Carta a las Iglesias, AÑO XIX, Nº 432, 16-31 de agosto de 1999

 

Cuatro tesis eclesiales de nuestros días

 

Tesis son asertos que, una vez probados, se mantienen como verdad firme. Pues bien, en este mes de agosto, alrededor del 6, El Divino Salvador, y del 15, cumpleaños de Monseñor Romero, se han vuelto a probar –si es que todavía hicieran faltas pruebas– algunas grandes verdades. Y las "pruebas" para ello es lo que publicamos en este número y en otros recientes.

Primera tesis. Monseñor Romero, como salvadoreño ejemplar, ha ganado la batalla, y la han perdido sus detractores y asesinos. Eso es lo que quedó probado –una vez más– en Ciudad Barrios. Hasta el Diario de Hoy y la Prensa Gráfica, que tantas barbaridades dijeron antes en su contra, publican sus fotos y hablan de él con aprobación. La fuerza armada y ARENA, sus miembros en el gobierno y en la Asamblea, esos sí, siguen callados. Sólo un orgullo mal entendido impide aceptar el perdón y la bendición que Monseñor les otorgó antes de ser asesinado. La batalla está, pues, ganada, pero no de cualquier manera –con influencias, dinero, sobornos...–, sino con el amor y la verdad que sigue irradiando Monseñor. Por ello también, lo más profundo que el pueblo siente por él es un inmenso cariño.

Segunda tesis. Monseñor Romero también ha ganado la batalla, como cristiano y obispo ejemplar, sobre sus hermanos detractores. Que los curiales tengan que repetir que no se le dé culto público, significa que los creyentes quieren dar –y dan– lo mejor que tienen. Más allá de la casuística del "culto público", que prácticamente nadie entiende, se impone, de nuevo, el cariño, el agradecimiento de los creyentes a alguien que les mostró el verdadero rostro de Dios, Padre y Madre, acogedor y tierno. Y de un Dios de la justicia, que bramó contra sus verdugos. "Santo" le llamó enseguida don Pedro Casaldáliga. "Mártir" lo llamaron enseguida miles y millones. Hubo, entonces, advertencias y hasta protestas curiales. Pero todo ha sido inútil. En Ciudad Barrios, Mons. Cabrera, obispo de Santiago María, ante miles de personas, con sano orgullo salvadoreño, cristiano y episcopal, dijo con toda naturalidad: "Una Iglesia sin mártires es una Iglesia pobre. No olvidemos, pues, a nuestros mártires de El Salvador y, sobre todo, el mártir de nuestro siglo: Monseñor Oscar Arnulfo Romero". No se sabe todavía quién ganará la batalla canónica –desgraciadamente hay todavía jerarcas, y hasta cardenales, y, al parecer, en altos puestos vaticanos– que no creen "oportuno" por ahora la canonización de Monseñor. Pero la batalla cristiana está más que ganada. Hoy hay en el mundo muchos hombres y mujeres, cuya fe en Dios y cuyo seguimiento de Jesús es más hondo que antes. Y –lo dicen– se debe a Monseñor Romero. ¿Se puede ganar una batalla más importante?

Tercera tesis. La libertad evangélica ha dado pequeños pasos dentro de la Iglesia. Bien sabido es que la libertad, pedida y exigida a los de fuera, con gran frecuencia se niega a los de dentro. ¡Triste situación dentro de la Iglesia de Jesús! Pero el 5 de agosto, en la plaza de Catedral, el Padre Jaime Paredes, vicario de pastoral en tiempo de Mons. Rivera, pronunció un valiente discurso, lamentando, entre cosas, que la Iglesia arquidiocesana de Catedral se ha callado. Y desde Roma, el Padre Fredis Sandoval, ex–rector del seminario también en tiempo de Mons. Rivera, se adhiere a la carta de protesta del clero salvadoreño (véase número 1–31 de julio) por la manera de elegir obispos y por lo inadecuado que son algunos nombramientos. Por cierto, ahora se sabe con exactitud el número de los sacerdotes que firmaron la carta de mayo: 25 de San Miguel, 29 de Santiago María, 15 de Chalatenango, 77 de San Salvador, 15 de Santa Ana y 17 de Sonsonante. En total 178. Pequeños pasos, pero necesarios y buenos, de una profecía que quiere construir una Iglesia de Jesús, Iglesia semper reformanda, santa y pecadora.

Cuarta tesis. El ecumenismo, que tanto retrocedió después de Monseñor Romero, crece a partir de su recuerdo. Aunque sea en pocas palabras, es bueno decirlo. Hubo tiempos en que el sufrimiento del pueblo, la injusticia, la opresión y la represión, y también su esperanza de liberación, unió a las Iglesias cristianas: en ese pueblo sentían la presencia del único Cristo, la interpelación y la invitación de Dios de seguir a su Hijo Jesús. Cambiaron las cosas, las Iglesias se encerraron en sí mismas. Pero siempre que Monseñor las convoca vuelven a juntarse –más o menos, claro está– y se reconocen, antes que nada, como Iglesias de Jesús. Y entonces, Monseñor Romero se siente en cada una de ellas como en su casa.

Tesis es quizás una palabra excesivamente pretensiosa para titular estas reflexiones. Pero es cierto que profecía y ecumenismo crecen con Monseñor Romero. Y el pueblo salvadoreño, su identidad y su fe, se mantienen de pie con Monseñor Romero.

 

 


 

 

Conflictividad social en auge, debilidad presidencial y manipulación.

Neoliberalismo, democracia y neoconservadurismo

 

Las protestas sociales

Las manifestaciones sindicales y de ex patrulleros de las últimas semanas y la postura que ha adoptado el presidente Francisco Flores ante ellas dan pie para afirmar que los salvadoreños no pueden esperar mucho de su presidente. Este empieza a dar señales de que su distanciamiento con los juegos sucios de la política nacional es tan irreal como inexistente ha sido su labor por los más pobres de los pobres.

En lo que respecta a las acciones sindicales, éstas arrancaron, bajo la dirección del Movimiento de Organizaciones Laborales Integradas (MOLI), que agrupa a los gremios de trabajadores de educación, salud, obras públicas, juzgados y aduanas, entre otros, el 18 de julio con el anuncio de una serie de paros de labores en diversas instituciones del Estado. Las medidas de los trabajadores no tardaron en ser interpretadas por funcionarios de ARENA como parte de un plan para desestabilizar al nuevo gobierno; plan en el que estaría participando activamente el FMLN. Ante el silencio gubernamental, las amenazas de MOLI aumentaron en intensidad y a sus acciones de hecho se ha sumado el servicio de correos del país.

El caso de los ex patrulleros es más grave. No sólo porque el último capítulo de sus acciones concluyó con un violento enfrentamiento que dejó como saldo dos ex paramilitares muertos, una docena de heridos (entre ellos agentes de la PNC) y 55 detenidos, sino porque a raíz de él ha salido a la luz pública que la Asociación de Productores Agrícolas (APROAS), que agrupa a un sector de los ex paramilitares, recibió del anterior gobierno 10 millones de colones a cambio de dar un tregua en el período de las elecciones y orientar a sus afiliados (unos 45 mil, según APROAS) para que votaran por el entonces candidato Flores.

