Carta a las Iglesias, AÑO XXI, Nº 477-478, 1-31 de julio, 2001
EDITORIAL: El Vaticano apoya manifestación antiglobalización
COMENTARIOS: Los manifestantes son dos
DERECHOS HUMANOS: ¿Hay solución?
DERECHOS HUMANOS: Carlos Ernesto y Gerardo Miguel
DERECHOS HUMANOS: Lo que hay que hacer cuando no se puede hacer nada
IGLESIA LATINOAMERICANA: Conocí un Obispo. A la muerte de Monseñor Jorge Novak.
COMUNIDADES: "Ahora ya me siento más tranquila". Proceso de exhumaciones en el norte de Morazán.
REALIDAD NACIONAL: Seis meses después del terremoto
COMUNIDADES CRISTIANAS: Pastoral posterremoto. Las comunidades luchan y reflexionan
REFLEXIÓN: Calmar tempestades: Misión de la Iglesia.
Para cuando el lector tenga en sus manos este número de Carta a las Iglesias ya habrá tenido lugar en Génova, del 20 al 22 de julio, la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de los siete países más industrializados del mundo, Canadá, Francia, Alemania, Japón, Gran Bretaña, Italia, Estados Unidos y Rusia, junto con la OCDE (Organización para la Cooperación de Desarrollo Económico), el FMI (Fondo Monetario Internacional), el BM (Banco Mundial) y la OMT (Organización Mundial del Trabajo).
En sus manos estamos (aunque nos hacen creer que nosotros nos autogobernamos), y esas manos son funestas para las inmensísimas mayorías del planeta. De ahí las manifestaciones en su contra cuando se reúnen. En Génova también va a haber manifestación, pero esta vez hay una novedad importante: contará con la plena comprensión del Vaticano y se calcula que la mitad de los grupos que protestarán en la marcha son católicos.
El papa Juan Pablo II el domingo 8 de julio lanzó un alegato a "los poderosos para que escuchen a los pobres del mundo". El cardenal de Génova, Dionigi Tettamanzi, ha sumido posiciones básicas del movimiento antiglobalización, y con él todos los obispos de las distintas diócesis regionales. Junto a la jerarquía vaticana en la denuncia de los abusos del capitalismo global figuran decenas de organizaciones de raíces católicas, que piensan protestar en la calle, pacíficamente, pero codo con codo con los distintos grupos que integran este movimiento.
Indudablemente, el movimiento antiglobalización ha tomado fuerza creciente. Puede convertirse, dicen algunos, en un 'nuevo 68'. Si así fuera, el adjetivo 'nuevo' cobraría un significado profundo porque las luchas del 'Mayo francés' no encontraron un eco entusiasta en las páginas de L'Osservatore Romano. Ahora, en cambio, las cosas han cambiado. El periódico vaticano, en su edición del 28 de abril, se mostraba sumamente cercano a ese espíritu. Decía. "Trabajemos para que triunfe toda la humanidad y no una élite del bienestar, que controla ciencia, tecnología, comunicación, recursos del planeta, en detrimento de la mayoría de las personas".
La mitad de las asociaciones sobre las que se articula en Italia el movimiento antiglobalización son católicas. Todas se han movilizado para acudir a la gran cita de Génova, provistas de lemas y proclamas que coinciden, casi punto por punto, con las de los jóvenes (y no tan jóvenes) rebeldes de los centros sociales italianos, de los famosos Tute Bianche, que se preparan para boicotear.
Los métodos varían, por supuesto. Los jóvenes de Acción Católica, los llamados focolari, la Comunidad de San Egidio, o los que forman parte de las más de 600 organizaciones recogidas en la red Lilliput (Pax Christi, Beatos y Constructores de Paz, Manos Tendidas, etcétera) no son violentos. Pero sus posiciones están plenamente en sintonía con las de los más radicales: proponen la cancelación de la deuda que han contraído los países pobres con los países y las organizaciones internacionales y la introducción de un impuesto especial a los movimientos especulativos de capital.
Los jóvenes católicos han elaborado un manifiesto, hecho público durante un encuentro celebrado en Génova, y piensan capitalizar, en la medida de lo posible, la protesta antiglobalización. En Génova estarán junto con un grupo de sacerdotes, misioneros y monjas que han decidido pasar a la acción directa, sin esperar a recibir el aplauso de la jerarquía vaticana.
Suelen algunos decir que los manifestantes son a veces insensatos y hasta violentos; y suele ocurrir. Pero no faltan entre ellos gente con mucha cabeza y conocimientos en economía y política. En cualquier caso, gente con verdad. Los otros siempre tienen mejores modales externos, más técnicos y sabios en sus filas, pero no acaban de responsabilizarse de la tragedia del mundo y su dolor. Parecen irredentos. Pero a veces es peor. Al parecer, en Barcelona quisieron poner fin a las manifestaciones, provocando ellos la violencia. Cubiertos con pasamontañas, se infiltraron para desacreditar la manifestación. Se les vio recibir palos y barras de carros de la policía. Por otro lado, ésta no trató de disuadir a los violentos de la manifestación. Pretendían que el mundo piense que las manifestaciones antiglobalización son pura violencia. Están totalmente equivocados, pero tienen un punto de razón: la verdad que desenmascara a la globalización sí es violenta. Pero esto lo explica mejor el P. Ibisate en las páginas siguientes.
Francisco Javier Ibisate, S.J.
He leído el n. 474 de Carta a las Iglesias, que habla de los manifestantes de Porto Alegre y Barcelona. Nunca he participado en una manifestación, pero sí he leído bastante sobre esas cumbres mundiales y sobre lo que reclaman los manifestantes. Por eso quisiera dar mi opinión.
Desde la reunión de la Organización Mundial del Comercio, reunida en Seattle, Estados Unidos, donde se congregaron más de 40.000 manifestantes, en todas las cumbres, hasta la reciente reunión en Quebec, Canadá, para la firma del ALCA (Area de Libre Comercio para las Américas), siempre han concurrido cientos y a veces miles de manifestantes. La mayoría de los manifestantes son gente del Norte, acusando al Norte de que trata mal al Sur en sus relaciones comerciales. Habitualmente, a estos manifestantes se les acusa de asilvestrados, perturbadores, anarquistas y cosas así. Revisando la historia de estas cumbres he llegado a una conclusión: si queremos buscar una explicación más correcta de este fenómeno imparable tenemos que admitir que "los manifestantes son dos".
Un primer grupo son los manifestantes oficialmente invitados a la cumbre, foro o conferencia mundial: jefes de estado, delegados del FMI, BM, ministros del G-7, jefes de megaempresas, expertos economistas. Los miembros de este primer grupo pueden libremente, incluso protegidos por la policía, manifestar sus puntos de vista sobre los temas de agenda.
El segundo grupo de manifestantes son los no oficialmente invitados o intencionalmente excluidos. Por lo tanto estos manifestantes se autoinvitan, dada la importancia de esas reuniones y agendas para la sociedad en general, o para los más pobres, a quienes dicen representar.
Al interior de cada grupo se pueden distinguir dos subgrupos de manifestantes. Entre los manifestantes "extramuros" hay quienes presentan un programa racional y razonado que debiera tomarse muy en cuenta. Son los manifestantes "responsables", que ofrecen respuestas a determinados problemas mundiales. Son la voz de una democracia participativa. Los otros manifestantes, los "agresivos" contra el orden ciudadano y la propiedad social, no son responsables y no ayudan mucho a una crítica constructiva.
Entre los manifestantes intramuros, los oficialmente invitados, también hay dos grupos: los que sí "pueden manifestarse libremente" y los "invitados de piedra". En el foro de Davos, 1999, donde se juntó la élite del capitalismo, algunos documentos preparatorios usan esta expresión: "La gestión de los desafíos económicos internacionales no puede seguir siendo monopolio exclusivo de las grandes potencias, a cuyas reuniones asisten los representantes y líderes políticos de las naciones emergentes como invitados de piedra".
