Carta a las Iglesias, AÑO XIX, Nº429–430, 1-31 de julio de 1999

 

En vísperas del Divino Salvador

Las deudas de la Iglesia con los pobres

 

La fiesta del Divino Salvador siempre es época de celebración y de alegría. Y, con razón, pues como se repite, nuestro país es el único en el mundo que lleva el nombre de "El Salvador". Este año, la fiesta se celebra además en la víspera del Jubileo de año 2000, y como nos los ha dicho Juan Pablo II es época de reflexión, de agradecimiento y también de conversión. En concreto, el Papa insiste en que el Jubileo sea en beneficio de los pobres, y por ello pide que los países poderosos perdonen su deuda externa.

Entre nosotros, no se puede celebrar, pues, el Divino Salvador y el Jubileo sin conocer cuál es la realidad de los pobres y sin salir en su defensa en contra de sus opresores. Eso es lo que Monseñor Rosa Chávez hace con frecuencia en sus homilías, que publicamos periódicamente. En el lenguaje del jubileo, lo que Monseñor denuncia, lo que los poderosos, gobiernos, capitalistas, políticos, deben a los pobres y lo que deben devolverles porque es suyo: la vida, la dignidad, la libertad.

Pues bien, también es importante que la Iglesia repiense lo que ella debe a los pobres, lo que no hace por ellos o sólo lo hace a medias. Y que nadie se sorprenda de ello, pues en su mensaje sobre el Jubileo Juan Pablo II insiste también en que la Iglesia no sólo debe anunciar la buena noticia a los pobres, sino que también debe pedir perdón por los pecados que ella ha cometido en el pasado y comete en el presente.

Llámense deudas, retos, exigencias o invitaciones que hace Dios a su Iglesia, veamos qué es lo que podemos y debemos hacer hoy, como Iglesia, por los pobres de este país.

1. En un país que está en oscuridad, confundido y desorientado, en el que la verdad se encubre fácilmente y en el que con frecuencia los dirigentes engañan al pueblo, la Iglesia debe al pueblo guía y orientación sobre lo que ocurre. Abunda en nuestro país la corrupción, la violencia, la pobreza, la impunidad, el desencanto, y la jerarquía de la Iglesia, con excepciones, no se hace suficientemente presente enmarcando los acontecimientos en un contexto evangélico. Y junto a esta orientación sobre coyunturas, la Iglesia le debe al pueblo un análisis serio de las causas estructurales de los males, como hacía Mons. Romero en sus cartas pastorales: los males de la globalización, del neoliberalismo, de la modernización… Y le debe, por último, una denuncia clara de los males que se encubren en la administración de justicia, de la policía nacional

2. La Iglesia le debe al pueblo poner su fuerza social en favor de todo lo que sea organización, movimientos, comunidad e Iglesia popular. Al menos, debe retomar la idea de lo que fue realidad en tiempos pasados, aun con sus errores, y proclamar que la comunidad, ideal cristiano, humano y salvadoreño, es lo que le hará prosperar en verdad, y no el individualismo, que va unido al consumismo, hedonismo e indiferentismo, que es el componente mal llamado cultural de la globalización.

3. La Iglesia le debe al pueblo la esperanza. No hay recetas para ello, pero hubo un tiempo en que la Iglesia salvadoreña daba esperanza al pueblo. Eso sí, con encarnación, con verdad, con fortaleza, con solidaridad con compromiso hasta el martirio. La Iglesia tiene que ser, como Jesús, buena noticia, tiene que vivir y desvivirse para que exista una "mesa compartida" y en la que en los primeros lugares estén los pobres –así lo decía Jesús.

4. La iglesia debe a los pobres el repensarse a fondo desde ellos. La mayoría de los salvadoreños y salvadoreñas son pobres, y religiosamente se organizan hoy, muchos de ellos, alejados de la iglesia institucional: los "evangélicos" (mejor llamarles así que con el lenguaje despectivo de "sectas") y varios movimientos eclesiales. Otros, pobres también, han quedado desplazados por la misma Iglesia (comunidades de base, la antigua iglesia popular). Aunque mayoritariamente la Iglesia esté entre pobres, en su pensamiento doctrinal, litúrgico, canónico, teológico muy poco se piensa desde ellos. Simbólicamente, con frecuencia miembros de la jerarquía aparecen en público junto a gobernantes, militares y oligarcas.

5. La Iglesia debe a los pobres, tomarlos en serio como seres humanos adultos y como cristianos capaces. Lo decimos porque estamos presenciando un proceso muy extendido de "infantilización religiosa". Jesús nos pidió "hacernos como niños", sencillos, sin malicia, con confianza en el Padre. Pero no nos quiso "aniñados", sin pensar por cuenta propia, interesados en cosas raras y esotéricas (apariciones, profecías, devociones en las que ni se sabe quién es el santo o la Virgen a la que se reza) y en fábulas y cánticos sin ninguna base histórica ni teológica. Tomar en serio a los pobres es trabajar no sólo para que estén en la Iglesia, sino para que maduren en ella como seres humanos y cristianos.

6. La Iglesia debe a los pobres aglutinarse alrededor de ellos, lo que ante se hacía en semanas de pastoral, difíciles y conflictivas, pero necesarias y provechosas. Es necesario preguntarse y aprender de ellos, para devolverles en palabra evangélica y teológica su propia palabra, lo que antes se hacía con las encuestas que se pasaban a los pobres antes de escribir cartas pastorales (recuérdese la cuarta carta pastoral de Mons. Romero). Y en este contexto, la Iglesia debe a los pobres sacerdotes, religiosas, obispos, teólogos y teólogas, seminarios, centros de formación, publicaciones… que hayan hecho, comprobadamente, más allá de palabras vacías, una opción por ellos.

7. A las mujeres, especialmente, la Iglesia les debe reparación. Esposas, compañeras y madres sufridas, las que impiden que el país caiga en el caos total; religiosas abnegadas y serviciales, que tantas veces mantienen la credibilidad que pierde una Iglesia masculinizada… Las cosas no pueden seguir así en la Iglesia con la mujer. No es justo, en términos de derechos humanos. No es evangélico, en términos de Jesús.

8. La iglesia debe a los pobres presentar a Jesús como quien es de ellos. A un Jesús que, antes que cualquier otra cosa, no juzga a los pobres por sus obras, sino que les quiere por sus desventuras. A un Jesús que no los considera como seres inferiores a los que hay que ayudar, sino como personas con valores y capacidades que pueden poner a producir. A diferencia de lo que la Iglesia hace a veces, Jesús no se daba crédito a sí mismo, ni se hacía propaganda después de una curación, sino que decía al enfermo o a la enferma: "Vete en paz. Tu fe te ha curado". Y entonces, sí, estos pobres se pueden convertir –y muchos lo han hecho en este país– en insignes seguidores de Jesús. Esta fe es la que les debemos a los pobres, no sólo ortodoxias, ininteligibles para ellos, ni sólo eventos religiosos espectaculares, que poco dejan.

9. Por último, la iglesia debe a los pobres el recuerdo de sus mártires, es decir, devolverles en muerte la dignidad que los poderosos les arrebataron en vida. Y por lo que toca a los supervivientes, dar consuelo a familiares y amigos, dar ánimo a los que quieren seguir sus huellas. Y les debe también hacer una llamada seria a sus victimarios a la conversión, para que no se piense que "aquí no ha pasado nada". Qué hagan políticos, militares y oligarcas con los mártires es una cosa. Pero la iglesia no puede confundir el perdón con el olvido, el amor con la impunidad. Gracias a Dios, el recuerdo de los mártires no ha disminuido, sino que ha ido en aumento. Las misas dominicales en la cripta de Catedral donde descansa Monseñor Romero es una buena prueba de ello. Y hay que agradecer al señor arzobispo y a otros obispos del país el trabajo e interés que están poniendo en su canonización.

Alrededor del 6 de agosto habrá misas, procesiones, la bajada, muchas manifestaciones de devoción popular. Está muy bien. Pero la celebración más honda ocurre en el fondo de los corazones, cuando cada quien decide seguir a ese Jesús que bajó del monte de la transfiguración para ir a Jerusalén. Y en la vida externa de la Iglesia, bien estará comenzar por un examen de conciencia y pedir a Dios la gracia de ser, como quería Medellín, una Iglesia de los pobres.

Para que esto no quede en meras palabras hemos analizado la conversión como el pago de "nuestras" deudas con los pobres. El lenguaje puede ser chocante, pero es fácil entender lo que con él se quiere decir. Y recordémoslo: los pobres están dispuestos a perdonar nuestras deudas y a darnos de su fe y de su esperanza.

 

 


 

 

La sociedad salvadoreña se arma

La ética periodística en cuestión

 

Una Asamblea Legislativa irresponsable. Dando muestras de un absoluto desconocimiento de lo que es la problemática de la violencia (y de una irresponsabilidad mayúscula), el día 1º de julio, con 72 votos a favor y las abstenciones del FMLN, de la Unión Social Cristiana y del G-5, la Asamblea Legislativa aprobó la armamentización de la sociedad salvadoreña, con la cual se están fomentando las condiciones para que esa problemática, lejos de disminuir, se agudice. El director de la Policía Naciona Civil, Mauricio Sandoval, aseguró que "en términos generales la ley es buena", y añadió que "no le veo ningún problema al hecho de que la población tenga en sus manos armamento de uso privativo del ejército". La ley tiene que ser ratificada por el presidente Francisco Flores, pero se pueden hacer ya algunas reflexiones. Y la primera es que, más allá de las especificaciones técnicas de la ley de portación y tenencia de armas de fuego –calibre y dimensiones de las armas que podrán tener los civiles–, legalizar la tenencia y portación de un arma es legalizar la tenencia y portación de un instrumento de muerte. De esto nadie debería tener la menor duda, especialmente aquellos que, al saber de la aprobación de la referida ley, corrieron a los establecimientos de ventas de armas y municiones para pertrecharse debidamente.

