Carta a las Iglesias, AÑO XXI, Nº485, 1-30 de noviembre de 2001

"No hay duda, que el pueblo quiere seguir celebrando la esperanza" (Alvaro Rivas, Comunidad Lupita, La Libertad)

XII aniversario

 

 

 

 

INDICE

EDITORIAL: "Celebración política"

 

HOMILIA: "Queremos ver a Jesús"

 

CARTAS: Carta a Ignacio Ellacuría

 

REALIDAD NACIONAL: Memoria subversiva y olvido interesado

 

DERECHOS HUMANOS: Situación jurídica del caso jesuitas

ALFOMBRAS: Monólogo de la sal

FOTO-REPORTAJE: La voz de la justicia: nadie la puede matar ya

XII ANIVERSARIO: Celebraciones

REFLEXION: Un minuto de Silencio

COMENTARIOS: Afganistán. La verdad está en los ojos de un niño moribundo

IGLESIA AFRICANA: San Munzihirwa de Africa

RINCON POÉTICO: La UCA y el pueblo herido

 

 

 

 

 

"Celebración política"

Lo pongo entre comillas no para desvirtuar la expresión, sino para recalcar que eso es precisamente lo que ocurrió en el XII Aniversario.

"Celebración". Aunque parezca lo contrario, no abunda en el mundo del poder y la abundancia. Whiskey importado, viajar a Miami o Europa es una cosa, pero sentirse a gusto, como en casa, con otros seres humanos es otra. Y eso es lo que ocurrió en la vigilia. Se juntó mucha gente, con libertad, con disposición a oír y hablar de cosas buenas. Además, venían en grupos, en comunidad, unos con otros, no unos contra otros, ni unos más que otros –como se nota en seguida en las celebraciones de los pudientes. El café y los tamales eran los mismos para todos.

"Celebración" también eucarística. Casi dos horas parados y nadie se movía. La verdad que decían las lecturas, la homilía, las peticiones, daba gusto escucharla en un país en el que la verdad es rara mercancía. Arriba en el altar, 50 sacerdotes, no en pose hierática y solemne, sino fraternal, como si de amigos se tratase, y de generaciones diferentes. Abajo, no distanciada, ni distante, la gente, quizás diez mil personas. Mejor o peor, cantaban y oraban a Dios a su modo. Y recordaban, es decir, "volvían a pasar por el corazón", a las personas que más han querido, a sus familiares mártires, a los de la UCA, también a las lejanas víctimas de Afganistán. "Celebración" sin gozo es pura convención social, ficción en definitiva. En la UCA había gozo y, por ello, celebración.

"Política". Es difícil, sino imposible, recuperar el significado de la palabra. "Política" es lo que hacen los políticos. No es cosa muy buena, por lo tanto, y, en cualquier caso, no es de fiar. Pero recordémoslo: política viene de polis, ciudad, los seres humanos juntos y relacionados en sociedad. En ese sentido, ciertamente, en el aniversario había "pueblo". Las miles de personas allí presentes no estaban juntas como en una partida de futbol o en un concierto de rock, con la euforia y hasta histeria de la ocasión, aplaudiendo ídolos, sino que estaban unidos entre sí por sentimientos más hondos, más profundos, más humanos: la dignidad, la esperanza y el compromiso –mayor o menor– de construir un pueblo nuevo. Así hacían política

Con algunas excepciones –de agradecer– no estaban allí los grandes del país, ni menos los que, en su día, algo o mucho tuvieron que ver con hacer de este pueblo un pueblo martirizado. Los que no estaban son, además, los que repiten desde el ejecutivo, la asamblea, el sistema judicial y el gran capital, que nada se puede hacer ya para juzgar a criminales y asesinos, los de Monseñor Romero y Monseñor Joaquín Ramos, los de Julia Elba y Celina, los de El Mozote, los de la UCA... "Ha prescrito". "No podemos violar la constitución", dicen con cara de infinita seriedad. "Lo del hombre y el sábado" de Jesús no lo acaban de entender –aunque la UCA mantiene que incluso "según el sábado" pueden y deben ser juzgados.

El pueblo lo ve todo de otra manera. Leyendo estos días, por coincidencia, una biografía de Pedro Casaldáliga, cuenta el autor que en 1986 asesinaron a Josimo, sacerdote amigo de don Pedro y defensor de los campesinos. El asesino anda libre, y el autor –extrañado porque viene de fuera– comenta: "Para la gente del lugar, Bico do Papagaio, no hay misterio alguno. Nombres, apellidos, cómo, cuándo y por qué. Lo saben todo, pero no sirve de nada". Igual que aquí.

"Popular", por último, porque Dios nos hizo pueblo, no élite. Así nos quiere, no separados ni divididos entre los que tienen, opresores, y los que no tienen, oprimidos. Y así, unidos, parecía sentirse la gente el día de la vigilia. Había tamales para todos, y eran para todos por igual. A ese Dios "popular" rezaba la gente en lo profundo del corazón.

"Volveremos el año que viene", oíamos, y eso sólo se dice cuando ha habido celebración. Es una pena que no entiendan esto los que para celebrar necesitan whiskey importado o tener que salir en los periódicos. Celebrar, el gozo de lo humano, no se enseña en cualquier parte, ni en Nueva York ni en Oxford. Aquí entra por ósmosis, sin darse uno cuenta, cuando recordamos a la mejor gente que hemos tenido en el país.

 

 


 

 

"Queremos ver a Jesús"

Homilía de Rodolfo Cardenal S.I.,

15 de noviembre de 2001

Hermanas y hermanos, estamos reunidos esta noche para conmemorar un aniversario más de los mártires de la UCA, pero también para recordar y conmemorar a los mártires de El Salvador, que forman una constelación. No podemos olvidar a ninguno de nuestros mártires.

Queremos también, esta noche, hacer un recuerdo agradecido del congresista Joe Moakley quien murió a mediados de este año. El congresista Moakley fue el que más trabajó por la verdad sobre el asesinato de la UCA y el que más se aproximó a ella hace doce años. Todavía resuenan sus palabras en el auditorio de esta universidad, cuando le dijo al entonces general Ponce que tenía un problema dentro de la Fuerza Armada, es decir, que los asesinos estaban dentro. El congresista Moakley fue de los primeros en preocuparse por brindar protección legal a los salvadoreños que habían emigrado a Estados Unidos. Al hacer un recuento de su larga vida política, Moakley consideraba que el mayor éxito de su carrera había sido averiguar un poco de la verdad en el caso de los jesuitas y que ese caso había cambiado su vida.

También, queremos recordar esta noche a las víctimas de los terremotos y a las víctimas de todos los terrorismos. De los terrorismos de Nueva York y Washington del 11 de septiembre y de los terrorismos que se dan en Afganistán, en África y en otras partes del mundo.

¿Qué tienen en común mártires y víctimas? Nuestros mártires, las víctimas del terremoto y las víctimas de los terrorismos tienen una cosa en común, que una injusticia les ha arrebatado la vida y se las ha arrebatado de manera violenta, y la impunidad con la que actúan sus agresores. Es una injusticia que utiliza la violencia para negar la vida a quienes tienen derecho a ella y a quienes están indefensos ante la agresión.

Estábamos, y creo que a veces todavía seguimos estando, deslumbrados por los avances tecnológicos, por las nuevas tecnologías, por la facilidad de las comunicaciones y por la rapidez con la que se mueven los capitales alrededor del mundo y por otros avances. Estábamos deslumbrados por la globalización de los mercados, de las finanzas, de los viajes. El poder derivado de estos avances, en sí buenos, en sí positivos, porque hacen la vida más fácil, nos tenía entusiasmados a bastantes de nosotros. Pero nos habíamos olvidado que detrás de esos avances o en esos avances también estaban el poder y el dinero, que hay un deseo insano de tener más poder y más dinero. Y fue una ilusión vana que los terremotos, en nuestro caso, y el terrorismo, tal como se ha manifestado ahora en el mundo, nos han llevado a ver las cosas de otra manera. Todavía hay pecado y pecado grave, pecado que da muerte. Creíamos que habíamos alcanzado la perfección, que el capitalismo y su democracia eran la respuesta para todos los problemas. Habíamos olvidado que detrás de esas perfecciones, había un poder que destruye, que destruye sobre todo a los débiles.

Cuando nos piden que olvidemos, que solo miremos los avances y los progresos, los cuales además son magnificados a propósito, nos están pidiendo que no pongamos atención a las maldades que hace el poder ni a las maldades que hace el dinero, que no veamos la destrucción que causan, que demos la espalda a la injusticia institucionalizada, que ejerce violencia sobre los débiles y sobre los pobres.

Este año la conmemoración de los mártires de la UCA y de los mártires de El Salvador coincide con una audiencia en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en Washington, en la cual se hablará del caso de los jesuitas y del caso Monseñor Romero y de otros casos de El Salvador. Y se hablará también de cómo en esos casos ha sido negada la justicia por las autoridades salvadoreñas. La audiencia tiene razón de ser, porque, tal como lo dijo la Ministra de Relaciones Exteriores recientemente, se ha decidido no abrir el caso para investigar a los autores intelectuales del asesinato de los jesuitas porque eso traería el caos al país. Esta declaración confirma que la decisión es política y no judicial. Esto significa que en El Salvador, la administración de justicia depende todavía de criterios políticos. No es extraño, entonces, que el Fiscal General de la República, a quien por ley le corresponde investigar, se niegue a ello.

