Carta a las Iglesias AÑO XXII, Nº 509-510, 1-30 de noviembre de 2002
ORACION: Meditación sobre el 16 de noviembre de 1989 EDITORIAL: Carta a Ellacuría
COMUNIDADES CRISTIANAS: Masacre de La Quesera, 1981. 21 años después, recuperación de la...
MARTIRES DE LA UCA: Celebraciones del XIII aniversario
DOCTORADO HONORIS CAUSA: Doctorado honoris causa a Monseñor Ricardo Urioste
MARTIRES DE LA UCA: "Por la paz en un mundo violento"
MARTIRES DE L UCA: XI aniversario de la YSUCA
ESCUELAS DE TEOLOGIA PASTORAL: IV Encuentro de Escuelas de Teología Pastoral
ESCUELAS DE TEOLOGIA PASTORAL: Palabras del P. Rogelio Ponceele
Queda la Palabra
Hoy venimos, Señor, ante ti a llorar en tu presencia
la muerte de nuestros hermanos.
En esta guerra sucia, triste, inacabable
muchas familias, las más de ellas populares
de golpe tienen que enfrentarse un día ante el cuerpo acribillado
del esposo, del hijo, del padre, de los niñitos pequeños.
Y entonces el pánico, las movilizaciones, la incertidumbre
la pesadilla que casi se vuelve costumbre
se transforman en pasmo, en un hueco
que todo lo vuelve irreal.
Decimos: "¡No puede ser!", te decimos: "¡Dios mío!",
y andamos como sonámbulos. No podemos ni llorar.
Y sin embargo tenemos que seguir viviendo,
tenemos que aprender a vivir en esa brusca soledad.
Hoy nuestra compasión no es una elaboración refinada
padecemos como tantos otros;
y son nuestros muertos comunes
quienes guían nuestras miradas y nos llevan a reconocernos,
a abrazarnos: esa es la fuente sencilla de nuestra solidaridad.
No somos mirones, ni analistas, ni gente comprensiva
que busca ayudar. Somos deudos, somos dolientes.
La guerra, siempre criminal, nos ha destrozado la casa.
La guerra no son escenas de televisión, ni estruendos de bombas,
ni rastros de sangre en la calle, ni entierros de gente cercana.
La guerra es ya también masacre en nuestra familia.
Por eso estamos seguros de que nada la puede justificar.
Nuestros muertos valen más que las consignas de los contendientes.
Murieron como todos: por las balas asesinas.
Pero no murieron porque estaban en el lugar del ataque.
Los vinieron a buscar. Organizaron un ataque tan sólo para matarlos.
Los jefes dieron la orden porque no pudieron soportar esas voces desarmadas.
Lo suyo es atacar al enemigo armado y repeler el ataque.
Su negocio es la guerra y su razón de existir.
No pudieron soportar los argumentos.
Esas voces libres, más allá de la ofensa y del temor,
les producían una inseguridad insufrible.
Su propuesta tenaz de sentarse a negociar los desestabilizaba.
No podían, no sabían, no querían aceptar.
¿Pero cómo decir públicamente que no?
Nuestros hermanos nunca los dejaron por imposibles.
Sabiéndolos enemigos, les tendieron la palabra,
en foros públicos, en publicaciones, en propuestas formales.
Les fueron a buscar personalmente.
Eran palabras costosas, muy duras,
porque eran verdaderas.
Les pedían conversión, pero también les juzgaban capaces de ella,
y en esas propuestas nunca faltaba un lugar para ellos.
Nuestros hermanos fueron, Señor, tus profetas.
Tu pusiste tus palabras en sus bocas.
Ellos creyeron en la Palabra y por eso condenaron la guerra,
creyeron en la Palabra como puente tendido,
como camino para el entendimiento,
como cauce para crear la vida.
Creyeron en la Palabra porque creyeron en el otro,
creyeron en el pueblo y en los dirigentes populares,
en las organizaciones revolucionarias,
pero también creyeron en los enemigos: en los gobernantes de Estados Unidos,
en los militares, en los de la empresa privada,
y hasta en los de los partidos de ultraderecha que sostenían escuadrones de la muerte.