Las armas y la violencia. Todos deberíamos estar claros –las instancias de gobierno antes que nadie– de que las armas están hechas para matar y que las personas armadas –sean el padre o los hijos en la casa, el compañero en el trabajo o el vecino de la mesa de al lado en el bar– son una amenaza para el entorno inmediato en el que se desenvuelven. Con armas de por medio, cualquier disputa y discusión, por irrelevantes que sean –motivadas por celos, malas miradas, visiones contrapuestas de las cosas, rivalidades de ocasión (por ejemplo, quién bebe más cervezas o quién conduce más rápido)–, suelen terminar en tragedia. Amén de los patrones culturales de los que hacen alarde muchos salvadoreños –bravuconería, matonería y prepotencia– cuando sienten que tienen controlada la situación, ya sea por el dinero que andan en el bolsillo, por su fuerza física o por su pistola.

Uno de los más graves problemas de El Salvador en la postguerra es la violencia, y, como revelan estudios serios al respecto, uno de los factores posibilitadores de la misma es la tenencia–portación de armas. Las autoridades, a través del Ministerio de Seguridad Pública, han hecho público su compromiso por hacer frente al problema de la violencia en todas sus manifestaciones. Sin embargo, la Asamblea Legislativa, con bombo y platillo, aprueba una ley que favorece la violencia con armas de fuego y que, además, hace más difícil su erradicación, pues cada vez habrá más personas armadas legalmente en las calles y en los lugares de habitación. Estamos ante una espantosa incoherencia entre las instituciones del Estado, cuyas consecuencias, una vez más, las sufrirán tanto quienes no tienen dinero para comprar un arma como quienes se resisten a vivir en la barbarie (ambos grupos van a estar en desventaja respecto de quienes andan armados).

Durante la postguerra –aunque siguiendo una tendencia iniciada en el marco de la guerra civil–, en la sociedad salvadoreña se incubó una división peligrosa entre sus miembros: los que tenían armas en su poder (muchos de ellos delincuentes de la más diversa especie) y los que no las tenían. Algunas mentes lúcidas alcanzaron a vislumbrar que la tarea era desarmar a los armados, bajo el supuesto de que entre más armas en poder de los civiles mayores serían las posibilidades de comportamientos violentos con resultados mortales. Lástima que esta iniciativa nunca gozó del respaldo total de las autoridades ni tampoco de la sociedad civil, una parte de la cual siguió creyendo que la mejor forma de garantizarse la propia seguridad era contar con un arma.

¿Quiénes son los salvadoreños "honrados" y "honestos"? Pero como ya queda dicho, la Asamblea, asesorada por una comisión legislativa formada por mentes tan poco lúcidas como la del coronel (diputado por ARENA) Sigifredo Ochoa Pérez, ha optado, contra toda racionalidad, por favorecer la tenencia y portación de armas, bajo el supuesto de que, al haber más civiles armados, su capacidad de autodefensa será mayor, con lo cual disminuirá la violencia delincuencial. El argumento es simplista, pero no se podía esperar más de una comisión legislativa en la que la palabra de un coronel como Ochoa Pérez tuvo un peso decisivo.

Distintas serían las cosas si en dicha comisión se hubieran hecho presentes las perspectivas de la sociología y de la psicología social, desde las cuales se considera que la armamentización de la ciudadanía no puede sino contribuir a agravar el problema de la violencia. Definitivamente, mientras en El Salvador las decisiones importantes sigan siendo tomadas por personas incompetentes –para el caso que nos ocupa, un militar, por deformación profesional, casi siempre va a creer que el uso de un arma es el remedio para todos los males sociales–, no se vislumbrarán más que malas soluciones para los graves problemas nacionales.

Entre las justificaciones dadas para aprobar la ley de portación y tenencia de armas –una ley que favorece incluso la tenencia de armas de guerra "modificadas" como los mortíferos AK-47, G-3 y M-16–, el diputado Ochoa Pérez ha dicho que la ley va a ayudar a las personas honradas y honestas a defenderse de la delincuencia. Puede ser, pero hay un par de cosas que hay que considerar para ver el asunto en toda su complejidad. Primero, con un arma en sus manos, hasta las personas honestas y honradas se convierten en asesinos en potencia y, en consecuencia, quienes los rodean –amigos, parientes y vecinos– se vuelven posibles víctimas. Segundo, ¿quién o qué decide cuándo una persona es honesta y honrada y cuándo no lo es? ¿Una solvencia policial? ¿La cédula de identidad personal? ¿La licencia de conducir? Cualquiera con dos dedos de frente sabe que esa documentación no es garantía de nada, pues los criminales más peligrosos –esos que integran las bandas del crimen organizado– son, a la vista de todos, las personas más honestas y honradas (recordemos al "buen muchacho" de Robertío Mathies Hill); es decir, quienes portarán legalmente las armas que les permitirán secuestrar, asaltar, cometer desfalcos y traficar con drogas.

El asunto es bastante claro: al no estar legalizada la tenencia y portación de armas para los civiles, era previsible que buena parte de las mismas se concentrara en manos de quienes las querrían para delinquir. Esto, de algún modo, puede contribuir a hacer frente a ese foco particular de violencia en el que las armas de fuego son el instrumento de terror privilegiado en manos de los criminales. Al multiplicarse la tenencia y portación de armas en manos tanto de personas honestas y honorables como de otras que no lo son, pero lo parecen –porque tienen los recursos políticos y económicos para pasar por tales–, la erradicación de ese foco de violencia se vuelve más difícil. Los padres de la patria así lo han decidido. Han decidido, pues, que continuemos en la barbarie.

 

La censura oficial y la ética periodística. Hace unos días la Dirección de Espectáculos Públicos del Ministerio del Interior "solicitó" a las radios comerciales que sacaran de sus programaciones la canción "El Directo", bajo el argumento de que subvertía el "orden, la moral y las buenas costumbres". Igual suerte corrían las composiciones de dos agrupaciones extranjeras que se caracterizan por el fuerte contenido político de sus letras. Ante esa disposición, interesa comentar, por un lado, la respuesta de la Asociación Salvadoreña de Radiodifusores (ASDER) y, por otro, la actitud adoptada por el resto de los medios, en especial la prensa escrita, frente a ella.

El argumento con el que respondió el presidente de ASDER, Tony Saca, a la "petición" del Ministerio del Interior no puede ser más especioso y rocambolesco: para salvaguardar el derecho a la libre expresión y evitar la censura las radios optarán por la autorregulación. La autorregulación, según Saca, permitirá que los medios radiales mantengan la libertad de programación sin el peligro de que entidades allende a ellos se vean en la penosa necesidad de ordenar la censura.

Así pues, desde este argumento, el problema ético de la cuestión se resolvería aceptando que: (a) los criterios para ordenar la censura son siempre válidos y razonables; (b) los criterios de la autorregulación coinciden con los criterios externos de censura; y (c) que contra la libertad de expresión sólo se atenta si el producto que ofrecen los medios ante la opinión pública es censurado por una entidad externa, no así si es censurado por los criterios que operan en el proceso de selección de material al interior de ellos. Evidentemente, más que ser salomónica, la política que impulsará de ahora en adelante ASDER es de total obediencia y apego a los dictámenes de una de las entidades de gobierno más dura y conservadora. La solución por la que se ha optado va así más por la vía de la clonación de criterios de censura que por la del diálogo y discusión de lo que puede y debe ofrecerse a la opinión pública.

De este modo, la dicotomía entre la libertad de expresión y la censura, representadas respectivamente en este caso por la índole de la programación de las radios y los criterios del Ministerio del Interior, se soluciona creando minúsculas direcciones de Espectáculos Públicos al interior de cada uno de los medios.

Por su lado, la cobertura periodística que se le ha dado a la cuestión avala con su parquedad la componenda entre ASDER y el Ministerio del Interior, y siembra serias dudas sobre su compromiso con el derecho a la expresión, la libertad de información y el desapego a los intereses estatales y privados. Una cobertura periodística de altura, que responda al Código de Etica que actualmente se está discutiendo, tendría que haber señalado, en primer lugar, que muy posiblemente en la decisión de ASDER pesó menos el afán por hacer imperar la "moral y las buenas costumbres" que los intereses políticos de su presidente

En segundo lugar, que ASDER, en cuanto que no sólo agrupa a radios de programación comercial, sino también a algunas con intenciones periodísticas debería de haberse opuesto decididamente a una medida que contravenía el derecho de los ciudadanos a expresar libremente sus ideas, pues lo contrario significaba ir en contra de los más elementales principios de ética periodística.

Finalmente, la cobertura de la prensa debió haberse centrado en lo fundamental de la cuestión: los alcances y límites de la libertad de expresión en el país, y no en si la letra de las canciones atentaba o no contra "las buenas costumbres".

En definitiva, la guerra que dicen librar los directivos de los medios de prensa por ocupar el puesto que les corresponde en la sociedad y por llevar a cabo una labor mínimamente ética es más bien un juego de imágenes. Un juego cuya intensidad sigue dependiendo de los intereses que están de por medio. En esta ocasión, por estar ASDER y el Ministerio del Interior en el centro del campo de batalla era predecible que la libertad de expresión fuera la gran perdedora.

