Carta a las iglesias, AÑO XIX, Nº 428, 16-30 de junio de 1999
En otro lugar de este número de Carta a las Iglesias publicamos la conferencia de prensa de Monseñor Gregorio Rosa Chávez del domingo 20 de junio. Ahora sólo queremos hacer algunas reflexiones que nos parecen importantes.
La primera es sobre el título de este comentario. Hablamos de "Iglesia", pero esto significa prácticamente Monseñor Gregorio Rosa, pues ni de la Conferencia Episcopal ni del arzobispado, referente tradicional de la Iglesia salvadoreña, puede decirse que emane nada seriamente confrontativo con los poderes del país. Y hablamos de "desacuerdos" y no de "conflicto", pues en la Iglesia salvadoreña, y en muchas otras, desde hace varios años se ha tratado de evitar lo que antes se solía llamar el conflicto Iglesia–Estado.
Cierto es que la realidad nacional, terminada la guerra y la represión oficial, no es conflictiva en el sentido en que lo era antes. Además no todos los días surgen figuras proféticas, y por ello conflictivas. Lo fue Monseñor Romero, y no hace falta explicarlo. También lo fue Monseñor Rivera como auxiliar de Mons. Luis Chávez. Después, como arzobispo, puede decirse que, en su conjunto, fue más ético que profético, aunque alguna vez se le escapaba el profetismo, como cuando, antes de las elecciones de 1993, recordó al partido ARENA que su fundador era responsable del crimen sacrílego de Monseñor Romero. Recordemos, por último, que después del asesinato de Monseñor Romero la política vaticana ha sido la de buscar armonía, no enfrentamiento, con el gobierno, lo cual fue evidente durante la gestión del anterior nuncio.
En este contexto, la conferencia de prensa a la que aludimos, aunque no exprese "conflicto", si expresa claramente "estar en desacuerdo". Mostrar estos desacuerdos es bueno para unos y malo para otros. Pero más allá de gustos, es evidente que la realidad salvadoreña, en sí misma, sigue siendo conflictiva. Es también evidente que esa conflictividad afecta a los pobres de manera muy distinta a como afecta a los ricos y poderosos. Y entonces viene la exigencia a una Iglesia de los pobres –¿o es que ya quedó abolida esta bella expresión de Medellín?– a no mantenerse indiferente ni imparcial, lo cual es o debiera ser igualmente evidente.
¿Y qué es lo que dijo Monseñor Rosa que muestra gran desacuerdo con la visión oficial gubernamental de la realidad?. Dijo cuatro cosas fundamentales. 1) que la palabrería oficial no dice la verdad sobre el país, sino que, más allá de las comprensibles exageraciones del discurso político, es engañosa hacia el pueblo salvadoreño. 2) que el problema mayor de este país –por ser el más originante– es la extrema pobreza. 3) que para combatir la violencia el camino que se propone oficialmente es un camino equivocado: la solución policial y el endurecimiento de las leyes, siendo así que el camino debe ser el de "la seguridad humana" que comienza por combatir la extrema pobreza. 4) la sensación generalizada en la conciencia colectiva del país de que la corrupción es algo inherente a un cargo político.
Estos desacuerdos –lleven o no al conflicto– no son de poca monta. Además, a diferencia de lo que ocurría en otros tiempos en que los "desacuerdos" con el gobierno eran interpretados, falazmente, como "acuerdos" con otros grupos políticos, la situación ahora es clara: estar de acuerdo o en desacuerdo desde las mayorías populares con los estamentos que rigen el país política y económicamente.
Difícilmente hará la Iglesia una opción por los pobres sin mostrar graves desacuerdos. Y si eso la lleva al conflicto, bienvenido sea. No les fue mejor a Jesús y a los profetas. Pero no parece ser ésa la situación eclesial en la actualidad. Por ello bienvenidas sean las declaraciones de Monseñor Gregorio Rosa Chávez.
¿Qué es el honor?
Para Nicola Abbagnano, en su Diccionario de Filosofía, el honor es "toda manifestación de consideración y estima tributada a un hombre por otros hombres, como también la autoridad, el prestigio o el cargo mediante los cuales se reconoce". En consecuencia, no tener honor (o verlo menoscabado) es no recibir consideración y estima de otros hombres, o no ser reconocidos la autoridad, el prestigio o el cargo que se poseen. El honor, pues, es algo que se puede tener o no tener; es algo que se puede tener en mayor o menor medida. Con todo, no da igual ser una persona honorable que no serla; no da lo mismo ser considerados y estimados por otros que ser rechazados; no da lo mismo ser reconocidos por nuestra autoridad y prestigio que ser reconocidos por nuestra prepotencia y latrocinio. Esto, por supuesto, no debería ser indiferente a personas medianamente cuerdas y con un mínimo de dignidad y de respeto hacia sí mismas.
El honor en El Salvador
¿Para qué esta alusión al honor? Pues sencillamente para reflexionar sobre la realidad salvadoreña en esta postguerra. En nuestro país, entre otras muchas figuras públicas, de una larga lista, en la cual está incluido el nombre del ex presidente Cristiani, hay tres que han visto socavado fuertemente su honor (por no decir absolutamente disminuido) en razón de los actos turbios que han realizado en su carreras políticas: el aún no ratificado Presidente de la Corte de Cuentas de la República, Francisco Merino; el recientemente destituido Secretario General del PDC, Ronal Umaña; y el recién nombrado Director de la PNC, Mauricio Sandoval. El honor de Merino, Umaña y Sandoval ha sido puesto en cuestión por diversos sectores sociales: en el caso del primero por sospechas fundadas de enriquecimiento ilícito; en el caso del segundo, entre otras cosas, por mal manejo de los fondos del partido; y en el caso del tercero por su participación en la campaña que llevó al asesinato de los jesuitas de la UCA en noviembre de 1989.
La actitud de esas figuras públicas ejemplifica la de muchos otros que en El Salvador han hecho cosas que los han llevado a perder su honor: no defenderse de los cargos, con las pruebas pertinentes, sino o bien atacar a quienes les han perdido la confianza de ser parte de una conspiración montada en su contra o bien de hacer oídos sordos (con una muestra de desfachatez total) a las críticas públicas que se les hacen, como si la defensa y recuperación del honor perdido no fueran algo importante. Es como si a Merino, Umaña y Sandoval –y a todos los que son como ellos— no les importara ser personas dignas, estimadas y consideradas por los demás, con una autoridad y un prestigio reconocidos públicamente. Más bien parece que quieren ser reconocidos como expertos en triquiñuelas, negocios truculentos y conspiraciones bien montadas. Es decir, como personas nada honorables, que son admiradas por —y se ven rodeadas de— individuos de igual talante.
