Carta a las Iglesias, AÑO XXI, Nº470, 16-31 de marzo de 2001

Monseñor Romero con el pueblo

 INDICE

EDITORIAL: Monseñor Romero. Evocaciòn, Convocación y provocación

REALIDAD NACIONAL: Monseñor Romero en la realidad nacional

MONSEÑOR ROMERO: Candelaria. Monseñor Romero en las ruinas del terremoto

MONSEÑOR ROMERO: CATEDRAL. Peregrinación a la tumba y cátedra de Monseñor Romero

MONSEÑOR ROMERO: LA UCA. "Es el momento de opciones graves"

MONSEÑOR ROMERO: Monseñor Romero en Cuba

 

 

 

 

Monseñor Romero. Evocación, convocación y provocación

 

Semper et ubique. Cambian las épocas, y en la historia reciente del país ha habido épocas de represión y organización popular, golpes de estado y juntas de gobierno, guerra y acuerdos de paz. Pero nada de ello, ni las novedades después de su asesinato, le han quitado un ápice de actualidad y significado a Monseñor Romero. Ahora, el terremoto. En este contexto se ha recordado a Monseñor, buscando luz, ánimo y esperanza. Y no se ve %ni de lejos% que ninguna otra figura pueda sustituirlo.

Y además del "siempre", el "en todo lugar", como podrá ver el lector: en Candelaria y San Agustín, pueblos terremoteados, en Catedral, el hospitalito y la UCA, en Madrid y Roma. Y también en Cuba. En varias celebraciones se ha recordado también a Colombia, Congo y Chiapas, pueblos con grandes sufrimientos. Semper et ubique, que se decía antes. Siempre y en todas partes.

La derecha, perpleja y asustada. Sigue silenciando a Monseñor. Ni una palabra ha dicho El Diario de Hoy. La Prensa Gráfica %con cínica magnanimidad% dice que "decenas" de fieles lo han recordado. ARENA, gobierno, fuerza armada, oligarquía, silencio absoluto. Y cuando pueden, repiten hasta el aburrimiento que Monseñor fue "izquierdista" %antes le llamaban claramente "comunista". Su nueva tesis es que hablar de él hoy es peligroso, desestabilizador, nocivo para la reconciliación.

Los teóricos de la derecha, y sus asesores ideológicos, debieran poner más cuidado %aunque no fuese más que por pudor% en no repetir tonterías y disparates, que hieren a la inteligencia y sobre todo al corazón de los pobres del país. Además, ellos son responsables de la actualidad de Monseñor. Ellos lo mataron, y, al hacerlo, ellos lo han hecho vivir para siempre.

Lo que de verdad ocurre es que la derecha está acostumbrada a ganar siempre, y no sabe perder. Piensa, y no le falta razón, que el tiempo está a su favor. La derecha cree que puede comprarlo todo, cooptarlo todo. Y tampoco le falta razón, como vemos ahora en muchos otrora de la izquierda. Pero con Monseñor no han podido. Sin hacer nada, él ha ganado, y como no están acostumbrados a perder, no saben qué hacer con él. Ojalá escuchen a Monseñor: "Les perdono y les bendigo".

Sigue la impunidad. Por supuesto, pues esta democracia no da para buscar la verdad de injusticias y asesinatos, y menos para denunciar y juzgar. Así ocurrió con Monseñor, con los jesuitas y con Katya Miranda. Pero, unidos en la impunidad, han quedado unidos también como símbolos de lo mejor del país: la justicia y la inocencia.

El colegio del Sagrado Corazón quedó destruido por el terremoto. Con premura las religiosas han levantado dos pabellones. A uno le han puesto el nombre de Monseñor Romero, a otro el de Katya. Y en estos días también se ha recordado a los jesuitas. El aparato de justicia sigue bloqueando todos los caminos legales para esclarecer el crimen. "El caso está cerrado", dicen, a lo que contestó el P. Tojeira: "no está cerrado porque nunca ha estado abierto". Un magistrado enfatizó que en el país hay una justicia latente. "Ese es el problema", comentó el P. Tojeira, "que debe hacerse patente". Los mártires, todos ellos, siguen exigiendo verdad y justicia.

"Son verdaderos testigos". El arzobispo de Tegucigalpa, nombrado recientemente cardenal, estuvo en San Salvador e instó a seguir el ejemplo de los mártires centroamericanos, entre ellos los obispos salvadoreños Oscar Romero y Joaquín Ramos, y el obispo guatemalteco Juan Gerardi. Son necesarios para "transformar el mundo". Romero, Ramos y Gerardi "han regado con sangre nuestra tierra para que nosotros tengamos el valor y la fortaleza de ser coherentes con nuestro bautismo... Por la fe fue que los mataron".

Estas palabras no son rutinarias. Llamarles "testigos de fe", es llamarlos "mártires". Pero lo más sorprendente es que, junto a Monseñor Romero y Gerardi, menciona a Mons. Joaquín Ramos, obispo salvadoreño, a quien en julio de 1993 asesinaron francotiradores cuando viajaba en un automóvil viniendo del aeropuerto. Monseñor Ramos había sido designado obispo de los militares, por lo que conocía "por dentro" a la institución castrense. Hasta el final de sus días, Mons. Rivera responsabilizó del asesinato a los militares, quizás porque sabía demasiado. Además, al sacar del anonimato a Mons. Ramos se está poniendo nombre a tantos hombres y mujeres asesinados que han quedado en el silencio.

Sentirse en casa. En la última eucaristía dominical de Monseñor en Catedral estuvo presente una delegación ecuménica internacional. Desde entonces, el ecumenismo no ha gozado de muy buena salud. Pero este 24 de marzo volvió a resurgir. En el presbiterio estuvieron altas personalidades: la Rvda. Marta Palma y el Rvdo. Héctor Petrecca, en representación del Consejo Mundial de Iglesias; el Rvdo. Julio César Holguín, presidente del Consejo Latinoamericano de Iglesias, Noemí de Espinoza, vicepresidenta, y la Rvda. Marilin Méndez, secretaria para Mesoamérica. La Federación Luterana Mundial estaba representada por el Rvdo. Humberto Ramos, y la Asociación de Iglesias Presbiterianas Reformadas por el Rvdo. Hircio Guimaráes.

En la eucaristía estuvieron también en el presbiterio representantes de las iglesias salvadoreñas: la Iglesia Anglicana, la Iglesia Luterana, la Iglesia Reformada y la Iglesia Bautista Emmanuel, que el 21 de marzo ya habían publicado un pronunciamiento recordando a Monseñor Romero. Momento importante fue cuando Noemí de Espinoza dirigió un mensaje a toda la feligresía. La experiencia de los hermanos y hermanas la resume así Miguel Tomás Castro, de la Iglesia Bautista Emmanuel:

"Esta fue una ocasión muy significativa, el hecho de participar, como parte del Presbiterio, ministros y ministras de las Iglesias protestantes, y mucho más significativo fue que, después de la Homilía ofrecida por el Obispo Auxiliar, una de nuestras hermanas, representando a nuestras Iglesias, expresara un mensaje de solidaridad cristiana. No hay duda que Monseñor Romero continúa obrando milagros entre nosotros, y convocándonos a celebrar en unidad al Cristo de la vida y de la paz".

"Ahora nos toca dar a nosotros". El P. Pedro Leclercq es un sacerdote belga, veterano de 30 años en Centroamérica y en El Salvador, siempre inserto en comunidades pobres populares, ahora en el Bajo Lempa. El 24 por la mañana estuvo en el Hospitalito con su gente. Les explicó que todos los obispos del mundo van a Roma a hacer una importante visita ad limina apostolorum, es decir, a los lugares de los mártires. Y les dijo que eso estaban haciendo ellos allá. Ellos no son obispos, sino campesinos y campesinas. No estaban en Roma, sino en el Hospitalito. Pero estaban haciendo una visita importante: ir a visitar el lugar del martirio de Monseñor.

Estos días, hablando con sus gentes, pobres de verdad, ha dialogado sobre Monseñor Romero. La gente lo aclama, le reza y le pide milagros, hasta que un día el Padre Pedro les dijo: "No le pidan más milagros a Monseñor Romero, pues él ya les ha dado todo lo que tenía. Les ha dado hasta su vida. Ahora nos toca a nosotros dar, trabajar, hacer y decir las cosas que hacía y decía Monseñor".

