Carta a las iglesias, AÑO XIX, Nº 434, 16-30 de septiembre de 1999

 

Don Helder Cámara

Un hombre evangélico

 

Mi primer contacto con el "arzobispo rojo" fue en 1961, cuando yo era dirigente, en Minas, de la Juventud Estudiantil Católica (JEC), y él, obispo responsable de la Acción Católica Brasileña. Al año siguiente, me llevó a Río para participar en la dirección nacional de la JEC.

Convivimos durante tres años. El tenía su despacho en el palacio San Joaquín, en el Largo da Gloria. Al otro lado de la plaza, sobre el Outeiro, estaba la sede de la Conferencia Nacional de Obispos Brasileños, de la cual Don Helder fue el fundador y, por muchos años, secretario general.

En la Iglesia católica fue pionero del movimiento renovador conocido como "opción por los pobres". Fundó la Cruzada San Sebastián, empeñado en su utopía de erradicar las favelas cariocas. No lo consiguió. Instalados en apartamentos, los realojados, instigados por la miseria, arrancaban cañerías, e instalaciones eléctricas para vender, y muchos de ellos subarrendaban su morada en busca de rentas.

Don Helder Cámara descubrió entonces que una sola golondrina no hace verano y que la pobreza no es el resultado de la indolencia, sino más bien de "estructuras injustas", según haría constar, en 1968, en el documento episcopal de Medellín.

Durante el Concilio Vaticano II (1962-1965), el "obispo de los pobres" promovió una "articulación" entre cardenales y obispos de todo el mundo en favor de una inserción de la Iglesia en los sectores populares. También propuso al Papa Juan XXIII entregar el Vaticano y sus obras de arte al cuidado de la UNESCO, como patrimonio cultural de la humanidad, y que el Papa, en su calidad de obispo de Roma, se fuese a vivir a una parroquia de la capital italiana. Soñaba con una Iglesia menos imperial y más parecida a las comunidades de pescadores de Galilea.

En fin, Don Helder Cámara contaba con el apoyo de un grupo de laicos, hombres y mujeres, conocido como "la familia messejanense", en referencia a Messejana, distrito en el que él había nacido. La "familia" tuvo el privilegio de recibir, en forma de cartas, el diario del arzobispo durante el Concilio, donde narra, sin censura, los bastidores del cónclave, documento de inestimable valor para ser publicado después de su muerte.

Don Helder nunca cedió a las presiones de quien pretendió cambiarlo, como JK, prefecto de Río, senador y hasta presidente de la República. Arzobispo de Olinda y Recife, jamás aceptó vivir en el palacio. Hizo de los bajos de una iglesia su casa y allí mismo recibía a la puerta a quien le requería. Con certeza ningún brasileño ha sido tan biografiado. La mayoría de las obras están firmadas por autores extranjeros, aunque ha conseguido el milagro de ser profeta en su propia tierra.

Conservador en su juventud, progresista en la edad adulta, Don Helder siempre sorprendía a quienes lo querían encuadrar. Durante la dictadura militar dialogó con los mismos militares que lo censuraban, a la vez que socorría a los perseguidos y a los presos políticos en una defensa intransigente de los derechos humanos. Su fama en el exterior -entre brasileños sólo era comparable a la de Pelé- llevó a la Policía Federal durante el régimen militar a ofrecerle protección. Brasilia temía que sufriese un atentado. Don Helder les dijo a los policías: "No preciso de dos señores. Ya tengo quien cuide de mi seguridad". Los agentes le pidieron nombres porque necesitan ser registrados en los organismos oficiales. El obispo no se hizo de rogar: "Son el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo". Cierta noche estaban buscando a Don Helder. Habían hecho preso a un hombre y estaba siendo interrogado. Don Helder llamó al responsable policial: "Aquí Don Helder. ¿Está ahí preso mi hermano?". El policía se llevó un susto: "¿Su hermano, eminencia?". Don Helder le explicó: "A pesar de la diferencia de nombres, somos hijos del mismo Padre". El funcionario se deshizo en disculpas y ordenó soltar al preso hermano del arzobispo. Hijos del mismo Padre…

Así era Don Helder, un hombre evangélico, simple, sin niguna clase de ínfulas episcopales.

Y como tenía mucha fe, jamás conoció el miedo. Y amó de todo corazón a esa Iglesia que tanto quiso ver renovada y que, mientras tanto, jamás le concedió el merecido título de cardenal.

Falta este hombre en la galería de los Premios Nobel de la Paz. Con certeza, el futuro cumplirá con su justa entronización entre aquellos que son venerados como santos.

Frei Betto

 

 


 

 

En el mes de la patria Monseñor Oscar A. Romero: un verdadero patriota

 

En nuestro país se ha puesto de moda rendir tributo, como héroes nacionales, a figuras políticas o militares que, vistos con objetividad y honestidad, no son tales. Si para algo debieran servir las celebraciones del mes de septiembre es para traer a la memoria a aquellos salvadoreños que sí contribuyeron, con su trabajo y su ejemplo, a que en El Salvador imperaran los valores de la paz, la justicia y la solidaridad. Y no cabe ninguna duda de que entre esos salvadoreños figuraría –debería figurar con todo derecho– Monseñor Oscar A. Romero, cuyo compromiso decidido con la construcción de un El Salvador en paz, justo y solidario sólo las mentes más obtusas se pueden negar a aceptar. Reconocer a Mons. Romero como un héroe nacional, como un patriota en el sentido pleno de la expresión, exige como paso previo desmitificar algunas de las visiones que, sobre su figura y trabajo pastoral, se han venido tejiendo.

Las distorsiones comenzaron en vida de Mons. Romero. Así, en una hoja volante se caracteriza una misa suya –celebrada en la Iglesia María Auxiliadora, el 19 de julio de 1977– como una "misa-mitin" y además se califica al Arzobispo como "agitador profesional" que hace el "cachete a las organizaciones marxistas". Todavía hay quienes piensan así; todavía hay quienes aceptan, sin el menor ánimo crítico, esta imagen equivocada –fraguada por los sectores más duros de la derecha salvadoreña en los años setenta y ochenta–.

Como contrapartida, están los que ven a Monseñor Romero como un hombre ingenuo y de buena fe, a quien se le forzó (por las vías del engaño y la manipulación) a que hiciera cosas y apoyara causas ajenas a su quehacer de pastor. Monseñor Romero era bueno –dicen–, pero tuvo malas influencias (entre otras las de los jesuitas), los cuales se valieron de su humildad y debilidad de carácter. Por tanto, de lo que se trata ahora es de rescatar a ese Monseñor Romero espiritual; es ese Monseñor Romero el que debe ser beatificado.

Por último, están aquellos que ven al Arzobispo asesinado como un hombre con ideas claras, unívocas, que siempre sabía a qué atenerse o qué decisión tomar. Para éstos, Monseñor Romero es una especie de superhombre, incapaz de titubear o dudar: sus decisiones y opciones las tomó a partir de valoraciones frías y diáfanas de la realidad. Coherencia, frialdad, claridad y determinación: ¿no son éstas acaso virtudes que sólo los santos o los seres humanos extraordinarios pueden tener?