Creyeron en contra de evidencias, esperaron a pesar de todo,
y en todo momento se esforzaron por encontrar indicios de apertura al diálogo.
Fueron, Señor, tus testigos. Ellos dijeron tu nombre y tu ubicación:
te señalaron como el Dios de los pobres.
Proclamaron tu designio: el bien de todos desde el bien del pueblo.
Pero también tu camino: la negociación de todas las partes,
incluso cediendo algo de la justicia para no excluir a los opresores,
para que al experimentar ellos la alegría de sentarse a la mesa común
fueran cediendo poco a poco sus privilegios injustos
ante el gozo de la vida compartida.
Ahora, Señor, que están muertos,
¿tenemos que llamarlos ilusos?
¿Su muerte demuestra la inutilidad de las palabras y la necesidad del fusil?
Tú nos hablaste a través de sus vidas ¿qué nos dices con sus muertes?
Nos dices sin duda, Señor, que no tienes más propuesta que ésta,
por la que nuestros hermanos dieron su vida.
En ellos te has manifestado como el que sigues creando vida
por medio de la Palabra.
La Palabra era la luz que alumbra a todo ser.
La Palabra se encarnó en la historia humana.
La asesinaron. Pero tú la hiciste resurgir de la muerte
para que ya resuene siempre en nuestra historia.
Tu Palaba resonó en las vidas de nuestros hermanos.
Como a Jesús, los mataron.
Por él sabemos que fue un gesto desesperado de impotencia.
Sobre esa inutilidad, colmada de tristeza, de los asesinos
quedan, tendidas para siempre, las palabras de los mártires,
que siguen tomándolos en cuenta, invitándolos a negociar,
llamándolos para siempre a la conversión,
haciéndoles ver que es posible.
Y ahora son nuestras palabras las que recogen las suyas
que son las tuyas, Señor.
Son nuestras pobres palabras las que tienen que anunciarte
como Dios de los pobres,
como Dios también de nuestros hermanos los mártires.
Danos, Señor, su paciencia tenaz, que fue su amor.
Te lo pedimos por ellos, por nuestros amigos los mártires, por tantos testigos,
por el Testigo Fiel, Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.
Pedro Trigo, S.J.
Querido Ellacu:
Alrededor de los aniversarios nos vienen a la mente muchas cosas, y una de ellas es qué nos han dejado ustedes. En los primeros años se mencionaba, con razón, que su trágica muerte había acelerado los Acuerdos de Paz, y seguimos repitiendo, con mayor razón, que ustedes son un ejemplo a imitar y una fuerza para seguir adelante. En definitiva, ustedes nos recuerdan a Jesús, y ése es su valor permanente.
Pero dicho esto, cada vez más me pregunto, trece años después, qué es lo especifico de ustedes, lo que en verdad nos han dejado para hoy, y que es difícil encontrar en otra parte. Lo que se me va imponiendo es que lo que nos han dejado no se echa de ver tanto en lo que ocurre en "lo exterior", incluso en las celebraciones, sino en lo que ocurre en "lo escondido".
Para explicarme, me llamó mucho la atención algo que oí hace poco de un experto mundial en nutrición. "El problema de solucionar el hambre no es científico, ni económico, ni tecnológico. Es un problema ético". Con esto quería decir, entiendo yo, que nuestro mundo ofrece caminos "exteriores" de solución, pero no penetra en la profundidad de lo humano, personal e institucional, para recorrer eficazmente esos caminos. En palabras sencillas, el problema de nuestro mundo no está tanto en el cómo hacer las cosas –en lo que vamos avanzando–, sino en si queremos hacerlas –en lo que no avanzamos. Es decir, en eliminar si queremos o no el hambre, aliviar la tragedia del sida, frenar las guerras en el Congo o en Irak. Aquí en El Salvador, si queremos o no resolver el problema de la alimentación, la salud, la educación de los pobres.