La protesta estalló bruscamente en la cumbre de la Organización Mundial del Comercio. En Seattle triunfó el desacuerdo de los países emergentes y en desarrollo, los cuales se negaron a firmar los acuerdos finales porque ni siquiera habían sido consultados. Sus observaciones a los borradores no habían sido tomadas en cuenta. "No sabemos qué decisiones se van a tomar y una vez más se nos pedirá subscribir un texto que ni tendremos tiempo de leer".
A los "manifestantes de dentro" se unieron los "manifestantes de fuera", que dijeron estar en la calle para dar la palabra a aquellos que jamás la han tenido y para que la Organización Mundial del Comercio escuche la voz de los ciudadanos. La ley de las multinacionales no es la democracia, y por ello se trata de que los pequeños países se hagan escuchar.
Cuando se critica a los manifestantes "externos" se olvidan estos impuestos silencios "internos". Quiero recordar un hecho, que ojalá se pudiera repetir. En la reunión del G-7, FMI y BM en Praga, Chequia, septiembre 2000, el nuevo presidente del FMI, Horst Kholer, y el presidente del BM, Wolfensohn, tuvieron la oportunidad de dialogar con algunas ONG "responsables": Jubileo 2000, Oxfam International, Greenpaece.
"Esta mañana me he reunido con algunas de ellas y me dicen que lo que hacemos no es suficiente y que no se les toma en cuenta lo suficiente. Pero hace cinco años no se les consultaba para nada. Muchas de las manifestaciones deberían hacerse en los países en los que tienen problemas para participar en los proyectos. Yo no puedo hacer eso", dijo Wolfensohn. Y agregó: "Las ayudas de Occidente al Tercer Mundo no han hecho más que menguar y creo que esto es un crimen. Una de las cosas que pueden desestabilizar a los países desarrollados son las protestas sociales en todo el mundo, y creo que las cifras se están volviendo tan apremiantes que corremos un serio riesgo".
Kholer y Wolfensohn vinieron a decir que "la cicatería de los países ricos, a la hora de conceder financiamiento para los programas de condonación de la deuda externa, es la responsable de la situación actual, y no el FMI o el BM, que tratan de hacer lo más posible con los fondos disponibles". Y es que en Washintong y en Praga hubo fuertes tensiones entre estas instituciones y el Congreso de Estados Unidos, los que más cotizan y mandan. Al terminar Praga, Jubileo-2000 obsequió dos cruces a Kholer y Wolfensohn, "en recuerdo de los 19.000 niños que cada año mueren y podrían ser salvados con el endeudamiento que Occidente se niega a perdonar". No está de más recordar que Wolfensohn es el autor de "La otra crisis".
En Quebec se repitió, en parte, la historia de los manifestantes "de dentro" y "de fuera". George W. Bush dijo: "Si protestan por el libre comercio no estoy de acuerdo. Creo que el libre comercio es importante para este hemisferio. No sólo expande la prosperidad, sino que ayuda a expandir la libertad". Dijo también que quiere "construir un hemisferio democrático, ligado por la buena voluntad y el libre comercio". Aunque algunos jefes de gobierno dijeron "amén" y lo confirmarían de regreso a su país, no fue esa la postura del presidente Fernando Cardoso, que exigió la apertura recíproca y criticó el proteccionismo agrícola de Estados Unidos. "El ALCA será bienvenido si su creación significa un paso para dar acceso a los mercados dinámicos, si efectivamente significa el camino para las reglas compartidas antidumping, si reduce las barreras arancelarias, si evita la distorsión proteccionista de las buenas reglas sanitarias. Pero, si no es así, sería irrelevante o, en el peor de los casos, indeseable". Cardoso criticó a Bush por no firmar el protocolo de Kyoto.
Una vez más la prensa cargó las tintas contra los manifestantes "de fuera", sin distinguir entre los que se dedicaron a derribar el "muro de la vergüenza" y los que decían algo similar a Fernando Cardoso. La Cumbre de los Pueblos leyó el reverso de la historia: "El proyecto del ALCA es un estatuto de derechos y libertades para los inversionistas, consagrando la supremacía del capital sobre el trabajo, transformando la vida y el mundo en mercancía, negando los derechos humanos, saboteando la democracia y socavando la soberanía de los Estados". Ofrecen cambiar el eje "comercio para la democracia representativa" por el eje "democracia participativa para el comercio". Exigen que los pueblos participen y sean tomados en cuenta para forjar un nuevo destino social. Los manifestantes "son dos": ¿quién es el chico bueno y quién el chico malo?.
Se acaba de dar a conocer el informe de Naciones Unidas (PNUD) sobre Desarrollo humano en El Salvador. El balance es negativo, empeorado por los terremotos, pero no sólo por ellos sino por las seculares estructuras. Basten los siguientes datos.
Con el terremoto 225 mil salvadoreños engrosaron el número de pobres. Estos son 51.2% de la población, que sólo pueden cubrir la canasta básica. Un 23.4% no llegan ni a cubrirla.
Si esto ha empeorado con el terremoto, otros problemas tienen causas más hondas. El 20% de la población rica percibe 18 veces más ingresos que el 20% más pobre. Y la diferencia se hace monstruosa entre la élite de los ricos y los más pobres. De cada 100 personas mayores de 15 años, 26 son analfabetas. Las mujeres ganan 28% menos que los hombres. Las perspectivas de migración son de 10.000 salvadoreños al año (habiendo ya millón y medio de emigrados).
El país ha retrocedido en el funcionamiento de las instituciones. Dice el informe: "problemas de ineficiencia, desorganización, falta de transparencia y ética que presentan algunas entidades públicas y privadas deteriora la credibilidad de las instituciones".
El informe habla también de la desaceleración de la economía. Bruno Moro, representante del PNUD en el país, dice: "la tendencia hacia la desaceleración no sólo hay que buscarla a nivel internacional, sino en las estructuras internas. Hay que enfrentar los problemas de forma estructural e institucional, y eso se propone como el gran desafío para la próxima década".
Otras reacciones. Héctor Dada Hirezi: "Los terremotos aumentaron los problemas, pero no los crearon. El gran drama del país es que no estamos enfrentando los problemas con la seriedad que debemos. Hay que crear políticas distributivas para que no sean los hermanos lejanos los que subsidien a la población". Roberto Rivera Campos. "Si se sigue invirtiendo de la misma manera vamos a ver dentro de unas décadas el mismo perfil de pobreza en los departamentos que hoy son los más atrasados".
Quizás el dato más clamoroso es que, según el informe, El Salvador necesita cerca de 89 años para eliminar el déficit habitacional. El coordinador de la investigación explicó que el dato se obtuvo al observar la disminución de vivienda en los últimos 10 años. Hasta diciembre de 2000 hacían falta 500 mil casas. Los terremotos dejaron inhabitables otras 164 mil. La casa, "el hogar", está en crisis gravísima.
Los casos de Carlos Ernesto y Gerardo Miguel nos han estremecido a todos. Creíamos que la práctica de asesinar niños se iba a erradicar de El Salvador, al menos después de la indignación que despertaron los casos de Katya Miranda, agravada con el fracaso de la Fiscalía y la Policía en el caso, y el niño de Aguilares. Pero esa plaga que comenzó en la guerra, y que tiene su símbolo más grave en el asesinato de más de cien niños en el Mozote con una edad promedio de 6 años, sigue viva en el país. Curiosamente muchos de los que en su momento quisieron sepultar en el olvido a los niños del Mozote claman ahora en favor de la pena de muerte para los secuestradores.
Las causas de esta deshumanización son a mi juicio patentes. Las heridas de una guerra, indebidamente sepultadas en el olvido y en la impunidad sin la adecuada purificación de la memoria, y sin que la justicia haya expresado su condena de los crímenes, retornan a nuestra realidad con toda su brutalidad inherente. La persistencia de la impunidad, el inadecuado y débil funcionamiento de las instituciones, nos siguen golpeando en el día a día. La pobreza, que añade desesperación a las heridas del pasado, y raíces a la cultura de la violencia heredada, continúa generando violencia. Y lo que es peor, quienes son patrocinados como líderes en nuestros periódicos y medios de comunicación ofrecen con frecuencia el vergonzoso espectáculo de ser delincuentes y salir impunes de sus delitos. Si la cabeza, los triunfadores, merecen el premio de la impunidad, ¿cómo impedir que otros sectores no aspiren a la misma recompensa?