Pese al arraigo de esas visiones de Monseñor Romero, las tres, cada una a su modo, falsean lo que fue su presencia en la realidad histórica salvadoreña. Comencemos con la última de ellas. Esta olvida una cosa importante: que Monseñor Romero fue un ser humano, extraordinario sí, pero no por no equivocarse o no dudar, sino porque en medio de dudas, equivocaciones y rectificaciones pudo medirle el pulso al país en aquellos años aciagos y tomar decisiones difíciles para él y para la Iglesia. Su Diario personal no deja dudas al respecto: Monseñor Romero no siempre tuvo claridad plena acerca de lo que pasaba en el país o acerca de cuál era la mejor forma de responder ante las distintas coyunturas –sangrientas muchas de ellas– que se presentaban.

Fue un hombre abierto a lo que los demás podían decirle o enseñarle, sobre todo a lo que le podían decir los más pobres de El Salvador. Y en esto radicó lo extraordinario de él: en haber sido un ser humano cabal, un ser humano que con sus debilidades, titubeos, incertidumbres pudo, tras buscar incansablemente los "signos de los tiempos", estar a la altura de las exigencias que planteaba la realidad histórica salvadoreña, responder a lo que el país esperaba de su líder espiritual. La santidad de Monseñor Romero –lo que de extraordinario hubo en él– no excluye su humanidad –con sus debilidades y desaciertos–, sino que más bien la presupone y exige como algo constitutivo. Ignacio Ellacuría llegó a decir que con Monseñor Romero "Dios pasó por El Salvador", pero con el Monseñor Romero humano, hombre, persona de carne y hueso, con debilidades y virtudes.

Esto nos lleva a la segunda perspectiva: la que insiste en la dimensión espiritual de Monseñor Romero. Según esta lectura, el bueno de Monseñor Romero fue manipulado, dada su debilidad de carácter, por quienes querían imponer sus propios intereses al país y a la Iglesia. Para quienes ven así las cosas, Monseñor Romero era un ser dócil y sin carácter, que hizo lo que hizo por influencia de otros. Pues bien, ni su Diario, sus Cartas pastorales y Homilías ni la experiencia que tuvieron con él distintas personas avalan esta visión tan simplista de su figura. Sin dejar de tener altibajos psicosomáticos –¿quién incluso con menos presiones no los tiene?–, Monseñor Romero fue, en momentos cruciales, una personalidad de carácter, capaz de asumir con determinación, tras haber reflexionado detenidamente, decisiones difíciles y peligrosas. Un ser dócil y sin carácter no hubiera enfrentado a los militares y a los grupos de poder económico, habida cuenta de los mecanismos de seducción y chantaje de los que éstos quisieron valerse para sumarlo a sus filas o, al menos, para que dejara de ser tan molesto.

Asimismo, sin dejar de escuchar a otros –militares, empresarios, profesionales, políticos, miembros de organizaciones populares, guerrilleros–, Monseñor Romero, tras consultarlo consigo mismo, decidió hacer o decir, por su cuenta y riesgo, lo que a él le parecía correcto. Aquí su Diario personal –ese conjunto de reflexiones cotidianas y pláticas consigo mismo y con Dios que Monseñor Romero hizo desde el 31 de marzo de 1978 hasta el 20 de marzo de 1980– es crucial para entender las encrucijadas en las que se vio envuelto, así como el modo en que fraguó muchas de sus decisiones.

Finalmente, llegamos al primero de los puntos: el que se refiere a la relación de Monseñor Romero con la izquierda armada. La óptica que hemos expuesto antes –la que identifica a Monseñor Romero con los grupos marxistas– deja de lado –quizás intencionalmente– una sus facetas más sobresalientes: sus críticas y su rechazo a la violencia como medio para resolver los problemas nacionales. Y ello porque era consciente -como pocos en su tiempo- de que la violencia, al multiplicarse, se convierte en una "espiral de violencia", del cual los más perjudicados terminan siendo los que no poseen arma alguna para defenderse: los pobres. Por supuesto que era consciente de que una situación de aguda "violencia represiva" podía arrinconar a determinados sectores de la sociedad a optar por la "violencia revolucionaria", la cual en cierto modo se explicaba como resultado de aquélla.

Pero eso no significaba para él aceptar o, peor aún, aplaudir las acciones de las organizaciones político-militares. Incluso al igual que contra la "violencia institucionalizada", la "violencia represiva" y la "violencia terrorista", Monseñor Romero criticó y rechazó tajantemente lo que él llamó "violencia fanática": "esa violencia fanática que casi se hace 'mística' o 'religión' de algunos grupos o individuos. Endiosan la violencia como fuente única de justicia y la propugnan y practican como método para implantar la justicia en el país. Esta mentalidad patológica hace imposible detener la espiral de violencia y colabora a la polarización extrema de los grupos humanos".

Por otra parte, aunque Monseñor Romero era consciente del fanatismo al que eran proclives estos grupos –fanatismo que él condenaba–, sabía también de las razones que los habían llevado a su opción violenta y de lo necesaria que era su participación –al igual que la de los militares, los empresarios y los políticos– en la solución de la problemática nacional. La relación de Monseñor Romero con la izquierda armada salvadoreña, en la década de los años setenta e inicios de los años ochenta, no fue simple ni unívoca. La tesis de la identificación de Monseñor Romero con los grupos político-militares, con su praxis e ideología, no tiene sustento alguno en la realidad. Tampoco lo tiene la tesis que afirma que Monseñor Romero condenó, sin matiz o consideración alguna, la opción revolucionaria tomada por esos grupos. Monseñor Romero trató de entender, no justificar, esa opción revolucionaria; no fue ajeno a sus peores implicaciones –el fanatismo, la absolutización de la organización, el temor que despertaba–, pero estaba claro de que la solución (o agudización) de la problemática nacional tenía que ver con el modo en el que esos grupos se fueran perfilando en el escenario socio-político del país.

Monseñor Romero pudo hacer lo que hizo, porque fue un hombre a carta cabal, comprometido con los problemas de su país y consciente del rol que le tocaba jugar en las difíciles circunstancias por las que el mismo atravesaba. Fue un hombre honrado con la realidad.

Ahora que muchos en El Salvador rinden honores a figuras que vivieron para la guerra y para exterminar a otros –como Domingo Monterrosa o Roberto D'Aubuisson– es bueno recordar a quienes vivieron para defender la vida, la paz y la justicia entre los salvadoreños. Monseñor Romero es figura señera en la defensa de esos valores. Monseñor Romero fue un verdadero patriota, a la vez que fue un verdadero cristiano. Como tal merece ser recordado y celebrado por todos los que en El Salvador y en el mundo creen que vale la pena comprometerse con la defensa de la vida, la convivencia pacífica, el respeto a los demás, la tolerancia y la justicia.

 

 


 

 

En el mes de la independencia no podemos sentirnos orgullosos

 

Mons. Gregorio Rosa

 

Así como está la patria no podemos sentirnos orgullosos. La patria, como sabemos, es la tierra de nuestros padres y antepasados, donde nacimos, donde lloramos, donde sufrimos, donde gozamos, donde somos felices, donde amamos. Es esta patria la que tenemos que transformar.

