Carta a las Iglesias, AÑO XX, Nº 448. 16-30 de abril de 2000
En el editorial anterior nos centramos en la presencia de Monseñor en su pueblo, y su inigualable identificación con él y con su Dios. La conclusión era clara: Monseñor Romero es un verdadero don y gracia para nosotros.
Un don y una gracia, sin embargo, traen consigo también responsabilidades, y cuanto mayor es el don mayor es la responsabilidad. Por eso vamos a analizar ahora nuestra responsabilidad. Aunque llevarla a cabo tiene sus dificultades, formularla es muy sencillo: "recordar" a Monseñor Romero es "hacer" lo que él hizo.
Si nos preguntamos ahora qué cosas debemos hacer, algunas van más allá de lo que hizo Monseñor Romero, dados los tiempos en los que le tocó vivir, aunque no dudamos que hoy se preocuparía seriamente por el ecumenismo, el diálogo interreligioso, la ecología, la situación de la juventud y, sobre todo, pondría toda su persona en favor de la mujer, tan importante en la sociedad y en la Iglesia, y, sin embargo, tan oprimida en ellas.
Pero junto a estos problemas más nuevos, persisten los de siempre, los que le tocó vivir a Monseñor y que afrontó con creatividad salvadoreña y cristiana. Recordando lo que Monseñor hizo en su tiempo, y que sigue siendo necesario en la actualidad, podemos mencionar las siguientes tareas necesarias y urgentes para nuestra Iglesia. Hay personas, grupos e instituciones que las hacen, pero la Iglesia en su conjunto no da esa impresión.
1. La verdad sobre la realidad. Como Monseñor, hay que decir la verdad, denunciando una realidad que es pecado: pobreza, injusticia, violencia, y que es deshumanizante: desencanto, sentimiento de orfandad, cultura alienante e infantilizante. Y hay que decir la verdad con libertad ante los poderosos, con claridad para que todos la entiendan, con parcialidad en defensa de los pobres y con credibilidad para que pueda ser aceptada. Se trata de volver a las homilías de Monseñor.
2. Análisis de la realidad y sus causas. Como Monseñor, hay que analizar las causas de la pobreza, la injusticia, la deshumanización cultural. Hay que volver a sus cartas pastorales, llenas de doctrina teológica y de ciencia social. Llenas, sobre todo, del conocimiento de la realidad que tiene el pueblo desde su experiencia. Antes de escribir su cuarta carta pastoral pasó una encuesta a parroquias y comunidades, y la utilizó.
3. El cambio estructural. Como Monseñor, hay que trabajar por el cambio de estructuras, denunciar y combatir el neoliberalismo, discernir lo que haya de bueno y necesario en la globalización y condenar su gran falacia: se está globalizando la pobreza y la exclusión. En el país significa al menos urgir el cumplimiento de los acuerdos de paz.
4. Una evangelización liberadora. Como Monseñor, hay que volver a la evangelización que, como dice Medellín, la Evangelii Nuntiandi de Pablo VI y sobre todo el evangelio de Jesús, consiste en anunciar el amor de Dios, dar testimonio personal de ese amor y promover la liberación histórica de los oprimidos. Hay que volver a la "liberación" y a lo "popular", palabras que ya no se usan en la Iglesia por parecer peligrosas, pero que no lo fueron para Monseñor Romero, sino todo lo contrario.
5. Una evangelización madura, no infantilizante. Como Monseñor, hay que ofrecer a todos, y especialmente a las mayorías populares, una religiosidad madura y razonable, no sólo entusiástica e infantilizante, que a veces raya en irracionalidad y en alienación -como aparece con frecuencia en programas religiosos de prensa y radio, y cada vez más en televisión, y hace, así, el juego a los poderosos. Es comprensible que las mayorías pobres, dado que nada soluciona sus problemas, busquen consuelo en la Iglesia. Pero también en tiempos de Monseñor se daba tal tipo de problemas, a veces más agudos. La diferencia está en que entonces la Iglesia consolaba porque se acercaba, se solidarizaba y se identificaba con el pueblo, en sus sufrimientos y esperanzas, y así lo hacía crecer y madurar, en su conciencia salvadoreña y en su fe.
6. La celebración del jubileo. Como Monseñor, hay que celebrar las fiestas populares y litúrgicas con seriedad, al servicio de una evangelización liberadora, no con triunfalismos fáciles. Por eso, aunque sea hipotético, no estará de más preguntarse cómo celebraría hoy Monseñor Romero el Jubileo 2000 y cómo debiéramos celebrarlo nosotros. La Iglesia salvadoreña, en este año jubilar, bien pudiera pedir perdón por su participación en los males del país, y por lo que no ha hecho para proseguir la tradición de Monseñor. Tampoco hubiese estado mal que la Iglesia de Estados Unidos -aprovechando la presencia del cardenal de Los Angeles- hubiese pedido perdón por lo que sus gobiernos han hecho contra el pueblo salvadoreño. Y que la Iglesia vaticana, junto a otros pecados, pidiese también perdón por el trato que, en vida, dio a Monseñor Romero y a otros obispos comprometidos. Y en general, todos debiéramos escuchar hoy en año de jubileo las lapidarias palabras de Monseñor Romero, semanas antes de ser asesinado: "El cristiano que no quiera vivir ese compromiso con el pobre no es digno de llamarse cristiano".
7. La construcción de un cuerpo eclesial. Como Monseñor, y en definitiva quizá sea eso lo más importante para dar pasos hacia adelante, hay que trabajar por construir un cuerpo eclesial, no, como ocurre de alguna forma en la actualidad, que la Iglesia parece un conjunto de movimientos disgregados, masa más o menos informe con superiores y súbditos. Recordar a Monseñor significa trabajar para volver a una Iglesia como la suya, Iglesia de los pobres. Significa, sobre todo, volver a un cuerpo eclesial, unido, decidido y orgulloso de su misión, y, de esa forma, eficaz en la sociedad.
8. La esperanza de un pueblo sufriente. Como Monseñor, hay que desvivirse por generar y mantener esperanza. Bien está ofrecer un más allá bienaventurado, sobre todo cuando el más acá es inicuo, pero la Iglesia debe fomentar también y decididamente la esperanza de que la vida es posible, de que la creación de Dios puede llegar a ser entre nosotros como aquella mesa compartida de la que tanto habló el mártir Rutilio Grande. "Si a un pueblo le quitan la esperanza, le han quitado todo", dice don Pedro Casaldáliga. Recordar a Monseñor significa que la Iglesia se convierta en guardián, fiel y sin condiciones, de la esperanza, de la utopía de la vida.
Muchas otras tareas tiene ante sí la Iglesia salvadoreña, pero lo más importante es recuperar la visión y el pathos, la pasión, que tenía Monseñor cuando pensaba en la misión de la Iglesia: salvar a un pueblo. Monseñor no trató sólo de hacer cosas buenas, aunque hizo muchísimas, sino que trató de hacer algo más primario y totalizante: salvar a su pueblo sufriente y esperanzado, a un pueblo crucificado en espera de resurrección. Así lo captó muy bien Ignacio Ellacuría , cuando, al pedirle un artículo sobre Monseñor pocos meses después de su martirio, lo tituló: "Monseñor Romero, un enviado de Dios para salvar a su pueblo".
