Carta a las Iglesias, AÑO XX, Nº 446-447. 16 de marzo - 15 de abril de 2000

 

Monseñor Romero estaba en lo cierto

 

En una entrevista que concedió tres semanas antes de ser asesinado Monseñor Romero dijo estas palabras: "Si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño. Lo digo sin ninguna jactancia, con la más gran humildad". Y Monseñor estaba en lo cierto.

Lo ocurrido en este XX aniversario no deja lugar a dudas; si acaso universaliza esa resurrección. "San Romero de América" le llamó don Pedro Casaldáliga inmediatamente después de su martirio, y ahora lo proclama "santo universal". En los anhelos de justicia, dignidad y vida de los pueblos crucificados, en el compromiso de hombres y mujeres que no han perdido del todo la vergüenza y quieren "revertir la historia" Monseñor ha resucitado.

Y todo ello ha ocurrido sin viento a favor, sino teniendo, prácticamente, a todos los poderes de este mundo en contra: oligarquías, militares, gobiernos –de aquí y de Estados Unidos–, poderes también eclesiásticos, algunos hermanos obispos y hasta cardenales de curias... Y teniendo a favor a un grupo de seguidores y a un pueblo que lo ha mantenido sólo con su desnudez y una flor, como la campesina que lo sostiene en sus brazos en el cuadro de Benjamín Cañas.

Esto es lo primero que llama la atención de este XX aniversario: Monseñor Romero estaba en lo cierto. Recordarlo no tiene ningún ribete de hybris, ni atisbo de arrogancia –a lo que somos dado los seres humanos– ni en Monseñor Romero ni en quienes seguimos en la historia. Expresa, más bien, gozo porque esta nuestra cruel y encubridora historia, a veces, milagrosamente, muestra su mejor rostro. En lenguaje cristiano, gozo porque Dios ha hecho justicia a una víctima y el verdugo no ha triunfado sobre ella.

Y si Monseñor estaba en lo cierto al afirmar aquellas palabras, entonces nos está permitido esperar que también será verdad la esperanza que expresó en la misma entrevista: "que mi sangre sea semilla de liberación", la bondad y reconciliación: "desde ahora perdono y bendigo a mis asesinos", y la supervivencia de una Iglesia de Jesús: "ojalá, sí, se convenzan que perderán su tiempo. Un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, no perecerá jamás.

Es verdad, pues, que Monseñor estaba en lo cierto, pero sus palabras siguen dejando atónitos. ¿Cómo pudo decir semejantes cosas? ¿De dónde sacaba lucidez y convicción para decir lo que nadie ha dicho, y decirlo con toda naturalidad? Pienso que entender esto nos introduce en lo más íntimamente suyo. Veámoslo.

Puede discutirse si en Monseñor se dio un cambio o una conversión, pero lo que es indudable es que en un momento de su vida –relativamente pronto después del comienzo de su ministerio arzobispal– el pueblo, "su pobrería", entró en su corazón para quedarse para siempre. Se apoderó de él e hizo de él un hombre y un creyente sin fisuras, un ser humano y un creyente total.

Esa esencial referencia a su pueblo se le convirtió en segunda naturaleza, mejor aún, en su verdadera naturaleza, de la cual nunca pudo despojarse, como si de su propia piel se tratara. Y esa referencia esencial, pienso yo, es lo que expresan frases suyas que no son ejercicio de retórica edificante, sino expresión honda de su propia persona: "El pueblo es mi profeta". "Con este pueblo no cuesta ser buen pastor". "Que mi muerte sea por la liberación de mi pueblo"... Siempre, "el pueblo".

El pueblo –sin ningún matiz populista– es lo que le hizo ser, actuar y hablar a Monseñor Romero. "El pueblo te hizo santo", dijo Casaldáliga desde el principio. Dicho en lenguaje cristiano, Monseñor Romero fue agraciado, liberado, bendecido, sacado de sí mismo, por el Espíritu de Dios. Dicho en lenguaje histórico, Monseñor Romero fue agraciado, pero, como dice el canto, "por el pueblo que tanto te amó". Y una vez consumada esa gracia, Monseñor comenzó a ser, a hacer y a hablar de manera muy otra, como si hubiera redescubierto lo que significaba para él ser humano y ser cristiano.

No tuvo que negar nada de lo bueno anterior, pero algo muy nuevo le fue dado: la libertad para que nada se convirtiese en obstáculo para servir al pueblo –"les pido sus oraciones para serles fiel hasta el final"–, la compasión para que nada hiciese pasar a segundo plano su sufrimiento –"a mí me toca ir recogiendo cadáveres"–, la esperanza para que la palabra final fuese siempre una buena noticia –"sobre estas ruinas brillará la gloria del Señor"–. Y se le dio la intuición de la solidaridad, la que expresan estas palabras que rara vez –si alguna– ha pronunciado un obispo: "Me alegro, hermanos, de que nuestra Iglesia sea perseguida... Sería triste que en una patria donde se está asesinando tan horrorosamente no contáramos entre las víctimas también a los sacerdotes. Son el testimonio de un Iglesia encarnada en los problemas del pueblo". No habla aquí un místico, y ciertamente no un masoquista. Habla un agraciado, alguien que quiere ser real en y con su pueblo. "No queremos ser diferentes", pareciera decir Monseñor Romero, desafiando siglos de tradición eclesial. Identificado con sus ovejas hasta ese punto, nada tiene de extraño que escuchasen su voz y se reconociesen en ella.

De mártir a mártir Ignacio Ellacuría puso a Monseñor Romero en relación con Dios y con su pueblo. En palabras audaces y concisas dijo así lo primero: "Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador". Y así formuló lo segundo: "Monseñor Romero, un enviado de Dios para salvar a su pueblo". Dios y pueblo, lo que quedó unido desde el principio, aunque tantas veces ha sido separado, en Monseñor lo volvió a ver unido –un poco calcedonianamente– Ignacio Ellacuría. "Sobre dos pilares", decía, "apoyaba Monseñor Romero su esperanza: un pilar histórico que era su conocimiento del pueblo al que él atribuía una capacidad inagotable de encontrar salidas a las dificultades más graves, y un pilar transcendente que era su persuasión de que últimamente Dios es un Dios de vida y no de muerte, que lo último de la realidad es el bien y no el mal".

De Monseñor y el pueblo ya hemos hablado, digamos ahora una palabra sobre Monseñor y ese Dios que se apoderó de él. Es el misterio santo, más allá de todo lo humano, el Dios que puede salvar sin someter, el Dios que puede dar sin empequeñecer. Eso fue central para Monseñor. "¡Quién me diera, queridos hermanos, que el fruto de esta predicación de hoy fuera que cada uno de nosotros fuéramos a encontrarnos con Dios y que viviéramos la alegría de su majestad y de nuestra pequeñez!".

Y ese misterio de Dios se le fue apareciendo de diversas formas y en distintos rostros. Con definitividad, Dios se le dejó ver como Dios de vida, Dios de justicia, Dios de los pobres... Clara prueba de ello fue que el Monseñor que no sabía muy bien qué hacer con Medellín, aunque formalmente lo aceptaba, empezó a encontrarse en Medellín como "en casa": Medellín comenzó a hablarle de los pobres y de su Dios –verdad central que hay que mantener en estos tiempos en que se quiere ignorar o enterrar a Medellín–.

Y de ahí también, por recordarlo brevemente, que Monseñor Romero, cristiano y obispo, de quien se esperaba ortodoxia y fidelidad a la tradición eclesial, retomase novedosamente, con naturalidad y gozo, lo que en esa tradición encontró de un Dios de los pobres y de unos pobres que claman a Dios. De ahí que parafraseara la frase de san Ireneo, obispo de Lion, del siglo II, "la gloria de Dios es el pobre que vive". De ahí que pusiera en práctica cotidiana –hasta el martirio– lo que, en el siglo XVI, se exigía de los obispos: "ser, por oficio, defensores del indio", según aquello del Antiguo Testamento de que Jahvé es el goel, "el rescatador de lo que es" de los pobres. De ahí que orientara su pastoral desde la supremacía absoluta de la vida: "vale más indio vivo que bautizado muerto", como decía el obispo Bartolomé de las Casas. Y también de éste recogió su intuición cristológica central: "yo dejo en las Indias a Jesucristo, nuestro Dios, azotándolo y afligiéndolo y abofeteándolo y crucificándolo, no una sino millares de veces, cuanto es de parte de los españoles que asuelan y destruyen aquellas gentes...". En esa misma tradición Monseñor Romero a su pueblo lo llamó "el divino traspasado", "el Cristo crucificado", "el siervo sufriente de Jahvé" que carga sobre sí los pecados del mundo, y quien, así, trae salvación.

Dios y pueblo, pueblo y Dios, es lo que unificó Monseñor Romero con profundidad inigualable. Con ellos se identificó y a ellos se entregó hasta el final. Eso es lo que recordamos con gozo y agradecimiento en este aniversario. Pero añadamos, aunque sea ahora muy brevemente, que, en la eucaristía, ese "recuerdo" y esa "acción de gracias", se expresan a través de un "hagan esto". Recordar, anunciar, celebrar a Monseñor es, ante todo, seguir a Monseñor, en la vida y en los hechos. Sin esto, aquello siempre será proclive a la tergiversación y hasta la manipulación.

En la preparación de la misa de su funeral, el 30 de marzo de 1980, pensando en cómo debería ser la homilía, alguien propuso que, en la primera parte, se hablase de las lecturas bíblicas y de Monseñor, y que la segunda parte comenzase como comenzaba Monseñor : "éstos son los hechos de la semana...". A Monseñor hay que celebrar, pues, pero siendo y haciendo hoy lo que él fue e hizo, así como hay que anunciar a Cristo, siendo y haciendo como Jesús. Y en esta misma línea, ahora que estamos en tiempo de jubileo, de conversión y de pedir perdón, bien hará la Iglesia, entre nosotros –la salvadoreña–, en pedir perdón de lo que ha hecho mal o ha dejado de hacer bien en los últimos veinte años.

