Carta a las Iglesias AÑO XIX, Nº 436, 16-31 de octubre de 1999

 

Los "mártires jesuánicos" y el "pueblo crucificado"

 

Los términos son un poco abstractos, pero creo que se entenderán con facilidad, y nos parece importante repensarlo estos días. El 16 de noviembre, en efecto, estamos recordando los diez años de los mártires de la UCA, y pronto recordaremos los 20 años de Monseñor Romero y de las cuatro mujeres norteamericanas. Como siempre, son los más conocidos, pero hay una larguísima lista de ellos. Hasta se han hecho calendarios con sus nombres. Sobre esto volveremos, pero comencemos nuestra reflexión.

El Salvador es un pueblo martirial, y sobre ello nos ha tocado pensar muchas veces. Si se me permite un recuerdo personal, cuando en marzo de 1977 asesinaron a Rutilio Grande, Monseñor Romero me pidió que hiciera una reflexión teológica sobre el martirio. Traté de buscar ideas en libros de historia y de teología, pero no me ayudaron mucho: lo que ocurrió con Rutilio, con el anciano y el niño que le acompañaban se parecía poco a los mártires en países comunistas o en los antiguos países de misión. Más me recordaban a la muerte de un Martin Luther King y, ciertamente, a la muerte de Jesús de Nazaret. Y eso sin entrar en la discusión teórica de si son canónicamente mártires o no, si los mataron por el odium fidei o, simplemente, "porque estorban", como decía Monseñor Romero.

Todas esas cosas habrá que tener en cuenta en su momento, pero son secundarias en presencia del hecho "grueso": ha habido gente que, por amor, a defendido a los oprimidos y en ellos les ha ido la vida. Y lo que hay que recalcar todavía más, ha habido mucha gente, centenares, miles, a la que han matado en masacres, mujeres, niños, ancianos, sin haber hecho nada, inocentemente, indefensamente. A los primeros les llamamos "mártires jesuánicos" y a los segundos "el pueblo crucificado".

Sobre ambas cosas queremos decir ahora una palabra. Quisiéramos asentar la tesis de que los mártires actuales son, sobre todo, "mártires jesuánicos", que existe en nuestro mundo un auténtico mártirio de las mayorías que lo asemejan al siervo sufriente de Jahvé, "el pueblo crucificado" y que, en definitiva, la razón de los mártires jesuánicos está en la defensa del pueblo crucificado. Y si alguien piensa, tal como se dice aquí de vez en cuando, y como se asienta —con cierto aire de triunfo— en los países de abundancia, en esto acaban de cambiar los paradigmas. Los 1,500 millones de seres humanos, Los Grandes Lagos, Timor Oriental, siguen expresando, ante todo, la existencia de pueblos crucificados. Y en esos lugares —gracias a Dios— hay seres humanos que han dado su vida para defenderlos.

 

Los "mártires jesuánicos"

En América Latina, muchos cristianos han vivido y actuado como Jesús. Han anunciado el evangelio de un reino para los pobres y han denunciado proféticamente el antirreino que oprime y reprime a los pobres. (Y en esto consiste, por cierto, la mayor novedad histórica, en comparación con otros modos de ser cristiano, que también han originado martirios, en otras épocas y lugares). De esa forma se han asemejado a Jesús en vida y por esa razón han sido dados muerte como Jesús. Aquí los llamamos mártires con toda naturalidad porque su vida, su amor y su praxis fueron estructuralmente —según un más y un menos, por supuesto— como las de Jesús. Su muerte, de alguna forma, es culminación de una praxis de defensa y de amor a los pobres y oprimidos, tal como lo fue la muerte de Jesús.

No hay aquí odium fidei explícito, aunque sí hay rechazo de un Dios de justicia, de los pobres, de las víctimas. Si se nos permite una precisión conceptual, el mártir jesuánico es no sólo, ni principalmente, el que muere por Cristo o por causa de Cristo, sino el que muere como Jesús y por la causa de Jesús. Y este tipo de muertes es también lo que ha llevado a repensar la noción tradicional del martirio aunque, como hemos dicho, eso no es lo más importante.

Pensemos en Monseñor Romero. Se lo canonice o no, se lo tenga por mártir o por confesor, su vida y su muerte poseen una excelencia cristiana excepcional, ejemplar, inspiradora, animante, juzgadora y acogedora. Es una verdadera gracia de Dios, de modo que —si se nos entiende bien— si algún día lo canonizan, no es que la Iglesia le esté haciendo un favor a él, por así decirlo, sino que él está haciendo un favor a la Iglesia, la está agraciando. Pedro Casaldáliga lo puso en palabra al llamarle "San Romero de América". Ignacio Ellacuría lo hizo en su conocida frase: "con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador". Y la gente sencilla lo hace más a lo sinóptico, como en cápsulas de teología narrativa: "Monseñor dijo la verdad. Nos defendió a nosotros de pobres. Y por eso lo mataron". En otras palabras, Monseñor Romero "se parece a Jesús en vida y en muerte", reproduce la muerte de Jesús que, desde América Latina, es vista como "el sacramento original del martirio" (L. Boff).

Esto que parece nuevo, si uno lo compara con la definición canónica de martirio, es lo más antiguo. En el evangelio de Mateo Jesús envía a una misión semejante a la suya, a anunciar el reino, expulsar demonios. Y les anuncia que también sufrirán persecución (Mt 10, 16). "Los odiarán por causa mía" (Mt 10, 21–22), "les entregarán a la tortura y les matarán, y serán odiados por todas las naciones por causa de mi nombre" (Mt 24, 9–10), "Dichosos cuando les persigan por mi causa" (Mt 5, 11). Y la teología de Juan lo dice todavía con mayor profundidad: "Los expulsarán de las sinagogas. E incluso llegará la hora en que todo el que les mate piense que da culto a Dios" (Jn 16, 1–4). Y da la razón: "cuando el mundo les odie tengan presente que primero me ha odiado a mí. El siervo no es más que su señor, si a mí me han perseguido también a ustedes les perseguirán" (15, 18.20).

Además del asemejarse a Jesús como causa de la persecución, la teología joanea desarrolló otra tradición sobre la excelencia cristiana de la muerte: la entrega de la propia vida por amor a los hermanos (Jn 15, 13; 1Jn 3, 16). De esta forma se prenuncian los dos elementos fundamentales de nuestros mártires "jesuánicos" actuales: el amor y la defensa a los hermanos, los pobres, y el llevarlo a cabo, como Jesús, hasta la muerte.

La conclusión es que los mártires jesuánicos reproducen la vida, la praxis y el destino de Jesús. Reproducen y se introducen en el dinamismo esencial de su vida. Dicho con la mayor sencillez posible, (1) Jesús es asesinado porque estorba; (2) Jesús estorba porque ataca a los opresores; (3) Jesús ataca al opresor para defender al pobre; y (4) Jesús defiende a los pobres —hasta el final— porque los ama.

Como ese Jesús —según un más y un menos, por supuesto— ha habido muchos hombres y mujeres en América Latina. Son conocidos los de El Salvador y Guatemala. Recordemos, ahora que Pinochet los ha desenterarrado, al Padre Alsina y tanto otros. Recordemos, aunque no mencionamos sus nombres porque nos son desconocidos, a todos los del tercer mundo, en Asia, Africa, Timor. Recordemos a Martin Luther King, en ese "tercer mundo" suyo. Y junto a ellos, recordemos a hombres y mujeres que se han parecido en vida y muerte a Jesús, aunque no hayan expresado el sentido de sus vidas de forma explícitamente cristiana. Han dado sus vidas trabajando y luchando en movimientos populares. Todos ellos son -análogamente- mártires de Jesús. Nuestro desgraciado mundo los ignora y los quiere enterrar, y camina así a una vida sin calidad, a un progreso sin humanidad, a una libertad sin generosidad, a un amor sin ternura.

 

El pueblo crucificado

Mucha ciencia ha acumulado el primer mundo pero todavía no sabe poner nombre a dos tercios de la humanidad pobre, a los 800 millones de seres humanos que pasan hambre y a los 50 millones que mueren de ella. Ha puesto el nombre de "holocausto a los seis millones" de judíos vilmente eliminados, pero no a los 80,000 que murieron en Hiroshima... Aquí en El Salvador, desde abajo y desde lo pequeño, cristianos de gran lucidez, y de gran corazón y de misericordia, han encontrado nombres para ellos, los más excelsos de nuestra fe. Estos desechos de la humanidad, producto en muy buena parte del primer mundo —el que, por ejemplo, se reparte Africa comercialmente (Denver, 1997)—, el que acumula en manos de tres personas lo equivalente a los recursos de los 600 millones de seres humanos más pobres, son llamados "el siervo doliente de Jahvé", que carga sobre sus espaldas el hambre, las guerras, la indignidad, el desprecio, la muerte, que el primer mundo le ha impuesto. Y son llamados también "el pueblo crucificado", la presencia de Cristo crucificado en nuestro mundo, máxima radicalización de Mateo 25. Cristo no está sólo presente hoy, en el que pasa hambre y sed, en el que está enfermo, desnudo, encarcelado, sino en el que es privado de vida, sobre todo de vida.

Existen los asesinados masiva, inocente y anónimamente, sin haber hecho uso de ninguna violencia, ni siquiera la de la palabra. No entregan activamente la vida por la defensa de la fe y ni siquiera, en directo, por defender el reino de Dios. Son considerados como "estorbos", que deben ser eliminados para deshacerse con más facilidad de los que trabajan explícitamente por la justicia. Son los campesinos, los niños, las mujeres y los ancianos sobre todo, que mueren lentamente día a día y mueren violentamente con increíble crueldad y en total indefensión. Son, simplemente, matados y masacrados. Y ni siquiera tienen libertad para escapar de la muerte. Son el siervo de Yahvé, los pueblos crucificados.

Si nos preguntamos por su posible martirio y lo comparamos con el de los mártires jesuánicos, la respuesta es compleja. Si se considera el martirio desde la respuesta del antirreino a quien lucha activamente por el reino, el modelo principal —analogatum princeps— es el que se parece a Jesús, ejemplificado en monseñor Romero, los mártires de la UCA. Si se lo considera desde el cargar con el pecado del antirreino, el analogatum princeps son estas mayorías indefensas, que son dadas muerte inocente, masiva y pasivamente.

Comparadas con la muerte de Jesús, las muertes de estas mayorías, expresan menos el carácter activo de lucha contra el antirreino y la explícita libertad con que se las aborda. Pero, por otra lado, expresan más "la inocencia histórica" —pues nada han hecho para merecer la muerte más que el ser pobres— y la indefensión —pues ni posibilidad física tienen de evitarla—. Sobre todo, son esas mayorías las que cargan injustamente con un pecado (la injusticia que les priva de alimentación, salud, educación..., y el desprecio que les priva de palabra, dignidad...) que les ha ido aniquilando poco a poco en vida y, definitivamente, en muerte. Estas mayorías son las que mejor expresan el ingente sufrimiento del mundo. Sin pretenderlo y sin saberlo, "completan en su carne lo que falta a la pasión de Cristo". Son hoy el siervo doliente y son el Cristo crucificado. Son las que más trágicamente muestran toda la negrura de la pasión del mundo.