 

Las respuestas del presidente-filósofo

Ante todo, la respuesta que ha dado Flores a los dirigentes de MOLI ha ido más por la vía de evadir el problema y aislarse en su peculiar palabrería que en la de dar una respuesta eficaz que al menos entibie los ánimos de los sindicalistas. A excepción de las gestiones del Ministerio de Educación, el gabinete parece estar paralizado. En este sentido, el que el Presidente haya calificado las acciones sindicales como irracionales y arbitrarias, como parte de una estrategia para regresar al pasado, sólo está sirviendo de excusa fácil para no sentarse a dialogar.

Las que ha dado ante la situación de los ex patrulleros tampoco satisfacen y, más bien, despiertan sospechas. El presidente de la república no se ha preocupado por determinar la responsabilidad del Estado frente a los reclamos de los ex patrulleros (¿debe el Estado responder por los "servicios" prestados por un grupo de paramilitares que, financiado y dirigido por el ejército, cometió un sinnúmero de violaciones a los derechos humanos de la población durante la guerra?). Por el contrario, con su actitud ha aceptado que sus demandas son legítimas y ha transmitido el mensaje que es la falta de fondos y la actitud violenta de los ex paramilitares lo que ha impedido satisfacer sus exigencias.

Asimismo, argumentando no tener conocimiento de los hechos, Flores se ha negado a ordenar una investigación sobre la compra, con fondos del Estado, de los votos y la voluntad de los miembros de APROAS. Obviamente, en esto en particular, el Presidente está en un grave aprieto, pues o su distanciamiento con la realidad es tan agudo como para no enterarse de las sucias maniobras que realizaban importantes figuras de ARENA para favorecer su candidatura (entre ellas, Calderón Sol, su padrino político; Acosta Oertel, su actual ministro del Interior, y Walter Araujo), o sí estaba enterado de la malversación de fondos y con su actitud pretende encubrir los hechos.

En fin, todo parece indicar que el país tendrá disturbios sociales para largo. La resistencia de Flores a negociar con MOLI y el que no haya intención de aclarar el papel que jugó en el desvío de fondos para APROAS no apuntan a que la situación se vaya a solucionar a corto plazo. Lo único bueno de todo esto es que la población podrá hacerse una imagen más realista de su presidente; una imagen allende su palabrería y sus maneras de hombre bueno.

 

Qué nos impone el sistema

En nuestro mundo, el sistema está empeñado en imponernos tres paradigmas que regulen nuestra vida, y es bueno conocerlos. En el ámbito económico el paradigma dominante es el paradigma neoliberal. Los componentes de este paradigma son: a) el capitalismo no sólo es el modelo económico que ha triunfado sobre otros modelos económicos (constatación de hecho), sino que es el mejor, el más acorde con las necesidades y preferencias del ser humano individual (valoración moral); b) la economía funciona mejor, es más eficiente y genera más riqueza si está regida por las fuerzas del mercado (oferta y demanda); b) el mercado no debe tener interferencias de ningún tipo, sino todo lo contrario. Esto quiere decir que el papel del Estado en la economía debe reducirse al mínimo –a través de la privatización de las empresas públicas y la eliminación de puestos de trabajo en el sector público–; d) para que la economía pueda despegar, después de una situación de estancamiento, debe pasar por un período de saneamiento. El mecanismo adecuado para ello es el "ajuste estructural": liberación de los controles de precios, reducción de los gastos sociales y congelamiento de los salarios mínimos en el sector público y privado; y e) el mercado debe regir las relaciones económicas a nivel mundial, por lo cual es necesario suprimir los obstáculos que se oponen a ello en cada país. Se trata de la liberación comercial, la cual está encaminada a "abrir" las economías locales a la llegada de bienes y servicios provenientes del exterior.

En el ámbito político el paradigma dominante es el paradigma de la democracia. Sus rasgos básicos son los siguientes: a) los partidos políticos son las instituciones idóneas para canalizar las demandas de los diversos sectores sociales, en un marco de legalidad y orden, hacia las instancias estatales encargadas de darles respuesta; b) las elecciones periódicas, trasparentes, plurales y competitivas son el mejor recurso para acceder a los puestos de dirección gubernamental. Allí donde se dan elecciones periódicas, la democracia puede considerarse establecida; c) la separación de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) es necesaria para evitar que uno de ellos concentre demasiado poder en sus manos, con lo cual se pueda dar pie al despotismo; d) el individuo es sujeto de una serie de derechos que no pueden ser violados so pena de atentar contra la naturaleza humana. Esos derechos son, básicamente, los siguientes: la libertad de posesión, la libertad de pensamiento y expresión, la libertad de asociación y la libertad de dotarse de un orden político que garantice esos derechos; y e) la democracia es una democracia política no una democracia social. Como tal, la democracia (política) ha sido diseñada para evitar el despotismo. Eso que se llama "democracia social" se refiere a la igualdad económica y la justicia distributiva, las cuales no son el asunto central de la democracia, no necesariamente tienen que estar asociadas a ella.

Finalmente, en el ámbito cultural el paradigma dominante es el paradigma neoconservador, cuya dimensión religiosa se caracteriza por lo siguiente: a) el ser humano no tiene más asidero que la fe para orientarse y tomar las decisiones fundamentales de su vida. Esa fe se nutre de determinadas fuentes religiosas, en las cuales se encuentran, casi acabadas, no sólo las respuestas a los problemas que le aquejan, sino las normas de conducta correctas y buenas; b) el mal acecha permanentemente a la humanidad, expresado en guerras, avaricia, drogas, música pesada, excesivo relajamiento en las costumbres, etc. El mal tiene que ser combatido por los "buenos", los que han tenido contacto con las fuentes "divinas" y están dispuestos a lanzarse a una cruzada para convertir a los infieles; c) no cualquiera puede luchar contra el mal. Para ello hay que ser tocado por el "don", es decir, ser elegido por un Ser superior. ¿Cómo se sabe quién ha sido elegido? Primero, por su "dominio" de las fuentes. Segundo, por su estilo de vida: austero, recto, ahorrativo, miembro de una familia estable y amante del orden. Tercero, por su determinación de combatir activamente a quienes propagan valores y estilos de vida distintos a los seguidos por los buenos: a los que tienen familias desorganizadas, a quienes promueven (o discuten sobre) el aborto, a las lesbianas y los homosexuales, a las feministas, a quienes se divorcian, a quienes les gusta la música heavy, etc.; y d) en algunas versiones religiosas, el neoconservadurismo se expresa como una vuelta hacia la vida interior, un moralismo y un puritanismo exacerbados. Un respeto y sumisión a la jerarquía eclesial, una defensa de la armonía familiar, la paz interior, el respecto a las autoridades políticas y la condena de todo aquello que socave la estabilidad social.

* * *

Ante esto sólo hay que recordar que este paradigma económico no genera vida para los pobres, que el paradigma político no genera fraternidad y que el paradigma cultural religioso no es la fe en el Dios de Jesús de Nazaret.

 

 


 

 

El Jubileo del año 2000

Reflexión en la "Bajada", 5 de agosto de 1999

 

Pbro. Jaime Paredes

Parroquia San Nicolás, Obispo

Tonacatepeque

El año 2000 está a las puertas

Crece el temor en muchos, que creen en falsos mensajes y apariciones que hablan de castigos. Ante el año 2000 sólo esperan calamidades, días de oscuridad… Otros se dedican a las supersticiones, creyendo con eso protegerse o cambiar su mal destino…

Para nosotros, los cristianos, para la Iglesia, el año 2000 es una gran alegría. Le llamamos el Jubileo, el gran Jubileo, que quiere decir eso: la alegría, la fiesta… En el Antiguo Testamento se inició esa costumbre sagrada, puesta en la ley que Dios dio a Moisés: Ex 23, 10–11; Lev 25, 1–28; Deut 15, 1–6 (cfr. TMA 12). Cada 50 años el pueblo de Israel debía celebrar su jubileo perdonando deudas, liberando esclavos, devolviendo tierras a los pobres.