Terminemos como empezamos. Monseñor vive en su pueblo, y, más allá de él, en el mundo entero. Es un mártir y un santo, universal. Sin embargo, quizás no hemos dicho todavía lo más específico suyo: Monseñor Romero es entrañable. Fue, y sigue siendo, un arzobispo querido. Ese es el Monseñor, gracia de Dios a su pueblo, el Monseñor a quien hay que recordar y celebrar, y a quien hay que seguir.

Jon Sobrino

 


 

Juan Pablo II en Tierra Santa

El viaje de Juan Pablo II a Tierra Santa, del 21 al 26 de marzo, ha sido, muy probablemente, su viaje más importante, por el simbolismo de la fecha: el gran jubileo del año 2000, y del lugar: la cuna de tres grandes religiones de la humanidad, siempre a medias entre crueles conflictos y la utopía de llegar a ser familia humana.

Ofrecemos ahora dos reflexiones sobre ese viaje. La primera está inspirada en un editorial de El País, 26 de marzo, con el título "El Papa de todos". En él late la utopía, si no de la globalización, sí de la mundialización de lo humano: sentar juntos a musulmanes, judíos y cristianos. La segunda reflexión, del Padre Tojeira, recoge las palabras del Papa contra el genocidio y las violaciones de los derechos humanos que ocurrieron en el pasado, lo cual ilumina la situación de países como El Salvador, Guatemala y Chile, con sus militares y gobernantes, acusados de aberraciones hace dos décadas.

El Papa de todos

Los seis días de Juan Pablo II en Tierra Santa constituyen uno de los mayores trabajos de caligrafía diplomática que haya realizado jamás el Vaticano, más estimable por las condiciones de sufrimiento objetivo en las que Juan Pablo II ha peregrinado. La primera reflexión, por ello, sobre el viaje pontificio es la de que ha habido mucho de todo y para todos: los gobernantes israelíes pueden sentirse reforzados en su particular proceso de paz, pero también la Autoridad Palestina ha hallado lo que buscaba, una parecida legitimación para su futuro Estado indepen-diente en Cisjordania y Gaza.

Juan Pablo II ha hecho todos los gestos políticos que correspondían. Ha besado la tierra israelí y la palestina; ha pronunciando las doloridas palabras adecuadas en su visita al Museo del Holocausto; ha bendecido el proceso de paz, lo que equivale a bendecir más a los judíos que a los árabes, porque ellos son quienes lo administran con formidable economía, pero, de la misma forma, ha proclamado los derechos del pueblo palestino a una "patria", término apenas menos comprometido que el de "Estado", al tiempo que añadía que ese pueblo "ya ha sufrido bastante", con el acento cargado de impaciencia sobre el "ya". El Papa no es un mediador, pero el primer viaje de un Pontífice a Tierra Santa en un cuarto de siglo confiere un valor peculiar a sus reiteradas llamadas a la tolerancia y la justicia.

El hecho de que el Papa haya pasado la mayor parte de su tiempo en Israel y los parajes donde la tradición cristiana sitúa la vivencia de Jesús pareciera que apunta a otorgar una mínima ventaja a los propietarios sionistas del solar. Pero hay que recordar también la declaración del Vaticano y la Autoridad Palestina, de 15 de febrero pasado, sobre lo que ambos, judíos y árabes, llaman "capital eterna", Jerusalén. La Iglesia católica ratificaba, con ello, su posición histórica sobre el problema; es decir, el no reconocimiento de modificación unilateral alguna del estatuto de la ciudad santa, tal como fue establecido por una resolución de la ONU de 1949, en la que se proclamaba su carácter de enclave internacional, en parte para asegurar la protección de los Santos Lugares de las tres grandes religiones monoteístas: cristianismo, islamismo y judaísmo. En la práctica, ello equivale a respaldar la posición palestina, que apoya la internacionalización de los lugares votivos, junto con la reivindicación de la parte árabe de la ciudad como su futura capital.

La razón religiosa del Papa para esta visita es clara. Pero, además, con ella el Santo Padre apoya la gran oportunidad de paz que parece abrirse hoy en Oriente Próximo.

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El Papa y las violaciones de los Derechos Humanos

José María Tojeira

Durante la semana pasada los medios escritos de El Salvador reprodujeron con amplitud y profesionalidad informativa el viaje de Juan Pablo II a Tierra Santa. A parte de momentos sumamente emocionantes, de los que todos podemos aprender, hay un elemento en su viaje que nos debe hacer reflexionar. Es la actitud del Papa ante las terribles violaciones a los derechos humanos que sufrieron hace ya casi el medio siglo los judíos. Y no sólo ellos, sino, en menor cantidad, otros grupos sociales como los gitanos, los opositores al régimen nazi (entre los que se encontraban notables católicos y protestantes alemanes, algunos de ellos declarados márti-res en la actualidad), y otros.

Las reflexiones del Papa pueden ser extraordinariamente útiles para nosotros desde el punto de vista ético, puesto que todavía luchamos con un pasado bastante cercano, discutiendo si le damos al mismo la gracia del olvido, o si hacemos el esfuerzo por sanarlo con la justicia como camino de reconciliación.

Sobre el genocidio cometido contra el pueblo judío el Papa dice expresamente: "Nadie puede olvidar o desconocer lo sucedido. Nadie puede disminuir sus dimensiones". En este punto creo que hay cada vez más acuerdo en el país. Era característico hace todavía pocos años que la consigna a nivel oficial fuera "perdón y olvido". Hoy, políticos de la esfera oficialista, si bien han invitado al perdón, confundiendo perdón cristiano con perdón jurídico-legal, que son ciertamente dos cosas distintas, han avanzado positivamente en el tema del olvido. Efectivamente, algunos de ellos han dicho con claridad que estos hechos dolorosos del pasado no se deben olvidar. En efecto, olvidar a personas como Monseñor Romero, que con gran dignidad arriesgaron su vida por defender la vida injustamente arrebatada de otros, es algo noble que merece ser recordado para siempre.

Las razones del por qué recordar las expone muy bien Juan Pablo II: "Deseamos recordar con un objetivo. Específicamente con el de garantizar que la maldad jamás prevalecerá de nuevo, como lo hizo en el caso de millones de víctimas inocentes del nazismo". No podemos olvidar no sólo porque las personas asesinadas eran dignas, en muchos aspectos más dignos y ejemplares que nosotros, sino porque no queremos que el mal se repita. En ese sentido, en el recuerdo hay siempre presente un elemento de denuncia. Lo que se hizo fue malo, fue delito, fue un acto contrario a cualquier sentimiento de humanidad. Y quienes lo hicieron actuaron mal. Perdonar no significa olvidar que las cosas estuvieron mal hechas. Perdonar significa reconocer el mal y reconocer al mismo tiempo que la persona que actuó mal sigue siendo persona humana sujeta de derechos y esperanzas. Precisamente porque actuó mal debe ser juzgada si lo que hizo es un delito. Pero porque es persona debe ser tratada como persona humana, y no como fueron tratadas sus víctimas.

Pero para recordar no sólo hay razones, sino actitudes que deben acompañar a las razones. Y de nuevo Juan Pablo II nos las recuerda: "Recordar significa orar por la paz y la justicia y comprometernos con sus causas. Sólo un mundo en paz, con justicia para todos, puede evitar la repetición de los errores y de los terribles crímenes del pasado". ¿Qué significa para nosotros comprometernos con las causas de la justicia? Evidentemente y en un primer sentido luchar para que la injusticia social, que fue una de las causas de la guerra en nuestro país, y de las terribles violaciones de los derechos humanos que la acompañaron, vaya desapareciendo de nuestra tierra. Pero parte de esa injusticia social es también la impunidad, el hecho de que no se le haga justicia a las víctimas del pasado. Comprometerse con la causa de la justicia es también comprometerse a que se haga justicia legal. No de otra manera pueden entenderse estas palabras del Papa, cuando se pronuncian en un país donde cincuenta años después de cometidos los crímenes todavía se persigue a los criminales. Hacer justicia no significa ser enemigo del perdón. Significa poner las bases para una auténtica reconciliación.

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"Nadie puede olvidar o desconocer lo sucedido. Nadie puede disminuir sus dimensiones. Deseamos recordar para garantizar que la maldad jamás prevalecerá de nuevo".

 


 

Crónica del 24 de marzo del año 2000

A veinte años de su asesinato, la profecía de que resucitaría en el pueblo salvadoreño si lo mataban, se ha cumplido. El arzobispo de San Salvador, Oscar Arnulfo Romero, martirizado a las seis de la tarde de un 24 de marzo mientras celebraba la eucaristía en la capilla del hospital de los cancerosos, lugar donde decidió vivir para estar cerca de los más pobres, sigue vivo, y bien vivo, en el corazón de este pueblo centroamericano. Monseñor Romero, su memoria, su palabra, su voz, y el testimonio de su vida y de su martirio, sigue animando la fe y la esperanza de todos los cristianos y cristianas salvadoreñas que ya le tienen por santo.

Una figura que atrae

La admiración y el respeto por la figura de Monseñor Romero no es sólo de los salvadoreños. La masiva presencia en los diferentes actos conmemorativos del vigésimo aniversario de su asesinato de numerosas delegaciones internacionales y representantes de los diferentes grupos y comités de solidaridad que en todo el mundo apoyaron la lucha de los sectores populares en el conflicto salvadoreño y los esfuerzos por la paz, dan cuenta de la popularidad de este obispo más allá de América Latina.

El viernes 24 de marzo, en la capilla donde Romero fue asesinado, el obispo emérito de Chiapas, Monseñor Samuel Ruiz, acompañado por Don Pedro Casaldáliga, el obispo brasileño que popularizó y acuñó para el arzobispo martirizado el título de "San Romero de América", presidió una eucaristía en la que varios de los asistentes, algunos pertenecientes a otras iglesias cristianas, dieron testimonio de su relación con Monseñor Romero y de lo que su vida y su martirio han representado para el pueblo salvadoreño y para toda la Iglesia de este continente. Terminada la eucaristía, una marcha recorrió las principales calles de la capital salvadoreña hasta la catedral. A lo largo del trayecto se contemplaba una ciudad plagada en sus muros de pintadas que exaltaban la figura del arzobispo y denunciaban la impunidad.