El honor tiene que ser reivindicado
Definitivamente, el honor, en el sentido que aquí se viene planteando, tiene que ser reivindicado en la vida pública salvadoreña. Y ello quiere decir no sólo que las figuras públicas tienen que ser honorables –no haciendo cosas sucias ni bajas–, sino que los salvadoreños no debemos alentar comportamientos o actitudes sucias y bajas. Funcionarios o líderes políticos cuyo honor ha sido socavado en razón de sus propias acciones lo mejor que podrían hacer por el país es retirarse de la vida pública, como primer paso para recuperar el honor perdido o, al menos, para no seguir mancillándolo más. Por supuesto, que ellos esgrimirán, para no retirarse, cualquiera de estas dos excusas: a) que no se retiran porque si lo hacen darían gusto a los "enemigos" que han fraguado la campaña de desprestigio en su contra; y b) que su presencia en tal o cual cargo público y, o político es tan importante para la marcha del país que, por el "bien nacional", están dispuestos a soportar cualquier injuria y a continuar activos en la vida pública.
Sobre lo primero hay que decir que se trata de una postura necia, pues se sustenta en la idea de que un cargo público o político se mantiene sólo por molestar a unos presuntos enemigos, mientras que lo contrario sería darles gusto. Pues bien, la defensa del honor va más allá de eso y consiste en aportar pruebas concluyentes sobre la propia honestidad y transparencia. Lo demás es pura artimaña para no rendir cuentas de la propia conducta, pues a una persona honorable lo que menos debiera importarle es retener un cargo por llevarle la contraria a sus detractores. Sobre lo segundo, es bueno hacerles ver a quienes se consideran imprescindibles en sus cargos públicos o políticos que no hay idea más errada que esa: no hay cargo que necesite de genios o pequeños dioses –como se creen algunos– para poder ser desempeñados con solvencia. Pero, si por cualquier motivo esas figuras fueran insustituibles, las instituciones del país tendrían que acostumbrarse a funcionar sin ellas, pues mal estaríamos si dependemos de genios o pequeños dioses para organizar nuestra vida política.
Obviamente, muchos de quienes se aferran a los cargos usan el argumento del "bien nacional" como una mera argucia para ocultar los intereses mezquinos que los mueven. Y es que, en definitiva, esos cargos son para ellos fuente de enriquecimiento fácil y oportunidad para comprar lealtades; espacio para manejar y controlar a otros, para hacer y recibir favores a cambio de poder. Es por eso que no pueden renunciar a cargos y atribuciones. Hacerlo, sin embargo, es cuestión de honor.
¿Hacia la recesión económica?
La tendencia económica más comentada por el sector empresarial durante las últimas semanas ha sido la reducción del crecimiento económico y de la tasas de inflación. Mientras los miembros del comité económico del gobierno se apresuran a señalar que éstas son señales de la sanidad de la economía, miembros de la empresa privada sugieren que en la actualidad existen evidencias de que la economía podría conducirse hacia la recesión y la deflación de precios.
Ante estas interpretaciones diametralmente opuestas, surgen importantes interrogantes sobre la verdadera situación de la economía, pero resulta claro que su desempeño ya no es tan solvente como lo era, por ejemplo, hace cuatro años. El menor crecimiento de la producción, la ampliación del déficit comercial y el incremento del déficit fiscal son algunas de las dinámicas más preocupantes, pero también lo es el hecho de que hasta el sector financiero –anteriormente el sector más dinámico– esté experimentando problemas con la recuperación de sus créditos y la reducción de sus ganancias. El comportamiento de los precios y de la producción debería convertirse, para algunos, en señal de alerta para el gobierno.
En lo que se refiere concretamente al crecimiento económico, tanto el gobierno como la empresa privada coinciden en señalar que la producción se encuentra en una fase de lento crecimiento, notable especialmente en la reducción de las tasas de crecimiento anual que se experimentan desde 1995. Más aún, las gremiales empresariales insisten en que el crecimiento económico es cada vez menor, al grado que en la actualidad muchas empresas se encuentran en mora con el sistema financiero, por lo cual éste ha experimentado reducciones de sus ganancias y, en la mayoría de casos, los bancos se han visto obligados a incrementar su capital para hacer frente al incremento de los créditos vencidos.
Los empresarios, pues, tienen su propia interpretación de las medidas que debería implementar el gobierno, entre las que destacan la reducción de las tasas de interés, la eliminación del sesgo antiexportador de la economía y la protección contra la competencia desleal del exterior. Hasta ahora, el nuevo gobierno no ha ofrecido una respuesta concreta a las expectativas de los empresarios, pero sí ha anunciado que próximamente dará a conocer el contenido de su estrategia económica y ha mostrado disposición de reunirse con gremiales de la empresa privada para discutir posibles medidas emergentes.
Por lo demás, los principales problemas de las empresas no radican en que la inflación sea cero o en que la producción esté creciendo menos que antes, sino más bien en que no han podido reconvertirse para hacer frente a la apertura externa y, o porque las inversiones privadas se han dirigido sin ningún control hacia actividades terciarias que casi no generan valor agregado. No sólo el gobierno es culpable de su situación actual, pero sí se requiere de su intervención para reorientar a las empresas y a la economía. Diferentes señales económicas sugieren que no se está haciendo lo necesario para cimentar bases endógenas para el crecimiento económico y para la satisfacción de las necesidades básicas de la población. Esto en realidad no es un problema nuevo, pues se evidenció casi desde la primera mitad de la década de 1990 con la terciarización de la economía. Sin embargo, el hecho de que hasta el sector financiero, uno de los más prósperos en la última década, esté experimentado reducciones en sus utilidades muestra que el modelo económico está mostrando ya sus límites y requiere de una redefinición.
La coyuntura económica actual de menor crecimiento y estabilización de precios no es el único elemento que debería guiar esta redefinición, pues desde el principio las políticas de ARENA arrojaron como resultado la marginación de los sectores agropecuario e industrial, con lo cual se redujeron las posibilidades de incrementar las exportaciones, generar empleo productivo y volver autosostenible la economía. Por ello, el objetivo principal de un plan de desarrollo debería ser estimular la inversión, la competitividad, el crecimiento y el empleo en actividades productivas con capacidad de generar exportaciones competitivas.
Conferencia de prensa del 20 de junio de 1999
Hay una condición previa para hablar sobre el país y es que haya un acuerdo de cómo lo vemos. Viendo toda la propaganda de los últimos días del régimen del ex-presidente Calderón Sol, yo decía: "y este país ¿dónde existe este país que nos están pintando?". Oyendo al presidente electo, ahora ya presidente en funciones, sentí que él tiene una idea diferente del país. Y si logramos compartir una idea de país en áreas claves, como la seguridad pública, podemos entonces trabajar juntos por construir este país que todos soñamos.
Yo creo que hay como dos errores básicos en el enfoque de la seguridad: el más grave es que no se habla de seguridad humana, un concepto nuevo que implica básicamente lo siguiente: que las personas tengan lo necesario para vivir. Esto como que se olvida. ¿De qué nos sirve tener más policías, si la gente está muriéndose de hambre y viviendo en condiciones infrahumanas? La gente clama por seguridad. Es lo que ve más inmediato. Yo creo que, si el Gobierno toma en serio esto, va ha darse cuenta de que hay que tomar decisiones críticas en puntos como los siguientes.
Primero, apoyar a la familia. Miremos como están las familias: esas pobres madres solas que salen muy temprano de sus casas, dejando a los niños abandonados, buscando un pedazo de pan. Eso no es tolerable. Pero es el cuadro de todos los días ¿Cómo puede una familia así ser educadora? ¿Cómo puede comunicar valores? ¿Cómo puede comunicar paz, fidelidad, alegría, optimismo, esperanza?
