Carta a las Iglesias, AÑO XIX, Nº 437-438, 1-30 de noviembre de 1999

 

Vinieron de muchas partes

 

Para la celebración del X aniversario vino mucha gente y de muchas partes. Y es importante saber por qué y para qué. En este largo número de Carta a las Iglesias muchos, desde campesinos a obispos, dan respuesta a estas preguntas. En este editorial lo reflexionamos en forma de breves tesis.

1. "Cuando yo sea levantado en alto todo lo atraeré hacia mí". Estas son palabras de Jesús, en el evangelio de Juan, hablando de su muerte. Y así fue. La cruz de Jesús, y la esperanza de su vida victoriosa, atrajo a muchos. Los discípulos que habían huido, temerosos y acobardados, a Galilea, retornaron, decididos, valientes y alegres a Jerusalén. Algo hay que les atraía con fuerza irresistible en ese Jesús resucitado, sí, pero que murió crucificado: en definitiva su defensa y entrega a los débiles, su firmeza frente a los opresores, su misericordia y su amor. Y, aunque fuese escándalo y locura para muchos, en ese crucificado encontraron la fuerza para comenzar una nueva vida.

Eso sigue siendo verdad hasta el día de hoy. Entre nosotros, muchas veces los supervivientes han callado —por miedo— sobre sus víctimas, y viendo el camino que ha tomado el país se han desencantado. Pero contra toda lógica, para tener ánimo y esperanza recuerdan a sus mártires. Por eso vienen a la UCA y a la cripta de Catedral, al Mozote y a las Aradas, y a tantos otros lugares. Los mártires les atraen sin poderlo remediar.

2. "Ustedes lo mataron, pero Dios lo devolvió a la vida". A quien pasó haciendo el bien, al justo y al inocente, al autor de la vida, los seres humanos —romanos y judíos entonces— dieron muerte. Esta es la injusticia fundamental, la terrible posibilidad de la historia y el escándalo de que el verdugo triunfa sobre la víctima. Pero a esa acción criminal de los humanos, sigue la reacción de Dios: devuelve a la vida a Jesús, el verdugo no triunfa sobre la víctima. Y desde entonces hay esperanza para los crucificados.

También esto sucede hasta el día de hoy para quien no se queda en la superficie de las cosas y es capaz de mirar la realidad hasta el fondo. Militares y oligarcas, escuadroneros y opresores —el "ustedes"— han dado muerte a justos e inocentes, a evangelizadores y profetas. Aquéllos quedan en el olvido, pero a éstos Dios les devuelve a la vida. La muerte no los entierra para siempre. Monseñor Romero ha resucitado en su pueblo, Monseñor Gerardi se ha convertido en símbolo del pueblo indígena. Rufina, la superviviente de El Mozote y mártir en la sangre de sus hijos, mantiene viva la verdad... En la vigilia de la UCA no estaban los asesinos, tenían miedo, se escondían. Pero sí estaban, por miles, familiares y amigos de las víctimas.

3. "Dios ha constituido Señor y mesías a este Jesús a quien ustedes han crucificado". Pilatos y los sumos sacerdotes no han generado un movimiento de vida. Fueron "ídolos", pero no han llegado a ser "señores" de la historia con capacidad para humanizarla. Jesús, el mártir, la víctima, sí ha generado un movimiento que llega hasta nosotros. Sociedades mal llamadas cristianas han cometido, ya lo sabemos, aberraciones a lo largo de la historia. Pero el crucificado siempre tiene el poder y la fuerza para generar verdad, compasión, paz y justicia, todo aquello de lo que vivimos los seres humanos. Martin Luther King y la hermana Silvia Arriola, por mencionar dos mártires, Juan XXIII y Dorothy Day, por mencionar a quienes entregaron su vida lentamente, han seguido al crucificado, producen vida y fraternidad.

También nuestros mártires han generado ya mucha vida. Muchas instituciones de derechos humanos, de trabajo social y educativo, de teología popular, llevan su nombre. Y, sobre todo, muchos hombres y mujeres los invocan en el fondo de sus corazones para vencer obstáculos, mantenerse en persecuciones y trabajar por la fraternidad, la paz y la justicia. También a nuestros mártires Dios los ha constituido en "señores de la historia". Su señoría no lo ejercen con armas, poder ni dinero, sino con la invitación y la atracción de la verdad, la esperanza y el amor..

4. "Mi siervo prosperará". El pueblo crucificado, representado en el siervo sufriente de Yahvé, desfigurado, llevado al matadero sin decir palabra, sin ningún tribunal que lo defienda, resucitará. Este es el gran escándalo de la fe, mayor que la resurrección de la Monseñor Romero. Pero ya se hace visible algo de resurrección. De las 14,000 personas que había en la vigilia de la UCA la inmensa mayoría era gente pobre, más parecidas a Elba y Celina que a Ellacuría o Montes, gente que día a día se parecen al siervo por la pobreza y que tienen muchas víctimas entre sus familiares. Y sin embargo ahí estaban, rezaban y platicaban, cantaban y bailaban. Les nacía la vida.

¿Por qué vinieron? Porque ven en el recuerdo de los mártires algo que les da dignidad, fortaleza y esperanza. No la encuentran en promesas de políticos ni en comerciales de televisión y, a veces, tampoco en las iglesias institucionales. Pudiera no ser así, pero así es. Los mártires generan vida y esperanza, como pocas otras cosas, ideas e instituciones lo hacen. Por eso vinieron muchos y de muchas partes.

 

Sobre este número

 

Para terminar hagamos una reflexión que ayude a mejor leer este número de Carta a las Iglesias. Y la primera y principial es que el número está dedicado todo él al X Aniversario de los mártires de la UCA, pero en él están presentes todos los mártires salvadoreños.

En la sección de Realidad Nacional se trata de responder a cuatro preguntas que hoy se sigue haciendo la gente: qué pasó hace diez años, cómo está el país diez años después, cómo sigue el caso de los jesuitas y cómo se recuerda a los mártires de la UCA en la sociedad salvadoreña.

El resto del número está dedicado a las diversas actividades del aniversario, celebración, discursos, testimonios y reflexiones. Comienza con "una palabra de agradecimiento", de Paco Escobar, y termina con "una palabra de alegría, a pesar de todo", de Dean Brackley.

El material se ha ordenando cronológicamente. Dada la diversidad de actividades, salen a relucir varias cosas importantes para la UCA, la Iglesia y el país: instituciones sociales como Fe y Alegría, la novedad de una radio como la YSUCA, la publicación de libros de los mártires y sobre ellos, el cariño de la familia de Italo López Vallecillos que dona su biblioteca, la solidaridad de jesuitas y congresistas norteamericanos... Se reproducen también homilías y discursos —extractados—, que manifiestan el pensar salvadoreño y cristiano de la universidad. Hay que recordar también, aunque no lo reseñamos por falta de espacio, que esos días tuvo lugar en la UCA, con gran asistencia de participantes, el II Congreso de Psicología de la Liberación en recuerdo del P. Nacho.

Por último cuatro cosas quisiéramos destacar de este número. La primera son las celebraciones eucarísticas, participadas, llenas de sentido y mística cristiana, con homilías inspiradoras. La segunda es la participación popular, de gentes que vinieron de lejos, y de jóvenes cuyo número va en aumento cada año. La tercera es la misa ante la tumba de Monseñor Romero: los mártires de la UCA forman parte del martirio del pueblo salvadoreño simbolizado en Monseñor. Y la última es la presencia de los familiares de los mártires, venidos de El Salvador y, la mayoría de ellos, de la lejana España. A ellos y a sus palabras dedicamos las páginas centrales de este número.

 

 


 

 

Los asesinatos del 16 de noviembre

Cuatro preguntas

 

Primera pregunta: qué ocurrió hace diez años

Han pasado ya diez años. Y la gente pregunta cómo fue aquel 16 de noviembre. Lo contamos tal como lo recuerda la periodista española Carmen Cortina.

La mañana del 16 de noviembre de 1989, los periodistas que dábamos seguimiento a la guerra de El Salvador traicionamos al oficio. Rompimos las reglas, renegamos, insultamos. Monseñor Arturo Rivera y Damas, el arzobispo de San Salvador, tenía también un nudo en la garganta. Frente a los cuerpos de seis sacerdotes jesuitas y dos mujeres, clamó, exhortó, hizo evidente el tamaño de su indignación. Aquella mañana la guerra dio un vuelco.

Casi todos los dirigentes políticos y sindicales habían salido del país. Los pocos que quedaban, ni dudaron en refugiarse en alguna embajada. Ignacio Ellacuría fue el único personaje público a quien se le ocurrió ingresar el 13 de noviembre al país, proveniente de España. José Antonio Ellacuría, su hermano, cuenta que no hubo forma de convencer a Ignacio de que no volviera en esos días a El Salvador. Decía Ellacuría que "si el presidente Cristiani lo llamaba para matarlo, entonces sería el criminal directo".

Nunca se aclaró qué responsabilidad tuvo el presidente Cristiani en la masacre. Se comprobó, eso sí, que un grupo del Batallón Atlacatl, una fuerza especial, entró violentamente a la residencia de los sacerdotes de la UCA y que fue disparando, uno a uno, contra los sacerdotes. Las dos mujeres eran la esposa y la hija del jardinero de la universidad. Esa noche, aterradas por la ofensiva, pidieron alojamiento a los curas. Murieron abrazadas.

"Antes de viajar, Ellacuría telefoneó a su comunidad de la UCA. Quiso saber su opinión. Quiso compartir con ellos el riesgo". Todo esto me lo cuenta Rolando Alvarado, también jesuita, último asistente que tuvo Ellacuría. Y mientras le oigo hablar, yo recuerdo los ocho cuerpos tirados en el jardín trasero de la residencia. Seis de ellos con el cráneo destrozado. Y recuerdo también la bata color café de Ellacuría. Su rostro sin mirada. A Ignacio Martín Baró, autor de once libros. A Segundo Montes, padre de los desplazados de guerra; desplazado él mismo de la vida. A Amando López, testigo de la guerra de Nicaragua. Víctima de otra guerra o de la misma. A Juan Ramón Moreno, amante irredento del arte de ordenar libros; creador de la biblioteca teológica más importante de América Central. A Joaquín López y López, el único de ellos que nació en El Salvador. Y a Julia Elba y a Celina Ramos, testigos silenciados.

Ignacio Ellacuría tenía su muerte anunciada. La tenían en general casi todos los curas en El Salvador y en particular los jesuitas que fueron los primeros religiosos en experimentar la violencia. En febrero de 1977, el sacerdote jesuita Rutilio Grande encabezó la lista. Su asesinato tiñó de consignas políticas al movimiento campesino y estudiantil que en esos años comenzaba a tomar fuerza. Junto a los volantes de los manifestantes aparecieron otros con un llamado a los salvadoreños: "haga patria, mate un cura".

Era el inicio de la guerra e Ignacio Ellacuría lo sabía. Por ello comenzó muy pronto a buscar una alternativa. Nunca creyó en la guerra. Condenó duramente la injusticia, pero siempre pensó que la guerra exigiría demasiado al país. Y no se cansó de proponer alternativas, de hacer público su rechazo. Un rechazo que, tampoco fue mal visto por el FMLN, aunque durante años le apostó a la victoria militar. La última vez que lo vi coincidimos en un vuelo San Salvador-Managua. Corría el mes de septiembre de 1989. Después supe que había ido a entrevistarse con Joaquín Villalobos. Ellacu le manifestó su desacuerdo con la ofensiva. De cualquier forma, el FMLN la lanzó. Pero antes le pidió a Ellacuría que por favor, por favor, saliera del país. Y salió, claro, pero regresó. Y fue asesinado. "El Salvador perdió mucho con su muerte", precisa Rolando Alvarado, aunque reconoce que también aceleró la llegada de la paz.