Si nos preguntamos dónde hay más martirio, en la muerte de los mártires jesuánicos o en la del pueblo crucificado, sinceramente, no tengo respuesta. La muerte de los mártires jesuánicos es grata a Dios, porque expresa amor. La muerte del pueblo crucificado es lo que desencadena el mayor amor de Dios. Apelamos, pues, a palabras cristianas últimas para balbucear cómo poder hablar de estas muertes. Y cuando se trata de la muerte del pueblo crucificado, la última palabra es el silencio, o la encarnación en esa muerte.

El pueblo crucificado como referente de los mártires jesuánicos

Ambas muertes participan del misterio cristiano. La fe cristiana afirma escandalosamente que en ambas muertes hay excelencia, siendo esto más escandaloso cuando se aplica a la muerte del pueblo crucificado que a la de los mártires jesuánicos. Poner en relación la excelencia de ambas muertes sólo se puede hacer análogamente, pero no es inútil preguntarse qué es lo que da sentido a qué. Pues bien, el pueblo crucificado es, en definitiva, lo que da sentido a los mártires jesuánicos. Estos se han incorporado activa y libremente a la muerte del pueblo crucificado, lo han hecho para salvarlo, y han sido salvados por él.

Pero queda una pregunta por responder ¿Y qué es lo que da sentido a la muerte del pueblo crucificado? Esto es lo más hondo del misterio de la fe cristiana y lo que sólo tiene una respuesta de fe, pero no de cualquier fe sino de la que está acompañada de esperanza y es puesta a producir en el amor. La respuesta es que Dios los ama, que son los privilegiados de Dios.

En lo personal no sé ir más allá de esta respuesta, pero quiero insistir en la muerte del pueblo crucificado —precisamente cuando recordamos a los mártires de la UCA—, porque esta muerte es mucho más ignorada que la de los mártires jesuánicos, a veces es totalmente silenciada y quiere ser enterrada por los poderes de este mundo con más ahínco y vileza que la de los otros mártires. Y aun cuando no se las quiera enterrar, siempre queda la pregunta de qué hacer con estos pueblos crucificados. En la Iglesia, en las tradiciones de las órdenes religiosas, por ejemplo, se sabe qué hacer con los mártires activos, pero casi nunca se sabe qué hacer con los pueblos crucificados. Y eso nos empobrece a todos.

A quienes nos toca estudiar la Escritura sabemos que hay lecturas de los sinópticos, por ejemplo, que saben qué hacer con los discípulos y los seguidores de Jesús, pero no saben tanto qué hacer con las multitudes que acudían a él de todas partes: pobres, enfermos, pecadores, mujeres, publicanos, ese inmenso mundo de crucificados en la pobreza, injusticia e indignidad. Y sin embargo, de estos últimos dice Jesús que de ellos es el reino de Dios. Suelo decir también, no por caer en paradoja o ironía, que, sin hacer la meditación de las dos banderas de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio, dos o tres mil millones de seres humanos han sido elegidos para vivir en pobreza y han sido puestos con el Hijo. Quizás a quienes nos toca dar los Ejercicios sabemos qué hacer con los seguidores que piden ser puestos con el Hijo, pero con frecuencia no sabemos qué hacer con aquellos que han sido crucificados con él.

Algo semejante puede ocurrir con los mártires. En muchas partes, la Iglesia y la teología simplemente no saben qué hacer con ellos —a lo que volveremos en otro editorial—. Pero, modestamente, pienso que en América Latina sí sabemos qué hacer con los "mártires jesuánicos", pero con frecuencia no sabemos qué hacer con el "pueblo crucificado".

Este es el problema fundamental. Bien está que haya procesos de canonización, que se discuta —con honradez y ciencia- sobre la necesidad de ampliar la noción del martirio. (En lo personal pienso que hay que ir más allá de ampliar el concepto para que en él tengan cabida los mártires jesuánicos, sino que lo que hay que hacer es cambiar el concepto para que los mártires jesuánicos sean el analogarum princeps). De todas formas, con ser esto tan importante, me parece secundario.

Y no hay que olvidar que son esos mártires jesuánicos los primeros que nos piden que no nos centremos en ellos, sino en el pueblo crucificado. Al fin y al cabo, por ese pueblo dieron ellos su vida. Ellos son los que nos piden que estemos junto a la cruz del pueblo crucificado, que respetemos profundamente su misterio —que esconde y transparenta a la vez el misterio de Dios—, que nos dejemos agraciar, perdonar, salvar por ellos. Y que nos desvivamos, hasta dar nuestras vidas, por bajarlos de la cruz.

Jon Sobrino

 

 


 

 

15 de noviembre de 1989

El pasado interpela al presente

 

El 15 de noviembre de 1989 fueron asesinados en la UCA por tropas del batallón Atlacatl, entrenado en Estados Unidos, los jesuitas Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón Moreno, Ignacio Martín-Baró, Joaquín López y López, y sus colaboradoras Julia Elba Ramos y su hija Celina Maricet. El hecho es bien conocido y su significado martirial ha sido explicado en numerosos libros y artículos. También en este número de Carta a las Iglesias se les recuerda como mártires, se analiza su presencia entre nosotros, el cuestionamiento que nos hacen y la gracia que nos ofrecen. Aquí, en este comentario de Realidad Nacional, queremos recordar ese 16 de noviembre como el punto de inflexión histórica entre el pasado y el presente de El Salvador. Y lo recordamos también porque la población salvadoreña, joven en su mayoría, no recuerda ya tiempos pasados. Comencemos el análisis.

Recordar el pasado reciente de El Salvador es una tarea de primera importancia ahora que el país parece haberse empantanado en su proceso de transición–consolidación democrática. Es indiscutible que no se puede construir el futuro si se le da la espalda al pasado. Y ello porque ese pasado romperá las amarras con las que se le quiere sujetar e irrumpirá mostrando los límites de nuestras ilusiones más queridas. ¿Cuál es el pasado de El Salvador que tiene que ser asumido en todas sus consecuencias?: las dos décadas marcadas por intensos conflictos políticos, la violencia estatal y revolucionaria, los asesinatos tanto de ciudadanos sencillos como de figuras intelectuales y religiosas prominentes, la polarización política (expresada en 12 años de guerra civil), la ruptura de los lazos básicos de convivencia humana. Y lo que está a la base de todo ello, la injusticia estructural que ha provocado una cruel pobreza para las mayorías. La pregunta es qué queda de todo eso en la cultura política de los años 90. Veámoslo.

 

15 de octubre fracasado y represión estatal

La década de los años 70 se cierra en El Salvador con una grave crisis política. El gobierno del general Carlos Humberto Romero, por más que puso en marcha medidas como la "Ley de defensa y garantía del orden público" —inspirada en la Doctrina de la Seguridad Nacional— fue incapaz de controlar el desborde de las organizaciones populares. El 15 de octubre de 1979 un grupo de militares progresistas realizó un golpe de Estado, con pretensiones reformistas, que fue cooptado por militares conservadores. Mientras tanto las organizaciones populares radicalizaron sus demandas y, como consecuencia de ello, tuvieron que soportar los embates de la represión estatal.

La Junta Revolucionaria de Gobierno no pudo hacer frente a la crisis política, respondiendo a las movilizaciones de las organizaciones populares con enormes cuotas de represión estatal. Cuando José Napoleón Duarte se incorporó a la Junta, en diciembre de 1980, se iniciaron unas reformas económicas y sociales —reforma agraria y nacionalización de la banca y del comercio exterior—, pero las mismas fueron acompañadas con fuertes dosis de violencia estatal.

 

La alternativa revolucionaria

Los líderes de las organizaciones populares percibieron que no había otro camino que optar por la insurrección revolucionaria. Esta opción se concretó en la creación, en mayo de 1980, de la Dirección Revolucionaria Unificada–Político–Militar (DRU–PM), un mando conjunto que coordinaría las actividades militares de los diferentes núcleos guerrilleros y la Coordinadora Revolucionaria de Masas (CRM), que se encargaría de coordinar el trabajo político de los frentes de masas. En abril del mismo año, se constituyó el Frente Democrático Revolucionario (FDR), que aglutinó a la gran mayoría de organizaciones revolucionarias y a los partidos de oposición, instituciones, gremios y personalidades democráticas del país. En octubre de 1980, la DRU se transformó en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). El 10 de enero de 1981 el FMLN lanza su "ofensiva final" u "ofensiva general" y se inicia formalmente la guerra civil.

Durante los doce años de conflicto armado, el FMLN desplegó todas las potencialidades forjadas durante la década anterior. Innumerables miembros de las organizaciones populares de la ciudad —muchos de ellos sobrevivientes de la represión que se desató entre 1981 y 1983— se incorporaron a sus filas. Lo mismo hicieron innumerables campesinos procedentes tanto de la FECCAS–UTC como de otras organizaciones campesinas, quienes pasaron a integrar las filas del ejército guerrillero, y se convirtieron en su base social fundamental, su fuente de abastecimiento y la garantía de su supervivencia material. El FMLN se convirtió en una guerrilla poderosa, capaz de enfrentarse a un ejército de más de 50 mil hombres, asesorado, entrenado y financiado por Estados Unidos, en un territorio de 21 mil kilómetros cuadrados, sin grandes montañas y rodeado de países con regímenes hostiles a la lucha guerrillera (Honduras y Guatemala).

Lentamente, el FMLN comenzó un proceso de readecuaciones internas que se tradujeron en cambios significativos en sus planteamientos estratégicos, lo cual se debió también al nuevo escenario internacional con el derrumbe del Este. También fue decisivo, tras doce años de una guerra civil empantanada, el cansancio social generalizado. En este contexto los asesinatos del 16 de noviembre de 1989 marcaron también el nuevo rumbo.

 

La confluencia de las extremas hacia la democracia: los Acuerdos de Paz

El FMLN, con dificultades y largos debates pasó de una lucha revolucionaria por el poder a una lucha por construir una nación con democracia política, social y económica. Por su parte, ARENA, tras dejar atrás su vinculación a los escuadrones de la muerte y respaldado por su ala más moderada, enfrentó el desafío de la negociación para poner fin a la guerra. La ofensiva lanzada por los insurgentes en noviembre de 1989 puso de manifiesto no sólo que un triunfo militar definitivo por cualquiera de los bandos no estaba cercano, sino que los costos económicos de la guerra hacían inviable cualquier propuesta de desarrollo económico–social. Este consenso fue lo que desencadenó la ronda de negociaciones que culminaron en enero de 1992 con la firma de los Acuerdos de Paz.