 

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Comentario de Monseñor Fernando Sáenz Lacalle

 

El arzobispo de San Salvador, Monseñor Fernando Sáenz Lacalle, exhortó a "armarse de valores" en lugar de "recurrir al uso de armas de fuego". La falta de valores morales hace que las personas recurran a las armas y a la violencia para satisfacer sus necesidades económicas. "Hay que buscar la raíz de los problemas, y la raíz es la falta de una formación moral y la falta de solidaridad, y las necesidades económicas que la gente tiene. De ahí se deriva el recurso a la violencia. Debe desarrollarse más la seguridad pública, de manera que no exista necesidad de acudir a las armas para la seguridad personal".

 

 


 

 

Impuestos y ciudadanía

 

José María Tojeira

 

El IVA es lo que comúnmente se llama un impuesto regresivo. En otras palabras, al ser igual para todos, afecta más a aquellos cuyo presupuesto se construye fundamentalmente mirando a las necesidades vitales. Si yo tengo mi presupuesto centrado en las atenciones básicas de alimentación y salud, y ambas está gravadas por el IVA, yo sufro en ambos aspectos. Si a mi me sobra el dinero y puedo cubrir con él otras necesidades no tan vitales, y además tengo capacidad de ahorro, el IVA no me afecta de la misma manera. Por ello, anteriores administraciones dispensaron de la aplicación del IVA a algunos productos básicos.

Ello sin embargo dañó a los productores agrícolas, puesto que ellos tenían que pagar IVA por sus insumos (aperos de labranza, abonos, etc.). Pero no lo podían trasladar al consumidor final. Entre otras razones ésta se ha utilizado, y correctamente, para mostrar la desatención al agro de los anteriores gobiernos.

Sin embargo, la propuesta gubernamental de aplicar el IVA a todos los productos agrícolas y a las medicinas, ni es la solución para darle un impulso en su totalidad al agro, ni es una solución justa para la ciudadanía. En El Salvador sigue habiendo, al menos, un 50% de la población que vive en la pobreza, entendiendo ésta como la dificultad para cubrir todas las necesidades básicas y elementales de la persona para mantener un mínimo de bienestar.

Añadir un nuevo impuesto a los pobres puede ser que dé un pequeño (muy pequeño, dándole al gobierno el beneficio de la duda) impulso al agro. Pero también le dará un duro golpe a la mitad de la ciudadanía. Querer solucionar el problema del desarrollo haciendo más pobres a los pobres no puede ser una fórmula justa del desarrollo

Si el problema de la reactivación del campo se quiere solucionar por la vía impositiva no sería malo que se comenzara por hacer funcionar bien el sistema fiscal. En algunos aspectos, los más pequeños, el gobierno está contemplando el problema, pero en otros no. Y comienzo por lo positivo. Por fin el gobierno reacciona ante una situación escandalosa en el funcionamiento del IVA. Ha sido, y es todavía, muy frecuente el encontrar en restaurantes, supermercados y gasolineras a personas que satisfaciendo sus necesidades particulares de comer bien, comprar su canasta semanal o echar gasolina a carros que se usan con fines particulares, piden al mismo tiempo crédito fiscal para descargar el IVA en el consumidor final de sus negocios o empresas. El ministerio de Hacienda apenas tiene capacidad de controlar, si es que tiene algo de control, a quienes desgravan ese impuesto de esta manera. Incluso profesionales con diferentes tipos de consultorios, los convierten en empresas y desgravan sus gastos familiares a través de este sistema. Impedir, como se propone, este tipo de abuso es un buen paso, pero insuficiente.

En el impuesto sobre la renta, en cambio, hay demasiada tela que cortar. Comenzando por el comercio medio, donde hay personas que manejan capitales superiores al medio millón de colones y no aparecen en la lista de contribuyentes. Y terminando, sobre todo, con esa larga lista de personas que en base a testaferros, trampas y artimañas no pagan ni el 10% de sus ganancias anuales gravables cuando debían pagar el 25%. Casos como el de Matties Regalado, quien, cuando le embargaron propiedades, resultó que no tenía nada, nos hacen dudar mucho de la fiscalización adecuada de este impuesto. Y si a ello añadimos las declaraciones del jefe de la sección de probidad de la Corte Suprema, las dudas se convierten en certezas. En efecto, este funcionario, además de calificar de obsoleta e inadecuada la legislación que permite investigar el enriquecimiento ilícito (habla sólo de funcionarios), informa que durante los 40 años de vigencia que tiene la ley contra dicho enriquecimiento nadie ha sido procesado por esa causa. Si no fuera triste el asunto, la afirmación daría risa, cuando todos sabemos que el número de rufianes que se han hecho ricos con la política es bastante abundante.

¿Reactivar el agro? Claro que es necesario. Pero lo que no es justo es que dicha reactivación tengan que pagarla al final los más pobres, mientras otras fuentes de ingreso estatal permanecen exiguas debido a la ineficacia y desidia, cuando no complicidad, de los sucesivos gobiernos. Si se quiere cobrar impuesto a todos, al menos deberían aumentar clara y progresivamente las medidas de compensación social para los más pobres de nuestra sociedad. Lo que en otros países se ha llamado salario social (prestaciones en salud, educación, vivienda...) deben crecer. Y no crecerán aumentando impuestos regresivos como el IVA, sino sobre todo arreglando de una vez por todas el problema fiscal del país, entrando a fondo en el impuesto sobre la renta (sin necesidad de cambiar los montos existentes). Y al mismo tiempo corrigiendo esa reconocida tendencia al enriquecimiento ilícito utilizando la influencia que otorga el tener puestos estatales, que sin embargo jamás ha sido investigada a fondo y en la que nunca se hallan culpables.

 

 


 

 

El Jubileo 2000 en El Salvador: que la vida sea posible

Reflexiones para las comunidades

 

Dean Brackley

Perdón de la deuda, sí, pero hay más. En muchas partes del mundo las iglesias cristianas están impulsando la celebración de un Jubileo Santo, aprovechando la venida del año 2000. En este contexto la campaña ecuménica "Jubileo 2000" exige el perdón de la deuda externa que pesa sobre los países pobres del mundo. El papa y muchos otros líderes han pedido la condonación parcial y hasta el perdón total de este flagelo del tercer mundo. En América Latina, la deuda se eleva a más de mil dólares por persona. Cada niño, pues, al nacer debe ya más de mil dólares.

Sería muy bueno, ciertamente, que la banca mundial perdonase la deuda a los gobiernos de los países, pero no debemos poner en eso toda la esperanza. Por poner un ejemplo, cuando, después de la destrucción del "Mitch" el gobierno de Francia ofreció perdonar lo poco que el gobierno de El Salvador debe a ese país, el gobierno de El Salvador respondió: "gracias, pero no", y añadió que tales medidas eran más apropiadas para países realmente pobres, como Honduras y Nicaragua. El Salvador prefería conservar su buena imagen y su buen "rating" con los bancos. Así es que, en lugar de poder dedicar más dinero para la salud y la educación y quedar bien con los niños sin escuela y con los enfermos que duermen en los pasillos del Hospital Rosales, el gobierno de El Salvador –entre los más tacaños del mundo por lo que toca al gasto público en salud y educación– prefirió quedar bien con los bancos acreedores extranjeros.

Por eso es importante preguntarnos si el jubileo no puede y debe significar para nosotros algo más que el perdón de la deuda externa. El año del jubileo, ¿no debiera motivarnos a comprometernos con una nueva manera de vivir en nuestras comunidades, parroquias y lugares de trabajo y estudio?

La defensa de la vida del pobre en Israel. Si volvemos al Antiguo Testamento –al capítulo 25 del libro del Levítico– allí encontramos el significado más profundo del año del jubileo. Con el jubileo Israel pretendía evitar que la gente se empobreciera permanentemente. Como ocurre hoy, tal vez un campesino tenía que vender el patrimonio –o parte de él, unas cuantas manzanas– para salir a flote después de una calamidad, una enfermedad, un huracán, una sequía... Pero cada 50 años, el patrimonio tenía que regresar a su dueño original. Y es que el patrimonio, "la tierra", es algo sagrado, es don de Dios a la familia. Según Lev 25, 23 la tierra es de Dios, y nosotros somos como forasteros que la usamos y la administramos.

Lo mismo se pretendía con el año sabático. Como hoy, también entonces la gente pobre se endeudaba para hacer frente a alguna desgracia. Pero, al llegar el año séptimo, le tenían que perdonar la deuda (Deut 15, 1–2). No se permitía que alguien quedara permanentemente en la miseria. Siempre había que dar una oportunidad, una salida. "No debe haber ningún pobre junto a tí" (Deut 15, 4), proclama Jahvé solemnemente. Si eso ocurre, es porque hay pecado. Por eso hay "siempre" pobres.

Como veremos al final de este artículo, esto cambiará en la medida en que se realice el reino de Dios. Por ahora baste notar que Jesús nunca dijo que a los pobres siempre los tendrán con ustedes. A pesar de tantas traducciones, el verbo no está en futuro, tendrán, sino en el presente, tienen. Jesús simplemente observa, no vaticina, que siempre habrá pobres. El pecado es el que sigue produciéndolos.