Unos días después del crimen, un general del ejército salvadoreño le dijo al padre Francisco Estrada, quien sustituyó a Ellacu en la UCA, que los jesuitas muertos harían más daño a la Fuerza Armada que toda la guerra junta. "Entonces, ¿por qué los mataron?", pregunté a Estrada. "En El Salvador, a todo el que estorba lo matan. Las consecuencias las miden después", me respondió. Pero la Fuerza Armada no fue la única golpeada por el asesinato de los jesuitas. La ofensiva y el crimen sacudieron a los estrategas del Pentágono. La ayuda militar enviada desde el inicio de la guerra, no había servido para derrotar al FMLN y sí en cambio, para armar a un ejército que no cumplía con las reglas del juego. Con diez años de retraso, los estadounidenses se sumaron a la tesis de Ellacuría y se convencieron de que la negociación era la única salida a una década de horror.

Sobre si el crimen fue un error o no, nadie se pone de acuerdo. Pero todo el mundo reconoce que se lo advirtieron. "Ellacuría es un guerrillero, que le corten la cabeza". "Debemos sacarlo para matarlo a escupidas". Estas y otras amenazas escuchamos en la cadena nacional radial que el gobierno impuso a las pocas horas de iniciada la ofensiva. Ellacuría aún estaba en España, donde recibía el Premio Comín, junto con 5,000 dólares que, por cierto, robaron los mismos militares que lo asesinaron. La voz de Francisco Merino, el vicepresidente, acusaba a Ellacuría de haber envenenado las mentes de todos los estudiantes de la UCA. Me informan ahora que el responsable de esa cadena nacional, Mauricio Sandoval, es actualmente el jefe de la Policía Civil.

Segunda pregunta: que está ocurriendo ahora

Muchos preguntan hoy si la muerte de estos jesuitas ha sido en vano, cómo está ahora el país, si mejor o peor... En otros lugares hemos afirmado que su muerte no fue en vano: ayudó a poner fin a la guerra, y sobre todo fue semilla de verdad, compasión, justicia y fraternidad, pequeño arbolito que sin embargo sigue creciendo. La vigilia del 15 es sólo una expresión de ello. Ahora, sin embargo, nos concentramos en la situación actual del país para reafirmar la necesidad de no olvidar aquel 16 de noviembre.

Muchas cosas han cambiado en El Salvador, pero es evidente que las antiguas propuestas radicales de cambio social han dado paso al compromiso pragmático, con lo cual el pueblo salvadoreño sigue sumido en la tragedia de la pobreza y en la barbarie de la violencia. Dicho esto desde el nuevo escenario político, la conversión de la izquierda armada a la democracia formal ha significado también aceptar el neoliberalismo en sus manifestaciones más perversas. La izquierda en su conjunto se ha convertido en algo menos que actor pasivo en un orden socio-económico controlado por los grupos de poder económico. Por su parte la derecha, sin resistencias importantes, se ha dedicado a hacer lo que más le gusta: amasar grandes fortunas valiéndose de todos los medios a su alcance. Y lo que es peor, algunos de sus miembros, que fueron responsables y/o cómplices de asesinatos, desapariciones y torturas en las dos décadas pasadas, se presentan ahora con el mayor descaro como los adalides de la democracia. Con la ayuda de un sistema judicial viciado han hecho borrón y cuenta nueva de su pasado, como si con sus crímenes no hubieran causado daños que hay que reparar. Y sólo con esa reparación la sociedad salvadoreña recobrará su dignidad.

Tras la firma de la paz los mecanismos institucionales de terror y muerte han cambiado, aunque no con la suficiente radicalidad como para asegurar que nunca más van a volver a ponerse en marcha. Todavía existen espacios institucionales no sometidos totalmente a la legalidad y al control de la sociedad. El andamiaje de las instituciones democráticas —desde los partidos hasta el sistema de justicia— es sumamente débil, lo cual hace posible que la ilegalidad se incruste en el interior de las estructuras estatales.

Individuos y grupos que antes vivieron del exterminio de otros -a quienes llamaban subversivos y comunistas- tienen ahora una presencia muchas veces decisiva tanto en la esfera pública como en los círculos oscuros que quedan como herencia del pasado reciente. No paran de recitar su credo democrático. Son analistas políticos, comentaristas, conductores de programas de radio o televisión y hasta empresarios. Pero cuando se escarba detalladamente en sus actividades, no son tan limpios y honestos como aparentan, al igual que tampoco lo fueron en el pasado. Añoran los tiempos en los que reinaban con absoluta impunidad y quisieran volver al pasado. Creen que las leyes no son para ellos, sino para los demás; desafían a los jueces, ocultan información, denigran a sus adversarios. En fin, son una amenaza para la institucionalidad democrática.

Hay también los que gritan que ya no hay que seguir hurgando en el pasado, pues si se siguen tocando los viejas heridas éstas nunca van a sanar. Superficialmente, quizás las cosas sean así. Sin embargo, hay dinamismos históricos del pasado que siguen configurando la realidad del presente tanto en el plano estructural como en el plano simbólico. Muchas de las perversiones institucionales de ahora —por ejemplo, las que tienen atrapada a la Policía Nacional Civil— guardan estrecha relación con perversiones del pasado reciente. Muchas de las prácticas criminales de ahora —bandas de secuestradores, narcotraficantes, extorsionistas— no son ajenas a las prácticas que proliferaron entre los sectores militares, políticos y empresariales en la década pasada. Muchos de los valores de la cultura nacional actual —prepotencia, fuerza, matonería— se incubaron durante el largo reinado del autoritarismo militar.

Recordar a los jesuitas de la UCA —y con ellos a todos los asesinados por su compromiso con la justicia— es necesario para enfrentarse críticamente con el presente.

 

Tercera pregunta: cómo está el caso jesuitas

Hubo un juicio. Los siete autores materiales, confesos de la masacre, fueron declarados inocentes por un tribunal de conciencia anónimo. El coronel Alfredo Benavides y su asistente Yusshy René Mendoza, fueron los dos únicos condenados. El primero de abril de 1993 ambos abandonaron el penal donde se encontraban recluidos. Una amnistía, calificada por el entonces Provincial de los jesuitas, José María Tojeira, como una ofensa a la justicia, otorgó la libertad a los. Estos son los hechos escuetos, pero muchos se siguen preguntando si ya se ha cerrado el caso de los jesuitas, con lo cual preguntan en verdad si alguna vez se hará justicia en los miles de casos de torturas, asesinatos, desaparecimientos, masacres...

Comisión de Derechos Humanos de la OEA. La UCA y los jesuitas quieren que el caso no se dé por cerrado, precisamente para alentar esa esperanza. Hace ya más de dos años el caso de los jesuitas fue presentado a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos (OEA). "El proceso está ahora en una etapa confidencial en la que la Comisión ha solicitado determinadas cosas al Gobierno salvadoreño", afirma el director del IDHUCA, quien espera el dictamen de dicha comisión antes del mes de febrero, aunque se muestra escéptico del resultado, y denuncia que el sistema judicial salvadoreño sigue controlado por pequeños grupos de poder.

Estos son los pasos reales que se han dado para esclarecer el caso de los jesuitas. ¿Qué se puede hacer en el futuro con este y otros casos? Lo único es impugnar la amnistía de 1993. El caso Pinochet ha reabierto el tema "justicia" y "legislación". Hay que revisar ésta para que prevalezca aquélla. Veamos lo que se puede hacer.

Revocación de la amnistía. En El Salvador un decreto de amnistía ha pretendido olvidar y perdonar a espaldas de su propio pueblo, y contra un mundo al que indignan crímenes cometidos en cualquier parte del planeta, cuando comprometen seriamente el respeto a los derechos humanos.

El caso jesuitas es uno de aquellos crímenes cuyos autores gozan dentro del derecho interno de perdón y olvido, tanto para los que fueron llevados a juicio como aquellos que participaron como intelectuales, pero que la justicia no los alcanzó. Pero la tal amnistía no sólo viola el derecho interno por haberse concedido a personas al servicio del Estado dentro del mismo período en que se cometieron los crímenes. Art. 244 Cn.; sino también el derecho internacional, pues se han concedido amnistías sobre delitos imprescriptibles, esto es, que no pueden dejar de perseguirse y sancionarse en ningún tiempo ni someterse a condición su procesamiento y penalización, como son los crímenes de guerra y lesa humanidad.

La amnistía es sólo una pretensión del poder frente al Estado de Derecho, pero en realidad no se concilia con éste. Para dejar a un lado la amnistía y restablecer el derecho gravemente violado, y con el objeto de permitir la sanción de los autores intelectuales en el caso jesuitas, se pueden elegir varios caminos que provee el derecho interno o el internacional:

1. Que la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia declarara de un modo general y obligatorio la inconstitucionalidad del decreto de amnistía. Art. 183 Cn.

2. Que frente a un caso concreto llevado a algún tribunal nacional los jueces correspondientes declararan inaplicable la Ley de Amnistía. Art. 185 Cn.

3. Que frente a un caso concreto llevado a algún tribunal nacional los jueces, dentro del conflicto de normas y tratados internacionales de derechos humanos y la ley de amnistía, prefirieran las primeras, dejando de lado la amnistía.

4. Que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, con sede en Washington, que es un órgano supranacional cuyas decisiones son obligatorias para el Estado de El Salvador, por ser este signatario del Pacto de San José, se pronuncie por reconocer la amnistía como una violación al Pacto y ordene su derogación, así como otras medidas concretas, para restablecer el respeto a los derechos humanos en El Salvador.

Existe también la posibilidad de que la Corte Interamericana de Justicia que es un tribunal que forma parte del sistema de protección internacional americano de los derechos humanos intervenga porque la Comisión le presenta el caso, o porque el caso es sometido por el Estado de El Salvador u otro.

5. Que cualquier Estado democrático y con sólidas instituciones democráticas, apliquen el principio de universalidad en la persecución de crímenes de lesa humanidad, sometiendo a su propio derecho interno el juzgamiento de los autores intelectuales y en aplicación de normas internacionales desconozcan el decreto de amnistía dado en El Salvador.

Cuarta pregunta: cómo se recuerda a los mártires

Depende, naturalmente. Las comunidades cristianas recuerdan a Monseñor Romero, a los mártires de la UCA y, cada vez más, a los suyos propios con mayor entusiasmo y compromiso. Pensemos en la vigilia. Los poderosos del país, la fuerza armada, la oligarquía, la banca, el gobierno, la asamblea y muchos partidos políticos llevan diez años ignorándolos y con el deseo de que queden muertos para siempre. Así, se empobrecen a sí mismos y al país.

Por lo que toca a los medios de comunicación, la situación varía. Mencionemos en primer lugar un ejemplo aberrante, de los que abundaban hace años. El día 11 de noviembre El Diario de Hoy publicó un especial sobre la ofensiva guerrillera de 1989, y a media página los redactores añadieron un subtítulo "El asesinato de los jesuitas". No guardaba relación alguna con el tema que se desarrollaba en la nota y, sin embargo, apareció con letra más grande y resaltada en negrita. Decía así: "Ignacio Ellacuría considerado el ideólogo de la izquierda, y otros cinco jesuitas fueron asesinados el 16 de noviembre de 1989, en la sede de la Universidad Centroamericana (UCA), calificada como uno de los "santuarios del FMLN" durante la agresión armada".

Lo tendencioso de la información es evidente. Se habla de "ideólogo de la izquierda", sin mencionar que Ellacuría y la UCA también fueron críticos hacia el FMLN. Y, sobre todo, no se menciona que quienes les difamaban de esa forma era un sector de la sociedad salvadoreña: el sector de la Fuerza Armada que planeó y ejecutó el asesinato y las clases altas del país que avalaron y justificaron el crimen.

También es tendencioso que la frase se haya incluido en un supuesto reportaje sobre la ofensiva. La finalidad, no otra que la de vincular a los jesuitas asesinados con el FMLN, lo mismo que hicieron los responsables materiales e intelectuales del crimen. Y así, resulta que el asesinato es justificable. Después de todo —se diría, y se dice, de hecho—, Ellacuría y su equipo (al igual que Monseñor Romero) "se metieron en política".

Por otra parte los medios ofrecieron otra presentación del 16 de noviembre. En el mismo El Diario de Hoy la columna de Salvador Samayoa del 11 de noviembre es sumamente laudatoria y cariñosa hacia los mártires de la UCA. "A todos los quería mucho y su muerte me dolió hasta el fondo del alma... Me dolió, además, como salvadoreño, por la pérdida de personas de buen corazón, de mucho talento y generosidad, que indudablemente harían mucha falta para construir un país mejor y una sociedad más humana". Y a Ellacuría, dedica estas palabras: "Ignacio era un hombre extraordinario... Tenía total independencia de criterio... Era un espíritu libre. Su inteligencia era superior".