Indudablemente –y bien lo repetías tú– hay que hacer viable esa voluntad a través del saber, de la política y de la negociación. Pero es evidente que eso sólo no basta. Nunca hemos sabido tanto, ni ha habido tanta información del PNUD, por ejemplo, y no sé si nunca ha habido –relativamente a las posibilidades– tanta inhumanidad. Y es que a las cosas humanas, les falta algo esencial si se dejan sólo a la política y a la ciencia. Y por cierto, algo de eso se escucha cuando dicen que lo que se necesita es "voluntad política". Yo prefiero hablar simplemente de "voluntad", pero la intuición –aunque no se si dice con sinceridad– es certera. Esa "voluntad política" es lo que se cuece en "lo escondido". Y la gran pregunta es qué la desencadena.
Relacionado con esto, recuerdo que algunas veces comentamos el famoso texto de Pablo a los Romanos: "la cólera de Dios se ha revelado contra los que oprimen la verdad con la injusticia", donde mentira e injusticia expresan la maldad de este mundo. Pues bien, una de las consecuencias que saca Pablo es que al mentiroso e injusto "se le entenebrece el corazón", lo más profundo del ser humano queda viciado. Y Pablo concluye que, de ese modo, ya no puede conocer a Dios y que el ser humano es entregado a todo tipo de maldades. Yo pienso que eso se puede decir también de las estructuras de este mundo: si su corazón –lo cultural, ideológico, religioso– está entenebrecido, con gran dificultad van a humanizar y dar vida las estructuras económicas, políticas y militares. De lo que ocurre en "el corazón", en "lo escondido", se deducen consecuencias para la carne visible de la historia.
¿Cómo revertir esa calamidad? Ahí entran ustedes. No es fácil encontrar en nuestro mundo gente que llegue al reducto más profundo del ser humano. No lo hacen políticos, los grandes de la economía y las armas, los poderosos de los medios, y extraña que se extrañen de que la gente no confía en ellos, aunque tengan que aprender a vivir con ellos para sobrevivir. Pero sí lo hace Monseñor Romero, y sí lo hacen ustedes. Llegan a lo profundo del corazón, y desde ahí dan luz para ver las cosas como son –un mundo de "piltrafas y desechos humanos", como tú decías– y para que se nos remuevan las entrañas a misericordia. Dan fuerza para que el corazón de piedra –¡cuánto abunda en nuestro mundo globalizado y democrático!– se convierta en corazón de carne.
Repito, Ellacu, que no se trata de ignorar –y menos tú– saberes científicos y técnicos, praxis sociales y políticas. De lo que se trata es de que ambas cosas tengan corazón para revertir un capitalismo –neoliberalismo, globalización, lo llaman hoy– que, como dice Pérez Esquivel, "nació sin corazón".
Como contraprueba de lo que he dicho, permíteme hacer una reflexión sobre tu propia herencia intelectual. Has hecho escuela. Se estudia tu filosofía de la realidad histórica y tu teología de la liberación. Pero no veo que se estudien mucho otras cosas tuyas centrales: "el pueblo crucificado", la praxis de "bajarlo de la cruz", la necesidad de "revertir la historia". Esto no parece interesar. Y nada digamos de algunas de tus últimas frases, ésta por ejemplo que dijiste en Barcelona en enero de 1989: "Desde mi punto de vista –y esto puede ser algo profético y paradójico a la vez– Estados Unidos está mucho peor que América Latina. Porque Estados Unidos tiene una solución, pero en mi opinión, es una mala solución, tanto para ellos como para el mundo en general".
Puede haber en estas palabras algo de artificio retórico, pero hay una propuesta en ellas para pensar la realidad y encontrar racionalmente el rumbo correcto. Y además, al menos en su primera parte, son muy actuales. Estados Unidos tiene soluciones, ciertamente, y las pone en práctica. No hay más que ver lo que hace en Afganistán, en Irak, en la República Democrática del Congo, en las decisiones de la NATO, y ahora, de forma menos burda, en la vida cotidiana de nuestros países latinoamericanos. Pero así le va al mundo, y al pueblo estadounidense.