Hay que vislumbrar nuevos caminos de solución. Tenemos que volver a un concepto que casi ya no se oye mencionar, el concepto de Proyecto de nación. Se trabajó mucho diseñando qué clase de país queremos. Se señaló cuál es el nudo gordiano: la extrema pobreza. Y lo que vemos en los primeros cien días del gobierno actual es que no se ha combatido ese nudo gordiano. Necesitamos una economía con justicia social, y no la tenemos. Necesitamos un estado fuerte que ponga reglas y que las haga respetar, sobre todo donde los más pobres sean respetados, y no lo tenemos. Necesitamos un Estado donde la justicia no sea sólo una palabra retórica sino una realidad, y tampoco lo tenemos.

El cambio de estructuras. Pensemos en tres campos: económico, político y social. En las tres áreas trabajamos con estructuras obsoletas, con estructuras sin corazón, estructuras que no tienen como centro a la persona humana. Un cambio en las estructuras económicas supondría de los empresarios una nueva visión con respecto al trabajador y una dimensión social en todas sus decisiones políticas. A nivel político necesitamos un Proyecto de nación acorde a la dignidad humana. Está diseñado el proyecto, pero se ha quedado en el olvido. Y a nivel social necesitamos que la persona sea más importante que las cosas para que los pobres tengan una esperanza. Necesitamos justicia social.

Conferencia de prensa, 19 de septiembre

  

 


 

Monseñor Romero, profeta integral

 

P. Jaime Paredes

 

Necesitamos que la figura de Monseñor Romero se vuelva un espíritu para la Iglesia. La denuncia es parte de la vida cristiana, pero no es la única parte. Algunos piensan que entre más se está denunciando, más profético se es. Yo creo que ahí hay una deformación del profetismo. El profetismo es anuncio y denuncia, pero no sólo denuncia. Y ésta no es sólo a los gobernantes, o a los ejércitos, es siempre a cualquier forma de pecado, y ese pecado puede estar en el mismo pueblo o hasta en la misma Iglesia. Y eso también hay que tener valor de denunciarlo.

Entonces, habría que tomar el profetismo integral, y creo que eso hizo Monseñor Romero. Sus homilías no están llenas sólo de denuncias, están llenas de ilusión por el Reino, de amor a Jesucristo y de búsqueda de lo transcendente, poniendo la voluntad del Padre por encima de la de los hombres.

Monseñor Romero fue obra del Espíritu de Dios y si no hubiera tenido esa vida de oración personal y litúrgica tan intensa, él no hubiera sido capaz por sus propias fuerzas de mantenerse firme, aceptar su destino, perder sus privilegios y amistades y arriesgar su vida.

Hay que rescatar el espíritu, y hay que provocar que se difunda su imagen, pensando sobre todo en los jóvenes que tienen menos de 30 años y que no lo conocieron. Entonces la cobertura que debemos hacer es para meterlo en la conciencia de esta generación. Pienso que el espíritu que se está llevando actualmente es bueno. Eso se evidenció en Ciudad Barrios, allí había un sentido de fiesta, de encuentro y de ánimo en la gente. Hay que buscar que los pobres se reanimen, que tengan esperanza, que sientan a la Iglesia alegre con ellos y solidaria con ellos. Pienso que es una manera bonita de celebrar el veinte aniversario de su martirio.

Tomado de Orientación, 26 de septiembre.

 

 


 

 

Transparencia

 

José M. Tojeira

 

Necesitamos en El Salvador un mayor grado de transparencia si queremos hablar de ética. Los hechos están ahí, y el amarrarlos a explicaciones increíbles, a disimulos, sofismas o cualquier interpretación que enturbie lo evidente, no hace más que sujetarnos a una democracia inestable y a una convivencia viciada desde sus bases. Los ejemplos de la falta de transparencia surgen en el día a día y no podemos dejar de comentar algunos ejemplos evidentes.

El presidente de la FEDEFUT está defendiendo su trabajo y su supuesta honestidad. Y en ese denodado esfuerzo no duda en culpar de corruptos a periodistas sobornados por su propia institución. El más fuerte tiene siempre más responsabilidad que el más débil cuando se comete cualquier tipo de inmoralidad. Y en el soborno el más fuerte siempre es el que tiene el dinero. Aunque comprar periodistas no sea delito, es indudablemente un acto grave de inmoralidad reñido con cualquier desempeño de cargo público. El presidente de la FEDEFUT, si tiene algo que ver con el soborno debía dimitir inmediatamente.

¿Y qué es eso de decirnos que nuestro país no está preparado para tener un vocero presidencial? ¿No será más bien que la estructura informativa de la presidencia no está preparada para tratar con libertad y claridad los problemas que nos aquejan? Un poco de mayor honestidad al explicar las cosas no sería mala. Pero cuando la baja de popularidad se interpreta como un triunfo en número de posibles votantes, ya nada nos maravilla. Al menos eso hizo el Presidente de la República cuando interpretó las calificaciones de 5.3 y 5.7 en las encuestas como un porcentaje del 53 y el 57% de salvadoreños que votarían por él si hubiera de nuevo elecciones.

En el caso de APROAS y la ayuda de diez millones las mentiras abundaron y la falta de transparencia es absoluta. Lo preocupante, en un país como el nuestro que depende en tan algo grado de la ayuda internacional para resolver calamidades públicas, es que este tipo de casos no se maneje con claridad y transparencia. Ya se inventó una explicación después de vueltas y revueltas, pero el manejo turbio de la ayuda internacional permanece. Hay ayuda internacional, específicamente española que vino con motivo del huracán Mitch, que todavía a estas alturas se está vendiendo. La turbiedad es constante, y a un caso se podría sumar otro.

Pero la turbiedad todo lo invade. El caso de los 1.200 millones de colones prestados al 1% de interés a la comisión liquidadora de Credisa ha sido un escándalo. ¿Tienen más derechos los acreedores de Credisa, especialmente el Banco Cuscatlán y el Banco Agrícola Comercial que el resto de los ciudadanos salvadoreños? ¿Por qué el Sr. Víctor Silhy puede conseguir este crédito con tan generoso interés y el funcionario o el salvadoreño que ha trabajo toda la vida en favor de este país honestamente no puede conseguir un crédito para vivienda en semejantes condiciones? Para mayor turbiedad el coordinador general del FMLN, Dr. Fabio Castillo, es el abogado de Víctor Silhy en su calidad de directivo de la comisión liquidadora de Credisa. ¿Se puede combinar el discurso del FMLN con transacciones como la de Credisa?

Las palabras van con frecuencia por una parte y las realidades por otra. Poner transparencia es labor larga y difícil. A los políticos les molesta que se hable en público de las componendas oscuras. Ellos tienen todo suficientemente justificado. Desde antes de ganar las elecciones tienen un arreglo con su conciencia. Ello explica que en la última encuesta de CID-GALLUP Arena desciende 11 puntos porcentuales y el FMLN solo pueda capitalizar 2 puntos de dicho desencanto. Un poco más de transparencia, aunque sea para prescindir con claridad y rapidez de sobornadores y otro tipo de lacras, nos haría bien a todos. Incluidos a los partidos Arena y FMLN.