También La Prensa Gráfica publicó, el 14 de noviembre, un reportaje titulado "Un tal Ignacio", en el que diferentes ex alumnos de Ellacuría expresaban en elogios sus remembranzas estudiantiles. A eso hay que añadir la cobertura del CoLatino, en abierta simpatía con la conmemoración; la del diario El Mundo, muy escasa pero neutral. En lo relativo a medios audiovisuales fueron buenos el seguimiento y espacios dedicados al aniversario en el Canal 12 y en el Canal 33.

El balance es importante. En conjunto los mártires de la UCA están presentes en la información, aunque no tanto como sería necesario. Teniendo a todos los poderes en contra, su verdad se abre camino. Ahora hay que dar el paso más importante: agradecerles a todos ellos su aporte a la sociedad salvadoreña, y poner a producir los grandes valores e intuiciones que nos dejaron.

La respuesta al silencio de los poderosos y a la malevolencia de El diario de Hoy la dan como siempre los pobres. Por miles caminaron con farolitos en la mano para decir dónde siguen encontrando luz diez años después.

 

 


 

 

Testimonio agradecido

 

En 1975, mi vida había tocado fondo. Entonces empezó un milagro. Al bajar las gradas de un edificio de aulas, un maestro mío se deslizó con peligro. Lo atrapé. Lo salvé del golpe lamentable. Entonces, me individualizó en clase. Como se llamaba Héctor Oquelí y era Decano de Estudiantes de la UCA, y yo era estudiante, y había mucho que hacer en su oficina, me ofreció trabajo. Me vine a la Universidad en enero de 1976, y el milagro siguió.

En 1978 conocí, en los terrenos aledaños a mi oficina, al niño que luego adoptaría como hijo ante las leyes eternas, y que vendría a ser mi hermano, mi confidente y mi confesor hasta en estos años que ando viviendo. En esos días, también gané un premio en un certamen de literatura. Entonces apareció el Padre Ellacuría. Dirigía el departamento de estudios filosóficos y, entusiasmado por aquel mi triunfo, sugirió que se hiciera un acto de celebración. Lo preparó Carmen Alvarez. Lo condujo Edy Stein. Y yo que era mínimo e insignificante, me vi rodeado por la Junta de Directores, en aquella noche memorable. Y yo que no era nadie, que apenas tanteaba caminos, fui invitado al consejo de redacción de ECA. El Padre Ellacuría creyó en mí. Y yo busqué los modos de hacerme digno de su fe.

No puedo presumir de una amistad cotidiana, o de un discipulado con predilección. Eso sería embuste, deslealtad. Pero recibí el espaldarazo con que él iba promoviendo todo aquello que le parecía necesitado de enderezadura. Y vinieron los años.

Por él, Monseñor Romero entró en mis predilecciones espirituales. Desde Monseñor Romero, entendí el sentido de la paternidad eterna con que la vida me había entregado aquel mi humilde hijo. Por el Padre Ellacuría conocí el mundo poético de Angel Martínez Baigorri. ("Este libro de Angel te va a gustar mucho, poeta. Guárdalo. Es tuyo"). Por él pude aprender, y madurar, y crecer, y creer. De él obtuve mi diploma de pregrado en la palabra: la carta breve que me escribió con motivo de mi prólogo a El Principito Y así lo conocí. Y así fui conociendo a los otros que, como él, padecían el desespero por la justicia. Entonces vino la muerte.

Hoy, a diez años de la sangre, podría haber enumerado todos los recordatorios de estos días. O haber hablado de los miles y miles de mujeres y hombres sencillos que acompañaron la vigilia. O haber descrito la larga culebrina de luz en la procesión de farolitos. O haber ponderado la ardiente palabra de Rodolfo Cardenal durante la misa inmediata. Podría haber narrado la hermosa eucaristía de aniversario, destacando la asistencia nacional e internacional que la colmó, o valorando la prédica profunda y pausada del visitante del Vaticano... Pero he preferido hacer este homenaje de recuerdos. ¡Es que también muchos, como yo, recibieron de él, y de ellos, venturas y dones; y quizás, por los misterios de la palabra escrita, no lo han podido hacer! Por eso he querido expresarlo yo. Es otro testimonio agradecido: por mí, por otros, por todos.

Francisco Andrés Escobar

 

 


 

 

SABADO 6

30 años de Fe y Alegría

 

A pesar de haber amanecido un día gris, la mañana del 6 de noviembre se vistió de rojo y blanco. Rojo por la sangre que derramó nuestro mártir, el P. López y López, y blanca por la esperanza en el trabajo, por los niños que van conociéndole y formándose en los centros y en los programas de Fe y Alegría.

A diez años de la muerte del fundador y a 30 años del trabajo de la institución, la familia de Fe y Alegría se congregó para recordar que, a pesar de las vicisitudes, la entrega y el trabajo siguen presentes.

Esta celebración, más que dar gracias por treinta años de trabajo educativo, fue para recordar la esperanza que el P. López y López depositó en las personas que trabajan en la institución, para que ésta pudiera continuar. Y así fue. El legado del P. Lolo dejó tanta huella que quienes trabajaron junto a él, ellos y ellas, mantienen hoy en pie su idea de llevar educación a los lugares donde más se necesita.

Las actividades iniciaron a las 9 de la mañana. Al P. Lolo se le recordó con dos videos, de los 25 y 30 años, respectivamente, de Fe y Alegría, presentados en el Centro Monseñor Romero. Muchas personas amigas y cercanas a la institución estuvieron presentes, así como religiosas, ex-compañeros y antiguos instructores, alumnos y alumnas junto a sus maestros. La presentación fue importante, pues en ambos videos se recogieron las experiencias de trabajo tras la muerte del "Tío Quin" y de lo que él hubiera hecho, según las necesidades de los nuevos tiempos.

Hacia las 11 de la mañana, la gente fue acercándose a la capilla para la eucaristía. Esta peregrinación se ha convertido ya en tradición. Vienen comunidades a las que el P. Lolo ayudó en tiempo de la guerra. Son sus "pollitos", como él les llamaba, los que vienen de Las Mesas, de Chalatenango, de La Libertad y de otros lugares. Junto a ellos estaban alumnos y docentes de la UCA, personas extranjeras que acompañan las festividades de los mártires, religiosos y religiosas solidarios.

El P. Ibisate, con diez sacerdotes, comenzó la eucaristía. Cantaba el coro de la UCA. Hubo peticiones, ofrendas y la poesía de un niñita. En la homilía el P. Ibisate habló con cariño y terminó con estas palabras:

Creo que nuestros compañeros mártires nos pedirían que hiciésemos una reflexión sobre la injusticia en nuestro mundo y sobre la deuda externa. El bondadoso Juan Ramón Moreno subía el ritmo y el tono de su voz cuando comentaba las dos parábolas que resumen la historia del siglo XX: la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro y la parábola del buen samaritano. El P. Lolo también habló, pero sobre todo se endeudó al servicio y a favor de la niñez y de la juventud de nuestro El Salvador. Nuestros compañeros mártires nos siguen hablando.

 

El tercer mundo interpela y salva al primer mundo

Al final de la eucaristía, habló el P. Manolo Plaza, jesuita de Burgos y gran solidario con El Salvador. Esto es lo que nos dijo:

Ante todo les quiero decir que nosotros, los que venimos de fuera, tenemos que dar las gracias, a ustedes, a Fe y Alegría, al P. Lolo, al P. Juan Ramón. ¿Por qué?

En primer lugar porque, a los que nos llamamos del primer mundo, nos abren los ojos: nos hacen ver que el mundo está mal repartido, que hay muchas personas que tenemos mucho y que este mundo tiene poco; que unos tienen todos los medios para estudiar, y ustedes, apenas tienen nada en sus escuelas; que allí, la Iglesia es en gran parte una iglesia de los ricos, y aquí hoy está la iglesia de los pobres; que allí vivimos el espejismo de la vida porque tenemos consumo, alimentos.... y aquí esta tierra de mártires está preñada de vida.

En segundo lugar porque, a los que nos llamamos del primer mundo, nos abren el corazón: allí se vive o vivimos demasiado preocupados por nuestro cuerpo, por nuestras neuras, nuestro individualismo feroz, hasta el punto de que lo que domina en la vida son las cosas, el dinero, el puesto social... Aquí, en medio de tanto sufrimiento, aparece mucha dignidad de mujer sacando adelante a los hijos, una lucha humanizada para humanizar una sociedad tan injusta, una gran ilusión como maestro y alumnos de Fe y Alegría, para sacar adelante este proyecto tan genial. Sin amor y sin un amor hacia los que tienen menos es imposible que Fe y Alegría del Salvador haya llegado a cumplir los 30 años que cumple ahora.

En tercer lugar porque, a los que nos llamamos del primer mundo, nos abren las manos: nuestras manos están más preocupadas por agarrar pisto, confort... y a las personas que hemos ido cosificando. Mientras que Fe y Alegría con su testimonio y trabajo nos enseña a abrir las manos. No basta una solidaridad puntual, como en el Mitch, que estuvo muy bien. Sino esa solidaridad misericordiosa que tiene que atravesar el día a día, como su trabajo educativo diario.

El testimonio del P. Lolo y los 30 años de Fe Alegría son una invitación a ver el mundo y nuestro mundo de otra manera; a amar el mundo y nuestro mundo de otra manera, a abrir las manos a nuestro mundo y al mundo como vio, amó y lo hizo Jesús de Nazaret y nuestros mártires de El Salvador.

Gracias de verdad.

* * *

Si tus proyectos son para cinco años, siembra trigo.

Si tus proyectos son para diez años, siembra un árbol.

Pero si tus proyectos son para cien años, educa al pueblo.

Todo lo demás vendrá por añadidura

P. Joaquín López y López, S.J.

 

 

JUEVES 11

VIII Aniversario de la YSUCA: "Que el pueblo haga sentir su voz"

 

Con estas palabras de Ellacuría, a buenas cinco de la mañana, salía al aire la YSUCA. "Las mañanitas" anunciaban al son del mariachi que Radio YSUCA cumplía ocho años. La voz del pueblo pronto empezó a oírse con regocijo, las llamadas se multiplicaron desde muchos lugares de todo San Salvador. De rincones apartados del país felicitaban y con frases espontáneas manifestaban su alegría.

La radio se fue vistiendo de fiesta. Todo el personal, amigos y amigas que nos acompañaron, pusieron su imaginación y creatividad para trabajar con empeño durante todo el día. Los programas y la música hacían alusión al aniversario. La gente fue llegando y la casa de la YSUCA se fue llenando.

La misa fue de las bonitas y sentidas que ha habido en la UCA en estos días. Sacerdotes amigos que nos visitaron este año estaban contentos de ser parte de esta acción de gracias. La experiencia que sentían era realmente regocijante para el alma y para la fe. Fue en esta misa donde fueron acogidos por primera vez los familiares de los mártires, que apenas llegaban. Se les veía cansados, pero a la vez estaban emocionados al ver el cariño y las muestras de agradecimiento, que la gente sencilla muestra con un fuerte aplauso, y con el aplauso dan el corazón y todo el calor humano que hace sentir que detrás de cada rostro está Dios sonriendo.

El P. Cardenal, hizo una homilía muy sencilla y muy sentida. Dijo que había que estar felices y dar gracias a Dios por estos ocho años de trabajo y de servicio. Y que había que dar gracias a toda esa gente que ha hecho suya la radio y que ven en ella un lugar de encuentro, donde se sienten en confianza y entre hermanos. En lenguaje popular dijo que la radio es importante para conocer la verdad y no dejarse dar "atol con el dedo". Es bueno y hay que dar gracias de que la gente que escucha la radio se vuelve crítica, más solidaria y más participativa, que eso es lo que hace que YSUCA sea una radio diferente y querida.

Había que celebrar a la "niña" que hoy cumplía ocho años, que ya ha dado los primeros pasos, ha aprendido a leer y a comprender lo que es aún más importante. Existe ahora la tarea de cuidar a la "niña" para que ésta se desarrolle y crezca.