Los Acuerdos de Paz de Nueva York (1991) y Chapultepec (1992) constituyeron un punto de partida fundamental para el nuevo proyecto de nación que el FMLN hizo suyo en el transcurso de los 12 años de guerra civil. También se convirtieron en el punto de partida para que el gobierno de ARENA pudiera implementar sus planes de desarrollo económico orientados no sólo a fortalecer el sistema financiero, sino a generar confianza entre los grupos empresariales nacionales e internacionales. Cuatro años después de firmados, los Acuerdos de Paz fueron declarados oficialmente cumplidos. No obstante, aspectos sustantivos de ellos —como la implantación de nuevas relaciones entre trabajadores, Estado y empresarios, y la democratización de los partidos políticos— quedaron pendientes y constituyen, en la actualidad, puntos medulares en la agenda de la democratización del país.

En definitiva, los doce años de guerra civil contribuyeron a moderar las posturas políticas más extremas. El FMLN decidió, al firmar los Acuerdos de Paz, convertirse en partido político y competir electoralmente por una cuota poder. Este fue uno de los logros más importantes de los Acuerdos, con lo cual la transición a la democracia dio un paso sin precedentes. Ahora existe un amplio consenso entre los más diversos grupos sociales y políticos de que la democracia es mejor que el autoritarismo.

 

Los desafíos del presente y las sombras del pasado

Desde la década de los años 70 hasta el momento actual, se han operado importantes transformaciones en la realidad salvadoreña. Lentamente, se va construyendo un Estado de derecho; el equilibrio de poderes, aún con limitaciones, poco a poco va permitiendo un ejercicio sin graves abusos del poder político. Por otra parte, en el ámbito económico se han operado importantes cambios en la estructura productiva; El Salvador está dejando de ser un país agrícola para convertirse en un país dominado por el sector terciario. Se está operando también una importante reforma del Estado, encaminada a reducir el protagonismo económico que comenzó a adquirir en 1931. El Estado salvadoreño se va acomodando, a través de su reforma institucional, a las exigencias impuestas de fuera.

En este marco, varios son los desafíos de los años 90. Una vez que la violencia política ha sido superada, hay que combatir la violencia social, cuyos brotes más llamativos (la delincuencia, los secuestros, los enfrentamientos entre pandillas de jóvenes, la violencia intrafamiliar) hacen que la mayor parte de la población se sienta insegura y muchos de sus miembros, alentados por diversas figuras políticas, añoren la vuelta al control y la fuerza que predominaron durante el largo reinado de los militares. Así pues, unos de los grandes retos del país para el nuevo milenio lo constituye esa violencia social, cuya presencia está socavando los fundamentos de la convivencia entre los salvadoreños.

Muchos de los esquemas culturales que propician actitudes y comportamientos violentos en la actualidad surgieron en las dos décadas anteriores. La idea de que la fuerza y la prepotencia son la mejor salida tanto para controlar a la sociedad (autoritarismo y represión) como para cambiarla (rebeldía revolucionaria) ha arraigado tanto en la cultura política salvadoreña que aun ahora constituye una amenaza para el avance del proceso de democratización. En este sentido, las décadas de los años 70 y 80 están más cerca de nosotros de lo que parece.

Contra esto —los resabios autoritarios— tenemos que luchar, anteponiéndole valores como el respeto al otro, la tolerancia, la solidaridad y la apertura a soluciones racionales y razonables para los problemas del país. Y queda el gran reto secular de la injusticia económica que genera pobreza y la mentira institucionalizada con que se encubre. Si difícil es eliminar los resabios del autoritarismo, mucho más difícil es eliminar la vigencia del egoísmo y de la mentira. Con claridad lo dijo Jesús y con claridad lo muestra la historia. En ese sentido, los mártires de la UCA y todos los mártires salvadoreños no son sólo un punto de inflexión, sino la exigencia a recorrer caminos de democracia, justicia y verdad.

 

 


 

 

"Y ustedes ¿qué?"

23 de octubre de 1999 – Misa en memoria de Elba y Celina

 

"Abrazamos la esperanza, la utopía, la profecía para preñar la historia con nuestros sueños". Así suena la frase escrita en la pared del fondo de la capilla de la UCA, en letras rojas como la sangre derramada por Elba y Celina. Mientras entra la procesión, que ha salido desde el parqueo del edificio de Arquitectura, me vienen a la mente las palabras que Edith me ha dicho antes de comenzar la misa: "Yo estoy aquí porque creo que es necesario recordar, ya que muchos quieren borrar la historia y el sacrificio de tantos mártires, y quieren mirar sólo al futuro. Pero no se puede construir el futuro olvidando el pasado". Es la voz y la conciencia de una joven que habla así. En este día queremos los y las jóvenes hacer memoria y expresar nuestra gratitud "por una vida que floreció y fue cortada, la de Celina, pero que sigue floreciendo en tantos jóvenes de América Latina".

La capilla se llena de muchachos y muchachas. Hoy es nuestra fiesta, nuestro grito contra el olvido. Monseñor Fabián Amaya, quien preside la celebración, con la tierna sencillez de quien no deja envejecer su corazón, lo recuerda en la homilía: "Dentro de la Iglesia institución no sé qué ha pasado con los mártires. Pero gracias a Dios hay una desinstitucionalización. Son ustedes, pueblo de Dios, quienes nos van a enseñar hoy. Elba y Celina recuerdan a muchos mártires caídos en el olvido. Nosotros los viejos hemos ido recogiendo cadáveres. Pero, ¿qué pasó hoy con este martirio? Sangre derramada para perdón de los pecados: olvidada". Nosotros, los jóvenes y las jóvenes, queremos recordar, queremos saber... y queremos luchar.

Porque la memoria no puede quedarse en mero sentimentalismo. El camino del Vía Crucis con el cual hemos empezado la Eucaristía, símbolo del peregrinar de un pueblo, nos lo ha dejado claro: memoria significa conversión. Significa despojo de los antivalores que hacen más pesada la cruz de los pobres, despojo de nuestro egoísmo, del conformismo y la envidia, de la mentira y el orgullo. Para revestirse, paso a paso, de los contrapuestos valores del Reino, los que pueden ser fundamento de un nuevo El Salvador: el compartir, la lucha, la honradez, la verdad y la humildad. De alguna manera, en este acto penitencial participativo, ya tenemos la respuesta a la penetrante pregunta que el padre Fabián recoge del testimonio de los mártires. Su recuerdo se hace memorial y actualización, como la Cena de Jesús, pero no sólo para llorarles ni por simple emocionalismo. "Debe convertirse en un reto, y no en un mero rito. Reto para la historia que deben construir ustedes los jóvenes. Construir una sociedad nueva en base a esta sangre derramada. Es un grito que nos reta: y ustedes ¿qué?".

Pregunta, clamor inquietante. En un mundo en el cual parece imposible pedir cuenta a los poderosos frente a tanta injusticia: y ustedes ¿qué? Mientras se asoma tímida la esperanza conflictiva del caso Pinochet: ¿dónde está su responsabilidad? En una época en la que parecen pasados de moda los profetas, los Monseñores que apuntan con el dedo y exigen verdad y justicia a los sembradores de mentira y opresión: y ustedes ¿qué? En medio del desencanto resuena para la Iglesia primero este reto: ¿qué estamos haciendo, por dónde empujamos nuestra barca, qué camino eligen nuestros pasos? "Nosotros ya lo dimos todo", gritan los mártires, inocentes como Elba y Celina. "Vivamos, pues, los valores, hagámoslos realidad", nos interpela padre Fabián, "para que se haga de verdad una sociedad nueva".

Los muchachos y las muchachas del Externado San José reafirman el mismo reto con la fantasía y la originalidad propias de los jóvenes. Inician el ofertorio con una danza. Representan a todos los mártires, ellos y ellas que resucitan, porque han dado su vida por el pueblo. El momento resulta particularmente sugestivo y conmovedor. Los muchachos se mueven al ritmo de la música y buscan entre la asamblea a otras compañeras suyas. Son otras mártires, que vuelven a la vida. Luego todos juntos regresan entre la gente danzando. Siento un escalofrío en la espalda: nos vienen a buscar, los mártires nos vienen a llevar con ellos. Es una danza, nada más; sin embargo, el mensaje es profundísimo. Creo que sentí temor y deseo de retirarme: ¿dónde está la entrega verdadera, si en el momento del compromiso, de dar la cara, de darnos con disponibilidad, me echo para atrás, asustado? Y ustedes ¿qué?

La celebración continúa participada y realmente significativa. Se expresa en ella la vida verdadera, con sus sueños y sus miedos, como nos había invitado a hacer cálidamente el padre Pepe Castillo en su conferencia de la mañana. La vida antes que nada, antes que todo. Y en la vida deseamos responder a la pregunta de nuestros mártires, hacer realidad las palabras del canto que los jóvenes religiosos del coro entonamos:

"Somos gente nueva, viviendo la unión,

somos pueblo, semilla de una nueva nación.

Somos gente nueva viviendo el amor,

somos comunidad, pueblo del Señor".

Luca Garvinetto, CONFRES

 

 


 

 

"Envió a pedir cuentas, y mataron al Hijo"

30 de octubre. Misa de Amando López y Segundo Montes

 

Los mártires siguen dándonos esperanza. El sábado 30 de octubre se celebró la misa en memoria del P. Amando López y Segundo Montes. Al igual que antes juntos compartían muchos momentos, reflexiones y alegrías, el frontón de los miércoles y tantas cosas, hoy nuevamente fueron reunidos en la memoria agradecida de todos aquellos que creemos que su entrega generosa ha dejado un fuerte olor rosa de castilla por esta Universidad. No se puede caminar por los pasillos de la UCA sin hacer memoria de aquellos pasos que nos precedieron y que aún resuenan como ecos de una voz y una palabra que han quedado grabadas en nuestros corazones.

Se reunieron las comunidades de Tierra Virgen y de la Quezaltepec, parroquias atendidas por el P. Amando y el P. Segundo. Aquí llegaron con sus flores y con sus cantos, y desde Morazán también vinieron con su alforja llena de agradecimiento a reunirse con los que trabajan en el IDHUCA y en Sociología para recordar la vida.

Las misas de los mártires son misas de encuentro, no de simples abrazos, sino de corazones abiertos. Hay nostalgia, pero no hay tristeza. Es la alegría de saber que la presencia de los que ofrendaron su sangre está presente en cada gesto, en cada símbolo. Es muestra de que no estamos solos de que hay una fuerza que anima las canciones que se cantan con la misma fuerza que el P. Montes ponía en sus clases y el P. Amando en sus consejos.