La dureza de los crímenes ha levantado una vez más la polémica de la pena de muerte. Una polémica pobre porque quienes la defienden no hacen más que expresar con gritos su indignación, sin ofrecer prácticamente razonamientos sensatos desde el punto de vista jurídico, sicológico o criminológico. Es ridículo pensar que la pena de muerte va a disuadir a excombatientes que se jugaron la vida con mucho más peligro durante la guerra del que ahora puedan generar la policía o el sistema judicial. Nuestros débiles y a veces corruptos tribunales tampoco frenan a los narcotraficantes ni a quienes matan por locura o pérdida completa de sentimientos. En Estados Unidos, el tercer país a nivel mundial en número de penas de muerte aplicadas, los asesinatos no han disminuido por el simple hecho de tener vigente dicha pena.
En el fondo, quienes desean implantar la pena de muerte lo hacen empujados por la impotencia que produce ver a los criminales con posibilidades de impunidad y por el afán de venganza que todo crimen produce. Pero en la vida social moverse por afanes de venganza lleva siempre al acrecentamiento de la violencia y a que el remedio sea peor que la enfermedad. Máxime en un país como el nuestro, donde una débil institucionalidad, y una fácil exaltación de sentimientos, difícilmente garantizaría una pena de muerte que no dañara inocentes. Ni siquiera Estados Unidos, con los recursos que dedica a la justicia y la Policía, está exento de condenar inocentes, calculándose, con bastante exactitud, en un 7% los condenados a muerte equivocadamente.
La única solución para frenar el crimen la encontraremos en el adecuado funcionamiento de las instituciones. Y eso no se logra con discursos. Ojalá haya eficacia en el caso de Carlos Ernesto, niño de cuatro años, cuya muerte corresponde a un patrón delincuencial demasiado frecuente en El Salvador: la muerte de niños precedida de abuso sexual. El hecho de que su muerte, simultánea a la de Gerardo, solo haya conseguido espacio en la página 46 de un periódico, no da esperanzas de una solución adecuada por parte de unas instituciones que sólo se preocupan por funcionar más o menos cuando la suerte les ayuda o cuando la opinión pública les presiona. Incluso en el caso de Gerardo Miguel, tanto la policía como el Gobierno debía comenzar por decir que fracasó en su intento de recuperar vivo a este niño. Y analizar las razones de su fracaso. Y esto dicho sin querer trasladar la responsabilidad de los asesinatos a la Policía, porque una cosa es un asesinato, y otra fracasar en el intento de evitarlo. La actitud prepotente del publicista Sandoval, negando toda responsabilidad de la policía en el fracaso, no indica que nuestras instituciones vayan a mejorar.
Igual que las tonterías del Fiscal General en su momento culpabilizando al jurado en el caso Matties Hill, cuando había que analizar decisiones de la fiscalía en la que él había estado involucrado. Este tipo de irresponsabilidad de las autoridades, esta incapacidad de asumir errores, estudiarlos, pedir disculpas al menos, sólo puede presagiar el deseo de solventar con autoritarismo, fuerza y represión, al final, lo que debería trabajarse con la inteligencia y con el adecuado funcionamiento institucional.
Es evidente que hay que revisar leyes, especialmente aquellas que pueden esconder escapatorias para los criminales y fomentar nuevas formas de impunidad. Pero el problema salvadoreño no reside en las leyes sino en la capacidad de las instituciones para solventar los problemas. 140 homicidios cometidos por la misma irresponsabilidad a la hora de mezclar alcohol de madera con alcohol de consumo, nos hablan de incapacidad tanto en la Fiscalía como en la Policía. Como nos habla de la debilidad del sistema judicial la absolución de Matties Hill (incapacidad y corrupción en este caso).
Y otro largo aglomerado de casos que podríamos acumular. Aprender a deducir responsabilidades, tener la capacidad de reconocer errores, exigir ética en el funcionamiento profesional especialmente en las instituciones del Estado, perseguir la corrupción, invertir en preparación, coordinación y eficacia de las instituciones, es mucho más importante que redactar leyes por la vía de la indignación. Y más si no tenemos en cuenta que aplicar una legislación represiva en una país desorganizado, solo lleva a un autoritarismo productor de mayores injusticias. Prioricemos el mejoramiento de nuestras instituciones y estudiemos con calma el soporte que las leyes les pueden dar en su funcionamiento. Pero en ese orden y con esa relación.
El grito, la demagogia legal, y el negarse a asumir responsabilidades ante los fracasos, no ayudan en la lucha contra el crimen.
José M. Tojeira
Lo sabemos Ud y yo. Dos mil millones de personas malviven en el mundo con dos dólares por día. La mitad de ellas sólo con un dólar. Los sumos sacerdotes del sistema aseguran que contra eso no se puede hacer nada. Es una ley de la naturaleza, y lo único que queda es tener paciencia y enriquecernos bien todos los demás, de modo que un día las migajas que caigan de nuestras mesas lleguen a ser de bastantes más que uno o dos dólares por persona. Es eso que se llama el efecto rebalse. Pero no se puede hacer más y, sobre todo, no se debe intentar redistribuir, porque cualquier cosa que se hiciera en este sentido impediría la creación de riqueza, y acabaría privando a los pobres de hasta ese dólar que le queda. Todo esto significa además que nosotros no tenemos ninguna culpa en esa hambre del mundo, y que no somos tan insolidarios como nos quieren hacer creer los pocos socialistas trasnochados que todavía quedan.
Bien: hay que aceptar el veredicto. No es cosa de ponerse a discutir ahora si el sr. Bill Gates tiene una fortuna que equivale a sesenta veces el gasto anual de un país como El Salvador, y si, a lo mejor, algo podría hacerse con eso. Tales discusiones no servirían para nada. Pero en cambio, si de veras no somos tan insolidarios, nos costará poco poner por obra lo que suelen hacer los seres humanos cuando ya nada se puede hacer: para los creyentes rezar. Para los no creyentes, al menos lamentarlo. Por ejemplo:
Rezar. En los tiempos negros del franquismo era obligado rezar en todas las misas la llamada colecta et famulos, que se añadía a la oración del día y que pedía por nuestro caudillo y demás. Fue frecuente que muchos curas no la rezaran y que el obispo les castigara por ello. Pero esto no hace al caso hora. En cambio sería magnifico que la Iglesia impusiera hoy una nueva colecta et famulos para decir en todas las misas, cuyo texto rezaría más o menos así: "y a todos estos siervos tuyos que pasarán este día con uno o dos dólares, librales de toda adversidad, para que pueda haber paz y salud en nuestros tiempos y Tu Iglesia se vea libre de toda maldad". Este sería, por ejemplo, un buen tema para un decreto del Santo Oficio, en lugar de publicar esas tonterías que contradicen a enseñanzas anteriores de la Iglesia, y que les dicen a todos esos miserables que tienen mas difícil su salvación, porque la mayoría de ellos no son católicos. De modo que condenados en la tierra y condenados en el cielo, según sus ilustrísimas.
Y así pueden multiplicarse los ejemplos, aparte de las misas de cada día. En las inauguraciones y clausuras de cada congreso eucarístico, mariano o josefino. En cada consagración episcopal, o presbiteral, en la coronación del papa, en cada ceremonia en que la liturgia católica reza o canta letanías, deberían añadirse a ellas unas cuantas deprecaciones de este tipo: por los excluidos de la tierra, por esos dos mil millones de personas que malviven con uno o dos dólares, por los que morirán de hambre mientras nosotros celebramos esta ceremonia, Kyrie eleyson: escúchanos Señor.