Segundo, es parte de la seguridad humana combatir la extrema pobreza. Hay una campaña mundial por la Deuda Externa, que dice: "Sí a la vida, no a la deuda". En el caso salvadoreño, la postura oficial del gobierno anterior era de que no necesitamos que nos perdonen la deuda externa porque éramos buenos pagadores. Y por lo tanto teníamos acceso a créditos nuevos. El Papa no piensa así. El Papa piensa que ese dinero ya está pagado por los más pobres. Y piensa que ese dinero debe volver a los países pobres para invertirlo en el desarrollo de las personas. Y por eso mismo hay como una condición básica en este planteamiento de la Iglesia: que ese dinero sirva para que la gente viva mejor. Eso supone condiciones: la primera, es la que dije, que con ese dinero se combata la extrema pobreza. Segundo que se combata la corrupción. De nada sirve que el dinero regrese si no llega a la gente que lo necesita. Y tercero que se invierta en lo que se llama políticas sociales.
Creo que es un planteamiento muy sólido, muy consistente. En esa línea entra ya la educación. La educación es la clave para el futuro, pero entendida no como transmisión de conocimientos, ni como aprender un oficio, o ser un buen técnico; sino entendida como una vivencia y comunicación de valores. Aquí entra la cultura de los derechos humanos, aquí entra la cultura de paz, aquí entra la educación para la democracia. Y en esto estamos bastante en pañales.
Por tanto, yo estoy muy escéptico ante un enfoque de la seguridad pública centrada en la presencia policial, y no me parece bien que se hable de la colaboración ciudadana, cuando esos ciudadanos no son tomados en cuenta en sus necesidades básicas.
Yo quisiera volver a lo anterior, que no ataquemos efectos sino que combatamos causas. Que nos preguntemos ¿Qué pasa en el país que firmó la paz y no vive en paz? ¿Qué sucede en un país que firmó la paz pero no está reconciliado? ¿Qué sucede en un país que firmó la paz pero no tiene esperanza? Y lo que más me preocupa es ver la gente que no espera nada, que cree que los políticos siempre hacen lo mismo: que cuando llegan al poder se olvidan de sus promesas. Que ésa es una forma de vivir. Eso me preocupa. Me preocupa la crisis de liderazgo. Me preocupa la juventud que ya no sueña, que no tiene ilusiones, que vive el momento presente cada día más escéptica.
También estoy preocupado porque no veo una oposición consistente y una oposición seria, aunque hay algunos signos importantes en esta última semana. Porque sin eso no funciona la democracia, sin eso volvemos a las aplanadoras, volvemos a la falta de consulta, a olvidar que el país es pluralista, que el país no tiene un solo color y que tiene derecho a que su opinión sea tomada en cuenta. Hay una especie de sensación en el país de que la corrupción es como algo inherente a un cargo político. Por eso los diputados deben dar al país funcionarios que generen confianza.
El problema de los inmigrantes siempre lo hemos enfocado como tratando de minimizar las leyes norteamericanas que nos afectan, y no hemos logrado que nos respeten. Pero yo me pregunto ¿por qué la gente tiene que irse? ¿Por qué el país no le ofrece futuro? Esa es la responsabilidad de un gobierno: dar a la población lo necesario para vivir dignamente. Eso se llama ser encargados de gestionar el bien común del país. Entonces mandar gente fuera es reconocer una derrota: que no somos capaces de dar a los salvadoreños una vida digna. Y eso es lo que tenemos que tratar de que cambie. De lo contrario tendremos de nuevo familias divididas forzosamente porque el pan no llega a la mesa. Y eso no lo podemos admitir como algo normal.
Yo soy muy escéptico sobre el tema en endurecer las leyes. Y muy escéptico sobre bajar la edad de lo que es un menor de edad. En el fondo es de nuevo reconocer un fracaso. Si no creemos en la gente no tenemos futuro. Me parece que la misma asamblea del año pasado, del BID en San Salvador, sobre el tema de la violencia dejó varias lecciones que hay que recogerlas. Una, es que cuando un país no tiene seguridad se gasta mucho en horas de trabajo que no se laboran. Un dato hablaba hasta del 8% y 10% del presupuesto. Eso indica que es importante tener un país tranquilo, pero eso va a ser posible cuando la gente esté tranquila. Y si el estómago está vacío la gente no va a estar tranquila. Si el joven no tiene opciones para estudiar, para un empleo, no va a estar tranquilo. ¿Las leyes de qué sirven cuando el joven no tiene un horizonte abierto? "La calentura no está en la sábana", se lo hemos dicho varias veces a ustedes.
Hay que ir a las causas no a los efectos. Entiendo la preocupación, todos sentimos, cuando somos víctimas de la violencia, sentimos la tentación de las cosas más inmediatas: la policía, la dureza, mano dura. Pero un gobernante tiene que mirar con proyección, con perspectiva, no simplemente atacar las cosas inmediatas. Y creo que en este sentido un paquete con leyes duras en el fondo es reconocer que hemos fracasado y eso no le podemos admitir. Creo que es un gran paso todo lo que se refiere a la protección al menor infractor. Porque creer en los jóvenes es clave para que se rehabiliten y eso no lo debemos dejar perder. Esa visión de que el joven necesita oportunidades, confianza, necesita acompañamiento, no cárceles, no policías salvajes, ni violencia contra violencia.
Por último, ¿qué hemos logrado garantizar a la gente después del "Mitch"? ¿A la gente de zonas de riesgo? Uno oye los informes: dicen que estamos listos para una emergencia. No es verdad. ¡Qué doloroso! Que habiendo venido tanta ayuda no hayamos sido capaces de asegurar a los de las zonas de riesgo una tranquilidad. Por otra parte, Estocolmo pone condiciones; esto es bien importante. Y una condición es la transparencia. La otra es la participación de la gente. Tenemos que luchar para que esto sea así. De lo contrario vendrán los dólares y la gente solo oirá la noticia pero no verá el cambio, y ésa es una de las cosas que tienen que ser diferentes en El Salvador.
El ex-juez Juan Carlos Solís reafirmó el 24 de junio que tres altos oficiales del ejército de Guatemala, ente ellos el futuro ministro de defensa, general Marco Tulio Espinosa, están implicados en el asesinato del obispo Juan Gerardi, perpetrado el 26 de abril de 1998. También manifestó a periodistas que tienen un testigo para refrendar su declaración, pero evitó proporcionar su nombre porque dijo que está de alta, responsable de la seguridad del presidente Alvaro Arzú y su familia.
Además de Escobar y Espinosa, el ex juez involucra en el asesinato de Gerardi al coronel Rudy Pozuelos, quien es el jefe del Estado Mayor Presidencial. Espinosa quien en la actualidad es el jefe del Estado Mayor de la Defensa Nacional (EMDN), asumirá el próximo 30 de junio el puesto de nuevo ministro de la Defensa, en sustitución del general Héctor Barrios.