Antes que la Ministra, el mismo Presidente Flores, al conocerse la resolución anterior de esta comisión sobre el caso, que mandaba reabrirlo, dijo en tono de amenaza que, si se abría, El Salvador volvería a sangrar. Según esta afirmación, resulta que ahora las víctimas son las culpables de derramar sangre, cuando fue la suya la que ha sido derramada. Es así como el poder niega la justicia cuando así le conviene. En teoría, El Salvador no estaría preparado aún para administrar justicia, lo cual es falso, porque ni se crearía caos, ni se derramaría sangre. Ese es el pretexto para proteger a los culpables de estos asesinatos. En este sentido, estaríamos todavía en un país muy poco democrático, donde hay muy poca seguridad jurídica, porque ésta depende siempre de la conveniencia del poder y del capital.

La justicia es un derecho inalienable, es decir, no está subordinado a las conveniencias del poder y muchos menos cuando ese poder no es ejercido conforme al derecho y conforme a la verdad. Las víctimas de los terremotos nos han recordado lo viejo que es este El Salvador que nos han querido presentar como nuevo. Nos recuerdan la vulnerabilidad, pero no la vulnerabilidad creada por el sismo en sí mismo, sino la vulnerabilidad creada por unas estructuras injustas. Las casas que se han caído mayoritariamente son las de los pobres, los hospitales que se han caído son los de los pobres, las escuelas y las iglesias que se han caído son las de los pobres, porque los pobre no tienen con qué construir sólida y seguramente.

Las víctimas del terrorismo del 11 de noviembre recuerdan la vulnerabilidad del poder y del dinero. El poder y el dinero no lo son todo, no dan la seguridad. Nos han advertido, han advertido al mundo entero, que algo importante no marcha bien. Algo importante no marcha bien porque la desigualdad entre los países ricos y los países pobres es demasiado grande, es escandalosa. La cantidad de gente que muere, sobre todo de niños y mujeres, por falta de atención es un escándalo que clama al cielo. Las discriminaciones étnicas por motivos religiosos, por género, por orientación sexual son también escandalosas.

El Salvador quedó en ruinas después de los terremotos. El afiche del aniversario de este año nos lo recuerda. Pero en realidad, El Salvador ya estaba en ruinas, los terremotos únicamente sacaron a la luz la podredumbre que teníamos dentro. El 11 de septiembre y sus secuelas han dejado al desnudo la crisis del mundo, una crisis que, en pocas palabras, podemos resumir como una crisis de egoísmo.

Ante este panorama desolador debemos preguntarnos, tal como se pregunta el afiche de este año, qué quiere Dios de cada uno de nosotros y de todos nosotros como comunidad, como Iglesia y como pueblo salvadoreño. Estamos ante la necesidad de buscar cuál es la voluntad de Dios para nosotros. Tenemos dos opciones, reconstruir lo que teníamos y seguir igual o intentar hacer algo nuevo y mejor, de acuerdo al reino de Dios y a las aspiraciones que todos y todas nosotros tenemos.

Los mártires señalan un camino, son un punto de referencia obligatorio en esta tierra de mártires. Son una luz en estos tiempos de oscuridad y desencanto, son un punto de esperanza en estos tiempos de tanta frustración y de tanta turbulencia. Por eso, precisamente, nos hemos reunido aquí, para recordarlos y para levantar la mirada hacia esa luz que nos ilumina y nos reconforta. Una luz que no podrán arrebatarnos o apagar.

Los mártires dedicaron su vida y la perdieron ahí donde estaba la encrucijada de la historia de El Salvador de su época. A nosotros nos toca ahora cargar con la encrucijada de nuestra propia historia: ¿qué vamos a hacer ante las víctimas de los terremotos? ¿Qué vamos a hacer ante las víctimas de la humanidad? ¿Qué vamos a hacer nosotros ante la ruina en la que estamos viviendo? Ruina económica, social, política y moral.

Los mártires entregaron su vida a la causa de la vida, dejaron que se las arrebataran para que a otros no se la arrebaten. Tendremos que preguntarnos si también nosotros estamos en la misma disposición que los mártires que hoy conmemoramos. Con seguridad a nadie se la habría ocurrido que en una universidad pudiera haber mártires. Eso demuestra que cuando se pierde la vida para que las mayorías tengan vida, a uno también le pueden arrebatar la vida ahí donde quiera que esté. El que se entrega al servicio de los demás sabe que éste se puede volver una carga muy pesada, porque la necesidad es mucha y la gente demanda si cesar.

Es el grano de trigo que se deshace, y en ese deshacerse, entregándose, da mucho fruto, la cosecha es abundante. Este deshacerse y entregarse a las necesidades de los demás es la negación más radical de sí mismo y, en este sentido, la negación más radical del egoísmo capitalista, que tiende, por su naturaleza, a acumular dinero y poder. Su resultado es la injusticia institucionalizada y el atropello del débil. En cambio, cuando lo que priva es la disposición a la apertura, a la entrega y al servicio, lo que surge es la solidaridad e incluso la fraternidad. Esto presupone tener siempre delante, no mi ambición de poder, no mi deseo de tener o acumular, sino el deseo de servir, el deseo de entregarse sin reservas y hasta el extremo.

El grano de trigo no se debe dejar caer por resentimiento, ni por frustración, con cólera o por vanidad, porque entonces se vuelve estéril desde el principio, no da fruto. El grano de trigo debe dejarse caer por amor. El amor surge cuando se ha sido afectado por el sufrimiento de la humanidad, por el sufrimiento de los pobres, por el sufrimiento y el abandono de las víctimas. Entonces es cuando nace la compasión y nace la entrega amorosa.

La caída y la germinación del grano de trigo no cobran su fuerza del odio o del deseo de venganza, sino del amor; aunque siempre se trata de un amor difícil por ser un amor exigente. Pero sólo así es posible ver a Jesús. "Queremos ver a Jesús" pidieron los griegos del evangelio que leíamos esta noche, y Jesús les habla de su propia entrega. Sin duda, nosotros también queremos ver a Jesús y vamos a pedir en esta oración comunitaria, en torno a la mesa del Señor, que nos muestre a Jesús. Sin embargo, de antemano sabemos que a Jesús sólo lo encontraremos en la propia entrega.

Jesús mismo nos está diciendo esta noche de vigilia, a través de su palabra y su mesa compartida, que lo estamos viendo en sus mártires, en su entrega sin reservas, en su humillación y su triunfo, en el fruto inmenso que han traído a esta comunidad y a este pueblo y a esta Iglesia salvadoreña. Esa es la razón profunda de nuestra alegría, de por qué los recordamos y de por qué todavía pedimos justicia, de por qué esta reunión debiera despertar un deseo profundo para luchar por vivir como ellos nos han enseñado, entregando la propia vida, no la de los demás. En este esfuerzo encontraremos a Jesús y Él nos animará y nos indicará el camino y nos dará la fuerza necesaria para recorrerlo. No podemos olvidar a nuestros amigos y amigas, a nuestros maestros y maestras, a nuestros mártires.

Israel siempre recuerda las opresiones que sufrió y las liberaciones que Dios protagonizó con brazo extendido y mano poderosa. Jesús, al despedirse de sus amigos y amigas, les dejó como recuerdo el partir el pan y bendecir la copa, en comunidad. Hagan esto en recuerdo mío, les dijo al final. El cristianismo siempre ha recordado a sus mártires y con ellos, las circunstancias de su martirio, de la injusticia y la humillación que este importa y la certeza de que Dios, al igual que a Jesús, una víctima más del poder injusto y opresor, les ha dado la vida eterna levantándolos de la muerte.

Lo que somos, en buena medida, se lo debemos a los mártires. Por eso no los podemos olvidar, ni podemos olvidar las circunstancias de su asesinato. Pero nuestro recuerdo es un recuerdo agradecido por su vida, por su generosidad y por su entrega sin reserva. Por eso, la conmemoración del quince y dieciséis de noviembre es festiva. Por eso también hoy estamos de fiesta. En el fondo, celebramos la victoria sobre la muerte del Dios que resucitó a Jesús, víctima de una injusticia.

El mantener estos dos extremos, el recuerdo y la fiesta, el dolor y la alegría, puede parecer paradójico, pero es la misma paradoja del grano de trigo, que para dar mucho fruto primero se entrega a la tierra. En Dios está puesta nuestra esperanza y sólo en él podemos confiar, como en la esperanza de los mártires. Por lo tanto, hermanos y hermanas, abandonémonos en las manos de Dios y confiemos en Dios. Así sea.

San Salvador, 15 de noviembre de 2001.