Al mediodía, en una catedral abarrotada de fieles, el arzobispo de San Salvador, Fernando Sáenz Lacalle, presidió una segunda eucaristía a la que también asistieron otros obispos salvadoreños y algunos llegados de los demás países. Un grupo de estudiantes, formando una larga cruz en los pasillos del templo, portaba fotografías en las que se recogía en buena parte la memoria de todo el trabajo pastoral que Monseñor Romero desempeñó en esta arquidiócesis durante los tres años que estuvo al frente de ella.

Profeta, mártir y hombre de Dios

El pueblo salvadoreño se hizo masivamente presente, entre cincuenta y cien mil participantes según los organizadores, en la eucaristía que presidió el arzobispo de Los Angeles el cardenal Mahony, a las seis de la tarde en el parque El Salvador del Mundo.

En su homilía, el cardenal Mahony pidió a todos no reducir la vida de Monseñor Romero a una simple memoria: "No debemos permitir que la semilla de su labor se quede nada más que como una memoria. Debemos seguir sembrando esas semillas para que den frutos y orar para que el mensaje de Jesucristo reine en todo el mundo donde hay injusticia".

Al comenzar el evangelio, relacionó a Monseñor Romero con el hijo asesinado de la parábola: "Él también fue asesinado, no sólo por lo que representó, sino por el desarrollo de su propia vida, porque era un profeta en su tiempo que habló contra la injusticia social y que habló a favor de los más honorables entre nosotros. Como el mayor número de profetas en la historia, sus palabras llegaron a ser la medida por la cual fue juzgado, pero también la causa de su muerte".

En sus palabras el cardenal arzobispo de Los Angeles, refiriéndose a los pobres, a los que por tres veces llamó "los más honorables", citó a Monseñor Romero para señalar que "la Iglesia traicionaría su propio amor por Dios y su fidelidad al Evangelio si dejara de ser una defensora de los derechos de los pobres", y pidió a los obispos "ser verdaderos pastores del rebaño, cuidando las ovejas que se nos han encomendado y asegurando que todas las personas tengan los derechos humanos básicos, especialmente cuando estos derechos son claramente articulados en el Evangelio de Jesucristo". Para el cardenal Mahony, que fue en repetidas ocasiones interrumpido por los aplausos de la multitud, principalmente cuando citaba textos de Romero, el arzobispo de San Salvador "fue un profeta, un mártir, un hombre de Dios y un verdadero pastor de la Iglesia que nos enseñó cómo vivir la Buena Nueva".

Ya canonizado por el pueblo

A Monseñor Romero el pueblo salvadoreño ya lo ha canonizado. La devoción con que la gente sencilla le reza en la cripta de la catedral donde reposan sus restos, las velas y flores que depositan en su tumba, los muchos milagros que ya se atribuyen a su intercesión, la veneración con que muchos se arrodillan y tocan con sus manos la losa donde cayó abatido en la capilla del hospital mientras preparaba el pan y el vino en el altar, la divulgación masiva de su palabra y enseñanza en libros, folletos y cassettes, muestran que ya Monseñor Romero es "San Romero" para este pueblo salvadoreño.

En el Centro Monseñor Romero que la Universidad Centroamericana, UCA, tiene dedicado a su nombre, juntas están las memorias de Romero, la de Rutilio Grande, asesinado en 1977, muerte que supuso el comienzo de la conversión del arzobispo, y la de los jesuitas asesinados en noviembre de 1989. En este museo llama la atención y estremece un libro todo manchado de sangre. Curiosamente se titula "El Dios Crucificado" de Jürgen Moltmann, y dicen que cuando los militares que perpetraron el asesinato del P. Ellacuría y de los demás compañeros introducían el cadáver del P. Moreno en la habitación de Jon Sobrino, el único miembro de la comunidad que se salvó de la muerte por encontrarse fuera del país, de la estantería cayó ese libro sobre el cadáver y así quedó y así lo conservan.

Es particularmente emotiva para la gente la visita a la pequeña y austera casita donde vivía Monseñor Romero en el hospital La Divina Providencia, hoy convertida en centro de peregrinación. Celosamente, la hermana Luz, testigo de su martirio, custodia los objetos personales del obispo, sus libros, sus ropas, la camisa y el alba manchadas de sangre, una mitra que llevaba bordado uno de sus temas principales como pastor: "Sentir con la Iglesia". Para esta religiosa carmelita, que frecuentemente presenciaba sus prolongados ratos de oración y meditación ante el sagrario, Monseñor Romero es un santo, y ya Dios, por su intercesión, ha realizado varios milagros. "Después de su muerte –dice– yo he tenido la dicha de verlo y escucharlo, no en sueños sino en la realidad. Además de sentir su intercesión milagrosa en la solución de algunos problemas. Tres milagros concedidos a mi persona a favor de nuestras obras benéficas y un gran milagro reciente salvando la vida a un joven que vive en Cojutepeque".

Muchos otros testimonios pudiéramos citar. Para Pablo Alvarenga, del departamento de Cabañas, un campesino que fue tres veces encarcelado en los tiempos de la represión y que perdió sus cinco hijos en el conflicto armado que enfrentó a los salvadoreños, Romero es ya santo, aunque Roma no lo haya canonizado. "Para nosotros es santo. Vale lo de Roma, es cierto, pero vale mucho lo de nosotros también, que así lo vimos porque lo conocimos y sentimos".

Un evangelio para el pueblo salvadoreño

El teólogo jesuita Jon Sobrino conoció bien al arzobispo salvadoreño. Para él Romero es un evangelio, "una buena noticia de Dios para los pobres de este mundo. En estos días esto se ha visto de una manera muy clara". Hay que recordar, dice, que "Romero ha tenido en contra a todos los poderes de este mundo, las fuerzas armadas, la oligarquía, entonces la empresa privada, los gobiernos, muchos de los medios de comunicación, mucha gente de Iglesia y cardenales. El Papa en el ochenta y dos empezó a alabarle en público. Es decir, teniendo a todos en contra ¿qué tenía a favor?: su inmensa bondad, su inmensa fe, su inmensa esperanza y el amor de la gente pobre. Y esto, milagro de la gracia, ha tenido más fuerza que todos los poderes que antes he mencionado. Esta es la maravilla, que Dios se ha hecho presente como Buena Noticia en nuestros días".

Hablando para Vida Nueva, Sobrino dice que Monseñor Romero representa "la posibilidad de volver a lo mejor que ha tenido esta Iglesia, es decir, a Medellín, a encontrar a Dios de verdad en los pobres que sufren, a comprometernos con esos pobres, a no adormecerlos, como creo que bastantes veces hacemos, y a mostrar a los que se oponen a los pobres, a los ricos, a los opresores, que tiene que pensar muy seriamente delante de Dios qué hacen y qué están haciendo. Monseñor Romero fue una buena noticia para los pobres y profeta para los poderosos".

Un mártir, místico y político

En los tres años que duró la lucha de Monseñor Romero por y con el pueblo salvadoreño, el rechazo de los que no comprendían sus actitudes le afligía profundamente pero no le abatía. A mantenerse firme le ayudaba, además de la cercanía de Dios, el apoyo y aliento que le daban pastores como Don Pedro Casaldáliga.

Este obispo, también incomprendido por muchos, no podía estar ausente en este vigésimo aniversario de la muerte de su amigo y hermano. En declaraciones a Vida Nueva, Casaldáliga resaltó que Monseñor Romero "supone ya la figura de un pastor del pueblo, la figura de un místico y político simultáneamente, porque asumió hasta la muerte, hasta el martirio, hasta la cruz, las causas de su pueblo. Voz de los sin voz en una hora crítica, viviendo, por otra parte, muy martirialmente con una larga agonía de incomprensión, incluso por parte de los hermanos, hasta de hermanos del episcopado y hasta sectores del Vaticano. Dudo que haya habido en la historia de la Iglesia una palabra episcopal más oída, que mejor penetraba en el alma del pueblo en su coyuntura. Sus homilías no tienen igual, a mi parecer, en toda la historia de las homilías cristianas en estos dos mil años de cristianismo. Supone la figura de Monseñor Romero un estímulo a la coherencia en la pastoral episcopal, sobre todo, y una fuente de esperanza para el pueblo. Él rompió el muro del silencio con su propia sangre y en este vigésimo aniversario, tengo la impresión de que ha dado un respaldo definitivo a la libertad del pueblo salvadoreño y a las comunidades cristianas en este paisito entrañable".

Coincidiendo con Jon Sobrino, para Monseñor Casaldáliga, Romero "incorporó como nadie Medellín en su opción por los pobres y por las causas de los pobres y en su voluntad de ser pobre, de asumir las reivindicaciones del pobre, de denunciar, de acompañar, de anunciar y de hacerse solidario hasta en el llanto, en la agonía y en la sangre con el pueblo latinoamericano".

De la labor pastoral de Romero, el obispo brasileño destacó que "en un proceso creciente fue incorporando no sólo la cultura y el clamor de su pueblo salvadoreño, sino también el clamor de toda nuestra América en unas décadas críticas y, creo, que decisivas para la Iglesia de América Latina". Para Casaldáliga a Monseñor Romero se le podría dar el título de "obispo de Medellín, obispo de Puebla".

Ciertamente, a veinte años de su muerte, Monseñor Romero, como él mismo lo advirtiera cuando empezaba a ser perseguido y amenazado, sigue vivo, ha resucitado en el corazón del pueblo salvadoreño.

Miguel Angel Ciáurriz

Crónica para Vida Nueva y Carta a las Iglesias

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Meditación: "Pasó en medio de ellos"

"Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador" (Ignacio Ellacuría). Cada vez es más fácil hacer la comparación entre la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús y de San Romero de América. Al finalizar la semana mayor de la anticipada Pascua salvadoreña -como la definió don Pedro Casaldáliga- la Palabra que ilumina esta meditación sobre el memorial de gozo y esperanza de estos día es el capítulo 4 del evangelio de Lucas. Después de haber anunciado, en la sinagoga de Nazaret el cumplimiento de las promesas de liberación en su persona, Jesús es sacado fuera de la ciudad con la intención de arrojarlo de un barranco. "Pero él, pasando en medio de ellos, siguió su camino" (v. 30).