De igual manera quisiera decirte que no muchos analizan lo que dijiste de "la civilización de la pobreza", con las excepciones de Don Pedro Casaldáliga, González Faus y algunos aquí en la UCA. No basta con replicar que son palabras retóricas, pues bien las sometiste a análisis en tres artículos en tus últimos años. Ni basta con decir –aunque esto no suele explicitarse, supongo que por respeto a tu martirio– que son palabras evangélicas, tomadas de lo religioso, como si religión y evangelio no fuesen también palabras históricas –en lo cual, por cierto, se insiste hoy cuando el pensamiento democrático culpa a la religión de los males del terrorismo. Lo que en verdad ocurre es que esas palabra van, de nuevo, a lo profundo del ser humano, "al corazón". Cuestionan la ceguera y prepotencia de una civilización de la riqueza, que no humaniza, sino que premia e infla el egoísmo.
Cada vez me convenzo más de que la herencia de ustedes, Ellacu, vive en lo escondido. Allí les aceptan o les rechazan. Para mí allí iluminan la mente y mueven el corazón a misericordia. Y eso, hoy, muy pocos lo hacen. Con todo, donde mejor llegan al corazón creo yo que es en la gente sencilla, los pobres y excluídos, la mitad del país. No soy quién para juzgar lo que piensan y sienten cuando vienen a la UCA o van a la cripta a celebrar aniversarios. Pero hay cosas que sus rostros hacen inocultables, como el testimonio de doña Julia que publicamos más adelante.
Y la herencia de ustedes se hace muy presente cuando, más allá del jardín de rosas e incluso de la cripta, la gente pobre y sufrida mantiene vivos en sus propias comunidades a sus propios mártires. Ustedes les han llegado al corazón, les han ayudado a perder el miedo y a recobrar valor, y a demostrar públicamente el cariño por los suyos. Por eso el primer artículo de esta Carta a las Iglesias es lo que ha ocurrido en La Quesera 21 años después de la masacre de 1981: los supervivientes han enterrado a sus mártires. Espero que te guste.
Jon
Desde hace varios meses las CEBs de la Zonacosta se reúnen con los sobrevivientes de la masacre que ocurrió en octubre de 1981 en los cantones de La Quesera, una zona abandonada en el Norte del Municipio de San Agustín. Es la primera vez en 21 años que los sobrevivientes comparten esa memoria y se atreven a hablar de los hechos. Muchos sobrevivientes dicen que cada noche todavía van adormir recordando la crueldad de la masacre. Para muchos el 24 de octubre, año tras año, es un día de dolor y sufrimiento, recordando la pérdida de sus familiares.
Después de varias reuniones decidimos visitar todos juntos el lugar retirado de La Quesera donde encontramos varias fosas. Hicimos un recorrido por toda la zona. Después fuimos a visitar a los sobrevivientes de la masacre de El Mozote en el norte de Morazán. Nos animó mucho ver cómo las comunidades de Morazán conmemoran a sus mártires y luchan por la verdad. Al fin nos animamos y nos decidimos, después de tantos años, a hacer una actividad de conmemoración para nuestros familiares, amigos y conocidos, todos y todas, víctimas inocentes de la masacre de La Quesera.
Fue toda una organización, porque la zona está retirada y es casi inaccesible durante el tiempo lluvioso. Más de 250 personas participaron en la conmemoración. Primero, nos transportamos hasta el cantón el Guajoyo, donde caminamos media hora hacia el río Lempa. Ahí la gente de Linares nos hizo el gran favor de llevarnos en la lancha. Llegando al otro lado, nos tocó caminar otra media hora hasta la comunidad Linares. Desde allí caminamos todos juntos en procesión hacia la Loma del Pájaro.