Este es el pathos -hoy muy poco presente- que la Iglesia debe retomar de la tradición de Monseñor Romero: vivir y desvivirse por la salvación del pueblo. Hay que hacer cosas concretas, por supuesto. Pero la perspectiva popular y totalizante es la que ofrece a la Iglesia en todo lo que hace, también en lo concreto y pequeño, un principio y fundamento para su misión evangelizadora y para su identidad como pueblo de Dios. Es "fundamento" porque sobre ello puede edificar muchas otras cosas: evangelización, liturgia, doctrina, teología, pastoral, moral, derecho canónico, trabajo social... Y es "principio", pues desde ello puede crecer la fe y la oración, el compromiso y la mística, la misericordia y la esperanza -y todo ello hasta el martirio, como lo mostró espléndidamente la Iglesia seguidora de Monseñor.
¿Es esto posible? En este aniversario han ocurrido muchas cosas que dan esperanza. Fue notable la dedicación de muchísimas personas para hacer posible la celebración, la participación de gran número de gente, instituciones, sacerdotes y obispos, la solidaridad internacional. También ha sido notable el número de retiros, talleres, conferencias y escritos para dar a conocer a Monseñor y facilitar una misión lúcida. Ha sido notable la palabra de don Samuel Ruiz y de don Pedro Casaldáliga, junto a la de muchas otras personas menos visibles, pero no menos reales. Y no sólo en el aniversario. En estos veinte años se ha ido acumulando mucha decisión para trabajar por los pobres de este país. Sin tener mucho viento a favor, han ido creciendo comunidades de vida, de trabajo y de estudio. Y, sobre todo, no se desvanece el cariño de la gente hacia Monseñor. No partimos, pues, de cero para proseguir la causa de Monseñor Romero.
Desde que fue rescatado en alta mar, luego del naufragio de la pequeña embarcación en que viajaba su madre, Elián González ha sido el centro del debate público internacional. A lo largo de cinco meses, tanto La Habana como Miami han sido escenarios de manifestaciones callejeras. En Cuba se reclama el regreso del niño conforme al principio de reunión familiar. En Miami, los exiliados consideran a Elián como suyo, símbolo de la lucha anticastrista. Por ello, han tratado de impedir cualquier esfuerzo del servicio de inmigración para lograr que el niño se reencuentre con su padre. Ante esto, Janet Reno, secretaria de justicia de Estados Unidos, ordenó un asalto relámpago a la casa del tío abuelo de Elián en la pequeña Habana para "forzar a Lázaro González a respetar la ley". La fiscal explica su decisión arguyendo la intransigencia de la familia en Miami de acatar una decisión del gobierno federal.
Las reacciones en uno y otro bando con respecto a la decisión de Reno han sido muy diferentes. En Miami se quiere su cabeza. Los exiliados cubanos han organizado manifestaciones violentas y huelgas, y han creado una situación de desobediencia civil para protestar contra la intervención a la Castro y "crucifixión de Elián". Algunos legisladores del sur de la Florida, tanto republicanos como demócratas, olvidan el derecho de Elián a vivir con su padre, su primer responsable después de la muerte de su madre, para promover su propia agenda política.
En cambio, en Cuba, en un ambiente de calma, la gente saluda la decisión de Reno, considerada justa y saludable para el niño, cuya imagen estaba siendo utilizada como escudo político sin importar su salud mental. Castro declaró el día del asalto a la casa de Lázaro González como "un día de tregua" con Estados Unidos, en reconocimiento a la labor de Janet Reno. Se dice que el caso Elián ha unido a la Habana con Washington en contra de los anticastristas de Miami.
Lo sorprendente, cuando no hipócrita, en uno y otro caso son las declaraciones de que el objetivo final es el bienestar de Elián. Para el gobierno de la Habana es una cuestión de honor el regreso del balserito. Desde su "secuestro por la mafia de Miami" han organizado marchas multitudinarias que, en opinión de muchos, parecen manifestaciones de apoyo a un régimen en serios aprietos en su política internacional.
Los anticastristas, por su parte enarbolan la bandera de la libertad, los derechos humanos y la democracia. Reunir a Elián con su padre sería entregar al niño a un malvado comunista. Y para defender los "principios" todo es válido, incluso violentar los derechos del niño: se le impidió todo acercamiento a su padre, se le sometió a presiones constantes de enardecidos manifestantes, se le negó su derecho a la privacidad. Y, lo más grave, se le sometió a una reeducación forzosa que obedece a la ideología y experiencia traumática de los exiliados del régimen castrista, que puede ser legítima, pero que no tiene que serla para todo el mundo, ni hay que introducirla a la fuerza en un niño de 6 años.
En opinión de reconocidos psicólogos y psiquiatras es posible que las actuaciones de los familiares de Miami y la irrupción violenta en la casa de Lázaro González en la pequeña Habana, hayan provocado daños psicológicos irreparables en Elián. ¿Por qué tuvo que vivir esa situación el niño? Uno y otro bando pueden encontrar la excusa que mejor les convenga. Sin embargo, la razón de fondo es que los intereses económicos o políticos han prevalecido sobre los derechos de Elián.
Esta es la reflexión fundamental, pero hay que pensar también en cómo afecta todo esto a los latinos en Estados Unidos. De hecho, los latinos han podido inclinar a su favor a algunos políticos, demócratas y republicanos. Según estudios recientes, en el sur de la Florida los latinos serán, en un futuro próximo, un grupo social mayoritario y, a nivel de todo el país, pronto serán la minoría más numerosa. Así se explica que los candidatos a la presidencia, tanto Busch como Gore, se han declarado en contra del regreso de Elián a Cuba y en contra de la intervención armada para hacer cumplir la orden federal de reunirlo con su padre.
Pero todo lo ocurrido puede tener otra repercusión. En todo este asunto los anticastristas de Miami han demostrado que pueden violar los mismos "principios" que dicen defender. ¿Qué consecuencias puede tener para los latinos el hecho de que los anticastristas no hayan querido acatar las leyes y hayan sido violentos en sus manifestaciones? La impresión que se tiene es que en Miami no rigen las mismas leyes que en todo Estados Unidos. Autoridades latinas de esta zona han declarado no estar dispuestos a colaborar con el gobierno federal en caso de que tratara de sacar a Elián a la fuerza de su casa adoptiva. No importaba que su tío abuelo estuviera violando la ley o desobedeciendo una orden federal. Lo importante son las decisiones del grupo de exiliados. Como estén en contra de la reunión de Elián con su padre, harán las cosas a su manera.
En ese sentido, puede que los grupos de exiliados de Miami estén afectando a todos los demás latinos. Más adelante, posiciones racistas, xenofóbicas pueden usar estos argumentos para justificar cruzadas antiinmigrantes. Y recuérdese que Wilson ha usado argumentos más débiles para negar beneficios sociales a los inmigrantes latinos. Al argumento de que los latinos ilegales son responsables de los problemas económicos, pudieran añadir ahora que son violentos e irrespetuosos de las leyes del país que los acoge.
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Y ahora vayamos a Etiopía. La razón de unir las dos cosas -Ellián y los niños de Etiopía- es protestar contra el modo que tienen los medios de comunicación social, hoy globalizados, para informar y analizar la realidad de nuestro mundo.
El caso del niño Elián ha sido noticia, muchas veces primera noticia internacional, durante cinco meses. Con Etiopía, sin embargo, ocurre como con Mozambique o Timor Oriental o Haití... Son "pequeñas" noticias. Aparecen en los medios infinitamente menos que Elián. ¿Es que la realidad de Etiopía es cien veces menor que la que expresa el niño Elián? No sabemos si la proporción es de cien a uno, pero quizás nos quedemos cortos. Sin ser expertos en la industria de los medios, mucho nos tememos que es más "productiva" una noticia como la de Elián (o como la telenovela que se montó sobre el juicio de J. Simpson y su juicio por asesinato) que mil noticias sobre la realidad de los niños de Etiopía. Por eso recordemos una vez más esta tragedia.