Este paso firme, decidido, con un toque de solemnidad y una serenidad que rompe la dramaticidad de la escena, me impacta hondamente. Jesús pasa en medio de su pueblo. "Pasó haciendo el bien", dirá Pedro en los Hechos de los apostoles, resumiendo con belleza única todo el sentido de la manifestación de Dios en el hombre. Pero lo que importa ahora es la actitud de la multitud que lo rodea: ¿qué hace con Jesús? Un ratito antes lo quiere matar, enfurecida, pero ahora queda inerte, mirándolo. Se abre y lo deja pasar. Me imagino la escena, un poco como la multitud que lo apretujaba en tantos momentos en los que Jesús recorría los pueblos de Galilea hasta su entrada en Jerusalén. Aquí la muchedumbre, la de la sinagoga, lo deja pasar, y es una pena: ¿cómo se puede estar tan indiferentes ante el paso de Jesús?

Corre la mente atrás, a la noche del viernes 24 de marzo, a la multitud que inunda la calle desde el monumento al Salvador del mundo hasta la catedral. En el medio, las imágenes, la memoria, la huella, la presencia, la compañía de Monseñor. Alguien que pasó en medio de su pueblo haciendo el bien, es decir, manifestando al Dios de Jesús. Fue profeta, y los de la sinagoga, del templo, del palacio de su pueblo no lo recibieron. Lo echaron al borde del barranco y con una bala asesina lo arrojaron. Con él, quisieron desbarrancar a toda su Iglesia, la Iglesia profética de los pobres, la Iglesia de Jesús. Parecía que lo hubieran logrado. Mataron a muchos otros, salvadoreños y salvadoreñas valientes, cristianos y cristianas fieles a la Buena Nueva de justicia y de verdad. Pero Monseñor pasó en medio de ellos, los que no lo recibieron, y siguió su camino.

Fue al mundo entero. Entró en los corazones de otras personas y de otros pueblos. Los miles de rostros y las decenas de culturas y de razas que recorrieron las calles de San Salvador en esta semana lo demuestran. Desde laicos de las bases hasta obispos, solidarios en sus organizaciones. Llena estaba la cripta todas las tardes, repleta la capilla del Hospitalito el viernes por la mañana, la UCA era una Babel de lenguas. San Romero ya no lo es sólo de América, sino también de Asia, de Europa, de Africa, de Oceanía. Y no porque lo diga el Vaticano, sino porque hay en todo el mundo quien vibra con el profeta de "este lado del charco". Un amigo italiano, leyendo las frases de las homilías que decoraban la cripta, exclamó: "esto es actualísimo también entre nosotros". Monseñor camina con la humanidad.

Sin embargo, quizá no es esto lo más importante de las celebraciones del XX aniversario de su resurrección -y no de su muerte, a pesar de las insistencias del cardenal arzobispo de Los Angeles..- Tengo la sensación de que hoy el pueblo salvadoreño ha salido a la calle para "apretujarse" nuevamente alrededor de su pastor y reapropiárselo. Para no dejarlo pasar. Para no perderlo. Para no dejar que suba a los altares y allá lo amarren, lejos de su gente. El pueblo ha vuelto a clamar, para hacer suyo a Monseñor. Junto a los que nunca dejaron de recordar y de marchar, aun en los años de la guerra, finalmente han salido a la calle también los que todavía tenían temor. Por ello, lo más conmovedor de las celebraciones fraternas en la cripta fue cuando el miércoles las comunidades del Bajo Lempa representaron su historia de dolor. Monseñor caminaba con ellas, con sus llantos por las balas, por las inundaciones, por las desapariciones, por los destierros. Monseñor sufría con ellas, y la esperanza fue la que venció. Luego llegó el baño de pueblo del viernes: ¿20, 30, 40 mil personas? A saber.

Y proclamar al viento y al mundo el precioso poema regalado por don Pedro al pueblo y a su pastor. Fue emocionante. Pero sobre todo comprometedor. Como recordaba Monseñor Urioste, lo más importante es el cambio que Romero produce en cada uno de nosotros. Y, añado, en la comunidad. Siento que en esta semana se ha gestado algo nuevo. No sólo ha sido Pascua, sino también Pentecostés. Y me iluminó el hecho de que la llamada prensa libre calló casi totalmente el gran evento. Otros sectores de las comunicaciones trataron de hacerse eco del sentir de la Iglesia popular -y se le agradece, entre otros, al canal 33 y a radio YSUCA-, pero me convencí de que la palabra de Monseñor, resucitada en la vida de los pobres, sigue teniendo algo que da miedo a los poderosos. Por ello, siguen haciéndose los indiferentes y creen que se puede dejar en el olvido el paso de este hombre bueno que hizo el bien por su pueblo. Y siguen queriendo callar su voz con la indiferencia, cuando las balas harían demasiado ruido. Pero no es tan fácil. Hoy El Salvador ha querido volver a "apretujarse" alrededor de su pastor, como cuando escuchaba sus homilías en catedral, y decía que "la voz de la justicia ya nadie la puede callar". El pueblo se ha puesto a lado de su pastor y camina con él. Monseñor continúa su camino, y después de haber tocado el corazón del mundo, vuelve a su tierra para que la Iglesia haga escuchar su voz.

Monseñor volvió a pasar en medio de su pueblo, y con él el Dios de Jesús. Y su pueblo camina a la par de él.

Luca

 


 

Mundialización de la Solidaridad

y de la Esperanza

Con ocasión de los 20 años del martirio de "San Romero de América" se celebraron en El Salvador diferentes actos de memoria y compromiso, en medio de un verdadero estallido popular de jubileo romeriano, dentro del gran jubileo de Jesús. Como SICSAL –Secretariado Internacional Cristiano de Solidaridad con y desde América Latina–organizamos, en San Salvador, el duodécimo encuentro mundial de solidaridad. Fue allí donde di esta charla que reproduzco ahora, sin la cálida espontaneidad con que vibrábamos en aquel auditorio de la UCA, dedicado al mártir Ellacuría.

 

Conocemos y sentimos muy bien la globalización neoliberal que está ahí, dominando el mundo, como sistema supuestamente triunfante: de pensamiento único, de interés único, de poder único. Cumpliendo el irónico consejo de Keynes: "Por lo menos, durante unos cien años debemos fingir entre nosotros y delante de todos los demás que lo justo es malo y que lo malo es justo... La avaricia, la usura y la previsión han de ser nuestros dioses por un poco más de tiempo...".

Nunca el mundo fue tan desigual y pobre. Nunca hubo tanta humanidad privada de ser humana. Hemos pasado de los pobres a los empobrecidos, a los excluidos, a los sobrantes. Cuando en el mundo cabríamos muy bien todos, como recordaba Gandhi, siempre que algunos no se dedicaran prepotentemente a la usura y al despilfarro. Que haya un billón y pico de personas con menos de un dólar por día es más que una iniquidad, siendo que bastaría cerca del 1% de la renta mundial para erradicar la mundial pobreza.

Para el tema que nos interesa es bueno recordar también cómo la vivencia de ese sistema de egoísmo total -que coincide además con la posmodernidad narcisista- significa una crisis estructural de la solidaridad. Dom Demetrio Valentini, gran animador de la Pastoral Social en Brasil, apuntaba: "Tal vez la crisis de la solidaridad tenga que ver hoy con la privatización de nuestros valores y sentimientos". (¡No se privatizan sólo las empresas y los servicios sociales!). "Hay, en esta posmodernidad, una tendencia a la vuelta al propio ombligo. Las personas están desencantadas frente a la política y los políticos". La TV Record -una de las mayores cadenas de Brasil- hizo recientemente una encuesta entre sus teleespectadores preguntando por las tres cosas que más avergüenzan al país: los políticos salieron en primer lugar, antes que el desempleo y la violencia. "Movidas, las personas, por la publicidad, prefieren ser consumidoras a ser ciudadanas. Así se resquebrajan los mecanismos de la solidaridad, se desarticula la sociedad civil, se refuerzan las desigualdades sociales y la dominación de las élites". Recordemos que en América Latina (en todo el tercer mundo) las élites u oligarquías han sido siempre -y son- el brazo derecho de los sucesivos imperios, hoy del macroimperio neoliberal...

Por otra parte, la globalización, o la mundialización, mejor dicho, es inevitable y es, además, bienvenida. En el mismo libro –Solidariedade, caminho da Paz, editado por Cáritas brasileña preparando el Jubileo–, Dom Demetrio, en el prólogo, reflexiona así: "Hoy todos constatamos la inexorabilidad de la globalización. Ella acontece y se implanta, queramos o no. Señal de que trae consigo una dinámica que se inscribe en la propia naturaleza. El mundo es en realidad un globo, unido por un complejo de articulaciones que imprime su marca a todo lo que en él va sucediendo. A nosotros nos cabe darle a la globalización la fisonomía humana que por vocación somos llamados a imprimir en el mundo para que en él la vida humana pueda desarrollarse y ser la principal razón de ser de todo el universo, como la Biblia nos dice desde el principio... Si es conducida por criterios de lucro y de dominación, la globalización atropella las condiciones de vida de grandes mayorías, para proporcionar ventajas a minorías privilegiadas. Por eso, es urgente impregnar de solidaridad el proceso de globalización, para que se realice al servicio de la vida humana".

En la Agenda Latinoamericana que acabamos de preparar para el año 2001 –y que a partir de ese año será Latinoamericana-Mundial– soñamos precisamente con la mundialización otra, con nuestra mundialización y nuestra mundialidad; que quieren ser, que deben ser, réplica alternativa y profética a la mundialización neoliberal que nos imponen. Escribo en la presentación de la Agenda: "la gran novedad de la Agenda en este primer año de un nuevo milenio es que la Agenda Latinoamericana quiere ponerse mundial. No por oportunismo, sino para responder a los signos de los tiempos. Lo cual es una orden del propio Jesús de Nazaret y es el dictamen de cualquier sociología que quiera respetar la realidad... El mundo se está haciendo uno. Para bien o para mal... En América Latina hemos repetido, sobre todo en las horas más decisivas, que o nos salvábamos continentalmente o continentalmente nos hundíamos. Ahora hay que decir, con un realismo que no puede desmentir a la esperanza, que o nos salvamos mundialmente o mundialmente nos hundimos. Nadie, ningún país, puede salvarse aisladamente. Hoy más que nunca no somos islas. El mundo es ya nuestra circunstancia. Yo soy yo y el mundo...".