 

 


 

 

Carta a Ignacio Ellacuría

Querido Ellacu:

Un año más de venturas y desventuras. Las de estos días son grandes. Primero la barbarie de las torres. Ahora, un país muy pobre, Afganistán, con veinte años de guerra, sufrimiento y pobreza, está siendo bombardeado inmisericordemente, en el sentido más literal de la palabra, "sin misericordia". Está al borde de un desastre humano. Entre seis y ocho millones de afganos se enfrentan a la escasez de alimentos, lo que puede causar la muerte de miles de personas. Son cifras del Alto Comisonado de las Naciones Unidas para los Refugidados (ACNUR). Y a la tragedia no se le ve fin. ¿Estamos ante otra Rwanda?

Esta es la desventura. Pero además se nos exige a todos –so pena de caer en anatema– que la respaldemos, con orgullo, con la convicción de que de esa manera hacemos el bien. Porque –al fin y al cabo– casi nunca nos ha importado la suerte, es decir, la vida y la muerte, de esos pueblos alejados de nuestra tradición occidental, no del todo humanos como nosotros. Con prepotencia se nos exige ayudar a la "globalización" de la barbarie, la de bombas, hambre y frío –la otra globalización, la de la justicia, misericordia y verdad, tendrá que esperar.

Con firmeza hemos condenado lo de las torres, pero ante lo de Afganistán, lo que primero recuerdo es tu audacia en el análisis de la superpotencia del norte y tu audacia para decir la verdad. En 1989, en tu madurez, dijiste algo que a nadie se lo he vuelto a oír: "Desde mi punto de vista –y esto puede ser algo profético y paradójico a la vez– Estados Unidos está mucho peor que América Latina. Porque Estados Unidos tiene una solución, pero en mi opinión, es una mala solución, tanto para ellos como para el mundo en general".

Y como contrapartida utópica, seguiste con estas palabras, igualmente audaces: "En cambio en América Latina no hay soluciones, sólo problemas; pero por más doloroso que sea, es mejor tener problemas que tener una mala solución para el futuro de la historia". ¿Hay alguien que te haga caso hoy, aun entre los que te honran como pensador eximio y negociador eficaz?

Volvamos a Afganistán. Y ya que estamos en una capilla, digamos que, ni la Iglesia en su conjunto ni la jerarquía, ha estado a la altura. Ha habido excepciones, gracias a Dios, y de ellas vivimos: la condena de obispos brasileños, de Pax Christi internacional, de los jesuitas de la revista America... Y ha habido cosas hondas: el rechazo a la venganza y el perdón en Estados Unidos de familiares de las víctimas.

Quiero decirte, Ellacu, que en esos gestos ustedes, los mártires, con los que nuestra civilización no sabe qué hacer, están vivos y vivificantes. Son los que nos mantienen y redimen, desde dentro, cargando con el pecado de este mundo. Y hacen un poco más difícil que se cumplan las palabras de la Escritura: "Por causa de ustedes, mundo occidental, cristiano y democrático, se blasfema el nombre de Dios entre las naciones".

Una segunda cosa quisiera decirte. Ahora se habla de un "nuevo orden mundial". Pero no nos dicen qué es ese "orden": si es "la buena disposición de las cosas en el mundo", "la armonía de lo humano" –lo bonito del orden–, o si es, simplemente, la distribución del poder geográfico, económico, militar, ideológico entre los de siempre. Y menos se nos dice si, al ser "nuevo", por fin el mundo va a cambiar o vamos a tener más de lo mismo: ricos y poderosos unos pocos, pobres e impotentes las mayorías.

La crisis actual no está llevando a poner orden en el desorden, ni está cuestionando el "principio egoísta" que ha guiado cualquier reordenamiento: repartirse poder las potencias de modo que les asegure el bien vivir. Los 4,000 millones de pobres –o más– siguen sin contar para poner el mundo en orden. Ni interesa ni se piensa un mundo humano y civilizado.

Y ahí es donde vuelvo a recordar tu profecía, y su reverso la utopía, que expresaste de forma verdaderamente audaz. Hasta tu muerte insististe en la necesidad de "revertir la historia", de un mundo nuevo y contrario al actual. Y como la civilización de la riqueza –la que se quiere mantener también en el nuevo orden mundial– ha fracasado, decías que se necesita un dinamismo que la supere dialécticamente. A eso llamaste civilización de la pobreza. Así la soñabas: "Podrá entonces florecer el espíritu, la inmensa riqueza espiritual y humana de los pobres y los pueblos del tercer mundo, hoy ahogada por la miseria y por la imposición de modelos culturales más desarrollados en algunos aspectos, pero no por eso más plenamente humanos".

Esa civilización de la pobreza es lo que el mundo necesita: "un estado universal de cosas en que está garantizada la satisfacción de las necesidades fundamentales, la libertad de las opciones personales y un ámbito de creatividad personal y comunitaria que permita la aparición de nuevas formas de vida y cultura, nuevas relaciones con la naturaleza, con los demás hombres, consigo mismo y con Dios".

Esta utopía, Ellacu, no tiene viento a favor. Evidentemente. No lo tiene en las democracias occidentales, que, en lo fundamental, quieren inventar el círculo cuadrado: seguir viviendo bien y mejor, sin que otros tengan que vivir mal y peor. Y mucho me temo que ni siquiera lo tiene entre los cristianos y seguidores del Jesús pobre. Habrá que buscarla como una piedra preciosa escondida en pequeñas comunidades, en la santidad primordial de pobres y víctimas, en hombres y mujeres solidarias hasta el final, quizás también en algún pensador o político que desafía lo "políticamente correcto".

Sin embargo tu idea es fundamental para que funcione este mundo. Ofreces un principio desde el cual puede crecer el todo, lo universal, y crecer de manera humana: ese principio no es el poder, ni la riqueza, sino los pobres. Desde ellos y con ellos se puede construir el universalismo humano. Sin ellos, los movimientos universalizantes, desde la globalización hasta el ecumenismo religioso, sólo pondrán en palabra, obviedades: trabajar por el bien común, propiciar el deseo universal de paz, juntarnos alrededor de un único Dios o de un ideal humano... Bien está todo ello, pero no es suficiente. Sin hacer central a los pobres, no hay un quicio sobre el cual puede girar la humanidad "humanamente". Y la humanidad seguirá siendo, en lo sustancial, una "especie", con fuertes y débiles, y con fuertes comiéndose a los débiles. Con los pobres como quicio, la humanidad gira de otra manera: gira como "familia".

Así veo yo, Ellacu, lo fundamental de tu propuesta. Y también me gusta que en esta utopía introduces a Dios. En estos días se oye hablar de Dios, y se habla contra el dios de los fanáticos religiosos. Pero también habla de Dios el presidente Bush, y de "dioses" han hablado siempre las potencias, y –con otros nombres– hablan hoy las democracias secularizadas. En definitiva todos hablamos de Dios. A veces, revestido de lo sagrado (los dioses de las religiones), a veces vestido de civil (oro, petróleo, uranio, coltán, espacios estratégicos –"patio trasero" del imperio se llamaba a El Salvador, y así lo convertían en algo último, intocable, es decir, en dios).

Ellacu, tú hablabas de Dios, pero no así. En tu último escrito teológico, soñando con "un nuevo cielo", pidiendo una nueva Iglesia, "la de los pobres", y la práctica de "hombres nuevos", terminabas con una fe y una esperanza: "aunque siempre a oscuras, (se vislumbra) un futuro siempre mayor, porque más allá de los sucesivos futuros históricos se avizora el Dios salvador, el Dios liberador". De nuevo, no se habla mucho hoy de ese Dios liberador. Y la razón no es sólo el secularismo reinante, sino que ese Dios va muy unido a la profecía contra el imperio –que tiene una mala solución– y a la utopia de la civilización de la pobreza.

De venturas y desventuras está hecha la historia. Grandes son las desventuras en nuestros días. Pero también hay venturas, las que provienen del amor y ponen norte a un mundo desquiciado. Y, además, hay esperanza. De Jesús, de los pequeños de este mundo, de ustedes los mártires, sigue llegando una brisa venturosa, una modesta esperanza, que nos anima a seguir caminando, a construir una civilización de la pobreza. Eso es lo que nos va a civilizar a todos.

Gracias, Ellacu

Jon

10 de noviembre, 2001

 

 


 

 

Memoria subversiva y olvido interesado

Una palabra a la derecha: el fantasma de la verdad y la justicia

Su falta de memoria para recordar el pasado, reciente y lejano, y su ignorancia les permiten seguir adelante, sin cuestionar la racionalidad, ni la moralidad de sus vidas y acciones. Aunque son los primeros en proclamar su amor a la patria, su clarividencia política y su compromiso con los valores, de hecho están cegados por la ambición. Sus olvidos y sus ignorancias se explican por la concupiscencia del poder y del dinero que los abrasa.

Por eso, cuando se les recuerda su pasado reciente y remoto, lo que han hecho y lo que han dicho, la memoria de los mártires se vuelve, ante todo, subversiva. Aunque no pueden ser acusados ante un juez, recordar es señalarlos por sus injusticias y sus violencias. Primero, a los mártires, les quitaron la vida y después les negaron la justicia.

