Carta a las Iglesias, AÑO XXI. Nº466, 16-31 de enero de 2001

INDICE

EDITORIAL: "Sobre estas ruinas brillará la gloria del Señor"

SOLIDARIDAD: "Entre la impotencia y la solidaridad" Mensaje de don Pedro Casaldáliga

REALIDAD NACIONAL: El terremoto del 13 de enero. Radiografía del país

REALIDAD NACIONAL: Las iglesias ante el terremoto

COMENTARIO: La voracidad del capitalismo. La tragedia de Las Colinas

COMENTRIO: Salvar a El Salvador

REFLEXION: Primeras reflexiones

COMENTARIOS: "Dios estaba en la brisa"

COMENTARIOS: Derechos de las personas y comunidades afectadas por desastres naturales

 

 

"Sobre estas ruinas brillará la gloria del Señor"

Sólo los grandes pueden hablar así, Isaías, Jesús. Entre nosotros, Monseñor Romero pronunció estas palabras y con ellas generó esperanza. Los momentos eran muy difíciles, pero el pueblo le creyó porque hablaba con credibilidad.

Monseñor generaba esperanza porque la basaba en la verdad, por dura que fuese. No como ahora, cuando hay tanto silencio y medias palabras, incluso en estos días en que se quiere ocultar la responsabilidad de la catástrofe y hasta el número de muertos para "no quedar tan mal". Y generaba esperanza cuando hablaba la verdad hermosa: "¡Ustedes, una Iglesia tan viva, tan llena del Espíritu!". Los pobres temen %y están hartos% del engaño y de la burla, pero no temen a la verdad, sino que la esperan, aunque sea dolorosa. Preguntan hoy "qué ha pasado", "qué va pasar", como antes preguntaban "dónde están los desaparecidos". La verdad les saca de una zozobra cruel, pero sobre todo les otorga la dignidad que de mil maneras les han quitado. Cuando los de arriba les mienten, sienten que se ríen de ellos, pero cuando les dicen la verdad, se sienten respetados, tomados en serio, se sienten personas.

Por ahí comienza la esperanza. Y con el amor se impone definitiva e indefensamente. No hay explicación para ello, pero así ocurre. Oprimir, maltratar, burlarse de la gente, es una ingratitud, por supuesto, pero es además matar la esperanza. Pero allá donde hay amor, entrega, servicio, allí la resignación, la desesperanza, el desencanto pierden la batalla. Monseñor amó a su pueblo, y no amó a nada %su bienestar, su vida, su Iglesia% por encima de su pueblo. Corrió riesgos y hasta perdió la vida, pero mantuvo al pueblo en pie, y éste no se desmoronó como casita de bajareque en un terremoto.

Por último, Monseñor confió en el pueblo, le mostró inmenso respeto y cariño. Decía Ignacio Ellacuría que Monseñor Romero "atribuía al pueblo una capacidad inagotable de encontrar salidas a las dificultades más graves". Y así, sin paternalismo, sólo repartiendo muchas cosas materiales, y sin populismo, prometiendo lo que no va a suceder, Monseñor mantuvo a su pueblo en pie.

E hizo también lo más fundamental que puede hacer un creyente que habla a creyentes. Habló de un Dios de vida y de justicia, lo que en días de catástrofe es todo menos evidente. En estos días sólo con temor y temblor debiéramos hablar de Dios, como si no tuviera ojos para ver la catástrofe ni oídos para oír llantos y gemidos. Nunca es bueno trivializar a Dios, ni siquiera para dar consuelo fácil. ¿Es verdad que Dios ama a niños sin techo y a ancianos soterrados? La pregunta es inevitable, y Monseñor decía que sí, que hay que confiar en Dios, que Dios está con los pobres.

Así lo creía él, como creyente insigne. Por un lado, según la tradición de Pablo, de Juan, de los Evangelios, Dios está en la cruz, en El Cafetalón, soterrado en las Colinas. Esta allí porque allí están los pobres. Impotente y sin hacer milagros para compartir la impotencia de los pobres %lo que recordamos todos los años en Semana Santa.

Por otro lado, Dios está allí como promesa de vida, animando a que no muera la esperanza, sólo que no lo hace milagreramente, sino a través de la energía, el trabajo y la misericordia de los seres humanos que se ponen al servicio de la solidaridad.

Es misterioso este Dios. Está en medio de la "ruinas", sufriendo con las víctimas. Y está con una promesa para ellas: "brillará la gloria del Señor". Cosas como ésta sólo las puede decir un Monseñor Romero, un don Pedro Casaldáliga, cuyo mensaje al pueblo salvadoreño publicamos a continuación. Y además, Monseñor explica qué es eso de "la gloria de Dios", "qué es lo que le interesa a Dios". De nuevo, hay que citar a Monseñor: "La gloria de Dios es que el pobre viva".

Muchas cosas debemos hacer los seres humanos estos días, y también las iglesias. Pero ojalá, en el centro de todo, esté la esperanza. No como palabra rutinaria, sino como compromiso vivido. Y ojalá recibamos la esperanza de las víctimas, como aparece en los testimonios de estos días.

 

 


 

 

"Entre la impotencia y la solidaridad"

Mensaje de don Pedro Casaldáliga

Estando precisamente de revisión médica, por achaques de carro viejo, me llegan las noticias y las imágenes del terremoto de El Salvador. Y los problemillas personales o de la institución resultan ridículos ante ese problemazo.

En un primer momento todas las emociones le suben a uno, corazón y cabeza adentro. Y, como primerísima emoción por más instintiva, la sensación de impotencia. Después viene la oración, abatida y angustiada, como en el Huerto y en la Cruz, pero esperanzada también.

Yo he repetido infinidad de veces la ponderación de un heroico patriarca salvadoreño, padre de mártires: "A los pobres siempre nos quedan el perdón y la esperanza". ¡Cómo son los pobres el Sermón de la Montaña! Sin embargo, también por exigencias del Evangelio, al perdón y a la esperanza hay que añadir por parte de todos la indignación ética y la solidaridad eficaz. Indignación ante la injusticia estructural e inveterada, porque en esos desastres naturales no todo es natural; hay mucha perversidad humana.

Y hay que añadir una solidaridad que no sea sólo el socorro puntual, sino también y sobre todo la erradicación de las causas de muerte y la estructuración de la vida para todos, sin privilegios y sin exclusiones.

Renuevo, como persona, como cristiano y como obispo, el testimonio de mi entrañable cariño y solidaridad para con El Salvador de nuestro san Romero y para con toda esa Centroamérica tan querida. Seguiremos más unidos que nunca. Reclamando y haciendo Justicia. Acogiendo, construyendo y esperando el Reino, que es de los pobres. Recordemos siempre, con memoria pascual, con nuestro obispo mártir, que "nosotros creemos en la victoria de la Resurrección". En El Salvador, hoy, precisamente hoy, es Pascua...

En el Dios Salvador de la Naturaleza, de la Vida y de la Historia a pesar de nosotros muchas veces les abraza con inmensa ternura este su pobre hermano,

Sao Félix do Araguaia, Mato Grosso, Brasil

Enero de 2001

 

 


 

 

El terremoto del 13 de enero. Radiografía del país

La tragedia. El sábado trece de enero, cerca del medio día, El Salvador fue sacudido por un violento sismo que produjo inmediatamente graves pérdidas humanas y materiales. El sismo ha sido uno de los más poderosos del presente siglo por la energía liberada (7.6 grados en la escala de Richter y VIII o IX en la de Mercalli) y porque se extendió por todo el país. Ha causado daños desde el extremo occidental (Ahuachapán) hasta el oriental (La Unión). A diez días del desastre no se tiene todavía una idea exacta de su magnitud: muertos y desaparecidos, daños económicos en viviendas y bienes familiares, infraestructura vial, redes de tendido eléctrico y alcantarillas. De todo ello publicamos en recuadros datos provisionales por departamento.

Los costos en reconstrucción serán millonarios y de no haber un plan gubernamental de asistencia se dará un empeoramiento de los sectores más pobres del país. Dejar sobre las espaldas de las familias que han perdido absolutamente todo la tarea de rehacer sus vidas es inhumano. Pensar que basta con dar temporalmente alojamiento y comida a los damnificados va contra la justicia, la misericordia y los mensajes gubernamentales de solidaridad a las víctimas. El Estado debe diseñar un plan de asistencia a los más golpeados para reconstruir sus viviendas y rehacer sus bienes.