Es una loma céntrica en el lugar de la masacre, con varias fosas. En la procesión llevamos carteles con los 230 nombres de las víctimas identificadas (la cantidad de víctimas llegó, según los sobrevivientes, entre 800 y 1000), la mayoría mujeres, niños y ancianos. Cantamos y gritamos consignas: "Los que mueren por la Justicia son verdaderos mártires", "No a la impunidad, Sí a la justicia". Ya bien sudados, llegamos a la loma. Tuvimos una misa conmemorativa que nos animó y nos inspiró. Varios sobrevivientes dieron su testimonio. Se leyó por primera vez en voz alta, desde la cima de la loma, los nombres de las 230 víctimas inocentes. Se sembró una cruz y se puso una placa: "En conmemoración de las víctimas inocentes de la masacre de La Quesera, 24 de octubre de 1981".
También se sembró una flor de Izote, símbolo de que desde las cenizas crece nueva vida y esperanzas. Se soltó una paloma, signo de esperanza y vida. En solidaridad con las comunidades, las CEBs de Morazán nos acompañaron. Después de la misa Tutela Legal del Arzobispado y Probúsqueda, dos instituciones, se comprometieron a acompañar a los sobrevivientes en el proceso de posibles futuras exhumaciones y un proceso legal contra los responsables de este crimen. Esta primera actividad fue histórica, fue un primer paso para recuperar la dignidad de las víctimas.
La masacre de La Quesera no está reconocida, no aparece en el informe de la Comisión de la Verdad, aún está impune este crimen contra la humanidad. La gente que murió masacrada fue gente buena, honesta, gente común y corriente. Los responsables de este crimen dicen que queremos abrir heridas, que somos odiosos. Estamos dispuestos a perdonar, pero primero los responsables tienen que pedir perdón. Queremos construir un pueblo nuevo sobre la esperanza, la justicia y la verdad.
Queremos poner fin a la impunidad. Pero sobre todo queremos que la historia nos enseñe y nos dé sabiduría, sobre todo a la juventud, para que tal crueldad nunca más se repita en nuestro país ni en el mundo. Las CEBs y los sobrevivientes tenemos un lugar más donde llegar, donde reunirnos, de sacar fuerza del testimonio de nuestros mártires. Como dijo Monseñor Romero: "Estoy seguro que tanta sangre derramada y tanto dolor causado a los familiares de tantas víctimas no serán en vano. Es sangre y dolor que regará y fecundará semillas de salvadoreños que tomarán conciencia de la reponsabilidad que tienen de construir una sociedad más justa y humana" (Homilía 27 de enero de 1980).
Comunidades de Zonacosta Usulután
En estos días de aniversario ha habido muchas actividades litúrgicas, académicas, culturales, de las que damos cuenta en este número de Carta a las Iglesias. Ahora ofrecemos una pequeña muestra de las peregrinaciones, testimonios y solidaridad de estos días.
Campesinos y campesinas en la UCA
Los campesinos y campesinas de Berlín fueron los primeros. No podían estar en la vigilia del 15, pues viven en lugares muy alejados. Por eso, el viernes 8 llegaron en dos buses desde Berlín, Usulután, y sus cantones. Tras una cruz, entraron en procesión por la puerta principal de la UCA, entonando oraciones y cantos. A su paso, la gente se quedó mirándolos con devoción. Se fueron directamente a la capilla, donde el Padre Tojeira les dio la bienvenida. Los campesinos agradecieron sus palabras de aliento y esperanza, y comenzaron una celebración de la palabra. De la capilla llegaron cantando al Centro Monseñor Romero. Fue tal la sorpresa y alegría que estudiantes y profesores interrumpieron las clases. Durate el recorrido cantaban el corrido "el 16 de noviembre". Visitaron después el salón de los mártires y el jardín de rosas. Todo con gran devoción y naturalidad.
Con ellos vino una delegación de una Iglesia presbiteriana de Estados Unidos. Estaban emocionados. Una anciana llevaba una cruz en sus brazos y dijo: "Bendito sea Dios que existen lugares como éste en El Salvador. Gracias por mantener este lugar tan lindo".
Los campesinos de Berlín no fueron los únicos. A la vigilia del 15 llegaron de muchas comunidades del interior, de los catorce departamentos. Había también muchos jóvenes, miembros de congregaciones religiosas y de diversas confesiones cristianas, pues, como se dice aquí, "el amor y la sangre es lo más ecuménico". Los estudiantes de la UCA estuvieron muy activos. Especialmente bellas fueron las alfombras.