Pero lo que ellos desprecian, otros lo han recogido y guardado con cariño y agradecimiento. De esta manera, la tradición martirial del pueblo salvadoreño es más profunda que la tradición democrática de ellos. Aquélla es verdadera, ésta tiene mucho de falsedad. Aquélla está fundamentada en la vida entregada sin reservas por el bien de los demás, ésta no es creíble. Aquélla sabe de valores humanos y cristianos, de la verdad y de la justicia, de la solidaridad y la compasión, ésta no sabe más que del poder y del dinero, revestidos de falsos discursos. El recuerdo de las víctimas desenmascara su hipocresía, y no descansa hasta dar con la verdad.

La conmemoración del 16 de noviembre de los mártires de la UCA tiende a ser subversiva porque no olvida y, por lo tanto, se resiste a aceptar la versión oficial de los hechos ocurridos hace once años. En este sentido es un recuerdo de lo mucho de viejo que todavía persiste en El Salvador de hoy. Por eso, no podía dejar fuera a las víctimas de los terremotos. Aunque en circunstancias diversas, todas son víctimas de la injusticia. Esta es la que unifica a todas las víctimas de la humanidad, incluidas las del terrorismo y la de las guerras.

Agotadas las instancias establecidas por la ley, ese recuerdo activo ahora se prepara para acusar –por denegar justicia a las víctimas– en los tribunales nacionales e internacionales. No puede haber justicia sin verdad y ésta es una de las barreras más eficaces para impedir los excesos de la concupiscencia del poder y del dinero y, por consiguiente, para poner fin a esos deslizamientos de la paz a la guerra, del olvido a la venganza. Sólo se pide justicia, apoyados en la ley salvadoreña y el derecho internacional.

La conmemoración del 16 de noviembre es subversiva también y paradójicamente por lo que tiene de fiesta. El recuerdo tiene mucho de agradecimiento y eso despierta gozo. Es el triunfo de la víctima sobre sus verdugos. Frente a la diversión de los insensatos opone la celebración gozosa de la vida entregada y compartida, que anima al compromiso y suscita esperanza. En estas circunstancias, la alegría es rebeldía.

Una palabra a la izquierda: ¿recuerdan y honran a las víctimas?

El terror oficial antes y durante el conflicto armado cobró la vida de decenas de miles de salvadoreños. Son los mártires de la guerra. Nueve años después del fin de la guerra, muchas cosas han cambiado en El Salvador. Los revolucionarios de entonces se han incorporado a la política institucional del país y se codean con sus antiguos enemigos. Muchos dirán, con razón, que el sacrificio de tantas vidas inocentes por lo menos sirvió para detener la espiral de violencia. En este sentido, se suele afirmar que con la paz pactada las víctimas no murieron en vano. Sería, al fin, el consuelo de los familiares y amigos de los desaparecidos: la pacificación y la democracia que estamos disfrutando.

Es el discurso de los actuales dirigentes del partido de izquierda. Ellos, los antiguos guerrilleros, serían algo así como los representantes políticos de los desaparecidos y tendrían cierta responsabilidad en seguir la lucha de las víctimas por la dignidad, justicia e igualdad en El Salvador.

Pero, ¿es esto así? ¿Qué dirían las víctimas al ver el desempeño y trabajo político de los que dicen ser sus brazos políticos? ¿El deber de honrar la memoria de los desaparecidos ocupa un espacio importante en la agenda de los actuales dirigentes izquierdistas? Es muy probable que la antigua izquierda responda afirmativamente. Sería la derecha, con sus recursos y medios de propaganda, la responsable del descontento de buena parte de la población con el desempeño de la izquierda.

Pero esto ya nadie se lo cree. Se sabe muy bien que los ex guerrilleros, convertidos hoy en políticos de carrera, se están alejando de esa lucha de los mártires por la igualdad y la justicia en El Salvador. Y ello no sólo por su discurso, sino sobre todo por su desfase en renovar sus ideas políticas, sus ambiciones personales, su ingenuidad, su desconexión de la población, o su mismo afán de ser aceptables para las élites económicas.

El año pasado –en un pequeño detalle– la izquierda mostró su verdad. Los directivos del FMLN apoyaron el juicio que inició la Compañía de Jesús en contra de los autores intelectuales de los asesinados de la UCA. Pero añadieron que los jesuitas se disculparan en caso de que la justicia declarara inocentes a los acusados. Esa absurda petición refleja la dicotomía en que está metida la izquierda. Por un lado, al menos en su discurso, tienen que mostrar su simpatía por las víctimas, pero por otro buscan legitimidad ante los poderosos. Al final, terminan traicionando a las víctimas. Uno de los antiguos líderes acaba de decir algo así como que todos pecamos y no tiene sentido hurgar en ese pasado. La falta de lógica es pavorosa, pues si hubo grave mal en y para el país y para miles de víctimas, hay que buscar los medios más poderosos para subsanarlo. La verdad es uno de esos medios. Por mucho que se repita lo del olvido, no hay sanación sin verdad –lo cual no significa crueldad ni venganza ni odio. Esto último, que es central en el tratamiento de la verdad, lo entienden perfectamente bien quienes prefirieron ser víctimas (los mártires) a producirlas. Es más difícil comprenderlo para quienes, del lado que fuere, no tenían escrúpulos en producirlas.

Muchos otros problemas tiene la otrora izquierda, pero en un 16 de noviembre –y en tantas otras fechas simbólicas de mártires y víctimas– es importante que se pregunten qué quieren hacer con ellas, cómo las van a honrar o a olvidar, a ponerlas a producir o, en definitiva, a desconsiderar y despreciar el amor como cosa "muy útil" para enderezar la sociedad. Indudablemente no faltarán palabras para defender una u otra postura. En los mítines y en los discursos de la Asamblea, todo, absolutamente todo es posible. Pero es difícil de creer que no se aprecie lo bueno y verdadero en un discurso que honra a mártires y víctimas, y exige compromiso, y que no se rechace lo engañoso e ingrato de enterrarlas en el olvido, de decir que, a fin de cuentas, después de los acuerdos de paz no es ya tan importante distinguir entre víctimas y verdugos.

"La libertad de expresión". Ni una palabra sobre los mártires de la UCA

Hubo una semana de celebraciones y alrededor de 9,000 personas participaron en la vigilia de los mártires. El Colatino se hizo eco de ello. El Diario de Hoy y La Prensa Gráfica no dijeron ni una sola palabra. (Tampoco el semanario arquidiocesano Orientación, a diferencia de otros años, se hizo eco del aniversario). En el país hay libertad de expresión, pero ésta cuesta dinero, como ir al cine o comprarse un cake. Los que tienen dinero ejercitaron su "libertad" para "no expresarse".

CIDAI

 


 

 

Situación jurídica del caso jesuitas

A doce años del asesinato de seis sacerdotes jesuitas de la UCA y dos empleadas de éstos, continúa vigente la firme convicción de los familiares de las víctimas y de los miembros de la Compañía de Jesús en promover una investigación exhaustiva para sancionar a los autores intelectuales de la masacre.

En reiteradas ocasiones, las autoridades estatales han utilizado sus mecanismos e instituciones para que el crimen quede en la impunidad. Alteraciones de evidencias, amenazas a testigos, a fiscales y abogados relacionados con el caso, así como manejo arbitrario de las mismas leyes y de los medios de comunicación, han sido una constante en estos doce años de esfuerzo judicial. Al parecer, los intentos gubernamentales están encaminados a desmotivar a los peticionarios y hacerlos desistir de sus pretensiones por la vía del cansancio.

Sin embargo esto no ha sido así. El caso jesuitas no está cerrado ni archivado como algunos quieren hacer creer, de hecho, nuevas esperanzas han surgido a raíz de tres movimientos judiciales importantes durante este mes de noviembre.

En primer lugar el pasado 15 de noviembre (fecha coincidente con el día en que se dio la orden de asesinar a los sacerdotes) se efectuó una audiencia contra el Estado de El Salvador para discutir el caso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, con sede en Washington. Durante la diligencia, resultó evidente que el Estado salvadoreño no tiene ninguna explicación coherente ni legal para justificar su incumplimiento de las recomendaciones, que sobre investigar el caso, le hiciera el referido ente internacional.

En segundo lugar, también es importante que se haya abierto la posibilidad de solicitar ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos una opinión consultiva sobre si la "prescripción del asesinato" que alega el gobierno es compatible con los tratados interamericanos sobre derechos humanos, ya que esta opinión de la Corte sí sería vinculante para el Estado y de obligatorio cumplimiento. En definitiva, los foros internacionales tienen con expediente abierto el seguimiento del caso de nuestros mártires.

Por último, el miércoles 21 de noviembre por la tarde se presentó un Amparo constitucional ante la Corte Suprema de Justicia, en el que se pide la protección judicial debido a las continuas y sistemáticas violaciones a los derechos constitucionales de las víctimas en su búsqueda de justicia. Con el referido proceso, se intentarán revertir los diversos fallos judiciales que por el momento han impedido el juzgamiento de los responsables intelectuales de la masacre.

En suma, los procedimientos judiciales, tanto a nivel nacional como internacional, mantienen el caso abierto y con posibilidades reales de que, al corto o largo plazo, los acusados serán juzgados.