En los primeros días de abril, el secretario general de Naciones Unidas Koffi Annan se hizo eco de la devastadora hambruna en el Cuerno de Africa. Y lo decía con palabras escalofriantes, aunque ya estemos acostumbrados a ellas: "todavía hay tiempo de salvar vidas en el Cuerno de Africa, si el mundo actúa con rapidez. Pido a todos aquellos que tienen capacidad de dar, que den generosamente para que podamos salvar cientos de vidas. Es quizás un poco tarde aunque no demasiado tarde si respondemos ahora mismo".
Por su parte, Etiopía ya había acusado el martes 4 a los países ricos de esperar a ver "esqueletos en sus pantallas de televisión" antes de responder a los llamados de auxilio para evitar una nueva hambruna. Según la previsiones, podría ser tan catastrófica como la de 1984-85, que acabó con la vida de casi un millón de personas.
La ONU ha dicho que tras las escasas lluvias, malas cosechas y desplazamientos de población, debidos en parte a los conflictos armados que se libran en la región, hasta 16 millones de personas del nordeste africano estaban amenazadas por el hambre.
El mismo día 4 el ministro etíope de Relaciones Exteriores, Seyoum Mesfin, advirtió que sólo en Etiopía había ocho millones de personas atenazadas por el hambre, que también afecta a Somalia, partes de Kenia y Eritrea. El grupo privado Ogaden Welfare Society dijo que 14 niños ya morían de hambre cada día en la remota región de Ogaden, en el este de Etiopía.
En una cumbre de la Unión Europea y líderes africanos en El Cairo Mesfin dijo que la comunidad internacional ha sido muy lenta en su reacción a las advertencias que hizo en diciembre sobre la hambruna que se cernía y que estaba utilizando la guerra entre Etiopía y Eritrea como excusa para demorar el envío de ayuda.
Los países más ricos del mundo, en especial las naciones que conforman la Unión Europea, han sido acusados de no hacer nada, o de hacer poco, para remediar la grave hambruna que, de acuerdo a la ONU, amenaza a ocho países del noroeste de Africa.
¡Ojalá conozcamos la verdad del caso Elián, y ojalá el niño crezca sano y feliz! ¿Y los niños de Etiopía? Seguirán esperando a ser noticia.
ECOS DEL XX ANIVERSARIO
Desde el año pasado, a finales de noviembre, he querido escribir unas líneas con la intención de darle continuidad a un tema del que traté en esta misma revista: "¿Dónde está hoy Monseñor Romero? En un asilo de ancianos" (n. 436, octubre, 1999). El tema no es otro que la persona de Monseñor Romero y la imagen que de él se guarda en algunas memorias.
Desde el día en que el anciano me habló de Monseñor cuando yo visitaba el asilo, aumentó mi interés por adentrarme en la vida de ese Monseñor que tanto impacto ha causado en las mentes y en los corazones de tantas personas. Cuando aquel anciano me decía que Monseñor Romero era para él "la única imagen que guardaba de Dios", sentí una especie de envidia. Al hablarme de Monseñor, todo él se estremecía de la emoción, lo cual me hacía comprender cuánto le había conocido, cuán de cerca le había tratado y cuánto bien había recibido de él. Por un momento hubiese dado cualquier cosa por comprarle un poquito de esa experiencia que guardaba de Monseñor. No era posible en el sentido material, pero algo me decía que sí era posible a otros niveles en los que la materia y el tiempo no pueden poner barreras. Empezaba a comprender que me encontraba ante un personaje que trasciende todos estos obstáculos para darse a conocer.
A partir de ese momento mi simpatía, si se le puede llamar así, por Monseñor Romero fue creciendo. De alguna manera su persona se convirtió en algo atractivo, interesante y, si se, quiere, curioso. Y como cada vez que me sucede algo interesante suelen surgirme interrogantes, esta vez surgió una de una forma tan espontánea que se convirtió en obsesión. ¿Qué pudo ser eso tan maravilloso que descubrieron estas personas que se expresaban así de Monseñor Romero? ¿Qué es "eso de Dios" que vieron en él? Muchas teorías se pueden deducir de los datos que proporcionan los testimonios de la gente y del impacto que causó en la sociedad. Pero nada de eso es suficiente para saber, en verdad, qué es lo que hay detrás de los pensamientos y sentimientos silenciosos en las mentes y en los corazones de tanta gente sencilla que encuentra en ese recuerdo una luz para iluminar sus días cargados de necesidades, dolencias y temores ante una realidad que cada vez es más difícil de sobrellevar.
En ese recuerdo encuentran esperanza y también alegría, pero sobre todo la protección de un ser que les amó hasta el extremo y les sigue amando en todos los que, de alguna manera, se han comprometido con la causa por la que tanto luchó Monseñor: poner en tierra la semilla de la esperanza para un pueblo que espera la intervención de Dios y la llegada de su Reino y hacer presente con su ejemplo el amor de Dios por la humanidad.
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Para pensar en todo eso tuve suficiente tiempo, pues, desde el día en que escribí aquel artículo sobre "Monseñor Romero en el asilo de Ancianos", allá por el mes de julio, después de una intervención quirúrgica, estuve en convalecencia hasta el mes de febrero del año siguiente. No voy a hablar de mi experiencia de enfermo, pero sí quisiera compartir lo que significó para mí la persona de Monseñor durante ese tiempo y las consecuencias que ha tenido en mi vida.
Recuerdo que me pasaba largas horas observando detenidamente una fotografía suya que cuelga en la pared, frente a mi escritorio, pues no podía hacer otra cosa, recluido en mi habitación. Durante estos siete meses la situación de mi salud se fue deteriorando progresivamente, y en mi mente había sólo el deseo de poder adentrarme en ese misterio que encierra la vida de Monseñor Romero. Un alma generosa me regaló la colección de sus homilías que por esos días habían salido a la venta. Eso me ayudó a iniciarme en la empresa de conocer a Monseñor.
Llegado el mes de diciembre, tuve que viajar a Panamá para cambiar de ambiente, descansar un poco y ver si lograba recuperarme. Eso no fue así nomás. Al llegar me volvieron a recluir en una clínica ya que me descubrieron una gran infección que amenazaba con acabar con mi pierna. Allí continué escrutando las homilías de Monseñor, y uno de esos libros se convirtió en mi compañero. Ya para entonces tenía bien claro que se trataba de un ser excepcional. Pero ahora empezaba a entender las causas que provocaron el desenlace de su vida y la forma como intentaron acabar con él, con el estorbo en que se había convertido aquel personaje tan controversial para la sociedad. Hoy se puede decir de él, sin temor a equívocos, que "este hombre es un Santo" y que los intentos por acabar con él se convirtieron en abono para esa semilla regada y que el pasar de los años ha hecho germinar.
No puedo decir que llegué a comprender por qué aquellos ancianos dijeron con tanta emoción lo que Monseñor significaba para ellos, pues nada se puede comparar con la experiencia misma. Pero lo que sí puedo decir es que el sólo ver su imagen dibujada en el cuadro que cuelga de mi pared me causaba una sensación de paz que me daba esperanza, aún en los momentos más difíciles. En ningún momento me pasó por la cabeza la idea de pedirle que me alcanzara la gracia de recobrar la salud, pero sí le pedía que me acompañara en ese camino tan difícil y oscuro, y sobre todo tan angustioso, ante la inseguridad del no saber hasta dónde llegaría esta situación.