El plan deberá contemplar el conjunto del país, pero, sobre todo a los más afectados e indefensos: los más pobres, especialmente los pobladores rurales, que ni podrán reclamar seguros de vivienda ni podrán recurrir a ahorros propios. Sería cruel que la asistencia en la reconstrucción reprodujera las desigualdades existentes. Los que tienen menos de todo %recursos económicos, acceso a servicios básicos% deben recibir una atención prioritaria. Sólo así dejará de ser retórico el eslogan que comenzó con Cristiani: "gobernar para los más pobres de los pobres".

Y vayamos ahora a lo más doloroso y cruel. Cientos, quizás miles de vidas se han perdido irreparablemente. Familias enteras han desaparecido; otras muchas han quedado desmembradas por la muerte de jefes de familia, hijos, hijas, tías, tíos o abuelos. Los lesionados de diversa gravedad %desde contusiones hasta amputados de algún miembro% aumentan sin cesar. Las enfermedades gastrointestinales provocadas por la suciedad y la mala alimentación comienzan a causar estragos en las zonas más golpeadas. El temor y la tensión colectivas afectan a prácticamente todos. Es difícil medir su gravedad y las consecuencias para la recuperación emocional de los salvadoreños. Y, lo que es peor, nadie está preparado para hacerle frente a un desafío psicosocial de esa naturaleza.

La ayuda en manos de ARENA. El gobierno se ha mostrado incapaz para manejar la crisis y ha transferido la responsabilidad a las empresas privadas. La Comisión Nacional de Solidaridad (entidad gubernamental) está integrada en su totalidad por los propietarios de los bancos y de las grandes empresas, quienes son afiliados o simpatizantes de ARENA, y de ahí que el obispo auxiliar, Gregorio Rosa, comentara que esa comisión más parecía ser parte del Consejo Ejecutivo Nacional de ARENA. Para evitar acusaciones de corrupción el presidente Flores ha querido entregar la responsabilidad de la administración de la ayuda a estos grandes empresarios. Los pobres les llaman "los ricos".

Esta centralización de la ayuda está resultando muy negativa. No existe coordinación entre el gobierno y los organismos de emergencias que él mismo ha creado improvisadamente. En lugar de descentralizar y delegar en los alcaldes, ARENA ha preferido mantener concentradas las funciones gubernamentales y, en consecuencia, también las dirigidas a atender una emergencia. Y es que ARENA no concibe el gobierno sin el poder total. Esta excesiva centralización ha incrementado el aislamiento del gobierno de la sociedad. Y del control de la ayuda se ha pasado al control de la información, a la censura. La libertad de prensa está siendo amenazada.

Al excluir el presidente Flores a todos los otros sectores sociales, el terremoto muestra con toda claridad la división y oposición de la sociedad salvadoreña. Las mayorías, sin embargo, se han hecho sentir. De entre ellas se levantan voces que reclaman ayudan, y voces de protesta que no acusan a las fuerza ciegas de la naturaleza ni a Dios, sino al estado salvadoreño, a su gobierno y, más en concreto, a los ricos. El terremoto ha desenterrado el lenguaje clasista al dejar al descubierto la rígida estructura de clases que existe en el país.

Irresponsabilidad y corrupción. El terremoto ha sacado nuevamente a luz %y de forma clamorosa% una de las grandes debilidades del modelo de gestión política, económica y social del país: la ausencia de un plan de prevención de desastres a nivel nacional sobre todo en las poblaciones más vulnerables. En El Salvador tiembla regularmente, y eso no es controlable. Pero sí lo es la construcción de viviendas en determinadas zonas, con determinados materiales y con una determinada estructura %y sobre ello ya hay muchos conocimientos.

Pero las cosas marchan muy mal. Las instituciones oficiales no determinan con claridad zonas de riesgo y los intereses de los constructores privan sobre la seguridad de las construcciones. El sistema judicial apoya con frecuencia los intereses de los poderosos frente al riesgo que corren los pobres en su vida. Se tacha de ignorantes o exagerados a los ecólogos, y el ministerio del medio ambiente es demasiado condescendiente con la destrucción de la naturaleza.

Y la irresponsabilidad se repite. En 1986 el colapso del edificio Rubén Darío ocasionó casi el 25% de las víctimas. En este caso autoridades corruptas habían permitido que las necesarias reparaciones estructurales fueran sustituidas por retoques prácticamente cosméticos. Ahora, en el caso de Las Colinas, una colonia de Santa Tecla, la propia comunidad venía desarrollando una lucha en contra de la lotificación, talado de árboles y construcciones irresponsables, tanto en la parte superior como en la parte intermedia e inferior. Los expertos avalaban esa decisión.

Ante el derrumbe que sepultó a varios cientos de familias en la colonia Las Colinas la pregunta no es qué causó el terremoto, sino si era evitable que el alud de tierra soterrara a las familias. La respuesta es tajante: sí se pudo evitar que esas casas fueran sepultadas, no construyéndolas. ¿Y por qué no se evitó la construcción? ¿Acaso no existían estudios y recomendaciones que obligaban a no hacerlo? ¿Quiénes, pasando por alto esos estudios, decidieron su construcción? ¿Quiénes la avalaron? Esto lleva a la pregunta fundamental: ¿quiénes son los responsables no del terremoto o de los derrumbes, sino de unos daños humanos que bien pudieron minimizarse si los que decidieron o avalaron la construcción en las laderas de la Cordillera del Bálsamo hubieran respetado las normas de seguridad dictadas por los conocimientos geológicos y topográficos actualmente existentes?

Es urgente atender a las víctimas de la tragedia, y es igualmente urgente diseñar un plan de reconstrucción nacional. Pero eso no basta. Hay que investigar a fondo la responsabilidad estatal y privada en la catástrofe que produjo el terremoto. Sin duda, se escucharán falacias como éstas: "el terremoto destruyó zonas con vegetación y sin vegetación; por tanto, la mano del hombre no tuvo que ver en sus efectos". Pero esto no son más que burdas excusas, además de ser una burla a la inteligencia y la buena fe de los ciudadanos. Son la coartada para continuar con las mismas prácticas de corrupción y negligencia gubernamental. El punto no es cuál fue la causa del derrumbe de secciones enteras de la Cordillera del Bálsamo %si fue porque estaban deforestadas o por la magnitud y ubicación del sismo. El punto es si se pudo haber minimizado o, mejor aún, evitado. Lo mismo vale para otras zonas del país que sufrieron derrumbes en cerros y colinas. Embarcarse en debates %como lo hacen funcionarios del gobierno% sobre la causa de los derrumbes llevar a perder de vista lo fundamental: los graves daños a miles de familias, que pudieron haberse mitigado.

Hay que entenderlo de una vez por todas: una cosa es un terremoto y otra un desastre. El primero es un fenómeno natural que no está bajo el control del hombre. Se trata de rendir cuentas por los errores cometidos y de diseñar los mecanismos institucionales y legales para que esos errores no se vuelvan a cometer. Se trata, en definitiva, de dar un valor prioritario a la vida humana, valor ante el cual debe ceder todo lo demás, dinero, poder, ambiciones.

Una foto se ha hecho tristemente famosa en estos días. Es la foto de una niña que en una de las manifestaciones de los habitantes de Las Colinas portaba una manta en la que se pedía el fin de la erosión y de la construcción en un cerro aledaño. La niña hoy está soterrado bajo el lodo y los escombros de ese cerro.

CIDAI/YSUCA

 

 


 

 

Las iglesias ante el terremoto

Las iglesias han reaccionado para aliviar el sufrimiento, para mantener la esperanza y ayudar a la mutua solidaridad. Al final publicamos algunos de los muchos testimonios. Veamos ahora algunas noticias.

Todas las parroquias del país se han puesto a disposición de los afectados funcionando como centros de recogida de ayuda. Se ha buscado transparencia, efectividad y que la ayuda llegue a la gente necesitada. Se ha creado también una comisión de paz social para elaborar un censo de las 137 parroquias. Caritas está muy activa en las labores de recolección y distribución de ayuda. El P. Allyet dice que "se maneja una lista de 70 u 80 mil damnificados que ya están recibiendo víveres, colchonetas y frazadas". De varias diócesis de todo el mundo está llegando ya ayuda. Parce que la conferencia episcopal italiana hará un donativo de un millón de dólares. Y Juan Pablo II ha pedido a todas las conferencias episcopales del mundo que ayuden.