Las lecturas nos recordaron el asesinato del hijo del dueño de la viña. La historia de ayer y la de hoy se juntan en la lectura. El amo de la viña envía a su hijo y éste es asesinado. Aquí en El Salvador Dios envió desde España a sus hijos, no sólo a pedir cuentas, sino a servir en esta milpa, como decía el P. Cardenal en la homilía, y también fueron asesinados. En nuestro país todos los hijos de Dios cosechamos maíz y hemos abonado la milpa con sangre de inocentes, porque aquí también los que quieren quedarse con la milpa nos la han llenado de plagas y cizaña, expulsando y asesinando a los hijos del dueño de la milpa.

Cada vez hay más pobres y menos tortilla, cada vez hay más inseguridad y menos respeto a la vida. Nuestra milpa necesita de la mano campesina, una buena poda a la hierba de la corrupción, arrancar la mentira y el encubrimiento para replantar una nueva cosecha en la que participen todos los hijos de Dios.

La semilla está en el pueblo pobre y sencillo. Para las ofrendas de la misa desde Morazán traían en una cebadera —esa bolsa pequeña de lazo que ocupan los campesinos para llevar su comida a la milpa— cuatro mazorcas de distintos colores, como muestra de que no todos somos iguales en color y en tamaño, pero de que todos somos iguales en esencia, ya que todos somos hijos nacidos en la misma milpa del Señor. Son muy pocos a los que se les permite pedir cuentas.

Las ofrendas fueron símbolos de vida y de su defensa. Tal es el caso de un nuevo Comité de defensa de los derechos humanos, integrado por familiares de víctimas de la violencia a los que nos se les ha hecho justicia, pero que se sienten convocados por la fuerza del P. Montes y por la alegría del P. Amando. Las voces frescas de los niños se confundieron con las voces gastadas de los viejos y juntas hicieron una sola sinfonía, que en este décimo aniversario canta que los mártires viven y acompañan, que su palabra queda. Ese eco resuena en el esfuerzo diario del pueblo salvadoreño.

Carmen María

 

La injusticia y el encubrimiento

 

La gran falacia del mundo desarrollado es vivir con el espejismo de la moderna pax augusta porque la guerra no ha llegado aún a sus fronteras. Una mirada al mapa del mundo descubre en los pueblos del tercer mundo numerosos conflictos armados. Las causas de cada uno de ellos pueden ser muy diversas, pero difícilmente se encontrará alguno en el cual no haya habido injerencia de las grandes potencias. La rivalidad entre las superpotencias y su ambición de dominio han trasladado la lucha a estos pueblos débiles y pobres, los cuales sufren la desnutrición y ponen las víctimas (en la Sollicitudo rei socialis, Juan Pablo II denunció que se los ha convertido en clientes obligados del comercio de armas, desviando así sus escasos recursos para comprar equipo militar y armas, dislocando sus economías e impidiendo su desarrollo). Esta estrategia, además de dejar víctimas mortales, lisiados y una inmensa destrucción, ha generado millones de refugiados y desplazados. Todo esto ha pasado inadvertido para la opinión pública de los países del primer mundo o ha sido presentado como episodio anecdótico de países lejanos.

Agosto, 1989

P. Amando López, S.J.

 

 


 

 

LOS PUEBLOS CRUCIFICADOS

La muerte lenta de la pobreza y la muerte violenta de la barbarie

Hemos dicho en el editorial que los mártires latinoamericanos tienen que ser comprendidos desde los pueblos crucificados. Estos, todavía más que aquéllos, siguen siendo ignorados en el mundo actual, aunque su realidad es evidente —lo que sólo puede hacerse con una ceguera culpable—. Por eso, una vez, más sacamos a la luz sus rostros.

 

800 millones de personas pasan hambre en el mundo

Informe de la FAO. Todas las noches, casi 800 millones de personas se van a dormir con hambre en los países del tercer mundo. Otros 26 millones más están desnutridos en zonas industrializadas de Europa del Este y en territorios de la antigua Unión Soviética, según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), que ha publicado su primer informe global con el título "El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo".

Para hacerlo gráfico, el informe señala, por ejemplo, que estos 800 millones de hambrientos supera a la población de Europa y Norteamérica juntas. Y añade que "esta especie de continente de hombres, mujeres y niños tal vez nunca puedan evolucionar desde el punto de vista físico e intelectual por falta de comida".

El informe reconoce que entre 1990 y 1997 ha bajado en 40 millones el número de los subalimentados en los países del tercer mundo. Por otra parte, ha aumentado en 60 millones las personas en estado crónico de desnutrición.

La región de Asia y el Pacífico reúne casi a 526 millones (dos tercios) de los depauperados. En un solo país, la India, pasan hambre 204 millones y en el Africa subsahariana 180 millones.

El hambre de los niños. El informe hace hincapié en el futuro de los niños en el tercer mundo. Cerca de 200 millones tienen problemas de crecimiento. En el sur de Asia, además, el peso de los menores de 5 años está por debajo de lo normal para su edad. En lugares como Afganistán, Bangladesh, Eritrea, Chad, Etiopía, Tanzania, Níger o Yemen, su situación es desesperada. En Africa central y del sur, la cifra de desnutridos va en aumento. Burundi es una de las naciones más afectadas. La guerra civil, el incremento de población y la destrucción de tierras y cosechas han agravado el problema.

En el norte y este de Africa, por el contrario, unos 14 países tienen hoy menos de un 5% de hambrientos entre sus habitantes. Marruecos es de los que más ha mejorado, En Afganistán, envuelto en una guerra, pasa hambre un 62% de la población. En América Latina la situación es cambiante. En Honduras, el hambre acosa a un 21% del censo. En Cuba, la pérdida de los lazos con Moscú afectó a la dieta: sus ciudadanos toman ahora 500 calorías diarias menos por persona.

Artillería pesada. El hambre es un arma más en los conflictos modernos. Esa es la tesis del segundo informe "Geopolítica del Hambre", presentado hace unos días en Madrid por Acción contra el Hambre. "Quien tiene la comida tiene el poder", resumió Olivier Longué, para presentar un libro que analiza este tipo de crisis en 15 regiones —desde el Kosovo de la guerra, hasta la Centroamérica arrasada por el huracán Mitch o las más olvidadas de Sierra Leona o Angola— para concluir que el problema se agrava con el tiempo.

Se trata de un problema de desigualdades y por lo tanto global. Es preocupante el proceso de concentración de la riqueza que viven los países desarrollados, subrayó. Caminos de solución: mejorar los mecanismos de distribución de la riqueza, prohibir los bloqueos económicos y la instrumentalización política del hambre en los tratados internacionales y, sobre todo, descartar que el hambre es tan sólo una fatalidad.

Y lo más clamoroso. Hoy es posible eliminar el hambre en el mundo.

 

 


 

 

El siervo de Jahvé en Africa

Dolores Aleixandre

El siervo sufriente carga con el pecado del mundo y trae salvación. Este es el testimonio de una Hermanita de Jesús rwandesa que pertenece a la etnia tutsi y cuya familia fue exterminada por los hutus. He aquí como cuenta Dolores Aleixandre el testimonio.

"Eran los días siguientes al genocidio de 1994 y yo andaba buscando una nueva razón para vivir. No sabía por donde reemprender mi vida: como tutsi, tenía que haber muerto, pero me libré y me sentía culpable. El sentido de la vida me parecía como levantar una montaña: tenía que redescubrir el rostro de Dios que estaba muy callado".

Un día en Karama, una pequeña aldea, encontró a unas mujeres mucho más desamparadas que ella: las viudas. Habían perdido su marido, sus hijos, su familia. "A veces me encontraba delante de heridos que no tenían brazos o que les faltaba una pierna. Decidimos reunirnos y hablar de lo que habíamos vivido". En abril de 1995, 1056 viudas lanzaron El coraje de vivir, un proyecto hecho a base de reuniones semanales por grupos de vecinos. Las palabras perdón y reconciliación no se empleaban. Se sabía quién había hecho qué. Las viudas estaban agitadas, querían vengarse, no soportaban ver a una mujer amamantando a su hijo. "Sólo queríamos recobrar la confianza en nosotras mismas y aceptar la realidad. Decirnos, sencillamente: Estoy viva, soy viuda, mis hijos no volverán".

Dejábamos a la gente hablar y llorar, sin moralizar ni dar consejos; descubríamos a las personas que llevaban las heridas más grandes y eso nos curaba. Al principio nos sentíamos culpables y hastiadas de nosotras mismas, como si no fuéramos dignas de vivir en sociedad. Era el tiempo de las alucinaciones. Las viudas oían el grito de un niño que corría por la carretera pidiendo socorro, el redoble de los tambores que precedía a las matanzas, el ruido de la lluvia que caía espesa durante los tres meses de genocidio, las voces de un marido llamando a su esposa. Un psicólogo acompañó las reuniones durante nueve meses y poco a poco las lágrimas se secaron y la frustración se transformó en envidia: las viudas no podían ver una pareja caminando por la calle, una mujer llevando un niño a su espalda. Y el tiempo fue pasando: las viudas acogieron huérfanos, cuatro o cinco mujeres volvieron a casarse. El primer niño de estos matrimonios tiene ahora cuatro meses.

Más tarde emprendimos una reflexión sobre el mal leyendo la Biblia, la Pasión y el libro de Job. Yo descubrí que la religión cristiana era ante todo la persona de Jesús y su vida a través del Evangelio, antes que los dogmas, la moral o el culto. Un día me dije que no era normal dedicarme únicamente a las viudas. Había mujeres hutus que visitaban cada día a su marido preso. Hablé de ello a las viudas y las mujeres de los detenidos dieron el primer paso: su drama era tener un marido criminal, haber vivido con él durante los acontecimientos, saber dónde iba y de dónde venía. Otras decían que su marido era inocente, que no había habido muertos ni genocidio.

Después, en noviembre 1997, una serie de circunstancias reunieron a los responsables de los equipos. Las viudas y las mujeres de los presos, que se cruzaban sin hablarse en el mercado o en el dispensario, decidieron hacer tarea común. Cuando las viudas empezaron a contar sus sufrimientos, las mujeres de los presos se callaron y este mutismo estuvo a punto de hacer explotar todo. A pesar de todo, algunos grupos decidieron reunirse. En una sociedad donde muchos de los maridos estaban muertos o en la cárcel y los hijos muertos o exilados, estas mujeres tomaron conciencia de su fuerza, cultivando juntas campos comunales. Desde noviembre de 1997 están presididas por Serafina, viuda tutsi, e Inés, mujer de un preso hutu.

 

 


 

 

A un año del Mitch

 

Mario Ragazzi es un italiano que trabajó varios años en la parroquia María Madre de los Pobres, en La Chacra, una de las colonias más pobres de San Salvador. Diseñó un programa bíblico que aparece en la página web de la UCA. Ahora trabaja en Cáritas de Italia y acaba de escribir esta oración.