Volviendo al jubileo, se trataba de devolver la tierra a sus dueños originales. La tierra era la base de la producción, el principal y casi exclusivo medio de producción. (En Israel no había fábricas ni talleres, ¡por no hablar de bancos!). La tierra era el "capital". La tierra otorgaba cierta seguridad, conservaba la vida, era el sustento de la familia y de la comunidad, y "con esto no se juega". Por esa misma razón no se podía tomar la piedra de molino como garantía de préstamo. "No se tomará en prenda el molino ni la muela; porque ello sería tomar en prenda la vida misma" (Deut 24, 6). Se trata de un medio familiar de producción, tan humilde como necesario. "Con esto no se juega". (Usamos esta expresión porque, para algunos empresarios y prestamistas, el negocio es, en realidad, una especie de "gran juego". Pero en este deporte escandaloso "está en juego" la vida de familias y comunidades).

En resumen, con el jubileo se quería evitar el empobrecimiento permanente de la gente pobre, devolviéndoles su propiedad perdida. De una u otra forma, todos debían tener acceso a los medios necesarios para la vida.

¿Y hoy en El Salvador? Hasta hace poco, en El Salvador la tierra ha sido también el principal medio de producción. Es bien sabido que la historia del país ha sido la historia de repetidos despojos de las mejores tierras, desde la conquista en el siglo XVI hasta las "reformas" liberales de los cafetaleros en el siglo pasado. Estos robos han continuado, en forma más sutil, a lo largo de todo el siglo XX, cuando a los agricultores se les ha negado crédito y otras facilidades, llevando así al agro a la bancarrota, sobre todo en el caso de los minifundios de los campesinos pobres. Aquí, ciertamente, es necesario el espíritu del jubileo. En El Salvador no sólo no se les ha devuelto la tierra a los despojados, sino que a la gente más pobre se sigue arrebatando la tierra. En la actualidad, sólo el 40% de la población vive directamente de la tierra, y el agro produce apenas el 15% del producto nacional. Es un sector escandalosamente descuidado por el gobierno y las fuentes de crédito (bancos) que prefieren sacar más beneficios haciendo préstamos a las grandes empresas.

Como en toda América Latina, en El Salvador la tierra ha dejado de ser el medio principal de producción. Esto significa que, si queremos hablar del jubileo hoy, en el año 2000 tenemos que fijarnos no sólo en cómo está la posesión de la tierra, sino del acceso a la propiedad productiva, sea la tierra u otra forma de propiedad. Ese acceso es necesario para la vida y por ello es un derecho de toda familia, de toda persona adulta.

Para actualizar y "poner patas" al espíritu de jubileo en la realidad de hoy, tan distinta a la del pueblo de Israel, nos puede ayudar la actual enseñanza social de la Iglesia. Y eso es importante porque ni Moisés, ni Jesús conoció la maquila, la cooperativa, el sindicato o el capitalismo. Es necesario saber lo que la Biblia dice sobre la vida social en Israel, pero es necesario también saber por qué lo dice, para desarrollar principios más eficaces para el día de hoy.

En este espíritu, el papa León XIII insistió en el derecho de toda familia a la propiedad productiva –él también pensaba en la tierra– en la primera gran encíclica social, Rerum novarum, de hace ya más de un siglo, 1891. ¡Ojo! Con la doctrina social se trata de defender el derecho de propiedad de quienes no la tienen. La Iglesia se preocupa por sus derechos, no por los "derechos" de quienes han acaparado más propiedad de la que les corresponde.

Cincuenta años más tarde, Pío XII volvió a insistir en el derecho de toda familia a un patrimonio que le otorgue cierta seguridad económica. De hecho, la autarkhía –una cierta independencia– había servido, junto con la koinoinía –fraternidad–, como criterio fundamental de los Padres de la Iglesia sobre este tema en los primeros siglos del cristianismo.

Más recientemente, el papa Juan Pablo II ha explicado el significado del jubileo en las condiciones actuales. Pero de eso hablaremos en el próximo número.

 

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Contra la deuda externa

 

Nos van conquistando los sucesivos imperios.

Nos arrancan las entrañas de la Madre Tierra.

Nos hacen esclavos o dependientes o subdesarrollados.

Y, al final, ¡resulta que somos nosotros los deudores!

De una deuda "externa", porque no la hemos hecho nosotros.

De una deuda "externa", porque no se pagará jamás.

Que, sin embargo, la hemos pagado con exceso de hambre, de miseria

y de muerte prematura.

Que no la queremos pagar, porque es pecado "mortal"

cobrarla y pagarla.

¿Cuándo nos pagarán ellos el oro, la floresta, la sangre, la paz,

el futuro que nos han arrebatado?

¡Pagar la deuda externa es morir, y nosotros queremos vivir!

"No matarás", no cobrarás deudas mortales.

Pagaremos, eso sí, todos juntos, la única deuda: la del amor.

¡Y seremos una sola familia, la hija humana de Dios!

Pedro Casaldáliga

 

 


 

 

Carta del Clero salvadoreño a la Congregación de los Obispos

 

En dos ocasiones hemos publicado cartas del clero salvadoreño en las que demostraban su insatisfacción y frustración por el modo de elegir obispos para las diócesis del país. En estos días el clero ha enviado una nueva carta a la Congregación de Obispos del Vaticano, carta que han entregado también personalmente al señor nuncio y que nos la han enviado para su publicación. Como verá el lector, la preocupación del clero sigue siendo la misma.

La carta está firmada por 168 sacerdotes, a las que se siguen añadiendo nuevas firmas. Los firmantes son mayoritariamente párrocos, es decir los sacerdotes que tienen trabajo pastoral directo y que están en relación más inmediata con los obispos. Firman de todas las diócesis del país, con la excepción de la diócesis de Zacatecoluca, y de la de San Vicente, cuyo obispo se mostró contrario a que los sacerdotes firmasen la carta. En otra de las diócesis, sin embargo, el mismo obispo leyó la carta a sus sacerdotes para que tuviesen conocimiento de ella y pudiesen actuar libremente.

El malestar del clero es que no acaban de entender por qué se les pide que ofrezcan el perfil de quién pueda ser su nuevo obispo y después para nada toman en cuenta lo que ellos han propuesto. Se quejan también del secretismo de las gestiones y de que la opinión del gobierno o la de un cardenal de la Curia Vaticana tenga más peso que la del pueblo de Dios. Y algunos se preguntan cómo es posible que Monseñor Gregorio Rosa Chávez, colaborador cercano de Monseñor Romero y de Monseñor Rivera, el obispo salvadoreño de más prestigio internacional, y –por si eso no bastara– el miembro más antiguo del actual episcopado salvadoreño no ha sido nombrado todavía obispo titular de una diócesis.

¿No sería bueno en el Jubileo 2000, en que a todos se nos pide conversión y cambios, que el nombramiento de obispos fuese más popular, más humano y más cristiano? No hay que ser anacrónicos, por supuesto, pues la historia cambia y no se puede repetir tal cual. Pero quizás ayude recordar textos de la tradición de la Iglesia que muestran sentido de pueblo de Dios en la elección de los obispos.

"Sabemos que viene de origen divino elegir al obispo en presencia del pueblo y a la vista de todos, para que todos lo aprueben como digno e idóneo por testimonio público" (Obispos de Africa, siglo III).

"Nadie sea dado como obispo a quienes no lo quieran. Búsquese el deseo y el consentimiento del pueblo y de los hombres públicos. Y sólo se elija a alguien de otra Iglesia cuando en la ciudad para la que se busca el obispo no se encuentre a nadie digno de ser consagrado" (Carta a los Obispos de Vienne, Papa Celestino I, 422-432, siglo V).

"Al que es conocido y aceptado se le deseará con paz, mientras que al desconocido de fuera habrá que imponerlo por la fuerza... Manténgase por ello la votación de los clérigos, el testimonio de los honorables y el consentimiento de los cargos y del pueblo. El que ha de estar al frente de todos debe ser elegido por todos" (Carta del Papa San León Magno, siglo V).

De nuevo, no hay que ser anacrónicos. Pero, ¿no habrá llegado el momento de repensar en la Iglesia lo referente al episcopado: su elección, sus relaciones con sus sacerdotes, con todos los religiosos y religiosas, laicos y laicas del pueblo de Dios?

Terminamos con estas palabras de san Agustín, obispo de Hipona, recogidas por el concilio Vaticano II en la Constitución dogmática sobre la Iglesia n. 32. Esto dice san Agustín a sus diocesanos, hablando como obispo:

"Si me aterra el hecho de que soy para vosotros, eso mismo me consuela, porque estoy con vosotros. Para vosotros soy el obispo, con vosotros soy el cristiano. Aquél es el nombre del cargo, éste el de la gracia; aquél, el del peligro; éste, el de la salvación."

 

 

¡Otra vez nos sorprendieron!

Resonancia de la provisión episcopal de la diócesis de Santa Ana

en el clero de la provincia eclesiástica de El Salvador

 

San Salvador, mayo de 1999

Para: La Sagrada Congregación de los Obispos,

Ciudad del Vaticano,

Roma-Italia

En las vísperas de la celebración de Pentecostés, nosotros los sacerdotes de la Provincia Eclesiástica de El Salvador, ante el reciente nombramiento de Mons. Romeo Tobar Astorga como nuevo titular de la Diócesis de Santa Ana, cortésmente compartimos las siguientes reflexiones.

Resuenan en nuestros oídos las alentadoras y desafiantes palabras de la exhortación apostólica postsinodal ECCLESIA IN AMERICA: "Los presbíteros, en cuanto pastores del pueblo de Dios en América, deben además estar atentos a los desafíos del mundo actual y ser sensibles a las angustias y esperanzas de sus gentes compartiendo sus vicisitudes y, sobre todo, asumiendo una actitud de solidaridad con los pobres" (Ecclesia in América n. 39). Más adelante, en el mismo numeral se nos insiste en la necesidad de escuchar y dialogar con los fieles para impulsar su participación y corresponsabilidad en la animación de la comunidad.