Lamentar. Los que no pueden rezar tienen a mano el gesto a que solemos recurrir los humanos cuando algo nos duele y no podemos hacer nada. Guardar un minuto de silencio. Recordemos que hasta el Sr. Arzalluz, en el último Aberri Eguna, pidió a su público un minuto de silencio por las víctimas de ETA. Pues bien: imaginemos que cada vez que se reúnen los representantes del FMI y del Banco Mundial, en Praga o Braga, que en cada sesión de la Organización Mundial del Comercio, o del G 7, que en la inauguración y clausura de cada campeonato mundial o de cada uno de los juegos olímpicos, que en la apertura de cada reunión de un Parlamento, estatal o autonómico etc, se comienza guardando un minuto de silencio por todos aquellos que van a pasar aquellos días que dure el evento y los siguientes con poco más de un dólar, y por todos los que morirán de hambre durante esos días. Imaginemos que cada telediario de cualquier cadena comienza con otro minuto de pausa (sin anuncios ni nada) para recordar a las víctimas de la miseria en aquel día concreto. Y así sucesivamente.
No cabe argüir que todo eso no serviría para nada. Pues estamos tratando precisamente de las cosas que hacen los humanos cuando ya no pueden hacer nada: del modo de expresar una impotencia que nos duele. Negarse a hacer eso, sería reconocer que no nos duele. Y no creo que nadie quiera reconocer eso. Sería como si una madre, o un hermano o cualquier hombre, ante el anuncio de la muerte inminente e inevitable de una persona muy querida, se limita a decir: "bueno, pues como, efectivamente, no hay nada que hacer, me voy a la playa", en lugar de pasar el mayor tiempo posible junto al lecho del enfermo. Cosa que por lo demás tampoco serviría para nada, pues no le iba a devolver la salud al moribundo.
Esto es lo que se debe hacer cuando ya no se puede hacer nada. Y esto es lo que, en mi opinión, deberíamos proponernos todas las personas e instituciones humanas.
Y, en voz baja: debo reconocer que yo, personalmente, tengo la sospecha de que, si lo hiciésemos, algo comenzaría a cambiar. Pero, sin duda, eso será debido a que yo no entiendo de economía.
José Ignacio González Faus
Creo que
%a punto de cumplir 20 años de cura% puedo sentirme feliz de haber conocido un obispo. Puede parecer irónico, y quizá lo sea; es irónico %seguramente% que muchos pensemos que obispos hay pocos. Es una ironía de la realidad. O de la gracia. O quizá, en lugar de irónico sea triste.Un obispo es, por encima de todo, un ser humano. Alguien con pasión por la humanidad, alguien que se alegra con las alegrías de los hombres y se entristece con sus dolores. Ser humano es ser "un buen hombre", alguien con corazón, alguien preocupado por la vida. Ser humano es tener corazón, un corazón que late sangre, que es muerte y vida. Tener corazón, ¡buen corazón! es latir, tener compasión. Ser humano es mirar con dolor los dolores, y participar con gozo de las alegrías. Es reconocer la dignidad de la vida y el clamor por sus derechos. Ser humano es ser sensible, y reconocer la sintonía de los hombres, las culturas y los pueblos, y hacerlas propias. Ser humano es vivir, ¡honrar la vida! Es pasar por la vida sembrando, dejando huella, como el campesino, no como su sombra.
Un obispo es, también, un cristiano. Es decir, uno que mira a Jesús, al que con su vida reconoce como Mesías, es decir, el elegido por Dios para transformar la historia y la humanidad. Ser cristiano es caminar detrás de las huellas del Nazareno que se dirige cargado de amor a la muerte que los asesinos le ocasionan; ser cristiano es vivir el proyecto de Jesús, proyecto por el que lo matan, y proyecto que el Padre confirma resucitando a su Hijo. Es vivir el amor hasta el extremo. Es hacer que lo humano, sobre lo que se encarna, se viva en plenitud. Gratuita y divinamente. Ser cristiano es arriesgar la vida en el día a día enfrentando con la libertad del Espíritu, a quienes negocian la vida, tienen cautiva a la verdad, o se vuelven ciegos a la injusticia. Ser cristiano es ser dócil a los caminos siempre nuevos que el Espíritu Santo va marcando a los tiempos y espacios siempre nuevos. Es tener la Palabra de Dios por guía, y hacerla acampar en la historia...
Un obispo es un ministro ordenado, un pastor. Ministro es servidor, alguien que sabe poner su vida al servicio de los suyos. Y ordenado porque un sacramento posibilita que ese ministerio sea fecundo con fecundidad de Dios. Es servidor y por tanto humilde, por lo tanto atento "como los ojos fijos en las manos de sus señores" a las necesidades de quienes debe servir. Servidor es servidor de Cristo Jesús, pero no un Jesús al que contactamos en el culto, sino al que encontramos presente
%expresamente presente% en los hermanos, especialmente en los que tienen la vida amenazada, y la felicidad cercenada. Ministro que está siempre atento a la vida de los "vicarios de Cristo", los pobres. Ordenado porque sabe dejar que ese servicio sea servicio del mismo Cristo, a quien el servidor hace presente. Porque actúa en su nombre sirviendo como el "siervo de Yahvé". Ministro que sabe poner a los demás ministros %ordenados o no% en movimiento detrás del Señor que siendo Señor se hizo servidor de todos. Ministro que aprende de su Señor a serlo, en el ejercicio cotidiano del amor, que es servicio.Conocí un obispo. Debo decir que en mis otras experiencias ví a muchos revestidos con sus ropas, hablando palabras solemnemente episcopales, pero que no dejaban traslucir humanidad, o pasión por el Reino, o actitudes de servicio. Conocí algunos que eran señores feudales, o gerentes de empresa, insensibles a los dolores y
%quizá por eso% parecían insensibles a Dios. Pero también conocí un obispo que no se creía dueño del Espíritu Santo, que sabía que Él sopla donde quiere; que no se creía poseedor de los caminos de Dios, sino que sabía que Él amó primero. Conocí un obispo que creía en Dios, y no creía %por lo tanto% que podía tener "controlados" sus caminos, o conocidos sus senderos.Jorge Novak fue obispo: ser humano, cristiano y pastor. Él quiso que su diócesis estuviera marcada por cuatro hilos conductores: la misión, el ecumenismo, los derechos humanos y la opción por los pobres. Y fiel a esa elección lo misionero se hizo enormemente presente hoy en la misa de sus exequias. Los pobres estaban allí, y llorando, y aplaudiendo a su padre y pastor. Los pastores, y obispos de iglesias hermanas llenaron el altar, con sentidas palabras y oraciones. Y las Madres y Abuelas y otras organizaciones de Derechos Humanos supieron hacerse presentes reconociendo su pasión por la humanidad. Si es verdad que la muerte es un sello que refleja la vida, su última eucaristía, con el cajón sobre el pavimento
La diócesis y los que en ella estamos perdimos un pastor, aunque ganamos un intercesor. No depende de nosotros que esos hilos conductores sigan tejiendo una trama de vida diocesana. Depende de quienes son responsables en la elección del sucesor, y no todos los indicios nos dan esperanza. Pero también depende de lo que el Padre Obispo Jorge ha sembrado, para que sea fértil, y dé frutos de reino y vida.
Sueño que muchos obispos miren la figura de don Jorge y se dejen iluminar con su ejemplo de humanidad, seguimiento de Cristo y pastor servicial. Sueño que muchas comunidades también puedan decir que conocieron un obispo. Sueño que nuestra querida diócesis de Quilmes, y como ella muchas otras de la Argentina y América Latina, tengan cientos de obispos. Para que nadie sea ciego, sordo y mudo a los dolores terribles de los pobres, y de las víctimas. Para que se honre la vida y se cante la esperanza que nace de la solidaridad, la justicia y los caminos de liberación. Para que muchos encuentren la luz del Evangelio que ilumine sus tinieblas, que dé esperanza a sus caminos, que revele que una sociedad alternativa de fraternidad es posible ante el "monoteísmo del Mercado" y enfrentando los ídolos que sacian su sed con sangre de pobres y lágrimas de niños. Para que muchos encuentren una fraternidad de vida y bienes compartidos en torno a la mesa del Padre común. Para que Dios reine allí donde se hace su voluntad de vida para todos. Para que el servicio de la profecía no se silencie, y muchos se atrevan a hablar en nombre de Dios a nuestra historia; para que el servicio de las mesas no se paralice y que muchos y muchas gasten energías y esfuerzos sirviendo las mesas de los pobres, que son "nuestros señores"; para que el servicio de la verdad no se negocie y que la luz del Espíritu resplandezca sobre nuestro continente.
