciende estas breves líneas.
El Papa desciende a ejemplos de respeto a la vida "al por mayor". "Optar por la vida comporta el rechazo de toda forma de violencia. La violencia de la pobreza y del hambre, que aflige a tantos seres humanos; la de los conflictos armados; la de la difusión criminal de las drogas y el tráfico de armas; la de los daños insensatos al ambiente natural" (p. 8). En cinco líneas de su mensaje el Papa da materia para cinco libros.
El Papa tomaría prestada una frase de Gandhi: la pobreza es la mayor violencia. El Papa leyó las estadísticas sobre la generalización de la pobreza presentadas en la cumbre mundial sobre el desarrollo social en 1995, y también estaría de acuerdo con nuestro documento "bases para un plan de nación", 1997, que pone como nudo gordiano o problema crucial a la pobreza estructural y a la marginación socio-cultural. El Papa está de acuerdo con los datos presentados ante el grupo de gobernadores del Banco Mundial por el Dr. James Wolfensohn el 6 de octubre de 1998, y quizás estaba escribiendo su mensaje cuando Wolfensohn pronunció su discurso en el Banco Mundial. He aquí sus palabras:
"Hoy, mientras hablamos de la crisis financiera, en todo el mundo 1300 millones de personas subsisten con menos de un dólar por día; 3000 millones viven con menos de dos dólares al día; 1300 millones no tienen agua potable; 3000 millones carecen de servicios de saneamiento, y 2000 millones no tienen electricidad.... Imágenes sombrías, sobrecogedoras de desesperación, impotencia y miseria"... (ECA, 1998; pp. 1004...)
Por ello Juan Pablo II eleva su voz contra un modelo materialista para el cual "las repercusiones negativas sobre los demás son consideradas del todo irrelevantes". No significa esto que el neoliberalismo haya sido el único creador de pobreza, sino que también la crea y que es insensible ante la pobreza. No se arrepiente, ni pide perdón. Incluso el Papa, al hablar del respeto al medio ambiente, dirá que las normas jurídicas no son suficientes y que el peligro de los graves daños ecológicos "exige un cambio profundo en el estilo de vida típico de la moderna sociedad de consumo, particularmente en los países más ricos". Ese modelo no sólo es insensible a la pobreza presente, sino que su estilo de vida, al agotar más recursos naturales, recrea la futura pobreza. En pocas palabras , el consumismo materialista no es un modelo físicamente posible para todos, ni tampoco es éticamente recomendable. Simplemente, no es un modelo.
(En el siguiente número analizaremos lo que dice el mensaje sobre el derecho a la paz y la globalización de la solidaridad).
José Ignacio González Faus
Hecho 1. Todos los seres humanos no nacen libres, ni iguales en dignidad y derechos, pues no están dotados de razón ni de conciencia para comportarse fraternalmente unos con otros.
Hecho 3. Todo individuo que pueda defenderse tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona. Los niños, fetos viables y tercermundistas que no pueden defenderse, carecen de esos derechos.
Hecho 4. Nadie económicamente solvente es sometido a esclavitud ni a servidumbre. Los niños, los parados y las mujeres sin otros medios caen fuera de esta consideración.
Hecho 5. Torturas y tratos crueles o degradantes son a veces muy útiles para la defensa de algunos derechos.
Hecho 7. No todos son iguales ante la ley. Pero aún lo son muchísimo menos cuando se trata de leyes internacionales.
Hecho 9. Nadie puede ser arbitrariamente detenido ni preso, salvo que sea indígena guatemalteco, campesina salvadoreña y otros semejantes.
Hecho 11. Toda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia, salvo que se trate de alguien del partido gobernante al que hay que derribar, o de un partido de oposición al que no conviene dejar subir.
Hecho 12. La vida privada y familiar de los enemigos políticos, de las estrellas de los medios de comunicación y de aquellos que son noticia por un día, es objeto de todas las injerencias arbitrarias que pueden dar triunfo político, audiencia o dinero.
Hecho 17. Toda persona solvente tiene derecho a la propiedad. Los insolventes –por definición– carecen de ese derecho pues sólo podrían adquirirlo robando.
Hecho 21.3. La manipulación del pueblo es la base de la autoridad del poder público. Esa manipulación se lleva a cabo sustituyendo los argumentos por ironías o insultos en las confrontaciones políticas, sustituyendo los programas por fiestas y promesas absurdas en las épocas preelectorales y, en países menos desarrollados, comprando el voto del pueblo cuando haga falta.
Hecho 22. Sólo un 20% de la humanidad tiene derecho a la seguridad social y a la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales indispensables a su dignidad y al libre desarrollo de su personalidad.
Hecho 23. La "tasa natural de paro" impide decir que toda persona tiene derecho al trabajo. La gran reserva de parados impide la libre elección y las condiciones equitativas de trabajo. La protección contra el desempleo desvía fondos que son más necesarios para el crecimiento económico y, por eso, es mejor decir que vuelve haraganes a los que la reciben.