Leemos en el libro de los Hechos que "una vez seleccionados los candidatos, oraron así: ‘Señor, tú penetras el corazón de todos; muéstranos a cuál de los dos has elegido para que, en este servicio apostólico, ocupe el puesto que quedó vacante’" (Hech 1, 24-25), y ya en el versículo 21 mencionan una de las exigencias para los candidatos: "que sea uno de los que nos acompañaron mientras convivió con nosotros el señor Jesús" (Hech 1, 21).

Por nuestra parte, quienes amamos esta Iglesia, heredera de un legado precioso de sacerdotes y obispos que en aras de su fidelidad a Cristo y al Pueblo confiado a su solicitud pastoral dieron el más sublime testimonio de fe con el martirio, hemos seguido con fidelidad y constancia la exhortación a "orar al Señor". Lo hemos hecho personalmente, en grupos pequeños y en las asambleas litúrgicas. Hemos escuchado a los fieles sobre los sacerdotes que se destacan por su configuración a Cristo Cabeza y Pastor. Sin embargo, a nuestro entender, no aparecen muy claras las motivaciones y el proceso que conducen a la designación final de los que ocupan las sedes vacantes.

En un primer momento siempre nos hemos sentido esperanzados y estimulados al ser consultados para la proposición de los candidatos, ya que, como clero, somos conscientes de la corresponsabilidad en el gobierno pastoral de nuestra amada Diócesis, y sobre todo que nuestra voz recoge el sentir de la inmensa mayoría de aquellos que pastoreamos en las distintas parroquias. Ellos mismos tienen puestas sus esperanzas, después de Dios, en que serán escuchados a través de la persona de sus pastores, a quienes cotidianamente presentan sus angustias y esperanzas, y muy especialmente en aquellas Diócesis que han sufrido un largo vacío de auténtico gobierno pastoral.

En este sentido, de la esperanza pasamos a la frustración, cuando vemos con pena que las propuestas colectivas que hiciéramos oportunamente, sencillamente han sido ignoradas. Con preocupación nos preguntamos. ¿Cuáles son los intereses que privan en las designaciones? ¿Acaso no se encuentran en nuestras Diócesis ministros idóneos para responder a las exigencias de los tiempos y circunstancias actuales? ¿Cómo asumir desde la fe y explicar a los fieles los procederes y la toma de decisiones de parte de nuestros jerarcas cuando contrastan con el sentir del pueblo fiel? En el caso de la diócesis de Santa Ana, ¿cómo es posible que para la designación, al parecer, se le ha dado más importancia al "problema Universidad" y no al interés de las 35 parroquias? ¿Cómo devolver el entusiasmo pastoral a un clero y a la inmensa mayoría del pueblo fiel cuya voz no ha sido escuchada y por lo mismo prácticamente ignorado en sus expectativas? ¿Cómo devolver al clero la certeza de que en nuestro quehacer pastoral somos acompañados por nuestros pastores? ¿Cómo lograr que se cancele el estigma de sospecha que pesa sobre aquellos que expresamos responsablemente nuestro sentir y pensar con el fin de servir a la verdad en la Iglesia?

Se avecina ya la provisión para la diócesis de San Miguel, y quizás convenga recordar la doctrina del Concilio Vaticano II: "Con el fin de defender debidamente la libertad de la Iglesia y de promover más apta y expeditamente el bien de los fieles, es deseo del sacrosanto Concilio que en lo sucesivo no se concedan a las autoridades civiles más derechos o privilegios de elección, nombramientos, presentación o designación para el cargo del episcopado" (Concilio Vaticano II, Decreto Christus Dominus, n. 20).

Finalmente queremos reiterar y dejar constancia de nuestro amor y fidelidad a la Iglesia de Jesucristo, que es UNA, SANTA, CATOLICA y APOSTOLICA. Así mismo, manifestar nuestra disposición a colaborar con docilidad en los ámbitos que se nos requiera, como lo prometimos el día de nuestra Ordenación Sacerdotal.

Fraternalmente en Cristo, Vuestros Hermanos Sacerdotes:

 

 


 

 

La catedral metropolitana no es una sino dos

 

Carlos Ayala Ramírez

 

La catedral metropolitana no es una sino dos: la de "arriba" y la de "abajo". La de "arriba" pretende ser un monumento artístico nacional, una sede digna del arzobispo, digna de los actos litúrgicos, digna de las ceremonias oficiales. De ahí la preocupación por su fachada (por su frontispicio), por los detalles interiores (pisos de mármol, la nave principal imponente, vitrales llamativos, murales, imágenes, etc.). La de "abajo" carente de iluminación, de pintura, de un equipo de sonido mínimo aceptable, de ornamentos, carece incluso de aseo y cuidado.

No obstante, a pesar de este ambiente inhóspito, la catedral de "abajo’ es todo un monumento histórico: en la cripta yacen los restos de cuatro arzobispos (Monseñor Alfonso Belloso, Monseñor Luis Chávez González, Monseñor Oscar Romero y Monseñor Arturo Rivera). Allí también se encuentran los restos de un hombre bueno, Enrique Alvarez Córdova, ex–ministro de agricultura, quien impulsó la reforma agraria e incluso dio más de la mitad de sus tierras a los campesinos, y fue asesinado por un nefasto escuadrón de la muerte. La catedral ha sido testigo mudo de la represión en nuestro país y en ella mucha gente encontró refugio, logrando salvar su vida. Pero lo que más resulta emblemático de su historicidad es su relación con el pastor y el mártir, según nuestro convencimiento, más conocido y más importante del siglo XX: Monseñor Oscar Arnulfo Romero.

Este potencial histórico ha sido nuevamente puesto a producir. Desde el pasado 23 de mayo, día de pentecostés, en la catedral de "abajo" dio inicio la celebración de eucaristías como parte de las actividades previas al XX Aniversario del martirio de Monseñor Romero (rememoración que tendrá lugar en marzo del año 2000). Son ya varias las parroquias y comunidades que con gran esfuerzo y entusiasmo han celebrado la misa en la cripta de Catedral, fortaleciéndose con el ejemplo de quien vivió la fe cristiana con profunda radicalidad y fidelidad. Hombres y mujeres, niños, jóvenes y adultos, nos reunimos para celebrar el sacramento de la solidaridad y la vida, y para alimentarnos de la memoria martirial. Parroquias y comunidades de Soyapango, Ciudad Delgado, Mejicanos, San Ramón, han puesto todo su empeño y creatividad para la celebración de cada domingo. La liturgia, los cantos, las ofrendas, las lecturas, los testimonios, etc., son preparados con gran fervor y cariño. Esto lo puede comprobar el lector escuchando la radio de nuestros mártires, YSUCA, "La voz con vos", que transmite en original diferido (a las 11:30 a.m.) las celebraciones eucarísticas.

Cada comunidad ha puesto lo mejor de sí en la celebración de las misas: su mejor coro, las ofrendas más simbólicas (como la realizada por la comunidad de San Ramón, donde un grupo folklórico ofreció la danza de las ofrendas), sus mejores testimonios. Los cantos y los símbolos, la oración y el compromiso, los comentarios de las palabras proféticas de Monseñor Romero, la esperanza que generan nuestros mártires, los aplausos y vivas (como en tiempo de Monseñor). Todo ello expresa el sentido profundo, fraterno y solidario del espíritu que anima la misa de los domingos en la cripta de Catedral.

En una de las más recientes eucaristías, celebrada bajo la responsabilidad de la parroquia de Santa Lucía, y en la que asistieron 58 comunidades (incluida una que lleva el nombre de Monseñor), recogimos algunas opiniones sobre el sentido de esta actividad eclesial.

Dina Orellana. "Para mí significa una gran fe y esperanza, pues el pueblo siempre mantiene una fe viva en Jesús y en Monseñor Romero, nuestro gran profeta. Cómo no voy a estar aquí si él es el que hablaba y abogaba por nosotros".

José Luis Sánchez. "En mi opinión en esta misa recordamos a un hombre muy espiritual, un hombre de Dios, un hombre humilde, todo corazón. Estar aquí significa mucho porque me da fortaleza para seguir luchando, para seguir a Cristo. Yo pertenezco a una comunidad que lleva el nombre de él. Eso es un orgullo y un compromiso serio".

Salvador Ramírez. "Yo trabajé mucho con Monseñor Romero en la Iglesia El Despertar. Yo compartí alegrías y tristezas con Monseñor. Nunca vamos a tener un pastor como él. Un pastor comprometido con las clases más necesitadas y oprimidas de nuestro pueblo. Por eso estoy aquí, para estar con el pastor".

Humberto Valencia. "Yo no lo conocí. Estaba bien pequeño en esa época, pero según lo que he escuchado ha significado una gran cosa para el pueblo. Ha sido un libertador, así lo manifiesta la gente. Pienso que fue una persona maravillosa. Por eso estoy aquí, por eso voy a seguir asistiendo a esta misa".

Rosa del Carmen Aguilar. "Yo lo conocí poco, pero sé que fue una persona que ayudó bastante a la gente pobre y humilde. Lástima que ya no está con nosotros, pero yo creo que desde allá arriba está velando por nosotros los pobres".

Berta Alicia Ortiz: "Primero quiero decirle que estoy impresionada y preocupada. Impresionada por la cantidad de gente que está asistiendo a la misa, y preocupada porque ya está resultando pequeño este lugar para albergar a todos. Se ve que la cosa va creciendo cada vez más, también hay salvadoreños que queremos a Monseñor. Dentro de poco ya no vamos a caber aquí. Quizá vamos a tener que subir… Escuchar el Evangelio en la boca de Monseñor Romero le provocaba a uno seguir a Cristo con más decisión y fortaleza. Algo de eso encuentro yo aquí ahora".