IDHUCA

 


 

 

Monólogo de la sal

Francisco Andrés Escobar

¡Al fin estoy aquí! Cuando me sacaron del mar, temí que me llevaran a otra parte. ¡Fue tan larga la espera! Primero, estuve amorfa entre las aguas azules y los peces dorados del océano; luego, hecha una línea de montículos y cuadrados blancuzcos y aguanosos, en la salinera; después, apelmazada y muerta de tristeza en las honduras de un costal; enseguida, bamboleante en aquel viaje pavoroso hasta el mercado donde habían de venderme; por último, olvidada y excluida en el oscuro rincón de una tienda de mayoreo. Hasta ayer vinieron a comprarme. Fue una muchachada joven. ¡Ahora me han puesto en el sitio en donde tanto deseaba!

Cuando vivía en el mar, oí de todo esto. El noviembre en que aconteció, las ondas interiores detuvieron su fuerza, las algas y las anémonas mermaron sus vaivenes, y los peces se congregaron a hablar, con los ojos abiertos de pánico y las bocas redondeadas por un ¡oh! de dolor o de extrañeza. Sólo las olas de arriba siguieron haciendo espuma, porque el océano quería llorar y bramar a toda fuerza. Entonces fue cuando quise venir. Y aquí estoy. Teñida de todos los colores que han querido ponerme. He dejado mi eterna palidez, y ahora soy roja, azul, aqua, amarilla, lila, verde, naranja. ¡Qué hermosa estoy! Los cardúmenes de mi agua natal me envidiarían. ¡Me han dado una forma tan bella! Han bordado –¡conmigo solita, sin cangrejos y pulpos feúchos!– una alfombra por la que ha de pasar una procesión iluminada. ¡Hasta rosas tengo, y me veo tan bien!

Ah, pero cómo pasa el tiempo aquí. Allá en mi mundo inicial, el tiempo es una onda eterna y profunda. Aquí es el bailoteo de una extraña agujeta entre unas rayitas menudas metidas en una especie de carapacho redondo al que la gente mira y consulta a cada rato: "¡Tengo una reunión!", y parten agobiados, con una velocidad que sólo he visto en los delfines o en los escualos.

¡Pero ya viene la procesión! Se ha hecho oscuro. "Ya, ya, ya, ya vienen los segadores. Ya, ya, ya, ya madura la cosecha". ¡Gran Dios, cómo cantan! ¡Qué hermoso cantan! Yo pensé que iba a ser una procesión de duelo; pero es un rito de epifanía. ¡Cuánta gente del campo! ¡Cuánta gente de la ciudad! ¡Y cuánta gente de países lejanos, a pesar de que viajar en avión se ha vuelto peligroso, según se dice!

Ya están pasando sobre mí, y al lado mío. ¡Qué bueno es ser estera de sus gozos! Llevan menudos faroles esplendentes y las fotografías de los martirizados. ¡Qué benévolos parecen ellos! ¡Qué nobles se miran ellas! Dicen que, salvo uno, los ungidos eran de otras tierras, pero habían venido a anclar su corazón aquí. Y si alguien sabe el significado de anclar soy yo. ¡Anclar! Es amarrar el alma en algún puerto de la vida, con inquebrantables lazos de amor y sacrificio. ¡Ellas, ellas eran de estos lares, y cómo eran de serviciales! Y si alguien sabe también lo que es servir –servir con silencio manso, y no lo digo por vanidad– soy yo.

Dicen que habrá una vigilia para retener en el recuerdo la hora en que la muerte se llevó a aquellos seres de esperanza. Por eso hay ruidos, música, gente, y ventas de todos los modestos alimentos que aquí suelen mercar y en los que he venido a saber que también hay una parte de mí, sólo que de otro modo. ¡Qué bilocación esta, Creador mío!

Qué hermoso ha sido este día. ¡Qué hermosa he sido yo este día! Podría escribir muchos cantos y encelar a las sirenas. Pero no. Sólo quiero cerrar con cuatro versos esta jornada de luz y de ventura:

Mi blancura en color fue transformada;

en oración, mi esencia convertida.

Vivo humilde y salobre en la comida;

como alfombra, en color voy irisada.

 


 

Fotoreportaje

 

La voz de la justicia: nadie la puede matar

La conmemoración del duodécimo aniversario de los sacerdotes jesuitas y sus dos colaboradoras fue celebrada el 15 de noviembre por miles de personas, de diferentes comunidades, estudiantes y empleados de la UCA.

Escribe: Milady Cruz

Fotos: Milady Cruz

La madrugada del 16 de noviembre de 1989, mientras la guerrilla de la izquierda efectuaba su mayor ofensiva sobre la ciudad capital, efectivos del ejército salvadoreño, asesinaron en el campus de la UCA a los seis jesuitas y dos mujeres.

Doce años después del múltiple asesinato, El Salvador está pasando por una crisis en la economía, una alto índice de violencia, agresiones, violaciones en todo aspecto, un año de terremotos, sequías, terrorismo, asesinatos, secuestros e impunidad. Pese a toda las dificultades encontradas, la gente de las comunidades donde los padres jesuitas realizaban su vida pastoral llegaron al campo de la universidad a recordar no sólo el asesinato de sus amigos y compañeros, sino también el trabajo extraordinario que realizaban.

En el marco de la celebración, los preparativos iniciaron desde el sábado 20 de octubre hasta el 10 de noviembre con un ciclo de conferencias acerca de la vida, el trabajo y la espiritualidad de los sacerdotes asesinados, sin dejar a un lado a Julia Elba y Celina.

Durante la semana fuerte con vísperas a celebrar la vigilia se realizaron otras actividades, entre ellas la entrega del Doctorado en Ciencias Económicas y Sociales, Honoris Causa, al padre Francisco Javier Ibisate, por su larga trayectoria de servicio a la universidad y su compromiso con las mayorías del país, lo hacen merecedor de dicho reconocimiento.

Pero el toque especial llegó el día 15 cuando alumnos de diversas carreras, desde muy temprano pusieron sal, aserrín, coloretes y yeso en manos, para plasmar su creatividad en la elaboración de las alfombras. No hay duda, ésta fue más que "una prueba de fuego", "una prueba de arte", para volver atractiva las calles de la universidad.

De todo lo anterior, la importancia de esta conmemoración es hacer volver a la conciencia salvadoreña e internacional el significado de estas muertes. La historia de cada mujer y hombre salvadoreño es una historia concreta, por tanto no pueden hacerla olvidar. En medio de una sociedad compleja no es justo que hasta la memoria histórica quieran borrar. Es necesario tener presente, quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.

 

 

 

 


 

Celebraciones

El corazón de la UCA está en la capilla y en el jardín de rosas. Su celebración más importante es la vigilia del 15, procesión de farolitos, eucaristía, café con tamales, comunidades, cantos y poemas. Este año llegaron alrededor de 12,000 personas, 9,830 contabilizadas, más un buen número que llegó después de la procesión. Muchos vinieron como comunidad: 139 de todos los departamentos, algunas desde muy lejos, y llegaron temprano en la mañana. También vinieron delegaciones de 14 países: España, Alemania, México, Estados Unidos, Francia, Suecia, Parguay, Honduras, Australia, Nicaragua, Guatemala, Colombia, Puerto Rico y Canadá. Llegaron grupos de 11 comunidades religiosas femeninas y 9 masculinas. Y también de 7 universidades de El Salvador.

Los números no son lo más importante, pero algo dicen. Un salto en cantidad bien puede ser un salto en calidad. A lo largo de toda esta Carta, y especialmente en estas páginas, vamos a recoger reflexiones y testimonios de la gente. Sólo queremos mencionar ahora el gesto de monseñor Gregorio Rosa, que pospuso su viaje a Roma a visitar al Papa para estar presente en la eucaristía. Se sentía como en casa en medio de la gente y de los mártires. También el nuevo Padre provincial de los jesuitas de Centro América, José Alberto Idiáquez, estuvo en las celebraciones. Seguramente recordaba lo que san Ignacio pedía para la Compañía: "persecuciones", y recordaba la persecución hasta el martirio de siete jesuitas, incluido Rutilio, en este pequeño país. Se le veía contento. Y para terminar, aunque en una vigilia multitudinaria pueden pasar muchas cosas, fue notable el ambiente de respeto, comunidad y alegría.

Perquín. "Los mártires nos recuerdan"

Sábado 17 de noviembre. Estoy en Perquín con un grupo de veinte personas, la mayoría jóvenes. Es la escuela de agentes de pastoral de las Comunidades Eclesiales de Base del Norte de Morazán. El tema que estudiamos hoy: los mártires.

Estamos sentados en rueda. Entrego a cada participante una hoja y les pido que escriban el nombre de algún mártir que conozcan o del que hayan oído hablar. No tardan en llenar las hojas de nombres. Colocamos las hojas en el suelo. Algunos nombres ya son conocidos, Octavio Ortiz, los mártires de El Mozote, Segundo Montes, Monseñor Romero, Mercedes Ruiz, Silvia Arriola, Ignacio Ellacuría, hermanas norteamericanas… Pero hay otros nombres que es la primera vez que oigo hablar de ellos: Rodolfo Vázquez, Guadalupe Guzmán, son catequistas de esta zona, que fueron asesinados con crueldad en aquellos años de represión y guerra.