Las acciones bélicas en Kosovo, al parecer, han terminado, pero eso no quiere decir que haya llegado la paz ni que se haya conseguido justicia y humanidad. J. I. González Faus, conocido colaborador, ofrece unas reflexiones sobre la bárbara guerra que ha llevado a cabo la OTAN. Elie Wiesel, quien, a los dieciséis años vio morir en Auschwichtz a toda su familia, padres y hermanos, narra la tragedia desencadenada en su día por el fanatismo étnico de Milosevic (tomado de El País) . Por último, José Luis Corretjé nos ofrece uno de tantos relatos de refugiados: la muerte y la vida en Kukes (Tomado de Noticias Obreras).
Breves consideraciones humanas y cristianas sobre la guerra serbia
J. I. González Faus
Todas las reflexiones que ha ido haciendo la humanidad sobre las posibilidades de una guerra o una violencia "justas", acaban poniendo de una u otra manera estas cuatro condiciones: 1) causa justa, 2) legitimidad en la declaración, 3) valor, y 4) eficacia. Tratemos de aplicarlas al conflicto de Yugoslavia.
1) Semanas después de los bombardeos de Serbia va quedando claro que la única condición que se ha cumplido es la primera. Añadamos que se ha cumplido hasta la saciedad. Es verdad que Milosevic no es un Hitler, en el sentido de que ha sido elegido democráticamente por tres veces. Pero pretender que "se le persigue por ser de izquierdas", como han dicho algunos, es una sandez que sólo daña a la izquierda. Damos por cumplida la primera condición. Pero las otras tres han fallado estrepitosamente.
2) La OTAN carecía de legitimidad para emprender una guerra como ésta. Era la ONU quien debía haberlo hecho. Pero la ONU no estaba preparada para ello. Y no lo estaba porque, durante años, ha venido negándose sistemáticamente a las reformas que la habrían capacitado para ello. No sólo no se ha reformado sino que sus máximos gestores han tratado de inutilizarla.
Me pregunto qué habría pasado si el actual secretario de Naciones Unidas fuese todavía Boutros Galli (despedido por presiones norteamericanas porque les resultaba incómodo) en lugar de Kofi Annan que parece más dócil. Pero quizá es una pregunta inútil. Algunos argüirán que, aun reconociendo lo anterior, la OTAN debía intervenir, dada la urgencia del caso, y con carácter de "suplencia".
No estoy tan seguro de ese argumento. Esa suplencia sólo podía aceptarse como algo excepcional y, por tanto, acompañada del compromiso de aplicarse inmediatamente a la necesaria reforma de Naciones Unidas. De lo contrario, vamos a terminar declarando la legitimidad de un "alzamiento Otancional" que acaba cohonestando otros "alzamientos nacionales" cuya ilegitimidad creíamos haber dejado definitivamente establecida, más allá de que a sus autores les pareciera que su causa era absolutamente justa.
3) Pero además, una operación tan ambigua y excepcional sólo podía haberse justificado por su eficacia y por la cantidad de males que ahorrase. En lugar de eso no ha hecho más que aumentarlos. La situación de los kosovares es ahora infinitamente peor que cuando empezó la guerra. Y no vale el argumento de que la culpa de ello es toda de Milosevic. No hay duda de que Milosevic es el primer culpable. Pero no el único. Porque cuando un criminal reconocido agarra a varias niñas y se refugia tras ellas diciendo "no disparen o las mato" nadie intenta agredirle de frente para no hacerse responsable también del daño de aquellas niñas. Esto es lo que ha ignorado la OTAN en este caso.
Y me fijo sólo en eso, prescindiendo ahora de la llamativa cifra de "trágicos errores" cuya cuenta hemos perdido ya. Si comparamos la diferencia entre el propósito declarado ("atacar sólo objetivos militares") y los efectos conseguidos ("una sociedad civil casi destruida, mientras el ejército serbio continúa relativamente fuerte"), es muy difícil contener la indignación. Sobre todo cuando uno percibe esa prepotencia que se expresa en que las atrocidades cometidas parezcan dejar "tan tranquila" a la OTAN, que se limita a llamarlas "daños colaterales". Es de ciegos el que tantos errores atroces sólo sirvan para empecinar aún más a la OTAN.
4) El fondo de toda esa falta de eficacia ha estado no sólo en una falta de competencia que desconocíamos (fallos en las tecnologías punta o en los sistemas de espionaje), sino también en la cobardía. No sé si será fácil o muy difícil la cuestión de una fuerza terrestre. Pero hay tres cosas claras: a) que con sólo bombardeos era imposible ayudar a los kosovares: sólo "desde el cielo" no se arregla la tierra, para decirlo con una frase casi teológica. b) que algunos de los horribles errores cometidos se deben a que los aviones volaban demasiado lejos del blanco, por miedo a acercarse más y quedar vulnerables. Y c) que ya desde el comienzo, se desechó hasta la posibilidad de considerar una invasión terrestre. Luego, cuando, ante la marcha de las cosas, alguien ha vuelto a sugerir tímidamente esa posibilidad, se ha procurado disolverla otra vez en el silencio.
La razón de todo este cierre de ojos ha sido evidentemente el miedo. Debo decir que no tengo nada contra el miedo. Me parece demasiado humano y sé que vivimos en una sociedad donde aquella posibilidad evangélica de "dar la vida por los amigos" suena a blasfema. Lo que me subleva es simplemente el que se piense que porque nosotros somos cobardes los otros van a serlo también, que se dé por sentado que la superioridad de las armas puede suplir al valor que no tenemos. Estados Unidos ya fracasó en Vietnam por pensar así. Pero, a pesar de todos sus miedos a repetir un Vietnam, no han aprendido la lección.
Dejemos de considerar otras cuestiones sospechosas y que empiezan a aflorar ahora: que hay tanto dinero para la guerra y tan poco para la atención a los desplazados. En mi perplejidad y en mi dolor, sólo se me ocurre un doble posible balance provisional:
a) Los pesimistas podrán argüir que, con esta guerra tan ineficaz, lo que ha pretendido Estados Unidos (además de dar salida a su impresionante industria armamentista) ha sido crearle a Europa un forúnculo bien cerca, para debilitar al euro y evitar una futura competencia económica que ya empezaba a ser real. No me lo quiero creer, pero hay que reconocer aquello de que "se no é vero, é molto ben trovato".
b) Los optimistas hemos evocado estos días aquellos versos (no sé de si Campoamor o de Rubén Darío, pero ahora da igual): "Juventud (de Solana) divino tesoro/que te fuiste para no volver/ (...) Y a veces llora sin querer" etc. Pero luego, con el incorregible voluntarismo de todos los optimistas, hemos comenzado a pensar que a lo mejor no es así. Que, a lo mejor, Solana sigue siendo el mismo que en aquel divino tesoro de su juventud, cuando gritaba "OTAN no" y "bases fuera". Sigue fiel a sí mismo. Pero lo que ha ocurrido es que entonces se convenció de que no era posible acabar con la OTAN desde fuera. Y se propuso llegar hasta ella y deshacerla desde dentro. Y a lo mejor lo está consiguiendo. Habrá que esperar a ver cómo acaba todo, para saber con qué quedarnos.
¿Tendrá fin esta tragedia?
Elie Wiesel
La guerra ha terminado en Kosovo. Las víctimas de ayer surgen del miedo que les ha atenazado durante semanas, les ha llegado el turno de avanzar hacia el futuro con esperanza. Pero mi pensamiento los retiene. ¿Cuándo fue? Ha pasado menos de un mes desde mi visita a Macedonia y Albania.