En suma, laicos (mujeres y hombres), religiosas y sacerdotes nos han recordado que la Catedral no es una, sino dos: la de "arriba" y la de "abajo". Y lo que es más importante, nos han enseñado que el monumento artístico de "arriba", no debe ocultar, olvidar ni ignorar al monumento histórico de "abajo", que es el que en definitiva cuenta, por lo valioso del testimonio de nuestros mejores hombres y mujeres, de nuestros mejores cristianos, de nuestros mejores pastores.

 

 

Para Mons. Romero el símbolo de su evangelización en totalidad fue la catedral, "su" catedral. Hombre sin ninguna propiedad personal, como lo muestra su testamento, amó la catedral con especial cariño. En ella vio el símbolo de la iglesia y del país, de su nobleza y de su tragedia. Mons. Romero hizo de catedral su "cátedra" por excelencia, lugar de convocatoria para el pueblo, lugar de unificación de cientos de sacerdotes y religiosas, y lugar de expansión de su mensaje nacional e internacional. Por otra parte "catedral" ha sido el lugar de las masacres al pueblo, lugar de refugio, hospital para heridos, y lugar para despedir a tantos muertos de la Iglesia y del pueblo. Catedral ha sido varias veces tomada por organizaciones populares, varias veces abierta y cerrada, ha sido lugar de liturgias y de huelgas de hambre.

A esa catedral, tal cual es, símbolo de dolor y esperanza, punto de reunión de la Iglesia y del pueblo, Mons. Romero la hizo suya. Desde allí predicó la verdad y en presencia de cadáveres mantuvo la esperanza del pueblo. Y quiso siempre que catedral fuese lo que debía ser por encima de todo: la cátedra constante del anuncio de la Buena Nueva, de la evangelización. El hombre más bien tímido por carácter se transfiguraba realmente en catedral. En ella tomaba conciencia que la evangelización era para todos los salvadoreños y para todo el país. El hizo de catedral el centro de la Iglesia y del país. La historia de la Iglesia y del país no podrá ya ser escrita sin narrar la historia de la catedral de Mons. Romero.

 

 


 

 

Las Escuelas de Teología Pastoral

 

Suyapa Pérez Escapini

 

La inspiración cristiana y el legado martirial de la UCA. Las Escuelas de Teología Pastoral comenzaron como una iniciativa de la UCA, fruto de su inspiración cristiana y de su herencia martirial. Son una ampliación de su trabajo teológico al servicio de la Iglesia local, especialmente de los agentes de pastoral. Comenzaron hace unos cinco años, y en la actualidad estudian en ellas unas 700 personas, en su mayoría laicos y laicas, junto con algunas religiosas y religiosos. Los estudios están organizados como un Diplomado de tres años con 18 materias: Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento, Profetas, libros históricos y sapienciales, etc), Cristología, Eclesiología, Historia de la Iglesia, Pedagogía pastoral, Doctrina Social de la Iglesia, Sacramentos...

Las escuelas funcionan ya en once lugares, en que, según los casos, confluye el trabajo parroquial, vicarial y diocesano. Funcionan en los horarios adecuados para los alumnos, que normalmente son los fines de semana y otras veces en medio de la semana. Los alumnos y alumnas, junto con su Biblia, traen su cuaderno y su ilusión, su militancia cristiana y su experiencia pastoral. En las escuelas la Palabra de Dios y la teología les salen al encuentro.

Las escuelas funcionan a través de una red de equipos locales donde están representados, además de los alumnos y alumnas, los animadores locales, a nivel diocesano, vicarial o parroquial. La UCA apoya la organización y el seguimiento a través de un equipo asesor del Departamento de Teología. Son parte vital para la calidad y el entusiasmo de estas escuelas los docentes y las docentes que van impartiendo sus conocimientos y su experiencia de fe comprometida. La gente agradece que sus propios sacerdotes, religiosas y relgiosos formados, ubicados en la realidad, cooperen en su crecimiento cristiano.

Estas escuelas son también una experiencia eclesial. La proyección académica y social de la UCA no hubiese sido posible sin la respuesta generosa de muchos otros. Es invaluable el apoyo que se está dando por parte de estructuras diocesanas, sacerdotes ordenados, algunas congregaciones religiosas, que han creído en este proyecto, y también personas que en el ámbito local refuerzan la logística que requiere que cada jornada funcione bien. Por esto concebimos las escuelas como un proyecto mixto. Un valioso esfuerzo eclesial para responder al futuro con responsabilidad de Pueblo de Dios, caminando en un nuevo momento histórico.

"Dar razón de la esperanza cristiana". No basta con celebrar litúrgicamente la vida cristiana. Y aunque la fe supone, por supuesto, acción, igualmente implica el momento de la reflexión. "Hay que estar dispuestos a dar razón de la esperanza" (1Pedr 3, 15), de por qué creemos lo que profesamos. Y eso lo aprecian los alumnos. "Antes nunca habíamos entendido el porqué de muchas cosas que hacemos, o que no entendemos. Ahora ubicamos mejor los cambios de la Iglesia, vemos que siempre ha sido difícil vivir la misión de Jesús. Agradecemos la oportunidad de formarnos, sólo que eso nos hace sentir más responsables y comprometidos". Estas expresiones se repiten, y con ellas la gente dice lo que más les impacta de estas escuelas.

También les llama la atención y agradecen que sea la UCA la que las organice, y que, al salir del campus, preste el servicio de una necesaria síntesis entre la fe sistemática, más universitaria, y la experiencia viva de la rica herencia de testimonios que tenemos en El Salvador. Es bueno que la UCA salga porque mucha gente no puede entrar a ella (empezando porque se tiene que tener bachillerato para entrar a cualquier Universidad).

Para quienes trabajamos en la UCA vemos en este esfuerzo una pequeña parte de la herencia que nos dejó nuestro asesinado rector Ignacio Ellacuría. El sostenía que la Universidad toda debía estar al servicio de la liberación, y así debía promover una ingeniería de la liberación, una psicología de la liberación, una economía de la liberación y obviamente una teología de la liberación, lo que suponía también una liberación de la teología en favor de sus sujetos primordiales, aquellos que históricamente no tienen voz, poder, tener, ni saber porque les aprisiona la injusticia en todos los planos. Y cuando el saber religioso sacraliza las múltiples dominaciones la cosa se acaba de arruinar. Cuando en nombre de Dios mismo se justifica un orden desordenado para sostener el status quo, basta con ver en la historia humana para captar cuán importante es la persona y la praxis de Jesús. Y a eso debe ayudar la teología.

Por eso impulsamos una teología actualizada, que bebe de la fuente mayor de la tradición: el Evangelio de Jesús. Es una teología que se hace en comunión con las enseñanzas de la Iglesia en su tradición más responsable, que se confronta, fielmente, con el proyecto de Jesús. Es una teología que, como decía el rector mártir, quiere "cargar con esta realidad", responder desde nuestro contexto latinoamericano de pobreza e injusticia estructural a las viejas preguntas sobre el dolor, la vida, la muerte, el origen y el horizonte último de nuestra existencia concreta. No se tiene recetas, y por ello es también una teología que se problematiza, y que responde pascualmente a los clamores de las mayorías pobres del continente. Por eso son también los pobres quienes mejor han encontrado en ella un torrente de fortaleza para su dura cotidianidad, una luz para seguir construyendo una nueva sociedad y una nueva Iglesia, para vivir, celebrar y reflexionar la fe, tareas que no pueden esperar.

"Un pueblo de Dios al servicio del reino de Dios". Con estas escuelas se pretende mantener la tradición evangélica, profética y martirial de la Iglesia salvadoreña, y de la UCA. Se trata de seguir haciendo real la Iglesia que nos puso de modelo el Concilio Vaticano II y Medellín. Se trata de impulsar esta apuesta del Espíritu por un modelo de Iglesia, Pueblo de Dios donde todos somos corresponsables. Como dijo Monseñor Romero que pasemos de una condición de ser masa, a ser pueblo, y de pueblo a Pueblo de Dios. Y de ser pueblo de Dios para construir el reino de Dios en nuestro mundo.

Tratamos de poner a producir, crítica y creativamente, una experiencia religiosa y cristiana, heredada con sus luces y sombras de un pasado colonial, con el reto de encarnar la evangelización a las puertas del milenio que asoma. Por eso somos fieles al espíritu del Concilio Vaticano II y a las tres últimas conferencias episcopales latinoamericanas en un país que, todavía con mayoría de analfabetos, no ha recibido la Biblia ni, menos aún, los documentos de la Iglesia.

Queremos que el esfuerzo de nuestros catequistas laicos, religiosas y sacerdotes mártires, siga presente, para respetar su herencia y su amor acumulado, continuando su tarea no solo llorándoles (que siempre lo haremos). Aunque para muchos esto es un recuerdo que hay que olvidar en nombre de una reconciliación mal entendida, en las Escuelas hemos entendido que sin memoria histórica que recupere el reverso de la historia oficial, no se puede construir un nuevo país, salvo con amnesia. Hemos descubierto que el origen de nuestros altares viene de las tumbas de los mártires de los primeros siglos, y que esto tiene implicaciones litúrgicas, vitales y teológicas.