Hoy puedo decir que esta petición fue correspondida. Que en todo momento he sentido su apoyo, su comprensión y esa ternura con la que suelo imaginármelo mirando a todo aquel que se le acercaba. Así he logrado comprender, a pequeños rasgos, eso que de Dios vieron los que tuvieron la dicha de conocerle de cerca y de quien hoy soy yo un beneficiario más. Gracias a Dios y a la intercesión de Monseñor Romero me estoy recuperando poco a poco, y sin ningún dolor ni temor ante lo que pueda suceder. De él he aprendido a aceptar mis limitaciones y dolencias como parte de mi ser humano.
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Muchas cosas más podría decir de lo que este encuentro con Monseñor ha significado para mí durante este tiempo y lo que significará para el resto de mis días. Pero ahora también soy consciente de que esa admiración, ese respeto y ese agradecimiento que siento por él no puede reducirse a la sola alabanza de su persona ni a considerarle como alguien que hizo lo que hizo porque era un santo, porque gozaba del apoyo incondicional de Dios. Lo único que haría de esa forma es justificar mi incapacidad para responder a la invitación que él me está haciendo, pues es de todos conocido el final que tienen los que se comprometen con la causa del Reino de Dios en la tierra. En este compromiso puedo mostrar, en realidad, mi agradecimiento y admiración por un hombre que, al igual que Jesús, nos ha enseñado lo que realmente significa llegar al extremo del amor por los hermanos y al mismo tiempo darnos una prueba de lo que es el Amor del Padre por sus hijos. De este modo lograré honrar su nombre, y el nombre de Dios en él, comprometiéndome y esforzándome por dar lo mejor de mí mismo para contribuir en la medida de mis capacidades con esa tarea que Monseñor inició, siguiendo su ejemplo desde lo que me corresponde como cristiano que soy.
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El XX aniversario ya pasó, y yo no pude participar en las actividades, salvo la Eucaristía que en su conmemoración se celebró en la UCA. En este aniversario se puso de manifiesto que Monseñor vive, y que la fuerza de su mensaje sigue trayendo esperanza y alegría para la gente sencilla, pero también incomodando a los que se sienten interpelados por ese mensaje, pues, a pesar de haber transcurrido tanto tiempo, su palabra sigue golpeando con la misma fuerza y quizás con mucha más de lo que se puede percibir. Por ello no es de extrañarse el que hoy haya personas que siguen ensañados con Monseñor Romero, ignorando con su actitud, que también hasta ellos llega ese gran amor de Monseñor por su pueblo.
Ahora nos corresponde a nosotros tomar su bandera, la bandera de Jesús, y continuar la tarea que ellos iniciaron, cada uno desde lo que es y desde donde esté, con la certeza de estar siempre bajo su protección y amparo. No se trata de hacer grandes teorías sobre lo que se tiene o no se tiene que hacer. Basta con disponerse y echarse a andar, y desde lo simple y pequeño hacer el aporte que esté a nuestro alcance, siempre que en ello pongamos de manifiesto la presencia de ese amor de Dios que hemos recibido gratuitamente, con el solo deseo de servir y sin más aspiraciones que la de serle útil a esa parte olvidada de la sociedad: los más pobres.
Pidamos a Monseñor Romero que nos acompañe en esa búsqueda de la voluntad de Dios en nuestras vidas para que juntos construyamos esa sociedad con la que él soñó.
Melvin Otero, s.j.
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Monseñor Romero, Jesuita
En estos días de cuaresma he recordado mucho mis tiempos de cipote. En 1950, cuando estaba en el Seminario de San Miguel, recuerdo que pasé la Semana Santa en Pasaquina, departamento de La Unión, con el joven padre Oscar Arnulfo Romero, que celebró allí los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Posiblemente todavía hay personas en Pasaquina que recuerdan esa Semana Santa.
Recuerdo que ese año, cuando llegaron de vacaciones a San Miguel los seminaristas mayores de San José de la Montaña, de la capital, corrió por todo el seminario un fuerte rumor referente a que el padre Romero, cuando era adolescente, quiso entrar a la Compañía de Jesús. Un día en el comedor un seminarista mayor, no recuerdo específicamente quién, preguntó al padre Romero si el rumor era cierto, y la respuesta del joven sacerdote fue: "Yo soy jesuita de corazón". Al año siguiente, cuando yo ya estudiaba en San José de la Montaña, un joven jesuita, profesor del Seminario, se emocionó muchísimo cuando le contaron la anécdota. Ese joven profesor se llamaba Rutilio Grande.
Y es que desde entonces el padre Romero ya estaba marcado por esa Compañía de Jesús, de la que el Papa Paulo VI dijo en 1974: "Dondequiera que en la Iglesia, incluso en los campos más difíciles y de primera línea, en los cruces de las ideologías, en las trincheras sociales, ha habido o hay confrontación entre las exigencias urgentes del hombre y el mensaje cristiano, allí han estado y están los jesuitas". Y es por esa conflictividad que el mundo no siempre puede seguirles el paso, desde las reducciones del Paraguay hasta la UCA de El Salvador, por mencionar sólo dos puntos culminantes.
Como la Compañía, también Monseñor Romero tuvo la intuición del convertido, llevado siempre por la mano de Dios, que se le revelaba como permanente sorpresa, por quien debía ir renunciando a todo, hasta que en Aguilares lo botó del caballo y se le cayeron radicalmente las escamas de los ojos. Ese era el Monseñor Romero jesuita que Dios quería. Al fin y al cabo, jesuita significa estar lo más cerca de Jesús. Ni más, pero también, ni menos.
Ahora, veinte años después de la muerte de ese "jesuita de corazón", aún se duda si su muerte fue martirial porque pudo haber sido "manipulado" por los jesuitas. Si todavía se duda, allí hay gato encerrado, y, aunque no nos extraña que eso esté sucediendo, la Iglesia oficial debe aclarar quiénes son los "buenos" que están de parte del "abogado del diablo", sean eclesiásticos o laicos.
Primero. Su vida, sus homilías y su diario personal, son testimonios elocuentes de su muerte martirial. Segundo. Así como hay más papistas que el Papa, Monseñor Romero fue, en el mejor de los sentidos, más jesuita que los jesuitas. Lejos de ser manipulado, se les adelantó.
Oscar Manuel Doñás
(Tomado de Colatino, 19 de abril)
La semana santa tuvo, con seguridad muchos elementos positivos. Ayudando a un sacerdote en Soyapango quedé impresionado de la gran participación y creatividad de los jóvenes de esta parroquia diseñando y formando multitud de alfombras. Pero así como la participación religiosa fue en muchos aspectos positiva, la agitada vida social de El Salvador ha continuado creando víctimas. Los periódicos hablaban de 110 personas muertas trágicamente, pero también 372 heridos de arma blanca y 88 por armas de fuego. Varias de las muertes trágicas se debieron también a las armas de fuego y blancas.
Aunque ha habido mejoras en lo que respecta a otros años, las cifras siguen siendo alarmantes. Y con frecuencia las explicaciones también. Que el director de policía nos diga que la mayoría de las muertes trágicas se deben a la violencia social y no al crimen organizado no nos consuela en absoluto. Todo lo contrario.