Un año más hemos evocado a Monseñor Romero. Un año más nos ha convocado. Queda ahora su "provocación": hacer nosotros lo que él hacía. Es como lo de Jesús. Bien está recordarlo, proclamarlo y celebrarlo. Pero lo mas importante es seguirle a él, su persona y su causa.

 

 


 

 

Monseñor Romero en la realidad nacional

"Hay que combatir el egoísmo que se esconde en quienes no quieren ceder de lo suyo para que alcance para los demás. Hay que volver a encontrar la profunda verdad evangélica de que debemos servir a las mayorías pobres". Estas son algunas de las palabras que Monseñor Romero compartió con su pueblo antes de ser asesinado, el 24 de marzo de 1980.

Han pasado 21 años de su muerte, pero el recuerdo de Monseñor Romero se mantiene vivo en la memoria de muchos salvadoreños. El lector podrá verlo en este número de Carta a las Iglesias. Ha habido muchas celebraciones religiosas y culturales, y muchas de ellas en lugares en que el terremoto causó desolación.

Como contrapartida del fervor popular, una vez más el sector político guardó silencio. ¿A qué se debe que la clase política, después de 21 años de su asesinato, siga evadiendo abordar públicamente el tema? Este sector no quiere reconocer que Monseñor Romero sigue siendo actual, que su vida y muerte exigen e invitan a reflexionar los problemas que acontecen hoy en día en la sociedad salvadoreña.

Es claro que a los partidos de derecha no les interesa que se siga recordando al profeta, pues para sus voceros eso genera las mayores controversias. Remueve el pasado, dicen, pero en realidad los hacen sentirse culpables de un grave crimen, aunque no quieran aceptarlo. La otra cara de la moneda es la actitud de una izquierda que desea recuperar la imagen de Monseñor Romero para potenciar su proyecto político. Lo pueden invocar, pero debieran también examinarse.

Por otro lado, está la indiferencia proverbial de la mayoría de los medios de comunicación. El papel que deberían jugar es el de ser portavoces del trabajo solidario que Romero tuvo con las mayorías populares salvadoreñas. Pero sucede como si los medios tuvieran miedo a ser criticados o ser tildados de"comunistas", como se acusó en su momento a Monseñor Romero. Así, fueron pocos los medios de comunicación que cubrieron las celebraciones en torno al XXI Aniversario de su martirio. El Diario de Hoy no dijo una sola palabra y la Prensa Gráfica ponía en titulares que "algunas decenas de fieles recordaron a Monseñor". "Algunas decenas" son 60 ó 70 personas, cuando en realidad, si se pone junto todo lo que ocurrió en el país la cifra puede multiplicarse por mil. Tampoco muchas estaciones de radio ni canales de televisión hicieron mucho. Queda, sí, la labor admirable del Canal 12 y del Co-Latino. Ofrecieron espacios a la Fundación Romero, a Mons. Ricardo Urioste y a jesuitas de la UCA. Y recogieron el fervor y clamor popular.

No cabe duda de que el recuerdo popular del pastor y mártir sigue manteniendo vivas las esperanzas del pueblo salvadoreño. Con esa esperanza, con gozo y regocijo, salió de su casa a recordar y agradecerle a Monseñor Romero por su vida y sacrificio. No cabe duda de que la gente ha entendido que la figura de Monseñor Romero tiene mucho que decirle al país en los momentos actuales.

Increíble pero cierto. La libertad de prensa de El Diario de Hoy

A la redacción de Carta a las Iglesia ha llegado la carta que publicamos, con el artículo adjunto. Es una muestra elocuente de cuánta razón tenía Monseñor Romero cuando denunciaba la triste situación de la verdad en nuestro país. La carta, entre airada y jocosa, dice así:

"Pues resulta que al Manuel, pobre iluso, se le ocurrió mandar un texto sobre Monseñor a El Diario de Hoy para que se lo publicaran el viernes 23, y no salió. La editora le dijo %personalmente, de forma muy educada y sinceramente apenada% que "todavía hay temas vedados en el diario, que no tienen cabida", y se solidarizó con la frustración ante la censura aplicada.

Como al Manuel le costó de voladas el texto (se leyó un nuevo libro sobre Oscar Arnulfo, completito, con pies de foto incluidas) y por aquello del morbo normal que provoca un caso similar, se ha animado a compartir con ustedes el artículo, que luego luego se ve no es nada del otro mundo (así que, por favor, no se hagan ilusiones de ninguna índole). Asimismo, les pide a aquellos que así tienen a bien hacerlo, reenviar el texto a otras personas más, por aquello de que el nombre de Monseñor Romero todavía causa escozor en la mente de ciertas personas, confirmando que no se puede ser indiferente ante la figura de este hombre insigne. A Manuel le gustaría compartir con ustedes los comentarios que deseen.

Gracias por lo demás.

Manuel Fernando Velasco

"Oscar Arnulfo ante la indiferencia"

La indiferencia es un estado anímico. En ella no hay inclinación ni aversión a nada. A la mención de "Monseñor Romero", tres imágenes vienen a mí, carentes de indiferencia. En la primera tengo 14 años, es mañana de domingo y voy a la tienda. Mi padre escucha por radio una firme voz en el sermón de un sacerdote. Salgo de la casa y la voz continúa. Llego a la tienda y allí también se oye. Al regresar no he perdido palabra alguna. Es Monseñor Romero: innúmeras personas del barrio sintonizan %con rostro fruncido unas, con mirada reflexiva otras% una más de sus homilías. La segunda imagen es una fotografía. Monseñor está sentado, escucha atentamente, y tiene en sus piernas a una niña, de mirada dulce y despreocupada. A su lado, un niño le ha tomado su relicario y observa el Cristo en la cruz. El rostro de los tres permite adivinar que la escena no es inusual. La tercera es en realidad una combinación de dos imágenes superpuestas: en una yace Monseñor en el suelo con la cara ensangrentada; en la otra, una multitud corre despavorida entre disparos de francotiradores el día de su entierro.

En Monseñor, la indiferencia dejó de existir el día en que asesinaron a su amigo Rutilio. Desde allí, su vida, acciones y palabras se convirtieron en sinónimo de entusiasmo, pasión y celo, hacia y por sus preferidos: los pobres. Nunca más sería un indiferente ante la desigualdad e injusticia. "La trascendencia que se predica es desde el corazón del hombre. Es meterse en el niño, en el pobre, en el andrajoso, en el enfermo, en la choza, es ir a compartir con él. Y elevarlo, promoverlo, decirle: Tú no eres basura, tú no eres un marginado. Es decirle cabalmente lo contrario: Tú vales mucho""(23 de septiembre, 1979).

Y desde el tiempo, nos exhorta a abandonar la indiferencia. Su llamado es hoy de una actualidad pasmosa: "Hermanos, esto me preocupa, la insensibilidad que se está formando... Es un escándalo que haya personas e instituciones en la iglesia que se despreocupan del pobre y que viven a gusto... Para llegar a una auténtica justicia es indispensable compartir con los demás lo que somos y tenemos... Seamos ágiles en replantear nuestros análisis y cuadros cuando no corresponden ya a la realidad... Creemos que en el diálogo de todos los grupos del país está la solución de nuestra patria... Nada me importa tanto como la vida humana".

Al renunciar a la indiferencia, Oscar Arnulfo se convirtió en Monseñor, el hombre a quien muchos llamamos, desde ya, San Romero de América.

Este es el artículo que EL Diario de Hoy no juzgó oportuno publicar

CIDAI

 

 


 

 

Candelaria. Monseñor Romero en las ruinas del terremoto

Fue un acierto que el acto principal del XXI aniversario se celebrase en un lugar destruido por el terremoto. En Candelaria, Cuscatlán, unas 4.000 personas provenientes de la capital, Chalatenango, Soyapango, y otros lugares, llegadas en buses por caminos polvorientos, celebraron la eucaristía. Ofrecemos ahora dos testimonios, de María Eugenia, del Centro Monseñor Romero, y de Lisandro, de san Miguel, y, casi íntegra, la homilía de Monseñor Ricardo Urioste.

"No hay nada comparable a enfrentarse con la realidad del pueblo"

Me impresionó mucho el paso por Cojutepeque y la llegada a Candelaria. Yo solamente había visto los desastres del terremoto en la ciudad de Santa Tecla y a través de la prensa y la televisión. Pero eso no es nada comparable a enfrentarse directamente con la realidad de nuestro pueblo.