Parece una imagen de la Biblia: convoyes que atraviesan montes y valles a la búsqueda de un lugar seguro, de un paisaje acogedor, multitudes angustiadas en las que maridos y mujeres, padres e hijos extraviados, se buscan.
Los padres lloran, los niños sonríen. ¿Qué duele más?, ¿la risa de los niños o las lágrimas de los adultos? Ante esos niños uno se siente avergonzado; ante sus padres, desarmado. Marcados por una desgracia ancestral e implacable, miran en silencio antes de ponerse a contar, y a uno le gustaría esconderse en cualquier lado, allí donde la vida sea más simple y la condición humana menos cruel. Se les ha despojado de sus hogares, de sus fortunas, de sus apegos, incluso de su existencia; ahora parecen pedir explicaciones, por no decir cuentas.
A uno le gustaría hacerles hablar más y a la vez le da miedo lo que puedan decir. Parece que lo que el hombre puede asimilar tiene un límite. Y, sin embargo, no se tiene derecho a no interrogarles. Sus recuerdos que les atormentan, sus heridas incandescentes. Si ellos tienen fuerza para contar, nosotros deberíamos tenerla para abrirnos a ellos. Recuerdos de traición y de abandono, de agonía y de tortura: adolescentes que han asistido a la ejecución de sus padres; viejos que hubieran aceptado morir en lugar de sus hijos; jóvenes violadas, viejas encorcovadas sobre sus recuerdos, humilladas a la sombra de sus casas en llamas. Cuando evocan lo que han tenido que pasar, todos gesticulan al recordar que a menudo los verdugos y torturadores eran sus vecinos.
¿Cómo describir su universo? Se extiende más allá de las fronteras de su memoria. Miles, decenas de miles de hombres, mujeres y niños se han reunido por puro azar. Víctimas de un fanatismo étnico cuya brutalidad sistemática evoca una época que se creía ya pasada, esperan, alelados, el fin de una guerra fea y sangrienta que tiene el poder implacable del destino.
Voy de un campo a otro, de una tienda a otra. A veces, el director del campo —normalmente miembro de una agencia humanitaria internacional, todos ellos entregados a su causa— aparta a los fotógrafos y a los cámaras: son prisioneros liberados que han dejado atrás a sus familias. Hay que evitar represalias. Entonces cuentan, cuentan, y no terminan de contar sus historias. En medio de una frase se les rompe la voz. Un hombre todavía vigoroso ha presenciado el asesinato de su hermano. Un viejo de cabeza noble es uno de los dos supervivientes de una matanza que costó la vida a 180 prisioneros: su hijo era uno de ellos. Un hombre silencioso no deja de mirarme. Un amigo suyo me confía que en su atestada celda había visto cómo un policía serbio decía a su hijo de cinco años: "Elige al que quieres que mate hoy". Y, sin embargo, tienen suerte: están vivos. Pero sus familias —mujeres y niños— se han quedado atrás, en uno de los pueblos incendiados, o en la montaña. Al evocarles se ponen a llorar como diciendo: las palabras son demasiado pobres para expresar lo que hemos sufrido, mejor escuchen nuestras lágrimas. Entonces las escuchamos apretando los labios.
Paso mucho tiempo con los niños. En todas partes se ocupan de los pequeños refugiados con ternura y amor. Se les divierte como se puede. Hay escuelas improvisadas para que no se aburran. Los israelíes han creado para ellos un centro aparte: oírles cantar canciones israelíes reconforta el corazón. ¿Qué quieren? Volver a casa. Lo antes posible. Antes de que se aproxime el invierno. ¿Pero no están sus casas en ruinas? No importa. Volverán a construirlas.
¿Y los serbios? ¿Cómo van a vivir a su lado? En este punto, las cosas se complican. Y es que, ahora, en ambos lados hay odio: como un muro, el odio se erige para recordar que el olvido tiene un límite. Todos juran con fuerza: no olvidarán, no perdonarán.
Da miedo. ¿Acaso esta tragedia no va a acabar? No habiendo hecho nada para proteger a los albaneses, ¿deberá proteger la OTAN a los serbios, sus torturadores de ayer? ¿Cuánto tiempo tendrán que permanecer los soldados extranjeros en la aplastada provincia de Kosovo para impedir que la muerte siga reinando? ¡Ah!, ¿cuántas cosas puede hacer un individuo en el poder a su desgraciado pueblo, y a sus vecinos, aún más desgraciados? Acusado de crímenes contra la humanidad, la de sus víctimas y la nuestra, ¿el presidente Milosevic será llevado algún día ante el Tribunal Internacional de La Haya para responder de sus sangrientas fechorías? Cuando escribo estas líneas, son los serbios los que vagan por los caminos del exilio. Se les ve en camiones o a pie, atormentados, angustiados. Los refugiados han vuelto a sus casas. Se les ve jubilosos. Como pasaba con Sísifo, uno les imagina felices. ¿Tendrán la fuerza moral de superar su cólera canalizándola hacia la reconstrucción de sus hogares? ¿Es el momento de recordarles que el odio no es jamás una solución?, ¿que no debería ser ni siquiera una opción?, ¿que acabar con el sufrimiento no es jamás una deshonra? El capítulo yugoslavo está lejos de haber acabado.
Testimonio de dos voluntarias de Cáritas en Kukes
José Luis Corretjé
Al cine "Republika", en Kukes, acaban de llegar ochocientos refugiados. Un joven de 16 años nos dice: "hemos caminado durante dos días y dos noches, pero por fin estamos aquí", decía exultante de alegría mientras abrazaba a su hermana con la que se había reencontrado después de que su familia no tuviera ninguna noticia suya desde hacía más de dos semanas. Después nos mostró dos orificios en su pantalón provocado por una bala que no alcanzó su destino.
La historia de este muchacho es una de las menos dramáticas que pueden escucharse cuando se tiene oportunidad de conversar con estas gentes: asesinatos, quemas de casas, expulsiones a la fuerza, violaciones, abusos de todo tipo. Este es el pan suyo de cada día. Unos hechos que organizaciones de los derechos humanos, como Amnistía Internacional, ya habían denunciado desde hace diez años en sus informes anuales. Desgraciadamente, la comunidad internacional nunca había intervenido para evitarlos.
Más de cien mil personas vagan sin rumbo entre un embotellamiento permanente de vehículos y una lluvia incesante. Barro, humedad y escasas posibilidades para mantener unas mínimas condiciones de higiene se convierten en factores facilitadores de brotes de bronquitis e infecciones. Con la llegada del calor de mayo aumentan las pestes que azotan a la población refugiada.
Pero no todo son malas noticias. "A mí lo que me gusta es poner a parir... a las mujeres", bromea María Pilar Calvo, vallisoletana y comadrona de profesión, que cuida de cinco refugiadas en un avanzado estado de gestación en el campo de refugiados de Cáritas en Aramedas, una localidad situada a 20 kilómetros de Tirán. "Mira, mira" nos dice mientras nos muestra a un bebé de pocos días. "Hace diez días su madre se puso de parto y aún nos dio tiempo para llevarla al hospital. Este es su cuarto hijo y a su marido lo mataron en Kosovo".