Las ofrendas que simbolizaban el servicio y trabajo diario, se unieron al pan y al vino, al son del coro que decía: "sean abundantes, sean abundantes nuestras verdes milpas y frijolares, sea nuestra tierra verde y rebosante con la del vecino y sus familiares".

Todos quedaron muy impactados de la celebración, pero especialmente el P. Juan Lecuona. Este jesuita vino a El Salvador muy poco después de los asesinatos para sustituir a los jesuitas mártires. Trabajó tres años en Fe y Alegría, y llegó a conocer bien el país. En su Euskadi natal trabaja como director de radio. Comprende, pues, muy bien los problemas de todo tipo que tiene una emisora y lo fácil que es entroncarla en la sociedad como un elemento más de consumo y pasividad.

De la YSUCA le fascinó —así lo dijo— que es una radio de radiohablantes, es decir que hablan y dan a la emisora central, no sólo que escuchan y reciben, que dicen por lo tanto su palabra, la de la gente sencilla, la del pueblo, no la de los de arriba —que es lo que quería Ellacuría—. Le dicen la verdad, lo que piensan, al presidente y al arzobispo. Y se dicen la verdad entre ellos mismos para animarse. Y también le impresionó la participación popular en la eucaristía. Sin caer en sentimentalismos, la YSUCA ha logrado hacer una familia, gente que se reúne para discutir los problemas del país, para llevar ayuda a los damnificados por las inundaciones en el bajo Lempa y para celebrar el recuerdo de los mártires y de Jesús. Como Manolo Plaza, también estaba sorprendido y agradecido a este tercer mundo.

 

 


 

La palabra de los familiares

 

Pilar López, hermana del P. Amando López

¡Buenas noches! Queridos amigas y amigos

Ni con los años ni la distancia desapareció de nuestro corazón ni de nuestras vidas el recuerdo de nuestros seres queridos, los mártires de El Salvador. Por el contrario, su presencia física y espiritual toma fuerza y vida, cada día más honda, de hermano cercano y más íntima a nuestro diario vivir en la proximidad y en la distancia.

A diez años de su último aliento, de su último adiós, antes de su ejemplar partida de forma tan cruel hacia la casa del Padre, nos parece ver aquí a nuestro Amando. Aquel Amando que un día, allá en su infancia, se despide de sus padres, hermanos, familia y amigos y se va a Oña, más tarde a Javier a proseguir sus estudios, donde poco a poco va forjando su deseo de ser jesuita, para continuar en Orduña, donde por fin ingresa en el noviciado de la Compañía de Jesús. Lleva en su alma la vocación y el sello de jesuita y misionero, y ningún sacrificio ni dificultad se hizo insuperable a una decisión tomada y finalizada en el Espíritu y para el Espíritu Santo.

En su camino de entrega sin retorno al Señor es fuerte y clara su vocación, pero no es nada fácil para él ni para nosotros verle dar el siguiente paso para seguir esa llamada de Dios que le hiciera jesuita, misionero, maestro y mártir. Y esa flor inocente, fresca, generosa, llena de vida que se abre a sus 17 años, da un abrazo a sus padres y hermanos, enjuga una lágrima que rueda por la mejilla de su santa madre y se embarca rumbo a América, como Javier, como Cristo, que dejando a los suyos se va a lo desconocido, a la otra viña del Señor, a las otras ovejas del Buen Pastor.

Desde aquí nosotros, hoy como ayer, tenemos que pensar y pensamos que ésos eran los planes de Dios y ésos sus caminos sobre Amando, y ésos los sacrificios que el Señor nos pide a nosotros al verle partir cargado ya con su cruz, con sus humildes sandalias de misionero, sin más túnica que la puesta.

Creemos, y es nuestro humilde y respetuoso sentir, que además hoy podemos pedir la intercesión de los mártires de El Salvador sobre las personas que les lloramos y queremos, y sobre estas otras que esperan del cielo lo que la tierra les niega: el pan de cada día y la cultura para sus hijos.

Ya no oiremos en España sus pasos, su voz, sus risas, su familiaridad. No gozaremos de su compañía, su palabra cálida, amorosa, evangélica, llena de luz y de esperanza. No disfrutaremos de su compañía en las reuniones familiares con los sobrinos, hermanos y padres, a quienes admiraba y amaba profundamente. Pero podemos leer sus cartas y escritos, guardar sus consejos e imitar su ejemplo. Aquellas palabras de hermano, de amigo, de discípulo, recordando sus clases siempre fraternales dadas en la UCA, en la sencilla escuela, en la calle o en familia. Recordaremos en España, sí, en la familia de Amando, su llegada de América, siempre con su eterna sonrisa, su amabilidad y elegancia en el trato, su servicialidad sin medida. Recordaremos sus historias apostólicas, los comentarios de sus viajes de estudio por Irlanda, Roma, Salamanca, etc., siempre con la misma ilusión y la misma esperanza: servir, servir al pueblo, extender la buena semilla a lo largo de sus días y por tantos senderos que la vida le puso por delante.

Su recuerdo sí que vive en los ojos, vivo, en los ojos y en el alma de sus seres queridos y de su gente, del personal de la casa y de sus alumnos y de este pueblo y de esos pueblos tantas veces defendido con esas palabras ante situaciones amargas e injustas, que la vida, incorrectamente organizada, presenta a cada ser humano, y más al débil y al indefenso. Han pasado diez años en los que se va mitigando el primer dolor y nos vamos haciendo a la idea de que el vacío y el dolor en que nos sumió su santa y ejemplar muerte está dando vida y haciendo realidad casi sensible la idea de que tenemos un mártir en casa, un santo según los planes de Dios.

Visto así desde la distancia, es mucho menos dura y su proximidad y cercanía más nuestra, más universal, más de su pueblo, más de El Salvador, más de los pobres, más de los hombres de buena voluntad. Pero en la realidad fueron unos momentos muy dolorosos en nuestra familia. Estábamos pasando una situación muy triste con la enfermedad y la ancianidad de nuestros padres; los hermanos tardamos mucho en superarlo y sufrimos mucho.

Ellos están con nosotros, la presencia de los santos, canonizados o no, siempre es real y cercana a quienes les invocan y les recuerdan con amor y con respeto. Esta sensación de lo celestial y de lo santo, transforma el dolor y las lágrimas de ayer en el gozo que produce la esperanza, ciertos de que muy pronto los veremos y contaremos en el grupo de los santos canonizados por la Iglesia —ésa es nuestra esperanza—.

Vosotros que dejasteis a vuestros padres, hermanos y bienes de la tierra recibiréis un día el ciento por uno y luego la vida eterna. Y vosotros que fuisteis lavados y purificados por la sangre del Cordero y que además derramasteis la vuestra, por defender la santa doctrina del Maestro, disfrutaréis en su día un día eterno de vuestro tesoro en el cielo. Y recordarán, y pienso en Amando como en todos sus compañeros de martirio, en aquellos días inocentes y puros vestidos con el traje blanco de su primera comunión, almas inocentes y santas, endiosadas por la participación en la Eucaristía, recordarán sin duda sus días de apostolado, de enseñanza, de vida sacramental, de vida de misiones, sembradores de palabras de Dios al lado del divino Sembrador y recorriendo sus campos de mieses ya sazonadas y carentes de buenos brazos para enviar a la labor.

Y ahora, allá en el cielo, tras sus vidas, bajo los golpes de la muerte abonaron los sagrados planes del Señor. Sus rojas túnicas de hoy teñidas con su propia sangre en la sangre del mártir de Cristo será ya para ellos su mayor timbre de gloria y para nosotros el sello de Dios, puesto en la última y más alta página de su vida, certificado para nosotros de su segura y eterna felicidad entre los predilectos del Señor. Muchas gracias.

 

Ana Moraleda, cuñada del P. Juan Ramón Moreno

Buenas tardes, queridos todos:

El P. Moreno para sus alumnos, Pardito para su comunidad, y para todos y toda su familia Juan Ramón.

Hermano de mi marido, él nació en un pueblo de Navarra, en agosto de 1933 y tempranamente escogió la Iglesia y en ella la Compañía de Jesús, donde muy joven fue enviado a Centro América. Por ello, pude verlo unas pocas veces en la vida, cuando regresaba a Bilbao en su merecido descanso. Pero esas pocas veces que lo teníamos en casa, él calaba hondo en todos, él nos hablaba de América, de Centro América, de Nicaragua y de El Salvador, que era donde estaba últimamente.

El nos contaba cosas y poco a poco fuimos conociendo y queriendo a este pueblo. Nosotros sabíamos que él amaba fácil, se entregaba al trabajo, a la misión de Jesús con fidelidad y facilidad, con energía y emoción, pero nunca nos imaginábamos cuánto, hasta que sucedieron los tristes y abominables hechos del 16 de noviembre de 1989, cuando corroboró con su muerte lo que había predicado en vida, donde como fiel servidor de Jesús dio la vida por los que más amaba, junto a los mártires de la comunidad.

Fue un impacto tremendo que nos conmovió profundamente y nos dio, además, la impresión de impotencia, de no saber qué hacer por la crueldad del hecho, pero también por la distancia. Pero Dios y Juan Ramón nos dieron la fortaleza necesaria para enfrentar la situación y sobrellevar el dolor, y convertirlo poco a poco en esperanza de resurrección. Y esta resurrección fue realidad, cuando en 1990 nos reunimos para conmemorar aquí el primer aniversario del martirio.

Al principio temíamos enfrentarnos con nuestro dolor. En este pueblo salvadoreño que sabe sufrir, que sabe amar, que sabe caer y luego, en el nombre de Dios, seguir, nos ha enseñado como hacerlo y hallar fuerza en el servir, en el recordar la pasión del Reino que tenía Juan Ramón. Compartir con esta gente nos dio esa esperanza de resurrección, con la cual regresamos cargados a España, a Bilbao, y es la que nos ha fortalecido estos diez largos años.

Primero fue tiempo de sufrir, de llorar, pero luego fue tiempo de recordar y de perdonar, y ahora creemos que ha llegado el tiempo de fructificar, tiempo de razón y tiempo de verdad.

Quiero despedirme dándoles las gracias por haber acogido a Juan Ramón, por recordarlo, por quererlo, por hacerlo saber. Y, el último gracias es por hacernos sentir en familia, por invitarnos y recibirnos en esta manera tan especial.

 

José Roberto López, sobrino del P. Joaquín López y López

Querida concurrencia, autoridades, pueblo salvadoreño

En nombre del P. Joaquín López, aquí ustedes tienen a un familiar de él, que quiere en este décimo aniversario de la muerte y el martirio de todos los hermanos jesuitas, les quiere dar a ustedes las gracias por habernos llevado durante estos diez años estas muestras de solidaridad que siempre han tenido para con nosotros. En nombre del movimiento Fe y Alegría, de todos los catequistas que durante muchos años ayudaron al P. Joaquín López y López, en nombre de todos esos campesinos y de todos esos estudiantes de las escuelas de Fe y Alegría, les estoy eternamente agradecidos por la colaboración que le dieron al tío Quín.

Ustedes recordarán que ese padre Joaquín López y López era una persona humilde que venía de una familia de Santa Ana y que dio todo su corazón, por estos niños, por este pueblo salvadoreño que, sí, en este momento pueden ustedes tener la seguridad de que los frutos, después de estos 30 años del movimiento Fe y Alegría, fueron lo más grande para este país.

En nombre, pues, de mi familia, como ex alumno jesuita estoy aquí para darles las gracias, sobre todo a los familiares que nos acompañan ahora de los jesuitas, de los mártires. Dios quiera que este asesinato no quede en el aire, Dios quiera que algún día se haga justicia porque este crimen fue lo más nefasto para este país. Ese crimen que cometieron estas personas fue lo peor que pudo habernos pasado a nosotros. Es una vergüenza para mí, como salvadoreño, tener que soportar lo que yo viví ese 16 de noviembre de 1989. Eso fue una barbarie, fue algo que nosotros no lo debemos olvidar. Pero les agradezco nuevamente y pido a todos ustedes comprensión. Y perdónenme que yo no vine preparado para exponerles las virtudes de Joaquín López y López, de las cuales ya ustedes, por ser salvadoreños, tal vez ya conocen, y han vivido y saben que él se dio entero por los jesuitas, por la UCA, por el Externado San José y por todas las comunidades que el visitó y que él alentó durante toda su vida.