Así como el crimen organizado hay que enfrentarlo con disposiciones técnicas de tipo policial, la violencia social requiere un trabajo amplio de transformación de la cultura. Lamentablemente no estamos acudiendo a ninguno de los dos procesos. Ni la policía parece estar en un proceso de tecnificación adecuada frente al crimen organizado, ni hay esfuerzos suficientes en la transformación de la cultura.
Con frecuendia hemos oído a las autoridades hablar de la necesidad de golpear con dureza al crimen pequeño. Fue una estrategia que se utilizó con relativo éxito en la ciudad de Nueva York. Pero mirando con detalle a nuestra realidad vemos que entre nosotros no se ha llegado ni siquiera a regular cuestiones básicas como el escape de gases de carros y autobuses. Si somos incapaces de controlar el tráfico, al menos en sus peores manifestaciones (excesos de velocidad, carros en mal estado, contaminación, etc.), ¿cómo vamos a controlar la violencia social, que tiene causas más complejas que las disfunciones vehiculares? No podemos lograr un sistema impositivo sobre la renta que impida la evasión, todavía notable en quienes tienen mayores ingresos, y queremos controlar la delincuencia. Nuestra propia cultura dominante es violenta, favorece al fuerte en vez de al débil, es poco solidaria, impulsa al individualismo y al sálvese quien pueda, aunque sea a costa de los demás. Es cierto que una gran proporción de los salvadoreños se resiste a esa cultura dominante, pero todavía no logra grados de organización social y cuidadana que logren imponer la sensatez. Aunque lo mayoritario sea muchas veces el pensamiento solidario y la compasión con el débil, lo dominante en el funcionamiento social es lo contrario.
La transformación de la cultura de la violencia requiere un acercamiento complejo a la realidad. El factor policial es uno, pero que no consigue ni siquiera establecer al interior del propio cuerpo una cultura de paz. Las leyes son otro aspecto. Y en ellas caemos siempre en el error de privilegiar el enfurecimiento de las mismas creyendo que la dureza de la ley detiene al delincuente. Pero no es la dureza de la ley, sino la aplicación real de la misma, unida a adecuados sistemas de rehabilitación, lo que ha tenido mayor éxito en el mundo a la hora de rebajar los índices de criminalidad. Entre nosotros ponemos con frecuencia mayor énfasis en endurecer leyes que en hacerlas cumplir. Qué importa que el castigo sea duro mientras el poder y el dinero den impunidad. Los mismos defensores acérrimos de la amnistía para los crímenes del pasado son ahora los defensores del endurecimiento de las leyes para el presente. Personalmente creo que en algunos crímenes es importante asegurar el castigo, y para ello tal vez sea necesario retocar y transformar parte de la legislación. Pero lo que detiene al delincuente no es la mayor dureza de la ley sino la mayor probabilidad de ser detenido. Y en nuestro país no se detiene ni al 5% de los que cometen crímenes graves.
Todo ello sin considerar los factores económicos y sociales, que son claros inductores al crimen, especialmente en un ambiente de desorden legal, impunidad casi institucionalizada, baja eficacia policial y lentitud y poca profesionalidad en el sistema judicial (aunque este último vaya avanzando lentamente, muchas veces estorbado por presiones políticas).
Al hablar de accidentes, de violencia, de delitos, de muertes trágicas de ciudadanos que merecían mejor suerte, debemos detenernos a reflexionar sobre nuestra cultura. Los salvadoreños no somos mejores ni peores que otros pueblos. Pero la historia nos ha empujado hacia situaciones de desigualdad, violencia estructural e individual, impunidad y abuso del fuerte sobre el débil. Hemos ido conformando una cultura que no es precisamente una cultura de paz. El mundo de lo religioso, lo educativo, lo legal, lo mediático, lo político, lo laboral y lo productivo debe involucrarse en la creación de esta nueva cultura.
José Ignacio González Faus
El doctor Fomoin Bamu era un cardiólogo eminente. El y su equipo examinaron al presunto paciente y diagnosticaron una salud magnífica: "el cliente está bien sano, tiene un corazón de hierro que aún podrá trabajar mucho tiempo. Su tensión arterial es casi juvenil. Ciertamente, no hay peligro de que muera de infarto".
El Dr. Fomoin Bamu y su equipo desconocían (porque eso no era de su especialidad) que el paciente tenía un tumor maligno en el estómago, que había señales casi ciertas de que estaba apareciendo una metástasis en los huesos y que, en estas condiciones, la presencia de un corazón tan sano sólo podía significar el retraso absurdo de una muerte ya anunciada y la prolongación innecesaria de una etapa final de terribles dolores.
El Dr. Fomoin Bamu acaba de pronunciar en Washington ese diagnóstico optimista: "la economía mundial va muy bien. Nunca las perspectivas de crecimiento habían sido tan grandes ni tan prolongadas. No hay en absoluto razones para la alarma".
Y sin embargo, ese diagnóstico, apoyándose en datos exactos, es terriblemente falso por su misma escandalosa parcialidad. La economía mundial no va muy bien. La economía de los ricos sí que va muy bien. Pero el resto de la economía del planeta está gravemente enferma: las hambrunas, los ajustes duros, las migraciones, la esclavitud renacida, la explotación económica de niños, el desempleo crónico, los mil millones de personas que no tienen más de un dólar por día, el agotamiento del planeta, la destrucción de la capa de ozono y de los pulmones de la tierra.... todo eso forma parte de la economía mundial, aunque el FMI (Fondo Monetario Internacional) y el BM (Banco Mndial) no lo consideren porque no forma parte de su especialidad: ellos son "cardiólogos". Y cometen el error del superespecialista que consiste en creer que sólo existe el campo de su especialidad. El mundo rico puede ser el corazón de la humanidad hablando físicamente (que si habláramos en sentido moral sería mucho más discutible). Pero el estómago del género humano está bien malito.
Los casi cuatro mil millones de pobres no forman parte de "la economía mundial" para esas instituciones. Si acaso se tropiezan con ellos, los miran como si hubieran arribado a la tierra anteayer, provenientes de otro planeta y en alguna especie de balsa espacial, para ir a dar a un país que no los necesita y que estaría muy bien sin ellos. Si tienen algún contacto con ellos, es bastante similar al de aquel ricachón del chiste que daba diez centavos a un mendigo sin rostro, para decirle paternalmente: "¡no vaya usted a gastárselo en alcohol, hombre!".
Así el FMI y el BM se han dedicado durante años a decir con palabras técnicas a los países pobres: "maten ustedes de hambre al 30 por ciento de su población, y verán qué bien les va la economía". Y hasta puede que la receta haya funcionado en algún lugar, pese a que el expresidente de Tanzania (J. Neyrere) la consideraba inviable porque "lo que ahorro en gastos sociales me lo tengo que gastar en policías antidisturbios y en cárceles" (cosa que ya ha comenzado a suceder en Estados Unidos). Pero, aunque la fórmula parece haber funcionado en algún lugar, no es cierto que al matar de hambre al 30 por ciento de la población haya mejorado la economía de aquel país. Ha mejorado (y a lo mejor mucho) la economía de los pocos ricos de aquel país. El error es el mismo que el denunciado en la alegoría del comienzo de este artículo. Y ni siquiera es un error económico, sino sociológico: consiste en tomar la parte por el todo y desconocer el resto.
Así, cuando el FMI y el BM diagnostican que la economía mundial va tan bien, lo que pretenden no es acercarse a la realidad que analizan, sino sugerir subliminalmente que sigan todas las economías actuando de la misma manera que se les ha impuesto hasta ahora. Porque eso producirá -como fue denunciado hace tiempo- "ricos cada vez más ricos". La frase (de Juan Pablo II) añadía: "a costa de pobres cada vez más pobres". Pero eso no lo consideran las instituciones mencionadas porque, para ellas, los pobres son vistos como sencillamente inexistentes o fuera de su órbita de conocimiento. Como el estómago o los huesos para los eminentes cardiólogos de nuestra alegoría.