Rosario, religiosa de las hermanas de la Caridad de Santana, que viajó como voluntaria de Cáritas a Albania, ha estado un mes realizando labores sanitarias en un campo de refugiados en Kabá, 150 kilómetros al sur de Tirán. En cuanto hablas con ellas y ellos un rato, enseguida brotan las lágrimas y cuentan historias horribles sobre lo que han vivido en las últimas semanas. Y prosigue con un nudo en la garganta: en su mayor parte son personas religiosas (musulmanes, ortodoxos y católicos). Y desde su propia creencia te miran a los ojos y preguntan: "¿por qué Dios nos ha abandonado?". Y a una se le hace muy difícil encontrar una respuesta que pueda consolarles.
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"Si llegara a reinar la verdad, es posible que Milosevic sea llevado ante el Tribunal de Crímenes de Guerra, pero también Clinton, Albraight, Blair y todos los demás que llevan adelante esta guerra contra civiles. Son culpables de exactamente los mismos crímenes que acusan a otros".
Jimmy Carter
La destrucción de Yugoslavia
El gobierno de Yugoslavia asegura que las fuerzas de la OTAN destruyeron 35 hospitales, unas 400 escuelas y fábricas y muchos edificios públicos. También destruyeron 66 puentes, 23 estaciones ferroviarias, caminos y aeropuertos. Según algunos, Yugoslavia está ahora en una situación pre-industrial.
En el sermón del monte, dice Jesús: "Amen a sus enemigos y recen por los que los persiguen, para ser hijos de su Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos. Porque si quieren sólo a los que los quieren, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen eso mismo también los publicanos (ladrones)? Y si muestran afecto sólo a su gente, ¿qué hacen de extraordinario. ¿No hacen eso mismo los que no tienen fe? Por consiguiente, sean buenos del todo, como es bueno su Padre del cielo" (Mt 5, 44–48).
Estas palabras de Jesús contienen tres grandes enseñanzas; 1) Cómo es Dios. 2) Cómo tienen que ser los hijos de Dios. 3) En qué se nota que una persona es de verdad hijo de Dios.
1. Cómo es Dios. Lo más claro, que hay en las palabras de Jesús, es que Dios es bueno. Además, Dios es bueno siempre. Y es bueno con todos, lo mismo con los malos que con los buenos.
Todo esto son cosas que nos gusta oír. Pero son también cosas que nos cuesta creerlas de verdad. Porque, desde que éramos pequeños, nos han metido otras ideas en la cabeza. Cuando yo era un niño, me enseñaron que Dios es un Ser Misterioso y Omnipotente, que castiga a los malos; y a los buenos también, como se descuiden. Naturalmente, cuando se tiene semejante idea sobre Dios, es poco menos que imposible creerse las palabras de Jesús en el sermón del monte.
Porque la enseñanza de Jesús afirma una cosa que nunca nos acabamos de creer. Cada mañana, cuando sale el sol, le da luz, calor y vida lo mismo a la gente mala que a la gente buena; lo mismo al sinvergüenza que al honrado, lo mismo al que se porta mal que al que se porta bien. Y de la misma manera, cuando vienen las lluvias, el agua le cae exactamente igual al ladrón que tiene un finca que ha robado, que al hombre bueno que se ha ganado la comida con el sudor de su frente. Todo esto es tan evidente que a nadie se le ocurre pensar que, si se porta mal, a la mañana siguiente el sol no le va a dar en su casa o en su finca. Como a nadie se le pasa por la cabeza que, si comete una barbaridad, cuando se ponga a llover, el agua no va a caer en su jardín o en sus tierras. Jesús utiliza estos ejemplos tan sencillos para enseñarnos que Dios no reacciona ante el mal o ante el bien como reaccionamos nosotros. Dios siempre es bueno porque está por encima del bien y del mal.
Todo esto significa que Dios nos quiere siempre. Es decir, siempre tenemos asegurado el cariño de Dios. Ese cariño lo tienen asegurado lo mismo los malos que los buenos. Por lo tanto, el que se porta bien, para que Dios lo quiera, es una persona que vive engañada. Porque Dios quiere también al que se porta mal. No compramos el cariño de Dios con nuestras buenas obras. Dios es tan bueno que no anda fijándose en el que hace cosas buenas para quererlo o en el que hace cosas malas para odiarlo.
En el fondo, todo esto quiere decir que Jesús cambió el concepto de Dios. En los pueblos antiguos, Dios era bueno con los buenos y terrible con los malos, Jesús nos dijo, entre otras cosas, que estaban engañados los que tenían esa idea de Dios. Lo que pasa, por desgracia, es que todavía hay mucha gente que sigue creyendo más en los dioses vengativos y justicieros de los pueblos antiguos, que en el Dios Padre que nos enseñó Jesús.
2. Cómo tienen que ser los hijos de Dios. Los hijos se tienen que parecer a su padre. Es decir, los hijos de Dios tienen que intentar parecerse a Dios. Concretamente, tienen que parecerse a Dios en la bondad, en el cariño, siempre y con todos, lo mismo con los malos que con los buenos.
Lo decisivo aquí es aplicarnos a nosotros lo que Jesús dice de Dios, cuando habla del sol y de la lluvia. Es decir, de la misma manera que a nadie se le ocurre pensar que a su casa no le va a dar el sol, si se porta mal con Dios, pues igualmente los hijos de Dios tienen que ser tan buenas personas que, quien se relacione con ellos, ni se le pase por la cabeza que "un hijo de Dios" va a reaccionar mal ante quien se porta con él de mala manera.
Yo comprendo que, si esto se piensa despacio, es una cosa que parece poco menos que imposible. Y la prueba está en el cuidado que hay que tener con tantos "hijos de… Dios". Porque son personas que, como te descuides, te la juegan. Y como les hagas algo que les molesta, ándate con cuidado, que, antes o después, te acordarás.
A mí me parece que el problema de fondo, que hay en todo esto, es una cosa que no nos acaba de entrar en la cabeza. Me refiero a lo siguiente: el cariño a los demás es una obligación. Pero, antes que una obligación, el cariño es una necesidad. Todos necesitamos querer. Y todos necesitamos que nos quieran. Eso es una necesidad, para el ser humano, tan fundamental y tan básica como el respirar o el comer. Nadie dice: "yo debo respirar", sino que si no respira, enseguida se le envenena la sangre y se muere. Pues exactamente lo mismo pasa con el que no quiere a nadie y no es querido por nadie: ése se envenena y va por la vida destilando veneno y envenenando a todo el que se roza con él. Por eso desgraciadamente, en este mundo, hay tanta gente envenenada. Y por eso hay tanto sufrimiento y tanta muerte.
Es un estúpido el que, por la mañana al levantarse, dice: "hoy debo respirar bien". Y es un estúpido también el que, por la noche al acostase, se pone a hacer examen de conciencia, para ver si ha cumplido con la obligación de respirar "como Dios manda". Pues la misma estupidez nos tendría que parecer eso de hacer propósitos firmes de querer a los demás. Como es también una estupidez ponerse a pensar si me debo dejar querer por las personas con las que convivo. Al contrario: no sólo tenemos que querer (como tenemos que respirar), sino que al mismo tiempo tenemos que hacernos querer, o sea tenemos que vivir de tal manera que, no solamente queramos, sino que igualmente resultemos amables.