 

Oración a los pies de Centroamérica herida

 

Mitch, dicho el huracán,

Desconozco el vientre húmedo de nubes caribeñas que te parió. Dicen que tu ADN quedó lastimado por las miles de millones de toneladas de carbono y otros gases volcados diariamente en la atmósfera por las industrias, carros, calefacciones de la humanidad satisfecha. Los pocos que tienen de sobra. ¿Habrá sido esta superproducción que te crió tan bravo? ¿No te dabas cuenta de que la pobre gente que ibas aplastando allá abajo no tenía nada que ver con los supuestos artífices de tu descomunal malformación? Ciego, a pesar de tu gran ojo central, enfurecido como Polifemo por el engaño de listos ejecutivos de empresas petroleras, has tomado tu venganza sobre los desposeídos de siempre.

Sin embargo, no voy a caer en la trampa de clasificar tu expediente entre los casos clínicos, los de incomprensible monstruosidad. De un lado, sería una traición, bajo los asépticos modales de la supuesta imparcialidad científica, de la magnitud de la tragedia objetiva que has causado. Del otro, el mejor encubrimiento de tus cómplices y mandantes. Si el parangón no te parece demasiado atrevido, no se puede pasar por alto todo el mal que hizo un Hitler simplemente porque era loco.

Entre tus cómplices en la matanza, llamo a juicio delante del Dios Crucificado y Liberador a las oligarquías centroamericanas de siempre y a sus aliados en Nueva York, Washington, Roma, Londres, París... Las condiciones de miseria en que estos señores han oprimido a las mayorías populares de Honduras, Nicaragua, El Salvador y Guatemala te han facilitado, sin duda, el trabajo, ¿verdad? Una cosa es aplastar casitas de adobe y madera, volar techos de lamina, barrer aldeas y barrios pegados a la tierra por puro milagro de equilibrio estático. Otra es quebrarse los dientes sobre hierro y concreto, como bien saben tus hermanos que intentaron el asalto a las mansiones de Miami.

Padre nuestro. A los sobrevivientes no les queda más que la vida y tu amparo. Se que tú no les fallarás, como les fallaron los caprichosos y drogadictos dioses de los vientos y como les traicionaron sus gobernantes. Te ruego que los protejas de los buitres de la ayuda humanitaria, los que apuntan a acaparar el pan sagrado que la solidaridad nacional e internacional está canalizando hacia las mesas —y donde no han quedado ni siquiera mesas—, hacia las duras manos de los damnificados.

Y ten piedad de nosotros en nuestras confortables casas. Que resuenen para nosotros las tremendas palabras del poeta que, milagrosamente, ha sobrevivido a los campos de exterminio de la "civil" Europa en 1945:

Consideremos si éstos son hombres, si éstas son mujeres, depredados por las rapaces garras de cafetaleros y bananeras, y ahora desnudados por un huracán asesino, que dan a luz a sus criaturas en una mar aplastante de lodo hecho tiniebla, borradas del mapa sus milpas y aldeas, ahogados por ríos desbordantes los sudores de toda una vida.

 

 


 

 

"Refugio Juan Ramón Moreno" en Montreal, Quebec

 

Maura McGrath, CND

 

Tuve el privilegio de conocer al Padre Juan Ramón Moreno en julio de 1988. Nosotras, las Hermanas de la Congregación Notre Dame, lo habíamos invitado a que hiciera una presentación en nuestro Congreso de Misión. Había Hermanas de todo Canadá, de Estados Unidos, Francia, Africa, Japón y América Central. Juntas tratamos de responder al llamado del Evangelio de caminar junto a los pobres.

Escuché con gran atención al Padre Juan Ramón. Su charla titulada "Evangelización en el Mundo Contemporáneo" me llegó a lo más profundo de mi corazón. Sus palabras reflejaban muy profundamente su compromiso personal hacia su pueblo. "En este mundo, uno tiene que pagar el precio de asumir la causa del pobre, un precio que básicamente consiste en compartir el destino de desprecio, opresión y represión". No sabíamos entonces que ese precio sería su propia vida y la de sus compañeros. El Padre Juan Ramón nos dejó con unas preguntas que él respondió con su muerte.

En agosto de 1993, cuando decidimos abrir un refugio, pensamos qué nombre ponerle y en seguida me vino a la mente el P. Moreno. Lo bautizamos "Refugio Juan Ramón Moreno". Este refugio es un lugar seguro. Pero, más que eso, es un lugar donde las mujeres refugiadas y sus familias encuentran una bienvenida de verdad, un espíritu de comunidad, una sensación de familia, un primer hogar en una tierra extraña, donde viven, comen y trabajan juntos.

La mayoría de los refugiados que llegan han hecho solos este difícil viaje. Algunos vienen con uno o dos miembros de la familia, generalmente los niños más pequeños. Muy rara vez la familia entera puede hacer el viaje. Todos dejan, pues, atrás una familia, un hogar, una comunidad, el país que aman. Y, cuando llegan, a menudo se encuentran con hostilidad, miedo y prejuicios. Todo esto hace que la experiencia del refugiado sea difícil y solitaria. No dejan su país, su hogar, por propia voluntad. Escapan porque hay guerra, violencia, y opresión. Escapar es casi siempre la única alternativa, un acto desesperado, y la última oportunidad.

Ha sido fascinante ver las cosas buenas que suceden y participar en ellas junto con los residentes, el personal y los voluntarios del "Refugio Juan Ramón Moreno". Juntos plantamos semillas de luz, fe y esperanza, en lugar de oscuridad, duda y desesperación.

Aproximadamente 25,000 refugiados llegaron a las fronteras de Canadá el año pasado; de ellos, 9,750 pidieron refugio en Montreal. En un año, casi 200 seres humanos han buscado seguridad y protección en el "Refugio Juan Ramón Moreno". Vienen de treinta países y de cuatro continentes, con su religión, idioma, raza, filiación política. La mayoría son de Africa Central y de Europa del Este, pero vienen también de Africa occidental, América del Sur y Asia. 53% eran mujeres, 39% niños y 8% varones.

Si usted nos visita un día de éstos, podrá conocer a Marie, de la República Democrática del Congo. Marie está dando de comer a sus dos pequeños, Pierre, que tiene un año y medio, y Cecilia, de tres años de edad. Marie está embarazada de cinco meses. En otro lugar de la sala está sentada Josee. Ha pasado un largo día, pues ha tenido que ir a Inmigración de Canadá, a Inmigración de Quebec y a la agencia habitacional en otra sección de la ciudad. Josee también viene de un país africano que genera muchos refugiados. En los dormitorios del segundo piso están dos familias que han venido de Albania. En el noticiero de la noche han visto horribles imágenes de sus compatriotas. Pero a pesar de su ansiedad sobre el futuro, todos irradian una tranquila fortaleza.

Estas son la gente que, a pesar de los obstáculos y dificultades, han llegado a nuestras fronteras a pedir protección. Ciertamente, necesitan ayuda al comienzo, pero, si tienen oportunidad la mayoría trabajará por encontrar un ambiente más próspero. Y ahora, algo muy importante. Cuando Norteamérica necesita gente con fe, la mayor parte de estos seres humanos que llamamos refugiados traen consigo la fe en un Dios que comparte nuestro caminar, nuestra esperanza y nuestra perseverancia. Con esa fe, juntos, queremos continuar construyendo la justicia y la paz.

Hoy, cuando entramos al refugio, que antes era una rectoría, nos recibe un retrato del Padre Juan Ramón Moreno. Su vida y muerte continúan siendo testimonios de la solidaridad fiel con los hombres y mujeres más queridos de Dios. ¿No es ése el sentido de nuestras vidas? Hoy más que nunca contamos con la orientación y la compasión de Juan Ramón Moreno.

Montreal, Quebec, 20 de Octubre de 1999.

 

 

"La evangelización en el mundo contemporáneo", Juan Ramón Moreno

 

Muy distinta es la mirada del samaritano. Mirada de quien está abierto a la situación de los otros, porque tiene un corazón solidario, porque es capaz de amor comprometido. Como consecuencia de ello, lo que su mirada capta de sufrimiento, de realidad acuciante, le afecta y le afecta de tal manera que "sintió compasión". Lucas emplea aquí el verbo griego splanchnizomai que repetidas veces aplican los evangelios a Jesús. Significa literalmente conmoverse las entrañas. Y las entrañas se conmueven cuando en ellas ha entrado algo extraño que las irrita, algo que hay que acabar expulsando para quedarse tranquilo. Es compasión en el sentido fuerte de la palabra.

La solidaridad con el otro lleva a identificarse con él de forma tal que su dolor, su pasión, se hacen propios (com–pasión). Y de tal manera duelen que se me hacen insoportables: hay que aliviarlos, hay que hacer algo para cambiar la situación de sufrimiento. De ahí brota la acción, como un hacer algo que pone remedio al dolor del otro que es también mi dolor.

En consecuencia, con esto nos dice la parábola que el samaritano "se acercó". La identificación solidaria con el otro le lleva al movimiento de acercarse, de hacerse próximo al otro, entrar en su mundo para poder conocer mejor su necesidad y actuar sobre ella.

Pero esto exige salir del propio mundo, de los propios intereses y preocupaciones, alterar los propios proyectos, para acomodarse a lo que el servicio a la vida del otro reclama. El samaritano deja de lado sus planes de viaje para entrar en la realidad doliente del herido, ocuparse de él y llevarlo a la curación, a la vida. Ha sabido hacerse buena noticia para el hombre asaltado por los ladrones.

 

 


 

 

Primer encuentro de las Escuelas de Teología Pastoral

16 de octubre de 1999, X aniversario de los mártires de la UCA

 

Suyapa Pérez Escapini

 

Vinieron de cerca y de lejos para encontrarse en la UCA

Alrededor de 550 personas, gente sencilla, laicos y laicas, vinieron de 11 Escuelas de Teología Pastoral, procedentes de diversos lugares del país: Chalatenango, Santa Tecla, Sonsonate, Jucuapa, Usulután, Zaragoza, La libertad, Mejicanos, Soyapango, San Bartolo, Ateos, Plan del Pino y San Salvador.

Fue importante el lugar en que se reunieron: el auditorium universitario de la UCA, que no les era familiar en un principio, pero que se lo tomaron con toda naturalidad como sucede en la vigilia de noviembre cuando llegan miles de campesinos. Y no es un auditorium cualquiera: lleva el nombre del jesuita mártir Ignacio Ellacuría. En él enseñó como rector que la realidad nacional debe ser la primera asignatura a estudiar en cualquier carrera, pues eso exige la inspiración cristiana de la UCA. Y en él soñó que los pobres y sencillos de este país se formaran bien.