Recuerdo después cómo la Agenda ha ido abrazando las Causas profundas de la Patria Grande. Hoy cualquier agenda humana –social, política, religiosa– debe asumir las grandes causas de la humanidad. "Esos sustantivos mayores de los cuales llenan su mentirosa boca incluso los políticos y las instituciones más cínicas: la tierra, el agua, el alimento, la salud, la educación, la libertad, la paz, la democracia (¡otra democracia, otra!), todos los derechos humanos y los derechos de los pueblos, la vida, en fin". Destacando siempre, cada vez más, los sujetos prioritarios multisecularmente marginados que están emergiendo con un protagonismo revolucionador: la mujer, los pueblos indígenas, los pueblos negros, los movimientos populares, las ONGs...

"De esa mundialidad así entendida –añado en la Agenda– habrá que hacer una actitud, un hábito; una virtud, amasada de conciencia, ascesis, entusiasmo, solidaridad". Radicándose en la propia realidad cotidiana, claro está, nutriendo las raíces en el lugar y la memoria, postura indispensable para lanzarse al horizonte mundial y a la historia mayor. Recuerdo también, en la Agenda, que "las grandes Causas de la Humanidad son para nosotros causas también divinas: creemos en el Dios de la Vida, Padre-Madre de toda la familia humana, en todas las religiones y más allá de todas ellas, macroecuménico su corazón maternal. Al fin y al cabo, Dios y la Vida son las dos referencias más universales que palpitan en la entraña de la humanidad.

Yo insistiría hoy, precisamente frente a la desequilibradora prepotencia del neoliberalismo excluidor, en una vertiente y hasta finalidad de la solidaridad verdadera, que quizá no hemos destacado bastante. Venimos de una herencia limosnera, de caridades, de campañas de emergencia, de ayudas puntuales: que seguirán siendo necesarias, porque pobres y desgracias siempre los habrá, pero que no justifican que la solidaridad se quede ahí, puntual, coyuntural. Siempre hay que incidir también en la estructura. Y me parece que en esa perspectiva deberíamos insistir cada vez más en la igualdad, como objetivo de la solidaridad. Igualdad para las personas, igualdad para los pueblos; igualdad de dignidad, de derechos y de oportunidades. En la pluralidad de las identidades, claro está. Hay una desigualdad que es sinónimo de injusticia.

La verdadera, la eficaz solidaridad ya no es sólo "el nuevo nombre de la paz", como decía Juan Pablo II. Es el nuevo nombre, el nombre definitivo, de la sobrevivencia humana. Si no se quiere propiciar "un mundo donde quepan todos", como piden los zapatistas, en el mundo no va a caber nadie. "La Solidaridad –escribo en el libro de Cáritas– es el nuevo nombre de la Sociedad humana. Ella traduciría o complementaría el derecho, la justicia, el propio amor. Siempre que se entienda la solidaridad y siempre que la Humanidad se entienda a sí misma como un solo destino, la única familia humana, la hija humana de Dios"... "Un destino común, compartido –escribe Regina Ammicht Quinn– exige solidaridad".

Sé que estoy pidiendo una revolución de valores y posiciones, de privilegios y de necesidades, de los varios mundos hacia un solo mundo, el humano, que es divino también para nuestra fe. El monje biblista Marcelo Barros habla de la solidaridad como "el nombre nuevo de la fe". Se trata, sí, de una revolución ética y estructural, cultural, sociopolítica, económica; y sobre todo espiritual. Desde el privilegio –que siempre excluye o margina– no se puede ser solidario.

En todo caso se trata –y aquí está la raíz de esta revolución– de ser solidarios/as y no sólo de hacer solidaridad; de vivir constantemente la solidaridad en la asunción común de las grandes causas de la humanidad; de vivir una solidaridad no sólo de gestos, sino también de actitudes, una virtud –como decía antes– amasada de indignación ética, de misericordia, de donación, de renuncia, de sobriedad comulgante y de praxis liberadora... ¿Ya se ha hablado de todos los "principios" posibles, no? El principio esperanza, el principio misericordia, el principio realidad... ; valga hablar, pues, de el principio solidaridad, como de "una estructura fundamental de nuestra reacción delante de las injusticias y de la forma como la Sociedad se organiza en este mundo". Son palabras de Marcelo Barros también, aunque él las aplica al principio misericordia.

En última instancia, sería la opción por los pobres integralmente percibida y vivida, como amor político también, también como militancia liberadora: como opción por el Reino de los pobres y por los pobres del Reino, dicho en cristiano.

Es pura religión viva. Ver y oír la realidad, como nuestro Dios: "ví la aflicción, oí el clamor, de mi pueblo"... Sentir la realidad: "ser misericordiosos como el Padre". "Conmovérsele a uno las entrañas", como a Jesús. Actuar sobre la realidad: ayudar a "hacer salir el sol y caer la lluvia para todos", como lo hace el Padre. El Nuevo Testamento nos ha desvelado al hermano universal Jesús como aquel que ha cargado solidariamente con el sufrimiento y el pecado de toda la humanidad.

Hablando de revolución, hay que recordar la palabra luminosa del Che: "si sientes el dolor de los demás como tu dolor, si la injusticia en el cuerpo del oprimido fuere la injusticia que hiere tu propia piel, si la lágrima que cae del rostro desesperado fuere la lágrima que también tú derramas, si el sueño de los desheredados de esta sociedad cruel y sin piedad fuere tu sueño de una tierra prometida, entonces serás un revolucionario, habrás vivido la solidaridad esencial".

He dicho que esa actitud-solidaridad debe pretender la eficacia también. El Papa, en su discurso a la ONU, el 2 de octubre de 1979, afirmaba: "Es necesario traducir la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro (Lc 16, 19-31) en términos económicos y políticos, en términos de derechos humanos y de relaciones entre el primero, segundo y el tercer mundo" (y el cuarto).

Hablaremos un poco, después, de la esperanza, de globalizar o mundializar la esperanza. Es necesario recordar aquí que las tres virtudes teologales son una sola actitud y praxis teologalizadas; y, en instancia evangélica, la solidaridad es la caridad, el mandamiento nuevo, Su mandamiento, el de Jesús. ¿Es posible, hoy sobre todo, una caridad que no sea política, si quiere ser verdadermente humana y cristiana?

Y van dos citas de Santiago Sánchez Torrado, en su folleto de la "Colección Alternativa", La izquierda: desafíos y propuestas: "Una expresiva cita de Peter Glotz me parece muy adecuada para situar el tema de la solidaridad como contribución sustantiva de la izquierda: ‘la izquierda debe poner en pie una coalición que apele a la solidaridad del mayor número posible de fuertes con los débiles, en contra de sus propios intereses’... Uno de los más graves desafíos que tiene pendiente nuestro mundo es un incremento notable de un tejido solidario: como entramado integral y equilibrado de actitudes eficaces y como establecimiento de redes solidarias...". Agnes Heller ha dicho que "la solidaridad es la cualidad más importante de la izquierda social". Todo el apartado "Un mundo solidario" del citado folleto merece una compenetrada meditación. Para sacudir la modorra y el desencanto de nuestras queridas izquierdas.

Y hablemos un poco más explícitamente de la esperanza. Olegario González de Cardenal publicó un libro, de más de 500 páginas, dedicado a la Raíz de la esperanza, editado por Sígueme de Salamanca. El enfoque es bastante personalista, para nuestro talante latinoamericano, pero es iluminador en su conjunto. Advierte, ya en las primeras líneas del prólogo, que "tres palabras constituyen el meollo de este libro: libertad, soledad, esperanza". Y recuerda que la conciencia humana "ha estado determinada en la modernidad por las ideas de progreso (Ilustración), emancipación (Revolución), anticipación del futuro (Utopía)".

La utopía de nuestra esperanza es que una auténtica revolución de valores, relaciones y estructuras haga posible el verdadero progreso para todos y todas y para todos los pueblos, en una cierta armoniosa igualdad. Nuestra esperanza se llama solidaridad, en acto, en proceso, en espera. Evidentemente entendemos, hasta por experiencia muy dolorosa, que la esperanza es procesual, sucesivamente transformadora, histórica y escatológica. ¡Nada de "final de la historia" ya! Alguien ha dicho con mucha razón que "la esperanza sólo se justifica en los que caminan".

Esperamos porque desesperamos, porque esperamos contra ese mundo que se nos impone, asesino, y con los y las desesperados de la tierra: los desheredados del sistema. Sólo espera el que desespera; quien tenga hambre y sed de justicia, de cambio, de solidaridad en la común soledad e impaciencia. "La esperanza nos ha sido dada –escribe Marcuse– para servir a los desesperados". Y Marcel explicita: "La esperanza está siempre ligada a una comunión". El consumismo, que se va saciando con los macdonalds al uso, y el conformismo derrotista que ha arriado las banderas de la militancia no tienen por qué esperar. La esperanza es lo menos light que se pueda encontrar en la vida. Y, cristianamente, "esperamos contra toda esperanza"...

Globalizar la esperanza, mundializarla, será ir haciendo que todos/as, sobre todo los excluidos, los "ninguneados" que diría Galeano, aquellos que más tienen por esperar, puedan esperar "razonablemente", sin sarcasmos por delante. Y solamente la solidaridad globalizada irá haciendo este milagro de "esperanza esperanzadora", al decir del mártir Ellacuría. La solidaridad irá haciendo de la utopía, "no" lugar, una humana eutopía, un buen lugar dignamente habitable.

Decimos de la Agenda Latinoamericana que es memoria, utopía, acción. Así es la esperanza, con más méritos que la Agenda, claro. Acción, digo, también. Porque se trata de una esperanza creíble, testificada por la vida coherente, por la praxis eficaz, por la procesual transformación.