 

 


 

 

Y volaron los Torogoces a cantarle a Monseñor

Las comunidades de Morazán en la cripta

 

Regina Basagoitia

"Resucitaré en el pueblo salvadoreño", se leía bajo una hermosa pintura de Monseñor venida de Morazán. "Monseñor Romero, más presente que nunca", rezaba un cartel al lado del altar en la cripta de catedral, arriba del que anunciaba "YSUCA la voz con vos" que se encargaba de difundir el regocijo de la celebración especial que allí se vivía. Y es que los Torogoces volaron de Morazán a cantarle a Monseñor.

No amanecía aún, cuando tres buses provenientes de Perquín, Segundo Montes, San Fernando, Torola y otras localidades, salieron acompañados de su querido párroco Rogelio Ponseele, el famoso Padre del libro "Vida y Muerte en Morazán", con dirección a la cripta de Catedral.

Mientras tanto, los recuerdos de la guerra se agolpaban. Regresaban las anécdotas y se confundían con las más recientes de cada una de las 17 misas que desde mayo se han celebrado frente al sepulcro de Monseñor. Aún está fresca la primera, celebrada el 23 de mayo, en feliz coincidencia con pentecostés. Se inició sin mantel, ni candelas ni flores ni silla para el P. Estefan Turcios, quien se acomodó en las gradas ante la presencia de 250 emocionados feligreses. Uno de los momentos más conmovedores es la presentación de ofrendas, porque cada comunidad las piensa con el corazón. En la segunda, con más de 350 asistentes, Madre Olga, provincial de las madres Carmelitas, ofreció un mantel elaborado en su comunidad, y la señora Zaída, hermana de Monseñor, y Madre Socorro presentaron como ofrendas los documentos enviados al Vaticano como testimonios de la Santidad de Monseñor. En otra misa se ofreció un bello altar portátil, que el Papa regaló a Monseñor Rivera. Monseñor Urioste lo asignó para las misas de la cripta, que carecía de todo. Y al compás del "yo te ofrezco Señor en este día" se ha ofrecido a Dios danzas, sal y tortillas, arroz y frijoles, semillas y flores, herramientas, poesía y canciones.

De pronto la caravana de entrada interrumpe los pensamientos, los aplausos invaden la cripta y la misa da inicio con "los cantos explosivos de alegría por reunirnos con mi gente en Catedral". El P. Rogelio no podía ocultar la emoción que le embargaba al encontrarse ante más de mil personas. Suavemente fue desgranando la historia del norte de Morazán, de Perquín, de sus tierras calificadas en quinta a sexta categoría, en donde aún buscan formas de subsistir, salud, educación, futuro. Dice que aún sanan las heridas del pasado, que se ven presionados por otros modelos de Iglesia, que hay desempleo y pobreza, que caminan entre frustraciones y esperanzas, pero también que aún está latente el recuerdo y el amor por Monseñor Romero. Esto les anima a las comunidades eclesiales de base y les llama a todos a ser comunidad, Iglesia comprometida y solidaria compartiendo la fe y la vida. Y nos dicen emocionadamente: "Somos los que venimos de la gran tribulación para dar testimonio de esperanza".

Rogelio denunció también la lentitud y negligencia de las instituciones responsables de atender a las víctimas de las inundaciones del bajo Lempa y solicitó para ellos con urgencia la construcción de las bordas en el río, el arreglo de caminos y viviendas dignas y seguras donde estén a salvo de desastres naturales.

Nos invitó luego a compartir con nuestros hermanos necesitados, y agradeció que la ofrenda de ese día -más de 2,000 colones- fuera enviada a las víctimas mencionadas. La eucaristía siguió salpicada de nutridos aplausos y sentidas canciones de la misa campesina. Una niña de Morazán cantó bellamente "Que canten los niños".

La procesión de ofrendas estaba cargada de contenido: la tierra mártir del Mozote y la resistencia del izote, los frutos, granos y flores, llevados por lisiados, huérfanos, viudas y ciegos.

Al final, como siempre, venta de camisetas, de Carta a las iglesias y los encuentros de los amigos… No hay duda que los domingos en la cripta hay evangelización y podemos respirar resurrección.

Terminó la mañana con la presentación de los Torogoces en la plaza Barrios, donde cantaron para el pueblo. A Monseñor le dedicaron dos canciones: "que viva la Comunidad Segundo Montes" y el "Sombrero azul". Se compartieron anécdotas, recuerdos, café y tamales entre aplausos y emocionadas sonrisas… Y volaron los Torogoces de regreso a Morazán.

 

 


 

 

Homilía pronunciada por el P. Rogelio Ponceele en la cripta de catedral el domingo 19 de septiembre de 1999

 

El evangelio de hoy es una de las parábolas que tiene como trasfondo un país afectado por la pobreza y el desempleo. Los desempleados se amontonan en la plaza, esperando ser contratados como trabajadores. Un jefe de familia (más adelante lo llaman patrón) pasa por ahí a diferentes horas: en la madrugada, a las nueve de la mañana, a mediodía, a las tres y a las cinco de la tarde, y contrata a alguno de estos desempleados y los envía a trabajar a la viña. Al final del día les paga a todos por igual, lo cual causa molestia a los que estuvieron trabajando desde la mañana. Creían tener derecho a un mejor salario.

Con esta parábola Jesús hace una dura crítica a los llamados de la primera hora: el pueblo de Dios y sus jefes. A juicio de Jesús no deben considerarse con más derechos que otros. No son ellos los dueños de la viña, es decir, del reino. Dependerá únicamente de su respuesta -que en tiempos de Jesús no era muy buena- si llegarán a ser parte o no del reino. De ahí la sentencia con la que concluye el evangelio: los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos.

Al igual que aquel jefe de familia, Monseñor Romero pasó por aquí y nos llamó a diferentes horas a que fuéramos a trabajar a la viña, a que fuéramos a trabajar por el reino. Monseñor Romero nunca fue un patrón como el de la parábola. Un patrón envía a trabajar a otros, y él se limita a revisar los trabajos. Monseñor, él mismo, trabajó por el reino con mucho más empeño, con mucha más eficacia, con mucha más entrega que nosotros. Y en ese servicio al reino entregó su vida.

Ahora bien, Monseñor Romero a temprana hora nos convocó a los cristianos, a las comunidades eclesiales de base, y a toda la Iglesia arquidiocesana. De ahí comienza a surgir en la Iglesia arquidiocesana, y por contagio, con más fuerza que nunca, una Iglesia encarnada.

A otra hora Monseñor Romero convocó a los hombres y mujeres de buena voluntad señalando el enorme potencial que había en ellos para contribuir a la realización del reino. Con qué cariño se dirige a ellos cuando decía: "Pienso que no sólo en los límites de la Iglesia católica, sólo allí estuviera lo bueno, y que todo lo demás es malo. ¡Mentira! Qué vergüenza cuando uno piensa que tal vez gente que no tiene fe en Cristo, pero que tal vez son más buenos que nosotros y están más cerca del reino de Dios".