Hecho 24. Dos tercios de la humanidad no tienen derecho al descanso, ni a disfrutar del tiempo libre, ni a una limitación razonable de la duración del trabajo, ni a unas vacaciones periódicas pagadas. Y mucho menos lo tienen si son niños.
Hecho 15.1. Sólo una minoría de la humanidad tiene un nivel de vida adecuado que le asegura salud, bienestar, vivienda y asistencia médica a él y a su familia.
Hecho 25.2. Más de cien millones de niños carecen de cuidados y asistencias, no ya especiales sino elementales.
Hecho 26.1. Los niños que trabajen debido a la pobreza de sus padres no tendrán educación ni instrucción elemental. La instrucción técnica y profesional no es generalizada, sino particularizada.
Hecho 26.2. La educación tiene por objeto la preparación de hombres–robot capaces de manejar las máquinas del momento, pero sin entrar en el rollo del respeto a los derechos humanos y a las libertades, ni de favorecer la comprensión entre los pueblos.
Hecho 27. No toda persona tiene posibilidad de tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, ni a gozar de las artes.
Hecho 28. Los derechos y libertades proclamados en la Declaración de 1948 no podrán ser hechos efectivos por ningún orden social o internacional cuando eso no parezca bien a los grandes poderes financieros que sostienen al mundo, o a los dos o tres países que tienen poder para manejar a las Naciones Unidas.
Hecho 30. Quienquiera que se oponga a estos hechos no puede tener derechos humanos puesto que su misma existencia es una amenaza contra el más "humano" de todos los derechos: el derecho a la riqueza desmesurada de unos pocos países y personas.
(Los números de cada párrafo remiten, como es lógico, a la Declaración de Derechos Humanos de 1948).
Don Santos Gaspar Romero estuvo en la abadía de Westminster cuando pusieron en ella una estatua de su hermano Monseñor Oscar Romero. A su regreso le hicimos una entrevista en su casa que publicamos en esta Carta a las Iglesias. Ahora, poco antes de Navidad, con su esposa dona Norma nos visitó en el Centro Monseñor Romero. Era la primera vez que lo visitaba. Se le veía contento y contagiaba simpatía. Esto es lo que nos dijo.
Don Santos. En primer lugar, bienvenido sea a este Centro Monseñor Romero. ¿Nos puede contar la impresión que ha tenido al visitar la Sala de los Mártires?
Bueno, en primer lugar yo venía únicamente por ver ese calendario con fotografías de mi hermano que me encargaron por teléfono. Unicamente por eso venía. Sabía que aquí en la UCA lo tendrían, pero nunca lo había visto. Entonces, al llegar aquí el Padre Jon Sobrino tuvo la gentileza de invitarme a visitar la sala, y entré allí. Me impactó mucho, primero ver la fotos o recuerdos queridos de mi hermano Oscar y de mi familia. No esperaba ver la foto de mi papá y mi mamá allí, y luego ver las otras cositas de Monseñor también. Son recuerdos tristes y alegres. Tristes por los sucesos, y alegres porque a pesar de los años todavía se sigue manteniendo esa memoria de Monseñor. Y yo la pregunta que le hacía a Jon Sobrino es si iba a mantener esto.
¿Y qué le parece ver a Monseñor Romero en la Sala de los Mártires con todos los otros mártires salvadoreños? ¿Qué recuerdos le trae?
Es lo que comentábamos, y después me pregunté yo si hay algún mensaje que no he podido descifrar¼ Conociéndolo yo como hermano, como él era, su modo, y de repente se hace extrovertido, como si dijéramos famoso, como se ve en la Sala. A través de todo esto me siento orgulloso a pesar de que fue un asesinado. Si él hubiera muerto de una muerte natural, hubiera pasado desapercibido, como cualquier mortal de nosotros. Pero él murió en una forma tan única, tan rara, tan intencional, que según dicen, de los mártires que pusieron allí en Inglaterra, sólo uno era arzobispo. Entonces a mí me impacta mucho y siempre tengo que agradecer a los señores jesuitas y a toda la gente que trabaja aquí en la UCA por esa labor que están llevando a cabo.
¿Recuerdos? Además de hermanos éramos amigos, y hablábamos de muchas cosas, asuntos personales. Era muy bueno, muy generoso, a los extremos. Una vez en San Miguel, para su cumpleaños le regalaron una refrigeradora llena, completamente llena de víveres, y le regalaron un jeep. "Monseñor, para que usted vaya a los cantones y para que cuando venga, allí tenga sus cosas", le dijeron -porque a veces él venía ya noche y no había qué comer. Entonces dijo: "¿Puedo disponer de todo esto?". "Sí", le dijeron. "Pues que se lo manden al asilo de ancianos". Después, él tenía una su casita allá en Ciudad Barrios que se la habían regalado, y me dijo: "Mirá, hay que ir a vender esa casita. Esa no la ocupa nadie". La fui a vender y con ese dinero pagó la planilla de Catedral. Otra vez le habían regalado unos zapatos muy finos –había gente generosa en San Miguel– y allí los tenía encima del escritorio. Y me dice: "Mirá, estos zapatos que yo tengo –los que él andaba– ¿están buenos o ya no sirven?". "Yo los veo buenos", le dije. Y le regaló al jardinero los zapatos nuevos, como 800 pesos valían. Y así cositas que no se saben y yo lo valoraba.