"Quem sabe, faz a hora, não espera acontecer", canta hace tiempo la militancia brasileña.

Ellacuría, que hemos recordado estos días también con san Romero y tantos y tantas mártires, nos pide que nos hagamos cargo de la realidad, cargándola (descargándola también), a base de solidaridad comprometida. Ayudando a poder esperar dignamente.

Citando a los mártires, testigos extremos de la esperanza, es bueno recordar que vivieron "la esperanza contra la muerte para la vida". En la última Romería de los mártires de la Caminada latinoamericana, en nuestro Santuario de Reibeirão Cascalheira, el lema era "Vidas por la Vida"; en la próxima romería que vamos a celebrar, los días 14 y 15 de julio de 2001, el lema será "Vidas por el Reino".

Desgraciadamente, hasta en cristiano –en mal cristiano, evidentemente–, muchas veces la esperanza ha sido una vivencia y una predicación de "esperar sentado".

El teólogo Olegario explica, holísticamente, como se dice ahora: "Espera el hombre [y la mujer, ¡caramba!] entero, como persona, es decir, como individuo religado a su prójimo y a su comunidad. Y por ser solidario de toda la naturaleza y de toda la historia, espera con ellas, y con él esperan toda la creación y toda la comunidad. La esperanza es inseparable del amor solidario".

El SICSAL, desde el que hablo, nació en plena noche, o en plena lucha, y bautizado con sangre mártir; a raíz de la muerte pascual de Romero. La sangre hoy, más que derramada oficialmente es oficialmente prohibida; y la lucha ha replegado entusiasmo en muchos sectores, militantes, cristianos también. Muchos, muchas, parece que han perdido el "paradigma" de la Vida, el paradigma de la Historia, el paradigma de Jesús: ese Reino, proyecto del Padre para la Humanidad y el Universo, ahora en el tiempo y en la plenitud después. Este duodécimo congreso internacional, promovido por SICSAL en el Jubileo de Jesús y de Romero, debe relanzarnos a una solidaridad fortalecida y a una esperanza inclaudicable, mundializadas en y desde nuestra América, desde el tercer mundo, desde el primer mundo solidario.

Haremos todo por estar solidaria y esperanzadamente con los pobres de la tierra, hasta el fin, como El está "hasta el fin" con nosotros y nosotras.

Pedro Casaldáliga,

en el jubileo de Romero dentro del Jubileo de Jesús.

San Salvador, El Salvador, en Nuestra América

 

 


 

DELEGACIONES INTERNACIONALES

San Salvador ha sido la capital mundial de la esperanza y de la solidaridad. Llegaron hombres y mujeres de los cinco continentes para celebrar la resurrección de Monseñor Romero. Sólo del estado español llegaron representantes de 32 comités de solidaridad que llevan el nombre "Monseñor Romero". Y no se fueron defraudados.

Monseñor Luigi Betazzi, antiguo amigo del pueblo salvadoreño, quien denunció la represión y la persecución en los años 80 como presidente de Pax Christi Internacional, dijo en el auditorium de la UCA: "En este año 2000 mucha gente va a Roma a ganar el jubileo. Nosotros, para ganarlo, venimos a El Salvador, la tierra de Monseñor Romero".

Obispos visitantes:

Cardenal Roger Mahony, Los Angeles

Pedro Casaldáliga, Brasil

Julio Cabrera, Quiché, Guatemala

Virgilio López, Iriaz, Trujillo, Honduras

Ricardo Lacomas, Nuevo México

Hilton Deakin, Melbourne, Australia

Víctor Casas, Ecuador

Heriberto Harmas, Tocantin, Brasil

John R. Mans, Chicago

Jim Gagnon, Quebec

Diego Bora, Italia

Luigi Betazzi, Italia

Willy Romeliz, Haití

Rodolfo Valenzuela, Honduras

Tomás Baldeno, Brasil

Julio Vian Morales, Petén, Guatemala

 

A lo largo de la semana, lunes 21 de marzo, llegaron a San Salvador delegaciones de los siguientes países. De las Américas vinieron de Canadá, Estados Unidos, México, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Haití, Colombia, Venezuela, Ecuador, Brasil, Argentina, Chile, Uruguay, Bolivia. De Europa vinieron de Suiza, Italia, País Vasco, Bélgica, Holanda, Francia, Estado Español, Suecia, Inglaterra, Alemania, Austria... Posiblemente olvidamos algunos países. Añadamos para terminar que hubo una delegación de Japón y una religiosa congoleña bailó y oró en la misa de la UCA.

* * *

No cabe duda de que, en estos veinte años, Monseñor Romero ha tomado la palabra. En el Centro Monseñor Romero de la UCA se han expuesto las portadas de unos 150 escritos de y sobre Monseñor, en todas las lenguas occidentales y también en algunas lenguas orientales de la India.

Para este aniversario el Equipo Maíz ha publicado, en español y en inglés un precioso libro de fotografías de Monseñor Romero. Armando Márquez Ochoa ha publicado el "Catecismo de Monseñor Romero", con textos del arzobispo mártir. La Fundación Monseñor Romero ha publicado el libro "La Espiritualidad de Monseñor Romero" y "Monseñor. Muestra Romero de imaginería y plástica" con la colaboración de CONCULTURA. El libro de María López Vigil "Piezas para un retrato" ha sido traducido al inglés, en Nueva York y en Londres, con el título "Oscar Romero: Memories in Mosaic".

Además de libros, posters. Como todos los años, y mucho más este aniversario, varios grupos e instituciones han publicado posters sobre Monseñor: el Arzobispado, el Centro y la Fundación Monseñor Romero y el Equipo de Educación Maíz. Este último ha editado también un calendario magnífico con fotos de Monseñor y todos los mártires salvadoreños, y postales de Monseñor en un bonito estuche.

En la Sala Nacional de Exposiciones, del 20 al 31 de marzo, la Fundación Monseñor Romero y CONCULTURA presentaron la exposición "Muestra Romero de Imaginería y Plástica", unas 2,000 personas visitaron la sala, un promedio de 160 personas por día, se triplicó el número de visitantes por día que se suele tener en la sala. En el Centro Monseñor Romero se presentó una prolongación de la exposición anterior. Allí estaban los dibujos inspirados en el poema San Romero de América del pintor mexicano Luis Padilla Arias y una colección de caricaturas de Alfredo Burgos, Otto Bernardo Meza Granillo y Edwin Renato Mira. También en el Instituto Emiliani hubo una exposición de trabajos plásticos.

El Centro Cultural de la UCA puso en escena la obra de Samuel Rowinsky "El martirio del pastor". Ha sido presentada en varias comunidades populares, en más de 20 desde el 3 de marzo. La asistencia siempre ha pasado de 500 personas y en algunos lugares como en Sonsonate, llegaron a 1,200.

Y por último, la música. El equipo Maíz hizo cassettes y Cds con música sobre Monseñor, interpretada por Yolocamba Ita y otros conjuntos. En Santiago Texacuangos la parroquia organizó un festival de música y así en otros lugares. El grupo Exceso de Equipaje compuso la "Misa mesoamericana", inspirada y dedicada a Monseñor. El culmen musical estuvo en el concierto que ofrecieron Los Guaraguau y Luis Enrique Mejía Godoy, organizado por el IDHUCA, el sábado 25. En medio de una intensa emoción, ocho mil personas escucharon lo mejor de la música latinoamericana y las referencias de los cantantes a Monseñor: "Independientemente de que no lo hagan santo al otro lado, de este lado del ‘charco’ nosotros ya lo hicimos santo", dijo Luis Enrique, y ejecutó una composición inédita concebida hace unos días y dedicada a Monseñor Romero. La música envolvió a todos, en el concierto, en un ambiente sereno, casi litúrgico.

Por fin, el pueblo salvadoreño pudo ver la película ROMERO, prohibida hasta el día de hoy. La presentó el canal 33 a las 9:30 de la noche. A pesar de la hora, mucha gente la vio, y quedó muy impresionada, sobre todo los jóvenes.

La YSUCA transmitió frecuentemente mensajes en la voz viva de Monseñor Romero. Los seguirán transmitiendo durante todo el año 2000.

Razón tiene don Pedro Casaldáliga: "Monseñor, nadie podrá acallar tu última homilía". u

* * *

HOMENAJES

Monseñor Romero tuvo en su contra a prácticamente todos los poderes del país, pero en él se ha cumplido la palabra de Dios: "mi siervo prosperará". Durante años ha vivido muchas veces escondido en el corazón del pueblo, pero en este XX aniversario su persona se ha hecho inoc \par }

\pard\qj\tx560\tlhyph\tx1280\tx2000\tx2720\tx3440\tx4160\tx4880\tx5600\tx6320\tx7040\tx7760\tx8480\tx9200{\plain\f22\fs24\cf1 \tab Quer\'92a evangelizar las estructuras -cosa de la que ya casi no se habla-, cambiar la econom\'92a, la pol\'92tica, las instituciones del derecho, de la salud, los medios... Y quer\'92a cambiar tambi\'8en -evangelizar- la estructura eclesial, con sus curias, parroquias,}

{\plain\f22\fs24\cf1 congregaciones religiosas, instituciones educativas, con sus formas de relación a favor o en contra de la propuesta, que ingresó al pleno como pieza de correspondencia con dispensa de trámite por los legisladores del FMLN. Con 73 votos a favor la propuesta fue aprobada. Los diputados hicieron un reconocimiento de Monseñor Romero, como pastor que luchó por alcanzar la justicia, la libertad, la democracia y la paz. Y se comprometieron a lo siguiente:

"Externamos nuestro compromiso, como primer órgano del Estado, para contribuir a profundizar la cultura de paz impulsando decididamente: el respeto estricto a los derechos humanos, la justicia social y la libertad, la ética en nuestro trabajo legislativo y la concertación nacional".