No han faltado los problemas con el gobierno. Desde un principio la Iglesia se coordinó con la Comisión nacional de solidaridad (CONASOL), manejada por la empresa privada. Su presidente, Roberto Murray lo reconoció. Pero a los pocos días Mons. Rosa criticó el manejo de la ayuda internacional y pidió agilidad en la entrega de la ayuda. Y dijo algo que no gustó: "la cara que presenta CONASOL es una especia de COENA (la directiva de ARENA) ampliado y esa imagen no es buena para el país". El presidente Flores reaccionó de forma airada: "Mons. Rosa no tiene autoridad eclesiástica para hablar. La Iglesia católica tiene dos voceros autorizados. El representante del papa, que es el Nuncio, y Monseñor Sáenz Lacalle". El presidente no sabe que la iglesia es el pueblo de Dios, no es el Nuncio, ni el arzobispo, ni el papa %¡qué le vamos a hacer! Y además no responde a las críticas de Mons. Rosa. Mons. Sáez Lacalle salió en su defensa: "Rosa Chávez es vicario general de la arquidiócesis y, como tal, también es vocero de la Iglesia".

En el país han quedado destruidos o dañados alrededor de 130 templos, pero a trancas y barrancas la gente sigue buscando ánimo religioso. La Iglesia de El Carmen, en Santa Tecla quedó gravemente dañada. Pero el 21 de enero ya se celebró la eucaristía en el patio interior. La celebró el Padre Rodolfo Cardenal, y citó las palabras del párroco, Salvador Carranza: "Nos han destruido el templo, pero no la Iglesia. La iglesia son ustedes, todos nosotros". Eso es lo que hay que reconstruir.

* * *

Pienso que este terremoto es un llamado de Dios, un mensaje para el país. Antes de este macabro movimiento El Salvador ha estado viviendo un terremoto moral. Robos, secuestros, asesinatos, corrupción, indiferencia ante los más pobres. La emergencia actual debe ser perenne en El Salvador. La pobreza es diaria, constante. Un terremoto no ha hecho más que ponerla en alto relieve. El Salvador debe vivir en emergencia siempre.

Más que del terremoto del 13 de enero, del cual, tarde o tempano, nos recuperaremos, nos preocupa más el terremoto de la impiedad, de la falta de ética, de moral en el país. Esa falla es más grave que cualquier falla tectónica o que las placas de los cocos y del Caribe que chocan entre sí.

Mons. Ricardo Urioste

 

 


 

 

La voracidad del capitalismo.

La tragedia de Las Colinas

¿Cosas de Dios?

La tragedia de las Colinas ha desatado llanto, rabia, indignación, acusaciones, y, por otra parte, "explicaciones", autodefensas... Pero es tan absurdo e increíble lo sucedido que muchos han metido a Dios en el asunto para encontrar algo de lógica.

"Son cosas que Dios manda", decía Mauricio Alfredo Arias que no es un católico especialmente fervoroso. Y es que no encuentra explicación al desastre de Las Colinas. Al otro lado de la ciudad algunos tecleños también creían que el desastre era un designio divino. La conclusión era: "resignación". Pero no todos pensaban así. Con una fortaleza moral agobiante un visitador médico, Héctor Velázquez, esperaba que los socorristas rescatasen los cuerpos de su esposa y de su hija. Sólo el cuarto de la doméstica sobrevivió al alud de tierra que destrozó unas 240 viviendas de la colonia.

"La venganza es de Dios", decía. La verdad es que no quedaba claro qué es lo que quería decir. Pero sí parece claro una cosa: "Si Dios se ha vengado de esta forma, es que algo terrible hemos hecho los seres humanos". Y empezó a contar que durante varias semanas escucharon detonaciones en la punta de la loma, obra de una constructora que pensaba urbanizar en la pendiente. Otros afectados también reconocieron la versión.

Cosas de los hombres

Qué haga Dios en un terremoto siempre quedará en el misterio, y así lo comentamos en otro lugar de esta Carta a las Iglesias. Mucho más claro es qué hacen los hombres. Y lo que han hecho los hombres con Las Colinas es infame.

El tema tiene su historia. En julio de 1999 la Sala de lo Constitucuional de la Corte Suprema de Justicia sentó jurisprudencia luego de fallar a favor de la empresa constructora Posamaco y condenar a la Alcaldía de Nueva San Salvador (Santa Tecla) por haber detenido un proyecto de lotificación conocido como Utila III, en la Cordillera del Bálsamo. Un año después la Asamblea Legislativa seguía dándole largas a un dictamen donde se le recomendaría al Ejecutivo declarar la zona como Reserva Ecológica. El capital, el ejecutivo, el legislativo, el judicial, todos esos poderes han participado, en una u otra forma, en la construcción de la colonia soterrada.

Antes de empezar a construir, los expertos en ecología el Dr. Ricardo Navarro y el Ing. Angel Ibarra advirtieron de los graves peligros de construir al pie de la ladera. Pero como el capitalismo es voraz, y como los poderes del estado son su servidores, se construyó la colonia.

Ahora, tras la tragedia, se ha sabido además que no se hizo un estudio sobre la estabilidad de taludes. Dice Rafael Colindres, ingeniero especializado en construcciones antisísmicas y miembro de Fundasísmica: "Se podía predecir lo que ocurriría, y eso del estudio es básico, lo enseñan en todas las carreras de ingeniería". Según Colindres, lo que contribuyó a que la tragedia fuera más grande es que "se construyó sin hacer el previo estudio de taludes, que podría haber informado que tan empinado estaba y si se podía construir o no".

El problema, según Colindres, es que la Oficina de Planificación del área Metropolitana de San Salvador (OPAMSS) otorga permisos sin hacer las evaluaciones previas."Se pudo construir un muro de protección de 50 a 100 metros para evitar que hayan soterramientos o deslaves".

La pregunta que hace Colindres a la OPAMSS es sencilla: "¿cuál fue el análisis del talud?".

* * *

 

Un ejemplo, que sin duda se convertirá en todo un debate, es la ecología, toda la cuestión de la Cordillera de El Bálsamo va a renacer con virulencia.

Creo que es una de las voces fuertes de Dios diciéndonos: ¿De qué sirve hacerse rico si es a costa de los pobres, a costa del medio ambiente, a costa de la casa de todos? Para mí es uno de los mensajes más claros que Dios ha enviado. Por eso decía en la Homilía que esta tragedia nos ha golpeado en la cara, como diciendo: ¿A dónde van ustedes? Van hacia un precipicio, en una confrontación inútil, que puede destruir el país. Ahora nos toca construirlo de nuevo. Es posible y urgente.

Mons. Gregorio Rosa Chávez

 

 


 

 

Salvar a El Salvador

Si en algún momento vale que "la comunidad internacional no puede quedarse pasiva", es a la hora de reconstruir El Salvador. No a la hora de bombardear Kosovo con uranio. Pero temo que suceda al revés. Sin contar vidas humanas, las pérdidas se estiman en la mitad del presupuesto salvadoreño. Y la reconstrucción bien hecha costará más. Deberá hacerse de manera preventiva contra futuros terremotos. Y ahora comienza a verse que muchos edificios no derruidos han quedado tan frágiles que la más mínima sacudida puede acabar con ellos. Anoche me decían desde Santa Tecla que hay que estudiar toda la estructura de la colina, cuyas tierras han quedado tan sacudidas que pueden ser fuente de nuevos derrumbes. Pero El Salvador no es un país maldito, sino un país pobre: en California o Japón hay también fuertes temblores de tierra que ya no son ni noticia por no tener esos efectos desastrosos.

Esa reconstrucción preventiva sólo puede hacerla la comunidad internacional. El Salvador necesita una especie de plan Marshall que no sólo rehaga lo deshecho sino que impida nuevos desastres. Lástima que, en estos tiempos llamados de globalización, la humanidad no haya sabido darse los instrumentos que necesitaría para eso. Podrían haberlo sido el FMI y el BM, que casi sólo han servido para provocar terremotos económicos en los países a los que intentaron ayudar. Podría haber sido la ONU si fuese efectivamente aquello para lo que fue fundada: una organización de países hermanos y no un instrumento al servicio de los intereses del imperio (que, además, es el deudor más moroso de sus cuotas a Naciones Unidas). Podrían serlo y es de lamentar que, "por su culpa-culpita", no estén capacitados para ello. ¿Cómo no recordar ahora las reformas que pedían como urgentes Vicenç Fisas y otros, cuando el cincuentenario de la ONU?