La calle que conduce a Candelaria es una calle angosta en que difícilmente pasan dos vehículos. Ahora está agravada con una zanja que han abierto a un lado, creo que para meter los tubos del agua potable, por lo que se estrecha el paso de vehículos. La blancura de la tierra es impresionante, parece talco. Todas las casitas del camino están en el suelo, y las sustituyen unos toldos de plástico. La tierra se ve agrietada y están las señales de que ha habido deslaves. Todo son señales de dolor y angustia.

Pero al llegar a Candelaria vino la gran sorpresa. Las "casitas" que se veían por el camino, los restos que quedan, estaban todas adornadas con gallardetes, palmas, izotes, flores de veranera. Daba un sensación de alegría, como en las fiestas patronales. Se veían también pancartas con fotografías y palabras de Monseñor Romero. Se veían grupitos de tres o cuatro personas, de camino hacia el pueblo, vistiendo sus mejores ropas, limpias, planchaditas como en los días de fiesta. Y también niños. Me impresioné tanto, que me brotaron las lágrimas.

Al llegar a Candelaria, ya había gente en la plaza, se estaban congregando las delegaciones que iban llegando. Cada una de ellas con su manta alusiva a la celebración. A cada una de las delegaciones les daban la bienvenida a través del micrófono, y al nombre de cada comunidad la gente aplaudía. Poco a poco la plaza se fue llenando.

La misa fue presidida por Mons. Ricardo Urioste. Le acompañaban unos ocho sacerdotes, aunque creo que después se agregaron otros más. Estaban los párrocos de los cantones vecinos y otros que habían venido de más lejos. El altar estaba preciosamente arreglado con "ginger", estas flores rojas, largas, y con troncos de izotes con sus flores. Me contaba Madre Luz que habían pedido a la gente ayuda para el arreglo del altar. Llegó mucha gente, y cada una cargada de izotes. Me encantó verlo. La homilía estuvo a cargo de Mons. Urioste, y le llegó a la gente. En las ofrendas se reflejaba el sentir del pueblo, muchos de ellos presentaron las casitas que deseaban, unas hechas de cartón, otras de madera, otras de barro. Presentaron también ripio, y un arbolito que representaba la solidaridad con todos los países que nos ayudaron, sus nombre colgaban de las ramas.

Después de la misa me fui con las hermanas Carmelitas a la casa de oración que tienen allí en Candelaria. Es un remanso de paz. Allí también los terremotos hicieron sus daños. Las hermanas nos acogieron cariñosamente y hubo almuerzo para todos los que llegaron a ayudar para la celebración. Al regreso sólo pensaba que Monseñor nos sigue animando. Sí ha resucitado en su pueblo, ahora vive en su pueblo terremoteado.

María Eugenia

* * *

Homilía de Mons. Ricardo Urioste en Candelaria, Cuscatlán

Hermanos, sacerdotes, religiosas y seminaristas aquí presentes, pueblo de Dios aquí reunido, especialmente de nuestro campo, hombres, mujeres y niños.

¿Por qué estamos reunidos aquí? Estamos reunidos motivados por la fe, animados por la esperanza y dirigidos por el amor y la caridad. Tener fe, tener siempre esperanza, no importa qué haya pasado, y tener siempre el sentido del amor por todos los demás. Y recordamos a Monseñor Romero que fue un hombre de fe, hombre de esperanza y, especialmente, un hombre urgido por el amor y urgido por la caridad.

Yo podría decir que casi no hubo rincón de su diócesis que Monseñor Romero no visitara. El P. Interiano, párroco de esta localidad, me ha dicho que visitó este lugar tres veces. Uno de ellos el 15 de noviembre de 1979, con ocasión de la fiesta patronal. Yo no sé que les dijo Monseñor, pero yo estoy cierto que él les infundió fe, les dio esperanza y los motivó a darse los unos a los otros. Y eso estaría diciendo Monseñor hoy, si estuviera aquí presente entre nosotros, que ciertamente lo está. Desde el cielo, a través de esta ceiba y a través de este azul del cielo, él nos está viendo, y yo me lo imagino con una gran sonrisa de satisfacción, porque los que pretendieron matar a Monseñor Romero lo que hicieron fue dejarlo más vivo para siempre. Y esto es lo que nosotros estamos contemplando, no solamente aquí sino en todas partes.

Hoy estamos celebrando el XXI aniversario de su asesinato, y lo están celebrando en Europa, en Francia, en Italia, en Inglaterra, en Alemania. Aquí tenemos a dos alemanes, de la iglesia alemana, que nos están visitando y han venido precisamente a recoger las impresiones de ustedes, pueblo salvadoreño, el auténtico y verdadero pueblo salvadoreño, nuestra gente del campo, a quien Monseñor amaba tanto. Porque ustedes son, yo lo creo sinceramente, el alma de nuestro pueblo. Nuestro campesino, nuestra campesina, en ustedes está el espíritu de El Salvador, no solamente porque son la gran mayoría, sino por su fe, por su esperanza, por su amor en las mayores calamidades, como las que ahora les ha tocado pasar, arrasadas sus ciudades, caídas sus casas. ¿Por qué caídas? Porque son de adobe. ¿Por qué de adobe? Porque no pueden tener dinero para construir de cemento con hierro y con ladrillos. Y yo digo hoy, en este momento, ¡nunca más casas de adobe en El Salvador después de este terremoto! Y digo también que ustedes no son damnificados del terremoto. Ustedes son damnificados de toda la vida. Siempre lo han sufrido, siempre lo han padecido.

¿Cuándo va a llegar ese momento que Monseñor Romero ansiaba tanto, en que ustedes puedan tener una vida más digna, más decorosa, más de acuerdo con lo que son, hijos de Dios y ciudadanos de este país, como cualquier otro, con la misma dignidad y con la misma igualdad? Así nos creó Dios y así nos quiere Dios. Nos hemos reunido desde la fe, desde la esperanza, desde el amor, y con el recuerdo de Monseñor Romero en este lugar, donde tantas vidas valiosas se perdieron con ocasión de este terremoto que ha derrumbado prácticamente todo nuestro país.

Aquí hemos venido a meditar, a reflexionar y a celebrar. Ya uno casi piensa que lo que se hace en el país en el aniversario de Monseñor Romero es una fiesta, un gozo recordarlo, una alegría tenerlo presente. Entrábamos aquí a Candelaria, y ahí veíamos las casas adornadas con flores, con izotes, con troncos de mata de huerta y flores, con rótulos que decían "Monseñor Romero vive". Y así es.

Hoy hemos escuchado la primera lectura, tomada del profeta Oseas. Dice Dios: "En su aflicción, mi pueblo me buscará y se dirán unos a otros, vengan, volvamos al Señor". Esto es lo que estamos haciendo. Cuántas veces yo he oído decir a gente como ustedes, "Padre, sólo Dios con uno". Así dice nuestra gente: "Sólo Dios con uno", porque han esperado tanto de tantos grupos, de tantas promesas que nunca se cumplen. Este terremoto creo yo, que Dios quiere que lo empleemos para construir un país nuevo de verdad. Un país nuevo, no sólo de casas nuevas, sólidas y firmes, sino de gente nueva, de hombres y mujeres nuevas. Si este país necesita algo, es eso: gente nueva, gente diferente. Ya hay mucho de corrupción, ya hay mucho de aprovechamiento de la riqueza del país, ya hay mucho alcoholismo, ya hay mucha droga. Podríamos empedrar todo El Salvador con los pícaros sinvergüenzas, y ya no necesitamos eso. Necesitamos gente que sea honesta, que sea honrada, que sea religiosa, que sea cristiana de verdad, que sea respetuosa de su prójimo. Esto fue lo que proclamó tanto Monseñor Romero que por eso lo mataron.