Cuando las cosas se ven y se viven de esta manera, uno se siente mejor. Y los que viven con uno se sienten más felices de haber nacido.
3. En qué se nota que una persona es de verdad hijo de Dios. Jesús dice: "Amen a sus enemigos… para ser hijos de su Padre del cielo" (Mt 5, 44–45). Se nota que una persona es hijo del Padre del cielo en que tiene bondad y cariño incluso para los enemigos. O sea, se nota que es hijo de Dios en que es una "buena persona". Ahora bien, para que de alguien se pueda decir que es una buena persona, se necesita que tenga, por lo menos, estas tres cosas: a) respeto; b) cariño; c) libertad.
a) Tener respeto es aceptar las diferencias. Es decir, una persona respeta a los demás cuando acepta que los otros sean diferentes: que piensen de manera diferente, que hablen de manera distinta, que tengan gustos muy diversos de los que yo tengo, que tengan otras creencias, otras ideas políticas, otra manera de ver la vida. O también que el otro sea de distinto país, de otro color, de otra cultura o simplemente de otra clase social. El que se pone nervioso en cuanto se encuentra con alguien que no encaja con sus gustos o sus intereses, no tardará mucho en faltarle al respeto. Y no conviene olvidar que una persona tiene tanto más peligro de faltar al respeto cuanto el motivo, por el que se distancia de la otra persona, es más noble. Cuando los motivos de diferencia son insignificantes, no hay mucho peligro de faltar al respeto en serio. Pero cuando los motivos son "serios", entonces las faltas de respeto suelen ser graves. Por eso, las diferencias de ideas políticas se prestan a faltas de respeto importantes. Y cuando se trata de diferencias religiosas, entonces la cosa es peor. Porque se puede llegar a declarar "hereje" al que no piensa como yo. Y eso es la mayor falta de respeto que se puede cometer en esta vida.
b) Tener cariño es sentir y vivir la "necesidad" de querer a los demás y de que los demás nos quieran. Ahora bien, sentirse "necesitado" es lo mismo que sentirse "débil". Sólo Dios no necesita nada, ni necesita de nadie. Porque Dios es el que lo tiene todo y el que lo puede todo. Pero precisamente por eso, la fe cristiana nos enseña que incluso Dios, para manifestar su amor y para querernos de verdad, tuvo que "hacerse débil". Cuando el Evangelio dice que "la Palabra se hizo carne" (Jn 1, 14), en realidad lo que dice es que Dios se hizo debilidad y se manifestó como debilidad. Porque la palabra "carne", en aquel tiempo, significaba "lo débil" de la condición humana (así en Mt 26, 41; Mc 14, 38). Y eso se realizó en la vida de un hombre que nació en un establo donde viven las bestias, y murió colgado de una cruz, donde morían entonces los peores malhechores. No se puede ni nacer ni morir en mayor debilidad. Por eso san Pablo se atreve a decir que, en Jesús crucificado, se manifestó "la debilidad de Dios" (1Cor 1, 25). Ni Dios se escapó de la necesidad de hacerse débil para poder amar. Lo cual quiere decir que, en esta vida, el que pretende subir, estar por encima de los otros, ser más importante, ser más fuerte o dominar, en la medida en que haga eso, se incapacita para querer y para ser querido. En esto está el secreto de tantas personas desgraciadas, que a lo mejor se sienten importantes, pero ni se hacen idea del desamparo y el sufrimiento que arrastran y contagian por todas partes.
c) Tener libertad no es hacer lo que a uno le da la gana. Porque el borracho, que bebe hasta perder su sano juicio, hace lo que le da la gana cuando se pone de esa manera. Pero el que hace eso no es libre. Es esclavo de la bebida. Y el drogadicto hace lo que le da la gana, cuando se pincha, pero es también un esclavo. Y lo mismo le pasa al que es esclavo del dinero o de su afán de poder y mandar, etc. etc. Tener libertad es no estar atado a nada ni a nadie, para hacer y decir lo que sea necesario para aliviar el sufrimiento ajeno, sobre todo el sufrimiento de los que peor lo pasan en la vida: los pobres, los que se ven despreciados y los que son injustamente tratados por quienes mandan en este mundo. La libertad es verdadera únicamente cuando es libertad al servicio de la misericordia. Monseñor Romero fue un hombre libre. Por eso dijo lo que tenía que decir, aunque sabía que aquello le iba a costar la vida. En ese sentido, se puede decir con toda razón que en esta vida hay tanto sufrimiento porque hay muy poca libertad. Si por todas partes hubiera personas como Monseñor Romero, que no se callaran lo que no se puede callar, sin duda alguna los que se dedican a atropellar los derechos de los pobres, tendrían más cuidado y no tendrían las facilidades que, de hecho, tienen para robar, humillar y aprovecharse de los indefensos.
Dios es siempre bueno. Pero, tal como está la vida, no es siempre bueno el que, a toda costa no quiere tener conflictos. Jesús fue siempre bueno. Hasta el punto de que un día dijo: "el que me ve a mí está viendo al Padre" (Jn 14, 9). Ver a Jesús era ver al Padre. Y, sin embargo, Jesús fue un hombre conflictivo. Porque fue libre. Y dijo lo que tenía que decir. Precisamente para ponerse de parte de los que están atropellados por los poderosos. Eso es conflicto seguro. Porque es bondad auténtica.
Suyapa Pérez Escapini
Monseñor en Internet
www.virtualnet.com.sv/romero
La página contiene su biografía, álbum de fotos, citas importantes de sus escritos, recopilación de homilías, informes sobre el proceso de canonización, galería donde poder escribir y aportar, su estatua en Westminster, Londres.
La Fundación Romero, nacida el 24 de marzo de 1999 en la casa de retiros Loyola, por la convocatoria de Monseñor Ricardo Urioste, ya está trabajando en actividades formativas y culturales, alrededor de su vigésimo aniversario. Una de las actividades más emotiva y profunda es la eucaristía que se celebra en su memoria en la cripta de Catedral los domingos a las 9:30 a.m. En la misa del domingo 27 había unas cuatrocientas personas, con gran devoción y entusiasmo –y parece que va a más.
Talleres sobre Monseñor Romero. Ahora vamos a comentar otra actividad importante de la Fundación: la capacitación para facilitadores que organicen talleres sobre Monseñor Romero, persona del pueblo. La primera capacitación tuvo lugar el domingo 27 en el arzobispado y la segunda tendrá lugar en el Seminario Paulino, cerca de la Parroquia San Jacinto. Se tiene pensado también organizar talleres en oriente y en occidente.