A pesar de todo hay que intentar algo así. Las lágrimas y voces entrecortadas de aquellas gentes deben ser algo más que un ingrediente emotivo de nuestro consumo de información. Sé que muchas de esas gentes que hoy vemos fugazmente llorar en un telediario se lo merecen; no sólo por su dolor sino por su calidad humana, superior sin duda a la nuestra. Pero esa gestión no pueden realizarla gobiernos corruptos, pues las ayudas irían a parar a "los de siempre": a los mismos de los que ahora se dice en El Salvador que han sido un factor multiplicador de la gravedad de este terremoto, por haber deforestado y demolido casi toda la colina de Santa Tecla, para construir viviendas de recreo para ricos.

Si el dolor de aquellas gentes se hace dolor nuestro, y no mero ingrediente de consumo emotivo, será posible. Porque, en estas situaciones, es cuando los humanos sacamos lo mejor de nosotros mismos.

José Ignacio González Faus

 

 


 

Primeras reflexiones

Jon Sobrino

El 13 de enero un terremoto sacudió El Salvador. Al día siguiente recibí varias llamadas, de España sobre todo, preguntando cómo estaba la situación y qué podían hacer. No podía dar muchas respuestas concretas, pero se me ocurrieron algunas reflexiones "a propósito del terremoto", por así decirlo. Esto es lo que pongo ahora por escrito de manera un poco más organizada y pausadamente. El lector notará también diversas emociones, obvias muchas de ellas. Quizás note otras un poco más personales: la indignación de que siempre es "lo mismo" y sufren "los mismos", la esperanza de que algún día no sea así y una especie de veneración ante la vida de los pobres, antes, durante y después de las catástrofes.

* * *

En El Salvador ha vuelto a ocurrir una gran tragedia. Un fortísimo terremoto ha ocasionado muertos que por ahora se cuentan por cientos, pero que bien podrán llegar a contarse por miles. Muchos más son los heridos y muchísimos más los damnificados. Las casas destruidas han dejado a decenas de miles sin hogar, viviendo a la intemperie, aguantando el frío de la noche, con muchísimos niños pequeños. El terremoto deja también la angustia de un futuro incierto sobre cómo y dónde van a vivir las próximas semanas, meses y años, y a ello se une el miedo %a veces todavía pánico% a que la tierra vuelva a temblar. Muchas zonas han sido evacuadas y han quedado desoladas, en otras se hacinan los damnificados. Las escenas son aterradoras: dolor y llanto sin consuelo por los muertos, familias enteras que han desaparecido, "la vecina perdió cinco hijos","la casa soterró a toda la familia". Y a medida que pasan los días y van llegando noticias del interior crece la convicción de que la catástrofe ha sido realmente grande, mayor de lo que se pensaba.

Baste lo dicho para poner en palabras una gran tragedia y un gran sufrimiento. En los próximos días se conocerán mejor las cifras: muertos, heridos, desaparecidos, destrucción, pérdidas globales. Ahora, a tres días del terremoto, ofrecemos unas breves reflexiones sobre lo que realmente ha ocurrido, lo que nos interpela y %aunque suene paradójico% lo que nos ofrece.

1. La tragedia de los pobres. Vivir en este país es siempre una carga muy dura de llevar. Oficialmente, la mitad de la población vive en pobreza, grave o extrema. De la otra mitad, otra buena mayoría vive con serios agobios y dificultades, todo lo cual se agrava con las catástrofes: en 1986 otro terremoto asoló al país, hace dos años fue el Mitch. Y no hay que olvidar quince años de represión, guerra, éxodo masivo, destrucción.

Vivir es, pues, una pesada carga, pero no lo es para todos por igual. Como siempre, lo es muchísimo más para las mayorías pobres. El terremoto ha destruido casas, pero muy mayoritariamente las de bajareque y adobe, donde viven los pobres porque no pueden construirlas de cemento y hierro. Los deslaves y derrumbes han soterrado personas y viviendas %esta vez también casitas de clase media baja%, pero siempre soterran a los pobres porque con frecuencia sólo en esas inhóspitas laderas, no en tierra llana y fértil, han encontrado lugar para sembrar. Lo mismo ocurrió durante el conflicto bélico. La inmensa mayoría de quienes sufrieron la represión y de quienes murieron en guerra, de uno y otro bando, fueron pobres. Y así sucesivamente.

El terremoto no es, pues, sólo una tragedia, sino que es también una radiografía del país. Muy mayoritariamente mueren los pobres, quedan soterrados los pobres, tienen que salir corriendo con las cuatro cosas que les quedan los pobres, duermen a la intemperie los pobres, se angustian por el futuro los pobres, encuentran inmensos escollos para rehacer sus vidas los pobres. También otros sufrimos con el terremoto, indudablemente, pero, por lo general, pasado el susto, reconstruyen lo que se les ha dañado, vuelven a la normalidad y pueden seguir viviendo, algunos de ellos rodeados del lujo de siempre.

Los terremotos, como los cementerios, revelan la inicua desigualdad de una sociedad y, así, muestran su más honda verdad. Algunas tumbas son suntuosas, grandes panteones y lujosos mármoles, bien ubicadas. Otras, casi sin nombre y sin cruces, se amontonan en lugares y quedan anónimas. Son la mayoría.

Los terremotos recuerdan a los cementerios y escenifican, trágicamente, la parábola de Jesús: "Había un señor muy rico que banqueteaba todos los días. Y a los pies de su mesa había un pobre, Lázaro, que esperaba que cayeran migajas de la mesa..."

2. La injusticia que configura el planeta. La tragedia tiene causas naturales, pero su desigual impacto no se debe a la naturaleza, sino a lo que los seres humanos hacemos unos con otros, unos a otros. Es la injusticia que configura el planeta de forma masiva, cruel y duradera. La tragedia es en buena parte obra de nuestras manos.

Es ilusorio que se apele a las normas de seguridad que se exigen en la construcción de viviendas, cuando los pobres no tienen recursos para cumplirlas. Y yendo a la raíz, es insultante que no se haya logrado %ni de lejos% vivienda digna para las mayorías, cuando proliferan edificios llamativos y mejoran las autopistas, los hoteles, los aeropuertos. También en El Salvador.

Según los expertos, en este celebrado milenio que comienza, el de la globalización, dos mil millones de seres humanos no tienen vivienda en que vivir con un mínimo de dignidad y de seguridad. Y cuando Gustavo Gutiérrez quiere sacudir la complacencia de este mundo nuestro, hace esta sencilla pregunta: "¿donde dormirán los pobres en el siglo XXI?". "El capitalismo nació sin corazón", dice Adolfo Pérez Esquivel. Lleva más de un siglo generando champas infames y casitas que se caen, y con ello se mofa de los pobres, quienes, cada veinte años, pierden sus casas.

Pero se mofa también de los expertos. Un ejemplo. A tiempo, ecólogos y técnicos, salvadoreños y extranjeros, denunciaron el peligro que acarrearía la deforestación de la Cordillera del Bálsamo. Haciendo oídos sordos, se construyeron centenares de casas, y ocurrió lo que tenía que ocurrir: con el terremoto vino el deslave, alrededor de 270 casas quedaron soterradas bajo cuatro metros de tierra y también alrededor de mil personas han muerto soterradas. Evidentemente, la tragedia que ha causado el terremoto no se debe sólo a la deforestación, pero ésta ha colaborado. Al día siguiente, el presidente Flores se hizo presente al lugar de la tragedia, en esas visitas de gobernantes que a veces pueden ser sentidas y a veces sólo para salir del paso. La gente se le acercó, lo rodeó, lo abucheó e insultó %cosa que no suele suceder normalmente% hasta el punto de que un funcionario tuvo que interponerse entre la cámara de televisión y la gente para que no quedase filmada la escena. De la respuesta de la gente puede colegirse su indignación y dolor.

Una última reflexión en esta línea. Cada quince o veinte años suele haber terremotos en el área centroamericana, pero la tragedia que originan no parece enseñar mucho, ni servir eficazmente para evitar en lo posible o minimizar la siguiente. Desde el terremoto de 1986 no se ha buscado solución a la situación general de pobreza, ni se ha avanzado eficazmente en prevenir y paliar las consecuencias de catástrofes inevitables. En los quince años entre los dos últimos terremotos el país ha invertido mucho para mejorar el armamento de la fuerza armada y la tecnología de la banca. Pero para desescombrar seguimos prácticamente con pico y pala, sobre todo en cantones y aldeas perdidas.