Y usted doña Norma, ¿qué recuerda de él?
Bueno yo recuerdo muchas cosas de Monseñor. El era tan bueno. Yo siempre le ayudaba. El me encargaba que yo le fuera a comprar cosas. "Mire, necesito que me vaya a comprar unas cosas". La última vez que me dijo él, le fui a comprar un sombrero, que ni sabía como era la cabeza de él. Le compré un sombrero, le compré una Samsonite —iba de viaje—, le compré un suéter y le compré otra ropa. El siempre me buscaba para que yo le ayudara en ese sentido. O si no, que perdía la cédula o carteras... Siempre andaba perdiendo cosas. Conmigo fue una persona maravillosa. Fue algo excepcional Monseñor Romero. El no tenía ni revés ni derecho, sino que era bueno. Así que bendito sea Dios, desde allá nos está ayudando él.
Don Santos, ¿qué cree usted que nos diría Monseñor ahorita?
Esa pregunta le iba a hacer yo al padre Sobrino. Yo me pregunto si él estuviera vivo, cómo estuviera el país. ¿Estuviera igual, peor o mejor? Porque él hasta cierto punto llegó a tener un gran peso. Todos esperaban la opinión de Monseñor para catalogarlo, para bien o para mal. Y fue una anécdota que no se la había contado. Ya los últimos días, usted vio como lo sacaban por los periódicos, por la radio y por anónimos, y también a nosotros de rebote nos llegó mucho daño. Una vez yo fui a buscarlo como a las 6 de la tarde allá en el seminario y me dijo: "¿Cómo estás?". "Mirá, le dije, me preocupan las cosas que se oyen, y lo que más me preocupa es que te vayan a secuestrar". "Mirá, me dijo, no te preocupés. El día que llegara a pasar algo, la primera persona que lo va a saber sos vos. Y ya no hablemos de eso, vamos a hablar de otra cosa".
Cuando él murió, yo estaba en mi oficina allí en ANTEL. Como a las 6 y diez estaba y me mandó a llamar el Presidente de ANTEL y me dijo "preséntese a la Policlínica porque su hermano está gravemente herido". Salí yo para allá y ya estaba muerto. Entonces me acordé que yo fui el primero de la familia. Y estuve en la vela allí en la Policlínica, y mire cómo caían llamadas de todas partes del mundo preguntando. Lo que yo si vi fue que la bala le entró por aquí y le salió¼ No, no le salió, sino que vi cuando le abrieron aquí y le cortaron un pedazo de costilla, eran varios pedazos de bala.
Desde entonces es muy conocido. Nosotros fuimos el año pasado allá a Estados Unidos para ver a un hijo que estaba allá con una beca y tiene a sus niñas en un escuela. Y me dice la niña: "casualmente que han venido, porque allí en la escuela me han pedido que hable de Monseñor Romero, y yo no sé que decirles". Y preparamos algo allí, y fue a decirlo la niña a la escuela. La aplaudieron, la hicieron repetir, y la grabaron y lo escribieron.
A Ciudad Barrios, de donde somos, llega mucha gente a conocer algo de él, a hablar con los vecinos y conocer donde el vivió. Tanto que le decía yo a Monseñor Urioste que tenía la idea de que con una colaboración vamos a poner una placa, con una lectura bonita, diciendo "aquí nació en tal fecha", porque a veces me da tristeza que anda la gente preguntando y los jovencitos ya no saben. Pues allí fue, donde hoy es la cooperativa cafetalera, un edificio allí en el mero centro del pueblo. Eso, pues, me gustaría, porque varias gentes llegan preguntando.
El nieto está estudiando en el Externado y me dijo: "Mirá que en el colegio nos han pedido datos de Monseñor, dónde nació y la fecha, etc. Le dije yo: "¿que no sabías?". "No, yo no sabía". Entonces agarré una hojita y puse varios datos, donde había nacido, etc. y se puso bien emocionado. Del Liceo, del Externado, de la Asunción, han llamado a la casa, para marzo porque les piden datos a los niños sobre Monseñor.
Don Santos, hay personas que dicen que Monseñor les ha hecho milagros. ¿Qué piensa usted?