Monseñor Romero antes de morir escribió unas páginas bellísimas. En su último retiro espiritual, un mes antes de morir, escribió de su puño y letra: "mi temor es acerca de los riesgos de mi vida". Tenía miedo de morir como humano que era. Sabía que lo iban a matar las fuerzas del mal de este país, de aquel entonces y que todavía no han terminado."En estas circunstancias %dice% es muy posible". Y luego agrega, y aquí va el hombre de fe, el hombre de esperanza: "Las circunstancias desconocidas de mi muerte se vivirán con la gracia de Dios, con el favor de Dios. El asistió a los mártires y si es necesario lo sentiré muy cerca al entregarle mi último suspiro". Monseñor vivió para vivir, no vivió para morir. En este mismo escrito dice que lo más importante es darle la vida a Dios, no ofrecerle nuestra muerte, que también, pero lo más importante es el día a día.

¿Cómo vive usted en su familia el día a día, cómo respeta a su mujer, cómo respeta a sus hijos, cómo respeta a sus vecinos, cómo es honrado, honesto y trabajador y responsable? Este es el martirio del día a día que Monseñor Romero se impuso a sí mismo, y dijo "es más fácil morir que vivir honradamente, honestamente". Y seguía diciendo: "El asistió a los mártires, y si es necesario lo tendré muy presente al entregarle mi último suspiro". Y luego va a hacer su consagración a Cristo: "Así concreto mi consagración al Corazón de Jesús que fue siempre fuente de inspiración y alegría cristiana en mi vida".

Quien alegró a Monseñor Romero fue el Señor, siempre, en las circunstancias más duras y difíciles. Ese contacto con Dios lo mantenía vivo. "Pongo bajo su providencia amorosa toda mi vida. Y acepto con fe en él mi muerte por más difícil que sea. No quiero darle una intención, porque el Corazón de Cristo sabrá darle a mi muerte el sentido que él quiera. Me basta para estar feliz y confiado saber que en Cristo está mi vida y mi muerte, y que a pesar de mis pecados en él he puesto mi confianza y no quedaré confundido. Otros proseguirán con más sabiduría los trabajos de la Iglesia y de la patria". Si este hombre no es santo, yo no sé quién es santo.

La segunda lectura, que acabamos de escuchar, de san Pablo viene a decirnos: "Nos sobrevienen pruebas de toda clase pero no nos desanimamos". El terremoto vino a Candelaria, al país, destrozó vidas, destrozó casas, destrozó hogares, dejó en la calle a tantas personas, a ustedes aquí presentes, sin duda, a muchos. Sin embargo, dice que no nos desanimemos, que continuemos adelante y que este país lo vamos a construir todos: ustedes que han sufrido y todos los demás que no hemos sufrido como ustedes. Entre todos debemos hacer esta unidad que nos lleve a crear un nuevo país.

En España en la reunión del Grupo Consultivo se reunieron trescientos diez millones de dólares. Estados Unidos nos dio ciento diez millones para dos años, un poco un año y otro poco otro año. Se lo agradecemos. Es poco. Durante la guerra Estados Unidos dio tres mil millones de dólares a este país. ¿Para qué? Para matar, para deshacerse de la gente, para destruir. El terremoto ha destruido más que la guerra y nos dan apenas un poquito. Por eso, somos nosotros los que tenemos que colaborar, más los que más pueden, menos los que pueden menos. Pero los salvadoreños somos los que tenemos que construir este nuevo país. Y para esto Monseñor nos daba esperanza.

¿Cómo es posible tener esperanza si usted está en la calle, si su casa se destruyó, si su hijo, su madre, su padre, un familiar falleció? La esperanza, ¿saben lo que es? La esperanza cristiana es dar el siguiente paso hacia adelante. Eso es la esperanza. No es quedarse sentado esperando a ver qué es lo que va a venir o a ver qué es lo que me van a dar. Esperemos de Dios y esperemos de nosotros mismos, de nuestro trabajo, de nuestro esfuerzo. Yo les diría que no esperen que les regalen cosas. Si vienen, por supuesto, acéptenlas, pero no dejen de hacer el trabajo, el esfuerzo, la lucha. No nos acostumbremos nunca a ser mendigos, a depender de los demás, aunque todos, como cristianos, estamos obligados a ayudarles.

Fíjense lo que decía Monseñor Romero de la esperanza, el 11 de noviembre de 1979, como si estuviera hablando para este momento. "Ningún cristiano %decía% debe sentirse solo en su caminar". Y continuaba. "Ninguna familia tiene que sentirse desamparada". No se sientan desamparados. Ya va a explicar Monseñor por qué."Ningún pueblo debe ser pesimista ... aun en medio de las crisis que parecen insolubles".

Hay tantas personas en el país que dirán: "¿y ahora qué voy a hacer?, no hay empleo en el país, no hay trabajo, difícilmente se encuentra para comer, muchas veces". Me contaba un campesino de Ciudad Barrios que visitó hace unos días el arzobispado, al decirle yo cómo viven. "Bueno, padrecito, yo tengo alguna tierra, siembro mis frijoles y mi maíz y guardo para comer cuando terminó la siembra. Pero los que no tienen tierra %me dijo% salen al monte a ver qué consiguen , algún animalito o fruta o alguna cosa. Y hablaba de Ciudad Barrios. Yo no sé si en Candelaria o en sus pueblos será lo mismo o no será lo mismo, pero él decía eso de su lugar. Y Monseñor Romero nos dice, aun en medio de crisis que parecen insolubles, como la de nuestro país: "Dios está con nosotros. Dios está presente y Dios no duerme", y Dios no duerme."Dios está activo", y Dios está activo. Dios nunca está de vacaciones. Dios observa, ayuda y a su tiempo %dice% actúa oportunamente". Y esto es lo que debe despertar en nosotros seguridad, firmeza, porque estar Dios presente significa que yo debo estar presente con ustedes, que el Arzobispo debe estar presente con ustedes, que sus sacerdotes deben estar presente con ustedes, que todos los que podemos servirles en algo, debemos estar presentes con ustedes. Entonces, mis hermanos, nada de angustias. Tenemos que construir un país nuevo con ustedes, juntamente con todos, y desde el cielo Cristo Jesús, María Santísima, nuestra Madre, nos ayudarán para ir avanzando, para ir caminando en esta vida de una forma más digna y más decorosa para una persona humana. Hermanos, esto es, creo yo, lo que la palabra de Dios nos dice.

Nosotros los humanos somos pecadores, pero Cristo con su muerte ha venido a salvarnos y con el Bautismo, con la Confesión, con la Comunión, con la Eucaristía nos fortalecemos para ser capaces de hacer todo lo que acabamos de decir. Sin la fuerza de Cristo no somos capaces de nada, somos débiles, somos frágiles. El nos lo dijo: "el Espíritu está pronto pero la carne es frágil". Entonces, hermanos, es con Cristo, es con El, es con todos los hermanos con quien vamos a seguir adelante. Y Monseñor Romero desde el cielo verá con alegría nuestro caminar y él orará ante el Padre Dios para que nosotros resurjamos como un nuevo país, como una nueva nación como una nueva Iglesia.

Que Dios los bendiga.

* * *

Lisandro Ayala. Conoció a Monseñor Romero en San Migel

Para mí es algo maravilloso participar en esta eucaristía, porque ésta es la eucaristía del pueblo, la eucaristía de Cristo y por decirlo es la eucaristía de Monseñor Romero.

Yo me crié en un pueblito de San Miguel, llamado Chapeltique. Yo fui nombrado Juez de paz en ese municipio, en ese entonces, allá por 1967 ó el 66, y recuerdo que una cosa que más me impactó fue el encuentro con Monseñor Romero. Cuando yo era Juez de paz en una mañana, como a las 5 y media de la mañana, él venía de Ciudad Barrios. Bajaba, se encontró con un hombre herido, macheteado, o sea, se estaba muriendo y él venía y lo recogió y le curó la herida. Pero él murió, y en este momento a mí me fueron a avisar que Monseñor Romero estaba en la calle con este hombre que había recogido. Entonces me fui inmediatamente y me presenté a esa calle, a la calle principal del pueblo. Allí estaba Monseñor Romero y me decía: "Lisandro, este hombre se murió en mis manos, pero yo lo asistí". Yo sentí a ese hombre, tan amoroso, tan lleno de bondad, que me recuerda esa parábola del buen samaritano que él recoge y aquellos que pasaron de lejos. El nunca veía cosas de lejos, sino que lo hacía cerca desde ese corazón. Fue una de las cosas que más me impactó

Otra de las cosas es en la visita pastoral que él hizo a Chapeltique, donde nos reunimos las autoridades. Le habían preparado un almuerzo allí en el convento en la parroquia de Chapeltique, todas las señoras piadosas de ese tiempo. Le habían engalanado el convento y le esperaban con un almuerzo muy bueno. Pero en ese entonces había un alcalde de Chapeltique. Era un teniente de la Guardia, un teniente jubilado, y el teniente le dijo: "Monseñor yo lo invito a mi casa". Y entonces, las señoras, tal vez un poco celosas porque Monseñor no llegaba al convento, le preguntaban: "Monseñor, ¿y por qué no llega al convento? Ya es hora". Pero él prefiere ir a almorzar donde el teniente de la Guardia, y yo le pregunté:"Monseñor ¿por qué no fue al convento a almorzar?". Y él me dijo. "No, Lisandro. Aquí el alcalde es el teniente de la Guardia y también él necesita de la presencia de Dios". Es decir, que era un hombre que no hacía distinciones de personas, se presentaba donde quiera que lo necesitaran. Es uno de los testimonios que más me ha impactado a mí de Monseñor Romero.