La tragedia ha sido grande para los pobres. Hoy se habla de ella, pero pronto desaparecerá de la escena y será desplazada por otros intereses, los de siempre. Ya se empieza a hablar de si con el terremoto se activará la economía o no, como cuando se piensa en el reparto de los despojos con el difunto todavía presente. Los dueños del país buscan paliar los daños, pero no se preocupan mucho de garantizar el futuro de la vida de los pobres, sus viviendas, sus pertenencias. Y que las cosas sean así parece natural.

Por eso, con el terremoto siguen resonando la palabra de Jahvé en el inicio de la historia: "¿qué has hecho de tu hermano?".

3. La santidad de vivir. Es más fácil escribir sobre la tragedia y la maldad que sobre la vida y la bondad. Pero, aunque muy brevemente, digamos que en medio de la tragedia la vida sigue pujando, atrayendo y moviendo con fuerza. El desfile de gentes, caminando o en vehículos muchas veces destartalados, con bultos en la cabeza y niños agarrados de las manos, es la expresión más fundamental de vida y del anhelo de vivir %con gran dramatismo lo hemos visto en Los Grandes Lagos. Esa vida surge de lo mejor que somos y tenemos. Gente pobre, a veces muy pobre y con muy pocos conocimientos, pone todo lo que son y tienen al servicio de la vida, y lo hacen porque con frecuencia no les queda mucho más.

Aquí en el tercer mundo, por experiencia secular, los pobres desconfían de gobiernos, autoridades y funcionarios, aunque entre éstos siempre hay algunas personas buenas y responsables. Los pobres saben que tienen derechos humanos. En ocasiones de catástrofes saben que tienen derecho a ser asistidos y ayudados. Si llega esa ayuda, es bien recibida, por supuesto, y cuando no llega, y pueden hacerlo, protestan porque no les ha llegado. Pero no esperan mucho y por ello su reacción fundamental es otra: ponen a producir sus fuerzas y su ingenio al servicio de la vida. En medio de la tragedia se impone la fuerza de la vida y, a pesar de todo, se hace presente el encanto de lo humano.

Y junto al impulso del propio vivir, surge también la fuerza de la solidaridad. Como ha ocurrido en los últimos años, ha llegado ya, y seguirá llegando, ayuda de muchas partes, y también han llegado expertos en rescate, médicos, ingenieros... Prestan un gran servicio, dan ánimo y hay que agradecérselo muy sinceramente. Pero nos referimos ahora a la solidaridad más primaria, y para ello volvamos a lo ocurrido en la Cordillera del Bálsamo.

Para desenterrar cadáveres no había a mano muchas excavadoras mecánicas y, además, hubiese sido peligroso usarlas, pues, al desescombrar, podían pedacear cadáveres. Entonces, largas hileras de hombres, pasándose baldes de tierra uno al otro, se pusieron a remover miles de metros cúbicos de tierra. Llevan así días y el cansancio es agotador. Pero siguen buscando cadáveres, y esperando el milagro de encontrar algún cuerpo que todavía esté con vida. Junto a ellos están socorristas beneméritos, llegados de otros países. Es la fuerza primigenia de la solidaridad: buscar a otros seres humanos, para hallarlos vivos o para enterrarlos %con dignidad% cuando están muertos.

Y en esa solidaridad primigenia, siempre e indefectiblemente, está la mujer con la más primaria de las solidaridades: cuidando de los niños entre escombros, haciendo y repartiendo lo que haya de comida en los campamentos de damnificados, animando siempre, sobre todo, con su presencia, sin claudicar, sin cansarse, como referente último de vida que no falla.

Me gusta pensar que en esa decisión primaria de vivir y dar vida aparece una como santidad primordial, que no se pregunta todavía si es virtud u obligación, si es libertad o necesidad, si es gracia o mérito. No es la santidad reconocida en las canonizaciones, pero bien la aprecia un corazón limpio. No es la santidad de las virtudes heroicas, sino la de una vida realmente heroica. No sabemos si estos pobres que claman por vivir son santos intercesores o no, pero mueven el corazón. Pueden ser santos pecadores, si se quiere, pero cumplen insignemente con la vocación primordial de la creación: son obedientes a la llamada de Dios a vivir y dar vida a otros, aun en medio de la catástrofe.

Es la santidad del sufrimiento, que tiene una lógica distinta, pero más primaria, que la santidad de la virtud. Puede sonar exagerado, pero ante estos pobres, quizás podamos repetir lo que dijo el centurión ante Jesús crucificado: "verdaderamente éstos son hijos e hijas de Dios".

4. La salvación: realidad, verdad, solidaridad. En el país, y sobre todo fuera de él, muchos se preguntan qué hacer. Unos quieren saber cómo enviar la ayuda para que ésta llegue a sus destinatarios y no a bolsillos de corruptos, para que no se repitan experiencias del pasado, cuando gobernantes y militares se han embolsado la generosidad de mucha gente de buena voluntad. Otros preguntan, quizás con escepticismo justificado por experiencias pasadas, si y para qué sirve la ayuda. Otros, en fin, preguntan qué ayuda es la más eficaz y la más necesaria. No vamos a contestar, en concreto, a estas preguntas. Queremos, ofrecer más bien, algunas reflexiones sobre la actitud fundamental %tal como la vemos desde aquí% que lleva a ayudar con creatividad y generosidad, con firmeza y fidelidad.

En primer lugar, es necesario dejarse afectar por la tragedia, no rehuirla ni suavizarla. No se trata de fomentar el masoquismo ni de exigir imposibilidades psicológicas. Se trata de un primer momento de honradez con lo real. Rehuir, sutil o burdamente, la tragedia es una forma de salir de la realidad de nuestro mundo. Pero hay que estar claros en que sin quedarse y afincarse en la realidad a nadie se puede ayudar, ni a los necesitados de fuera, ni a uno mismo por dentro. Dejarse afectar, sentir dolor ante vidas truncadas o amenazadas, sentir indignación ante la injusticia que está detrás de la tragedia, sentir también vergüenza de que hemos arruinado este planeta y que no lo arreglamos, todo ello es importante para saber ayudar en la tragedia. Y lo que es más importante, todo ello puede llevar a sentir compasión y ponerla en práctica, que es lo que nos salva.

En segundo lugar, este dejarse afectar por la tragedia es también salvífico, porque nos instala en la verdad y nos hace superar la irrealidad en que vivimos. Por ello, bien harán instituciones como Iglesias y universidades en analizar y proclamar la verdad de estas tragedias %y ojalá lo hagan también gobiernos, multinacionales, fuerzas armadas y banca mundial, aunque aquí las esperanzas decaen o se desvanecen según los casos.

En este contexto, es especialmente importante que los medios de comunicación hagan "la opción preferencial por lo verdad", comenzando por lo más exterior de ella, aunque muy importante, ofreciendo datos fidedignos de la realidad, y avanzando a lo más profundo, sus causas. El panorama que ofrecen los medios es muchas veces desolador. Es noticia %escandalosa, por cierto% los millones que gana un futbolista, pero hay que ser conscientes de que este hecho no pertenece a la realidad más real, sino a la anécdota factual, escandalosa y adormeciente en un mundo que se muere de hambre. La "noticia" se convierte en "realidad" cuando se comparan las cifras de lo que cuestan y ganan deportistas, cantantes, estrellas de cine, con lo que tiene para sobrevivir un ser humano en Africa o en Bangladesh o en la paupérrima comunidad de Guadalupe destruida por el terremoto. Y entonces se aprende mucho sobre lo que es agravio comparativo, injusticia, inhumanidad. Hacer esta comparación es algo que desafía la imaginación y produce vértigo. Pero, sobre todo, se convierte en interpelación inacallable: "¿es humano un mundo así?".

La tragedia tiene, pues, un inmenso potencial educativo. Si analizamos y no encubrimos su verdad, nos introduce en la verdad de nuestro mundo y en nuestra propia verdad. No es fácil. Incluso en días de terremoto, en El Salvador hablamos mucho más de lo que ocurre en ciudades que en escondidos cantones y aldeas. Pero es necesario. Como decía Ellacuría, si el primer mundo quiere saber lo que es, que mire al tercer mundo. Y también nosotros podemos decir aquí: si queremos conocer la verdad de la capital, miremos a aldeas y cantones.