Conocí un obispo, y quiero dar gracias públicamente al Padre Obispo Jorge Novak, a quien hoy enterramos entre lágrimas, por habernos enseñado con su vida que puede haber obispos santos. ¡Que debe haberlos! E interceda él desde su morada junto al Padre para que cada vez haya más obispos, para bien de la humanidad, para bien de las comunidades cristianas y para bien de nosotros los ministros ordenados.
Eduardo de la Serna
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Jorge Novak, Obispo de Quilmes, Argentina, nació en San Miguel Arcángel, provincia de Buenos Aires, el 29 de enero de 1928; fue ordenado sacerdoe para la Sociedad del Verbo Divino el 10 de enero de 1954; elegido por Pablo VI obispo de Quilmes el 2 de agosto de 1976; recibió la ordenación episcopal y tomó posesión de esta sede el 19 de setiembre de 1976.
Diecinueve años ha tenido que esperar Terencia Ramos para poder velar los restos de su hijo, que fue asesinado en los primeros años de la guerra en el norte de Morazán. Junto a su hijo, fueron muchas y muchos los que "cayeron" en los operativos y enfrentamientos con la Fuerza Armada. Algunas personas de la población, no importando el riesgo, recogían los cadáveres y, con prisa pero con cariño, los enterraban como podían, generalmente al pie de los cerros o en la vaguadas. Luego colocaban piedras o sembraban un árbol como señal para reconocer el lugar. Cuando llegó la paz y los familiares de las víctimas retornaron de Colomoncagua, la gente les dijo dónde estaban enterrados sus seres queridos y colocaron cruces. Pero siempre quedaba ese "dolor" de no poder hacer la vela y enterrarlos en el cementerio.
Y esto es lo que ahora se está haciendo. Con el apoyo de la Fundación "Madeleine Lagadec", las familias de las víctimas están realizando el proceso de exhumaciones. Ya se han realizado tres, y en los próximos días se realizarán otras dos. En una de ellas se "desentarrarán" los restos de 8 personas. Las Comunidades Eclesiales de Base del norte de Morazán están acompañando este proceso, que para la gente es muy importante. Los familiares quieren que sus seres queridos tengan lo que entonces, por la guerra, no tuvieron: la velación, es decir, la expresión pública del cariño y amor del pueblo. Y quieren también tenerlos cerca, en el cementerio, para poder "visitarlos". Con este proceso "estamos cerrando una herida muy honda en los corazones del pueblo", me cuenta Carmen Elena, que con el P. Rogelio y otras personas, continúa acompañando al pueblo en estos no menos duros años de postguerra, pobreza, injusticia y olvido.
El proceso es el siguiente. Primero se hacen los trámites legales en el Juzgado de Paz y con Medicina Legal. Una vez obtenido el permiso y acordada la fecha, los funcionarios de Medicina Legal, junto con los familiares de las víctimas y las comunidades que los acompañan, realizan la exhumación. La expectación es fuerte. La emoción no se puede contener. Brotan las lágrimas. En la exhumación de Hernán Ramos, el hijo de Terencia, sus restos ya estaban cubiertos de raíces. Los expertos de Medicina Legal reconstruyen los restos y posteriormente son colocados en una cajita, como las que se utilizan en los entierros de los niños. Después, toda la comunidad y los familiares se dirigen en procesión al templo donde se realiza la vela: oraciones, cantos, reflexiones. "Recordamos los ideales por los que estas personas entregaron sus vidas… Si ahora vivimos en paz, si tenemos cooperativas, si realizamos proyectos, si donde antes había una cárcel ahora hay una casa de la cultura, si podemos expresar nuestras ideas y sentimientos sin temor… es gracias a estas personas que hoy estamos velando".
Es importante señalar que este acto de velación se convierte en lección viva de memoria histórica. Hay muchos jóvenes presentes, que aun no habían nacido cuando Hernán y tantos otros murieron. La vela es para ellos la oportunidad de "ver y tocar" lo que hasta entonces sólo les habían contado. Como en toda vela, no pueden faltar los tamales, el café, el pan. En esta zona es costumbre comer un buen plato de arroz con pollo y tortillas. Todas las familias "dolientes" son pobres, así que todos los gastos son compartidos por las comunidades: de un lugar traen los tamales, otros se rebuscan para conseguir el pan, otra comunidad el café. Una bella experiencia de solidaridad y acompañamiento. Finalmente, los restos de los "caídos" son trasladados al cementerio. Y allí son enterrados nuevamente, ahora con la presencia de sus familiares y su pueblo. Son enterrados en una tumba colectiva. En un futuro, con el apoyo de la alcaldía, se proyecta hacer un monumento que recuerde a las futuras generaciones quiénes son los que ahí están enterrados y por qué murieron.
Contrario a lo que se pudiera pensar, el proceso de exhumaciones no ha supuesto abrir nuevas heridas y rivalidades entre la población. Al contrario, se vive una experiencia de unidad como nunca. Ni las diferentes visiones políticas ni las diferencias confesionales religiosas son impedimento para que la gente se una y acompañe a las familias en este proceso.
Me pregunto qué hubiera dicho Monseñor Romero si hubiera estado presente
%lo está ciertamente% en la vela de Hernán y las compañeras y compañeros del norte de Morazán. Me lo imagino allí, entre la gente campesina, como uno más, diciendo:"A quienes caen en la lucha, con tal que sea con sincero amor al pueblo y en busca de una verdadera liberación, debemos considerarlos siempre entre nosotros" (27 de enero de 1980). "No pensemos, hermanos, que nuestros muertos se han apartado de nosotros; su cielo, su recompensa eterna, los perfecciona en el amor, siguen amando las mismas causas por las cuales murieron. Lo cual quiere decir que en El Salvador esta fuerza liberadora no sólo cuenta con los que van quedando vivos, sino que cuenta con todos aquellos que les han querido matar y que están más presentes que antes en este proceso del pueblo" (2 de marzo de 1980).
Hubiera dicho lo que dijo en la vela de José Roberto Valdez, un joven organizado que murió asesinado en una de las muchas masacres de los años anteriores a la guerra: "El Pastor tiene que estar donde está el sufrimiento y yo he venido a llevar la palabra de consuelo para los que sufren, a expresar la condolencia a la familia doliente" (30 de octubre de 1977).
"Ahora ya me siento más tranquila", son palabras de Terencia, luego de concluir todo este proceso de duelo. Terencia "perdió" tres hijos en la guerra. A Hernán ya lo tiene cerca. Otro de sus hijos será exhumado en los próximos días. Del tercero que "cayó" en Usulután, no sabe donde fue enterrado. Terencia tiene cerca de 70 años. A pesar de la edad, la artritis y el dolor de los hijos perdidos, no ha perdido el buen humor que le caracteriza. No hay odio en sus ojos ni en sus palabras. Terencia está a cargo de un grupo de niñas y niños de la catequesis, asiste a la escuela de pastoral porque todavía quiere aprender. Ahora ha podido sanar ese dolor que le oprimía su corazón. Pero para ella no ha concluido el compromiso con su pueblo y por eso dice con naturalidad y sin darle mucha importancia: "hay que seguir adelante y hacer algo por los demás".
Miguel Cavada Diez
¿Qué ha pasado en estos seis meses después del terremoto? Veamos cómo se han comportado las instituciones, qué dicen los damnificados, qué han hecho iglesias y comunidades.