 

 

 


 

 

CATEDRAL. Peregrinaciones a la tumba y cátedra de Monseñor Romero

Candelaria fue el centro de las celebraciones, pero hubo muchas otras. Una semana antes, el domingo 18, un grupo de 500 jóvenes marcharon desde El Salvador del Mundo hasta la cripta de catedral y en la eucaristía pidieron por la beatificación de Monseñor. El 24 proliferaron las celebraciones. En el Hospitalito celebraron una eucaristía a los 8 de la mañana y de allí salió una procesión hacia catedral. Entre otras, estaban presentes comunidades venidas desde el Bajo Lempa. Mons. Cabrera celebró la misa en Ciudad Barios, ciudad donde nació Monseñor Romero. A la tarde, Mons. Rosa celebró la eucaristía en la catedral de San Miguel. Y así en otros muchos lugares. El domingo 25 muchas parroquias continuaron las celebraciones.

Ahora queremos referirnos a la eucaristía el 24 en catedral, presidida por Monseñor Rosa Chávez, acompañado de más de cincuenta sacerdotes en una catedral a rebosar. En su homilía, Monseñor Rosa saludó especialmente a dos grupos: los damnificados del terremoto y representantes de iglesias hermanas.

Quiero saludar con cariño a los damnificados de La Colina y de distintos albergues de Santa Tecla que, junto con sus sacerdotes y el Señor Alcalde, participan en nuestra Eucaristía. El resto del país se une a nosotros a través de la radio. Como el pueblo de Israel, en nuestra aflicción, hemos acudido al templo para buscar al Señor con una sincera voluntad de conversión...

Nos acompañan en esta solemne ocasión dirigentes de Iglesias hermanas que, como nosotros, creen en Cristo muerto y resucitado y se esfuerzan en dar testimonio de su amor misericordioso en un mundo que sufre la injusticia y la insolidaridad. Les agradecemos su presencia y su solidaridad.

Ofrecemos ahora párrafos importantes de la homilía de Mons. Rosa Chávez y de la conferencia de prensa que tuvo a continuación.

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Homilía: "Sobre estas ruinas brillará la gloria del Señor"

El 7 de enero de 1979, Monseñor Romero predicaba en la fiesta de la Epifanía del Señor. Y al comentar el bellísimo texto de Isaías, levántate, brilla, Jerusalén, que llega la luz: la gloria del Señor amanece sobre ti, dice Monseñor: "Es profeta y al mismo tiempo poeta el que animaba a los israelitas que retornaban del destierro de Babilonia y se encontraban una Jerusalén destruida (...). Sí, aquí no hay más que ruinas, aquí no hay más que pesimismo, un sentido tremendo de frustración; de sus propias entrañas no puede salir nada nuevo".

¿No es lo mismo que sentimos ahora al contemplar los escombros que llenan la mitad del territorio de la patria? ¿No son el pesimismo, la desesperanza y la frustración, la tentación más grande que acecha a la cuarta parte de las salvadoreñas y salvadoreños? Y como si hablara para nosotros en un momento tan doloroso, Monseñor Romero alza su voz de esperanza: "Y esta Jerusalén destrozada brillará con la aurora que será el mismo Dios. Dios se encarnará en las entrañas de Jerusalén".

Y en renglón seguido añade: "¿Cómo no nos va a llenar de esperanza también, hermanos, cuando miramos que nuestras fuerzas humanas ya no pueden; cuando miramos a la patria como en un callejón sin salida; cuando decimos; aquí la política, la diplomacia no pueden, aquí todo es destrozo, un desastre, y negarlo es ser loco? ¡Es necesario una salvación trascendente!".

El golpe brutal de dos terremotos, que se suma al terremoto permanente de la miseria y la injusticia que mantiene postrados a tantos compatriotas, es ciertamente un llamado a la conversión. Es un llamado a mirar a nuestro propio corazón, que quizás estaba adorando a ídolos y no al origen de tantos males que agobian a la patria: la crisis de valores de que habla el segundo mensaje de la Conferencia Episcopal de El Salvador. Todos tenemos que reaccionar ante un desastre nacional que nos llama a un cambio radical de actitud para que el país se ponga de pie, para que la justicia y la paz se besen, para que los pobres a los que tanto amó Monseñor Romero tengan vida en abundancia...

Ayer por la mañana visité la capilla del hospital La Divina Providencia para orar ante el altar donde Monseñor Romero fue la hostia para el sacrificio. Y recordé lo que significaba para él ese altar y ese sagrado lugar ante el que se postraba todos los días en profunda oración. Por mi mente pasó un recuerdo de mis años de seminarista, cuando veía %allá en San Miguel% al Padre Romero dirigirse al templo después de su descanso del comienzo de la tarde. ¡Ay de aquel que tuviera la osadía de interrumpir su paso hacia una cita que a la que no podía fallar: su largo rato de oración y de lectura espiritual a los pies del sagrario! Y pensé en las palabras con que él mismo describe sobre todo el primer día de cada mes %el día de la Divina Providencia% en su diario.

Allí leemos, por ejemplo, estas palabras, que corresponden al 1 de marzo de 1980. Fue su última hora santa antes de morir, el mismo día en que había ordenado sacerdote a Jaime Paredes: "Por la tarde celebré la tradicional hora santa de los primeros de mes, en el hospital de la Divina Providencia, con bastante asistencia. Hablé del evangelio del domingo siguiente, que es el de la transfiguración del Señor, llamando a participar en la vida de Cristo y de la Iglesia en una hora en que los cristianos tenemos una gran misión que cumplir en nuestra patria".

Como escribió bellamente Monseñor Urioste en el semanario Orientación, "Las últimas palabras de su vida fueron para Dios y para el pueblo. Eran las 6:25 de la tarde. "Cenaré con él". Y fue a cenar con el Señor. Veintiún años después, Monseñor sigue vivo".

Ahora los invitados a la cena del Señor somos nosotros. Tomemos fuerzas porque el camino es largo y escabroso. Pero "sobre estas ruinas brillará la gloria del Señor".

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Entrevista: "Si es necesario, que el gobierno expropie tierras

Los terremotos dejaron desamparadas a miles de familias salvadoreñas que no son propietarios de tierras, entre ellos inquilinos de mesones, casas particulares y colonos de fincas y haciendas. Algunos propietarios aprovecharon la tragedia para deshacerse de los compromisos con estas personas, quienes ante el desamparo han ido a parar a los refugios temporales sin esperanzas de futuro. Ante esa realidad en las zonas rurales y urbanas, Monseñor Gregorio Rosa Chávez llamó este domingo a los propietarios y terratenientes a ser solidarios con los que no tienen. "Yo pido a quienes tienen que sepan ser solidarios con los que no tienen. Porque la justicia es la base de paz".

Y también habló de utilizar el recurso legal de la expropiación en estos momentos de emergencia:

"Cuando se hace una carretera, si alguien se opone a que pase por su terreno, se le expropia, y de eso no se ha hablado. Me parece que debe pensarse que es un camino y me parece que en algunos casos va a ser necesario".

Estas palabras siguen sonando como cañonazo en los oídos de muchas personas poderosas y del mismo presidente Francisco Flores, quien ha dicho claramente que no continuará con el reparto de las tierras sedentarias, plasmadas en la constitución de la república. Las organizaciones campesinas calculan que sólo en el campo hay más de 30 mil familias sin tierra para vivir y cultivar.