En tercer lugar, este dejarse afectar por la tragedia puede generar solidaridad. Suele ocurrir a veces que una desgracia familiar ayuda a unir a una familia %felix culpa!, se decía antes%, y puede ser incluso lo único que la llegue a unir. O dicho de otra forma, si ni siquiera el sufrimiento la une, no hay solución. Y es que en los seres humanos siempre hay reservas y reductos de bondad, dormidos muchas veces, pero que pueden ser activados por el sufrimiento de los otros. No somos siempre y del todo egoístas. Un terremoto en El Salvador, una hambruna en Calcuta, la epidemia del sida en Africa, bien pueden ayudar a generar conciencia de familia humana.

En los pueblos sufrientes, crucificados, algo hay que atrae y convoca, que nos puede llegar a sacar de nosotros mismos, y ahí está el origen de la solidaridad. Entonces, junto al sentimiento ético de obligación o junto a la superación del sentimiento de culpa, aparece lo más hondo y decisivo: el sentimiento de cercanía entre los seres humanos. Las solidaridades concretas vienen después, y buena falta hacen: ropa, comida, tiendas de campaña, medicinas, dinero, ayudas técnicas de todo tipo, perdón de deudas... Pero todo esto, su calidad, su firmeza, el "para siempre" de la solidaridad, surge de ver algo bueno y humanizante en ser cercanos a las víctimas de este mundo. Y entonces quizás acaece el milagro de lo humano: el llevarnos mutuamente, el dar y recibir lo mejor que tenemos. Y el milagro mayor de querernos unos a otros como miembros de una sola familia. Los cristianos lo decimos con la mayor radicalidad: querernos como hijos e hijas de Dios. Ocurre, entonces, el milagro de la mesa compartida, el gozo de ser familia humana.

5. Dios y la esperanza. En El Salvador proliferan diversos tipos de religiosidad, pero en su conjunto es un país religioso, y más en estos días de catástrofe. Unos, los fanáticos, dicen que el terremoto ha sido un castigo de Dios %también en el terremoto de Guatemala, en 1976, el arzobispo de entonces dijo que la causa eran los pecados de los sacerdotes. Otros, la mayoría, se dirigen a Dios con agradecimiento: "gracias a Dios estamos vivos", con esperanza: "primero Dios saldremos adelante".Y con sumisión, para encontrar algún sentido en la catástrofe: "que se haga la voluntad de Dios". Son frases cercanas a otras típicamente salvadoreñas: "primero Dios", es decir, "sólo Dios puede ayudar, de los hombres no podemos esperar mucho". O esta otra, menos religiosa, pero que apunta también a cómo comprenden los pobres el sentido de la vida: "a saber". Es decir, en la realidad no hay mucha lógica que haga predecible el futuro, ciertamente no una lógica que esté en su favor.

No se oye mucho la pregunta que lleva a la teodicea clásica: "o Dios no puede o no quiere evitar las catástrofes. En cualquier caso no queda bien parado". La pregunta, sin embargo, sigue resonando: "dónde está Dios". También la hizo Jesús, y Pablo tuvo la audacia de responder: "en la cruz". Estos días alguien ha respondido. "Dios está en El Cafetalón", refugio de damnificados sin nada.

A la pregunta de dónde está Dios en el sufrimiento no hay respuesta lógica ni convincente. Sin entrar ahora en ello, digamos que también Dios está crucificado, "terremoteado". En Europa lo han dicho muy bien Bonhoeffer y Moltmann. Entre nosotros algo, breve pero profundo, dijo Ellacuría. En definitiva, la respuesta a la pregunta por Dios sólo se decide en la vida: si del misterio último, también en tiempo de catástrofe, surge una esperanza. Es decir, si la esperanza no muere.

Para ilustrarlo terminemos con la siguiente anécdota. Con el terremoto han quedado destruidas varias iglesias, entre ellas la Iglesia de El Carmen, en Santa Tecla, donde resido. Con dolor le decía la gente al párroco "Padre, nos hemos quedado sin iglesia". Y el párroco, Salvador Carranza, les contestó: "Nos hemos quedado sin templo, pero no sin Iglesia. La Iglesia somos nosotros y de nosotros depende mantenerla con vida".

Hace años en tiempo del terremoto histórico de la represión y la guerra, decía Monseñor Romero: "El día en que las fuerzas del mal nos dejaran sin esta maravilla (la radio), sepamos que nada malo nos han hecho. Al contrario, seremos entonces más "vivientes micrófonos" del Señor y pronunciaremos por todas partes sus palabras".

Estas palabras son retóricas, pero son lúcidas y verdaderas. Y generan esperanza, sirven para animar a la Iglesia en una situación difícil, pero sirven también para animar a un pueblo en circunstancias como la actual. Las palabras apuntan, desacostumbradamente, a lo fundamental. La mayor tragedia es la destrucción de lo humano de un pueblo. La mayor solidaridad es ayudar a reconstruirlo. La mayor esperanza proviene de seguir caminando, practicando justicia y amando con ternura.

¿Ha muerto esto en El Salvador? Creemos que no, pero hay que hacerlo crecer. En este sentido, ojalá la solidaridad ayude a reconstruir casas, pero sobre todo personas, pueblos. Ojalá ayude a reparar caminos, pero sobre todo modos de caminar en la vida. Ojalá ayude a construir templos, pero sobre todo pueblo de Dios.

Ojalá la solidaridad dé esperanza a este pueblo. Con ella ya encontrará la gente modos de valerse por sí misma. Y esa gente devolverá con creces, en forma de luz y ánimo, lo que recibió.

16 de enero

 

 


 

 

"Dios estaba en la brisa"

Dean Brackley

Estos días he visitado algunas zonas del país con gente del servicio social de la UCA y con reporteros de la YSUCA, radio verdaderamente participativa, que quiere participar ahora en el sufrimiento y la solidaridad. Comparto ahora algunos recuerdos.

El jueves 18 fuimos a Armenia, hasta ahora el pueblo más golpeado que he visto. Nada más verlo me acordé del profeta Elías que huía de los profetas de Baal y del rey y se escondió en una cueva. Elías pidió entonces a Jahvé que se le manifestase. Vino un huracán y un temblor. Pero Jahvé no estaba en el huracán ni en el temblor. Se hizo presente en el susurro de una brisa suave. Elías cubrió su rostro con el manto, salió y se quedó a la entrada de la cueva.

Esa historia del primer libro de Reyes se repite de maneras insospechadas. Algunos se preguntan por qué Dios manda semejante castigo y qué puede significar esta prueba de un terremoto tan destructivo. Se preguntan qué tiene que ver Dios con un terremoto. Se pueden dar razones, que no convencen, pero se pueden decir otras cosas que sí animan: a Dios no lo vemos en el terremoto, lo escuchamos en los susurros de consuelo y de solidaridad, en la voz que nos llama a responder a los muchos damnificados, en la humanidad de sus rostros, de su lucha y esperanza, en la solidaridad entre ellos.

Eso es lo que ocurrió en Armenia. Murieron 38 personas, la destrucción de las viviendas nos quitó el aliento, nos dejó con la boca abierta. Recorrimos cuadras y manzanas de escombros y llegamos a lo que había sido una casa de dos plantas. Allí estaban Germán y Sonia Virginia. No llegaban a los cuarenta y tenían seis hijos. Germán contemplaba lo que había sido el fruto de 15 años de trabajo y privaciones en Estados Unidos. Había estado ahorrando sus centavos para poder volver a su pueblo y vivir en paz. Ahora todo son escombros.

Hasta aquí el terremoto, y ahora la brisa. Bajo un plástico que han puesto para protegerse del sol fuerte, los dos nos sonrieron al vernos. Sonia Virginia nos dijo "pasen adelante". Me golpeó el saludo y la sonrisa. "Adelante" no había más que escombros. En una esquina sobre unos ladrillos había una olla donde estaba cocinando algo de almuerzo. Están ocho personas en lo que les queda de casa.

Esta sonrisa y esta acogida me dijo mucho de la humanidad y la resistencia de estos damnificados. Y recorrimos las calles de Armenia. La gente duerme a la intemperie, en la calle preparan sus almuerzos. Por el camino todos nos sentimos golpeados. Sentí un poco de náuseas, de enfermedad, de lágrimas ante el dolor y la humanidad de esta gente. Cuando pasas, siguen saludando: "buenos días". Y cuando les dices "buen provecho", responden "gracias". De pronto, en una cuadra toda ella llena de escombros, alguien había plantado un rótulo con letras muy grandes: •¡Armenia vive!".