Esos jubileos, llenos de acciones liberadoras, apuntaban a lo que sucedería cuando el Mesías viniera; apuntaban a Cristo Jesús, nuestro Divino Salvador del Mundo. Para nosotros, la Iglesia, el Jubileo del año 2000 tiene que ver con Cristo, el Señor. A El hay que volver el corazón, la mirada, los oídos. A eso nos ha invitado el Papa Juan Pablo II, a volver a Jesús, a prepararnos para celebrar por El y con El el año 2000.

 

¿Por qué para nosotros es diferente el año 2000?

¿Por qué no nos da miedo ni esperamos desastres? ¿Por qué la Iglesia quiere que hagamos fiesta, nos alegremos?

Nos alegramos por Jesucristo. Hace 2000 años vino al mundo para mostrarnos cómo nos ama el Padre; vino a darnos su Espíritu, a inaugurar su Reino entre nosotros. El es nuestro Salvador, ¡el Divino Salvador del Mundo!

Nos alegramos por el tiempo que Dios nos regala. 2000 años para que la salvación abarque a todos, tiempo para que el Evangelio germine, crezca, dé frutos abundantes, tiempo de misericordia y perdón, tiempo para que aceptemos a Jesús, su Hijo amado, como Señor de nuestra vida, como Señor de la sociedad y la historia, tiempo para que el Reino vaya manifestándose. El Papa dice: "El Jubileo del año 2000 quiere ser una gran plegaria de alabanza y de acción de gracias sobre todo por el don de la Encarnación del Hijo de Dios y de la Redención realizada por El" (TMA 32).

Hace casi 2000 años, en Nazaret, Jesús inauguraba el Año de Gracia del Señor, el Año Santo, el gran Jubileo que durará hasta que El vuelva. Oigamos atentamente lo que Jesús decía en aquella ocasión y nos vuelve a decir ahora a nosotros salvadoreños creyentes; ya no en la sinagoga de su pueblo, sino ahora en la catedral de nuestra diócesis.

"El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva; me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor" (Lc 4, 18–19; Is 61, 1–2).

El Padre Dios nos dice cada 5 de agosto en el pasaje evangélico de la transfiguración: "Este es mi Hijo amado; escúchenlo" (cfr. Mt 17, 5). Jesús mismo, al terminar de proclamar su misión comentó: "Esta Escritura, que acaban de oír, se ha cumplido hoy" (Lc 4, 21).

 

En verdad, como Iglesia arquidiocesana, ¿habremos escuchado al Hijo?

¿Lo estamos escuchando en serio? ¿De verdad en nuestra Iglesia podemos decir lo mismo que Jesús: "Esta escritura se ha cumplido hoy"? ¿O seremos como aquellos que "miran sin ver, escuchan sin oír"? (Mt 13, 14; Is 6, 9–10). ¿O seremos como aquellos otros "que escuchan estas palabras de Jesús y no las ponen en práctica y son como el hombre bobo que edificó su casa sobre arena… y fue grande su ruina?" (Mt 7, 26–27). ¿Cómo, pues, vamos a hacer fiesta dentro de cinco meses si no hemos hecho caso a Jesús; si no hemos asumido su misma misión, si no estamos realizando ese año de gracia del Señor?

Pero esa alegría de la gran fiesta del 2000, no viene gratis, ni por decreto. No se dice: van a estar alegres el próximo año y ya… Tenemos que prepararnos para la fiesta, hay que preparar los motivos de nuestra alegría. Para el año 2000 el Papa ha presentado a la Iglesia un programa de preparación serio y exigente. ¿Qué hemos hecho con ese programa todos nosotros, pastores y fieles?

 

Llenarnos del Espíritu, no del mundo

Porque si en vez de llenarnos de su Espíritu, nos llenamos del espíritu del mundo: de indiferencia al otro, de individualismo, prepotencia y materialismo.

Si en vez de asumir nuestra unción bautismal que nos consagra al Reino, consagramos nuestra vida al dinero, a "irla pasando", a la corrupción y a la "divierta"… ¡ No habría celebración valedera del Jubileo¡

Si nosotros la Iglesia, en vez de dar buenas noticias a los pobres, mostrándoles nuestra predilección en obras, defendiendo su dignidad, compartiendo con ellos su vida y su suerte, seguimos diciendo o creyendo que la opción por los pobres es política, izquierdista, y nos alejamos de ellos.

Si en vez de dar buenas noticias a los pobres nos dedicamos personalmente y como Iglesia a agradar a los ricos y poderosos, aunque ellos abusen de los pobres, les nieguen sus derechos, se roben sus salarios, y todavía decimos que hay cosas que nos corresponden más como Iglesia que la situación de los pobres, que velar por sus derechos humanos.

Si en vez de dar buenas noticias a los pobres seguimos indiferentes participando en los esquemas del consumo y del materialismo, de la idolatría del dinero en el neoliberalismo, que hace más pobres y los excluye de la construcción, de la sociedad… ¡No podremos celebrar de corazón el Jubileo!

Si en vez de liberar a los cautivos tenemos miedo hasta de la palabra "liberación", y queremos hacer desaparecer toda práctica liberadora de nuestra Arquidiócesis.

Si en vez de dar libertad a los oprimidos somos una Iglesia de excluyentes, de complicidad con los opresores, en la familia, en la fábrica, en el poder económico y político, o incluso, oprimimos nosotros mismos, con nuestra influencia religiosa, la conciencia de los fieles… ¡No podemos celebrar de verdad el Jubileo!

Si en vez de dar vista a los ciegos, nos empeñamos en ser una Iglesia adormecida, que no analiza, que se hace la ingenua por miedo a ser luz. Si en vez de dar vista a los ciegos, en nuestra pastoral damos sólo conformismo y piedad sin contenido, en vez de hacer ver el bien y el mal; el reino y el mundo, las preferencias de Dios y del maligno; en vez de formar cristianos adultos y críticos que construyan el reino en medio de tanta maldad… ¡Por más que queramos, no habrá Jubileo!

Si en vez de proclamar el Año de Gracia del Señor, el tiempo de la alegría y la misericordia, del perdón y la reconciliación, de la justicia social y del rescate de la dignidad de los pobres, seguimos siendo una Iglesia indiferente, de leyes y normas, "adoradoras" del Derecho Canónico, que vive encerrada y busca la ortodoxia mental; una Iglesia sin ojos, sin voz, sin manos, ni corazón, ni alma… ¡No habrá Jubileo, ni fiesta, ni alegría!

 

Volver a Jesucristo

Hay que volver a Jesucristo, como el Papa pide, al Divino Salvador, para entregarle la vida total en una conversión verdadera.

Hay que volver a Jesucristo, el Divino Salvador, que es Señor de la historia y de las personas, para que El, y sólo El, se enseñoree de nuevo de nosotros y haga a esta Iglesia arquidiocesana otra vez una Iglesia viva y valiente, calcada al Evangelio, asumiendo su misión (la misma de Jesús) entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios.