La eucaristía y la procesión de farolitos siguen siendo como el corazón de toda la celebración: luces en la oscuridad, cantos en el silencio, palabras de los mártires que resonaban durante el trayecto. La homilía del Padre Tojeira hizo vibrar a todos: "los lobos de este país tienen que cambiar, no las ovejas. Así habrá paz y solidaridad".
Siempre suelen preguntar cuánta gente había en la vigilia.. Este año, llegaron de diez a doce mil personas. Lo importante, sin embargo, no es el número, sino lo que ocurre en el fondo de los corazones, como en la historia de doña Julia que contamos a continuación.
El velorio de Doña Julia: "empeñarse en no olvidar".
Este año, a la memoria del asesinato de los Jesuitas, Celina y Elba, se han sumado otras memorias: las de los hijos, hijas, hermanos, hermanas, maridos, esposas, padres, madres, sobrinos, sobrinas, detenidos y desaparecidos en este país.
En un silencioso espacio en la capillita de la UCA se ha hecho un homenaje a esa gente, que sufre esas desapariciones: los familiares de las víctimas de violaciones de derechos humanos. Es un vivo empeño contra el olvido.
La madrugada del 16 de Noviembre, más o menos a la mismahora en que eran asesinados Nacho, Ellacu, Segundo, Amando, Juan Ramón, Lolo, Elba y Celina, estaba yo sentada en un banco junto a Julia –la mamá de una víctima de detención y desaparición–, contemplando en silencio los objetos y los rostros de esas personas queridas desaparecidas, a las que no se ha podido enterrar dignamente, y a las que la impunidad ha regalado un dolor inagotable a sus familias. Ahora me doy cuenta de lo que significa para ellos y ellas abrazar esta memoria.
"Mire, me dice Doña Julia, tantos años y yo no había encontrado sentido a tanta conmemoración y tanta celebración. Año tras año vengo y no sabía qué significaba todo esto. Y ahora en este silencio, con el rostro de mi hijo ahí, donde todo el mundo lo ve junto a otros rostros, de repente algo en el corazón me ha dado un vuelco. Esta conmemoración es un velorio para nuestros seres queridos. No como celebración, sino como un velorio, el que no hemos podido hacer en tantos años. Así, ahora también los jesuitas, unidos con estos hijos nuestros, forman este velorio. Ahora entiendo el empeño de año tras año".
A una señal suya de que la siguiera, me levanté sin pronunciar palabra. Entonces, sacó una vela de su bolso, la encendimos y la puso en el suelo a los pies de sus seres queridos. Con los ojos cerrados dijo unas palabras que salían del corazón, rogándoles que la esperaran con los brazos abiertos hasta que ella pudiera reunirse con ellos y llevarles la dignidad que les habían negado.
Sólo por algo así, ya merece la pena empeñarse en la memoria, esa memoria que trae de la mano la esperanza de justicia y verdad. Sol Yáñez.
En la cripta de Monseñor Romero, el domingo 10 se ofició una misa para recordar la muerte de Monseñor y la de los 6 jesuitas y dos mujeres. Este año ocurrió en el marco de un conflicto social, como es la salud, donde el gremio médico, junto a sindicalistas, han montado su lucha en contra de la privatización de la salud. Por eso, junto a estudiantes y personal de la UCA, se hicieron presentes varios médicos. En total había cerca de 450 personas. La primera lectura estaba tomada de Isaías sobre el Siervo sufriente de Yahveh. La segunda fue un trozo de la última homilía de Monseñor Romero en Catedral. En el evangelio se nos pedía estar siempre alerta y preparados.