Ya para marcharnos hablamos con la hermana religiosa que estaba repartiendo víveres y ayudando con la atención médica, junto con unos médicos que venían de Guatemala. Estaba enojada, "nos sentimos invadidos por el ejército". Decían los soldados que "por decreto presidencial ellos repartían la ayuda". Los eternos líos políticos para sacar provecho propio del sufrimiento ajeno. Pero surgió otro problema. En las cajas había también sustancias químicas para preservar el buen estado de los alimentos. Y acabaron en la sopa. Discutieron qué hacer y decidieron que no era veneno, y al final comieron la sopa con los químicos.

Unos días antes, el domingo 14 fui a visitar el Cafetalón. Era la segunda noche que pasaban allí. Me encontré con personas de la Colonia Guadalupe II de las cuales no se ha oído mucho, y que tuvieron que ser evacuadas. Son personas que viven en Las Delicias, pegado a la montaña, donde un derrumbe enterró sus casas.

Estas personas son pobres y cuando salen a trabajar dejan bajo llave a sus niños en las casas. Al regresar los encontraron soterrados. Una señora me explicó que la vecina había perdido cinco niños de esta manera. Otra me contó que había perdido cinco sobrinos. Y yo sólo había visto una pequeña muestra de la tragedia. Cuesta pensar en tantas personas pobres que siguen soterrados, sobre todo niños y niñas, en La Guadalupe II.

El martes 16 fui con un equipo de la Radio YSUCA rumbo a Santa Tecla, pero, de repente, nos mandaron hacia el Boquerón, el volcán cercano a la capital. Allí habían rescatado a algunos excursionistas. Por fin, con derrumbe y todo, llegamos al boquerón y nos encontramos con varias personas que estaban mirando hacia abajo, hacia el fondo de ese gran cráter, buscando a sus parientes. Según el periódico hay docenas de personas atrapadas ahí. La gente pobre del volcán tiene que bajar cientos de metros hacia el cráter para sembrar sus hortalizas.

No hace falta decirlo: las personas que más han sufrido en este terremoto son los pobres. Las historias de derrumbes y personas soterradas son innumerables. La gente sabe que no deben vivir en casas de adobes, tan precarias en estas tragedias de terremotos, pero ni modo. Guadalupe Díaz, por ejemplo, nos contó que su hermana quedó enterrada por el derrumbe. Está consciente de que está sin vida. Otro señor nos habló de su hermano que quedó enterrado por los derrumbes que seguían mientras nosotros observamos el otro lado del Boquerón. En la distancia, desde el otro lado poniente del cráter, la gente insistía en que veía un espejo de una persona o personas atrapadas en esa parte a medio camino hacia arriba del Boquerón tratando de escapar, pero que los derrumbes habían borrado las veredas. Y se quedaban ahídos días, decían, sin alimentos y sin agua. Decían que escuchaban gritos, pero era tanta la distancia y las condiciones del eco que no se podía verificar si era cierto o no.

Entonces hablamos por la radio y después llegó un equipo de la Cruz Roja salvadoreña . Asíhan seguido buscando a personas y señales de vida en este boquerón sin poder confirmar si es o no cierto que siguen sobrevivientes. Bajando del volcán visitamos Las Colinas, que ha recibido tanta atención y con razón en esta tragedia. Ahíse veía toda la tragedia en su frialdad y su humanidad, personas buscando entre escombros, policías, equipos de internacionalistas especialistas y comandos de todo tipo entre las palas y las maquinaria pesada. En nuestra presencia sacaron a una mujer, y en este tiempo habían salido tres personas fallecidas de este lugar de la tragedia.

 


 

 

Tragedia y esperanza en San Agustín y Comasagua

El 20 de enero estuvimos en el cantón de San Agustín, de unas cien familias, muy pobre, en el departamento de Usulután. Todas las casas eran de adobe y todas se cayeron. También estuvimos en Comasagua, ciudad del interior de La Libertad de 14 mil habitantes, pobre también y muy dañada. En estos dos lugares recogimos los siguientes testimonios. Ofrecemos sólo las respuestas que nos dieron, sin comentarios.

Yo soy de aquí. Allí sólo se vio que temblaba la tierra y que todos nos mecíamos. Y nosotras nos sentimos bien afligidas y de allí nos quedamos idas de la gran aflicción. ¿Qué tipo de pérdidas tuvimos? Nosotros sólo la casa tenemos, y se cayó. Ya estamos afuera. Otras pérdidas no tenemos. Hasta la fecha no hemos tenido ayuda, por eso nos hemos venido porque allí no nos dan ayuda. No le alcanzaría a decir cuántas personas salieron afectadas, pero son unas varias.

Yo me llamo María Angela Ramírez y soy de la hacienda San Juan. Aquí para el terremoto del 13 de enero todas las casas se cayeron, son como 150 casas que se han caído. Los del comité (se refiere al de emergencia nacional) sólo hilachitas viejas nos han dado, y nosotros lo que queremos es comida, no ropa. Nosotros ahí en los patios de la casa estamos, en los patios estamos durmiendo, en el sereno. ¿Y por qué les toca estar durmiendo ahí? Porque las casas están caídas, y cómo vamos a estar adentro de las casas. El alcalde no nos ha dado ninguna ayuda. Así que nosotros nos hemos venido para acá a ver que conseguimos.

Yo me llamo Hernán Amaya y somos de aquí, del lado de Nueva California, desvío de San Agustín para abajo. Hemos venido a San Agustín porque allá no nos han querido ayudar, no ha llegado ni una ayuda al caserío ése. Perdimos las viviendas que se cayeron. Ahorita dormimos a fuera. Por cierto no nos han ayudado ni para láminas, y eso es lo que necesitamos nosotros ahorita.

Yo me llamó Mirna Elizabeth Gómez Cruz, y venimos del desvío de San Agustín. Tuvimos muchas pérdidas, la casa se nos desbarrancó y ahí estamos durmiendo afuera porque los niños mucho frío aguantan en la noche, pues ése es el problema de nosotros. Necesitamos una ayuda, aunque sea un poquito para nosotros Tampoco tenemos cómo apoyar a los niños, porque los niños mucho frío aguantan en las noches y otras veces ya no tenemos cómo arroparlos a ellos porque se nos han enfermado de tanto hielo y el sereno en la noche. No tenemos ayuda, solamente lo poquito que venimos a conseguir aquí arriba para la alimentación de los niños, sólo es la única esperanza de ellos.

Mi nombre es Kenia Evelyn. Se cayó toda la casa y tengo dos niños pequeñitos que todavía maman leche y no tenemos como alimentarlos. Sus víveres o alimentos se quedaron ahí adentro de la casa. Somos pobres, no teníamos nada de víveres, no tenemos nada, más bien dicho por eso andamos aquí. Toda la mañana hemos pasado aquí y no nos dan. Nosotros aquí va de preguntar a las personas. Nos dicen que allá nos van a llevar para San Vicente, pero más que todo atienden a Comasagua. Aquí por la gracia de Dios como hay gente ya que tal vez tiene, la gente le regala a uno, sus poquitos, pidiendo. Nos venimos a ver si conseguíamos porque como es grande la familia, los niños más que todo, hay bastantes niños que mantener, necesitamos su sustento y no nos alcanza, va pasando uno sólo con sus tortillas.

Cuando el terremoto yo sentí fuerte el temblor, vaya, porque yo estaba en un río, estaba sola, solita porque mis niños habían quedado con la niña ella, y solamente sentí que me levantaban, pero yo no imaginaba cómo podía haber sido la situación porque como estaba en zanjón no tomo casi fuerza. Cuando yo llegué las casas casi todas estaban en el suelo, los niños todos llorando porque, vaya, los niños como le repito no tenemos comodidades, poquita leche les había quedado, se les había caído, no tenían alimentación, los niños lloraban y así hemos pasado. Y nosotros veníamos a ver si nos daban, que veíamos que entregaban leche para los niños pero no nos entregaban nada, y los niños aguantando, tomando agua sola en las pachas.

Nosotros venimos de un cantón San Rafael. Estamos durmiendo afuera porque las casas están todas de medio averiadas y ahí no ha llegado ninguna clase de ayuda todavía, no sé si después tal vez tenemos la dicha de que llegue, pero ahorita por de pronto estamos en la orfandad. Las autoridades aquí nos han dado una esperanza, y bien dicen que las esperanzas se mantienen. Pero ver, pues, no se ha visto nada, pero sí nos han prometido que nos van a llevar al cantón. Mire, yo una lista he pasado y nos han dicho que nos van a pasar allá, pues, la alimentación, y en eso estamos esperanzados. Es urgente porque hay mucho niño, usted sabe que los niños piden y a veces no hay, ellos piden de todo y a veces no existe. Entonces eso nos preocupa un poco, de ahí sabe que la ropa es dispensable, pero la comida si es necesaria.