 

* * *

 

Don Andrés, 60 años, de la escuela de Sonsonate

 

Del curso sobre los libros sapienciales he aprendido lo siguiente. Reflexionar mi fe. Descubrir dónde estoy o qué soy, según lo que creo y hago. Encontrar el mensaje de los libros sapienciales para las realidades de hoy. Que los sacerdotes no lo pueden hacer todo, el laico tiene su papel. Descubrí que practicaba una religión interesada o mercantilista. Aprendí a discernir mi vida.

El curso me va a ayudar para enrumbar la educación de mis hijos desde los libros sapienciales. Me da la capacidad para instruir a mis hermanos en la comunidad. También me voy a meter en problemas al aplicar estos conocimientos. Asesorar a los que toman decisiones.

Lo positivo del curso es que se han tocado temas espinosos que los catequistas los obvian. La valentía del profesor de compartir sus conocimientos teológicos con entusiasmo.

Lo negativo es que el tiempo para tratar grandes temas ha sido muy corto. La actitud de algunos hermanos que, en los momentos en que se están discutiendo temas fuertes, salen con alguna broma y hacen que se pierda tiempo. No vimos los salmos que estaban programados con dos horas.

 

 


 

 

Mi experiencia en Africa: tres años en el Congo

 

María Elizabeth Acevedo

 

Con alguna frecuencia publicamos en Carta a las Iglesias informes y relatos sobre situaciones de cruz en nuestro mundo: Chiapas, Guatemala, Rwanda... En el último número hablamos de Kosovo, y en éste del Congo. Lo hacemos para mantener viva la esperanza de muchos seres humanos, y sobre todo para darles un poco de voz, haciendo –agradecidamente– lo que otros hicieron por nosotros los salvadoreños, en las décadas de los setenta y los ochenta.

En la actualidad, Africa, especialmente, es el continente desconocido, ignorado, encubierto, como lo denuncian muchas voces que parecen "clamar en el desierto". Después de las matanzas de 1994, parece como si hubiera dejado de existir. El testimonio que publicamos a continuación tiene el interés añadido de que está escrito por una religiosa de un país centroamericano, Guatemala, y nos recuerda la importancia de que conozcamos el continente africano para desarrollar lo que podemos llamar "la solidaridad horizontal" entre los países e iglesias del sur del planeta, el tercer mundo. He aquí su testimonio.

 

Mi nombre es María Elizabeth Acevedo. Soy guatemalteca y pertenezco al Instituto de las Oblatas del Corazón de Jesús. He estado en Africa poco más de dos años. Llegué en septiembre de 1996 y regresé en enero de 1999, cuando, por causa de la guerra, tuve que regresar. En esos dos años y medio estuve en el Zaire, que hoy se llama República democrática del Congo. Al principio estuve cuatro meses en Kinshasa, la capital, y después otros dos años en una zona rural al noroeste del país, en Libengue, pueblo limítrofe con la República Centroafricana. Allí teníamos una comunidad de formación con seis religiosas.

Estos años de estancia en Africa me han impactado mucho, y quiero regresar. Pero la razón para escribir estas páginas no es tanto contar mi experiencia y mis sentimientos, sino hablar del Congo y de Africa porque sigue siendo "la gran desconocida" y su realidad es muy mal interpretada, y muchas veces en forma intencionada. Por eso agradezco a Carta a las Iglesias la oportunidad de compartir mi experiencia, aunque sea pequeña y aunque haya que hacer análisis más profundos para comprender qué es lo que está ocurriendo allí. Voy a hablar del Congo, pero creo que muchas cosas son comunes a toda el Africa negra. En el Congo hay ahora una guerra brutal, sobre la que algo diré después. Pero quiero dar una visión más amplia, contando también las cosas buenas de estos países, que no se suelen mencionar. Estas son algunas de mis impresiones y reflexiones más importantes.

Nos pedían hablar de la Iglesia latinoamericana y de la liberación. Al llegar a Kinshasa recibí un curso en el Instituto de Ciencias de la Misión, dirigido por los Padres Oblatos de María Inmaculada, que prepara a los religiosos y religiosas que llegan por primera vez al país. Allí aprendimos lo fundamental de la historia y la cultura del país y de la Iglesia. Pero quiero hablar ahora de una gran sorpresa que nos dio nuestra profesora, la teóloga congoleña Petronila Kayiba.

Tenía un gran interés en que las religiosas latinoamericanas –éramos una venezolana, una brasileña, una peruana y yo– participáramos activamente en las clases. Y es que la Iglesia africana es joven y, en su conjunto, no ha pasado por un Medellín, ni por la teología de la liberación o por la Iglesia de los pobres. Por eso le atraía lo que expresábamos las latinoamericanas: una Iglesia y una teología más críticas con la realidad, más comprometidas con la causa de los pobres, que toquen las estructuras sociales, económicas y políticas, que no se contenten con la atención espiritual a las personas. Petronila decía con sencillez y convicción que ése es el aporte que puede dar la Iglesia latinoamericana a la Iglesia universal.

Pacifismo y cordialiad. Otra agradable sorpresa, en la otra dirección, es que durante el tiempo que viví en Kinshasa, capital de 5 millones de habitantes, pude percibir el espíritu de cordialidad y de pacifismo que tiene el pueblo congoleño, e insisto en ello porque la imagen que se tiene de Africa, con las guerras de los Grandes Lagos, es muy distinta. Recuerdo que las primeras veces que caminaba sola por las calles yo iba pensando –como ocurre aquí en El Salvador o Guatemala– que tenía que tener cuidado con los ladrones, las maras y todo ese tipo de violencia.

Cuál fue mi sorpresa, cuando vi que podía andar por la calle con toda tranquilidad. En ningún momento sufrí ningún tipo de agresión; al contrario, la gente era muy cordial, muy amable. Cuando me perdía en la gran ciudad y preguntaba por una dirección, me daban con gran amabilidad todas las indicaciones que necesitaba. A veces hasta me acompañaban al bus y no me dejaban sola hasta que ocupaba mi asiento. En otra ocasión me pagaron el bus.

También pude ver que, cuando la gente discutía en la calle y parecía que ya se iban a pegar, venían otros y los separaban y los calmaban –y eso también lo vi después en la zona rural. Y también me llamó la atención que en ningún momento vi gente tirada en la calle a causa del alcohol, por estar borrachos, como lo he visto mucho en mi país. A mí me impresiona sobremanera ver gente tirada en la calle. Y ahí no, ni en la zona rural, ni en la capital de Bangui. Cuando estallan las guerras, las cosas cambian y se cometen abominaciones. Pero no hay que olvidar el potencial de bondad que hay aquí.

Independencia sin justicia ni libertad. Llegué al Congo en un momento de transición. Recordemos que el país fue una colonia belga hasta su independencia en 1960. En conjunto, los belgas no los prepararon adecuadamente para que los congoleños pudiesen llevar el país en un mundo que, poco a poco, iba a ser distinto al suyo tradicional. Y la verdad es que, cuando intentaron dar pasos positivos, las potencias occidentales tampoco se lo han permitido, como ha ocurrido en América Latina.

Eso es lo que pasó con el primer presidente Patricio Lumumba, de Independencia Socialista y de ideas democráticas. No fue del agrado de las potencias capitalistas y murió asesinado, según algunos con ingerencia de la CIA. Pusieron, entonces, a Mobutu, que utilizó la represión en los lugares más conflictivos. Es cierto que algo mejoró el país, y la gente le apoyaba. Pero poco a poco se hizo un dictador, impuso un partido único y llevó al pueblo a que prácticamente lo idolatrara. La dictadura duró 32 años hasta 1996, aunque ya en los primeros años de los 90 había grupos de resistencia que pedían la democratización. Pero la corrupción era tal que la lucha no era fácil. Había mucho desorden, pillaje, saqueos de las capas descontentas del país, porque no les pagaban los salarios. En general había una especie de caos en el país.

Cuento estas cosas porque, cuando llegué en septiembre de 1997 a Libengue, pude percibir un gran desorden, como si hubiera pasado un huracán: todo estaba vacío, sucio, desordenado. La región es pobre, no hay vías de comunicación, ni electricidad, ni agua potable, ni mínimas condiciones en las escuelas, allá donde las hay. ¿Y la gente? Se había acostumbrado a aguantar y aguantar. Nada de luchar por sus derechos, sino esperar a que las cosas pudieran mejorar, "tal vez mañana", decían. Así han vivido durante años.

Tradición de excesiva dependencia. También me impresionó la actitud de dependencia de la gente, y me hizo pensar mucho en el rol que, sin duda, la Iglesia ha jugado en esto. Desde que llegué, por el hecho de ser blanca, la gente empezaba a pedir, "dame, dame, dame". Y pedía hasta las cosas más sencillas: "dame un lapicero, dame una hoja de papel, dame, dame, dame". Yo tenía que decirles: "Miren, yo no soy ni francesa, ni italiana, ni belga, ni española. Soy de un país pobre, chiquito", y les insistía en que son ellos los que tienen que desarrollarse con sus propios recursos. Eso me hizo comprender que la Iglesia había sido muy paternalista, y la colonia igual. En esto también entran en juego tradiciones culturales y la situación colonial que lo acentuó. Alguna vez oí decir: "es que los blancos son más inteligentes". Por eso, uno de mis grandes problemas en la escuela era superar esa conciencia e insistirles a los alumnos: "Miren, ustedes son un país muy grande, tienen muchos recursos, pueden salir adelante".