Las Instituciones
Desde los primeros días sectores de la sociedad salvadoreña y de la comunidad internacional se movilizaron para asistir a las víctimas, pero no ha habido un monitoreo de la distribución de la ayuda y se conocen pocos datos. De ahí que surjan las preguntas sobre cómo ha sido distribuida la ayuda por el gobierno central y las municipalidades, qué papel han jugado los organismos no gubernamentales, organizaciones de la sociedad civil, empresa privada, iglesias y grupos religiosos, a cuánto asciende el monto prometido por los organismos financieros internacionales, cuánto se ha gestionado realmente, qué papel ha desempeñado la comunidad internacional en la reconstrucción y cuál ha sido su percepción de la distribución de la ayuda. Veámoslo.
El gobierno
El presidente Flores consideró los terremotos como "la peor catástrofe natural de nuestra historia". Desde el prncipio conformó el Comité Nacional de Solidaridad (CONASOL) que, junto con la Secretaría Nacional de la Familia (SNF), se encargaría de distribuir la ayuda a los damnificados. Según él, el manejo de la tragedia ha mostrado las capacidades del gobierno, lo cual ha sido corroborado por las encuestas.
Sin embargo, el balance que hace el presidente de su gestión peca de poco realista. Destacó la labor del Fondo de Inversión Social y de la Fuerza Armada en la construcción de 160 mil y 75 mil viviendas temporales. Insistió en que "la capacidad histórica del país de construir vivienda mínima es de 20 mil unidades al año. Hoy en escasos 110 días, le hemos dado techo a más de 225 mil familias. Es decir un cuarto de la población". Pero no le fue posible ocultar la baja calidad de los materiales de construcción y el reducidísimo espacio en el que sólo pueden malvivir los damnificados. 39 familias, en el asentamiento de Chanmico, perdieron sus frágiles viviendas provisionales bajo las fuertes lluvias de junio y vieron como los tejado volaban por el aire.
Las municipalidades
Los gobiernos locales tuvieron que involucrarse directamente en las tareas de emergencia y rescate, y después en la obtención de fondos para la reconstrucción, lo cual no fue fácil. Los funcionarios de Nueva San Salvador regresaron con las manos vacías tras un recorrido por Europa. Otras alcaldías tuvieron mejor suerte y recibieron el apoyo de la comunidad internacional con proyectos de apadrinamiento, como el apoyo venezolano destinado al municipio de Comasagua, en La Libertad.
Varios alcaldes se quejaron de la poca ayuda recibida del gobierno central, aunque, según CONASOL, se distribuyó ayuda a 171 municipios mediante los comités de emergencia municipal. Lo cierto es que la ayuda canalizada por el gobierno central a través de los gobiernos locales ha sido insuficiente. Un estudio realizado en Santa María Ostuma, Departamento de La Paz, por investigadores de la UCA, reveló que las condiciones de vida de los habitantes sufrieron un grave retroceso después de los terremotos. Buena parte de la población dice haberse beneficiado por el gobierno central en la construcción de viviendas temporales, pero es claro que las necesidades fundamentales todavía no han sido atendidas por las autoridades.
La empresa privada, ONGs y las iglesias
El gobierno inmediatamente recurrió a la empresa privada para que se encargara de recibir, canalizar y auditar la ayuda, y así CONASOL estuvo formada por eminentes empresarios ligados al gobierno. Al principio se informó de la ayuda, sin embargo, transcurridos seis meses, no aparecen datos oficiales consolidados sobre los montos de la cooperación.
Las iglesias y organizaciones no gubernamentales se han movilizado para obtener fondos a nivel nacional e internacional e invertirlos en proyectos de reconstrucción. Muchas de las ONGs se han contactado con importantes cooperantes, como la Unión Europea, para dar continuidad a proyectos de reconstrucción pos Mitch y pos terremotos. Las iglesias católica, luterana, episcopaliana y hasta grupos budistas han desarrollado proyectos en beneficio de los damnificados. No hay todavía datos del monto de las ayudas ni del trabajo realizado.
La comunidad internacional
En Washington el presidente estadounidense se comprometió a desembolsar un paquete de 110 millones de dólares para vivienda y servicio de agua. Adicionalmente, concedió una prórroga de 18 meses a inmigrantes salvadoreños mediante la aplicación de un Estatus de Protección Temporal. Como consecuencia, el gobierno salvadoreño espera un aumento de las remesas familiares de 1,750 millones de dólares a 1,900.
En la Unión Europea no todo ha sido color de rosa. Sus nuevas autoridades han aceptado su responsabilidad en el retardo de la entrega de la ayuda pos Mitch. Hasta marzo del presente año sólo se había desembolsado la mitad de los 250 millones de euros destinados para el Programa Regional de Reconstrucción para América Central. La ayuda para El Salvador tras los terremotos parece que seguirá el mismo camino, si continúa la burocratización y la falta de transparencia en la utilización de los recursos.
Los organismos internacionales
El gobierno salvadoreño llegó con grandes expectativas a Madrid para reunirse con el Grupo Consultivo. Pero, allí logró poco porque ya se habían destinado algunos fondos y por las dudas que aún permanecen sobre el manejo poco transparente de las ayudas. El BID, el Banco Mundial y el Banco Centroamericano de Integración Económica se comprometieron a gestionar nuevos fondos. La comitiva gubernamental cabildeaba unos 1,700 millones de dólares, pero regresó con la promesa de 1,300 millones, de los cuales 300 millones son préstamos ya existentes, a los que se sumaron los 110 millones de dólares concedidos por el gobierno de Estados Unidos.
¿Qué ha pasado con los fondos? Esa es la pregunta. El vicecanciller de Cooperación Externa ha dicho que se está trabajando para obtener el monto de los fondos prometidos, pues hasta ahora sólo se encontraba en ejecución el 12.6% .
Aunque la ayuda sigue llegando, no existe en El Salvador una cultura ciudadana de contraloría social que demande de sus autoridades dar cuenta de lo que se está haciendo. En esta tarea juegan un papel fundamental los medios de comunicación y que éstos informen a la ciudadanía. Por todo ello, que llegue ayuda no es fácil. Y el caso de los 11.000 quintales de fertilizantes desaparecidos lo dificulta más.
Ya son seis meses. De ninguna manera hemos regresado a la normalidad, porque tampoco eran "normales" las cosas antes de los terremotos. En las comunidades afectadas se registra la urgencia de una presencia cristiana
%de personas parroquias y demás instituciones% para hacerle frente a los desafíos apremiantes.El 23 de junio, convocadas por la Red Ignaciana de Emergencia y Solidaridad (RIDES), se reunieron 55 personas en la parroquia Madre de los Pobres para un segundo encuentro de pastoral posterremoto. Asistieron representantes de catorce parroquias y comunidades: Santa Cruz Michapa, Tenancingo, San José Verapaz, Santo Domingo (San Vicente), Nuevo Cuscatlán, María Madre de los Pobres, San Antonio Abad, Monte Tabor, Las Granadillas, Jayaque, Cuyultitán, Santa María Ostuma, Bajo Lempa y San Agustín (Usulután). Participaron también representantes del Servicio Jesuita para el Desarrollo, Talleres de la Memoria y la UCA.
El propósito del encuentro era el de compartir experiencias e ir desarrollando unas líneas pastorales adecuadas para las comunidades
%y para el país% en estos tiempos difíciles. La gente compartió los obstáculos y también sus logros y esperanzas ("luces y sombras"). Entre los obstáculos se destacan la inercia pastoral, el desánimo y las divisiones. A veces hay resistencia en la misma parroquia: no todos ven la urgencia de responder a los efectos de los desastres de los terremotos. Hay divisiones también entre grupos católicos y protestantes. Además, la alcaldía y la parroquia pueden chocar en sus esfuerzos. Las divisiones políticas e ideológicas tampoco faltan, por supuesto. Del diálogo se vio claramente lo urgente de coordinar esfuerzos y organizarse. Las comunidades organizadas avanzan; las no organizadas se estancan. Con todas las dificultades, se compartieron también historias alentadoras. Por ejemplo, en una de las comunidades organizadas de Bajo Lempa la gente ayunó en cuaresma para poder llevar víveres a otras comunidades más afectadas.En estos encuentros se ha ido desarrollando un consenso notable sobre las notas esenciales de una pastoral posterremoto. Una pastoral de acompañamiento a la altura de estos tiempos abarca cuatro "niveles": el nivel teológico (o religioso), el nivel social, el nivel personal y el nivel cultural. Los y las participantes se expresaron de la siguiente manera.