Comenzamos a platicar. La conversación fluye rápido. No es necesario estar motivando. Sonia nos habla de su papá que fue asesinado. "El no era catequista ni predicaba. El solamente llevaba correos desde acá hasta el refugio en Honduras". "No era catequista pero llevaba buenas noticias", le dice alguien en el grupo. Y el grupo aplaude a Sonia que está a punto de llorar.

Un joven pregunta: "Y ese Ignacio Ellacuría, ¿quién es?". Otro le responde: "Era el director de la UCA, denunciaba las injusticias. Yo estuve en la UCA el año pasado, vieras qué penco ´e gente".

Entre las hojas hay una con el nombre de San Francisco de Asís. Aclaramos que no fue mártir, pero está bueno que lo recordemos, que la Iglesia necesita hoy muchos Franciscos de Asís. Y así cada quien nos dice algo, Margarito nos recuerda a un catequista de esta zona asesinado: Magdaleno Pérez. "Nosotros no recordamos a los mártires", dice una joven. "¿Cómo es eso?". "Pues sí, nosotros no les recordamos, ellos nos recuerdan a nosotros que tenemos un compromiso con nuestro pueblo".

En el grupo tenemos una poetisa, es Basilia. Ha escrito un poema mientras estabamos hablando. La última estrofa dice así: "Ya con esta finalizo / hasta luego compañeros / sigamos las enseñanzas / de todos los mártires y de Monseñor Romero".

Miguel Cavada,

11 de noviembre

 

En la cripta con Monseñor

La UCA fue a la cripta el domingo 11 de noviembre a visitar a Monseñor. La misa la presidió el Padre Tojeira, y en el ofertorio dijo: "Nuestra ofrenda a Monseñor es la sangre de nuestros mártires". Allí pude escuchar la plática en susurro de dos campesinos que habían venido del bajo Lempa a "pagar una visita" a Monseñor Romero por un problema arreglado. Eran muy conocedores de Carlitos y de la YSUCA y sus 10 años de trabajo. Comparto con ustedes lo que escuché:

- "Sabé don Juancho que el Padre Chema, que se llama igualito que yo, me está aclarando lo que yo hace tiempo vengo pensando, y es que aquí en El Salvador quieren acabar la pobreza por medio de acabar con los pobres. ¿Qué me dice usted de esto que pienso?

-"Creo Chemita que vos tenes razón. Pero perdoná que ahorita yo estoy pensando en otra cosa que no es mala como lo que me estás diciendo. Y es que la última vez que vine, antes de cumplirse 20 años que mataran a Monseñor, la tumba estaba en lo oscuro, la cripta encuevada como una bodega con cartones, hierros y pedazos de palos regados. Y mirá ahora. Está arreglada del techo, las paredes pintaditas de blanco, el suelo está nuevo, la tumba brillocita y con luz por todos lados. ¡Eso si que me gusta, que arreglen donde está nuestro Santo!".

En el momento de dar la paz. Aproveché para darles un abrazo y agradecerles, en silencio, el regalo que me dieron Chemita y don Juancho.

Regina,

11 de noviembre

 

El evangelio de Jesús y los dos Ignacios

Nuestros Ignacios se acercaron a esa Palabra de Dios que es Jesús, y sus decisiones personalísimas e íntimas a lo largo de su vida les fueron arrimando al Evangelio, como se arrima la noche al día, hasta que al final de su vida descansaron plenamente en él. En esa estrecha amistad con Dios fueron descubriendo el Sermón de la Montaña: que había que tener hambre y sed de justicia, que había que trabajar por la paz, que habían de ser misericordiosos con los humillados, y que todo esto les acarrearía la persecución, la acusación alevosa y amañada.

Esa cercanía, ese sentarse con Jesús, les dio voz para denunciar la violencia que desde el aparato del Estado le arrancaba de cuajo la vida a tanto salvadoreño inocente y sumía en el dolor a toda una generación. Les dio voz para reclamar paz y conciliación en un El Salvador enajenado, y prostituido. Conversaron, dialogaron, argumentaron con las partes para que llegasen a una solución negociada y pacífica de sus diferencias. Y lo hicieron arduamente y utilizando lo mejor de lo que Dios les había dado y que ellos habían aceptado como regalo: su inteligencia excepcional, su extraordinaria energía y su honestidad desconcertante.

Lo hicieron con una insistencia incómoda para los violentos y poderosos pero esperanzadora para las víctimas y los débiles. Lo hicieron con pasión. De allí que sus escritos fueran lúcidos, sus análisis certeros, agudos y comprometidos. Su voz fue clara y hablada desde la cercanía al Dios que conocían: el que vive sin recurso a la justicia pues ésta está enamorada del dinero y deslumbrada por el poder, el Dios torturado, violentado, pobre y débil, el Dios que vivía y aun vive en Jayaque, el Varón de Dolores que languidecía en los campos de desplazados y el Dios que iba en guinda y cuyas entrañas quedaron esparcidas en tantas montañas salvadoreñas en aquellos días.

Esas fueron las cercanías que experimentaron y vivieron Ignacio Ellacuría e Ignacio Martín-Baró y desde las cuales entendieron las Palabras del sermón del Monte.

Al recordarlos hoy nos invade un sentimiento de agradecimiento a este Dios sencillo, cariñoso, que cuida de su pueblo rescatándolo de las manos del verdugo, y que hace brotar la vida precisamente allí donde nuestros ojos sólo ven destrucción y muerte.

Mauricio Gaborit,

10 de noviembre

 

Por qué vienen a la vigilia

"Para mí participar en la vigilia significa mantener el recuerdo de los jesuitas y de toda la gente que murió en la guerra. Todo lo que pasó no lo debemos olvidar. Para no olvidar es que estoy aquí, como todos los años". Luz María Ochoa, San Salvador.

"Me llama la atención cómo se moviliza la gente, veo mucha gente acá. Para mí es increíble que todavía se mantenga esa fe y ese recuerdo. Yo no conocí a ninguno de los mártires. Tuve conocimientos de ellos a través de los periódicos y de la televisión de mi país. De esa forma comencé a interesarme por ellos". Mario Alfredo Sánchez, Costa Rica.

"Para mí es muy bonito participar cada año porque viene uno a escuchar, a cantar y a recordar todo lo que hicieron nuestros mártires. A mi me conmueve tanto sufrimiento que ha habido en el país". Mónica Belloso, La Libertad.

"Yo había escuchado de la celebración de los mártires de la UCA en mí país, pero nunca se me había hecho realidad el deseo de participar. Me llama la atención cómo la gente y especialmente la juventud se ha apropiado del testimonio de los mártires. Esto es digno de imitar". Ana María Rodríguez, Guatemala.

"Para mí los mártires de la UCA significan una esperanza, una huella a seguir como lo fue Jesucristo en su tiempo. Ellos son como la huella de Jesucristo que tenemos en El Salvador". Patricia Díaz, Chalatenango.

"Yo no he fallado ni una vigilia, es para mí una devoción. Esto es un encuentro de vida, de los pocos panes que van alimentado al pueblo salvadoreño, de los pocos panes que nos dan esperanza y aliento para seguir luchando por la causa de nuestros hermanos mártires que sigue vigente". Mario Abrego, San Salvador.

"Es la primera vez que participo y me gusta mucho estar aquí. Me impresiona ver gente de todas partes del país. Voy a escribir algunas historias de lo que he visto, de la gente, de las canciones, de los testimonios, de lo que se dice de los mártires". Jean Dawson, Estados Unidos

"Es un gusto volver a encontrarme con tantas amistades y compartir este espíritu tan salvadoreño y tan único de la comunidad UCA. Estoy aquí para conmemorar una fecha histórica y para mantener en vigencia el mensaje de los mártires, es decir, trabajar por tener una sociedad más humana". Héctor Larios, San Salvador.

"Para mí participar en la vigilia más que una tradición es un acto de esperanza. Como usted lo puede ver, los mártires salvadoreños no han muerto, el pueblo siempre los tiene en su corazón. Es un sentimiento que sólo se puede entender cuando uno está aquí con la gente y en el lugar donde dieron la vida". Ronald Aguilar, Sonsonate.

"Para mí significa vivir una experiencia de comunidad que recuerda la vida y el martirio de nuestros hermanos jesuitas y sus dos colaboradoras. Cada año va aumentado la participación en la vigilia, cada año hay más gente que los aprecia. Su testimonio, su muerte, no ha sido en vano". Coralia Quiróz, religiosa.

"Los mártires de la UCA representan para nosotros un ideal, un ideal de justicia y de verdad. Ellos murieron por la verdad y esa debería ser la misión de nosotros ahora. Me llama la atención que aunque hay más gente de fuera de la UCA, cada año se va viendo más participación de los estudiantes. Eso es bueno, pero desearía que fuera mayor la presencia de mis compañeros". Yesica Altamirano, estudiante UCA.

 

Ver el mundo desde los pobres

El asesinato de nuestros compañeros y empleadas coincidió con la caída del muro de Berlín, 1989, que preludiaba el fin de la guerra fría. Misterios y sustos de la historia, a los doce años de este martirio ahora la guerra fría se libra contra otro enemigo irreconciliable: un terrorismo tan difuso y extendido que, al mismo tiempo, puede estar fuera como puede estar dentro. Esta guerra fría se ha traducido en una guerra caliente prolongada en el tiempo y en nuevos espacios. Sabemos y lo estamos viendo que las guerras y las venganzas suelen terminar en crímenes contra la humanidad o en terrorismo de estado.