El día 24 se inauguró en San Salvador una calle con su nombre. La 2a. Avenida Norte y Sur fue bautizada por el Alcalde capitalino con el nombre de Monseñor Oscar Arnulfo Romero. Además, después de la misa en la Plaza de las Américas, las autoridades de la iglesia católica develaron un busto de Monseñor Romero, ubicado frente al monumento al Salvador del Mundo. También el 22 de marzo, el predio universitario, conocido como Plaza Hula Hula, de la Universidad Nacional, cercana a catedral fue rebautizada con el nombre de Plaza Monseñor. A todos los actos asistió el alcalde de San Salvador.

En Santa Tecla el día 24 se inauguró la "Plaza Monseñor Romero" ubicada en la zona verde de las cercanías a la 9a. Calle Oriente y 13a. Avenida Norte de Nueva San Salvador. Al develar la placa las autoridades recordaron que "Monseñor Romero es mártir por haber dicho la verdad", porque tuvo el "valor y la férrea voluntad de hablar por los que no podían". El Padre Javier Aguilar ofreció la misa y bendición del acto. La placa conmemorativa dice: "Yo les ruego, les suplico, les ordeno en nombre de Dios, cese la represión", palabras pronunciadas por Monseñor Romero. Una semana más tarde, el día 1 de abril la calle que pasa por delante de la Iglesia de El Carmen (lugar donde vivieron los seis jesuitas asesinados y lugar donde Monseñor Romero iba a confesarse) ha sido rebautizada con el nombre de Monseñor Romero (la parte de la calle que va a occidente) y de Jesuitas (la parte de la calle que va a oriente).

* * *

PALABRAS DE MENSAJE

Toda la celebración del aniversario comunica un mensaje de gozo y esperanza y de exigencia de conversión y seguimiento, como se dice en el editorial. Ahora queremos recordar aquellas actividades que, por su naturaleza, han comunicado el mensaje de Monseñor Romero para la actualidad, en nuestro país y en el mundo.

La UCA, desde el mismo día del asesinato de Monseñor, hizo una especie de juramento de mantenerlo vivo. Para ello el Padre Ellacuría comenzó la construcción de la capilla Monseñor Romero y en 1995 la UCA le concedió un doctorado honoris causa comparando a Monseñor Romero y a la UCA, dijo entonces el Padre Ellacuría:

"No hay duda de quién era el maestro y de quién era el auxiliar, de quién era el pastor que marca las directrices y de quién era el ejecutor, de quién era el profeta que desentrañaba el misterio y de quién era el seguidor, de quién era el animador y de quién era el animado, de quién era la voz y de quién era el eco".

Siguiendo esa tradición, la UCA ofreció dos conferencias sobre la actualidad de Monseñor Romero en la Iglesia (Jon Sobrino) y en el país (Suyapa Pérez y José María Tojeira): qué diría hoy Monseñor Romero ante la pobreza, la injusticia, la corrupción, el desencanto... Y qué haría en una Iglesia que se distancia de la realidad, no hace central a sus mártires y muchas veces lleva al pueblo por el camino de la infatilización.

El día 23 la UCA celebró una eucaristía en agradecimiento de Monseñor Romero. Es la forma anual que tiene de pagar una deuda sagrada. El Padre Rodolfo Cardenal habló con unción y clarividencia. "Monseñor Romero fue salvador de su pueblo", y ese debe ser hoy -y ciertamente hoy cuando nos queremos reducir a cosas pequeñas- el horizonte de la misión eclesial y del seguimiento de Jesús".

Esos días la UCA acogió con cariño al SICSAL (Secretariado Internacional del Comité de Solidaridad con América Latina). En el auditorium Ignacio Ellacuría se ofrecieron tres importantes conferencias. Don Samuel Ruiz fue presentado por José María Tojeira y contó la experiencia y la realidad de Chiapas. En tiempos de aniversarios, lo más importante es que ese buen obispo reproduce hoy la vida y misión de Monseñor Romero: esa es la celebración más honda. Pablo Richard fue presentado por Jon Sobrino, habló de veinte años de iglesia latinoamericana desde Monseñor. Con hondura bíblica y latinoamericana, sin estridencias innecesarias abogó por volver a una iglesia de los pobres, a una iglesia popular. Para ello se necesitan tres cosas: espiritualidad, solidaridad y la palabra de Dios. El último día, presentado por Rodolfo Cardenal, habló don Pedro Casaldáliga, quien estaba emocionado de hablar desde la cátedra Ignacio Ellacuría. En las páginas centrales reproducimos su conferencia sobre "Mundialización de la solidaridad y de la esperanza". Cuán metido tiene don Pedro que no hay celebración sin praxis, quedó claro, cuando al final del acto pidió que todos nos pusiéramos en pie y nos contestásemos a tres preguntas: "¿Qué hemos hecho últimamente por Africa? ¿Qué hemos hecho por Colombia? ¿Qué hemos hecho por los niños de la calle?".

Ser romeriano es seguir haciendo lo que hacía Romero, y mucho de esto se reflejó en las presentaciones y discusiones de SICSAL: ante todo se hablaba de la realidad de los pueblos para ver entonces qué hacer cómo cristianos. Al hablar de El Salvador, Héctor Dada, buen economista y mejor cristiano, resumió la situación un poco triste de nuestra iglesia en que no analizaba ya la realidad de los salvadoreños y salvadoreñas para conseguir luz sobre cómo debe ser la evangelización. ¡No era así en tiempo de Monseñor Romero! Esperamos que el reconocerlo sea ya un paso adelante.

Muchas otras palabras se dijeron esos días. Recordemos para terminar la mesa redonda que organizó la Universidad Nacional sobre "Análisis de los acontecimientos históricos que desembocaron en el magnificio de Monseñor Oscar Arnulfo Romero".

* * *

ECUMENISMO

"Queridos hermanos. Comparten con nosotros esta celebración de la Palabra de Dios y de la eucaristía nuestros hermanos que forman una misión ecuménica que visita a El Salvador estos días para darse cuenta de nuestra situación en asuntos de seres humanos". Con estas palabras comenzó Monseñor Romero su última misa dominical en catedral, el 23 de marzo de 1980. Durante su vida el ecumenismo floreció en El Salvador. Ahora Monseñor es santo de todas las iglesias cristianas y ahí está su estatua en la Abadía Anglicana de Westmister. Estos días cristianos de todas las confesiones han cantado y rezado juntos. En cierto modo no ha hecho falta mencionar la palabra "ecumenismo", que es cuando existe profundamente.

El día 24 la procesión de farolitos terminó ante Catedral con una vigilia ecuménica. Reproducimos ahora las palabras de un pastor de la iglesia bautista que recuerda el significado de ese acto.

"Para el grupo de ministros protestantes que participamos en la grandiosa vigilia memorial de la pascua y resurrección de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, el pasado 24 de marzo, además de ser un privilegio, fue una maravillosa experiencia de fe.

La multitud de los congregados –como dice el libro de los Hechos de los Apóstoles– "eran de un solo corazón", y estábamos allí hermanados en una fe y esperanza común por el Reino y por el ejemplo memorable de los santos y santas mártires.

Cada una de las palabras pastorales expresadas esa noche, fue un firme testimonio de fe, refiriendo la grandeza del ejemplo de este amado pastor y profeta, que es San Romero de América.

Al reflexionar sobre esta vigilia, entendemos que Monseñor Romero nos convocó por tres razones: 1) para un encuentro profundo y grande con nuestro pueblo, –su pueblo–, cargando angustias y esperanzas frustraciones y sueños. 2) Para entender que desde el pueblo, Dios nos llama a ser sus siervos, pastores y obispos. El pueblo está allí con sus brazos abiertos, con los corazones hambrientos, esperando palabra y acompañamiento, esperando que los pastores, como Monseñor Romero, sean capaces de tener compasión por las ovejas. 3) Para darnos cuenta que en este pueblo sigue estando presente la fe, y está viva la esperanza en el proyecto de paz y justicia que Dios tiene pendiente para todo El Salvador.

Todos los que participamos en ese memorial, el obispo luterano Medardo Gómez, los ministros episcopales Richard Bower, de Estados Unidos y Anthony Harvey, de la Abadía de Westminster, Inglaterra, Rev. Charles Harper, representante del Consejo Mundial de Iglesias, el Rev. Bill Phipps, Moderador General de la Iglesia Unida del Canadá, y quien suscribe esta nota, somos testigos de esa señal de Dios que no puede ser negada: ¡Monseñor Romero ha resucitado! ¡El pueblo ha celebrado su pascua y resurrección! La presencia de Monseñor Romero vibra en los corazones de este pueblo que tanto le amó y que tanto le ama".u

Revdo. Miguel Tomás Castro

Pastor de la Iglesia Bautista Emmanuel

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INVESTIGACION DEL CASO

"Puede usted decir, si llegasen a matarme, que perdono y bendigo a quienes lo hagan" (Monseñor Romero, marzo, 1980).

Primera fase. Desde el principio, la investigación del asesinato de Monseñor Romero fue caótica y encubridora. La policía se presentó en el lugar de los hechos sólo nueve días después. No recolectó pruebas, ni trató de identificar a los numerosos testigos que allí se encontraban. En la necropsia se encontraron tres esquirlas de calibre 22 en el cadáver, pero ello no se agregó en el expediente, y el director de la Policía Nacional afirmó que era imposible determinar el calibre. Atilio Ramírez Amaya, el juez asignado al caso, pocos días después sufrió un atentado contra su vida. Renunció y salió del país. Uno de los testigos, Napoleón González -quien presenció la huida del auto con los asesinos- fue secuestrado y hasta la fecha se reporta como desaparecido. El 7 de mayo de 1980, en un allanamiento a la finca San Luis en Santa Tecla, fueron capturados doce militares y doce civiles, entre ellos el mayor Roberto D’Aubuisson. En el allanamiento fueron incautados documentos con nombres de los miembros de la Fuerza Armada y posibles acciones relacionadas con el asesinato. Ninguno de estos documentos fueron puestos a disposición del juez. En marzo de 1984, D’Aubuisson presentó por televisión una confesión grabada por un supuesto comandante del FMLN, llamado Pedro Lobo, que confesaba la comisión del crimen. Pedro Lobo resultó ser un preso común quien dijo que había recibido 50 mil dolares por echarse la culpa del asesinato. El 12 de diciembre de 1984 el caso se archivó.