Los manifestantes que estos días, durante la reunión de la banca mundial, alborotan en Washington y cargan con la cárcel o con los porrazos de una policía expeditiva (y dispuesta a que no se repita lo de Seattle), pueden saber poca "medicina", pero se aferran a una demanda muy sencilla: el FMI y el BM no deberían ser unos cardiólogos "eminentes" o especialistas en ricos, sino una especie de "médicos de cabecera" para el mantenimiento de toda la humanidad que anda muy necesitada de ellos.
Argumentan así desde una experiencia que los sabios bien pagados desconocen: la experiencia del dolor, del sufrimiento, del tirón, de hambre, de las dificultades de conseguir un desarrollo sano a partir de la desnutrición. El sufrimiento (decimos a veces en teología) puede ser una fuerza cognoscitiva superior a la razón y a los sentidos. Sus evidencias son mayores que las de aquellos.
Recuerdo (y he contado en otro lugar) el caso de una enferma a la que un burdo e incomprensible error médico hizo que se le descubriese un cáncer cuando ya era demasiado tarde y había metástasis en ganglios. Cuando conoció el diagnóstico, poco antes de comenzar el via crucis de los quirófanos la enferma, que era mujer de llamativo aguante ante el dolor físico, se limitó a decir con lágrimas en los ojos: "yo puedo no saber medicina. Pero sé una cosa. Y es que, cuando digo que me duele, me duele". La enferma aguantó sólo quince meses más. Era hermana mía y gemela. Pero si la cito es porque esa misma frase es la que están queriendo decir todos los alborotadores de Washington.
Las posibilidades de que los sabios los entiendan son nulas. Los tomarán por pandillas de vagos, alborotadores, drogatas y demás. Más o menos como se entendían (y calificaban) los disturbios universitarios en la última época del franquismo.
No creo que se pueda esperar más, pero es bueno que pasen estas cosas. En fin de cuentas, también al "Otro" lo crucificaron como blasfemo, amotinador del pueblo, enemigo de los impuestos, terrorista y promotor de golpe de estado...
16 abril 2000
El 6 de enero las autoridades de la UCA dieron a conocer la declaración de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) que exigía al gobierno salvadoreño investigar a los autores materiales e intelectuales de los asesinatos de los jesuitas de la UCA. Al haber hecho el gobierno salvadoreño caso omiso de la recomendación de la CIDH, el 27 de marzo la UCA acudió a la Fiscalía de la República para seguir impulsando la investigación del caso. A comienzos de abril, el fiscal respondió que se abstenía de pronunciarse y la UCA sacó un segundo comunicado el 26 de abril. Esta es una brevísima cronología de los hechos. Más adelante publicamos los dos comunicados. Ahora hacemos unas breves reflexiones para contextualizarlos.
Para unos, la iniciativa de la UCA es un mal, pues desconoce la ley de amnistía, vuelve a revolver heridas del pasado, dificulta la reconciliación y gobernabilidad del país, discrimina a la mayoría de las víctimas, fijándose sólo en ocho de ellas. Para otros muchos es un gran bien. Este caso es una oportunidad para comenzar a erradicar el vicio de la impunidad, tan arraigado en el sistema judicial, y para que existan mayores posibilidades de justicia. Nos enfrenta con el pasado, lo cual es positivo pues, de otra forma, no habrá verdadera reconciliación ni estabilidad, como lo muestran Chile y Guatemala. Las heridas no están cerradas, sino abiertas y sólo la verdad y la justicia podrán cerrarlas, y la verdad tiene valor terapéutico, como se está mostrando: ahora hay en Chile mayor aceptación de su verdad por parte de víctimas, lo cual es un principio de sanación de su psiquismo. Desde un punto de vista humano y cristiano deseable es el perdón, pero no puede haberlo sin saber a quien hay que otorgarlo %y sin que éste lo acepte. Por último, el caso jesuitas %como el caso Monseñor Romero% no es discriminatario. Idealmente no es el "único", sino el "primero", pues facililtaría una mayor justicia. Y, de todas formas, es un caso simbólico y por ello muy importante. "Si se resuelve el caso de los jesuitas, yo ya me siento tranquila", dijo %por la radio% una madre a quien le mataron a un hijo de quince años. "Ahora sé que mi hijo también vive", dijo otra madre en la procesión del aniversario de Monseñor. Esto es, en definitiva, lo humano que está en juego en el caso de los jesuitas, en el de Monseñor Romero, en los que ha denunciado Rigoberta Menchú: una muestra, un gesto, de que el bien ha vencido sobre el mal. Entonces, el recuerdo de las víctimas %manteniendo su dolor% produce también consuelo, dignidad y esperanza.
Comunicado de la UCA
Después de estudiar y valorar las recomendaciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre el caso de la masacre contra seis sacerdotes jesuitas y sus dos colaboradoras, ocurrida el 16 de noviembre de 1989, la UCA informa al pueblo salvadoreño y a la comunidad internacional, lo siguiente:
1. Que este día presentó denuncia formal en la Fiscalía General de la República, para que se reabra la investigación del citado caso y se procese penalmente a las siguientes personas: RENE EMILIO PONCE, como autor mediato del delito de asesinato, JUAN ORLANDO ZEPEDA, como autor mediato del delito de asesinato, FRANCISCO ELENA FUENTES, como autor mediato del delito de asesinato, INOCENTE ORLANDO MONTANO, como autor mediato del delito de asesinato, JUAN RAFAEL BUSTILLO, como autor mediato del delito de asesinato, RAFAEL HUMBERTO LARIOS, como autor por omisión del delito de asesinato, ALFREDO FELIX CRISTIANI BURKARD, como autor por omisión del delito de asesinato.
2. Que se ha interpuesto la referida denuncia luego de analizar, con especial rigor, que tanto la Constitución de la República y la Convención Americana sobre Derechos Humanos %que es ley de la República% así como diversa jurisprudencia y doctrina al respecto, dejan sin efecto jurídico la "Ley de Amnistía General para la Consolidación de la Paz". De esa forma, es posible investigar y llevar a juicio los actos antes señalados.
3. Consideramos que, superado el escollo que falsamente se ha usado para no reabrir el caso, ahora se le presenta una valiosa oportunidad a la institucionalidad del país para que %a partir de la presente denuncia% demuestre de forma transparente, legal y sin presiones políticas, que es capaz de funcionar y hacer justicia.
4. Que %no obstante haber recibido generosas ofertas de personas e instituciones extranjeras serias% se ha preferido estudiar, buscar, encontrar y abrir las vías internas a fin de lograr el propósito de conocer la verdad y recibir justicia. Ello, con el objeto de mostrarle a la sociedad salvadoreña y al mundo que en el país existe la voluntad real para superar, de una vez por todas, la impunidad que tanto nos lastimó durante la guerra y nos sigue dañando en el presente.
5. Que esta acción legal y legítima había sido preparada meses atrás, después de la resolución de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre el caso, emitida en noviembre de 1999. Sin embargo, se impulsa 15 días después de los comicios recientes para evitar interpretaciones distorsionadas y mal intencionadas que -como en otras oportunidades- califican los esfuerzos de este tipo como campañas a favor o en contra de algún partido político.