Me imagino que usted ha oído algunos casos de milagros. A mí me han contado cosas extrañas, raras. Yo no puedo testificar. Allá en la Divina Providencia me contaba una monjita que llegó un señor con un muchacho y querían ver donde vivía Monseñor, y que cuando entraron comenzó a llorar y llorar. Entonces la monjita le preguntó si se sentía mal. "No, le dijo. Yo había prometido venir a ver a Monseñor. Cuando Monseñor hablaba, yo lo ataqué, y lo ataqué tan duramente que chocamos con mi hijo que era estudiante. Chocamos y a raíz de ese choque, el hijo se fue y no volví a saber nada de él". El creyó que el hijo se había muerto que había desaparecido y entonces dice que rezaba pidiendo noticias de su hijo. Y entonces le dijo a Monseñor: "¿Me perdonas? Dame noticias de mi hijo". Prosigue el señor: "A los días llegó una carta de mi hijo de Australia y me decía que quería venir para reconciliarse". Entonces, lo primero que hicieron al regresar fue ir al Hospitalito. Y ahora él se arrepentía y lloraba y pedía perdón públicamente. Me lo contó una monja, y como le repito no puedo confirmar.
Yo en lo personal, lo siento cerca. Mire, un día, una vez, hace tres, cuatro años, tenía un problema de esos que uno cree que no tienen solución y me levanté en la noche, me senté en la cama. Mire, patente lo vi, así, y me dijo: "valor, ánimo". Me acosté de nuevo. Al día siguiente la respuesta, el problema se arregló. Me hizo el milagro.
Antes de reflexionar sobre la tragedia del Mitch quisiera decir dos cosas que me parecen importantes. La primera es que, probablemente, no voy a decir nada nuevo. En efecto ya se ha escrito mucho y bien sobre el Mitch. Y la razón fundamental para ello es, pienso yo, que el Mitch ofrece en sí mismo una gran transparencia: su realidad y sus consecuencias son inocultables, y a nada que se lo analice también es inocultable su significado. Y es que una tragedia de esa magnitud suele convertir los corazones de piedra en corazones de carne, mueve a la compasión y a la misericordia. Y esa conversión suele llevar a otra, bien difícil, por cierto: a despertar a la verdad del mundo en que vivimos, a recibir ojos limpios para ver la verdad de las cosas. Y entonces, como dicen las bienaventuranzas, "los limpios de corazón verán a Dios", o –añadamos más modestamente– "verán la verdad de la realidad".
La segunda es que hablaremos sobre el Mitch y sus consecuencias, pero dejando en claro que la mayoría de nosotros no hemos padecido en carne propia la muerte ocasionada por el Mitch. Hablamos, pues, de vistas y de oídas; no hemos cargado con él. No quita esto que no podamos y debamos reflexionar, analizar sus causas y consecuencias, y por supuesto que no nos dejemos afectar por la exigencia e invitación a la solidaridad. Pero no hay que invertir los términos: los realmente expertos en el Mitch (así como en la deuda externa, en las atrocidades y burlas de todos los Pinochets, en los agravios de dictaduras e imperialismos) no somos, simplemente, "nosotros", sino las víctimas. Dicho esto, hagamos brevemente algunas constataciones y reflexiones.
1. El Mitch es una inmensa tragedia "real". La combinación de las fuerzas de la naturaleza y la escasez de recursos históricos (más su uso deficiente) han producido en Centroamérica unos 20.000 muertos y desaparecidos, y dos millones y medio de damnificados. Existe, pues, el sufrimiento y la muerte masiva y cruel. Con ello el Mitch no hace sino añadir sufrimiento "visible, estridente y espectacular" al sufrimiento fundamental, invisible, callado y cotidiano de los tres a cuatro mil millones de pobres y de los 1.300 millones de seres humanos que tienen que vivir con un dólar al día, lo cual para don Pedro Casaldáliga es la "macroblasfemia" de nuestro tiempo.
Esa tragedia produce varias reacciones. Una de ellas, aunque ahora no acaezca con frecuencia, es la de dirigirse a Dios, como en la antigua teodicea: "Señor, ¿por qué?". O en las palabras de Jesús, "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (y dicen los exegetas que este es el único texto donde Jesús no se dirige a Dios llamándolo Abba, Padre). Y empezamos por aquí, porque recoger el grito que el ser humano lanza a Dios, cuando aquél se encuentra indefenso ante lo doloroso, aniquilador y absurdo, me parece importante para insistir en la realidad de las cosas, tanto de nuestro mundo y de nuestra historia, como la de Dios. Si ambas realidades permanecen separadas y no referibles la una a la otra, Dios quedará en las nubes. Sin algo de teodicea, dudo mucho que tomemos a Dios en serio.
La otra reacción fundamental es protestar contra el olvido del "peso de lo real", lo cual ocurre con frecuencia. Ese olvido no ocurre ni puede ocurrir, por supuesto, en forma total, pues esa realidad "que pesa" asoma de muchas formas. Pero me parece que la actual intención de globalizar la realidad está basada –culturalmente– sobre otros presupuestos: parece ser real lo que no pesa: música, fútbol, deporte, entretenimiento y diversión... Todo el mundo sabe que las cosas no son así, que existen cosas que pensan mucho... Pero, tal como nos presentan la realidad, el Mitch y el sufrimiento humano que conlleva parecen disfuncionales. En mi opinión, aunque el remedio para la enfermedad del olvido ha sido duro, bueno es que el Mitch nos lleve a cuestionarnos sobre la realidad fundamental de este mundo: si es tal como nos lo describen e imponen los que están arriba, comenzando por Naciones Unidas, Banco Mundial, Grupo de los Siete, o si es la que asoma en una campesina hondureña huyendo de riadas, con dos niños en sus manos y cargando sobre su cabeza todo lo que tiene...