"Yo sé que a la catedral llega también gente que hasta ha perdido la fe y no es cristiana. ¡Sean bienvenidos! Y si esta palabra les está diciendo algo, yo los invito a reflexionar en la intimidad de sus conciencias, porque como Cristo les puedo decir: El reino de Dios no está lejos de ti, el reino de Dios está dentro de tu corazón; búscalo y lo encontrarás." (17.12.1978)

En seguida los cristianos se unieron a los hombres y mujeres de buena voluntad, o al revés (muy poco importa quienes se unieron a quienes) y dieron una batalla histórica. Si bien es cierto que no dio todo lo que se había soñado, si dio una sacudida fuerte al país y lo colocó en un camino diferente e irreversible.

A estas alturas, aunque ya no esté presente físicamente el recuerdo de Monseñor, con todo lo que fue, sigue convocando. Y se asoman los que en aquellos días estaban ciegos y no entendieron, y sobre todo se asoman jóvenes que a base de lo que oyen y leen comienzan a enamorarse de aquel pastor ejemplar.

Entre los llamados de una hora y de otra hora no debe haber ninguna forma de malestar o de jactancia, sólo puede haber alegría viendo cómo crece el número de gente que nutre su seguimiento de Jesús con el ejemplo heroico de Monseñor.

 

* * *

 

¿A qué nos convoca Monseñor hoy en día? Quisiera darle a la pregunta una respuesta desde nuestra experiencia eclesial en Morazán, aquel departamento

- donde el denominador común sigue siendo la subsistencia,

- donde a veces no se tienen los seis colones para viajar de Torola a Perquín o los diez colones para pagar la consulta en el puesto de salud.

- donde hay una tremenda falta de fuentes de trabajo que obliga a no pocos a buscar suerte en Estados Unidos,

- donde el panorama político se ha vuelto cada vez más confuso,

- donde hay un acoso permanente de otros modelos de Iglesia,

- pero también, donde las comunidades de base, las cooperativas y las Adescos, se han dado la mano para seguir haciendo la lucha.

Lo que a continuación vamos a plantear vale de manera especial para nosotros, pero tal vez vale para todos, pues todos somos parte de este pueblo que sigue caminando entre frustraciones y esperanzas.

 

Monseñor nos convoca, nos llama a que hagamos comunidad, como Iglesia y como pueblo.

Con agrado me acuerdo cómo Monseñor Romero convirtió la Iglesia arquidiocesana en una comunidad:

- cuánta fraternidad y solidaridad en días buenos y en días malos,

- cuánta búsqueda y acción común,

- cuánto se compartió en torno a la fe y a la vida,

- y cuánto se hizo para que el pueblo en general también se hiciera comunidad.

El llamado de hacer comunidad como Iglesia y como pueblo constituye para nosotros un enorme desafío. Lo asumimos con mucha humildad. Sentimos, a veces, que es como remar contra corriente:

- el individualismo globalizado a nivel mundial está queriendo dominar nuestras mentes y corazones,

- el cansancio, después de haber hecho las cosas juntos, durante tantos años; cansancio que ha provocado en más de alguno un repliegue hacia lo personal e individual,

- la existencia todavía de tantas heridas no sanadas,

- y las divisiones de todo tipo que a veces nos hacen perder la sensatez y la objetividad…

Por todo esto nos está costando, pero lo seguimos intentado, fieles al llamado de Monseñor, fieles a nuestra propia historia que nos enseña que es mejor hacer las cosas juntos, en colectivo, en comunidad, que individualmente. Y al fin y al cabo, ¿no es éste el gran reto del cristianismo: que lleguemos a vivir como hermanos de verdad?

 

Monseñor Romero nos convoca, nos llama a que no desistamos de la misión profética.

Monseñor Romero era profeta y por eso tan aplaudido por el pueblo y tan temido por los representantes del orden establecido.

Nosotros seguimos su ejemplo, a partir de una realidad que no sólo ofrece luces sino también sombras. Lo hacemos buscando los momentos y las palabras oportunas para no estropear un proceso de reconciliación al que como cristianos debemos contribuir.

Quisiera aprovechar para hacer una denuncia, uniendo nuestra voz a la de nuestros hermanos de la zona del bajo Lempa.

Es inaceptable la lentitud o la negligencia de las instancias gubernamentales. Es hora de que busquen resolver una serie de problemas para que estas tragedias no sigan repitiéndose.

Apoyamos las exigencias de nuestros hermanos:

1. La construcción de las bordas a ambos lados.

2. El arreglo de los caminos con los drenajes necesarios.

3. La construcción de una vivienda digna y más resistente para los habitantes.

4. La asignación de espacios para refugio y su equipamiento en caso de evacuación.

 

Monseñor Romero nos convoca, nos llama a que constituyamos una Iglesia comprometida.

En este punto Monseñor fue enfático. Decía: "Ningún cristiano debe decir yo no me meto, yo no me comprometo, porque eso sería ser mal cristiano siendo también mal ciudadano".

De nuevo lo intentamos. Estamos comprometidos con las comunidades, con las cooperativas y con unos y otros esfuerzos que contribuyen al desarrollo de la zona. Pero también sufrimos el acoso de otros modelos de iglesia que pretenden anular o al menos debilitar el compromiso social.

Un joven, parte de uno de estos otros modelos de Iglesia, se preguntaba: ¿Cómo será la Iglesia en el año 2000? Y él mismo contestó: "Será una Iglesia alegre". Podemos estar de acuerdo con él con tal que no reduzca esa alegría a un poco de oración emotiva, un poco de aplausos y un poco de música religiosa sentimental.

La alegría más grande o la plenitud de la vida está -y en ninguna otra parte- en el generoso servicio al hermano. Y esto es precisamente lo que Monseñor con su vida y su muerte nos enseñó.

 

¡Qué viva Monseñor Romero!

 

 


 

 

Comunicado de las Comunidades de Base del Norte de Morazán

 

Morazán, una tierra mala calificada como 7 ó 5, pudo recibir y hacer germinar las semillas que cayeron a lo largo de los últimos años.

 

Muchos llegan a Morazán preguntando: ¿Siguen existiendo las Comunidades de Base aquí? Un joven respondió: "tenemos más vida que nunca; la presencia y el florecimiento de nuestras comunidades de base son tan o más evidentes que en la década pasada".

Nosotros y nosotras así lo podemos decir. Somos los que sobramos o los que venimos de la gran tribulación para dar testimonio de la esperanza.

Aprovechando esta eucaristía, que estamos compartiendo junto a la tumba de nuestro pastor y mártir Monseñor Romero, queremos decirles que, pese a las ilusiones no cumplidas, a las decepciones vividas una y otra vez, aquí estamos y aquí seguimos.

Al sistema imperante que pretende desarticularnos o desmovilizarnos le seguimos haciendo resistencia de manera organizada.

- Con los círculos bíblicos, que surgen en las diferentes comunidades, nos acercamos a la práctica liberadora de Jesús.

- Con la catequesis de niños, adolescentes y jóvenes les ayudamos a descubrir lo que es bueno y noble y a rechazar tanta basura que existe en nuestra sociedad.

- Con las parejas vamos buscando como rehacer y consolidar a la familia tan desarticulada y castrada en la pasada guerra.