Hay que volver a Cristo, para que El haga que esta Iglesia suya vuelva a la opción por los pobres, a los pastores valientes para que en esta catedral y los otros templos vuelva a resonar la voz del profeta, consuelo del pobre, alegría del que espera el Reino.

Hay que volver al Divino Salvador del Mundo para que El haga que esta fiesta de su transfiguración sea encuentro que vivifique a la Iglesia.

¡Que en nuestra Iglesia haya buenas noticias para los pobres!

¡Que los ciegos vean la realidad y no la nieguen!

¡Que vean al Señor en la historia, que nos llama a convertirnos y a construir una sociedad en justicia y hermandad! ¡Que haya liberación real para el oprimido!

¡Que en el año 2000 pueda haber alegría de verdad en nuestros corazones, en nuestras familias, en nuestra sociedad, porque como Iglesia asumimos seriamente la misión de Jesús!

¡Que viva el Divino Salvador del Mundo!

 

 


 

 

Celebrando la vida con Monseñor Romero

 

Rubén Funez

El domingo 15 de agosto celebramos en Ciudad Barrios el 82 aniversario del nacimiento de Monseñor Romero. No sabemos con exactitud el número de personas que se reunieron en aquella ciudad para celebrar tan importante día. No obstante, de lo que sí estamos seguros es que sobrepasó las expectativas. Fue una inundación de niños y niñas, de jóvenes, adultos y ancianos y ancianas que se hicieron presentes en las angostas calles de Ciudad Barrios.

El ambiente que se creó fue el de una inmensa fiesta. La gente estaba feliz, caminando en dirección hacia donde se celebraría la eucaristía. El templo estaba adornado, en su parte frontal, por una gran pintura del rostro de Monseñor Romero, el altar fue construido justo al frente de la iglesia, alrededor del cual se fue colocando la multitud de creyentes que participaron en esta apoteósica celebración.

Decíamos que se trató de una fiesta multitudinaria, pero también de una fiesta especial. Un alto porcentaje de las comunidades que se unieron a esta celebración provenían de parroquias muy pobres, de cristianos que no les resulta fácil gastar en un pasaje lo que posiblemente sea el presupuesto diario de su familia; de comunidades donde lo cotidiano está permeado por la carencia, la incertidumbre, el desempleo, la pobreza. Sin embargo, tienen, y la tienen en abundancia, una fe muy profunda; fe que manifiesta que la vida tiene poder sobre la muerte, aunque a veces por la inmediatez de la cotidianidad no lo vemos fácilmente.

La fiesta de Ciudad Barrios fue una gran manifestación de fe: fe en que Dios se manifestó en Monseñor Romero, fe en que el compromiso por él asumido, y, por lo tanto, en que aquel compromiso es verdadero, y fe en que Monseñor Romero sigue fortaleciendo a los cristianos.

Por ello nos parece sumamente atinado, el que se haya organizado esta fiesta para celebrar su nacimiento unos meses antes de recordar el vigésimo aniversario de su asesinato. Si su asesinato buscó poner fin a su opción, lo que hizo, más bien, fue fortalecerla, robustecerla; permitió que no sólo los salvadoreños pudiéramos decir: "Monseñor, tenía razón", sino que todo el mundo lo reconociera. El asesinato nos lo volvió universal. Y todo ello porque la lucha por la vida es más poderosa que la muerte.

Pero, de alguna manera, todos vivimos, y muchas veces no nos percatamos de esa vida, porque damos esa vida por supuesta, no en el sentido que la demos como asegurada, sino en el hecho de que no nos tomamos la molestia de vivir esa vida, y no nos atreveríamos ni afirmar ni negar su poderío sobre la muerte. No obstante, una vida comprometida, una vida de fe, es capaz de mover montañas. Es una vida capaz de asumir la incertidumbre, la soledad, el dolor, la muerte que lleva aparejado el compromiso cristiano, pero esa muerte da vida.

Desde esta perspectiva, la celebración vivida en Ciudad Barrios, no debe ser –y seguro que no será– un acontecimiento melifluo y dulzón. Aquella fiesta debe significar una parada en el camino para preguntarnos por la situación de nuestras opciones, de nuestros credos, de nuestra fe. Debe ser –si fuera el caso– el aguijón que nos saque de nuestros miedos, de nuestras comodidades, de la comprensión de un cristianismo "facilón", incluso de la mediocridad a la que nos pueda estar empujando la crisis, que, dicen, atraviesa la esperanza. Celebrar el aniversario del nacimiento de Monseñor Romero debe decirnos que la vida que realmente vale es la vida comprometida, es la vida que estamos prestos a dar por nuestros hermanos, es la única vida que es capaz de vencer la muerte.

 

 

Misa en Ciudad Barrios

15 de agosto, 1999

 

Fue misa única en la diócesis de Santiago de María. Concelebraron 56 sacerdotes y otros 20 estuvieron entre el pueblo con sus comunidades.

Se hicieron presentes miembros de varias congregaciones religiosas: Hijas de la Caridad, Carmelitas de Santa Teresa, Dominicas, Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta… Franciscanos, Jesuitas, Paulinos…

Asistieron alrededor de diez mil a doce mil personas provenientes de todo el país, especialmente del área metropolitana de El Salvador. Llegaron en 205 buses y algunos camiones.

La YSUCA retransmitió toda la celebración desde la víspera. Otras emisoras locales y radio Vancouver transmitieron en cadena los momentos importantes.

 

 


 

 

Homilía de Mons. Orlando Cabrera, obispo de Santiago de María

 

Queridos hermanos y hermanas:

Con esta solemne Eucaristía, inauguramos hoy una serie de actos conmemorativos en todo lo ancho y largo del país, con motivo del vigésimo aniversario del martirio de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, quien fuera el segundo obispo de Santiago de María y el cuarto Arzobispo de San Salvador.

Se ha elegido este lugar y esta fecha, porque un 15 de agosto de 1917 nació en esta ciudad, rodeada del silencio de sus montañas, este gran pastor y profeta. Hoy cumpliría Monseñor Romero 82 años de edad.

Su figura ha trascendido las fronteras patrias y se ha convertido en símbolo universal de la justicia y de la paz. Muchos lo consideran el mártir más representativo del siglo XX. Es el salvadoreño más conocido en el exterior y el único, que yo sepa, al que se le ha construido un monumento en un país extranjero. Su figura se va imponiendo y nadie lo puede ignorar. Monseñor Romero ya no es de los salvadoreños, es patrimonio de la humanidad.

¡Qué equivocados estaban aquellos que pensaron que, matándolo, callaban su voz! Hoy su mensaje resuena más fuerte y es mucho más conocido. ¡Cuántos artículos, libros, tesis, discursos y grupos de reflexión, ha provocado su mensaje en todo el mundo!

Pienso, queridos hermanos y hermanas, que Monseñor Romero está haciendo más bien a la humanidad hoy, después de muerto, que cuando estaba vivo. Me parece que, en estos momentos, Ciudad Barrios, bello rincón de la república, se convierte en una inmensa ventana que se abre a todos los pueblos del mundo.

Quisiera relacionar ahora el misterio de la Asunción de María con la figura de Monseñor Romero.

María en el misterio de su Asunción representa la plenitud de la vida. El Dios de los cristianos no es Dios de muertos, sino de vivos. Jesús nos dice en el Evangelio: "He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10).