Muchas gracias.

 

Alicia Martín-Baró, hermana del P. Ignacio Martín-Baró

Han pasado diez años, todos lo sabemos, y tu figura Nacho, se ha ido agrandando todavía más, en el recuerdo. Fue el mazazo de medio día que se inició en el teléfono. "Alicia, me parece que han matado a tu hermano". Así de sencillo y así de tremendamente grande. Siguió la radio, la tele, los amigos. Del grupo sólo quedaba Jon Sobrino, amigo, hermano del alma.

Se hizo un centro en la familia, aún más, pero a ti Nacho te habían metido un tiro en la nuca, en esa cabeza, en la que desde niño cabían tantas cosas, tantas ideas, tantos planes. La familia, tus padres, tus hermanos, tus amigos, nos reunimos como una piña, nos mirábamos sin atrevernos a mirar de frente, sin dejar salir la catarsis de lágrimas que hubieran descargado nuestro dolor.

"¿Qué vais a hacer? Esto es una injusticia, hay que tomar represalia contra los asesinos". Y muchas frases duras, terribles, contra esos hombres que habían asesinado a nuestro hermano. La voz serena de nuestro padre, voz de viejo violoncelo, dijo: "Hay que perdonar. Perdonar siempre". Y lo dijo como si recitase el comienzo de uno de sus poemas. Muchos no lo entendían, ni creo que lo entiendan, porque un asesinato desde la pura razón o desde el sentimiento, no puede entenderse.

Siguieron días terribles, llamadas, entrevistas, todos querían saber. Saber cómo estábamos, cómo habíamos reaccionado. Desde mí puedo decir que dentro de un sentimiento y de un dolor muy hondo, me fue invadiendo una paz que ha sido y es como una segunda piel a través de los años. El Salvador, Jayaque, ya eran una parte mía, por las cosas que Nacho me contaba en sus cartas y por lo que hablábamos por teléfono. Pero desde que hace nueve años, en el primer aniversario, estuve en esta bendita tierra, linda, como ustedes dicen, y acogedora, todo lo de El Salvador se me hace cercano, se me hace auténticamente mío.

El ejemplo de los chicos, como los llamamos cariñosamente cuando nos referimos a ellos, a los mártires, es algo que te enseña a relativizar, y a protestar contras las injusticias continuas que se cometen contra este pueblo y en general contra toda América Latina. Todos mis amigos me tienen que aguantar cuando hablo de El Salvador. Y punto y aparte, como les decía antes, es Jayaque y sus moradores, porque sé que Nacho los llevaba en el alma. Desde que empezó a frecuentar esos cantones cambió, a mi modo de ver, su mentalidad, o quizás mejor, dejó salir lo que siempre llevaba dentro. Yo sé que hizo mucho por ellos, que luchó, los amó, trabajó para que tuvieran una imagen de la Virgen, construyeran un puente, –derribado y vuelto a levantar–, por los niños y por todo el que lo necesitaba.

Cuántas veces en sus cartas me decía. "¿Por qué no te dejas de cursos y cursitos y te vienes aquí?, ¡Cómo disfrutarías con la gente de Jayaque!". Siempre lo he lamentado. Tuvieron que matarle de esa manera tan terrible para que nos decidiéramos a venir al primer aniversario en el año 1990.

Han pasado diez años, su recuerdo y su memoria, la memoria de los mártires sigue en nosotros tan viva o más que entonces. Su vida tan normal y tan fuerte, y su asesinato van siempre con nosotros. Cuando nos reunimos los hermanos, siempre hay alguien que dice, quizás muy jocosamente, "¿qué diría Nacho de todo esto?".

El ya vivió desde otra situación, desde otro estadio, la muerte de nuestros padres. Es posible que desde allí Nacho les siga hablando a mis padres de El Salvador, de Jayaque, de sus cipotillos, de los tamales y de las tortitas de maíz.

¿Qué más decir de estos ocho mártires? A mí me gustaría en nombre de toda mi familia y de todos nuestros amigos, cantar un canto de esperanza y de resurrección. Su ausencia se ha convertido para nosotros en presencia viva, en un empuje para nuestra vida de simples peatones, pero que queremos pasar compartiendo el bien que ellos nos dejaron como recuerdo y herencia.

Desde mi pequeño cuarto de mi casa de Valladolid, en el barrio de la Rondilla, que es desde donde he escrito estas líneas, pienso en estos momentos, aquí, en la UCA, donde una vez más estamos rindiendo un homenaje sencillo y sincero a nuestros mártires, un homenaje que sabe a vida, a VIDA con mayúscula. Y quiero terminar con palabras que mi padre escribiera hace diez años.

Qué paz nos dabas con tu estar cercano, cuando venías a la casa madre. Los días se pasaban en vuelo, casi sin darnos cuenta. Respirabas profundo y te marchabas lejos, en altos aviones, para volver a estar con tus pequeños hombres y los niños pequeños, las madres arrugadas y los viejos vencidos, esqueletos vivientes todavía. Todos eran horror de calaveras, todos eran novios de la muerte, todos hambrientos, no tenían nada. Se caían como hojitas secas de un otoño horrible internamente. Pero llegabas tú, radiante, iluminado con el pan de tu voz amparadora, tu voz viril de plata y oro, y aquellas gentes, éstas, tristes y harapientas resucitaban de alegría blanca. Sólo el pan de tu voz firme y serena, y el otro pan de Dios Eucaristía, que tú ibas repartiendo lentamente, entre los otros cristos, tus hermanos de siempre.

El Salvador es pobre, era pobre y sigue siendo pobre, pero vosotros, todos mis hermanos, los que se fueron y los que estáis aquí, seguís luchando por un mundo más justo, más humano, más libre, sin frentes ni fronteras, donde haya comida para todos, donde los ricos hinquen sus rodillas y el pobre tenga casa y un trabajo digno. Y paz, la paz por la que ellos los mártires de la UCA lucharon y ganaron.

Han pasado diez años, Nacho, y aquí estoy otra vez. No te veo, te siento. Vosotros llenáis todo. Estamos en el tiempo no de rezar por ti, sino de rezarte a tí. Rezaremos a Nacho, rezaremos a nuestros mártires para que sigan siendo nuestra fuerza segura, para que junto con los otros y al lado de los padres, Nacho reciba un fuerte abrazo. Es el final de una carta frustrada, oraciones y abrazos, seguro que el Padre ya te la habrá leído. Gracias.

 

Catalina Montes, hermana del P. Segundo Montes

Buenas tardes. Es para mí verdaderamente emocionante estar aquí con ustedes. Quiero empezar por dar las gracias a la invitación que se nos ha hecho desde la Universidad. Yo estoy siempre con ustedes, estáis siempre con Segundo. No he preparado nada porque estáis siempre en mi corazón y las palabras me vienen solas, pero no se preocupen que no voy a ser larga en ellas.

Segundo era un hombre especial, como todos ellos, entusiasta como el que más o más que todos, que se entregó por entero a esta universidad, desde el principio, desde su fundación. Que se entregó al pueblo de El Salvador, en los más pobres, en los refugiados, en los expatriados; que los defendió en todos los foros nacionales e internacionales y que nos llevó este amor al pueblo salvadoreño hasta las más profundas entrañas de toda nuestra familia.

Yo estoy aquí en nombre de la familia de Segundo Montes, soy su hermana, tengo ese honor y ese profundo dolor. El dolor de su muerte, el dolor de que se nos fue alguien tan querido, tan profundamente querido. Se lo entregamos al pueblo salvadoreño, muy a nuestro pesar, no por entregarle al pueblo, sino por entregar su muerte, su vida, la vida de cada día y estábamos gozosas de ello. Su muerte es un dolor que sigue muy presente, muy duro. El amor y el dolor que nos trajo aquí hace años, está presente hoy igual que entonces. He estado en la capilla, he estado visitando su sepulcro, visitando el sitio donde murió, hace unos momentos, antes de empezar este acto y el dolor es el mismo de siempre.

En todo caso, en nombre de mi familia, de mi hermana María Pilar, que no ha podido venir porque tiene una lesión de corazón, en nombre de los sobrinos que no han podido venir, en nombre de Blanca, una sobrina muy querida suya, que está aquí, y de Isabel mi cuñada les doy a todos las gracias por estar aquí recordándolos. Doy las gracias especialmente a la Universidad que le recuerda y al pueblo que lleva su nombre, la Comunidad Segundo Montes, a su parroquia que siguió el P. Cardenal, y que aunque ahora no esté en sus manos, sin embargo sigue siendo fiel a su memoria.

Segundo Montes está en el corazón de los salvadoreños y los salvadoreños están en el corazón de la familia de Segundo Montes. Muchas gracias.

 

P. José Ellacuría, hermano del P. Ignacio Ellacuría

Buenas tardes a todos. Nos dieron un título, diciéndonos que habláramos durante diez minutos sobre la misión del martirio, de la ausencia y de la resurrección, diez años después. Yo comprendo que llevamos cerca ya de dos horas, están todos cansados y por eso les voy a contar un cuento oriental.

En un sencillo pueblo de Oriente había un gurú, es decir un maestro budista. Ese pueblo tenía muy pocos habitantes, en cada casa ardía el fuego sagrado, que no debe nunca extinguirse, y el nombre del pueblo era Shum Mi. Los jóvenes de aquel pueblo desconocían las costumbres. En una de las noches, la chiquilla, de madrugada tuvo necesidad de orinar. Como fuera estaba muy oscuro y el miedo le atenazaba, no se le ocurrió otra cosa que hacer sus necesidades sobre la llama sagrada. Cuando amaneció y los miembros de la familia se incorporaron, vieron con gran estupefacción que en lugar de la llama lucía un magnífico lingote de oro. Pero el gurú, el maestro, dijo. "Esto no está bien. Que a nadie se le ocurra este acto profanatorio". Y le hizo prometer a la joven que no volvería a hacerlo. Entregó el lingote de oro a los pobres, y en el pueblo nadie lo hizo.

Pero en el pueblo vecino que se llamaba Hu Tu se enteraron de que una joven había hecho "pis" sobre la llama sagrada y se había formado un lingote de oro. Los hombres pidieron a sus mujeres e hijas que lo hicieran sobre el fuego sagrado. Así poco a poco todas las familias fueron consiguiendo un lingote de oro, y con el valor del mismo se hicieron grandes mansiones, vestimentas muy caras, joyas y valiosos perfumes.

Entonces la mujer del gurú, del pueblo aquel Shum Mi, comenzó a increparle. "Eres un gran estúpido, nuestro pueblo vive en la pobreza, porque has ordenado que nadie haga "pis" sobre la llama sagrada, eres un verdadero necio". Pero el gurú no cedía. La mujer le insultaba, le humillaba constantemente. El gurú ya no pudo más y le dice. "Mujer, ¿sabes por qué he hecho respetar esta regla en nuestra comunidad? Para que permanezcamos unidos y seamos amigos unos de otros". La mujer no entendía y seguía insultándole y regañándole sin tregua. Hasta que el gurú le dijo un día. "Acompáñame al pueblo vecino. Sólo te pido una cosa, observa".

El matrimonio se instaló en una fonda del pueblo. En los días sucesivos tuvieron ocasión de ver cómo unas familias disputaban con las otras; cuántas envidias, odios, se habían despertado. Los padres discutían con los hijos; los hermanos engañaban y estafaban a los hermanos. Si una familia compraba magníficas joyas, otra adquiría alhajas más costosas; si un padre de familia construía una fabulosa casa, otro la edificaba mayor y mejor. Y comenzó a haber robos y peleas y malos tratos por todas partes. Las mujeres orinaban en toda llama sagrada, hasta que ninguna quedó encendida. Entonces, unas familias arremetieron contra otras, prendieron fuego a las casas. La misma fonda estaba en llamas, hasta que el matrimonio tuvo que salir corriendo del pueblo para salvarse.