Luego de los actos terroristas del 11 de septiembre en New York y Washington, nos preocupa la respuesta militarizada que la mayor potencia mundial y sus aliados están librando como represalia. La barbarie la describe la alta comisionada de la ONU para los derechos humanos Mary Robinson, desde el lugar de los hechos: "Que cesen los bombardeos para atender a unos 7 millones de personas que se encuentran en peligro… el frío y la nieve van a dejar inaccesibles muchas zonas para llevar comida a miles de personas".

Ante estos clamores que suben al cielo me ha parecido oportuno poner como primera lectura "el cántico del siervo sufriente", leyéndolo en plural. "Muchos quedaron espantados al verlo, pues sus caras estaban desfiguradas que ya no parecían seres humanos. Ellos han soportado el castigo que nos trae la paz y por sus llagas hemos sido sanados".

No podemos mirar la historia simplemente desde el terror y el pánico del primer mundo, sino desde las angustias y temores de nuestro tercer mundo.

Fco. Javier ibisate,

16 de noviembre

 


 

 

Un minuto de Silencio

 

Si todavía estás horrorizado por las escenas del martes 11 de septiembre de 2001, aprovecha para hacer UN MINUTO de silencio en homenaje a los cerca de 5.000 americanos, la mayoría civiles, muertos cobardemente por terroristas que aún no se sabe quiénes son.

Ya que estás en silencio, guarda otros TRECE MINUTOS en homenaje a los 130.000 civiles iraquíes muertos en 1991 por orden de Bush padre. Aprovecha para recordar que en aquella ocasión los americanos también hicieron fiesta, como los palestinos hace días.

Ahora VEINTE MINUTOS más por los 200.000 iraníes muertos por los iraquíes con armas y dinero proveídos a Hussein (todavía joven en esa época) por los mismos americanos que más tarde giraron toda su artillería contra ellos.

Otros QUINCE MINUTOS por 150.000 afganos muertos a manos del Talibán, también con armas y órdenes de USA, quienes crearon su organización y la entrenaron con la CIA.

Más DIEZ MINUTOS por los 100.000 japoneses muertos directa e indirectamente en Hiroshima y Nagasaki, también por acción directa de la gran Águila.

Si lo hiciste, ya estuviste en silencio UNA HORA (UN MINUTO por todos los americanos y CINCUENTA Y NUEVE por TODAS sus víctimas). Habría que añadir los 15.000 civiles muertos/desaparecidos en Chile por el régimen de Pinochet que llegó al poder con la ayuda de la CIA y sus militares fueron entrenados por militares americanos.

Si aún estás perplejo, haz una hora más de silencio por los muertos en la guerra de Vietnam (1.000.000, sí, un millón de vietnamitas muertos), la cual no es agradable de mencionar para los americanos. Ojalá alguien recuerde el bombardeo de USA a Bagdag donde murieron 18 mil personas, no 5 mil como en las torres. ¿Alguien lo vio en la CNN o en algún canal del mundo? ¿Alguien pidió justicia o, peor aún, venganza?.

Rogamos porque los americanos comiencen a entender que ellos también son vulnerables y que las tragedias que ellos provocan son tan bárbaras y cobardes como las de los otros. Los MUERTOS de otros pueblos duelen tanto como los de ellos. Todos los muertos nos duelen porque todos son hermanos nuestros.

Unámonos a ese gran Minuto de Silencio que debe estar haciendo Dios, por todos sus hijos muertos a causa del odio. Y trabajemos para que este dolor no se incremente con más víctimas inocentes.

Anónimo

 


 

 

Afganistán. La verdad está en los ojos de un niño moribundo

Scott Wright

El lamento de los niños

Hace un mes, el 7 de octubre, Estados Unidos comenzó a bombardear Afganistán, país que, junto con Somalia y Haití, es considerado uno de los tres países más pobres del mundo. El pueblo afgano ha sufrido la devastación de la guerra las dos últimas décadas: invasión de la Union Soviética, conflicto interno y guerra civil. Ahora, está sometido a un bombardeo por el país más poderoso y más rico del mundo. Ya casi no quedan blancos militares, ni infraestructura para destruir. Esta noche, el noticiero de la BBC de Londres mostraba fotos de una madre afgana y su niña en un hospital de campaña en la frontera de Pakistán La niña estaba siendo alimentada intravenosamente. Dos horas después, dio la noticia de que la niña había muerto.

El representante de UNICEF, Eric Laroche, dice que "más de un millón de niños nacieron en los últimos doce meses, y están en peligro de morir. Si queremos prevenir otra catástrofe humanitaria en Afganistán, si queremos prevenir la pérdida de otra generacion de niños afganos, tenemos que responder ahora". Según UNICEF, "uno de cada dos niños está desnutrido, y uno de cada cuatro está condendo a morir por causa evitable antes de llegar a los cinco años. Aproximadamente cada 30 minutos una madre muere durante un parto". Si no se envía pronto ayuda humanitaria a estos refugiados desplazados dentro de Afganistán, pueden morir 100,000 niños en las próximas seis semanas.

¿Por qué no salen estos informes en los noticieros más importantes en Estados Unidos? En el nombre de Dios, ¿qué estamos haciendo con estos niños? ¿Qué estamos haciendo con nuestro mundo? ¿Hemos perdido la compasión? ¿Hemos perdido nuestra humanidad? ¿Por qué esta conspiración del silencio? Un año antes de ser asesinado, Martin Luther King comenzó su condena pública de la guerra de Vietnam con estas palabras: "Ha llegado el momento en el que el silencio es traición". ¿Nos quedaremos callados? ¿Se pronunciarán nuestros líderes religiosos?

Toda vida es sagrada

Es dificil imaginar qué es lo que está pasando en Afganistán. Ver el impacto de bombas de 500, 1,000 y 2,000 libras, especialmente, cuando los que mueren son civiles –lo que se llama "daño colateral"– y todavía más cuando los que mueren son niños, es demasiado. El noticiero de la BBC de Londres tambien mostró fotos de niños heridos por los bombardeos. ¿Y las bombas que explotan en el aire, las cluster bombs? Yo pensaba que habíamos ganado esta batalla durante la guerra de Vietnam, cuando la multinacional estadounidense "Honeywell" fue condenada por fabricar tales armas que matan indiscriminadamente. De repente, reaparecen en Afganistán, y empaquetadas en forma que se parecen a los paquetes de alimentos que se está tirando a los refugiados. Y pueden explotar, si las tocan personas que están buscando comida.

¿Queremos parar esta guerra? Y si nosotros no ¿quién? Y si ahora no, ¿cuándo? Las palabras no pueden comunicar la urgencia, pero las fotos sí pueden, especialmente fotos de niños, horas antes de su último suspiro. He visto estos rostros de niños moribundos en los refugios en la frontera entre El Salvador y Honduras durante la guerra. Nunca olvidaré el último suspiro de un niño, sus ojos mirando a las mujeres que estaban en la tienda de campaña y mirándome a mí, haciendo, silenciosamente, una pregunta a la que no podíamos dar respuesta. Sé lo que es alejarse, con vergüenza, incapaz de responder porque ya es tarde. Los ojos de este niño están gravados para siempre en mi memoria. "¡Nunca más!". Una muerte es demasiado. ¿Y 100,000 muertes en las próximas semanas?

Hemos llegado a una encrucijada. O aprendemos a convivir o caminamos todos a una muerte segura. Todavía podemos elegir: "Te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia" (Deuteronomio 30, 19).

¿Quién va a romper este ciclo de violencia?

Las 6,000 personas que murieron el 11 de septiembre no justifican los bombardeos en Afganistán, ni la amenaza inminente de millones de refugiados muriendo de hambre. La guerra en Afganistán tampoco justifica nuevos ataques terroristas en Estados Unidos. Hay hipocresía calculada: lamentar públicamente los muertos de la poblacion civil e ignorar la posibilidad de millones muriendo de hambre.

Toda vida es sagrada. Cada niño es sagrado. La vida de un refugiado afgano no es menos valiosa que la vida de una madre o un padre estadounidense que murieron el 11 de septiembre. Lo sabemos, pero hemos permitido que nuestro dolor y nuestra inseguridad se usen para continuar el ciclo de violencia y sufrimiento. ¿Cuántos niños tienen que morir para que el dolor causado por la guerra sea "desproporcionado" al dolor causado por los ataques terroristas del 11 de septiembre?

¿Quién va a romper el ciclo de violencia, si no son personas de fe de todas las tradiciones religiosas, cristianos, musulmanes, judíos, que creen en un lazo común de hermandad y en un mismo Creador? No podemos permitir que el futuro de los niños lo decidan gobiernos y militares que optan por la violencia y la guerra. Nuestra lealtad humana está por encima de nuestra lealtad a cualquier nación o estado. No podemos callar ni dejar que nuestros líderes religiosos callen ante la amenaza de muerte de 100,000 niños afganos.