La experiencia del sábado fue una experiencia que yo en mi vida nunca había visto eso, para mí, pues, Comasagua se acabó, yo en mi vida nunca había visto eso ni sabía de un terremoto, pero hoy sí me doy cuenta que es terrible, porque yo sentía los jalones bien extraños, pues no son como los temblores comunes, sino que es un jalón que daba vuelta y arrancaba las casas. Y eso fue terrible. Y ahora lamentamos nuestro pueblo que hasta el templo se desmoronó pues. No perdí familia por obra de Dios, pero mis amigos algunos han perdido seres queridos que eso es lo más importante que uno tiene. Se puede perder la casa digamos porque ésos son asuntos materiales, pero la familia es lo que uno más quiere. Pero gracias a Dios no hubo ningún problema, lo único que nos hemos quedado con ese temor durmiendo afuera.

Al final hablamos con un menor. "¿Cómo te llamas?" "Nelson". "Cómo te sientes después de ese terremoto?". "Mal". "¿Qué tipo de ayuda les han dado?". "Nada". "¿Y qué necesitan ustedes?". "Ropa y alimentos".

YSUCA

 

 


 

 

Derechos de las personas y comunidades

afectadas por desastres naturales

Medios para la Paz, Colombia, ha enviado un documento sobre los derechos de la población afectada por desastre naturales, escrito por el colombiano Gustavo Wilches-Chaux, ecologista y abogado. He aquí un resumen.

 

1. Derecho a la protección del Estado. Las personas y comunidades afectadas por desastres, tienen derecho a que el Estado les otorgue %sin distingos de ninguna especie% la protección que requieren mientras recuperan las condiciones que les permitan satisfacer por sus propios medios sus necesidades esenciales. Dicha protección se concreta en el suministro de albergue, alimentación, vestido, atención médica y sicológica, recreación y seguridad para sí mismos y para sus bienes. Incluye el derecho a la evacuación oportuna y concertada de zonas de amenaza inminente y alto riesgo cuando las circunstancias así lo ameriten, y a la reubicación concertada, temporal o permanente, en zonas libres de amenaza o en donde las amenazas sean manejables. Sin embargo, las personas y comunidades también poseen el derecho a no ser evacuadas en contra de su voluntad.

2. Derecho a la información. Las personas y comunidades afectadas por desastres tienen derecho a conocer de manera adecuada, oportuna, clara, precisa y veraz, la información disponible sobre aspectos tales como: los fenómenos que desencadenaron la situación de desastre, su naturaleza, sus consecuencias actuales y potenciales, etc. Su propia situación de vulnerabilidad frente a dichos fenómenos y los riesgos que de la misma se puedan derivar. Información necesaria para que puedan tomar la decisión de ser evacuados de una zona de amenaza inminente y alto riesgo, o la decisión de permanecer bajo su responsabilidad en dicha zona. Los planes de prevención, de contingencia, de emergencia, de recuperación y de reconstrucción existentes, los recursos disponibles o previstos para llevarlos a cabo, los mecanismos de administración y de control de los mismos, etc. El derecho a la información incluye el derecho a que los puntos de vista de los distintos actores sociales sean tenidos en cuenta como elementos para construir una visión compartida del desastre y de la situación de la comunidad dentro de él.

3. Derecho a la participación. Las personas y comunidades afectadas por desastres tienen derecho a una participación directa, activa, decisoria y eficaz en todas las etapas del proceso, desde aquellas previas a la ocurrencia del evento desencadenante (como en el caso de las alertas previas a huracanes o erupciones volcánicas) hasta las etapas de emergencia, recuperación, reconstrucción y posterior desarrollo de la región afectada y de sus habitantes. El derecho a la participación incluye el derecho de la comunidad a elegir sus propios representantes ante las distintas instancias, sin que la actuación de dichos representantes supla y agote el derecho de las comunidades a la participación.

4. Derecho a la integralidad de los procesos. Las personas y comunidades afectadas tienen derecho a que los procesos tendientes a su reconstrucción sean concebidos con carácter integral y con sentido humano, social, económico, ambiental y cultural, y a que no se centren en la mera reconstrucción de la infraestructura física. Que el derecho al fortalecimiento del tejido social se considere como prioridad. Asímismo, comprende el derecho a la protección y recuperación del patrimonio cultural.

5. Derecho a la diversidad. Las personas y comunidades afectadas por desastres tienen derecho a que se respeten las particularidades culturales de cada sector social, lo cual incluye la necesidad de tener en cuenta las necesidades específicas de los sectores más vulnerables de la comunidad (niños, ancianos, enfermos, discapacitados, etc.). Que las ayudas externas se realicen teniendo en cuenta las necesidades y de los receptores más que las necesidades de los donantes, y que toda ayuda se realice como un insumo hacia la autogestión, y no como un auxilio a damnificados impotentes.

6. Derecho a la perspectiva de género. Las personas y comunidades afectadas por desastres tienen derecho a que se garantice la participación decisoria de las mujeres, de manera tal que sus puntos de vista, sus propuestas, sus necesidades, sus aspiraciones y su potencial, sean tenidos en cuenta en la dirección, planificación, ejecución, control y evaluación de dichos procesos.

7. Derecho a la autogestión: Las personas y comunidades afectadas por desastres tienen derecho a que se respete y fortalezca la capacidad de decisión, gestión y autogestión de los distintos actores locales, tanto gubernamentales como no gubernamentales. Un nivel de superior jerarquía solamente deberá tomar decisiones que sobrepasen la capacidad de decisión del nivel jerárquico inmediatamente inferior. Por ejemplo, las decisiones que pueden ser tomadas por un alcalde municipal, no deberán ser tomadas por el gobernador del departamento, etc.

8. Derecho de prioridad. Las personas y comunidades afectadas por desastres tienen derecho a que las acciones tendientes a restituir su autonomía y su capacidad de gestión perdidas o reducidas sean atendidas con carácter prioritario frente a los intereses y objetivos de sectores políticos, o de sectores económicos o sociales no afectados.

9. Derecho a la continuidad de los procesos. Las personas y comunidades afectadas por desastres tienen derecho a la continuidad de los procesos tendientes a su recuperación y reconstrucción, y a la asignación de los recursos necesarios para adelantarlos, por encima de la duración de los períodos de las autoridades locales, regionales o nacionales, lo cual significa que dichos procesos deben tener carácter de programas de Estado y no de programas de Gobierno.

10. Derechos frente a los medios de comunicación. Las personas y comunidades afectadas por desastres tienen derecho a que los medios de comunicación respeten su intimidad, a que no las conviertan en motivo para el sensacionalismo, y a que los medios cumplan el papel de facilitadores de los procesos de comunicación entre las comunidades afectadas y las autoridades y sectores sociales de distinto nivel que intervienen en los procesos. Asímismo, tienen derecho a que la información que transmitan los medios contribuya a comprender de manera veraz, objetiva y racional las causas y procesos que condujeron al desastre, y a descubrir y fortalecer el potencial de recuperación y gestión existente en las mismas comunidades, en lugar de consolidar el estereotipo según el cual los afectados por un desastre son entes incapaces de retomar el control de su propio destino.

11. Derecho a la participación de la naturaleza. Las personas y comunidades afectadas por desastres, al igual que los ecosistemas con los que interactúan, tienen derecho a que la voz de la naturaleza sea escuchada en la toma de las decisiones que determinarán el rumbo de los procesos de recuperación, reconstrucción y desarrollo, de manera tal que los mismos avancen hacia la construcción de unas relaciones sostenibles entre las comunidades y su entorno.

12. Derecho a la prevención. Las personas y comunidades afectadas por desastres, al igual que los ecosistemas con los cuales éstas interactúan, tienen derecho a que en los programas tendientes a su recuperación, reconstrucción y desarrollo, se incorpore el concepto de prevención de nuevos desastres, mediante la herramienta de la gestión del riesgo, a través de la cual se busca el manejo adecuado de las amenazas y la mitigación de los factores de vulnerabilidad, de manera que ni la dinámica de la naturaleza se convierta en un desastre para las comunidades, ni la dinámica de éstas en un desastre para los ecosistemas.