La guerra actual. En febrero de 1997 un grupo de rebeldes que venían del este, aliados con ruandeses congoleños al mando de Kabila, fueron ganando terreno. Los soldados de Mobutu huían y a su paso se dedicaban al saqueo porque no querían irse con las manos vacías. Así, mientras los rebeldes avanzaban militarmente, los otros saqueaban –el saqueo o "pillaje" está muy enraizado en la cultura. También nosotras, en el mes de mayo de 1997, tuvimos que cruzar las fronteras por temor al saqueo. Gracias a Dios, entre el sacerdote y la gente que se organizó un poco, pudieron controlar a los antiguos soldados, y pudimos regresar en junio del 97.

Kabila conquistó todo el país y Mobutu murió en el exilio. La gente pensaba que Kabila iba a liberar al país, pero, como ocurre tantas veces, siguió el desorden y las matanzas de diversos grupos que se enfrentaban unos contra otros. También a nosotras nos tocó de cerca el caos y la guerra, y si lo cuento es como ejemplo de lo que allí ocurre.

El 4 de enero de este año llegaron al pueblo unos 45 rebeldes. El ejército oficial pensaba que los rebeldes habían entrado a nuestra casa, y allí fueron ellos a buscarlos. Nosotras tuvimos que salir, pues nos hubieran acusado de alojar a los rebeldes, aunque éstos nunca llegaron a estar en nuestra casa. Salimos en silencio y sin ser vistas. Con la ayuda de alguna gente del pueblo huimos a la montaña. Allí pasamos algunos días y después cruzamos el río y llegamos a la República Centroafricana, país limítrofe, donde pudimos arreglar los papeles para venir a Centroamérica. Hemos venido cinco religiosas rwandesas y yo. Quiero decir, sin embargo, que, a pesar del miedo, yo pensé para mis adentros que estos soldados no son tan salvajes como los que he conocido en Centroamérica. No veo en ellos la perversidad que he visto aquí.

La culpa y responsabilidad de las grandes potencias. Con el desorden de la guerra y con la presión de que se aclararan las masacres –que es la condición para que Europa y Estados Unidos pudieran ayudar a la economía– el país no puede salir adelante. En este momento, tanto en el interior del país, como los grupos de avanzada, también la Iglesia y los grupos de solidaridad en el exterior, están insistiendo en la participación de la sociedad civil, que Kabila democratice más el país, que no sea un nuevo dictador.

También se hacen llamados a los países que están interviniendo en el conflicto que dejen de intervenir, y esto es muy delicado. A los países poderosos ciertamente les interesa una cierta estabilidad en la región, pero tampoco es su interés supremo, pues, aunque haya desorden, pueden seguir explotando y utilizando los grandes recursos que tienen estos países africanos. Y nunca hay que olvidar lo que más les ha interesado y les sigue interesando a las potencias: el Congo es uno de los primeros productores de diamantes del mundo y tiene mucho oro. Y recordemos que el uranio de la primera bomba atómica lo sacaron de dicho país. Además, hay grandes recursos hidrográficos y mucha tierra.

Junto a esto, es impresionante –y desesperante– que los medios de comunicación, ni los de Europa, ni los de Norte América, informan sobre la verdadera situación de estos países. Normalmente ofrecen la imagen de que son países de salvajes, con una pobreza terrible, superatrasados. Pero no es así. Algunos son países que están en vías de desarrollo, y son países más pacíficos de como los pintan. Es cierto que en Sudán y en Etiopía hay grandes hambrunas, pero no es ése el caso del Congo, por ejemplo. Yo no vi grandes hambrunas. La gente a veces come una vez al día, pero tienen muchos recursos. Es cuestión de hacer proyectos de desarrollo, porque los recursos ahí están. La situación ahora es distinta por la guerra, y el hambre puede ser grande. Pero en tiempos de normalidad se puede vivir.

Y no es verdad que sean salvajes. Me parece que la gente más salvaje está en este lado del mundo, porque aquí, día a día, hay mucha violencia, hay secuestros, asesinatos, violaciones y acciones muy brutales. A los africanos esto les asusta, porque allá no es así. Cuando están en guerra hay situaciones de violencia, pero no son tan perversas como en este lado del mundo.

En esta era de globalización es importante conocer otros lugares. Tener una visión de las potencialidades de otros países y otros pueblos. No hay que querer conocer sólo Estados Unidos y Europa. El conocernos unos a otros, todos, puede tener una repercusión en todos los sentidos, en sentido comercial, social, humano y cristiano.

¿Y la Iglesia? Algo he dicho ya. En Africa las Iglesias cristianas son jóvenes y todavía están buscando su propia identidad. Para quienes venimos de América Latina, con la experiencia de Medellín, de comunidades de base, de teología de la liberación, de cambios bastante radicales en la vida religiosa, nos llama la atención que en Africa la Iglesia está más centrada en sí misma, en la sacramentalización; o que el sacerdocio y la vida religiosa tengan mucho de promoción social, con peligro de convertirse en elite y descuidando la cercanía con el pueblo; o que los estudiantes en los seminarios lleven una vida demasiado tranquila, de estudios, pero que no les hace recordar la realidad.

Pero hay cosas más hondas. Con toda la ambivalencia de estos procesos, la Iglesia estuvo presente en la independencia del país, y en medio del caos actual trabaja por la reconciliación. Y todos reconocen también la gran riqueza de las liturgias de las iglesias africanas. La inculturacion de la liturgia es impresionante. En estos países africanos hay, de verdad, una liturgia muy importante y muy inculturada, que a mí misma, cuando he pasado por Europa y he regresado a Centromérica, me impresiona. Ahora que han venido a países centroamericanos algunas jóvenes religiosas congoleñas quedan sorprendidas del compromiso social y evangélico de algunas iglesias de aquí, pero también se sorprenden de la poca vitalidad de la liturgia. Les parece como dormida. La Iglesia universal tiene que estar abierta a ese aporte de la Iglesia africana, de la inculturación de la liturgia, que permite explorar los espacios más hondos del ser humano.

Y, por último, el pueblo. Hemos aprendido bien la lección de no idealizar a los pueblos. Ciertamente no a los países de abundancia que nos ponían antes como modelo. También hemos visto las limitaciones y los pecados de nuestros pueblos centroamericanos. Y lo mismo hay que decir de los pueblos africanos. Pero dicho esto, hay que reconocer y agradecer el potencial que tienen de cordialidad, alegría y celebración, no de la que el mundo occidental ha convertido en industria, sino de la que brota de lo más hondo de lo humano. Y así, danzan en los velorios, no porque no sientan dolor, sino "para sentir menos el dolor", porque sienten también la fuerza de la vida. Hay que agradecer su capacidad de acogida, de adoptar al que viene de fuera como parte de la familia –"cultural" se dirá, y es cierto, pero ejemplo para una sociedad occidental que promueve el anonimato. Hay que agradecer –aunque decirlo en estos días parece chocante– la dimensión de pacifismo de su cultura, en la vida normal, o al menos el que su violencia no haya alcanzado la perversidad de la nuestra. Hay que agradecer su amor a la vida, "no conozco suicidios", su esperanza, cuando siguen adelante en medio de tragedias y masacres, su impresionante fe en la transcendencia, en Dios.

Decía al principio que mi interés en escribir estas líneas es dar a conocer la realidad del Congo y del continente africano, y por eso quiero terminar agradeciendo a Carta a las Iglesias la posibilidad de poder compartir, porque a todos nos beneficia de una manera o de otra. Invito a todos aquellos que estuvieran interesados, laicos y laicas, religiosas y religiosos, a toda la gente que tuviera el llamado de voluntariado o de misioneros, a ir allá y ver. Indudablemente, los pueblos africanos todavía necesitan que les demos una mano para que puedan salir adelante con todas esas riquezas que tienen. Pero nosotros, por nuestra parte, podemos enriquecernos también con el aporte que ellos nos pueden dar.

 

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Los esfuerzos para promover la paz durable en el Congo

 

La población congoleña aspira firmemente a la paz. Pues mientras que la guerra dure, la vida social y económica está enteramente perturbada.

Una de las consecuencias graves de esta guerra es el odio y el crecimiento de la agresividad.

Por lo que el trabajo de la educación de la población para la paz, que es emprendido por algunas organizaciones de la sociedad civil, permite mostrar las vías para cimentar la paz durable con el diálogo, la reconciliación y la no–violencia. Este trabajo permite igualmente, promover en la población reflejos democráticos y el respeto de los Derechos del Hombre luchando contra los fenómenos que agitan peligrosamente la paz y sobre todo el odio, el terrorismo, el tribalismo, la droga, el correteo de las armas.

Es en el marco de este trabajo de educación para la paz, donde la Sociedad Civil organiza las campañas por la paz y en particular por la RECIC (Red de Educación Cívica en el Congo) y por el CIAM (Centro de Información y de Animación Misionera).

Este último organismo ha organizado ya celebraciones con el tema: "La Paz según Jesucristo". A su vez la Comisión diocesana de Justicia y Paz de la Archidiócesis de Kinshasa ha organizado en el mismo marco la semana de los Derechos del Hombre bajo el tema "La Paz es el nombre de Dios". Hay sobre todo la red de Educación Cívica en el Congo (RECIC), que multiplica los esfuerzos para promover la cultura de la paz en la población. Este colectivo que reagrupa 23 ONGs de desarrollo y de defensa de los Derechos del Hombre, organiza regularmente campañas sobre la paz en las que participan las ONGs miembros de la red.

Estas organizaciones despliegan esfuerzos loables para que la población se comprometa a luchar para hacer respetar la justicia y los derechos, y a defender la paz por medios no–violentos. La paz es la primera condición de todo desarrollo; es preciosa pero frágil.

Louis Kalonji