2. El Mitch es una radiografía de la "familia humana". Dicen los antropólogos que los cementerios, la ciudad de los muertos con sus panteones vistosos y nichos apenas perceptibles, reflejan la ciudad de los vivos, con sus mansiones y sus champas. Pues bien, lo mismo ocurre con las catástrofes naturales (y también con las catástrofes históricas: en Vietnam, del ejército de Estados Unidos murieron, proporcionalmente, muchos más soldados portorriqueños y negros que soldados blancos).
Lo que el Mitch ha mostrado una vez más es que los que mueren, los que sufren y los que pierden son los de siempre. Se podrá argumentar –con razón en parte– que al campesinado centroamericano por razones culturales y de tradición le cuesta construir sus casitas algo elevadas, de modo que puedan protegerse un poco de las riadas. Pero el problema es más de fondo. Ante inundaciones y terremotos las construcciones de los pobres son infinitamente más vulnerables que las de los ricos –y dígase lo mismo de las posibilidades de encontrar refugios y, sobre todo, de reconstruir lo destruido y recuperar lo perdido...
Esto, de puro evidente, es aceptado sin más. Se presenta como lo que pertenece a la naturaleza, no como producto de la historia. Al Mitch le competiría "por naturaleza" destruir las casas de los pobres y respetar las de los ricos. (Y hay que añadir que cuando los huracanes azotan el sur de Estados Unidos, aunque la destrucción sea grande siempre hay recursos a disposición de los ciudadanos estadounidenses para volver en poco tiempo a su situación anterior).
Como sabiamente han dicho nuestros mayores de la teología de la liberación, la verdad se ve mejor desde abajo y a veces sólo desde abajo, "desde el reverso de la historia", que decía Gustavo Gutiérrez, "desde el siervo sufriente", que decía Ignacio Ellacuría. Sinceramente, ante el Mitch y catástrofes similares no veo que las instituciones mundiales se hagan en serio estas reflexiones. ¿Por qué, cuando se juntan jefes de gobierno, miembros de Naciones Unidas, no se hace tema central el recurrente escándalo de que las catástrofes hunden a unos en la miseria total y a otros prácticamente no les afecta –y eso a nivel de personas y de pueblos? ¿Por qué no aprovechar estas ocasiones, aunque trágicas, para hacer las preguntas más fundamentales de nuestra actual humanidad como es "por qué unos viven y otros no"? Y si para esta pregunta no hay respuesta, si, peor aún, ni siquiera se plantea en serio, entonces, ¿qué hacemos en este mundo Iglesias, universidades, partidos políticos, gobiernos, ejércitos, Grupos de los Siete, Naciones Unidas, investigadores e inventores, artistas y deportistas...?
3. El Mitch ha generado una solidaridad desconocida, que "hace soñar". La gente de El Salvador, mayoritariamente pobre, se ha volcado a ayudar, y, aunque no somos expertos en el tema, parece cierto que la solidaridad que ha desencadenado el Mitch es generosa y desconocida, sobre todo en España. Oyendo Radio Exterior escuché que en un día se habían recogido diez millones de dólares en iniciativas personales y privadas. Escribí entonces que esas cosas "hacen soñar". El corazón humano, que tiende al distanciamiento, al egoísmo, al endurecimiento, puede volver a lo mejor suyo, a la compasión y la misericordia, al "corazón de carne" con que Dios le dotó.
Por lo que he podido captar desde El Salvador, esta irrupción de la generosidad ha sido genuinamente espontánea, y no ha estado al servicio de segundas intenciones. Por lo que yo sé, no ha surgido "en nombre de la democracia", ciertamente no en nombre del neoliberalismo y la globalización", ni siquiera –si se me entiende bien– "en nombre de la religión o del cristianismo". La compasión ha brotado de lo mejor que somos y tenemos, de la compasión y de la misericordia. Y esto me parece importante, porque es la misericordia de la que habla Jesús en la genial parábola del buen samaritano: por el mero hecho de encontrarse con una víctima, aquel samaritano la auxilió. Jesús cuenta la parábola para explicar en qué consiste el amor al prójimo, pero al contarla no dice que el samaritano actuó para cumplir un mandamiento –el mayor de ellos, junto con el amor a Dios–, sino "movido a compasión". Nada hay, pues, más allá ni más acá de la misericordia. Y desde ella describen los evangelios a Jesús: misereor super turbas, tengo compasión de estas gentes. Y desde ella describe Jesús al ser humano cabal (el buen samaritano) y al mismo Dios, al Padre celestial, que movido a misericordia abrazó al hijo pródigo cabizbajo y avergonzado.