- Con las mujeres, muchas de nosotras, mutiladas física y moralmente porque no perdimos un hijo sino tres o cuatro y más parientes, seguimos hablando, en las diferentes congregaciones de madres cristianas, de nuestra dignidad como mujeres y como hijas de Dios y seguimos buscando y conquistando el papel y el lugar que nos corresponde como líderes comunitarias.

- Con las cooperativas y Adescos hacemos la batalla para superar la mera subsistencia y alcanzar para nuestras familias un mínimo de desarrollo.

- Con todo esto y más, insertos en la lucha por una vida digna para todos, nos encaminamos hacia una sociedad plenamente reconciliada; objetivo que, siendo cristianos, no podemos nunca perder de vista.

Apenas un año contamos con la legalidad eclesial de nuestro trabajo y nuestro párroco. En los años anteriores sólo Monseñor Romero y Jesús y muchos de ustedes nos animaron a seguir haciendo camino.

Las comunidades eclesiales de base no son muy queridas, ni dentro, ni fuera de la Iglesia.

A ustedes que conocen igualmente esta doble marginación, les decimos, los que venimos de la gran tribulación a todo nivel: no se desanimen, no permitan ser desarticulados. El sistema es feroz pero juntos lo podemos vencer!

¡Qué vivan las Comunidades de Base! ¡Qué vivan nuestros mártires! ¡Qué viva Monseñor Romero!

Domingo, 19 de septiembre de 1999

 

 


 

 

Testimonio de la solidaridad internacional

 

Cuando las buenas gentes de Morazán les pregunten a Uds. al regresar a sus comunidades esta noche: ¿dónde está Monseñor Romero? ¿Qué han visto Uds. en su viaje a la catedral? No les digan que está en esta cripta destartalada o en este sótano húmedo, díganles que está en el corazón de Dios. Y si les preguntan dónde está Dios, díganles que está en el corazón del pueblo salvadoreño.

Está donde él quería estar: resucitado en el pueblo salvadoreño. Lo sentimos vivo y resucitado, no está en la tumba sino en su gente, no está tumbado sino que nos precede, no está derrotado sino camina victorioso y en caminos sorprendentes, como dice el evangelio de hoy.

* Resucita en el canto de Uds. cuando le proclaman santo e invocan la solidaridad como la fuerza que transforma un mundo de injusticia y opresión.

* Resucita cuando Uds. se han movilizado esta mañana, y sorteando ríos y peligros llegaron hasta aquí gozosos.

* Pero, sobre todo, resucita cuando buscan una mayor justicia, una vida digna para todos, y defienden la dignidad de los pobres, cuando construyen comunidad. Lo sentimos cuando su voz no puede ser silenciada por la muerte. Lo sentimos vivo y resucitado cuando los pobres ayudan a los pobres.

Es ahí donde está: no le busquen en otra parte; y porque está ahí le reconocemos como San Romero de América, profeta, pastor y mártir. La fe de nuestros pueblos lo han reconocido ya como "El mártir de América"

* porque no abandonó a su pueblo "quiero asegurarles a Uds., decía Monseñor, que no abandonaré a mi pueblo, si no que correré con él todos los riesgos que mi ministerio me exige";

* porque en vida fue voz de los sin voz, y en muerte "es nombre de los que han quedado sin nombre", y de los que quedaron sin nombre saben mucho los que vienen de aquellas tierras con El Mozote incluido.

Y volveremos a nuestras tierras como él quería, como "semilla de libertad y señal de que la esperanza será pronto una realidad",

* nos iremos comprometidos con la libertad que nos da ser acompañados por un mártir, por un testigo del Dios Vivo,

* pero, sobre todo, nos iremos comprometidos en una esperanza que nadie ni nada podrá secuestrar, ni arrebatar. El levantará la esperanza, el valor y el coraje de los que estamos aquí reunidos. "Mi voz desaparecerá pero mi palabra, que es Cristo, quedará en los corazones que lo hayan querido acoger".

Yo puedo testificar ante Uds. que Monseñor levanta la esperanza de mucha gente alrededor del mundo. Yo mismo estoy aquí arrastrado por su martirio, seducido por su testimonio. Monseñor Romero ya no es sólo de Uds.; es de todos los que luchan por la justicia. No hay pueblo consciente de la historia que no se reúna ya en su nombre. No se dejen vencer en la batalla de la esperanza. Su voz y su presencia siguen vivas en Uds. Las puertas que él abrió para su Iglesia y para su pueblo salvadoreño nadie las podrá cerrar.

19 de septiembre,

Ximo García Roca, sacerdote

 

 


 

 

Gracias, Begoña

 

Jon Sobrino

 

Begoña Sopelana llegó a El Salvador a mediados de los años 60 y trabajó en favor de los más pobres en Fe y Alegría, en la Vicaría de pastoral del Arzobispado, en la UCA. En 1986 fue a Las Vueltas acompañando a una repatriación. Allí, en ese lugar de guerra abierta, permaneció hasta poco después de la firma de los Acuerdos de Paz, acompañando a la gente, corriendo graves riesgos, acusando al ejército de las barbaries cometidas y peleándose también con el FMLN, cuando éste miraba más por sus propios intereses que por los de la gente. Debido a la enfermedad de sus padres, Begoña regresó a Euskadi. Trabajó en una ONG llamada La Asociación Paz y Tercer Mundo, Hirugarren Mundua ta Bakea, en euskera, su lengua materna. Admirada y, sobre todo, querida por muchos, Begoña acaba de fallecer el 12 de septiembre. Su entierro en Durango, Euskadi, fue una gran manifestación de cariño y aprecio. Y no faltaron salvadoreños.

Con estas breves líneas hemos resumido treinta años de una vida honrada, sacrificada, generosa y comprometida. Una vida también llena de satisfacción y de alegría, como lo promete Jesús y su evangelio: "más feliz es el que da que el que recibe". Sólo quisiera añadir una breve reflexión sobre los dos amores que tuvo Begoña Sopelana.

Su gran amor, el que dio sentido a toda su vida, fue el pueblo salvadoreño, concretado muy claramente en los pobres. Begoña era "de izquierdas" e hizo amistad con todos los que trabajaron por el pueblo, también con miembros del FMLN. Pero no era una causa revolucionaria lo que defendía, sino la vida, la dignidad y el futuro de los pobres. Por causa de los pobres se peleaba -tenía un carácter firme y fuerte para ello- incluso con dirigentes de la guerrilla. Después de los Acuerdos de Paz temió que ésta abandonara al pueblo. Y cuando regresó en 1998, enferma ya de cáncer, mostró su desencanto e indignación por el abandono en que había quedado la gente. Lo suyo era el pueblo. Amaba la liberación, pero sobre todo los rostros concretos de los pobres. Estando ya enferma, estos pobres le llamaban a la lejana Durango desde ANTEL -con todas sus peripecias-. Cuando vino en 1998 le costó llegar al centro de Las Vueltas, pues la detenían por el camino para saludarla y abrazarla. Los pobres la han llorado de veras.