Pues bien, allí estaban casi 600 personas para compartir un espacio de formación y encuentro con el lema "Teología que se populariza, liberación que se realiza". Alumnas y alumnos, exalumnas y exalumnos, llenaron todo el auditorium con su alegría y con su testimonio de corresponsabilidad en los rumbos de la evangelización del Pueblo de Dios que peregrina en El Salvador. El día tuvo una tónica festiva, de agradable sorpresa, de esperanza por lo nuevo que significamos en este momento para la Iglesia salvadoreña. Sabemos que no hay recetas como en ninguna realidad profunda e importante, pero sí sabemos que vamos juntos y que hay horizonte, perspectiva, resistencia y memoria.

 

La teología vivida por nuestros mártires, una herencia que compromete a seguirla

Y también fue importante el tiempo elegido: el aniversario de los mártires. Los jesuitas asesinados el 16 de noviembre de 1989, dieron sus vidas por la justicia y por la paz, pero también para hacer llegar a las mayorías su experiencia como creyentes y su saber teológico actualizado y encarnado. Estaban convencidos, con otros muchos en el continente latinoamericano, de que, en algunos países, no se puede gestar procesos integrales de liberación de la injusticia —como nos ha llegado del pasado colonial—, con alienaciones religiosas que la justifican.

Esto sólo ha logrado sacralizar —bendecir en nombre de Dios— una dominación en el plano de la conciencia, lo cual, en nuestros tiempos, es insostenible para cualquier humanismo crítico y ético que sea respetuoso de la dignidad humana. No se puede promover un proyecto de nación nuevo en un país en postguerra sin contribuir al esfuerzo por una nueva Iglesia más parecida al discipulado de seres humanos iguales, tal como Jesús quería, más fiel al proceso de conversión a las fuentes del cristianismo primitivo y al llamado que el Concilio Vaticano II y Medellín nos ha hecho a todos los católicos desde la segunda mitad del siglo. En un país donde falta alfabetizar primero para llevar la Biblia después, no podemos dejar atrás la necesidad de conversión de las estructuras de poder y de saber que imperan en nuestros países. La Iglesia para bien o para mal, es una de ellas. No es neutral su papel hoy, ni lo ha sido nunca.

A este reto quieren responder las Escuelas de Teología Pastoral, convocando y apoyando con sus programas a formadores locales que ofrezcan teología desde una perspectiva latinoamericana. Las escuelas están en vicarías, diócesis o parroquias. Entre los profesores hay varios estudiantes de los últimos años del plan de Licenciatura en Teología de la UCA.

Esas escuelas suponen un esfuerzo semanal durante tres años, que está abierto preferentemente al laicado, a quienes por faltarles el bachillerato no pueden hacer estudios universitarios de teología y vienen sosteniendo desde sus limitaciones el trabajo directo de evangelización del pueblo. También es una opción para todos aquellos que desean cultivar su fe y ponerla al servicio de la comunidad cristiana.

 

Con los maestros de teología profundizamos los temas que nos unen vitalmente

Ese 16 de octubre, con los alumnos de las escuelas se juntaron los teólogos jesuitas Jon Sobrino, Rafael de Sivatte, José María Castillo, Rodolfo Cardenal, José María Tojeira. Son miembros del Departamento de Teología de la universidad, y entre ellos hay centroamericanos y otros venidos de fuera. Desde la UCA han trabajado en la formación pastoral y teológica de agentes multiplicadores en la región centroamericana, con programas sistemáticos de mayor cobertura para la formación de futuros sacerdotes, religiosas y seglares.

Nos dio la bienvenida el rector de la UCA, P. José María Tojeira, y el equipo coordinador. El primer tema que nos unió a todos fue "La centralidad del Reino de Dios en la misión de Jesús" (Jon Sobrino). A continuación nos dividimos en cuatro grupos para tratar los siguientes temas: "Exodo y liberación en el Antiguo Testamento" (Rafael de Sivatte), "El Bautismo y el seguimiento de Jesús hoy" (José María Castillo), "La Iglesia profética ante los desafíos actuales" (Rodolfo Cardenal), "El martirio como consecuencia del compromiso con la liberación y su relación con el Apocalipsis" (José María Tojeira).

Los asistentes hicieron muchas preguntas, y cuestionamientos, aunque el tiempo para cada tema y para el panel de la tarde nos supo a muy poco. Tan grande era el interés que generaron las exposiciones.

 

La participación artística, creativa y popular a flor de piel de nuestro pueblo

Cada vez que se lo permiten, ahí está: el canto, la poesía, la danza, la pintura, la serigrafía, al servicio de los anhelos, de la unidad, de la conciencia. El arte sigue comprometiéndose con la cultura y el mensaje. La gente de la Vicaría Monseñor Romero de Mejicanos, por su propia iniciativa, traían una hermosa camiseta con el lema del encuentro, gafetes y una manta con el toque del pueblo. Las escuelas de Chalatenango y Zaragoza prepararon canciones, danzas, oraciones y la animación litúrgica. No faltó "el sombrero azul". Plan del Pino hizo una canción original para el encuentro. Fue notable la participación de los equipos locales, los profesores, especialmente los misioneros Claretianos, y la gente de la UCA. Entre todos, hicieron posible el evento.

 

En las escuelas los mártires siguen ¡presentes!

Este encuentro de las Escuelas de Teología Pastoral, es una expresión agradecida y comprometida en el décimo aniversario de aquella masacre que nos dejó tanto dolor e irreparables pérdidas en el nivel de desarrollo humano, para nuestro país de irracionales ideologizaciones al servicio de viejos intereses. Es una llamada de atención a quienes buscando una Iglesia acomodada a los vientos neoliberales, creen que la teología de la liberación ya no es necesaria porque ya no hay de qué liberarse, porque ya no hay oprimidos, y tal cosa es un lenguaje del pasado. Es una interpelación para creer en las posibilidades del pueblo empobrecido, en su libertad de conciencia y capacidad de generar una voz y pensamiento propios, si se le da la oportunidad antes de que la pierdan o vayan abandonando las iglesias por falta de credibilidad.

A los mártires de la UCA, en su décimo aniversario, queremos decirles una vez más:

Su pensamiento, su sueño enamorado del sueño de Jesús, de una Iglesia más sencilla, misionera, pascual, igualitaria, reinocéntrica, no ha muerto en nosotros. Ustedes, con la memoria de tantos otros, siguen aquí, lúcidos y fieles, luces en el camino, presentes en los contenidos que seguimos enseñando, en los valores que suscita la fe en Jesús: el servicio cotidiano, la profunda libertad, la total dignidad, la misericordia que mueve a solidaridad. Siguen animándonos en el tipo de comunidad que construimos, en los contenidos de la evangelización profética que continuamos y en cada tropiezo que pretende que nos detengamos.

 

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El encuentro con otros hombres y mujeres, movidos todos por una misma causa "El reino de Dios", y que viven la pasión por el Evangelio me lleva a descubrir que no estoy solo, que tiene sentido seguir a Jesús, que cada vivencia es una aventura en la que la utopía del reino de Dios se hace cada vez más creíble. En nuestro convivio, también recordamos a tantos hombres y mujeres a quienes la ilusión y la locura les arrancó la vida, porque lucharon y defendieron aquello en lo que creyeron.

En medio de las situaciones que hoy vivimos, en las que parece no haber solución, confieso que creo en la esperanza, que como los profetas, me siento seducido y apasionado por Dios y su alianza con la humanidad, llamado a participar de la compasión por el pueblo pobre y oprimido, y a donar mi vida libremente al proyecto del Dios de la vida y de la historia. Como el evangelista Lucas me uno a Jesús para decir: "te doy gracias Padre porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y las revelaste a los humildes y sencillos". Walter Lawson, seminarista claretiano y profesor de las Escuelas de Teología Pastoral.

 

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Encuentro de los "profesorados"

 

Lo más significativo, desde mi punto de vista, es que ha sido el encuentro de la esperanza. Porque el hecho de que se reúnan más de 500 personas, venidas de sitios lejanos, para compartir su fe durante un día entero, es la prueba más evidente de que, en grandes sectores de este pueblo, no sólo es que todavía hay esperanza, sino que la esperanza es la fuerza que caracteriza a los pobres de la tierra y, concretamente, a las mujeres y a los hombres que pasan más desapercibidos en este país, pero que son sus hijos más honrados, honestos y coherentes. Ahora bien, si en estas gentes hay esperanza, a pesar de tanto fracaso y de tanta frustración, es porque el Evangelio, que están haciendo vida de sus vidas en las "escuelitas" de Teología, les da una forma de ver la vida, les potencia una sensibilidad y una connaturalidad con el mensaje de Jesús, que es la fuente de su esperanza. Y no olvidemos que, en este momento, lo que más necesita este pueblo es esperanza para luchar contra tanta corrupción y tanta violencia que le quitan a la gente hasta las ganas de vivir.

José María Castillo

 

 


 

 

DÓNDE ESTÁ MONSEÑOR ROMERO

En un Asilo de ancianos

"Es para nosotros la única imagen que tenemos de Dios"

 

Melvin Otero, S.J.

 

Hace alrededor de 4 meses me encontraba en un proceso de preparación sobre mi estado anímico para lo que sería la decisión de hacerme una intervención quirúrgica en una de mis piernas. Esta es una experiencia por la que ya había pasado, y debido a lo difícil que había sido todo el proceso, tanto de la operación como la pos–operación (recuperación), me había estado negando a dar nuevamente ese paso.

La decisión no me era nada fácil, pero la situación llegó a tal grado que no me quedaba otra salida. Puesto que mi capacidad para caminar iba disminuyendo y los dolores estaban repercutiendo en la columna, había que realizar la intervención, y así me lo sugirió el médico si quería seguir caminando. Dándole vueltas al asunto estaba, y para ello solía salir a caminar por las calles, pensando en lo que sería después si me operaban.

En esas caminatas, que a diario daba, pasaba frente a un pórtico en donde un rótulo anunciaba que allí estaba ubicado un Asilo de Ancianos. A la tercera vez que pasé frente a esta residencia me atreví a solicitar permiso para entrar y saludar a los "viejitos", como suele llamárseles a los que tienen que ingresar a estas residencias.

La primera entrevista no fue fácil para mí. Por un lado tenía el temor de que me fuese negado el permiso y por el otro estaba la vergüenza que sentiría si esto sucedía. Pero mis temores se disiparon al ver el entusiasmo con el que fui recibido por parte de la administradora de la residencia. Claro está que para poder entrar y establecer relación con los ancianos hay que tener algo que ofrecer, así se me dijo, y por tanto me preguntaron qué era lo que yo podría hacer o aportar para poder establecer esa relación.