Hasta aquí es la historia oriental. Pero la lección es clara, ¿no? Yo no sé si hace diez años San Salvador era más parecido al pueblo de Shum Mi y luego ahora es más parecido al pueblo de Hu Tu. Hace nueve años, desde aquí mismo decía que la impresión que me llevaba de El Salvador era una lección práctica, "que se puede vivir de otro modo al que nos propone el capitalismo de hoy y ser muy feliz". Hay algo claro, en nuestros mártires de la UCA había mucha vida. Y no me refiero a una actividad desbordada, sino a una vida en contraposición a muerte, es decir, esperanza, ánimo, creatividad.

La memoria de los mártires a los diez años nos dice que la vida es luz, comunicación y solidaridad. Cuando de veras hay vida y se sabe por cualquier lado mirar a la vida, se llega siempre a la VIDA, a Cristo que es camino, verdad y vida. Ellos vinieron a dar testimonio de esa vida y lograron mantener esa llama sagrada, vida que se hace luz como esas estrellas que vemos por la noche. Luz serena, callada, pero vibrante. Vida, luz, presencia, abrazo, comunicación de vida en luz. Ojalá seamos todos más parecidos a los habitantes de Shum Mi que a los de Hu Tu. Ojalá sea así. ¡Muchas gracias!

* * *

La última vez que vi a los jesuitas de El Salvador antes del asesinato les comenté. "A algunos les parece que ustedes son todos marxistas o comunistas". Se echaron a reír, y el Padre Ellacuría me dijo: "¿Usted cree verdaderamente que nosotros daríamos la vida por Karl Marx o sus teorías? Somos compañeros de Jesús y ése el misterio de nuestras vidas". Y cuando les pregunté si no sería mejor para ello abandonar el país, me contestaron: "¿Se fue usted del Líbano durante la guerra civil? No, usted, se quedó. Esa es nuestra espiritualidad, no abandonar al pueblo precisamente cuando la situación se hace peligrosa.

Peter-Hans Kolvenbach, General de la Compañía de Jesús.

 

 


 

 

SABADO 11

Cátedra de Realidad Nacional

Evaluación del siglo XX desde los mártires de El Salvador

 

Rodolfo Cardenal

 

Entre los actos conmemorativos, y siguiendo la mejor tradición, la UCA ofreció una Cátedra de Realidad Nacional. Publicamos ahora un breve resumen. El texto íntegro aparecerá en la Revista ECA del mes de diciembre.

1. La perspectiva desde el cual se trata el tema son las mayorías populares, la inspiración cristiana y la tradición de la UCA.

2. Visto desde esta perspectiva el siglo XX es profundamente ambiguo. Junto a innegables e importantes progresos, es también el siglo más cruel de la historia: dos guerras mundiales, Hiroshima, guerras coloniales, civiles y regionales... y cuando la humanidad no ha muerto por causa de las guerras, lo ha hecho -y lo sigue haciendo- por causa del hambre, enfermedad...

Los avances científicos, tecnológicos y políticos no han ido acompañados de un crecimiento en vida y humanización. La globalización, presentada como la panacea de fin de siglo, no tiene futuro humanizador. "Nosotros, los americanos, lo invitamos para disimular nuestra política de penetración económica en otros países" K. Galderaith.

3. Por lo que toca a El Salvador, a lo largo de todo el siglo no se han podido superar los factores que lo mantienen como un país postrado. Se mantiene la distribución desigual de los recursos y de la riqueza nacional. La concepción democrática de la sociedad siempre encuentra resistencias en los núcleos tradicionales del país. Los cambios y reformas políticas no han tenido el alcance deseado. La globalización se presenta como una falta de solución para el desarrollo sostenible y social. La violencia, en sus diversas formas, sigue siendo una constante. Al terminar el siglo aparecen asomos de añorar el regreso a soluciones autoritarias.

4. Ante este panorama desolador los mártires nos exigen y animan a "revertir la historia". Los numerosos mártires salvadoreños son una gracia para el país, y a esa gracia sólo se puede corresponder con el compromiso hacia el ideal que ocupó y dio sentido a sus vidas y muertes. Por ello los mártires no son cosa del pasado, sino que siguen vivos interpelándonos y animándonos.

Los mártires interpelan al poder establecido, y de una manera particular a aquéllos que en un pasado no muy lejano estaban a favor de la justicia: les piden cuentas de lo que han hecho y de lo que están haciendo.

Los mártires nos interpelan a buscar una salvación de todo el pueblo, histórica, popular y estructural. "Un enviado de Dios para salvar a su pueblo", definió Ellacuría a Monseñor Romero. Y dentro de esa salvación nos interpelan a buscar la salvación de las personas.

Los mártires tienen credibilidad para interpelarnos así porque a ellos les arrebataron la vida precisamente por la liberación de un pueblo.

Pero los mártires son también luz porque iluminan la realidad actual y el camino a seguir para superarla. Y son también ánimo para llevar a cabo esa difícil tarea, pues nos ofrecen un modelo de fortaleza y de fidelidad hasta el fin.

Los mártires son la gracia primigenia de la realidad, que carga con nosotros y, así, nos agracia. Para los creyentes, nos hacen ver a Dios.

Un anciano de un asilo de pobres confesó a un amigo que Monseñor Romero "es para nosotros la única imagen que tenemos de Dios. Fue Dios quien envió a Monseñor Romero para hacernos saber que El no nos había olvidado. En Monseñor Romero pudimos ver y sentir lo que es realmente amar a la gente, sobre todo a los que no teníamos nada, a los pobres... Ellos creen que nos lo quitaron, pero no es así, Monseñor sigue entre nosotros, nos sigue cuidando desde donde esté".

Al final del siglo, el pueblo salvadoreño tiene algo valioso para salir adelante: el espíritu de Monseñor Romero y de todos los mártires: un espíritu de libertad, de compromiso, de gozo y de esperanza.

 

 

Viernes 12

Homenaje de la UCA a los mártires

A la Universidad le toca hoy despertar más y más esperanza, mostrando sobre todo que hay soluciones para el país por más que esas opciones sean difíciles y costosas. La esperanza no es sin más optimismo ni consiste en esperar que los otros resuelvan los problemas. Muchos de éstos no se resuelven por culpa de otros, pero no por eso debemos olvidar nuestra responsabilidad en lo que ocurre de malo y en lo que deja de ocurrir de bueno. Hay que poner cuanto antes manos a la obra con desinterés, con lucidez y también con sacrificio.

Con estas palabras del P. Ellacuría comenzó el acto que duró tres largas horas desde que el P. Adán Cuadra, provincial de la Compañía de Jesús, nos dio la bienvenida, hasta que el P. Tojeira, rector de la UCA, pronunció las palabras finales de agradecimiento. El auditorio se llenó del espíritu de los viejos tiempos, y se respiraba ese aire fraterno de los encuentros familiares.

El P. Cardenal hizo la presentación de los últimos libros de UCA/Editores en relación con los mártires. Agradeció la colaboración de la editorial Sal Terrae en difundir en España la producción de los mártires. Y recibió un gran aplauso. Con cariño y respeto se recibió después la donación de la biblioteca personal de Italo López Vallecillos, entregada a la UCA, como nos dijo Silvia, viuda de Italo, por su gran amistad con los jesuitas. El P. Sobrino hizo una breve semblanza del Italo intelectual y político, universitario y poeta, creyente y seguidor de Monseñor Romero, esposo y padre ejemplar. La directora de la biblioteca, Dra. Katherine Miller, explicó brevemente el contenido de la biblioteca donada. Dos congresistas estadounidenses ofrecieron su testimonio, y el P. Charles Currie, S. J. nos trajo la solidaridad de las 28 universidades jesuitas de Estados Unidos.

Para todos, sin embargo, lo más significativo y emocionante fueron las palabras de los familiares de los mártires. Nos movía el deseo de acompañarlos y animarlos, y, sobre todo, de agradecerles su participación en el testamento de los mártires. En las páginas centrales de esta Carta están publicados, íntegros, sus testimonios. Ahora, añadimos unas breves palabras para contextualizarlos.

Pilar López, con la misma sonrisa limpia de Amando y con su semblante de buena persona, nos decía: "Eramos los más pequeños de seis hermanos, yo soy la última. En la niñez estábamos siempre juntos. Recuerdo lo cariñoso y alegre que era. El vivió la mayor parte de su tiempo en Centroamérica, y cuando llegaba a España, llegaba siempre alegre y nos hacía reír con muchas bromas. Cuando le contabas un problema, que a nosotros nos parecía gravísimo, lo escuchaba con cariño y nos lo hacia totalmente llevadero".

Ana Moraleda, cuñada del P. Moreno, vino con Sara una de sus hijas. Al hablar dice, como otro Eclesiastés, que "primero fue tiempo de sufrir y de llorar, luego fue tiempo de recordar y de perdonar, y ahora creemos que ha llegado el tiempo de fructificar, tiempo de razón y tiempo de verdad". "Lo importante es la esperanza, añade, y esa esperanza la hemos visto palpable aquí. Hay esperanza y las cosas van a cambiar. Los cambios son muy lentos, desde luego, pero nuestra ilusión es que vayan más rápidos".

José Roberto López Parker, sobrino del P. Lolo, viene todos los años al aniversario. Recordó al tío Quin como hombre sencillo y honesto, que siempre se preocupó por los más pobres, en el Externado, en la UCA y, durante veinte años, en Fe y Alegría. "Al final de su vida robó fuerza a su enfermedad y no se permitió el descanso. Su fuerza se alimentaba de la esperanza de que los jóvenes tuvieran educación. Muchas veces se endeudó para que otros tuvieran vida digna y pagó la deuda con su vida".

La emoción vibraba en la voz de Alicia Martín-Baró al referirse a su hermano y a su capacidad de entrega hasta las últimas consecuencias. Entre las cosas más cercanas a su corazón la primera es Nacho. Y nos recuerda: "Las cartas de Nacho las leíamos como si fueran la Biblia, nos entusiasmábamos mucho, las leíamos en familia, y se leían varias veces y siempre con una emoción enorme". Y junto a Nacho, y para siempre, Jayaque.

Catalina Montes vino con su sobrina Blanca y su cuñada Isabel. Al ver a Catalina se encuentra uno con los mismos ojos del P. Montes, fuertes y cariñosos al mismo tiempo. Es la más desconsolada. No puede olvidar a Segundo, y dedica ahora parte de su vida a la ciudad Segundo Montes. "Segundo amaba con toda su alma al pueblo de El Salvador, dio su vida por él, lo más que podía dar, en el día a día, hasta sus últimos momentos".

José Ellacuría, S.J. vino con su hermano Juan Antonio y su cuñada Txiqui. Es crítico y penetrante como el Ellacu, pero suavemente, a lo chino, donde pasó muchos años de su vida. En la misa del día 13 nos dijo que tenemos que ser como "las huellas de Dios". En el auditorio nos pidió no caer en lo superficial, el consumismo, sino mantener la llama encendida, que sea la llama de la vida "que se contrapone a la muerte, es decir, esperanza, ánimo, y la vida plena que es Cristo".

 

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A finales de agosto viajé al Timor Oriental, 9 días antes del voto histórico por la independencia. Pasé un día en el campo con los sacerdotes católicos Hilario Madeira y Francisco Soares, quienes estaban protegiendo en el predio de una iglesia a más de 2,000 personas desplazadas que huían de la violencia de los paramilitares. Cené en casa del obispo Carlos Belo y le escuché narrar la escalada violenta en contra de la gente del Timor Oriental. Y pensé en El Salvador, en el trabajo pastoral de la Iglesia Católica, en mis amigos, los jesuitas y el trabajo de la UCA. Dos semanas después de mi regreso a Estados Unidos, los Padres Hilario y Francisco habían sido asesinados, acribillados en el atrio de la iglesia donde protegían a sus feligreses de la masacre. Al Obispo Belo se le quemó la casa y fue forzado a salir del país...

Hace más de 10 años, los jesuitas de la UCA me enseñaron que una vida comprometida con la justicia, los derechos humanos y la búsqueda de la verdad, es una vida llena de sentido. Espero que mi vida se parezca a la de ellos. Y si lo es, será gracias a mi larga asociación con los jesuitas, con la UCA, y con el pueblo salvadoreño.