Tuvo la homilía el Padre Tojeira. Se preguntó cuál sería la actuación de Monseñor Romero en estos tiempos, y contesto: "si estuviera vivo denunciaría los graves problemas sociales y económicos que aquejan a los salvadoreños". Entre éstos, un sistema educativo que excluye y margina, las violaciones que se cometen contra los niños, los bajos salarios, el conflicto de salud, las estructuras que existen y no permiten que haya desarrollo con equidad, entre otros. En cuanto a la salud, dijo que el sistema está en crisis, que un 70 por ciento de la población utiliza los servicios públicos, que un 20 por ciento cotiza al ISSS y un escaso 5 por ciento tiene capacidad para acudir a los hospitales privados.
Protesta en el Fuerte Benning ante la Escuela de las Américas
Más de noventa personas, entre ellas cinco monjas, fueron arrestadas el domingo 17 por ingresar ilegalmente a los terrenos del Fuerte Benning, durante una protesta anual contra un programa estadounidense de entrenamiento militar a oficiales latinoamericanos. "Me enfurece que se enseñen deliberadamente las técnicas de la violencia", dijo Caryl Hartjes, una monja de Fondulac, Wisconsin, al ingresar al complejo militar, donde fue arrestada.
Unos 6,500 manifestantes se congregaron en la decimotercera protesta anual que organiza el grupo School of the Americas Watch, que organiza protestas desde el 16 de noviembre de 1989, cuando fueron asesinados los jesuitas de la UCA.
La Escuela de las Américas del Ejército fue reemplazada el año pasado por una nueva institución administrada por el Departamento de Defensa, y es supervisada por una junta independiente de trece miembros, que incluye legisladores, eruditos, diplomáticos y líderes religiosos.
Las autoridades afirman que la nueva escuela, conocida ahora como el Instituto de Cooperación para la Seguridad del Hemisferio Occidental, sigue entrenando a militares latinoamericanos, pero también se concentra en asuntos civiles y diplomáticos. Los cursos de derechos humanos ahora son obligatorios.
Los dirigentes de las protestas, sin embargo, aseguran que el cambio solamente es cosmético, y han prometido que continuarán con las manifestaciones públicas. Los manifestantes traspasaron las vallas y cortaron un candado para deslizarse al interior de la base, donde fueron arrestados. "No quiero perder mi libertad, y gozaría más de la paz y de la justicia. Pero como persona de fe, no puedo quedarme pasiva y observar las atrocidades", dijo Dorothy Pagosa, de 48 años, mientras era detenida. "Las atrocidades que se han cometido han hecho que recaiga la vergüenza sobre este país".
Mientras las monjas eran arrestadas, otro grupo de unos veinticinco manifestantes amenazaba con entrar a las instalaciones. Los detenidos han cometido un delito federal que es penado con seis meses de prisión.
Testimonio desde Valencia, España
"Todos los días, cuando la mente me niega la fluidez de las ideas y los pensamientos, levanto la vista y me encuentro con su mirada directa, con su gesto de energía, de rabia contenida y de vitalidad desbordante, que tan maravillosamente consiguió reflejar el amigo Romaguera en su cuadro. Me gusta que Ignacio Ellacuría esté ahí, velando mis dudas y mis convicciones, y recordándome siempre la necesidad del compromiso con la verdad y la justicia. Hoy le miro de una forma especial; recuerdo su martirio y el de sus compañeros, y recorro solidariamente con mi mente cada uno de los lugares de la UCA y en especial el jardín de las flores. Tengo guardado en un pequeño tarro de cristal, un poco de tierra que recogí allí el año pasado. Mañana por la noche lo pondré junto a una vela que permanecerá encendida todo el día en recuerdo de todos". José Ramón Juániz
El 8 de noviembre la UCA concedió un doctorado honoris causa en teología a Monseñor Ricardo Urioste, el segundo después del que concedió póstumamente a Monseñor Romero en 1985. El rector, Padre José María Tojeira, tuvo la laudatio, discurso que aparecerá íntegro en el número de ECA, noviembre-diciembre. Ahora sólo publicamos las ideas principales, y a continuación, el texto íntegro del discurso de Mons. Urioste.