Mons. Rosa Chávez también instó a las autoridades del país a controlar la especulación de la tierra, que puede dificultar el proceso de reconstrucción de viviendas. Además instó a coordinar bajo una política de estado los esfuerzos de construcción que hay desde varios sectores.

"Sentimos que el plan de reconstrucción, que debe ser fruto de un esfuerzo concertado, está bastante frágil todavía. Los días pasan muy rápido. Me parece que es tiempo de lograr sentarse en una misma mesa todos los sectores para que hagamos esfuerzos en una visión compartida. Hay muchísimas iniciativas de construcción de viviendas, pero hay muy poca coordinación".

El problema de la tierra está muy ligado a la reconstrucción de la vivienda puesto que a quienes no tienen donde construir su casa de nada les sirve la ayuda que puedan recibir en materiales para la construcción.

 

 


 

 

LA UCA. "Es el momento de opciones graves"

Decía el Padre Ellacuría, hablando de la UCA, que "Monseñor Romero pidió nuestra colaboración en múltiples ocasiones y esto representa y representará para nosotros un gran honor, por quien nos la pidió y por la causa para que nos la pidió". Pasan los años y, en la medida de sus posibilidades, la UCA tiene como importante prioridad "proseguir la causa de Monseñor", "mantenerlo vivo". De ahí que, con cariño y agradecimiento, y a la manera universitaria, cada año celebra el aniversario de Monseñor.

Este año la YSUCA tuvo una serie de cinco entrevistas sobre Monseñor, con micrófono abierto. El P. Tojeira publicó el libro "El martirio ayer y hoy", en el que Monseñor Romero es figura central. Miguel Cavada y Jon Sobrino publicaron "El evangelio de Monseñor Romero", selección de textos de Monseñor con breves introducciones. En varios lugares del campus se hizo una exposición de fotografías de Monseñor.

Volvamos a Monseñor Romero y al Padre Ellacuría. Ambos fueron amigos cercanos y colaboradores en la búsqueda de salvación del país. Monseñor le dijo un día a Ellacuría. "Padre. La UCA hace un trabajo muy bueno y muy cristiano. Pero %añadía% ¿cuándo van a construir una capilla?". Después del asesinato de Monseñor Romero, Ellacuría tomó la firme decisión %hizo una especie de juramento, podríamos decir%, de construir la capilla, donde hoy aparece Monseñor en el arte y en la inspiración, y donde está enterrado Ellacuría con sus compañeros. En esa capilla se celebró la eucaristía. El P. Cardenal pronunció la homilía que publicamos a continuación, ligeramente editada.

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Homilía del P. Rodolfo Cardenal

El tema de esta homilía es el del afiche del Centro Monseñor Romero que conmemora el aniversario. Está tomado de una homilía de Monseñor: "Sobre estas ruinas brillará la gloria del Señor". Hoy tenemos un país en ruinas y la gloria del Señor nos exige buscar qué es lo que Dios quiere de nosotros. Y a ello nos ayuda Monseñor.

Yo creo que Monseñor Romero comenzaría diciéndonos que el país es un desastre, pero no sólo un desastre natural, sino también un desastre social, y quizás más social que natural. Si nuestra sociedad fuera más solidaria y más justa, el impacto de los terremotos podría haber sido mucho menor y la recuperación del país sería más rápida y más fácil, y, sobre todo, más equitativa. También se suele recordar que hay un desastre moral en el país, y es cierto. Pero hay un desastre moral porque, socialmente, vivimos en el desorden, no en la convivencia. Vivimos maltratándonos unos a otros. Hay tres millones de salvadoreños pobres y un millón y medio de afectados por el terremoto, más pobres todavía. Pobreza quiere decir, en la ciudad, vivir con menos de un dólar y, en el campo, con menos de medio dólar. Esa es nuestra realidad y la ha mostrado el terremoto.

Hay que aclarar también desde el principio que Dios no envía terremotos, no se recrea en la destrucción de su creación. Dios nos puso en este país para vivir, para crecer, para llevar una vida digna y humana. Nosotros somos los que con nuestros pecados personales y sociales hemos introducido el desorden en la creación y en las relaciones humanas, y estamos pagando sus consecuencias.

Proclamar la palabra de Dios hoy es exigir que haya vida, pero no sólo de los que vivimos en la ciudad, sino en todo el país, en el campo, en los cantones que hoy han quedado arrasados. Es defender la vida de los más débiles y pobres, que hoy son además damnificados. Pero no por causa de su pecado, pues tan pecadores son ellos como nosotros, que no hemos sufrido como ellos. Sufren por el pecado de unos cuantos que se han apoderado de una creación que es de todos. "La gloria de Dios es que el pobre viva", decía Monseñor. Si hoy queremos dar gloria a Dios, tenemos que comprometernos con la vida de los damnificados y de los pobres. Para ello tenemos que construir un El Salvador distinto, nuevo. Tenemos que cambiar. No podemos seguir de la misma manera.

Dicen algunos que antes de los terremotos todo iba bien, y que, por tanto, hay que volver a lo de antes. Pero eso sería continuar en el pecado y ser cómplices del pecado. Los terremotos no sólo han descubierto las estructuras mal hechas de los edificios, sino también la estructura injusta sobre la que se basa esta sociedad. Quizás, con la transición y los Acuerdos de Paz, se nos olvidó la injusticia y la desigualdad; los terremotos nos las han vuelto a poner delante. El Salvador no es San Salvador, ni mucho menos la Zona Rosa, ni los centros comerciales, ni los lugares de comida rápida, ni los cines. Ese no es El Salvador. El Salvador es lo que los terremotos nos han puesto delante. Me atrevería a decir %con todo respeto% que El Salvador ni siquiera es La Colina. Ahí murió mucha gente, es donde más gente murió. Pero junto a la de La Colina, está la tragedia del resto del país: multitudes de gentes que tienen muertos y que no tienen ni vivienda ni empleo y, sobre todo, que no tienen futuro. Hay hambre, hay enfermedad y hay ignorancia.

La transición que comenzó con los Acuerdos de Paz ya estaba languideciendo, pero los terremotos le han puesto fin y nos fuerzan a cambiar a todos. Ahora va a haber un antes y un después de los terremotos, y es el momento de opciones graves para los gobernantes, para las instituciones, las iglesias, las universidades %también la nuestra%, para las comunidades, y es también opción grave para las personas.

En primer lugar hay que superar la indiferencia de los que son espectadores, de los que dicen "a mí no se me cayó la casa, no es problema mío", o "ya di algo de ayuda". O los que no saben mirar más que sus propios intereses, y como sus intereses están resguardados, no se preocupan de los demás. Pero sobre todo hay que combatir el egoísmo de quienes quieren seguir con esa desigualdad, que es injusticia, que es pecado. Estos han absolutizado la riqueza, la idolatría que decía Monseñor Romero. Cierto que hay que crear riqueza, pero el problema está en cómo se distribuye, a qué se destina la riqueza. El gran mal es la riqueza, porque se ha vuelto intocable. "¡Ay de aquel %decía Monseñor Romero% que toque este alambre de alta tensión!". Y repetía: "no es justo que unos pocos tengan todo y lo absoluticen de tal manera, que nadie lo puede tocar". La propiedad privada protesta cuando le cobran los impuestos que debe pagar, y entonces habla de acoso y pone el grito en el cielo. Y no quiere pagar más impuestos porque dice que no quiere matar la gallina de los huevos de oro. Pero ¿para qué queremos esa gallina si los huevos de oro se los quedan ellos y no los reparten? Dicen también que no hay que denunciar estos males del pasado para no desanimar: "no desanimemos la inversión". Por ello, nos dicen que no hay que denunciar estos males del pasado, sino, que hay que mirar al futuro, que nos presentan lleno de promesas, de bienestar, de prosperidad.

La verdad es, hermanos y hermanas, que tenemos que volver al evangelio, debemos convertirnos y comprometernos con mayorías empobrecidas. Y ahora no tenemos excusa, pues no podemos decir que no sabemos dónde están, pues las tenemos delante. Pero para encontrarnos de verdad con esas mayorías hay que seguir a Jesús, como nos lo dice el evangelio de hoy. Jesús nos va a decir dónde están. Y si tenemos valor, preguntemos a Jesús dónde viven, como preguntaron sus discípulos: "Maestro, ¿dónde vives?". Y él nos va a decir," vengan y les voy a enseñar". Y nos lleva por La Colina, por Cuscatlán, por San Vicente, por La Paz. "Aquí vivo, aquí estoy en el suelo, sin casa, sin trabajo, sin futuro". ¿Nos quedaríamos con él? ¿O solamente le diríamos: "bueno, ya te vi, ya te encontré, aquí te traje esta bolsita, te da para quince días"?