Su Santidad Juan Pablo II, en varias ocasiones, ha hablado de una "cultura de la muerte". La violencia en la sociedad actual se ha convertido en un modus vivendi. Los secuestros en nuestro país se han convertido en una industria. El siglo XX, que ya se acerca a su final, ha sido el siglo más violento de la historia. Ante una cultura de la muerte debemos oponer una "cultura de la vida". La Iglesia defiende la vida desde el seno materno hasta la muerte natural.

Existe la violencia de las guerras, de las revoluciones, del terrorismo, del crimen organizado y de la delincuencia común. Pero existe una violencia aún más grave, y es la que se llama "violencia estructural", que causa miles y miles de muertos todos los días en el mundo entero por causa de la pobreza y la desnutrición, por falta de medicinas y de atención médica.

Se dice que en la actualidad se produce un diez por ciento más de lo que se necesita para acabar con el hambre en el mundo. Sin embargo, mueren en el mundo 35,000 mil niños todos los días y otro tanto de adultos por causa de la desnutrición. Cada 24 horas mueren alrededor de 70,000 personas. Esta es la violencia más cruel que ha vivido y vive la humanidad.

Monseñor Romero condenó con valentía e imparcialidad ambos tipos de violencia: la violencia de las armas y la violencia estructural. Citamos algunas de sus palabras: "El mandamiento del Señor, no matarás, hace sagrada toda vida; y aunque sea de un pecador, la sangre derramada siempre clama a Dios y los asesinos siempre son homicidas (Homilía 30.06.79). Otras palabras de él: "La violencia no es cristiana, la violencia no es humana. No es contestando violentamente a la violencia como se va a arreglar la paz del mundo" (Homilía 11.05.79). El cristiano no puede ser violento pero puede ser víctima de la violencia.

Quisiera recordar, queridos hermanos y hermanas, las célebres palabras de su última homilía dominical del 23 de marzo de 1980, que significó para él su sentencia de muerte, cuando apela a las bases militares: "Hermanos, son de nuestro pueblo; matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: No matar… Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben al cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!" (Homilía 23.03.80).

La Asunción de María nos recuerda la trascendencia de la vocación del hombre. Monseñor Romero, inspirado en la Evangeli Nuntiandi, sabía conjugar muy bien en su predicación, la inmanencia y la trascendencia del reino de Dios. El reino de Dios que se construye en la historia, pero que trasciende la historia. Oigamos algunas de sus palabras. Refiriéndose a los no creyentes que luchan por la justicia les decía: "Noble es su lucha, pero no es completa. Incrusten su afán de justicia en estos proyectos que no terminan en la tierra" (Homilía 09.03.80)

Decía también que la Iglesia pretende "un desarrollo que no consiste sólo en tener más, sobre todo económicamente, sino en desarrollarse plenamente todo el hombre, todas sus facultades, su vocación divina sobre todo" (Homilía 06.01.78).

La Asunción de María nos invita a la esperanza. En esta sociedad tan excluyente, en que los pobres no sirven ni siquiera para ser explotados, y en la que los jóvenes no encuentran espacios, ¡cómo conviene predicar la esperanza! La Iglesia no tiene armas ni dinero, pero tiene el arma de la Palabra de Dios que nos infunde esperanza.

Monseñor Romero vivió y predicó la esperanza hasta el final de su vida. Digámoslo de sus mismos labios: "Ningún pueblo debe ser pesimista, aún en medio de las crisis que parecen más insolubles, como la de nuestro país, Dios está en medio de nosotros. Dios está cerca, fuente de alegría" (Homilía 16.12.79).

Por último, la Asunción de María nos enseña cómo seguir a Jesucristo. María es la humilde esclava del Señor. Ella es la que creyó en la Palabra del Señor. No sería la Reina de los cielos si antes no hubiera sido la humilde sierva de Yavé. Ella es la que siguió a Jesús con radicalidad hasta llegar a la donación total de sí misma en la cruz entregando al Padre lo único que tenía: su Hijo Jesucristo. Por eso, ella es considerada por la Iglesia como la Reina de los Mártires.

Monseñor Romero es modelo de cristiano y pastor. De cristiano porque siguió a Jesús hasta las últimas consecuencias. A un mundo que ha cambiado radicalmente sólo lo podemos transformar desde la radicalidad del Evangelio. El testimonio de Monseñor Romero en este caso es más que elocuente.

El verdadero cristiano es aquel que busca en cada momento cumplir la voluntad de Dios. "La apertura a la voluntad del Padre –dice el Papa– supone una disponibilidad total, que no excluye ni siquiera la entrega de la propia vida: el máximo testimonio es el martirio" (IA 26).

Los mártires son los mejores evangelizadores y necesarios para una verdadera evangelización. Una Iglesia sin mártires es una Iglesia pobre. No olvidemos, pues, a nuestros mártires de El Salvador y, sobre todo, el mártir de nuestro siglo: Monseñor Oscar Arnulfo Romero.

El es también el buen pastor porque conocía a sus ovejas y dio la vida por ellas. Su Santidad Juan Pablo II, le llama: celoso y venerado pastor que dio la vida por su grey (Juan Pablo II, Homilía Metro Centro, San Salvador 06.03.83).

Creo que lo que sintetiza muy bien la vida y mensaje de Monseñor Romero es el lema que el Sumo Pontífice desarrolla en el Documento Postsinodal Ecclesia in America: "El encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América".

Eso fue él. El hombre que se encontró con Jesucristo vivo, y esto lo llevó a la conversión, a la comunión y a la solidaridad, sobre todo, con los más pobres de los cuales fue su voz. Yo exhorto a todos ustedes a imitar y promover su figura como el verdadero cristiano y el buen pastor que dio su vida por sus ovejas. (El texto de la homilía ha sido editado. Se centra en el mensaje sobre Monseñor Romero).

 

 


 

 

Retiro para un encuentro con Monseñor...

 

Regina Basagoitia

Por fin llegó el día tan esperado, tan preparado, tan deseado y tan necesitado, del primer retiro ecuménico sobre la espiritualidad de Monseñor Romero para los miembros de las comisiones y colaboradores de la Fundación Monseñor. Lo tuvimos en las calladas y extensas instalaciones del Seminario San José de la Montaña. Sus paredes y alrededores gritaron recuerdos a muchos.

Monseñor Urioste nos dio la bienvenida y la bendición, y el P. Urrutia inició entonando en coro la oración privada pidiendo la beatificación de Monseñor. Las ponencias nos animaron, sobre todo, como insistió Mons. Urioste, a serle fieles en el seguimiento de Jesús.

Comenzó el P. Sobrino y nos hizo palpar lo "más íntimo de la intimidad" de Monseñor Romero, su fuente inagotable de espiritualidad, un triángulo: Realidad de los pobres- Monseñor Romero -Dios, donde circula el Espíritu Santo que le fortalece, los pobres que lo conmueven, Jesús que le marca el camino y Monseñor que lo recorre.

Siguió el Revendo de la Iglesia Bautista, Carlos Sánchez, que nos mostró al hombre bienaventurado que fue Monseñor Romero, al comparar su ser y actuar con cada una de las bienaventuranzas, al remarcar sus virtudes, su sencillez, su humildad, su amor y riesgo por el necesitado que se manifestaba en todas y en cada una de ellas. Terminamos la mañana escuchando una homilía de Monseñor que nos hizo retroceder en el tiempo, y su sentencia inolvidable: "mi voz desaparecerá, pero mi palabra que es Cristo, seguirá en los corazones que la hayan querido recoger".