A poca distancia pude apreciar a uno de los ancianos que tenía el cabello algo largo y al "chilazo" se vino la idea. Me ofrecí como barbero y mi servicio sería gratuito. La propuesta fue inmediatamente aceptada y enseguida fui presentado a los ancianos como "un amigo barbero". Qué sorpresa para mí fue la alegría con la que algunos recibieron la noticia, ya que entre el grupo había algunos muy bien recortados, pero los había también melenudos y con la barba algo larga. ¿Razón? También aquí se podían apreciar los diferentes grados de pobreza, puesto que algunos podían pagar para que se les prestara ese servicio, pero también los había que no podían hacerlo. Fueron estos últimos los que más se entusiasmaron. Así fue como empezó lo que para mi sería una de las mejores experiencias pastorales.

Comencé a visitar los ancianos los sábados por la tarde. Por lo general, siempre que llegaba había clientes esperando para que les cortara el cabello y la barba. Un día de éstos en que solía ir a prestarles este servicio me encontré con la sorpresa de que no había clientes. Había una fila de ancianos sentados en la terraza de la residencia y uno de ellos me invitó a sentarme. "Hoy vamos a platicar un poco, pues hace mucho frío", me dijo. Inmediatamente tomó la palabra y comenzó el interrogatorio: de dónde era, a qué me dedicaba, dónde vivía. A esto respondí que soy panameño, religioso jesuita, que estudio teología en la UCA y que vivo en la residencia de los Mártires de la UCA. Esto dio paso a entrar en el tema por el que escribo estas líneas.

Comenzaron los comentarios sobre la experiencia vivida por ellos en los que demostraban una gran admiración, respeto y cariño por esos hombres de verdad, que no se dejaron amedrentar por las armas de quienes no conocían otro lenguaje para comunicarse que no fueran las armas. Sólo de este modo se atrevían a enfrentarse a estos hombres y, entre ellos, a "Ellacuría". Aún me resuena la frase de aquel anciano.

"¿Cómo puede enfrentarse un burro a la inteligencia y sabiduría de un hombre como Ignacio Ellacuría? Fue esa incapacidad lo que les llevó a realizar esa burrada de matarlos, creyendo que con eso ya habían despejado el camino. Fue lo mismo que hicieron con Monseñor Romero. ¡Qué hombre aquél! Si usted viera el pueblecito de donde salió Monseñor, y mire hoy. Es para nosotros la única imagen que tenemos de Dios. Fue por medio de él como nosotros hemos comprendido cómo puede ser Dios. Fue Dios quien envió a Monseñor Romero para hacernos saber que El no nos había olvidado. En Monseñor Romero pudimos ver y sentir lo que es realmente amar a la gente, sobre todo a los que no teníamos nada, los pobres. Por nosotros, por defendernos de los "malandros" estos que todavía siguen aquí fue que lo mataron. Dice la Biblia en los evangelios que lo mismo hicieron con Jesús, pero yo se que tarde o temprano la van a pagar. Ellos creen que nos lo quitaron, pero no es así, Monseñor sigue entre nosotros, nos sigue cuidando desde donde esté. Así lo siento y todos los días le doy gracias a Dios por eso. Es por eso que yo no estoy triste y tampoco mis compañeros. Sabemos que Monseñor está siempre con nosotros".

Después de esto no pude seguir escuchando. Mi interlocutor había dejado de hablar, sus ojos estaban llenos de lágrimas y, por qué no decirlo, también los míos. Y no se diga los demás. Qué silencio.

Sonó el timbre, la hora de las visitas había terminado. Disimuladamente me despedí, no sin antes prometerles que regresaría el sábado siguiente. Para ese día sí que tendría clientes. Qué lección había recibido, pero también qué regalo tan hermoso. Yo que creí ser el que estaba prestando un servicio, el que estaba dándole algo a éstos que la sociedad trata como desechos, vengo a caer en la cuenta de que el más beneficiado de esta relación soy yo. Fue el deseo de poder seguir visitando a estos nuevos amigos lo que me animó a tomar la decisión de realizarme la operación. Y pensar que la sociedad tiene tan descuidada a esta parte de la población, y encima los trata como desechos por el simple hecho de que ya no producen. Lo que se nos olvida es que "ellos" ya han vivido lo que nosotros no sabemos si seremos capaces de vivir, y que deberíamos aprovechar toda esa experiencia y sabiduría acumulada en las mentes de estos personajes que están siempre dispuestos a recibir una visita amiga.

 

 


 

 

En la contemplación de las Clarisas

 

Hace poco visitamos a las Hermanas clarisas contemplativas que se dedican a la oración en un convento de Planes de Renderos. Lo conocen muy bien y lo quieren mucho. Al final nos entregaron este escrito.

La vida, el pensamiento y la palabra de Mons. Romero fue algo tan extraordinario. "El fue pastor y forma del rebaño, luz para el ciego, báculo del pobre, padre común, presencia providente, todo de todos". Como canta el himno de laudes en la fiesta de los santos pastores. El recogió en su vida, en su ser, todos los elementos necesarios para pastorear con amor a sus ovejas. Hombre humanamente débil, pero con una fortaleza espiritual admirable. Mons. Romero fue un hombre lleno de Dios, un hombre de oración, un hombre que creía en el poder de la oración, y es allí donde él encontró su fuerza, es en la oración donde se apagaban sus temores y sus miedos, tenía una gran confianza en la oración de los demás.

Decía en una de sus homilías: "Yo no me aflijo, mientras haya almas que oran". Decía también: "En la medida en que estamos en oración y nos santificamos, somos la fuerza del mundo, la fuerza que baja de Dios, porque de Dios nos deriva esa potencia de la oración". Fue un hombre humilde que no confiaba en sus propias fuerzas, porque sus propias fuerzas eran débiles. El sabía que el querer el bien y hacerlo sólo viene de Dios, por eso oraba, hablaba con Dios y se iba transformando poco a poco en él. Y esto mismo deseaba para todos sus fieles, que fueran hombres y mujeres de oración. En su homilía del domingo 17 de julio de 1977, decía: "Qué hermosa fuera nuestra ciudad, los campos, los pueblos, donde los hombres profesionales, comerciantes, estudiantes, mujeres de hogar, del mercado, todos tuviéramos en el corazón un gran sentido de oración, y al mismo tiempo una honradez en el trabajo, una diligencia".

La palabra que habló, el ejemplo que nos dio, la valentía y el coraje de su predicación, la compasión y el amor hacia el prójimo tenía su fuente en la oración, su corazón estaba lleno de amor de Dios recogido en la oración.

Mons. Romero no se levantó como un líder al que sólo lo mueve el afán de protagonismo, porque él tenía la debilidad innata de los grandes profetas que se sienten niños, se sienten pequeños, mudos y débiles en sí mismos. El surgió de en medio del pueblo, de entre la gente común y corriente, y fue el espíritu de Dios quien lo hizo fuerte. Por eso no decayó hasta consumar su misión: dar la vida por su pueblo. El decía que "los verdaderos protagonistas de la historia son los que están más unidos a Dios, porque desde Dios auscultan mejor los signos de los tiempos, los caminos de la Providencia, la construcción de la historia". Eso fue él, sin querer serlo, un protagonista de la historia en nuestra patria, un signo del amor de Dios hacia nosotros. Su vida y su muerte se han convertido en baluarte de nuestra esperanza y de nuestra fe.

Cómo soñaba con ver "un mundo sin injusticias, un mundo de respeto a los derechos, un mundo de participación generosa de todos, un mundo sin represiones, un mundo sin torturas". Y desde lo profundo de su alma salieron también estas palabras: "Ah, si tuviéramos hombres de oración entre los hombres que manejan los destinos de la patria, los destinos de la economía. Tuviéramos un mundo como el que sueña la Iglesia".

Nosotras, Religiosas de la Vida Contemplativa, admiramos y amamos a Mons. Romero, estamos agradecidas a Dios por todo lo que hizo en él. En este breve recuerdo de su figura hemos querido destacar con relevancia al pastor orante, al profeta que recibe de Dios el mensaje y así traer nuevamente al corazón de todos el deseo de orar y de recibir de Dios la fortaleza, el amor, la paz, la unidad y el perdón.

 

 


 

 

El cardenal Martini sugiere la necesidad de un Concilio

Sínodo de Europa 1-23 de octubre

 

El día 7 de octubre el cardenal Carlo María Martini sugirió la necesidad de un nuevo concilio, pues sin él no se podrán resolver los grandes problemas de la Iglesia católica actual. Esto ha sido, sin duda, lo más llamativo y lo más importante del sínodo europeo. A ello volveremos, pero antes digamos unas breves palabras sobre lo que ha ocurrido en esas tres semanas.

 

Graves problemas y tibias esperanzas

En Europa hay 284 millones de católicos, un 41% de la población, de los que 70 millones viven en los antiguos países del este. Entre diocesanos y religiosos hay 215 mil sacerdotes, más de 7 mil diáconos permanentes, 397 mil religiosas y religiosos y unos 29 mil seminaristas. Sin embargo, las iglesias se están vaciando, y culturalmente Europa se está descristianizando. Cada vez más se habla de "paganismo occidental".

Del 1 al 23 de octubre se reunieron en Roma alrededor de 200 obispos para enfrentar ese proceso de descristianización y los problemas que para la Iglesia afloran en Europa: sexualidad humanizada, papel de la mujer en la iglesia y en los ministerios, democratización de las estructuras eclesiales...

Por lo que toca al mundo europeo en que vive la Iglesia, el documento preparatorio del sínodo recuerda cómo han cambiado las cosas en los últimos ocho años. En efecto, el sínodo anterior de 1991 hizo una valoración de los cambios tras la caída del muro de Berlín y la desaparición del comunismo. Ahora, dice en el documento preparatorio, "ha surgido otro muro invisible, hecho de miedo y agresividad, de falta de comprensión hacia los hombres de distinto origen, de distinto color de piel, de distintas convicciones religiosas; es el muro del egoísmo político y económico, de la debilitación de la sensibilidad al valor de la vida humana y a la dignidad de todo hombre".

La verdad es que el sínodo no comenzó con mucho ánimo. Un periodista dice: "no recuerdo un inicio de sínodo más desesperanzado que éste". Un signo externo fue que pocas veces en la Basílica de San Pedro asistió tan poco público para una ceremonia de esta importancia. Había muchos claros en la nave central, habitualmente llena, y en las capillas laterales los vacíos eran impresionantes.

La razón de fondo para este desaliento es que muchos de los obispos desconfían de que el sínodo, tal como está planteado y dirigido desde hace años, sea capaz de dar un importante paso adelante. Esta desconfianza se nota también en que las conferencias episcopales no han hecho mucho para que las bases de la Iglesia se interesen por el sínodo.