Ante el desastre en que estamos hay que buscar salvación. Para ello tenemos que buscar al Mesías, porque si sólo miramos la realidad que tenemos delante, no podremos sacar nada. Pero si nos convertimos en discípulos de Jesús, entonces encontraremos la esperanza y la utopía de una sociedad más equitativa y más justa. La utopía del que tiene sed y no se cansa, a pesar de los terremotos, a pesar de que sigue temblando, porque posee la terquedad del que espera. Sólo si buscamos allí donde Dios dijo que estaba, en las cruces de la historia, tendremos esperanza.

Y Monseñor Romero nos recordaría, por último, una verdad muy importante que poco se ha mencionado estos días. Los pobres no son simples destinatarios de nuestra ayuda, de la ayuda de las ONGs o de los gobiernos, ni siquiera de la ayuda de la Iglesia. Los pobres deben ser constructores de su propio destino. La ayuda desde arriba y desde fuera crea dependencias y servilismos, no crea personas ni comunidad. La ayuda tiene que ser desde dentro desde abajo y desde ellos. Monseñor Romero lo llamaba la organización de la comunidad, la organización de los pobres, la organización popular para luchar por sus propios intereses, para dejar oír su voz, para defenderse, para recuperar en sus manos el destino de sus vidas. Hoy lo llamamos de una manera eufemística la participación de la sociedad civil. Monseñor Romero era más valiente que nosotros, y hablaba de la participación del pueblo salvadoreño y del derecho del pueblo salvadoreño a escoger su propio destino.

La tarea es difícil y da miedo. También Monseñor Romero tuvo soledad y miedo, pero la supo vencer como Jesús en el huerto. Y aquí viene la segunda lectura, el himno de la esperanza que escribió Pablo. "Si Dios está a favor nuestro ¿quién podrá estar en contra?". El nos lo regala todo, él perdona nuestros pecados, y ¿qué más queremos?

Para terminar, reflexionando sobre los terremotos, creo que una cosa queda bastante clara: al final, sólo nos queda el amor. Los terremotos nos han creado una gran inseguridad, una gran incertidumbre, si es que no hemos perdido seres queridos, casas, trabajos, modos de vida. Hemos sentido la impotencia, y la seguimos sintiendo cuando tiembla fuerte otra vez. Desde la fe cristiana, cuando uno se enfrenta con todo eso, lo único que queda, bien vistas las cosas, es haber querido, haber querido a los demás. Eso es lo que queda. Podemos perderlo todo, los terremotos pueden destruir todo. Pero si hemos amado, aunque sea a una persona. Si realmente hemos amado, si nos hemos entregado con completa generosidad, tenemos mucho, tenemos lo más importante.

Que Monseñor Romero nos ilumine, nos anime al amor y a la esperanza. Si esto sucede, si podemos tener esta profunda experiencia de amor y de esperanza, entonces, no nos quepa duda, "sobre estas ruinas brillará la gloria del Señor". Así sea.

 

 


 

 

Monseñor Romero en Cuba

Cuentan sus biógrafos que el entonces Padre Romero pasó por Cuba a su regreso del período de estudios teológicos en Roma. Romero viajaba junto con el Padre Valladares, ambos fueron capturados y pasaron más o menos tres meses en un campo de internamiento donde fueron obligados a realizar trabajos de aseo y limpieza. Esto sucedió, por supuesto, en la Cuba de Fulgencio Batista, en el año 1943. Oscar tenía 26 años.

Pero lo que quiero contar no es este hecho anecdótico en su vida. ¿Monseñor Romero en Cuba? Sí, pero en la Cuba actual. Lo que Monseñor Romero pensara de la Cuba de Fidel no lo sé. Lo que sí puedo decir es lo que piensan algunos cubanos de Romero. Los testimonios que transcribo son de cubanos, revolucionarios y no creyentes. A propósito, en una homilía Monseñor Romero decía: "Hay mucha gente buena, buenísima, fuera de los confines de la institución Iglesia" (13 de agosto de 1978).

Voy a narrar dos testimonios. El primero es de 1998. El Equipo Maíz e Imágenes Libres fueron invitados a participar en el Primer Encuentro de Corresponsales de Guerra en La Habana (noviembre de 1998). Los cubanos tenían interés en conocer la exposición de 150 fotografías denominada "Monseñor Romero, imágenes para el nuevo milenio". Esta exposición consta de 150 fotografías de Oscar Romero acompañadas de breves mensajes de sus homilías.

En dicha exposición el director del Instituto José Martí se refirió a Monseñor Romero con estas palabras: "El primer 'periodista' de El Salvador que se atrevió a decir la verdad y denunciar la injusticia social, ya que sus homilías fueron el único referente informativo que muchas emisoras tuvieron durante los años más oscuros que este país centroamericano vivió". Edgar Romero, de Imágenes Libres, nos cuenta que: "Los visitantes que llegaron, durante los ochos días que duró la exposición, eran en su mayoría estudiantes. Era admirable cómo las y los jóvenes anotaban todas las frases de las homilías que acompañaban la muestra y preguntaban a las edecanes que dónde se podría encontrar la obra completa del obispo profeta".

El segundo testimonio es más reciente, se trata de un correo que me envió un amigo cubano a propósito del 21 aniversario, dice así: "Ayer en Cuba no se produjeron conmemoraciones de forma masiva, pero sí se le rindió tributo y homenaje a Romero. Siempre lo recordamos como el pastor que decidió consagrar su prédica y su vida a favor del pueblo. Que tuvo el coraje de decirle a los norteamericanos que cesaran la ayuda militar al ejército salvadoreño, denunció la represión, los asesinatos, las desapariciones. El luchó desde su prédica por una sociedad mejor, más justa y digna para el pueblo salvadoreño. Amenazado de muerte siguió defendiendo con valentía la causa justa del pueblo. Su pensamiento y su prédica creo que tiene mucho que decirle a las presentes y futuras generaciones, incluso, aquéllos que como yo y otros muchos cubanos no tenemos una fe religiosa. Su pensamiento en Cuba es muy respetado, quizás no ampliamente divulgado entre las amplias capas de la población".

A Monseñor se le recuerda en Estados Unidos, Italia, Suecia, Australia, Bélgica, España, Venezuela, Brasil, por mencionar sólo algunos países, pero también se le recuerda en Cuba, porque como dijo un noticiero de la TV cubana con motivo del Encuentro antes mencionado: "tu ejemplo vivirá en los corazones de los pueblos que aman la justicia social".

Si Monseñor Romero hubiera "convertido" a algún ateo (o atea) y le hubiera atraído a la fe católica, esto sería noticia y motivo de satisfacción para no poca gente, pero que Monseñor Romero inspire y aliente a tantas personas, creyentes y no creyentes, mayores y jóvenes (sobre todo jóvenes) en su ideal por un mundo justo y humano, parece que no es "milagro" ni motivo de alegría. No falta quien ponga mala cara porque Monseñor sea recordado y admirado en Cuba, quien diga "manipulación", si la izquierda se une a las celebraciones de sus aniversarios o lo mencione en sus discursos. No falta tampoco quien menosprecie la devoción del pueblo pobre que lo visita en la tumba y le agradece el milagro de la vida. Monseñor Romero es un santo incómodo. 21 años después, sigue siendo, como Jesús, señal de contradicción, buena señal. Como él mismo dijo, quienes lo mataron "perdieron su tiempo".

Miguel Cavada

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Roma. Monseñor en la cuna de la cristiandad

He pensado siempre que Monseñor encierra en su persona, sin agotarlo, lo mejor de los valores y de las cualidades humanas y creyentes del pueblo salvadoreño: la capacidad de solidarizarse con quienes sufren; la resistencia en la lucha; el coraje de no callar; la fantasía que lo hace profeta actual; la sencillez y sobriedad de quien conoce lo que cuesta vivir; la gratuidad del encuentro y la fiesta; y, quizás más que nunca, la profunda fe en un Dios encarnado y la sólida esperanza de resurrección después de una cruz demasiado cotidiana.