El domingo 27 el auditorium del Arzobispado de San Salvador se engalanó con la alegría de 120 participantes en su mayoría agentes de pastoral laicos y algunas religiosas. Provenían de muchos lugares, de San Jacinto, Santo Tomás, San Juan Opico, Santa Tecla, Apopa, Ayutuxtepeque, Ilopango, Soyapango, Paleca, Jayaque, Tenancingo, Tierra Virgen, Ciudad Arce, Cuyultitán, Huizúcar, El Cortez, Plan del Pino, 22 de Abril, Nuevo Cuscatlán, San Bartolo, Cuscatancingo, Ciudad Delgado, La Libertad, Universidad Nacional y la UCA. El grupo era una buena muestra de aquellos y aquellas que han estado fortaleciendo y defendiendo con ilusión la herencia de Monseñor Romero. Hubo música, flores, pancartas de bienvenida y referencias al sufrimiento de nuestro pueblo. Al centro se llevó un cuadro grande de la imagen de Monseñor, junto a un cirio pascual, que evocaba su presencia durante todo el día.
Tres puntos claves de reflexión. En base a una lectura compartida de fragmentos de homilías reflexionamos la textura humana, la autenticidad cristiana y la identidad salvadoreña de Monseñor Romero. Constatamos la síntesis de esas tres dimensiones en el seguimiento de Jesús y su causa del Reino, regalo que hizo Dios a su seguidor Oscar Romero. Monseñor sintetiza un período doloroso y al mismo tiempo simboliza lo mejor de nuestra salvadoreñidad a partir de las preguntas que, con dolor, interpelan nuestra conciencia ética y nuestra fe. Con profunda libertad cristiana este hombre del pueblo fue capaz de caminar en la historia y dar respuestas a las exigencias del pueblo. Eso sigue convocando a mantenernos fieles en nuestros valores y compromisos.
La expresión artística popular sigue en pie. Los diez grupos que participaron en el taller expresaron también con canciones, poesías y fotos fijas la actualización de la herencia de Monseñor. Fue un rato precioso, desbordante de entusiasmo y creatividad. Lo mejor es que así se comunicó el recuerdo de su ejemplo y su palabra en las nuevas circunstancias de la realidad nacional, cuyas consecuencias más críticas las siguen padeciendo la población que está históricamente más empobrecida. La solidaridad y el compromiso no son, pues, una moda del tiempo de la guerra, sino que son componentes de todo proyecto de vida cristiana que toma en serio la buena noticia de Jesús.
El memorial, una liturgia agradecida y comprometida con las víctimas. Al final celebramos el sacrificio de la vida de muchas personas. Compartimos la común experiencia de ser testigos del mayor amor y de la fe, reconocida explícitamente o no, en el Dios de la Vida. Alrededor de una cruz, teniendo como centro la presencia de Cristo en el cirio pascual y un poster de Monseñor, se fueron colocando los nombres y una velita encendida. A cada nombre todos fuimos respondiendo en voz alta: ¡PRESENTE!
Otilia Guardado
El Padre Rafael fue para mí una persona con quien podíamos confiar muchos aspectos de la vida diaria. Fue realmente el amigo, el hermano, el confesor y el formador, especialmente de las comunidades eclesiales de base. En el poco tiempo que tuve el privilegio de conocerle y compartiir con él, fue una experiencia muy linda, tanto por su amistad y hermandad como también por el trabajo pastoral con el equipo de catequistas de la Parroquia de San Francisco de Asís en Mejicanos.
Después del cruel asesinato del Padre Octavio Ortiz, el Padre Rafael asumió la parroquia por tres meses. Como sabemos eran momentos muy difíciles, tanto para el país como para la Iglesia comprometida con los más pobres. El Padre Rafael pasó momentos muy duros, pues era una de las personas de la Verdad y la Justicia. Cuando hablaba lo hacía con plena convicción de su misión y compromiso con las personas más desposeídas. Hablaba con una gran seriedad y serenidad, y además estaba muy seguro de lo que decía, cuando algo no le parecía bien, se lo decía a quien fuera, aunque, por supuesto, siempre lo pensaba y analizaba muy bien, para no dejarse ir a la primera. Era el Hombre del Reino.
Como sabemos, tenía varias responsabilidades. Era párroco de las Iglesias El Calvario en Santa Tecla y San Francisco Mejicanos. Los días martes siempre estaba con el equipo de catequistas en Mejicanos, y su mayor preocupación era formar bien a los y a las agentes de pastoral para poder responder a las necesidades de aquellos tiempos. Mucha gente comprometida estaba amenazada y había que estar preparado para la hora del anuncio de la palabra de Dios, porque el simple hecho de ser cristianos y cristianas era ser comunista.
Recuerdo bien el último día que el Padre Rafael estuvo con nosotras y con el equipo de catequistas. Estaba triste y muy preocupado. No lo comentó en la reunión, pero después, con dos o tres de nosotras, compartió que ese día su carro estaba marcado con la mano blanca, lo cual era una amenaza a su vida. Estuvo hasta muy tarde, sentado en la casa de Domus Mariae. No tenía ánimo de irse, pero era un hombre sumamente responsable y no podía dejar a la comunidad de Santa Tecla sin misa, y se fue. Nuestra terrible sorpresa fue que a tempranas horas del día siguiente lo habían asesinado.
Hoy, a veinte años de su pérdida física, recuerdo sus grandes virtudes, su disciplina en todo, su sencillez, su cercanía a la gente, su rectitud, su serenidad y su profunda espiritualidad. Queremos pedirle que nos acompañe siempre con su espíritu, que nos siga animando y fortaleciendo en estos tiempos de oscuridad.
Como dice su canción: "La cruz va por delante y nos invita a caminar. Una antorcha muy brillante ilumina nuestro andar". Son nuestros mártires quienes nos siguen manteniendo y nos invitan a seguir su ejemplo y compromiso como agentes de pastoral.
Gracias, Padre Rafael, por tu testimonio de fe y de fidelidad al evangelio de Jesús.
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Palabras de Monseñor Romero en el entierro del Padre Palacios
(21 de junio, 1979)
"El Padre Rafael, el sábado por la noche, me buscaba llevándome una carta donde me contaba la amenaza que el jueves ya le había hecho la Unión Guerrera Blanca. Le habían pintado la fatídica mano de la venganza en su carrito. Y cuando antes de ayer el Padre Palacios estuvo conmigo dirigiendo una reunión de la Vicaría de Mejicanos al terminar me decía: ‘hoy que han matado a un militar y yo tengo esa amenaza, algo grave va a pasar en Santa Tecla’. Sentía el temor y así fue. ¡Pobre Padre Rafael! ¡Has pagado lo que lógicamente esperaba tu ministerio de denuncia!... Este es el gran testimonio que Rafael Palacios nos está dando esta manaña. Una fidelidad en su vocación hasta morir acribillado por el cumplimiento de su deber sacerdotal. Fidelidad a los pobres...".
Fue el principio de su muerte.
La pobreza material no es una "fatalidad" es antihumana y desagradable a Dios. Hay pobres por causa de otros hombres.
El pobre es justo, no porque no sea pecador, sino por ser el resultado de una injusticia.
El egoísmo humano no sólo es interior, sino que se congela en estructuras y sistemas. Los pobres constituyen un pecado social.
La liberación de Jesucristo no es sólo espiritual. La pobreza material es muerte y Jesucristo viene a librar a todos de la muerte.
El pobre de espíritu es el que sale de su propio egoísmo y va al encuentro del otro asumiendo sus intereses y sus luchas para iniciar con él el proceso de la liberación, (Lc 10, 29-37).