Quisiera, pues, valorar grandemente la generosidad que se ha desencadenado estos días hacia Centroamérica. Y me gustaría pensar también –aunque no sé si es así– que esa solidaridad generosa estaba preparada, al menos inconscientemente, porque en la década de los ochenta en España se hizo muy presente la Centroamérica doliente y crucificada. Tras la generosidad actual —pensamos— está el rostro desfigurado del siervo sufriente centroamericano: el rostro de Monseñor Romero, de las religiosas norteamericanas, de Ignacio Ellacuría y los suyos, y de tantos y tantas que, aunque han quedado sin nombre, de alguna forma han quedado vivos en la conciencia colectiva de los pueblos de España.
4. Ojalá la ayuda generosa se convierta en "solidaridad sostenible". El comentario es obligado. Los seres humanos lo podemos estropear todo, aun las cosas más nobles. Como ocurre siempre, ya ha habido limitaciones en la ayuda, trampas y corrupción —no sé si mucha o poca— a altos niveles, politización de la ayuda... Pero nos queremos fijar en algunas cosas más importantes que tocan a lo esencial de la solidaridad.
La ayuda es buena y absolutamente necesaria, ciertamente en estos casos. Pero también hay que estar claros en que puede terminar convirtiéndose en una limosna magnificada, en la que se ha dado algo de lo que uno tiene, pero sólo eso y nada más. Algunos, aunque sea poco, habrán dado de lo que necesitan, pero otros habrán dado de lo que les sobra -que sí es mucho. La solidaridad, sin embargo, va más allá de la ayuda y de la limosna. Es un compromiso en el que se da de lo que uno tiene, pero, sobre todo, lo que uno es. Y, por ello, es una forma de vida.
Hace años, después de los asesinatos de la UCA, participé en San Francisco en un seminario sobre solidaridad. Y recuerdo muy bien lo que dijo una joven que trabajaba en solidaridad con El Salvador: "Solidarity? Forever". "¿Solidaridad? Para siempre". Por eso no estará de más hablar no sólo de economía y crecimiento sostenible, sino también, y con mayor prioridad, de "compasión y solidaridad sostenible", no sólo ocasional.
Además, solidaridad es dar y recibir. Ojalá que los que tienen medios y han ayudado (españoles, europeos, norteamericanos...), hayan recibido algo importante de hombres y mujeres hondureñas —que no tienen nada—, aunque no sea más que la voluntad y la esperanza de vivir. Estos pueblos pobres ofrecen al primer mundo la "austeridad" como utopía y la "comunidad" como un modo de sobrevivir y, simplemente, de vivir humanamente. Sin saberlo, ponen al mundo en aquella "civilización de la pobreza", que Ellacuría veía como única salvación para un mundo deshumanizado y deshumanizante. En este sentido lo que da el primer mundo no es más que devolver —"pagar", si se quiere— en ayuda material, ojalá también en ayuda del espíritu, lo que los pobres le ofrecen en forma de esperanza, comunidad, fe... Y no serían desdeñables "tratados comerciales" de este tipo.
Quiero recordar también, aunque es bien conocido, que ante catástrofes naturales se mueve el corazón de los humanos mucho más fácilmente que ante catástrofes históricas, quizás porque aquéllas traen menos complicaciones y conflictos que éstas. Más aún, ante catástrofes históricas, la ayuda ha sido con frecuencia criminal y en gran volumen. Es bien conocido que Estados Unidos —pero no sólo ese gobierno, sino también otros, que no querían o no podían desligarse de aquél— enviaba a un ejército criminal, el salvadoreño, un millón de dólares para la guerra, es decir, para la muerte, torturas, masacres, destrucción; también para la difamación, la calumnia, la mentira, el perjurio... Y también es verdad que otras instituciones, sobre todo no gubernamentales, enviaban ayuda para la población civil, los derechos humanos (además de ayuda militar para la guerrilla a veces). Pero volvamos al gobierno de Estados Unidos. Sea cual fuere su ayuda ahora ante el Mitch, no hay comparación con lo invertido entonces en toda el área centroamericana: ejércitos, aeropuertos, logística, entrenamiento, propaganda, Escuela de las Américas... Ojalá el Mitch —utopía— les haga recapacitar y confesar que su ayuda de entonces fue criminal (como la comunidad internacional está forzando ahora a Pinochet a reconocer sus crímenes) y les haga reflexionar sobre sus responsabilidades humanas y de gran potencial hacia los países pobres.
Por último, hay que estar en guardia de no caer, sutil o burdamente, en lo que denunciaba Jesús "se hacen llamar bienhechores". Al menos por lo que toca a Centroamérica, la ayuda debe ser dada con humildad, no con prepotencia; con arrepentimiento, no con arrogancia. No se dice esto para aguar la fiesta de la solidaridad, sino para que ésta crezca, sea más y mejor.