San Salvador, 27 de marzo de 2000
Este comunicado causó conmoción, y las reacciones no se hicieron esperar. Hay alegría entre muchos que ven muy bien el que se haga justicia en el país, y hay molestia en otros que, históricamente, han estado más cercanos que alejados de los imputados del crimen. Nidia Díaz, diputada del FMLN, lo vió con buenos ojos, mientras que el diputado Suvillaga, de Arena, está en contra. De entre los imputados, el ex-presidente Cristiani declaró: "no tuve conocimiento previo, durante ni después", y dijo que estaba dispuesto a someterse a un proceso si la fiscalía ordenara reabrir el caso. El general Bustillo, ex-comandante de la Fuerza Aérea, aceptó también someterse a un proceso, si así lo exige la ley. El general Ponce respondió airadamente que todo era parte de una conspiración de la izquierda. En su conjunto, sin embargo, los mencionados en el documento han quedado muy afectados, pues, vuelven a aparecer problemas a los cuales han estado, al menos, cercanos.
A partir del 27 de marzo, la Fiscalía tenía un plazo de 10 días para dar una resolución. Un funcionario dijo que la investigación no procedía por haber prescrito los delitos y por haber sido indultados por la ley de aminitía. El fiscal, Belisario Artiga, contestó después oficialmente: se abstendría de actuar en el caso hasta que se pronunciara la Corte Surema de Justicia. Ante esta respuesta de la fiscalía la UCA sacó un segundo cumunicado el 26 de abril.
En defensa del Estado de Derecho solicitamos a la Fiscalía
la revocación de su resolución en el caso
de las ocho personas asesinadas en nuestra Universidad
Desde que iniciamos nuestra participación en el proceso judicial que siguió al asesinato de los jesuitas y sus dos trabajadoras en 1989, afirmamos que queríamos justicia y no venganza. Más de diez años después, primero la Provincia Centroamericana de la Compañía de Jesús, y después la UCA, a la que el P. Provincial ha encomendado la continuación del caso, seguimos diciendo lo mismo. Estamos dispuestos a solicitar el indulto de los ya juzgados (ya lo hemos hecho con anterioridad), pero creemos que es fundamental para el desarrollo del Estado de derecho, para el respeto a los derechos humanos y para devolver la dignidad a las víctimas, que se haga justicia. Durante este tiempo nos han ido dando la razón las organizaciones internacionales de derechos humanos, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH)
%a cuyas recomendaciones está sujeto El Salvador por tratado internacional% y la doctrina del Papa Juan Pablo II ("El perdón, lejos de excluir la búsqueda de la verdad, la exige... Otro presupuesto esencial del perdón y de la reconciliación es la justicia... No hay contradicción alguna entre perdón y justicia... El perdón no elimina ni disminuye la exigencia de la reparación, que es propia de la justicia", Jornada Mundial de la Paz, 1997, n. 5). El Estado de El Salvador, a través de sus sucesivos gobiernos, ha contestado siempre con una dosis alta de superficialidad, de desinterés por el Estado de derecho y de encubrimiento.Después de presentar nuestra denuncia ante la Fiscalía General de la República (FGR), amparados por la resolución previa de la CIDH, tenemos que lamentar una nueva contestación superficial, plagada de contradicciones y no apegada a derecho. Ante una denuncia seria la FGR debe investigar, y no refugiarse en la ley de amnistía para no hacerlo. La posible aplicación de esa ley a los acusados debe decidirla un juez y no el Fiscal General. Contestar a una petición diciendo que la Fiscalía se abstiene es un nuevo y absoluto error jurídico. La Fiscalía debe determinar si los indicios aportados en nuestra demanda son suficientes para abrir el caso o si son insuficientes, pero no puede ni debe abstenerse. Condicionar la investigación del asesinato de los jesuitas a la resolución de la Corte Suprema de Justicia sobre un amparo contra la ley de amnistía implica una vez más el desconocimiento de las propias funciones. Y es una manera de abandonar la responsabilidad de investigar e iniciar la acción penal que raya en lo delictivo, según puede desprenderse del Art. 311 del Código de Derecho Penal.
El documento de la FGR en el que se rechaza nuestra demanda está además plagado de contradicciones jurídicas y afirmaciones que serían risibles si no se estuviera jugando con derechos básicos. En efecto, sólo separadas por una página aparecen las siguientes afirmaciones: "Con la muerte de los padres jesuitas y otros no se violó, infringió o alteró las disposiciones constitucionales, sino que por el contrario fue una grave violación de la ley secundaria y específicamente del Derecho Punitivo o Código Penal" (p. 12). Y en la siguiente página: "Es claro e innegable que cuando se comete un delito de asesinato, secuestro, hurto, etc., se violentan derechos constitucionales cuya protección se tipifica como delitos". Prescindiendo del pésimo uso del castellano, este tipo de afirmaciones debe preocuparnos a todos, porque reflejan tanto un craso desconocimiento de la Constitución como una clara incapacidad de interpretarla. No sólo se está resolviendo contra derecho, sino que se incurre en contradicciones características de quienes están acostumbrados a ejercer el poder arbitrariamente.
Más allá de la reacción de la FGR algunos medios han promovido la repetición de argumentos en contra de nuestra demanda, sin apenas interesarse con seriedad en nuestra posición. Se ha dicho que ya ha prescrito el crimen por haber pasado diez años, que no se puede hacer justicia a unos y negársela otros, que todas las víctimas tienen el mismo valor y por ello, como no se puede hacer justicia a todas, es mejor no hacérsela a nadie, y se ha promovido la confusión entre el perdón cristiano y el perdón legal.
El crimen no ha prescrito pues no se trata de un delito común. Las características del mismo son las de un crimen de guerra, así como de lesa humanidad. E incluso aunque se considerara un delito común, cuando los acusados gozan de privilegios de funcionarios de Estado el tiempo de prescripción de sus delitos se cuenta a partir del momento en que cesa su privilegio (Art. 242 de la Constitución). Además, ha sido el Estado el que ha ido retrasando sistemáticamente la posibilidad de enjuiciar a las personas que acusamos. Baste con recordar las negativas de la Asamblea Legislativa a formar una comisión investigadora, la incapacidad del sistema judicial para ir más adelante en la investigación de la autoría intelectual, la negativa del Ejecutivo a "poner sus mejores esfuerzos" en el seguimiento de las recomendaciones de la CIDH. Si el tiempo ha transcurrido, la responsabilidad no es de los demandantes sino del Estado.
Creemos que el ideal de la justicia es que todos los casos en los que se violan derechos fundamentales puedan ser solucionados por vía judicial. Si por razones extraordinarias no se pudiera seguir juicio a todos, es importante que se proceda con claridad y determinación en aquellos casos en los que hay indicios racionales de culpabilidad. Máxime si en esos casos están implicadas personas que constitucionalmente tuvieron la responsabilidad de velar por la seguridad y la vida de los ciudadanos. En El Salvador, en la actualidad, sólo se soluciona y se juzga una mínima parte de los asesinatos y secuestros. Decir que no debemos juzgar a nadie, porque sólo a unos pocos se les juzga, y la mayoría de los delincuentes quedan impunes, sería un acto de brutalidad jurídica y un atentado contra la convivencia ciudadana.
Es cierto que todas las víctimas tienen la misma dignidad. Pero el Estado salvadoreño hace pensar que considera que esa misma dignidad y nada son dos realidades idénticas. El Estado salvadoreño, y especialmente el poder ejecutivo, no ha cumplido las recomendaciones de la Comisión de la Verdad de reconocer y reparar moralmente a las víctimas de la guerra. En ese contexto no se puede alegar ahora con la dignidad de las víctimas, cuando se las ha menospreciado de forma sistemática a lo largo de varios años. Si no se puede hacer justicia a todas las víctimas, el llevarla a cabo en casos ejemplares devuelve la dignidad a todas las restantes.