Jim McGovern, congresista de Estados Unidos

 

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He trabajado por cerrar la Escuela Militar de las Américas en el Fuerte Benning en el estado de Georgia. Mis primeras noticias sobre la Escuela fue justo después del asesinato de los jesuitas. Todos conocen el horror y dolor que experimenté con la muerte de nuestros amigos, y por lo tanto se pueden imaginar mi reacción al saber que 19 de los 26 militares implicados en el crimen fueron entrenados en territorio norteamericano —en la Escuela de las Américas—. Supe después que muchos de los que allí se han graduado han estado implicados en numerosas y horribles violaciones de los derechos humanos en Centroamérica —especialmente aquí en El Salvador. Creo que la política de Estados Unidos sobre la Escuela es errónea y debe cambiar. Estados Unidos debemos asumir responsabilidad por el dolor que hemos causado en el pasado —y cambiar nuestras políticas a fin de asegurar no repetir los mismos errores en el futuro—.

A mis queridos amigos, los seis jesuitas, y a su fiel asistente e hija, cuyas trágicas muertes recordamos esta semana, extiendo mi más profundo agradecimiento y respeto por su compromiso firme por crear una vida digna para todos los salvadoreños. Sé que allá arriba, en un mejor lugar, nos están escuchando esta noche.

Joe Moackley, congresista de Estados Unidos

 

 

DOMINGO 14

La UCA ante la tumba de Monseñor Romero

 

La UCA celebró su misa oficial de aniversario ante la tumba de Monseñor Romero. No había otro lugar mejor. En vida de Monseñor la UCA se puso incondicionalmente a su servicio, y Monseñor fue su gran bienhechor e inspirador, defendiéndola de difamaciones, denunciando a quienes le ponían bombas —la última vez, por cierto, en su última homilía en catedral el 23 de marzo de 1980— y animándola siempre a que fuese cada vez más salvadoreña y más cristiana. Entre la UCA y Monseñor existía "una solidaridad especial", como él mismo lo dijo. Pensando en Monseñor y la UCA, decía Ellacuría: "ya se nos había adelantado". Y así lo reconoció públicamente con hondo agradecimiento. En el doctorado que la UCA otorgó a Monseñor en 1985, dijo:

Se ha dicho malintencionadamente que Monseñor Romero fue manipulado por nuestra Universidad. Es hora de decir pública y solemnemente que no fue así. Ciertamente Monseñor Romero pidió nuestra colaboración en múltiples ocasiones y esto representa y representará para nosotros un gran honor, por quien nos la pidió y por la causa para la que nos la pidió... Pero en todas esas colaboraciones no hay duda de quién era el maestro y de quién era el auxiliar, de quién era el pastor que marca las directrices y de quién era el ejecutor, de quién era el profeta que desentrañaba el misterio y de quién era el seguidor, de quién era el animador y de quién era el animado, de quién era la voz y de quién era el eco.

A este Monseñor fue a rendirle homenaje la UCA el 14 de noviembre, de modo que así se fundían para siempre Monseñor Romero, los mártires de la UCA y todos los mártires salvadoreños. En la misa estuvo presente mucha gente de la UCA y el coro, los radiohablantes de la YSUCA, y sobre todo los familiares de los mártires.

Al son de la misa campesina y entre el multicolor de flores se celebró la eucaristía. Y era tal la emoción, que, una vez más, el deprimente y descuidado aspecto de la cripta no importó para celebrar la santa misa con devoción, solemnidad y alegría.

El Padre Tojeira, con vibrante voz nos dijo en la homilía que la historia está en la cruz de Cristo y que esa cruz nos exige a estar preparados al seguimiento y a la venida de Jesús, como Monseñor Romero. Nos invitó también a reconocer nuestros pecados como universidad y a pedir fuerza para la conversión. Y sobre todo a proseguir como universidad la vida y la obra de Monseñor Romero a quien llamó "maestro del amor": estar siempre al lado de las víctimas, seguir el camino de las bienaventuranzas, trabajar por cambiar la sociedad en una convivencia de hermanos...

Entre oraciones y ofrendas, aplausos y cantos, transcurrió la eucaristía. Al final, las familias de los padres martirizados, oraron sobre el sepulcro de Monseñor dejando constancia de su presencia al firmar el libro de visitantes, e imprimiendo en su pensamiento y en su corazón el eco emocionado del testimonio de amor y fidelidad que dio la UCA ofrendando su ciencia y compromiso con tanta dedicación y esmero a los pobres de Monseñor Romero.

 

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Estatua de Monseñor en el Centro Monseñor Romero

Coincidiendo con el X aniversario, en el patio interior del Centro Monseñor Romero se ha colocado una bella estatua, con una leyenda que dice lo siguiente:

Esta es una réplica de la estatua de Monseñor Romero que está en la fachada principal de la Abadía de Westminster. Ha sido donada al Centro Monseñor Romero de la UCA por CAFOD, Agencia para el Desarrollo de los Obispos Católicos de Inglaterra y Gales.

Con el niño de facciones indígenas en sus brazos, Mons. Romero es el símbolo de todas las Américas. En vida fue voz de los sin voz. Ahora, en muerte, se ha convertido en nombre de todos los que han quedado sin nombre.

San Romero de América. Pastor y mártir nuestro. Nadie hará callar tu última homilía.

16 de noviembre de 1999

X Aniversario de los Mártires de la UCA

 

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Dato final, con el cual queremos expresar una solidaridad especial. Ayer por la tarde, la UCA, Universidad Centroamericana, fue atacada por primera vez y sin ninguna provocación. Un buen equipo bélico tomó este operativo a la 1:15 de la tarde con la Policía Nacional. Ingresaron al campus disparando, y un estudiante que se encontraba estudiando matemáticas, Manuel Orantes Guillén, fue asesinado. Me dicen también que han desaparecido varios estudiantes y que sus familiares y la UCA protestan por el allanamiento de un campus que debe de hacerse respetar en su autonomía. Lo que no han hecho en la Universidad Nacional, sin duda por temor, lo han hecho en la UCA, con lo cual la UCA muestra también que no está armada para defenderse y que ha sido un atropello sin ningún motivo. Esperamos dar más detalles de esto que es una falta grave contra la civilización y la legalidad en nuestro país.

Homilía de Mons. Romero, 23 de marzo de 1980

 

 

LUNES 15

Procesión de farolitos, eucaristía y vigilia

 

En los últimos diez años, el tiempo y el espacio se han concentrado para la UCA en la vigilia del 15 de noviembre. Este año nos juntamos alrededor de 14,000 personas. En la madrugada ocho personas inocentes no vieron nacer el sol, ni oyeron el canto y el aleteo del zenzontle que da gracias a Dios por el nuevo día. Pero también es verdad que el pueblo de Dios en El Salvador se ha multiplicado. El llanto tenue de Elba y Celina, que se unió al rezo callado con que se despidieron nuestros seis hermanos, en estos diez años se han convertido en gritos de esperanza.

El pueblo se mantuvo en pie toda la noche del 15, con candelas encendidas que rodeaban la UCA, cantando y celebrando la vida. De Morazán vinieron Los Torogoces y la Segundo Montes. También de Tierra Virgen vinieron a cantarle a Amando. Llegaron de Chalate, Los Ranchos, Guarjila, Arcatao, Las Canoitas en el Bajo Lempa, San Carlos, Jayaque, Sacacoyo, y de muchas otras comunidades. Y vinieron también de toda la ciudad de San Salvador. Las luces salían de todos los rincones y se acercaban a la UCA para formar una sola "llama sagrada". En la misa el P. Cardenal, muy emocionado, dijo que Dios nos mostraba a los mártires en las estrellas de un cielo limpio y esplendoroso. Los corazones se hinchaban de emoción y los brazos se cansaban de acoger tantos encuentros. Envolvía el ambiente una corriente cálida que nos daba la certeza de que Dios estaba plenamente encarnado entre nosotros.

A las dos en punto de la madrugada, simbólicamente regresamos a la hora del martirio de hace diez años. Hicimos una valla con el pueblo para esperar la resurrección, guardamos un minuto de silencio y después, tomados de las manos, cantamos "no es más que un hasta luego, no es más que un breve adiós, muy pronto junto al fuego nos reunirá el Señor". Con una llama de fuego que bajó del cielo —de lo alto del edificio de biblioteca- encendimos una enorme fogata para decir al mundo que la llama que quisieron apagar el 16 de noviembre hace diez años hoy es un gran fuego que brinda calor a la madrugada. Siguieron los cantos y las danzas, nos despedimos de los hermanos que volvían a sus lejanos ranchos. A las cuatro iniciamos con la alborada una hora de oración que concluyó a las cinco con un sentido Padrenuestro. Muchas palabras se escucharon ese día. Recogemos sólo extractos de la homilía del P. Cardenal y una sentida reflexión del P. Dean Brackley.

 

Homilía del P. Cardenal

Quiero destacar la presencia en medio de nosotros de los familiares. A algunos les ha costado venir más que a otros, por el recuerdo que estos lugares avivan. Pero el dolor compartido es más llevadero, y mucho más cuando se comparte con un pueblo como éste. Ellos ya no están aquí, pero en su lugar está este pueblo pobre y creyente que comprende su dolor y aprecia su entrega, que los acoge con respeto y cariño.

Los mártires les han dejado en herencia a este pueblo para que los consuele, los anime y los acoja. El Salvador ya no es sólo el país donde sus hermanos y tíos trabajaban y predicaban, sino que ahora tiene rostros concretos para ustedes. No sé si es aventurado decir que en esta ocasión la herencia comienza a pasar a la siguiente generación. En este viaje ya les acompañan las primeras sobrinas. Algunos aseguran que este pueblo tiene algo muy especial que trastorna a mucha gente nacida fuera: se van quedando aquí o, si tienen que irse, nunca olvidan.

Los mártires nos anuncian el amanecer, nos traen la salvación. Ese es uno de los secretos del Reino de Dios: la salvación viene de ellos. Es cuestión de fe y no se puede ir más allá. Dios ha escogido a estos hombres y mujeres para salvar. De ellos sale una gran luz que ilumina la realidad que les dio muerte, la realidad que sigue dando muerte. Y nos ofrecen también el camino de la salvación: el mayor amor de la entrega de la vida.

Pero no todos ven las cosas de esta manera. Hay algunos que no tienen ojos para ver esta luz, no tienen corazón para sentir el palpitar de su presencia y se quedan paralizados ante la construcción de lo nuevo. Para nosotros, sin embargo, los mártires son luz y manifestación del amor de Dios; para ellos son fantasmas atormentadores.

Donde unos palpan el amor y la bondad de Dios, otros ven fantasmas que les infunden miedo. Donde unos encuentran paz y seguridad, otros hallan tormento porque su pecado, comenzando por el asesinato y el encubrimiento de los mártires y siguiendo por la acumulación de nuevas víctimas a la ya larga lista de El Salvador, los persigue. No tienen la conciencia tranquila, quisieran dedicarse a un futuro irrealizable para escapar de la culpa que no los deja en paz. Temen que en cualquier momento la justicia les dé alcance y se vean enfrentados a sus crímenes.

Los mártires son luz porque unieron de forma admirable en su vida y en su muerte pueblo y salvación: la salvación del pueblo y la liberación del pueblo de todas las opresiones y las injusticias. Dieron la vida por este pueblo. Fueron avanzando hacia desafíos cada vez más grandes. Nuestro fundador, San Ignacio de Loyola, gustaba repetir que "el bien cuanto más universal es más divino", implicando con ello que el jesuita siempre debía esforzarse por buscar ese bien mayor. Si cabe aquí una anotación personal, a mí esto me lo enseñó Juan Ramón Moreno, me lo enseñó en la sala de pláticas del noviciado y en la consumación de su vida.

Esa fue la audacia de los mártires, consagrar su vida a la salvación de todo un pueblo. Salvar es decir la verdad, dar la palabra al pueblo, volverse voz del pueblo. Salvar es trabajar por la transformación de las estructuras injustas y violentas. Así se convirtieron en pastores que van delante del pueblo apuntando la aurora de la liberación.