Por la tarde escuchamos de Monseñor Urioste su "sentir con la Iglesia". Ahondó en el "con" y profundizó en la Iglesia que somos todos. Monseñor Romero recogía la realidad de los pobres, los problemas, angustias, temores y sufrimientos. Y no hacía nada si antes no lo consultaba con Dios, para que le iluminara su decidir y actuar evangélico y cotidiano.

La última ponencia fue la "espiritualidad de los pobres" que expuso Miguel Cavada. Con su sencillez magistral nos hizo contemplar a Monseñor, bajando confiadamente y cargado con nuestra realidad a la intimidad de su celda interior, donde lo esperaba Dios, donde se abandonaba a él, donde impregnaba su espíritu, para luego emerger en el anuncio, en la denuncia, en la defensa del pobre, en las sabias decisiones, acciones y sentencias que nos estremecían o sorprendían a todos.

También fue invitado Monseñor Sáenz Lacalle y comentó el último retiro espiritual de Monseñor Romero y mencionó sus limitaciones e inseguridades psicológicas. Insistió en que él fue quien mejor conoció y sabe de Monseñor. Nos aconsejó que no seamos arrogantes y prepotentes dándole títulos todavía no aceptados por la Iglesia y nos pidió que nos centráramos en la oración privada.

Su intervención nos causó sorpresa, pero nos hizo añorar más aún a Monseñor Romero, darle gracias a Dios por él, por permitirle hacer ejercicios espirituales unos días antes de llamarlo a su lado, y confesarse con el P. Azcue, sacerdote jesuita, unas horas antes de su martirio. Nos hizo también darle gracias a Dios por que, con sus debilidades e inseguridades normalmente humanas, hizo brillar más la gloria de Dios, como dice San Pablo, y recordarnos que nadie es más que su maestro y si a Jesús en su tiempo le tuvieron por loco, a Monseñor le llamarían algo semejante por ser su fiel seguidor.

Alguien cercano comentó: "qué bueno, que eran limitaciones o debilidades psicológicas y no espirituales" Su psicología -como la de santa Teresa- no impidió que fuera profeta, santo y mártir, y no sólo nuestro, sino del mundo. ¿Qué tal si hubiese sido fuerte, seguro, sin limitaciones, pero cobarde, egoísta, ambicioso de poder, carresrista...? En cualquier caso no desfalleció, sino que mostró una fuerza y un vigor extraordinarios en los tres años más difíciles de la Iglesia salvadoreña.

Terminó nuestro retiro en la hermosa capilla del Seminario con un acto ecuménico en donde intervinieron el Rev. Miguel Tomás, el P. Estefan y Monseñor Rosa Chávez. Se cantaron los cantos de la Iglesia y de Monseñor, se turnaron con hermosas reflexiones los pastores, dando gracias por los frutos obtenidos, por la solidaridad de las Iglesias hermanas, por el perdón y conversión de nosotros los pecadores. Indudablemente, Monseñor es un verdadero cristiano, y por ello a su alrededor florece el ecumenismo.

 

 


 

 

Agradecimientos y testimonios

 

Agradecimiento de la familia de Monseñor Romero

Buenos días. En nombre de toda la familia de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, especialmente de sus hermanos: Gaspar, Mamerto, Tiberio Arnoldo, mi papá, y de mi tía Zaída, en nombre de todos ellos, les damos las gracias a todas las personas que han hecho realidad, que han hecho posible esta fiesta espiritual tan bella.

Es algo tan hermoso que de verdad conmueve, hasta el último detalle de traer las gladiolas que a Monseñor le gustaban. Les damos las gracias porque este día que el nació, hoy estuviera cumpliendo sus ochenta y dos años. El pueblo de Ciudad Barrios y todas las personas que conocimos a Monseñor. El apoyaba en vida a todos nosotros y ahora el pueblo le demuestra que sigue unido a él, que sigue manteniéndolo vivo. Que sigue manteniendo viva esa llama de la voz de Monseñor. Gracias.

Y como él decía allá en San Miguel, el día en que se celebra el 21 de noviembre, la fiesta de la Reina de la Paz, él siempre decía: ¡que viva la Reina de la Paz!, ¡que viva la Reina de la Paz! Gracias.

Les hablé en nombre de tía Zaida, porque ella esta un poco mal de la garganta y además dice que se siente muy nerviosa, porque ella toda la vida anduvo a la par de su hermano. Como ella no tuvo más hermanas hembras, solo varones, se apegó a su hermano, al buen palo. Gracias

 

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Párroco de Ciudad Barrios,

Pbro. Santos Arnoldo Rivera

Ilustrísimos Monseñores Orlando Cabrera,

Luis Morao y Ricardo Urioste

Queridos hermanos Presbíteros y pueblo en general

Me han pedido que dé unas palabras de agradecimiento en esta eucaristía que estamos celebrando.

Anoche comentaba con Monseñor Urioste, y yo decía ¿a quién le vamos agradecer poresta celebración? Puesto que todos hemos venido acá a concentrarnos en esta fecha en que Monseñor Romero nació, sin ninguna invitación, sino que bastó que la Conferencia Episcopal designara este lugar para que todos nos convocáramos y viniéramos a esta gran celebración. Ya lo dijo Mons. Cabrera en su homilía: Monseñor Romero no es solamente de la Iglesia, ni del Salvador, ni Ciudad Barrios, sino que es de todos, más allá de nuestras fronteras patrias.

En este sentido, quizás, yo agradezco a Dios por darnos este gran regalo en la persona de Monseñor Romero. Para nosotros aquí en la Parroquia ha sido una gran experiencia estos días, a partir de hace dos meses cuando se nos anunció de esta celebración. Se nos ha encomendado que la preparemos. Ha sido una experiencia de unidad en esta ciudad, de mucho esfuerzo, en la que han participado todas las Instituciones que conforman esta ciudad. Yo interpreto que Ciudad Barrios es casi como un lugar desde donde tenemos que ver a Monseñor Romero como el salvadoreño. Se habla de la capilla de la Divina Providencia, donde él murió, desde donde hablamos de Monseñor Romero como el mártir. De la catedral de San Salvador como el Pastor, desde donde estuvo iluminando a su pueblo. Pero Ciudad Barrios nos habla del Monseñor Romero salvadoreño. Yo creo que desde aquí tenemos también pensar y reflexionar a Monseñor Romero.

Muchas gracias a todos y todas, que el Señor les bendiga por su presencia. Este día es histórico para Ciudad Barrios, este pequeño rinconcito de El Salvador, que Monseñor Romero ha puesto en alto y le ha dado nombre. Muchas gracias a todos.

 

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Nana de Monseñor Romero

 Aquí tenemos a una señora, de 98 años, que nos dicen que conoció a Monseñor Romero.

A ver, cuéntenos cómo fue que conoció usted a Monseñor Romero, ¿qué recuerda de él?

Sí, yo fui la nana de Monseñor Romero, yo lo cuidaba a ese muchachito desde que estaba chiquito. Desde que estaba chiquitito me tocó lidiar con él.

¿Y cuántos años tenía usted cuando cuidaba a Monseñor?

No me acuerdo, pero yo lo cuidaba mientras su mamá trabajaba. Como ella costureaba, entonces yo cuidaba al muchachito. Yo eso recuerdo, que lo cuidaba de muchachito y eso me da mucha alegría recordarlo.