En el nivel teológico-religoso la pastoral se alimenta de la palabra liberadora de Dios; facilita el encuentro con el Dios cristiano, cercano, Padre y Madre, no castigador; rompe con esquemas de fe desligados de la realidad; anima a la gente, como aquel Jesús que dijo "Levántate y anda"; recupera la memoria martirial a la vez que escudriña los signos de los tiempos actuales; busca la utopía del Reino, luchando, desde los pobres, por un mundo más justo.
En el nivel social la pastoral promueve el desarrollo comunitario. Parte de la realidad y del análisis de la misma; promueve la concientización, la organización local y las redes entre comunidades e instituciones; así, la solidaridad supera el sectarismo ideológico y religioso. La pastoral evita el asistencialismo y la trampa de sustituir lo que corresponde al gobierno. Atiende esmeradamente a la juventud.
En el nivel personal la pastoral promueve el crecimiento integral. Estimula la participación creativa de hombres y mujeres en los procesos comunitarios. Despierta una actitud crítica en las personas.
En el nivel cultural la pastoral ayuda a la gente a conocer la historia y a contar sus propias historias; promueve los valores auténticos de la identidad cultural; resuena qué y quienes queremos llegar a ser como comunidades (utopía); promueve a la mujer y al hombre (tema del género); promueve la familia; estimula apoyo entre vecinos; cultiva el respeto a la naturaleza; aprecia el descanso y el ocio.
El grupo no quedó ahí. Sabe que les toca a las comunidades dar pasos prácticos. Para ayudar en eso, el director del Servicio Jesuita para el Desarrollo/Fe y Alegría animó a los participantes a reflexionar, más allá de la reconstrucción de casas, en el tan necesario desarrollo posterremoto. Según él, para ser integral este desarrollo debe (1) partir de las necesidades y capacidades de la gente; (2) promover el cambio social; (3) luchar contra la pobreza y sus causas; (4) organizar a la gente; (5) buscar el desarrollo sostenible, y no dependiente de recursos ajenos; (6) combinar la eficiencia institucional y la espiritualidad. Finalmente, debe ser (7) una concreción de la caridad.
Cómo ya se dijo, no podemos regresar a "lo normal". Queda mucho por caminar. Estas comunidades, como otras, seguirán reuniéndose, con esperanza y espíritu, para responder mejor, y cristianamente, a los enormes desafíos que enfrentan.
Dios no manda terremotos, ni los dos de este año, ni el terremoto permanente de la miseria y la exclusión. Sin embargo, el Dios que resucitó a su Hijo sí puede valerse incluso de estos terremotos para que el país comience a resucitar. Si los terremotos recientes nos han sacudido y nos han despertado a la realidad, tal vez será más fácil reconocer ahora a Dios entre nosotros, trabajando entre los escombros a la par de los damnificados. No nos dejemos desanimar, ni nos dejemos engañar por quienes buscan sus intereses mezquinos. Que sepamos acoger el Espíritu de Dios, presente y trabajando entre nosotros, y corresponder con valentía.
Dean Brackley
En el asentamiento Villa de La Esperanza, San Juan Opico, viven 800 familias damnificadas. La YSUCA fue a entrevistarlas el 7 de julio, y esto es lo que dijeron.
"Mi nombre es Salvador Ernesto López. Soy miembro de la directiva de Comunidad Agua Fría de villa La Esperanza,. Sí, nosotros estamos, pues, agradeciéndole al Gobierno primeramente, por darnos esta valiosa oportunidad de obtener un pequeño lote para nuestras viviendas y a la vez, pues siempre confiados en que nos van a ayudar en el proceso de reconstrucción. Pero tambien tendría que tomar en cuenta que hay muchas gentes que a través de los dos terremotos perdieron su trabajo, y esas cabezas de hogar no aportan ese trabajo, no lo tienen. Y es por eso que de esta manera a través de esta radio (YSUCA) nosotros les hacemos un llamado que nos puedan dar facilidades para poder obtener granos básicos, ropa para los niños, papelería, útiles, porque nosotros como padres de familia que no contamos con un trabajo, no podemos comprarles a los niños ropa o útiles.
Hay personas que están embarazadas, hablando del sexo femenino, y que no hay transporte, desafortunadamente por la misma situación, cuando hay que trasladarlas al hospital de Maternidad, al San Rafael. Y luego los ancianos, gente que no puede valer por sí mismos, Entonces pedimos a ustedes que hagan un llamado al alcalde de San Juan Opico, a la Secretaría Nacional para la Familia, la Cruz Roja Internacional y algotros organismos internacionales que nos puedan colaborar en esa area: el alimento ¿verdad?".
"No, ahorita no hay empleo. La mayoría no está trabajando... Programas para capacitar insertarnos a la vida productiva, ahorita no. Que van a construir maquilas, nos han dicho. Pero no sabemos en qué fecha... Nos han dicho que dentro de unos dos meses van a empezar a construir las viviendas, las casas ya propias, las que van a quedar, porque éstas de ahora las bota el huracán... Bueno, tenemos esperanza de que algún día vamos a tener la casa que no se nos va a caer. No tenemos otra cosa que estar esperando".
"Allá perdimos todo con el terremoto. Mire, lo que más se necesita aquí es que aquí azota mucho el huracán. Entonces lo que se necesita aquí, es la construcción de las casas, porque los huracanes, los remolinos, aquí estamos sufriendo bastante por los huracanes. Lo que necesitamos muy pronto son las casas... No ahorita, no hay empleos, no hay nada. A nosotros nos dijeron que nos iban a llevar a un trabajo con una construcción, pero fue por gusto, pues alli estuvimos esperando, pero nada... Mire ahorita estamos, como le digo, sufriendo, estamos aguantando hambre. Necesitamos ayuda del Gobierno, porque aquí comida ya la que dieron ya se terminó. Aquí estamos nosotros, que dicen ellos que nosotros no salgamos, y lo que necesitamos son víveres, porque tenemos bastantes niños y no hallamos ni cómo hacer".’
Primer programa: organizar las respuestas
a las necesidades prioritarias
La Iglesia no puede ser ajena a la calamidad en que han quedado miles y miles de familias salvadoreñas. Junto con otros organismos, debemos ser capaces de encontrar respuestas a la problemática de vivienda, de tierra, de servicios básicos, de empleo, de producción %especialmente en el área rural%, de salud y de recreación de la niñez y la juventud. Estas necesidades deben ser atendidas por la Iglesia, que debe unir sus esfuerzos con los de otros organismos.
No se trata de sustituir al Estado ni de convertir a la Iglesia en una ONG. De lo que se trata es de apoyar los esfuerzos municipales y regionales para encontrar respuestas conjuntas. Al asumir esta misión, la Iglesia debe contribuir a que las respuestas que vayan apareciendo no queden ni aisladas ni dispersas. Debe trabajar porque se integren en programas conjuntos en los que se coordinen los aportes municipales, los aportes del gobierno central, los aportes de ONGs nacionales e internacionales, y los aportes propios de los organismos de la Iglesia. En este esfuerzo conjunto, el aporte específico de la Iglesia debería ser velar para que se priorice a la gente que más ha sufrido.
La Iglesia debe comprometerse con la búsqueda de respuestas a las necesidades prioritarias de la población:
1) Integrando las respuestas en programas conjuntos de las diversas instancias que trabajan en la reconstrucción y el desarrollo. Evitando respuestas dispersas y aisladas. Y procurando que en todos los programas los municipios y las comunidades sean principales conductores, responsables y protagonistas.
2) Organizando eficazmente sus aportes propios desde sus organismos de pastoral social y de Cáritas.
3) Velando para que los primeros beneficiarios de los programas de reconstrucción sean los más necesitados, los más vulnerables, los más empobrecidos por la tragedia.