Hay demasiadas guerras en nuestro tiempo. "La creación entera gime hasta el presente" (Romanos 8, 22s). Escuchemos la sabiduria de nuestra tradición religiosa: "La guerra siempre es un mal. Pero su maldad es aún más evidente cuando uno mira a las guerras modernas. Por su naturaleza, la guerra se hace con brutalidad; siempre produce daños que sobrepasan cualquier ventaja. Las guerras ni son necesarias ni son inevitables, porque las injusticias a las que buscan poner remedio pueden ser rectificadas por otros medios no menos efectivos que las guerras". (La Civilta Cattolica, 6 de julio, 1991)

"No, nunca más la guerra, que destruye las vidas de gente inocente, enseña a matar, y trastorna las vidas de los que matan, dejando por el camino resentimiento y odio, haciendo mas difícil la búsqueda de una solución justa a los problemas que provocaron la guerra" (Juan Pablo II, Centesimus Annus). "La paz es posible. No es ni un sueño ni una utopia... [Tenemos que decidirnos y movernos hacia una prohibición absoluta de la guerra" (Juan Pablo II).

"La Iglesia no puede quedarse satisfecha sólo con condenar la guerra. Tiene que querer la paz. ¿Pero qué tipo de paz? No una paz fundada en la injusticia, la violencia o el terror o la desconfianza mutua, sino una paz fundada en la justicia, la solidaridad y la confianza mutua. No puede existir la paz donde las aspiraciones justas de la gente –por la libertad, por la autodeterminacion, por una patria o por el derecho de vivir una vida digna– son frustradas por la fuerza y la violencia" (La Civilta Cattolica).

Finalmente, escuchemos a Jesús: "También han oído: 'Ama a tu amigo y odia a tu enemigo'. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, y oren por quienes los persiguen. Así ustedes serán hijos de su Padre que está en el cielo". Normalmente el versículo citado termina aquí, y el mensaje es: "sean perfectos, como su Padre en el cielo es perfecto". Pero el Evangelio va más allá: "Pues él hace que su sol salga sobre malos y buenos, y manda la lluvia sobre justos e injustos" (Mateo 5, 43-45). No se trata, pues, sólo de santidad personal, sino de la superviviencia de todos. Si no encontramos una manera de vivir juntos, pereceremos juntos. Necesitamos una paz fundada en la justicia, la solidaridad y la confianza mutua.

Otro mundo es posible, nuestros niños nos obligan a construirlo

No podemos vivir sin esperanza, no podemos esperar sin una nueva visión, pues pereceremos todos en un infinito ciclo de violencia. ¿A quién acudiremos en esta hora de dolor e inseguridad? ¿No deberemos acudir a Dios más que a la sabiduria del mundo? Ahora los musalmanes celebran el mes sagrado de Ramadán, los judios celebran la Hanukkah y los cristianos vamos a celebrar el comienzo de Adviento. ¿No debiéramos escuchar al profeta Isaías en la lectura del primer domingo de Adviento?

"En los ultimos tiempos quedará afirmado el monte donde se halla el templo del Señor. Será el monte más alto. Todas las naciones vendrán a él, diciendo: 'Vengan, subamos al monte del Señor, porque de Jerusalén vendrá su palabra. El Señor juzgará entre las naciones y decidirá los pleitos de pueblos numerosos. Convertirán sus espadas en arados y sus lanzas en podaderas. Ningún pueblo volverá a tomar las armas contra otro ni a recibir instrucción para la guerra. Vamos pueblo de Jacob, caminenmos a la luz del Señor!'" (Isaías 2, 2-5). El camino que hemos escogido no es el único: "La paz es posible. La guerra es siempre un mal".

No podemos callar. Ni podemos dejar que nuestros líderes religiosos callen, hablen con ambigüedad o defiendan lo indefendible. "La Iglesia somos todos", decía Monseñor Romero. "Si me matan, cada uno de ustedes tiene que ser un micrófono de Dios". "Y si yo me callo –no tuvo que decirlo– cada uno de ustedes tienen que ser un micrófono de Dios".

Otro mundo es posible. Los niños nos obligan a construirlo. La verdad está en los ojos de un niño moribundo, en las víctimas que anhelan el día en que "Dios enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Apocalipsis 21, 4).

Mientras el destino de millones de refugiados afganos –la mayoria de ellos mujeres y ninos– está en peligro, las palabras que Monseñor Romero pronunció en Lovaina pocas semanas antes de ser asesinado, son más conmovedoras que nunca: "O estamos en favor da la vida [de los salvadoreños y de todos los niños, pueblos, incluso el pueblo afgano y especialmente los niños afganos] o somos cómplices de su muerte."

Noviembre 7, 2001

 


 

 

 

San Munzihirwa de Africa

Hay cosas que sólo ojos que han llorado

pueden ver bien"

Este sábado 17 de noviembre hemos celebrado, aquí en Madrid, el V aniversario del martirio del obispo Cristóbal Munzihirwa, San Munzihirwa, como le decimos entre nosotras con mucho amor y respeto, creyendo en que un día será reconocido como San Romero de América, en el Africa Negra.

La verdad es que éramos un pequeño número de participantes, unos sesenta, pero también recuerdo cómo los primeros aniversarios de Monseñor Romero en el departamento de Usulután, eran minoritarios. Las razones no son las mismas. Allí la represión, el temor de ser señalados como subversivos y las consecuencias que se derivaban de ello, hacían comprensible el no querer celebrar esta memoria que daba vida al proyecto popular, tanto como comunidad cristiana, como en sus repercusiones sociales, políticas y económicas. Aquí, esta sociedad satisfecha, "descafeínada" y, por otra parte, desestructurada, insensibiliza para recrear estas memorias que dan vida y mantienen la esperanza.

En la primera parte la mamá María José Ngoto nos habló del trabajo que llevan en la ciudad de Kinshasa más de 200 voluntarias/os para acompañar a las personas con SIDA y a los y las niñas huérfanas, que cada día son más. La pobreza en la que vive la gente, la carencia de medicamentos, de alimentación y de todo lo que posibilitaría recuperarse, no les impide el hacer este proceso de acompañamiento-ayuda que dignifica. El sacerdote Dámaso Masabo, de Burundi, presidió la eucaristía y nos compartió en la homilía su experiencia del primer encuentro con Munzihirwa y otra que tuvo quince meses después, sus últimas palabras con él. Fueron momentos en que le salvó materialmente la vida, pues el 29 de octubre, a las pocas horas de separarse, el obispo fue asesinado por un grupo de militares ruandeses.

En la introducción de la celebración resumimos algunas constantes de la vida de Monseñor Munzihirwa semejantes a las de Monseñor Romero:

- La libertad para, desde la verdad de los hechos, denunciar las injusticias de aquel momento con los refugiados ruandeses, de palabra y por escrito, independiente él de cualquier poder político.

- Su amor sin límites para los más indefensos y débiles, sin mirar la etnia a la que pertenecían.

- Su sentido del humor, su sonrisa y acogida, incluso su vestimenta. Parecía un campesino pobre, facilitaba el acercamiento.

- La solidaridad y servicio que le llevó al martirio.

- Su trabajo incansable por la paz, la justicia, la reconciliación y la unidad, en un tiempo de guerra y ocupación militar.

Al igual que Mons. Romero, Munzihirwa no ha muerto. Su vida y mensaje siguen vivos, impulsando en Los Grandes Lagos y en nuestros Comités y otros grupos de aquí un trabajo por la justicia, la reconciliación y la paz. Este V aniversario nos vincula más con su pueblo sufrido de la ciudad de Bukavu del que hemos tenido noticias esta misma semana, comunicándonos cómo el mes de octubre, tradicionalmente dedicado a la Virgen María, se ha convertido en un mes simbólico e histórico para todas las personas comprometidas con la paz y la justicia. "Es ya un memorial en recuerdo de nuestros mártires". Octubre, además de Munzihirwa, Kataliko y los innumerables mártires anónimos, representa en este momento el acontecimiento del Diálogo Intercongoleño, acontecimiento capital para posibilitar la resolución de los conflictos.

En la ciudad de Bukavu, sede de Munzihirwa y Kataliko, han vivido ecuménicamente una novena de oración por la paz, participando anglicanos, luteranos, kimbanguistas, musulmanes, de la Iglesia de Cristo en el Congo y católicos. Las celebraciones eucarísticas en catedral, el día 4 por Kataliko y el 29 por Munzihirwa, fueron ocasiones no solamente para recordar a los pastores del pueblo de Dios, sino también y sobre todo, momentos cruciales en los que un pueblo que ha sufrido tanto y que aún sigue sufriendo, expresa pública y abiertamente su fe y su resistencia a la opresión y violencia.

Al finalizar la eucaristía, cantamos: "¿En dónde están los profetas que en otros tiempos nos dieron las esperanzas y fuerzas para andar?"

Comité de Solidaridad con África Negra

 


 

 

La UCA y el pueblo herido

Ya sois la verdad en cruz

y la ciencia en profecía,

y es total la compañía,

compañeros de Jesús.

El juramento cumplido,

la UCA y el pueblo herido

dictan la misma lección

desde las cátedras fosas

y Obdulio cuida las rosas

de nuestra liberación.

Pedro Casaldáliga