5. Reconstruir Centroamérica como modo de "revertir la historia". Existen ahora muchas iniciativas de la comunidad internacional para reconstruir Centroamérica. Y ojalá funcionen. El problema, que es teórico y práctico, consiste en qué se entiende por "reconstrucción". Puede entenderse, simplemente, cómo rehacer lo destruido. De esta manera volveremos a lo de antes, es decir, a lo de siempre, y seguiremos aceptando el mundo tal cual es, con toda su pobreza, su crueldad, su indignidad. Pero por reconstrucción puede comprenderse "crear algo nuevo". Aunque sea en pequeño, en Centroamérica se puede experimentar cómo hacer funcionar de manera muy distinta a la de hasta ahora a gobiernos, la banca, la empresa, ejércitos, universidades..., y también sindicatos, comunidades, movimientos populares. Puede experimentarse cómo decir la verdad de nuestro mundo y tomarla en serio. Eso sería no sólo rehacer lo dañado, sino construir una Centroamérica nueva, revertir la historia. Y ahora que estamos todavía en época navideña, eso sería la utopía cristiana; la "nueva" tierra y el "nuevo" cielo. No los de antes, aunque ahora nos ayuden a remendarlos un poco, Por esto hay que trabajar y batallar, como hemos titulado este comentario.
Y navidad nos puede ayudar en la batalla. A fin de cuentas nos dice grandes verdades, parecidas a las que ha puesto de manifiesto el Mitch. La primera gran verdad es que Jesús nació en la realidad más real, en una cueva de Belén y no junto al templo de Jerusalén. Al recordar hoy la pobreza de Belén, no se trata principalmente de fomentar una espiritualidad o una ascesis, sino de mencionar la realidad más real de nuestro mundo actual. Estamos acostumbrados a pensar que el nacimiento de Jesús en la pobre Belén expresaría la condescendencia inigualable de Dios, como si Dios hubiese hecho una formidable excepción al nacer en un pesebre para mostrar su gran amor hacia nosotros. Pero no es así. Belén no es la excepción, sino que es lo normal en nuestro planeta llamado Tierra. Navidad, como el Mitch, como la realidad de los informes anuales del PNUD, apunta a la realidad de nuestro mundo.
La segunda gran verdad es que el niño creció y en él se mostró lo realmente humano, lo que necesitamos para dar las batallas mencionadas. Dicho en breve, en Jesús lo humano apareció como honradez y verdad, anunciando a unos la buena nueva y denunciando a los que acaparan la vida para sí. Apareció lo humano como compasión, misericordia y justicia, como el buen samaritano, cuyas entrañas se remueven y le llevan a actuar para sanar a las víctimas del camino. Apareció lo humano como fidelidad hasta el final, caminando entre el gozo de que "los pequeños han entendido a Dios" y "el llanto y los gemidos ante Dios" en el huerto de los Olivos. Apareció lo humano como entrega de la vida, dando de sí y dándose a sí mismo. Por último lo humano apareció como solidaridad y fraternidad: "Jesús no se avergüenza de llamar hermanos" a los demás hombres y mujeres, como dice bellamente la Carta a los Hebreos.
Para revertir la historia contamos con Jesús y, por ello, con Navidad. Hay que luchar contra el consumismo, que en nada está interesado en nuevos cielos y nueva tierra. Hay que luchar contra el pragmatismo, que en nada aprecia lo que hay de gratuidad y de esperanza en Navidad. Pero ni el consumismo ni el pragmatismo tienen por qué tener la última palabra. La verdad, la solidaridad y la benignidad que han aparecido estos días de Mitch son una muestra, pequeña, pero real, de que es posible revertir la historia -o empezar a dar algunos pasos.
Jon Sobrino
Hemos venido a Acteal para conmemorar el primer aniversario de los 45 mártires indígenas tzotziles, asesinados hace un año el 22 de diciembre, por paramilitares vinculados con el gobierno local y el partido oficial PRI. Hemos venido a acompañar a este pueblo literalmente crucificado –45 de sus miembros, 15 por ciento de su población– quienes fueron cruelmente asesinados mientras ayunaban y oraban por la paz en la ermita de su aldea. Planificada por los grupos paramilitares, en presencia del alcalde del municipio cercano Chenalho y con la complicidad de la Seguridad Publica, la masacre comenzó a las 10 de la mañana y duró hasta las cuatro de la tarde. A balas y machetazos mataron a 18 mujeres (7 de ellas embarazadas), 7 varones, y los demás, niños y menores de edad.
Los sobrevivientes cuentan historias como ésta. "El jefe de la zona y catequista, Alonso Vásquez Gómez, se arrodilló al lado de su esposa, quien yacía muerta en el suelo, abrazando a su bebé también muerto, y le decía: '¡Levántase, mujer, levántase!’ Y al darse cuenta de que ya no vivía, se paró y extendió sus brazos al cielo exclamando: ‘Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen’. Poco después recibió dos balazos en la cabeza y cayó muerto al lado de su esposa y niño pequeño.
Fue impresionante y emocionante ver, un año después, la concentración de comunidades tzotziles alrededor del santuario donde fueron sepultados los 45 mártires en una fosa común. Según la prensa, llegaron unas 10,000 personas, mayormente indígenas. Nosotros pudimos ver que por todos lados se llenaron los cerros de una impresionante muchedumbre, mujeres, hombres, ancianos y niños tzotziles, vestidos con sus colores y trajes tradicionales, algunos enmascarados al estilo de los simpatizantes zapatistas, que venían del municipio autónomo y cercano Polho, donde viven ahora mas de 10,500 refugiados de la guerra impuesta a Chiapas.