En su homilía del 1 de octubre el Papa reconoció los graves problemas de Europa. "Desgraciadamente los entusiasmos suscitados por la caída de las barreras ideológicas y por las pacíficas revoluciones de 1989 parecen haberse extinguido de forma rápida por el impacto de los egoísmos políticos y económicos. En los labios de muchas personas de Europa aparecen las palabras desconsoladas de los dos discípulos camino de Emaús: ‘nosotros esperábamos...’". Pero Juan Pablo II intentó también dar esperanza. Dirigiéndose a Europa dijo: "¡No cedas al desaliento, no te resignes a modos de pensar y vivir que no tienen futuro porque no se basan en la sólida certeza de la palabra de Dios!". Eso es lo que el sínodo debía fomentar, y de ahí el lema del sínodo: Jesucristo vivo en su iglesia, fuente de esperanza para Europa.

Ese fue el inicio. Al final, el día 22, los obispos publicaron un mensaje. En él se enumeran las esperanzas: los mártires de todas las confesiones en este siglo, tanto en los países del Oeste como en los del Este; la santidad de muchos hombres y mujeres; la libertad de las Iglesias del Este europeo; la concentración de la Iglesia en su misión espiritual; los nuevos movimientos y comunidades; la responsabilidad de todos los cristianos (también laicos y laicas), la creciente presencia y acción de la mujer en la Iglesia (sobre este tema se esperaba mucho más); el camino ecuménico...

Y se mencionan también los problemas de Europa. Ante todo recuerda el documento la violación de los derechos fundamentales de las personas, de las minorías y de los pueblos —especialmente la "limpieza étnica" y el impedimento a los prófugos para que regresen a sus casas— con el enorme peso de injusticias, violencias y muertes, que aplastan nuestro siglo. Además, menciona los peligros que se ciernen sobre la vida humana y la familia; el problema de las migraciones; el trabajo, la cultura y la educación en los valores morales espirituales; la apertura de Europa a todos los países del mundo con la condonación o reducción de la deuda de los países pobres...

En conclusión, los obispos piden a Europa que pase por la conversión y que mantenga la esperanza, que se fundamenta en Jesucristo. Sin embargo, lo más importante del sínodo, como ya hemos dicho, fueron las palabras del cardenal Martini. Periodísticamente fue una noticia bomba. Eclesialmente puso el dedo en la llaga.

 

Necesidad de un nuevo Concilio

El jueves 7 de octubre, pasadas las seis de la tarde, le tocó el turno al cardenal Carlo María Martini, arzobispo de Milán. Cuando el jesuita de 72 años comenzó a hablar, la atención del aula sinodal se hizo algo más intensa de lo habitual. Los 170 padres presentes escuchaban con respeto a quien durante varios años fue presidente del Consejo de Conferencias Episcopales Europeas. Martini evocó la memoria de un cardenal fallecido hace tres meses, Basil Hume, primado de la Iglesia católica inglesa, arzobispo de Westminster, que en una de sus intervenciones sinodales sorprendió a todos utilizando la histórica expresión del líder negro norteamericano Martin Luther King: "I had a dream" ("tuve un sueño").

"También yo he tenido estos días un sueño, es más, varios sueños", dijo Martini. Una vez conseguido el efecto sorpresa, comenzó su enumeración. "El primero de ellos es que la familiaridad cada vez mayor de los hombres y las mujeres europeas con la Sagrada Escritura haga revivir aquella experiencia del fuego ardiendo en el corazón que hicieron los dos discípulos en el camino de Emaús. La Biblia leída y rezada en particular por los jóvenes es el libro del futuro del continente europeo".

"El segundo es que la parroquia siga actualizando con su servicio profético, sacerdotal y diaconal aquella presencia del resucitado en nuestros territorios que los discípulos de Emaús pudieron experimentar en la fracción del pan con Jesús, con la ayuda de la inserción de los movimientos en la comunión de la pastoral parroquial y diocesana".

"El tercero —y aquí la voz del cardenal se hizo aún más rica de matices, según testimonios de alguno de los presentes— se inspira en el gozoso retorno de los discípulos de Emaús a Jerusalén para encontrar a los apóstoles. Es la posibilidad de nuevas y más amplias experiencias de colegialidad para afrontar juntos, con todos los obispos, aquellos problemas que la vida moderna nos pone por delante, aproximando y comparando entre ellos los múltiples lenguajes y las varias culturas en las cuales es vivido hoy el mensaje cristiano".

Sin usar nunca la palabra era evidente para todos que el cardenal Martini estaba pidiendo o sugiriendo la posibilidad de convocar un nuevo Concilio Ecuménico. Esto se hizo aún más claro al leer el texto completo de su intervención. "Estamos llamados a preguntarnos si, cuarenta años después del Vaticano II, no está madurando poco a poco para la próxima década la conciencia de la utilidad y casi de la necesidad de una autorizada confrontación colegial entre todos los obispos sobre algunos puntos que han emergido en estos cuarenta años. Da además la sensación de qué hermoso y útil sería para los obispos de hoy y de mañana, en una Iglesia cada vez más diversificada en sus lenguajes, repetir aquella experiencia de comunión, de colegialidad y de Espíritu Santo que sus predecesores realizaron en el Vaticano II y que hoy ya es sólo memoria viva de sus escasos testigos".

El arzobispo de Milán cree que ha llegado el momento de convocar el que podría llamarse Concilio Vaticano III, para poder abordar algunos temas centrales. "Pienso en general en la profundización y desarrollo de la eclesiología de comunión del Vaticano II. Pienso en la carencia ya dramática en algunos sitios de ministros ordenados y en las crecientes dificultades de un obispo para proveer a la cura de almas en su territorio con suficiente número de ministros del Evangelio y de la Eucaristía. Pienso en algunos temas referentes al papel de la mujer en la sociedad y en la Iglesia, la participación de los seglares en algunas cuestiones como la responsabilidad ministerial, la sexualidad, la disciplina del matrimonio, la praxis penitencial, las relaciones con las Iglesias hermanas de la ortodoxia y, más en general, la necesidad de reavivar la esperanza ecuménica. Pienso en la relación entre democracia y valores, entre leyes civiles y leyes morales".

"Algunos de estos ‘nudos’ necesitan probablemente de un instrumento colegial más universal y autorizado donde puedan ser afrontados con libertad, con pleno ejercicio de la colegialidad episcopal, a la escucha del Espíritu y mirando al bien común de la Iglesia y de toda la humanidad".

Cuando el arzobispo de Milán finalizó su intervención, hubo un tibio aplauso, y se pudo detectar cierto embarazo en las miradas que se cruzaron entre sí algunos de los más altos representantes de la Curia. Juan Pablo II no hizo gesto alguno. Como el Sínodo parece estar concebido y dirigido para apagar cualquier eco sobre las noticias que pueden producirse en su seno, la propuesta del cardenal Martini no tuvo la trascendencia que cabía esperar. Sólo el diario romano Il Messaggero la consideró digna de figurar en su primera página, mientras la mayoría de los periódicos italianos, y mucho más aún los extranjeros, o la ignoraron o la dieron con escaso relieve.

Sin embargo, se trata de una toma de posición importante, sobre todo si se tiene en cuenta la personalidad de su autor. El cardenal Martini, y eso no es un secreto para nadie, figura desde hace años en todas las listas de "papables". Ahora, al terminar el sínodo, las palabras del cardenal son noticia importante.

 

Reacciones. El centralismo en contra. Muchos arzobispos a favor

La propuesta del cardenal Martini no ha caído bien al centralismo eclesial. El 22 de octubre dos cardenales y cuatro arzobispos acudieron a la sala de prensa y tuvieron que responder a cinco preguntas sobre el tema. Todas las respuestas fueron en tono jocoso y despreciativo. "La propuesta no ha provocado discusiones en el sínodo", sentenció Frank Rodé, cercano al cardenal Ratzinger, obispo de Eslovenia. "Es una hipótesis que probablemente no se va a verificar nunca", afirmó el cardenal francés Paul Poupard. Las palabras del cardenal Dionigi Tettamanzi, arzobispo de Génova y un preferido del papa, fue cruel con su hermano de colegio cardenalicio. "La intervención del cardenal Martini no ha tenido ningún eco".

Esos comentarios a la propuesta de un cardenal tan conocido universalmente, tan competente en teología y biblia, tan creativo pastoralmente, tan respetuoso y caritativo, realmente llaman la atención. Sobre la categoría del cardenal Martini baste recordar que hace sólo tres años escribió con el mundialmente conocido Umberto Eco un hermoso libro de diálogos de fin de milenio: ¿En qué creen los que no creen en Dios? Pocos cardenales hay que tengan el prestigio de escribir junto con Umberto Eco y el interés pastoral de abordar esas preguntas, que tanto afectan a los europeos de hoy.

Los periodistas comentan que "los cardenales de la curia están enfadados con el arzobispo de Milán, porque les ha amargado el postre de un sínodo aparentemente sin conflictos. Pero el sector progresista de los prelados, limitado pero de relumbre, no ha podido ocultar su estupor por cómo el lobby curial se ha ensañado con Martini. Y el cardenal Tettamanzi —"Martini no tuvo ningún eco"— se equivocó.

Importantes prelados europeos se han alineado, sin miramientos, de su lado. Entre ellos están los presidentes de las conferencias episcopales de Alemania y Bélgica, el obispo Karl Lehmann y el cardenal Godfried Danneels; el arzobispo inglés de Westminster, Vincent Nichols; el escocés Patrick O´Brien, arzobispo de Edimburgo; y Josef Homeyer, obispo alemán de Hildesheim y presidente de la Comisión de los Episcopados de la Comunidad Europea.

Vincent Nichols defendió a Martini: "Es una propuesta que hay que tomar muy en serio". Homeyer fue más lejos: "Las cuestiones que plantea superan las dimensiones de un sínodo. Como él hemos pensado muchos otros". Más radicales han sido las quejas del escocés O'Brien: "El Concilio Vaticano II sancionó que los obispos somos vicarios de Cristo, pero Roma no lo piensa así", y recalcó que cuatro de los diez miembros de la comisión sinodal en la que participó no habían sido elegidos por sus conferencias episcopales, sino que habían sido designados por el Papa o la curia. Con ese sistema, explicó O'Brien, el Vaticano logró bloquear las propuestas incómodas.

El sueño del cardenal Martini sigue en pie. La curia lo puede tomar como una provocación, y está convencida de que Juan Pablo II siempre se opondrá a reformar el actual reparto del poder eclesial. Pero no hay que olvidar lo ocurrido en los años sesenta con la experiencia del Vaticano II. La rebeldía de los obispos, con la simpática anuencia de Juan XXIII, sacó de quicio a lo curiales, y la dirección de la Iglesia quedó en manos de quienes les corresponde: los obispos con el Papa. "Si no es posible un nuevo concilio, piensan algunos, la crisis será cada vez más honda".

Todo esto es lo que han desatado las palabras sencillas y profundas, moderadas y proféticas, del cardenal Carlo María Martini.