El otro amor fue "el Monse", como ella decía, Monseñor Romero. Pudo no haber sido así, pero así fue. Begoña venía de una profunda tradición cristiana, pero muchas actuaciones de la Iglesia la desanimaron. Sus amigos la llamaban "anticlerical". Y sin embargo Monseñor Romero le causó un impacto profundo, único. Monseñor no era como otros. Incluso antes que a la Iglesia y sus instituciones amaba totalmente y sin reservas al pueblo salvadoreño. Cuando Begoña conoció a ese Monseñor, tuvo una experiencia profunda, y eso le impactó para siempre. Lo mejor de los seres humanos, la utopía, la esperanza, la verdad, la defensa del pobre y la denuncia del opresor, el amor, en una palabra, todo aquello que hace de la vida una vida humana, lo vio en Monseñor Romero. Cuando quería salirse de sí misma rezaba a Monseñor. En la enfermedad de su padre a él le pedía que la muerte fuese sin dolor. Y a ese Monseñor le rezaba en su propia enfermedad. En Monseñor se juntaron para ella historia y trascendencia. Dicho en palabras sencillas, en él se juntaban el amor al pueblo salvadoreño y la inspiración y el ánimo que vienen de Jesús de Nazaret.

Esos dos amores de Begoña fueron creciendo como árbol frondoso, y han producido frutos. No se olvidan y nos humanizan a todos. Descansa en paz, Bego. Y que tu compromiso no nos deje descansar, sino que nos anime a seguir tus pasos.

 

 


 

 

Carta leída en la misa de funeral, en Durango, 13 de septiembre, 1999

 

Querida Bego:

Aquí, desde Euskadi, y con el corazón en El Salvador, te escribo esta carta para continuar un poco la conversación que tuvimos por teléfono hace una semana. Nunca olvidaré tu delicadeza y tu entereza al olvidarte de ti e interesarte por otras personas, de El Salvador, de mi familia... Y eso es lo primero que quería decirte y agradecerte.

Tú ya has llegado, y no necesitas cartas. Pero al escribirte, quizás recibamos luz y ánimo los que todavía estamos en camino. Pues bien, te voy a decir, usando unas palabras del profeta Miqueas, lo que ahora pienso de ti:

Miqueas tuvo la osadía de decirnos a todos lo que el Señor, Dios, el misterio último de la realidad, desea de nosotros. Y lo primero es: "practicar la justicia". Bien lo hiciste tú durante más de 20 años en El Salvador. Dedicaste tu vida entera y todas tus energías a que aquel pueblo tuviera vida, dignidad y esperanza. Si me entiendes bien, no luchaste por ninguna causa, sino que te desviviste por seres humanos, los más pobres y necesitados. Con lo cual, la justicia estaba llena de misericordia y compasión, y "la causa" eran "los pobres".

Sigue diciendo Dios, a través de Miqueas, que hay que "amar con ternura". Y eso hiciste. Tu firmeza era bien conocida, pero estaba también llena de ternura. Podías hablar con dureza, pero a veces se te escapaban las lágrimas. Y lo más importante: "la causa", "el pueblo", o como se quiera llamar, tenía rostros muy concretos para ti: niños, mujeres, ancianos, jóvenes, de Chalate, las Flores... Tenían historias muy concretas, de sufrimiento, de generosidad... Lo último tuyo que recibí en El Salvador en el mes de agosto fue un encargo para entregar a una joven campesina a la que mucho querías. Y como te decía al principio, ternura tuya fue hablarme de otras personas, enviarles abrazos y saludos a través de mí, cuando ya no tenías fuerzas para hablar.

Por último, nos recuerda Miqueas que hay que caminar en la historia, humildemente. Y bien que caminaste. Tantos años, haciendo tantas cosas, cambiando de tarea, pero siempre adelante, con los ojos puestos en la gente sencilla... Y caminabas con humildad, pues las cosas nunca estaban absolutamente claras, por supuesto, y no faltaban las persecuciones, el desencanto...

A todo esto añade Miqueas que hay que caminar "con Dios". Tú siempre te apresurabas a decir, cuando salía el tema, que no era el Dios de instituciones y curias, sino el Dios del pueblo pobre, el Dios de Monseñor Romero. Y con ese Dios sí caminabas humildemente. Las tres veces que hablé contigo en los cuatro últimos meses me dijiste, espontáneamente, como algo muy importante en tu vida, con tono de testamento, que siempre tenías en la mesilla una foto o una tarjeta de Monseñor Romero. Y añadías, porque sabías que me gustaría oírlo, que yo te la había enviado.

Bego, yo creo que caminaste en la historia con Monseñor Romero y con su Dios. No es fácil poner en palabras qué es eso, pero se nota cuando ocurre. Tú no eras mucho de los que dicen "Señor, Señor", sino de "los que hacen la voluntad de mi Padre".

Y a ese Dios ha llegado ya. Como muchos otros, campesinos y campesinas de Chalatenango, tan queridos para ti, con el Ellacu, y con Monseñor, formaste parte del pueblo crucificado. Ahora formas parte del pueblo resucitado, en las manos de Dios y en el corazón de todos los que te conocieron y hoy te quieren más.

Bego, termino estas líneas escritas a mano y a la carrera, y creo que puedo hacerlo en nombre de mucha gente. En nombre de los jesuitas de mi comunidad, de muchas religiosas y de todos los campesinos y campesinas de El salvador, GRACIAS.

 

Jon

 

 


 

 

Timor Oriental

De nuevo, el pueblo crucificado

 

El 30 de agosto tuvo lugar el referéndum sobre la independencia de Timor Oriental. Ganó el sí con abrumadora mayoría. Y explotó la violencia aberrante por parte de Indonesia. Este estallido se veía venir, sin que el mundo occidental y democrático -como antes en los Grandes Lagos, en Kosovo- hiciera nada especial para evitarlo. Reseñamos, una vez más, esta tragedia humana y esta vergüenza de la humanidad. Continúa, pues, la pasión de los pueblos crucificados, pero también los gestos de solidaridad, y el heroísmo y la fe de las víctimas.

El horror. En campos atestados de la región occidental de la isla, los refugiados relataban historias de horror en los días que siguieron al referéndum. "Vi decenas de personas muertas a tiros. Milicianos vestidos con camisa negra y con máscaras apuñalaron a un muchacho frente a mis ojos. Murió desangrando". En uno de los informes más estremecedores de los primeros días el australiano Isa Bradrige dio este testimonio: "Mi esposa me dijo que había visto cadáveres, miles de cadáveres. Las pilas de cadáveres llegaban hasta el techo. Sé que resulta difícil de creer pero es absolutamente cierto. Mi esposa vio brazos y piernas, y sangre que chorreaba". Todavía en la última semana de septiembre se escuchaban noticias de 35 refugiados, lanzados al mar desde un barco.