Por último, una promesa: a nosotros nadie nos sacará de la mano de Dios, ni de la mano de los mártires. Un compromiso: a nosotros nos corresponde ahora dar testimonio de esta luz y de la esperanza de que el verdugo no triunfa sobre la víctima. Y una buena noticia: cuando nos sintamos desanimados, enfrentados a dificultades que parecen enormes, miremos a los mártires, miremos a los que traspasaron, y estoy seguro de que su luz brillará sobre nuestra oscuridad y su amor vencerá sobre nuestro egoísmo. El camino de los mártires es el camino de Jesús, el camino que lleva al Reino de Dios.

 

Alegría a pesar de todo. Relato del P. Dean Brackley

A las tres de la mañana estábamos hablando Marta Zelaya y yo en el parqueo cerca del edificio de Ingeniería. Mirábamos hacia abajo a miles de personas cantando y bailando. "Mataron a los padres", me dice Marta, "y creían que iban a enterrarlos. Pero mire —añade indicando hacia abajo—, lo que hicieron fue prender el fuego. Y esto nadie puede pararlo ya". Marta perdió cinco hijos en la guerra. Sin embargo, en la vigilia del 15 de noviembre estaba feliz.

Es cierto que, cuando uno visita las comunidades de Chalatenango o de Jayaque, puede encontrar mucha tristeza. La gente pobre la pasa muy mal. Los chiquillos desnutridos siguen muriéndose antes de tiempo. Los jóvenes no encuentran ni trabajo ni tierra, y tienen que emprender el viaje al Norte. Las jóvenes tienen que ir a la ciudad y a la maquila. La economía está separando y dividiendo a las familias. Y a pesar de tanto dolor y tanta sangre derramada no parece que hay un proyecto del pueblo. Y, para colmo, la delincuencia.

Pero esto no es toda la verdad. La gente todavía está dispuesta a compartir, con gusto, su última tortilla. No falta hospitalidad, generosidad y fe. "Todavía cantamos, todavía esperamos", como reza el canto. Sólo que hoy en día cuesta creer, cuesta amar y cuesta esperar. Vivimos una auténtica desolación nacional. Por eso mismo llama tanto la atención que, en la vigilia, brotaba -estallaba- alegría y esperanza. Nos recordaba el ambiente de la Plaza de los Héroes aquel 16 de enero de 1992, día en que se firmaron los Acuerdos de Paz.

En la vigilia de este X Aniversario, la gente sentía no cualquier alegría, sino gozo profundo. De muchas partes de El Salvador y de muchos países vinieron a beber en el pozo de la fe salvadoreña. Y saciaron su sed.

La alegría era evidente. Se notaba en la espontaneidad, en cómo se abrazaba y se sonreía la gente. Había cariño y confianza como sólo puede verse en una familia.

No era por los tamales, por ricos que éstos fueran. No era por la salud de la que poca gente goza. Se trataba de gozo a pesar de todo, a pesar de cómo andamos, a pesar de la delincuencia y el desempleo, alegría que hace más soportable el mal que vivimos. Se trata de consolación. Sólo Dios consuela a su pueblo de esta manera. "Consuela, consuela a mi pueblo", dice Yahvé. Cuando se trata de alegría a pesar de todo, es que Dios está en el fondo de esa consolación.

En esta vigilia estallaba el reino de Dios y el pueblo despertaba a la esperanza desde la dura situación en que vivimos. Al reunirnos y recordar la sangre generosa de los mártires —ocho de la UCA y miles y miles más— nos alegramos como "locos" —así nos considera el mundo—.

En el fondo de su corazón, Marta y gente como ella saben lo que celebran y por qué se alegran. La mentira y el odio pasarán. La muerte no tiene la última palabra. La bondad y la verdad van a triunfar. El amor no pasará. Para Marta y para muchos más entre nosotros, después de este aniversario no cuesta tanto creer, esperar y amar.

 

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Crece el número de los testigos

 

"Esta vigilia es un testimonio bonito y profundo. Normalmente, una universidad, y a veces también la Iglesia, está muy alejada del pueblo. Eso no deja de ser un poco triste, pero en esta vigilia es al revés. La gente considera que estos mártires y esta UCA son de ellos, y no se sienten distanciados. Yo estoy muy contento de estar nuevamente aquí en este aniversario, y lo que más me conmueve es pensar que "mártir" significa "testigo". El Coronel Benavides dio la orden de matar a Ellacuría, a todos los jesuitas y a las dos mujeres, para que no quedaran testigos. ¡Gran ironía y gran sabiduría de Dios! La orden no sólo no se cumplió, si no que ahora hay miles y miles de testigos. Y ellos mismos, los jesuitas y las mujeres, se han convertido en testigos de la verdad y de la justicia, de Jesús y de su Dios, en todo el mundo".

Palabras del P. Michael Czerny, venido de Roma para la celebración

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La vigilia en números

 

Alrededor de 14,000 personas asistieron a la vigilia, y como ya está ocurriendo en los últimos años llegaron muchísimos jóvenes. Provenían de 104 comunidades de todos los departamentos de San Salvador. Se hicieron presentes religiosas de 20 congregaciones, religiosos de otras 17 congregaciones y delegaciones extranjeras de 33 países. En la eucaristía del día 15 había 56 sacerdotes en el altar, más los que estaban entre el pueblo. En la del 16 había 111 sacerdotes, entre ellos 8 obispos y el nuncio apostólico. En ambas eucaristías la oración de los fieles fue hecha en las siguientes lenguas: español, inglés, francés, italiano, alemán, sueco, kacchikel, misquito, árabe, coreano, limbala de Africa, portugués. Una gran manta, que se veía desde todas partes, decía: "A los mártires salvadoreños acompañamos los coreanos".

 

 

MARTES 16

Misa de clausura

 

El día 16, a las seis de la tarde, se tuvo la misa de clausura, más solemne y oficial, por así decirlo, pero igualmente profunda. Las autoridades de la UCA y de la Compañía de Jesús refrendaban el testimonio martirial, y también las autoridades eclesiales del Vaticano y de la arquidiócesis. Hubo muchos discursos y homilías, de las que ahora ofrecemos sólo breves extractos. En el próximo número esperamos publicar la homilía completa de Mons. Pittau, jesuita y arzobispo, secretario de la Congregación para la Educación católica. En 1982 estuvo en el país, visitando a los jesuitas y a los refugiados. En uno de los refugios se emocionó tanto que cantó una avemaría en su lengua natal de Cerdeña.

Bienvenida del P.Tojeira. "Nos reunimos hoy para conmemorar en esta Misa la muerte martirial de ocho personas muy cercanas a nosotros, a nuestra Universidad, a nuestra sociedad salvadoreña, a nuestra Iglesia. Ocho personas que continúan vivas, siendo ya promesa clara de resurrección en nuestra historia. Personas que nos siguen hablando y que desde su ejemplo cristiano nos dicen lo siguiente.

En primer lugar que la lucha pacífica, activa y no violenta, en defensa de la justicia, es el único camino racional de crecimiento y desarrollo para nuestro país. En segundo lugar, nuestros hermanos continúan desde su ejemplo recordándonos la necesidad de liberar nuestra propia generosidad en esta tarea de abrir caminos de salvación y esperanza. Generosidad que tiene que pasar por el trabajo y el sacrificio personal, por la profecía y la crítica en ocasiones, por el diálogo y la tolerancia siempre. En tercer lugar nos dicen también que es posible conseguir lo que se persigue con generosidad y esfuerzo: en su caso, la salida negociada de la guerra. Y nos recuerdan, sobre todo, que sólo el que da la vida por los demás se convierte en semilla y en esperanza".

Homilía del P. Pittau. El P. Pittau comparó el martirio de los jesuitas del Paraguay a mediados del siglo XVII con la muerte de los jesuitas de la UCA. "Los encomenderos en varias ocasiones había pretendido que los jesuitas, desde los primeros tiempos de las misiones entre los Guaraníes, fuesen expulsados", y al final asesinados. Así ocurrió con los mártires de la UCA, y por eso "brillan como lumbreras en el mundo mostrando una razón para vivir".

"¿Cuál era el sentido que dinamizaba sus vidas y las llenaba de satisfacción en medio de dificultades y trabajos? El sueño de ayudar a construir en El Salvador un mundo de hermanos. El sueño de un Salvador y un mundo justo, libre, eterno, en paz, como debería ser el mundo de acuerdo a los valores del Evangelio, al sueño de Jesús del reino de Dios que ya comienza aquí".

Emocionadamente el P. Pittau recordó que Ellacuría regresó de España a su comunidad, y así los seis jesuitas murieron en comunidad. Junto a ellos, y por causa de ellos, fueron asesinadas Julia Elba y Celina. Con ellas los jesuitas murieron en una comunidad mayor de miles de salvadoreños y salvadoreñas.

Mensaje del P. Peter–Hans Kolvenbach. "Un mundo se acaba y otro distinto comienza. Esto me lleva a reflexionar sobre una herencia fundamental que nos trasmiten nuestros hermanos. ¿Cuál es esa herencia? Nuestros hermanos, en toda su vida y sobre todo con su muerte, pudieron dar un testimonio relevante del Evangelio porque desde su vocación religiosa y universitaria estuvieron siempre muy atentos a discernir los signos de su tiempo y así lograron formular y comprometerse con lo que el Señor de la historia estaba pidiendo a la conciencia cristiana de su tiempo. No es casual que nuestros hermanos tuvieran una sintonía tan honda con Monseñor Romero.

Esta herencia es la que a nosotros nos toca preservar hoy en una historia que en sus luces y sus sombras es continuación de la que vivieron ellos, pero que simultáneamente presenta signos distintos que a nosotros nos toca discernir de nuevo.

El recuerdo particular de Elba y Celina no nos puede pasar desapercibido tampoco. En los planes de Dios no es casualidad que la sangre de estas dos humildes mujeres esté unida a la de los seis sacerdotes jesuitas. La Compañía de Jesús quiere en la Iglesia discernir los signos de los tiempos a la luz de las grandes necesidades de los pobres. La Compañía de Jesús quiere ser también compañía con los pobres, sintiendo sus problemas como propios y llevando a cabo su evangelización para actualizar el signo mesiánico proclamado por Jesús mismo".

Despedida del P. Adán Cuadra. "De una manera especial, mi agradecimiento va para ustedes hermanos y hermanas de las comunidades de El Salvador, que año con año se congregan en este mismo lugar para buscar en los mártires la fuerza que necesitan para fortalecer su fe y proseguir su compromiso de sembrar la semilla de una nueva sociedad, más justa, fraterna y solidaria... Ustedes siguen siendo, para nosotros los jesuitas, criterio y fuerza para intentar seguir siendo fieles a la causa por la que dieron su vida nuestros mártires. Ustedes alimentan nuestra fe y nuestra misión y con sus exigencias de justicia cuestionan nuestros trabajos y nuestros estilos de vida.

Con el asesinato de los mártires el mundo entero despertó de un tajo ante la injusticia que sufría El Salvador. Diez años después, El Salvador sigue siendo fuente de grandes desigualdades y uno de los países más violentos del mundo. Con verdadero dolor podemos decir que en El Salvador la brecha de las desigualdades sociales es mucho mayor hoy que hace diez años. Por eso, su sangre no puede ni debe dejarnos vivir en paz.

"Un pueblo que olvida a sus mártires no merece llamarse pueblo". Nosotros queremos decir en este X Aniversario que no los olvidamos".

 

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A pesar del tiempo transcurrido, el recuerdo de aquellos amigos entrañables, a quienes tanto quise, su imagen, su palabra y sobre todo su ejemplo permanecen y seguirán vivos en mi corazón con la misma fuerza de entonces. Y su muerte absurda, cruel y anticipada sigue aún causándome el mismo dolor profundo.

Fueron asesinados como tantos otros miles de salvadoreños y su sangre se fundió con la del pueblo al que tanto amaron. Por eso su muerte está llena de sentido para todos los que llevamos El Salvador en el corazón. Luisa y yo recordamos muchas veces aquellas inolvidables tertulias que comenzaban al atardecer y se prolongaban, a veces, hasta el alba.

De ellos aprendimos muchas cosas. Pero quizá la más importante fue cómo mirar la realidad de ese tercer mundo que muere cada día crucificado por la injusta pobreza que le infligen otros mundos opresores, como el nuestro. Fue un verdadero privilegio conocerles y un regalo poder disfrutar de su amista.

Fernando Alvarez de Miranda

Defensor del Pueblo, Madrid