Segunda fase. En enero de 1986 se reactivó el caso bajo el presidente Duarte. En esa etapa se incorporó al proceso una agenda del capitán Saravia y el testimonio de su chófer Armando Garay. La Comisión de la Verdad estableció que el plan para matar al arzobispo fue fraguado el mismo día del asesinato en la residencia de Alejandro Cáceres. Y aunque la orden la dio directamente D’Aubuisson, también participaron Fernando Sagrera y el capitán Eduardo Avila. Este último –por medio de un tal Walter Antonio Musa Alvarez- contrató a un francotirador, quien posteriormente fue identificado como Antonio Regalado. En septiembre de 1981, Alvarez fue secuestrado y su cadáver fue hallado días después. En diciembre de 1988, la Corte Suprema de Justicia desestimó el testimonio de Garay por haberlo rendido más de siete años después de ocurridos los hechos. Consideró además que la fiscalía carecía de atribuciones para solicitar la extradición de Saravia de Estados Unidos, país en el que se había refugiado.

Tercera fase. El 20 de marzo de 1993, cinco días después de que la Comisión de la Verdad presentó su informe, la Asamblea dictó la Ley de Amnistía General. El 30 de marzo, el juez del caso sobreseyó el proceso contra Saravia y no quiso pronunciarse sobre D’Aubuisson. Hubo apelación a la Suprema Corte de Justicia, pero ésta se declaró incompetente para revisar la constitucionalidad del caso.

Cuarta fase. En septiembre de ese año, el hermano de Monseñor Romero, Tiberio Arnoldo Romero, y la directora de la Oficina de Tutela Legal, María Julia Hernández, denunciaron ante la CIDH que "agentes de la República de El Salvador que integraban escuadrones de la muerte ejecutaron extrajudicialmente a Monseñor Oscar Arnulfo Romero". En mayo de 1995 la CIDH abrió el caso y le asignó el numero 11.481. Desde esa fecha y hasta agosto de 1997, la Comisión solicitó en cuatro ocasiones al gobierno salvadoreño información y sus observaciones sobre el caso. Nunca respondió. En febrero de 1998 el gobierno de El Salvador contestó a la CIDH para pedirle que archivara el caso.

María Julia Hernández y Tiberio Arnoldo Romero insistieron en su petición en marzo de 1999. En abril la CIDH volvió a pedir respuesta al gobierno de El Salvador. Nada. El 4 de enero de 2000 la CIDH envío un informe con plazo perentorio para el cumplimiento de sus recomendaciones. Dos días antes del vencimiento, el gobierno solicitó una prorroga. La CIDH determinó no concederla y, en vista de que el gobierno no "controvirtió" (refutó) los hechos denunciados, los dio por verdaderos y probados.

Quinta fase. El 8 de marzo de 2000 un informe confidencial de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), concluye tajantemente que El Salvador es responsable en el asesinato del arzobispo Oscar Arnulfo Romero porque el "escuadrón de la muerte que lo ejecutó contaba con el "apoyo de instituciones oficiales" y cometió sus actos ilícitos "valiéndose de órganos del poder público". Además, el Estado salvadoreño es también responsable de no investigar el asesinato en "forma diligente y eficaz"; de no procesar y sancionar a los responsables; de "manipular la justicia con evidente abuso y desviación de poder"; de "violar, en perjuicio de la víctima, el derecho a las garantías judiciales y a la tutela judicial"; y de "impedir conocer la verdad de lo sucedido". La CIDH da un plazo de un mes al gobierno salvadoreño para cumplir con estas recomendaciones.

Desde Roma, Monseñor Gregorio Rosa anunció que el informe pronto se haría público oficialmente. La noticia más novedosa e importante, sin embargo, es que, quizás, en los próximos días se sabrá, sin género de dudas, quién fue el asesino de Monseñor.

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CANONIZACION

Nada más sufrir el martirio, el pueblo lo consideró mártir y santo, y don Pedro Casaldáliga lo llamó "San Romero de América". Por otra parte, todos los poderes del país, oligarcas, militares, gubernamentales, los medios de comunicación, estaban rabiosamente en su contra. Y también estaba en contra de Monseñor el gobierno de Estados Unidos y sus órganos de inteligencia. De sus hermanos obispos sólo uno, Monseñor Rivera, asistió a sus funerales. En el Vaticano varios cardenales estaban también en contra, y un grupo de ellos, relacionados con América Latina, se oponen a su beatificación hasta el día de hoy.

Monseñor Romero fue tenido en vida por marxista y agitador de la subversión. Después de su asesinato, no sonaban ya bien estas acusaciones, y se decía que había sido una buena persona, pero corto y fácilmente manipulado (sobre todo por los jesuitas). Sólo cuando en 1983 Juan Pablo II visitó su tumba y lo llamó "pastor celoso y venerado" dejaron de decirse en público las falsedades mencionadas.

La canonización popular era ya un hecho cada vez más claro, y después de las palabras del papa pudo comenzar la otra canonización, la oficial. La inició Monseñor Rivera el 24 de marzo de 1990, tomó impulso en los tres últimos años (con muchas peticiones de obispos y conferencias episcopales de todo el mundo) y se llegó a esperar que tuviese lugar en este año del jubileo. Pero parece que no va a suceder.

Desde Roma Monseñor Gregorio Rosa ha dicho que "había una esperanza que el proceso tuviera una velocidad extraordinaria y un ritmo excepcional y que el año 2000 fuera el de la beatificación, pero todo parece indicar que no será así, que seguirá el ritmo normal de una causa". Comentó también la novedad que supone el martirio de Monseñor Romero y de muchos otros mártires latinoamericanos, ellos y ellas: "la mayor parte de los mártires hasta ahora reconocidos oficialmente por la Iglesia murieron bajo el comunismo o el nazismo. El de Romero es un caso excepcional. Como otros 18 sacerdotes fue asesinado por un gobierno que se profesaba cristiano".

La razón para el retraso de la beatificación es que "en el Vaticano hay voces que la consideran poco prudente". Será poco prudente "según el mundo", pues según el evangelio y los pobres de este mundo la cosa no puede estar más clara. Más que poco prudente la beatificación será molesta para algunos, aquellos que brindaron con champán cuando ocurrió el asesinato y que, aunque se han dado pasos en la reconciliación y ha disminuido su número, todavía andan por ahí. Como Jesús, Monseñor fue altamente conflictivo, no lo recibían los poderes de este mundo (ni Reagan ni Pinochet, como sí recibían a la Madre Teresa, santa más pacífica). Y no puede dejar de ser molesto para altos curiales, también en el Vaticano, que en los tiempos de los regímenes militares en Chile, Argentina y otros países latinoamericanos, no dejaban de estar cercanos a esos regímenes (aunque fuese con buenas intenciones) mientras que Romero los denunciaba con la valentía de un profeta.

Con todo, dos cosas están muy claras. Para quienes siguen rechazando y aborreciendo a Monseñor Romero, que escuchen sus palabras: "puede usted decir, si llegasen a matarme, que perdono y bendigo a quienes lo hagan" (marzo de 1980). La segunda cosa es que Monseñor Romero está ya en el altar más real que edificamos los seres humanos -en nuestros corazones-, está en la Abadía de Westmister y en miles y miles de posters y cuadros en todo el mundo. La gente le agradece, le admira y le reza. Pero además, -lo cual no suele ocurrir a menudo ni siquiera con los santos- el pueblo a Monseñor lo quiere.

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"Monseñor Romero es ejemplo de vida y de fe para todos los cristianos y para el mundo entero. Su profundo espíritu de oración y de austeridad en su modo de vivir, su amor al pueblo y su valentía para iluminar la historia salvadoreña desde la Palabra de Dios son muestras de santidad excepcional, por ello bien vale la pena orar privada y comunitariamente por esta causa. No para premiar en la tierra sus virtudes. La beatificación y la canonización nada pueden aumentar la gloria que el Siervo de Dios ya tiene en el cielo, donde goza de la presencia del Señor". Mons. Fernando Sáenz Lacalle, Homilía del 24 de marzo de 2000.

 


 

Romero es un santo universal

Esto es lo que he sentido en esos días exultantes del jubileo de Romero en su pequeño grandísimo El Salvador. Definitivamente, la figura de nuestro san Romero de América se nos ha aparecido como un prototipo singular, único en cierta medida, de la mundialización de la solidaridad y la esperanza. Nuevamente he repetido con insistencia que Romero es un santo universal. En mi circular fraterna de este año 2000 años de Jesús, 20 años de Romero, cito a Ludwig Kaufmann por su libro Tres pioneros del futuro. Cristianismo de mañana. Estos tres pioneros son Juan XXIII, Charles de Foucauld y Oscar Arnulfo Romero. Y en estos días del jubileo salvadoreño, entre celebraciones ecuménicas, marchas populares y encuentros de militancia comprometida, he tenido que repetir varias veces que Romero –y precisamente por su coherencia evangélica– es el santo de los católicos, de los protestantes, y hasta... de los ateos. Siempre que unos y otros, a su propio modo, militen por la Causa: la Causa de Jesús y de su Padre, en instancia definitiva.

En una antología de testimonios acerca de monseñor Romero el boletín de los Comités Romero del Estado español cita estas palabras de Díez Alegría: "El arzobispo de San Salvador Oscar Arnulfo Romero es para mí una figura central del cristianismo en el siglo XX... uno de los mayores ejemplos (quizá el número uno) de lo que fue ser testigo verdadero de Jesús de Nazaret (a quien los hombres asesinaron y Dios resucitó por el Espíritu) en el artormentado siglo XX".

Y todas las celebraciones de ese vigésimo aniversario de su martirio –jubileo de Romero en el jubileo de Jesús– tuvieron el sello explícito de la solidaridad y la esperanza, testimoniado por hermanos y hermanas congregados en El Salvador desde los más distantes ángulos de la tierra. A estas alturas va siendo cada vez más Romero, no sólo un santo de El Salvador, ni sólo un santo de América, sino un santo del mundo.

Pedro Casaldáliga,

en el jubileo de Romero dentro del Jubileo de Jesús.

San Salvador, El Salvador, en Nuestra América