 

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Mons. Urioste

Todos habían llegado pagando su pasaje y llevando su "conqué". Unos hablan de 12.000 personas. Otros de 10.000. La verdad es que en los patios del Beneficio de la Cooperativa de Café, se contaron, uno por uno, 205 buses. La Cooperativa fue una gran ayuda en esta Celebración. El Hospital de la localidad cambió su nombre al de "Mons. Romero", oficialmente. Una hermosa placa, inaugurada ese mismo día, lo atestigua. La hermana y hermanos de Monseñor tuvieron lugar especial.

Cuando regresé a San Salvador, a las nueve de la noche, leía de nuevo las palabras de un famoso escrito: "La sociedad sólo canoniza a los que se conforman con ella. En el tiempo de Jesús y ahora. A Jesús no pudieron canonizarlo y por ello lo asesinaron. ¿Quiénes creen que lo mataron, ¿los malos? No. A Jesús lo asesinaron los buenos de turno, los más respetados de aquella sociedad. Los escribas, los fariseos, los sacerdotes. Si no andas con cuidado, si vives, dormido (indiferente), asesinarás a Jesús".

 

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Candelario Márquez, pintor de la réplica del mural sobre Monseñor Romero en la iglesia de Ciudad Barrios

Bueno, sólo te sabré decir que está allí como un memorial, porque el hombre que se olvida del mal que ha hecho tiende a volver a repetirlo. Entonces es precisamente el objetivo, que este cuadro represente un momento histórico en que el hombre rebasó el mal y no se dio cuenta que destruía a todo un pueblo y al profeta. Pero no destruyó al Espíritu Santo, porque allí se vio la fuerza del Espíritu Santo para que firmaran los Acuerdos de Paz y se diera esta paz que hoy disfrutamos.

¿Qué significa participar como pintor del mural de nuestro pastor y mártir?

Bueno, yo me siento igual que cualquier hermano que barre y que trapea, porque yo creo que todos somos complementarios y que lo que yo hago se ve, porque queda allí grabado, pero hay hermanos que hacen bastantes obras y no quedan plasmadas, yo simplemente lo hago con mucho amor y como un agradecimiento a un don que ha hecho Dios conmigo y también dar gracias por lo que nos ha dado Dios en Monseñor Romero.

¿Cómo nos describe usted el mural?

Bueno, en medio está el pueblo, con una actitud de sufrimiento, con diferentes personajes que tienen los rostros con diferentes colores; los colores representan la forma de pensar de cada ser, porque nadie puede juzgarse por como piensa, porque hay que analizar de qué familia viene, qué grado de estudio, qué ambiente, y luego, está la otra parte que es la actitud que cobra una masa que sólo va encaminada hacia la voracidad, hacia hacerse de cosas, destruyendo inclusive a su misma familia y a su misma patria. Esa clase de personas como el arte, lo que trata de retratar justamente es el alma, y allí lo que está retratada es el alma de los seres que se han venido alimentando del mal a tal grado que les cambia el rostro como el de un cerdo, como el de un monstruo, tanto el que señala como el que dispara justamente al corazón del profeta. Y también está la actitud cuando va cayendo el profeta, que las gotas de sangre que van cayendo no caen al suelo, sino que se convierten en alas, o sea, es el Espíritu Santo que se manifiesta allí. Hay unos fieles que están en multitud llorando, hay un hermano que tiene tomado un sombrero y con una gran paz en las manos, que solamente la puede tener un campesino que viene de sufrir muchos años y sin exigir nada a la vida, nada más el poder sobrevivir. Está también otra señora que tiene a un niño en los brazos, el niño está pasivamente como que no acontece nada, sin embargo está algo preocupado y la mamá gritando y con sus manos impactantes como pidiendo justicia. En la luz de la vela que está en la mesa del altar hay un Cristo desgarrado que está como en tercera dimensión, es el primero en ser traspasado por el disparo que cae después sobre el profeta y cuando va cayendo la copa se derrama sobre el corazón de Monseñor Romero.

(El original de este mural se encuentra en una iglesia en Los Angeles, California.)

 

 


 

 

Comentario personal

A propósito de la carta del clero salvadoreño al Cardenal Lucas Moreira Neves

Mayo de 1999

 

La carta que hemos firmado muchos presbíteros salvadoreños muestra respetuosa y claramente cuánto el clero se siente sorprendido, burlado y ofendido, con el nombramiento de algunos recientes obispos, y sobre todo de Mons. Romeo Tovar que ha pasado rápidamente por tres diócesis en un país pequeño, que cuenta sólo con 8 diócesis; de este modo, ha dado la imagen de alguien que busca hacer carrera eclesiástica y que tiene personas influyentes –política, económica y eclesiásticamente– para secundarle en sus proyectos personales o para utilizarlo en intereses que aparecen poco o nada pastorales (en Zacatecoluca se sabía que le gustaría se obispo de San Miguel, en San Miguel que aspiraba al obispado de Santa Ana; y todo lo ha conseguido). Pero esto no es todo, pienso que a nivel más amplio, la reacción de los presbíteros forma parte también de la del mismo pueblo de Dios y la sociedad en general que se sienten ignorados, defraudados.

Es conocido por todos que, en congruencia con su sentido de fe y pertenencia a la Iglesia, después de los últimos nombramientos de obispos, el pueblo de Dios ha orado, reflexionado, discernido el tipo de pastor que exige el futuro de nuestro país y de la evangelización que le permitirá encaminarlo cada vez más hacia el Reino de Dios; también ha tratado de reconocer e indicar los presbíteros que considera aptos para tal ministerio, albergando la esperanza de que puedan ser elegidos por la autoridad eclesiástica competente.

Actualmente, sin embargo, tres son los temores más notables y preocupantes, que ponen a prueba nuestra fe, comprensión y paciencia. Primero, que aumente la extranjerización de la jerarquía, escogiendo para obispos a presbíteros extranjeros, sobre todo cuando no están encarnados en nuestra realidad social, económica, política y religiosa, ni son probadamente solidarios con los pobres y la causa de la justicia social por la cual tanto ha sufrido nuestro pueblo.

Segundo, que se continúe eligiendo candidatos sin suficiente experiencia, mentalidad y pedagogía pastoral, desconfiados o desinteresados de las nuevas perspectivas teológicas, especialmente del enfoque latinoamericano y liberador; al margen o no completamente identificados con las y reconocidas características más sobresalientes del perfil latinoamericano y salvadoreño de nuestro modo y espíritu de ser cristianos e Iglesia: la opción por los pobres, el compromiso por la justicia, la evangelización liberadora, la pastoral de conjunto, la dimensión comunitaria (CEBs, parroquia comunidad de comunidades), misionera (renovada conciencia y corresponsabilidad evangelizadora de los laicos, religiosos y presbíteros), jerárquica (pastores verdaderamente hermanos, servidores y solidarios con el pueblo) y carismática (promoción de los carismas y ministerios) del pueblo de Dios. La inquietud aumenta cuando los nominados son religiosos que han estado al margen de la vida pastoral. No se trata de estar en contra de los religiosos o dudar de su capacidad para ser buenos obispos, sino de razonar y proponer, advertidos por las mentalidades y ejemplos ya sobremanera conocidos. Hemos contado, efectivamente, con obispos religiosos muy identificados con el clero, los laicos, el espíritu diocesano de la praxis pastoral y la idiosincrasia de nuestro pueblo. Pero también hemos tenido algunos con grandes dificultades en esas y otras áreas de la vida y misión pastoral, con lo cual perdemos energía evangelizadora, eficacia operativa, incidencia evangélica en la realidad y credibilidad, en una sociedad cada vez más abierta, crítica y pluralista.