Algo de esto constituye la identidad más íntima de Monseñor y de su pueblo. El año pasado, durante las celebraciones jubilares en San Salvador, tuve la clara sensación de que Monseñor ya ha superado los confines nacionales. Hoy, en la cuna de la cristiandad, me doy cuenta de que eso es más cierto que nunca, y que Monseñor es punto de referencia y de identificación para un pueblo mucho más grande. Identificarse con él, con su causa, con su historia, con su testimonio es una exigencia y se convierte en nostalgia para mí y para muchos y muchas otras, quienes, aunque tengamos en las venas sangre de otra raza y nacionalidad, vibramos en contacto con lo más hondo de su persona. El sábado 24 asistí, en una parroquia de Roma, a un recital. Un grupo teatral local reconstruyó preciosamente el camino de Romero, junto con el pueblo de El Salvador. "Monseñor nos hizo descubrir que el Evangelio se puede vivir hoy todavía", decía al final una de las jóvenes artistas, una muchacha italiana.

Es verdad. La identidad de Monseñor rezuma Evangelio. Por eso es profundamente universal y extremadamente actual. El jueves 22 de marzo, entrando en la Basílica de los Santos Apóstoles, repleta de gente de toda procedencia, me emocioné mucho, recordando las lindas y festivas celebraciones compartidas en el Hospitalito, en la UCA, en Catedral… en años pasados. El afecto es importante y también lo es la pasión del ideal que nos anima. Don Samuel Ruiz presidió la Eucaristía, y con su estilo también profético, mezclando frases en italiano con un apasionado castellano, supo concretizar esa identidad evangélica de Romero. La contextualizó en la historia de un continente sufrido y pobre, luchador y profético en su gente y en sus obispos. Y actualizó el mensaje de liberación y de esperanza de Romero para la situación de Colombia, dura herida de injusticia y violencia %entre otras muchas% en el suelo latinoamericano.

La colecta de la misa fue para la creación del Tribunal Internacional de Opinión contra la impunidad en Colombia, y para la emergencia del terremoto en El Salvador, presentada por el padre Andrés Solano, de la diócesis de Zacatecoluca.

Muchas otras celebraciones se han desarrollado en Roma con ocasión del XXI aniversario del martirio de Romero, incluyendo conferencias y momentos de fiesta. En todo esto, está la confluencia de un pueblo deseoso de renovar su identificación con quien transparenta el único verdadero modelo, el Cristo, siervo crucificado y resucitado. Monseñor Romero, asesinado en su tierra, por personas de su gente, fue misionero entre su pueblo humilde, y continúa siéndolo en todo el mundo. Porque la identidad que viene del Evangelio es, por su naturaleza, sierva, profética y misionera.

Luca Garbinetto, PSSC

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Madrid. Monseñor Romero en los comités de solidaridad

"Monseñor Romero pasó por la Parroquia de Santo Tomás de Villanueva en Madrid". Así podría resumir la vivencia de lo que sentí, la tarde del 24 de marzo, junto a todas y todos los que celebramos el XXI aniversario de su asesinato. En la Parroquia de Santo Tomás de Villanueva fuimos convocados por el Comité Oscar Romero y allí acudimos a celebrar su recuerdo y su memoria.

Comenzamos la jornada escuchando la realidad escandalosa del Congo, El Salvador y Colombia, a través de las profundas experiencias de quienes venían de compartir sus vidas, con esos pueblos tan crucificados. Y como el testimonio de los pobres evangeliza y convierte, así fue como, a lo largo de la tarde, la vida de los más empobrecidos, iba tocando nuestro corazón. Ellos, los que nada poseen, nos entregaban su misterioso tesoro: la esperanza cristiana, nacida de su más oscura desesperanza humana. En la Eucaristía, entre cantos, la Palabra y súplicas, se hizo palpable un mismo sentir: que nuestro mundo se convierta en casa de hermanos donde exista dignidad y pan para todos.

Detrás del altar, en un panel, se leía en grandes letras las palabras de Monseñor Romero, que presidían la Eucaristía."Sobre estas ruinas brillará la gloria del Señor". "Es misterioso este Dios que está en medio de las ruinas sufriendo con las víctimas y como promesa para ellas", nos dicen desde El Salvador. Y estas palabras fueron leídas, recibidas y queridas como palabra de Dios.

Ya de vuelta a casa, resonaba aún en mis oídos el estribillo de la última canción: "Habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra que ponga libertad". Entonces me di cuenta en mi interior de dos cosas. Una es que la presencia de Monseñor Romero se había hecho palpable, en esta tarde del aniversario de su muerte, "comunicando vida, esperanza y deseos de trabajar y comprometerse" %como se dice en el último número de Carta a las Iglesias que nos llegó, el 469. Y la otra es que me sentía gozosamente colmada, porque aquellos, los que nada tienen, los empobrecidos de la tierra, los que incluso carecen de agua, me habían dado de beber y habían aliviado mi sed.

Pilar

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San Agustín.

La solidaridad entre los pobres

San Agustín, en el departamento de Usulután, es uno de los pueblos que ha quedado destruido. Caminando por sus calles se pueden ver caídas las casas de adobe y bajareque, y seriamente dañadas las de cemento. Pero también allí, la conmemoración del XXI aniversario del martirio de Monseñor Romero fue la expresión de una fiesta en la que se celebraba la esperanza y la vida, aun en medio de las ruinas.

Esta esperanza ha brotado y ha sido nutrida por la solidaridad de muchas comunidades, comunidades pobres ellas también, de varios países cercanos. Las primeras en ofrecer ayuda fueron las comunidades de Honduras que sufrieron el Mitch. Generosamente enviaron víveres, y de la parroquia de Tocoa varias brigadas de voluntarios convivieron y colaboraron con este pueblo en el esfuerzo de remover escombros y en la elaboración de diagnósticos. También desde el Ixcan, Guatemala, de la parroquia de "Candelaria de los mártires" vinieron directamente a entregar víveres y a compartir unos días con la población. De Nicaragua se han hecho presente brigadas de jóvenes de Nueva Guinea para colaborar con algunas comunidades afectadas.

Y también, con mucha creatividad y cariño, se recolectaron víveres entre los mismos pobres de la parroquia Madre María de los Pobres, en El Salvador, parroquia que se ha hermanado desde un principio con San Agustín y ha estado hombro a hombro acompañando el proceso de reconstrucción.

Son muchas las expresiones de solidaridad que podríamos seguir enumerando. Pero de lo que no hay duda es de que se trata de una "llama de esperanza de los pequeños y preferidos del Reino de Dios". Y, además, es un símbolo de cómo los pobres de todas Centroamérica se ayudan.

Una vez más, en medio de un ambiente festivo, los pobres nos enseñan qué es lo que cambia la historia, aun en las situaciones críticas. Es por eso que el 25 de marzo, a iniciativa de la parroquia María Madre de los Pobres, se celebró una eucaristía, presidida por el padre Melo, a la que asistieron también las comunidades de Santa María Ostuma, de La Paz, Las Palmas, de San Salvador, y del Bajo Lempa. Después de la eucaristía la gente de San Agustín hizo una venta para facilitar el almuerzo y conseguir algunos fondos. De dos a cinco hubo una tarde cultural.

Los pobres se dieron cita en el predio de lo que un día fue la iglesia de San Agustín para conmemorar el martirio de nuestro querido San Romero y recordarlo en nuestros corazones. "No cabe duda de que su muerte y su sangre sana las heridas de un pueblo sufrido y que nos llena de esperanza, de luz y de fe, principalmente a nosotros los pobres". Palabras y testimonios como éste se escucharon a lo largo de toda la celebración.

Zulma

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¿Cuál fue el misterio y el testimonio de este hombre que en tres años pasó del anonimato y de la inoperancia a la universalidad pública y al máximo de eficacia social, sin dejar nunca de ser un cristiano, un pastor, un profeta y un sacerdote?

Lo nuevo de Monseñor Romero, su mérito y su grandeza, la causa última de su influjo sin precedentes no estuvieron en que fuera un líder político, ni un intelectual, ni un gran orador. La causa última es que se puso a anunciar y realizar el evangelio en toda su plenitud y con plena encarnación.

Ignacio Ellacuría