Decir que casos como el de los jesuitas y sus dos trabajadoras, u otros casos semejantes, deben ser dejados a la justicia divina, prescindiendo de la justicia humana, es una aberración tanto desde el punto de vista de la vida y organización democrática de los pueblos como de la propia fe cristiana. Habiendo responsabilidades claras en la comisión de un crimen nadie puede decir que se le deje la justicia a Dios, tratando con esa afirmación de eliminar la justicia humana. Estamos seguros que Dios, y por la fe en El también nosotros, ha perdonado al menos a varios de los que participaron en los crímenes de la guerra civil y en el crimen al que damos seguimiento. Como también ha perdonado a muchos de los delincuentes que siguen cometiendo crímenes en la actualidad. Pero el perdón de Dios no exime de la responsabilidad humana de hacer justicia a las víctimas y procurar la rehabilitación del delincuente. Y ello se hace en la democracia a través de procesos judiciales. Desde el punto de vista religioso no se puede renunciar a la responsabilidad cristiana de construir en este mundo una sociedad más justa, capaz de devolver la dignidad a las víctimas y de corregir a los victimarios.
Perseguimos con nuestra demanda un mayor bien para El Salvador. Ni la impunidad, ni la abstención judicial frente al crimen, ni los arreglos políticos para ocultar errores del pasado construyen un país mejor. No nos oponemos a medidas de indulto después de la realización de la justicia; al contrario, las hemos solicitado ya en casos anteriores. Pero consideramos que es bueno para El Salvador subsanar la impunidad del pasado, reconocer los derechos y dignidad de las víctimas y construir el futuro sobre bases de justicia. Por eso deseamos que ante crímenes graves de la pasada guerra civil se siga un proceso en el que se recorran los pasos de verdad, justicia, reparación de las víctimas y perdón.
Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas"
26 de abril de 2000
Publicamos el siguiente documento que hemos recibido de un grupo de mujeres congoleñas sobre las agresiones y torturas que está sufriendo cada día el Congo y, en particular, la región del este. Con él pretenden recoger firmas que movilicen a la Federación Internacional de Derechos Humanos y la Liga de Derechos Humanos para que envíen comisiones que investiguen sobre estas formas de violencia por parte de los invasores del país y emitan un informe al Tribunal Penal internacional. Por otra parte, no podemos olvidar que la razón para estas torturas y masacres es aterrorizar a la población para que huya de la zona del Kivu, invadida por el ejército ruandés, abiertamente apoyado por el Gobierno norteamericano.
Leer relatos como éste, a pesar de la barbarie que hemos pasado en países como El Salvador, produce escalofríos. Para mostrar solidaridad se puede enviar, antes del 31 de mayo, el nombre, la dirección y la firma a Grupo Munzihirwa: c/Argumosa, 1-5º A - 28012 - MADRID.
Alto a la masacre de inocente
Nosotras, mujeres congoleñas, de todos los lugares y clases sociales, en unión con todas las personas solidarias, salimos hoy de nuestro silencio, para denunciar la violencia y las exacciones que se cometen cada día en nuestro país, el Congo, y en particular en la región del Este. Gritamos nuestra preocupación de propiciar para nuestros hijos y generaciones sucesivas, un marco de vida donde puedan desarrollarse libremente.
La agresión que sufre nuestro país impide crear la menor estructura de educación, instrucción, formación y por lo tanto, desarrollo. Los crímenes más abominables se cometen en niños, mujeres y hombres de toda edad y clase social.
Como ejemplo, en noviembre de 1999, en Mwenga (sur Kivu) quince mujeres fueron enterradas vivas por los torturadores del R.C.D. (Reagrupamiento Congoleño para la Democracia). Antes de tirarlas vivas en la fosa, les introdujeron en los órganos genitales una mezcla de pimiento picante rojo. Entre las víctimas de esta barbarie figuran las siguientes campesinas:
Sra. Bitondo Lurnini Evúdne, Bulinzi
Sra. Bukumbu, Ilinda
Sra. Kungwa Agnés, Bulinzi
Sra. Mapendo Mitiki, Ilinda
Sra. Mbifizi Musombiva, Bulinzi
Sra. Mukoto, Bulinzi
Sra. La esposa de Mwami Kisali, Bulinzi
Sra. Nukusu Nakipimo, Bulinzi
Sra. Nyassa Kasandulce, Ilinda
Sra. Safi Christine, Bulinzi
Sra. Sifa, Bulinzi
Sra. Tabu Wakenge, Bulinzi
... y otras muchas no identificadas
Estas masacres de una extrema e injusta barbarie se han realizado bajo las órdenes del comandante Frank Kasereka del R.C.D. (Reagrupamiento Congoleño para la Democracia) sobre inocentes madres de familia. Otros testimonios dignos de fe nos hablan de suplicios abominables, tales como:
Mantener las cabezas de las víctimas en un túnel lleno de agua hasta que éstas mueren
Hacerlas pasear desnudas delante de un grupo de personas por ellas respetadas
Escupir, orinar y defecar en la boca, obligándolas a tragar estos excrementos
Violación de niños en presencia de sus padres
Obligar a un padre a violar a su hija
Un hijo a unirse a su madre: un hermano con su hermana
Rajar los vientres de mujeres embarazadasTodas esta fechorías cometidas en seres humanos, y el descontento y confusión que esto lleva consigo no puede dejar indiferentes a otros seres humanos, ya que la vergüenza que engendra deshonra a toda la humanidad.
Como ciudadanas del Congo, madres y educadoras de generaciones futuras, nos sublevamos contra las agresiones que sufre nuestro país y pedimos a toda persona de buena voluntad, a la Federación Internacional de los Derechos Humanos, a la Liga de Derechos Humanos, a los organismos nacionales e internacionales, a las naciones que se dicen amigas del Congo y de los congoleños, que hagan presión junto con nosotras sobre los agresores para que dejen inmediatamente y sin condiciones, el territorio congoleño, a fin de que podamos instaurar la PAZ. Sin paz, sin unidad nacional, todo proyecto de reconstrucción del país, de educación y formación de los jóvenes, es caduco, y toda vida precaria.
Es preciso que la Federación Internacional de los Derechos Humanos y la Liga de Derechos Humanos envíen comisiones para que investiguen sobre estas exacciones y hagan un informe al Tribunal Penal Internacional.
Gritamos alto y fuerte ¡YA ESTA BIEN, BASTA YA! contra estos actos de barbarie. Denunciamos las masacres de Makobola, de Kasiba, de Walungu, de Chiunga, de Uvira. Nos sublevamos contra los asesinos y violadores.
A hombres, y mujeres y niños, llenos de coraje y mirando el futuro, se les bloquea en el impulso de reconstrucción de esta joven nación por la ocupación injusta del país por las tropas ugandesas, ruandesas y burundesas que paralizan todos los esfuerzos.
A fin de que cese esta vergüenza, a fin de impedir que estos guerreros perjudiquen más, nosotras, mujeres congoleñas de todos los horizontes, medios y categorías sociales, invitamos al pueblo congoleño y a toda persona solidaria a gritar con nosotras:
¡Alto a la ocupación!
¡Alto a la masacre de inocentes!
¡Alto a la esclavitud de la población!