Esta barbarie contra la población de Timor Oriental, provocada por las milicias proindonesias, fue denunciada muy pronto, sin que la policía ni el ejército de Indonesia intervinieran para detener el derramamiento de sangre. "Se está llevando a cabo una operación para obligar a la evacuación forzada de la población... Los timoreses están siendo reunidos, después son trasladados en camiones fuera de la provincia hacia Timor Occidental", dijo David Wimhurst, portavoz de las Naciones Unidas, a las pocas horas de que comenzase la barbarie. En palabras más fuertes, José Ramos Horta, lider de la lucha por la independencia de Timor Oriental y ganador del Nobel de la Paz de 1996, dijo: "Esto es una estrategia de Indonesia, es una depuración étnica". Otro líder independentista, Sanama Gusmao, habló de una "campaña de genocidio. Ya no hay población. El ejército está matando la población. El ejército está destruyendo y saqueando el país".

Las milicias proindonesias amenazaron con matar a todos aquellos que permaneciesen en la isla, y de ahí el éxodo masivo. Pocos días después del referéndum, unos 30.000 habitantes habían huido ya de Dili, la capital. La ciudad se veía desierta a excepción de los saqueadores que se llevaban lo que quedaba entre restos humeantes.

La palabra de Juan Pablo II. Como lo ha hecho a propósito de las dos guerras en Irak, en los Grandes Lagos, en Kosovo, Juan Pablo II ha levantado su voz, bastante desoída, por cierto, por las potencias mundiales.

El 10 de septiembre pidió a los responsables de la barbarie, es decir, Indonesia, apoyada hasta hace poco por Estados Unidos y los países occidentales, que "abandonen sus intenciones asesinas y destructivas", y exigió la intervención de la comunidad internacional: "Es mi deseo sincero que lo más pronto posible Indonesia y la comunidad internacional pongan fin a la matanza y encuentren maneras eficaces de satisfacer las aspiraciones de la población de Timor". Por su parte, el arzobispo Jean–Louis Tauran dijo el viernes 9 de septiembre, desde el Vaticano, que "en Timor está ocurriendo un genocidio". El día 12, Juan Pablo II volvió a hablar sobre Timor. Los titulares de prensa decían: "Juan Pablo II: la violencia en Timor es una derrota para la humanidad".

"No puede callar mi profunda amargura por otra derrota a cualquier sentido de humanidad, cuando, a punto de iniciarse el tercer milenio, las manos fratricidas se levantan una vez más para matar y destruir sin piedad... (A la comunidad internacional le digo) Escuchen los clamores de los débiles y los indefensos, y ayúdenlos pronto".

Una Iglesia ensangrentada. La población de Timor Oriental es católica en el 85 por ciento. EL obispo de la capital, Carlos Belo, durante varios años ha defendido valientemente a su pueblo. Eso le valió recibir el Nobel de la paz en 1996, junto con José Ramos Horta, y le ha valido también la persecución. No es de extrañar que en este mar de sangre la Iglesia haya tenido que derramar también la suya. Sacerdotes, monjas, laicas y lacos, han sido asesinados. Locales religiosos y la residencia episcopal -donde habían buscado refugio hasta 6.000 personas- fue incendiada. El obispo Carlo Belo recibió amenazas de muerte y abandonó el país para denunciar la barbarie a nivel internacional. He aquí, en resumen, su mensaje:

"Las milicias anti–independentistas, apoyadas por las fuerzas armadas indonesias, están obligando a la población a huir en masa... Quizás Timor Oriental ha quedado vacía... Los timoreses están muy tristes y consideran que no pueden luchar contra todas esas oleadas de violencia. Esperan que la comunidad internacional actúe con urgencia... Esta no es una guerra civil, sino un ataque muy real planeado alrededor de una mesa por los militares indonesios que usan las milicias como peones. De esta forma quieren hacer creer que lo que está ocurriendo es un conflicto entre timoreses, al que son totalmente ajenos".

Y criticó también a Naciones Unidas por no haber enviado una fuerza de pacificación internacional: "Creo que Naciones Unidas razona más en términos políticos y económicos que en términos humanitarios. Ir contra Indonesia resultaría sumamente costoso para los países ricos".

Una Iglesia encarnada y buena samaritana. Desde El Salvador entendemos bien el destino de la Iglesia. No hay todavía datos precisos ni interpretaciones profundas, pero dos cosas se pueden decir ya.

La primera es recordar a Monseñor Romero: "Me alegro, hermanos, de que nuestra Iglesia sea perseguida. Sería muy triste que en un país, donde se está asesinando tan horrorosamente, no hubiese sacerdotes asesinados". Palabras trágicas y gozosas a la vez, pero sobre todo lúcidas.

La segunda es una reflexión sobre dos noticias del 12 de septiembre. Decía la radio que Estados Unidos y el Reino Unido habían "detenido" el envío de armas al ejército de Indonesia. Es decir, "hasta el último momento" habían armado a un ejército que podía hacer lo que hizo: mantenerse impasible ante la barbarie de los paramilitares. Y mala memoria deben tener esas potencias para olvidar a ejércitos como los de Guatemala, El Salvador, a los que armaron generosamente.

La otra noticia decía que la situación era tan trágica que unos 150 miembros de la misión de Naciones Unidas habían abandonado el país para ir a Australia. Lo mismo habían hecho los medios de comunicación. Comprensible. ¿Cómo comunicarse entonces con Timor Oriental? El locutor se puso en contacto con una religiosa salesiana. Hablaba desde un colegio de niños, totalmente abarrotado por la emergencia. Ella y su comunidad de salesianas, sin halaracas, se habían quedado.

 

 


 

 

Una oración al Padre

 

El Padre celestial es tan sencillo, tan amigo, tan Padre, que podemos hablar con El en la mayor intimidad.

Aseguro, por ejemplo que le parece estupenda una plegaria como ésta:

Padre, échate sobre la tierra y aspira el perfume de millones y millones de flores que se abren sobre el suelo de los hombres…

¡Escucha el trinar de millones y millones de pájaros, que, estoy seguro, alegrarían al propio cielo!

Escucha el latir de millones y millones de corazones humanos, marcados por la debilidad, pero no exactamente por la maldad.

"No saben lo que hacen", dice tu Hijo, nuestro hermano, Jesucristo.

Bastará esto para que se acentúe aún más tu predilección por este granito de arena que es la Tierra, ¡donde entre millones y millones de mundos tu Hijo Amado se hizo nuestro Hermano!

Sería facilísimo prolongar esta plegaria, invocando nuevas razones para que el padre tenga especial predilección por la minúscula Tierra, nada fácil de descubrir entre millones y millones de cuerpos celestes, en un ballet magnífico, por todo el espacio…

Podría, por ejemplo, añadir:

Dirige, por algunos segundos, tu mirada divina sobre los océanos que llegan a remontarnos al infinito…

Contempla por un instante, los humildes riachuelos y las cascadas que no se cansan de cantar en tu alabanza…

¡Y si la debilidad humana corriese el riesgo de entristecerte, y la tristeza fuera posible! Y si la ingratitud humana nos pusiera en peligro de suscitar Tu cólera -como si la pérdida de la serenidad y de la bondad te cupiese a Ti-, perdona que me tome la confianza de hacerte una sugerencia de hijo:

¡Contempla desde aquí, en la Tierra, el nacer del día, o la puesta de sol, o una noche cargada de estrellas!

¡Te reafirmarás todavía más en tu predilección por este pobre y minúsculo suelo de los hombres!

Helder Cámara