¿Quiénes fueron los mártires de Acteal? Eran miembros de la sociedad civil Las Abejas, sociedad que se formó en 1992 para reivindicar la captura de cinco hombres por parte de las autoridades. Destacan por su compromiso pacífico, pero no pasivo, de luchar consecuentemente por la justicia y los derechos de los indígenas. Se niegan a sumarse a las filas de los priistas y los paramilitares. Ese fue su delito, y por eso fueron cruelmente asesinados. Comparten los sueños de los zapatistas y sus comunidades autónomas, pero rechazan las armas. En total hay 7,000 "abejas".
Encima del techo del santuario pusieron el altar para la misa. En la homilía, Don Samuel y Don Raúl compartieron la palabra, y llamaron a los responsables de la masacre, materiales e intelectuales, a la conversión, a la amnistía divina, mientras los retaban a que se enfrentaran con sus acciones sangrientas y sus consecuencias, y rechazaran la impunidad y la falsa amnistía. Llamaron a los fieles a la reconciliación, pero a una reconciliación basada en la justicia, con paz y dignidad. Allí, viendo sus caras indígenas, su trabajo de siglos escritos en sus caras, sus manos, sus pies descalzos, viendo sus ojos claros, a veces tristes, pero con resistencia y fe, la palabra "dignidad" recobró para mí un sentido más profundo. En sus vidas, en sus luchas y en sus mártires se revela todo el peso de la cruz que cargan, y también se revela toda la fuerza del amor para levantarse y transformar esa cruz cruel e inhumana, en resistencia, lucha, vida y resurrección. Durante la comunión, Don Samuel y Don Raúl abrazaban a cada uno de los heridos y sobrevivientes de la masacre, dándoles el pan y el vino, transformados ya en el cuerpo y la sangre de Jesús, y unidos ahora con la sangre de sus mártires.
En los tres días que compartimos con la comunidad de Acteal brotaron lágrimas de nuestros ojos y en los de los sobrevivientes ante la foto o el nombre de un hermano o hermana, papá o mamá, esposo o esposa. Acteal es una herida todavía abierta, que no puede sanar de la noche a la mañana.
Pero la última palabra no la tiene la muerte, la tristeza y el llanto, sino la vida. Esto es fácil decirlo, pero sólo la gracia de Dios y su amor por los pobres lo hace posible. Dicen los zapatistas que "la memoria colectiva es nuestro futuro". Así es, y ha sido siempre, la fe de los cristianos: "la sangre de los mártires es la semilla de nuevos cristianos". Vinimos a Acteal a acompañar a la comunidad en su tristeza. Sin embargo, somos nosotros quienes hemos recibido de su esperanza.
Scott Wright, Acteal, Chiapas,
22 de diciembre, 1998
Durante los diez últimos años, la comunidad cristiana de Sacacoyo, con el acompañamiento de Las Hijas de la Caridad y luego con religiosos Paulinos, fue adoptando un compromiso e hizo una opción preferencial por lo pobres. Debido a esta opción, aquellos que se sintieron cuestionados por el evangelio reaccionaron llamando a esta Iglesia comunista, subversiva, política y guerrillera... En 1995 expulsaron a tres seminaristas Paulinos y amenazaron y calumniaron a varios miembros de la comunidad cristiana.
Ahora, con la llegada de un nuevo párroco, la situación ha cambiado. Ya no se habla de una Iglesia subversiva y política, ya no hay una opción preferencial por los pobres. Es una Iglesia en un proceso involutivo. Y eso ha aparecido muy claro hace pocos días.
La celebración de las festividades en honor de san Simón apóstol según el santoral de la Iglesia católica es el día 29 de octubre, pero la Municipalidad de Sacacoyo le hizo los honores en el mes de diciembre los días 18, 19 y 20 de diciembre, aprovechando el movimiento económico de la época. Y ahora viene lo que queremos contar: en las fiestas hubo ofensas y agravios hacia la dignidad contra algunos miembros de esta comunidad y una gran manipulación política de las fiestas religiosas. Con gran sorpresa los católicos vieron que en el castillo de pólvora aparecía una bandera de ARENA debajo de la figura de san Simón. Y bajo la leyenda "Viva san Simón apóstol" aparecía la figura del candidato presidencial de ARENA.
Estos hechos son repudiables. No es de cristianos usar a Dios, a los santos y a la tradición católica para hacer política partidista. No podemos quedarnos callados ante el abuso y la prepotencia de quienes promueven estas cosas, en este caso el Alcalde Municipal, porque con esto le quitan al pueblo de Sacacoyo su esperanza y nos mandan un mensaje claro: ustedes no tienen voz, cállense. ¿Cómo es posible que quienes hacen estas cosas puedan llamarse cristianos?