Finalmente, a todos nos da qué pensar muchísimo el consabido y lamentable hecho de que en las consultas de la Nunciatura, sobre los candidatos, se escucha más a personas que representan los intereses y ancestrales privilegios del poder económico y político del país que a los mismo obispos. No es nada nuevo que varios de nuestros prelados no han escondido su evidente sorpresa ante algunos nombramientos, como tampoco que ciertos ricos se vanaglorian por la elección de aquellos que les secundan o que, por lo menos, no los cuestionan en sus objetivos señaladamente alejados de la solidaridad y la justicia social.

Como cristianos, no podemos renunciar a la esperanza de que el Sucesor de Pedro elija nuevos obispos, teniendo más en cuenta los criterios, sugerencias y espíritu señalados en las dos cartas del Clero de El Salvador; considero que dichos textos, con la exigencia sintética y evocadora que impone el estilo epistolar, no hacen otra cosa que aplicar la doctrina del magisterio sobre esta materia, al mismo tiempo que recogen las manifiestas y legítimas esperanzas del pueblo cristiano. En este sentido, aguardamos que tanto los obispos del país, como el señor Nuncio Apostólico y la misma Congregación para los obispos encuentren en ellas elementos válidos para colaborar mejor con el ministerio petrino en esta delicada responsabilidad pastoral hacia el pueblo de Dios.

Roma, 6 de julio de 1999.

Fredis Sandoval

 

 


 

 

Si yo fuera Pinochet

 

José María Castillo

  No cabe duda que el Sr. Pinochet es un hombre con suerte. Porque no es frecuente que un individuo, acusado de miles de crímenes, torturas y no sé si cosas peores, esté pasando el "arresto" que le corresponde en una mansión residencial de Londres de la que ni se sabe los millones que cuesta cada mes. Yo estoy seguro que ahora mismo hay millones de seres humanos que se darían de bofetadas por ir derechos a este tipo de "cárcel". Pero, al decir que el Sr. Pinochet es un hombre con suerte, me refiero a cosas más importantes. Concretamente, a cualquiera se le ocurre pensar que este hombre debe tener, a su disposición, un equipo de abogados defensores de primerísima categoría, es decir, profesionales del derecho tan preparados y de tal prestigio que, hasta ahora por lo menos, han sabido buscar y han encontrado por dónde poner en entredicho las sabias decisiones de la mismísima cámara de los lores.

La cosa es más seria de lo que algunos seguramente se imaginan. Y además es algo que nos afecta a todos. Porque, en definitiva, lo que está pasando con el Sr. Pinochet pone en evidencia que los ciudadanos del mundo no somos iguales. Y no somos iguales en un asunto que es de los más delicados y determinantes en la vida. Me refiero a la desigualdad jurídica en la que nos vemos obligados a vivir millones de ciudadanos. Porque tal desigualdad existe. Y mucho más de lo que algunos se imaginan. La gente se suele escandalizar cuando un rico paga una fianza y sale de la cárcel. Pero eso no es lo más grave. Es cierto que en los países democráticos según la Constitución, todos somos iguales ante la ley. Pero, en la práctica y a la hora de la verdad, no todos somos iguales. Porque la justicia funciona de tal manera que, quien tiene dinero, puede pagarse buenos abogados que, de hecho, defienden los derechos del rico o el potentado con más eficacia que quien no tiene otra salida que contentarse con un letrado "de oficio". Es exactamente lo que está ocurriendo en el caso del Sr. Pinochet.

Todo el mundo sabe que, en las cárceles, lo que más abunda es gente pobre. Los ricos, las personas importantes, los notables de la sociedad, o no están en la cárcel, o, si los meten presos, suelen salir relativamente pronto. Entre otras cosas, porque, tal como de hecho funciona la justicia, no acaba de estar clara la separación de poderes y la independencia del poder judicial con respecto al poder político. A los ricos y poderosos con facilidad se les reduce la condena. Efectivamente, no todos somos iguales ante la ley.

Naturalmente, estando así las cosas, los "delincuentes", los individuos" peligrosos", los "miserables" y los "indeseables" se suelen localizar, según los criterios convencionales, en los estratos más bajos de la sociedad. Al decir esto, estoy tocando una de esas cuestiones que (sin exageración alguna) tocan fondo: ¿se puede asegurar que los que están abajo, en la escala social, son gentes más corruptas y degradadas éticamente que los que están bien situados y son tenidos por personas importantes ante la opinión pública? Sea cual sea la respuesta que cada uno tenga sobre este asunto, hay una cosa que no admite duda: las llamadas "personas importantes" son, de hecho, quienes causan los mayores sufrimientos que suelen soportar los que están abajo y los que no pintan nada en este mundo. Y si no, que se lo digan a los familiares de los muertos que han causado los misiles del Sr. Clinton en Irak y en Yugoslavia. En cualquier caso, lo que sí puedo asegurar –y lo sabemos todos– es que los "miserables" y los "indeseables" llevan siempre las de perder. Por poner un solo ejemplo: el año pasado leí en un diario que en la cárcel de la ciudad española de Teruel, murió un individuo que llevaba más de veinte años en la cárcel, ese hombre se murió sin haber sido juzgado. Decían que era un criminal muy peligroso. Pero, sin duda alguna, más que peligroso, lo que ciertamente fue es un desgraciado. En el Salvador los ejemplos abundan. La prueba más evidente de que no todos somos iguales ante la ley, por más disquisiciones eruditas que hagan los jueces más competentes en su materia.

Todo esto venía a cuento del dictador de Chile. Y de tantos otros, que, hayan sido o no dictadores, el hecho es que son individuos con las manos manchadas de mucha sangre humana. Individuos, además, que, después de matar y torturar a gentes inocentes, se han indultado a sí mismos y ahora andan por ahí, disfrutando de sus rapiñas, amparados por leyes que les protegen y abogados competentes que les defienden con eficacia. Y es claro, si las cosas son así, a cualquier se le ocurre pensar: "si yo fuera Pinochet…".

 

 


 

 

Carta al Vaticano pidiendo la beatificación de Monseñor Romero

 

Beatísimo Padre:

Con motivo del vigésimo aniversario del martirio de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, a celebrarse el 24 de marzo del año 2000, inauguramos hoy en la solemnidad de la Asunción de María, en su ciudad natal y día de su cumpleaños, con una solemne eucaristía una serie de actos conmemorativos para profundizar el testimonio de su vida y de su mensaje.

En esta ocasión pido a Su Santidad, en nombre propio y de los fieles laicos, sacerdotes, religiosos y religiosas de todo el país aquí reunidos, la beatificación de Monseñor Romero, a quien Su Santidad llamara en su primera visita a nuestra patria: "celoso y venerado pastor que dio la vida por su grey"

Su beatificación colmará de gozo al pueblo católico, a muchos cristianos de otras Iglesias y a los hombres y mujeres de buena voluntad de El Salvador.

Expresamos a Su Santidad nuestra adhesión y gratitud, y que el Señor lo conserve por muchos años.

 

Monseñor Rodrigo Orlando Cabrera Cuéllar,

Obispo de Santiago de María

Ciudad Barrios, 15 de agosto de 1999

SU SANTIDAD

JUAN PABLO II

CIUDAD DEL VATICANO