Segundo programa: educar a la población beneficiaria
La meta debe ser no sólo reconstruir viviendas y cantones, sino construir personas y comunidades nuevas. La Iglesia debe comprometerse con programas y proyectos de reconstrucción y desarrollo que prioricen a las personas %que son el templo de Dios%, que sienten las bases para que no se reproduzcan errores e injusticias que causaron tanta vulnerabilidad social y económica.
Para la Iglesia debe ser esencial que todo programa o proyecto de reconstrucción y desarrollo esté vinculado a un programa de formación que tenga en cuenta la ética, el medio ambiente, la historia y la cultura, la perspectiva de género, los derechos humanos, la sicología y el acompañamiento postraumático. Estos programas deben estar vinculados con escuelas de formación insertas en programas institucionales de universidades %la UCA, por ejemplo%, que aseguren un seguimiento y un reconocimiento a quienes participen en los procesos de formación.
Tercer programa: organizar a la población
para que participe en las decisiones
Para la Iglesia la gente debe ser siempre lo primero, debe estar en el en el centro. La organización y el involucramiento de la gente en las decisiones de la reconstrucción es la condición de posibilidad para un verdadero desarrollo y reconstrucción de las comunidades y los municipios devastados por los terremotos. Actualmente, en las comunidades y en los municipios deciden muy pocas personas, y entre quienes deciden casi todos son adultos varones. Las mujeres, la juventud, los niños y las niñas no son tenidos en cuenta para nada... o para casi nada. La información se queda siempre en ese pequeño círculo que monopoliza las decisiones, tanto las que tienen que ver con el presente como las que se enfocan al futuro.
Esta estructura de poder, que concentra la información y las decisiones es fuente de exclusiones, de autoritarismo y también de corrupción. Poner en marcha programas de reconstrucción sobre esta base organizativa sólo significa reforzar más la desigualdad basada en la dominación y las injusticias. La Iglesia debe contribuir comprometidamente a diseñar y a poner en marcha programas que permitan involucrar a toda la comunidad y a todo el municipio en el proceso de reconstrucción y desarrollo. Para lograrlo deben organizarse procesos de consulta a todos los sectores de la población y abrir canales para informar de las ofertas que se reciben, de los recursos con que se cuenta, de los problemas que se presentan, de las dudas y de los riesgos. La Iglesia debe insistir, oportuna e inoportunamente, en la inclusión de los sectores tradicionalmente marginados en las comunidades: mujeres, ancianos y ancianas, jóvenes, niños y niñas.
Cuarto programa: coordinar,
concertar y hacer alianzas con otros sectores
Hoy en día, un municipio que quiera salir adelante por sus propios medios fracasará. Es un suicidio aislarse. La coordinación y la alianza de las comunidades y los municipios con sectores externos, comenzando por la alianza con los municipios circundantes, resulta estratégica para definir un plan de desarrollo, si no regional al menos micro-regional.
Esta alianza debe tener como base la búsqueda de respuestas conjuntas a las necesidades prioritarias de los municipios y la voluntad de hacer de la población de las comunidades la gestora y conductora de su reconstrucción y de su desarrollo.
Desde las alianzas estratégicas entre municipios se definirán las relaciones con el gobierno central: de coordinación o de presión, según sean los momentos y las necesidades. También deberá definirse desde esas alianzas la concertación con ONGs nacionales e internacionales para que actúen como aliadas y facilitadoras, con aportes que estén realmente insertos en una visión de conjunto y tengan como base el protagonismo de la población de los municipios y el de las instancias municipales.
Un proceso así contribuirá a enriquecer en la práctica, en lo concreto, el concepto de descentralización, que no debe partir de arriba y de afuera sino de abajo y de adentro de los municipios.
Como Iglesia, tenemos la responsabilidad de reflexionar en el riesgo que representa trasladar funciones y tareas a los municipios, cuando en éstos se mantienen las tradicionales bases centralistas, patrimoniales, verticales, autoritarias, caudillescas y caciquiles que han prevalecido históricamente en El Salvador. Si así lo hiciéramos, sólo estaríamos contribuyendo únicamente a profundizar desigualdades, autoritarismos, corrupciones y poderes injustos. Tendríamos en el poder de los municipios a la misma gente pero con más poder y recursos, y mantendríamos en la exclusión a la misma población expoliada, ahora más sometida y vulnerable a los chantajes.
La Iglesia debe contribuir a que la descentralización surja de los municipios y de las regiones, y a que surja de procesos internos de participación de las comunidades, que se vayan sumando con metodologías de debate y de toma de decisiones efectivamente comunitarias.
Quinto programa: fiscalizar, denunciar
y defender los derechos de la población más indefensa
Todos los programas de reconstrucción y de desarrollo en que la Iglesia se comprometa han de contar con instancias de fiscalización desde los cuales la comunidad controle los recursos que se invierten en los diversos proyectos. Deben existir redes de contraloría y seguimiento de los recursos y de los proyectos %los que se apoyan desde el exterior y los nacionales% para asegurar transparencia en el uso y el manejo del dinero y de los materiales, y para crear condiciones que eviten dinámicas poco transparentes, desvío de recursos y actos de corrupción.
La Iglesia debe apoyar la organización del municipio hasta hacerlo capaz de descubrir y denunciar los mecanismos que favorecen la corrupción y a las personas que la promueven y la practican abusando del poder y beneficiándose del tráfico de influencias. Para lograr esto, sería muy útil comprometernos en la creacción e instalación de oficinas de Socorro Jurídico, con procuradores populares, como instancias para fortalecer la educación de la población en la promoción y defensa de los derechos humanos, en la denuncia de las injusticias, en el control de la corrupción, y en la protección de los intereses de los más pobres.
Todo esto supone la base de un análisis local, regional y nacional y un uso adecuado de los medios de comunicación masiva. Debemos capacitar a gente de las comunidades en el uso de los medios, para que sean capaces de descubrir y de identificar las situaciones anómalas, de recoger los datos para convertir los hechos en noticias interesantes y destacables para ser divulgadas en los medios de comunicación.
Sexto programa: celebrar la vida y recuperar la memoria histórica, especialmente la de nuestros mártires
La Iglesia ha de acompañar el proceso de reconstrucción y desarrollo de las comunidades aportando el valor y la fuerza de la espiritualidad cristiana, que nos enseña que el Señor está siempre presente, que acompaña nuestros logros y nuestros fracasos, que camina con nosotros y que tiene fuerza para calmar cualquier tempestad. La Iglesia no debe dejar de recordar a quienres murieron, fueron matados y dieron sus vidas, semillas que quedaron enterradas bajo los escombros de otros momentos de nuestra historia y que siguen germinando a diario para fortalecernos y darnos esperanza.
La Iglesia debe elaborar y proponer una liturgia apropiada para tiempos de desastre y reconstrucción, debe programar actividades celebrativas y litúrgicas apropiadas a estos tiempos, con las que acompañar todos los programas de este Plan. Y debe programar encuentros entre las comunidades, entre las parroquias y entre los municipios para ampliar la mirada de la gente e ir tejiendo redes de hermanamiento que hagan que la gente se sienta menos sola, más acompañada y más segura de que alcanzará las metas propuestas.
Séptimo programa: promover el descanso y la recreación
de quienes trabajan en la reconstrucción
El trabajo resulta más agotador y desgastante si carece de visión y si olvida la utopía a la que aspira, que es lo que le hace trascender lo cotidiano y la trampa de lo pequeño y rutinario. Al igual que "la ociosidad es la madre de todos los vicios", el trabajo agotador sin ilusión es caldo de cultivo para las desviaciones y las salidas no sanas a los problemas.
El descanso personal y en comunidad, vinculado a actividades recreativas de tipo cultural y deportivo, a fiestas comunitarias, es reparador y oxigenante y es ocasión para encuentros fraternos. La Iglesia debe empeñarse en asumir la dimensión del descanso y de la fiesta, convencida de que son piezas esenciales para la construcción de comunidades nuevas.
Ismael Moreno, sj