1. "Como ciencia de la fe, la teología es también ciencia del sentido profundo de lo humano... En El Salvador, con problemas graves de justicia social, con situaciones de pobreza y de disparidades escandalosas en el ingreso, con corrupción y debilidad institucional, con una institucionalidad que en determinadas y frecuentes ocasiones crea exclusión, con una democracia enferma de autoritarismo y de indiferencia ante las necesidades de los más débiles y pobres, la tarea de hacer teología se vuelve más imperante. Porque precisamente allí donde se niega la humanidad, en la cruz de una realidad injusta, es donde lo teológico adquiere su mayor fuerza y eficacia".
2. "El testimonio de Mons. Romero, de nuestros mártires en general, se nos ha dado a todos como don. Pero no todos hemos sabido multiplicarlo desde nuestra palabra y nuestro servicio eclesial. Cuando en este momento estamos honrando a Mons. Urioste con un doctorado en teología, estamos reconociendo que a partir de su palabra y de su servicio en la Iglesia, ha logrado convertir en teología, en ciencia de la fe, la historia reciente de nuestro pueblo. No sólo desde su accionar diario y entregado, trabajando muy de cerca de tres arzobispos, sino también desde la capacidad de ayudar a la Iglesia local a abrirse a los nuevos aires del Concilio, a descubrir en los pobres su tesoro, y a servir sin descanso en la tarea de humanización de conflictos".
3. "Su relación cercana con Monseñor Romero, plasmada inobjetablemente en el hecho de ser el sacerdote más veces nombrado en el Diario personal del arzobispo mártir, no fue sólo un don para él. Desde la muerte martirial del pastor, Mons. Urioste fue convirtiéndose en un signo de su recuerdo y de su vigencia a la hora de iluminar la realidad salvadoreña... "Monseñor Romero se sintió libre con la libertad que Cristo nos dio y con la verdad que nos hizo libres", decía Mons. Urioste en Orientación (4-III-2001). Todo un programa, en el fondo, de seguimiento de quien fue libre y liberador, Jesús de Nazaret".
4. "Los pobres, víctimas principales tanto de enfrentamientos sociales, guerra incluida, como de los desastres naturales, son para Monseñor Urioste el centro de nuestra opción cristiana. No hay pastoral social, no hay desarrollo digno ni política responsable sin cercanía a ellos. "Hay que bajar al asfalto –nos decía recientemente en Orientación– y ver el dolor, el sufrimiento y convivir con él. Hay que subir a la montaña, pero para bajar de nuevo a la llanura y mezclarse con las angustias de los hombres. Es necesario volver a bajar y oír los gritos y los lamentos de la gente. Hay que cantar alabanzas a Cristo, pero hay que bajar a aliviar el llanto del pueblo que sufre" (Or.24-II-02)".
5. "Ha tratado de ver la realidad desde los ojos de Dios y ha practicado vitalmente aquella recomendación de los teólogos de hacer teología de rodillas. Por eso se ha convertido, para muchos de nosotros, en un referente de autenticidad. "No somos llamados a crear disfraces –nos decía hace poco–, somos llamados a vivir con y para la verdad" (Or.10-II-02). "No hay razón para vivir, si no se vive la vida con autenticidad" (Or.12-XI-00)".
6. "En el 98, y desde tu habitual tribuna de Orientación (4-X-98), nos decías, Ricardo, que "para ser santo es preciso ser humano, y para ser humano es necesario ser sensible y preocupado". El juicio sobre la santidad se lo dejamos a Dios. Pero sí queremos decirte que desde la Universidad te admiramos como hombre de fe y maestro al mismo tiempo en humanidad. Muchas gracias por tu vida y por tu servicio a la Iglesia y a El Salvador".
Decía un célebre jesuita, el Padre Capello profesor mío, hace muchos años: "Más vale ser docto que ser doctor". Desearía que Dios me permitiera llegar algún día a ser docto, en el corto tiempo de vida que me queda. Sin embargo, me enaltece en gran medida este honor que la Universidad Centroamericana, su Rector, Padre José María Tojeira y demás autoridades, han tenido a bien otorgarme. Varias son las razones para sentirme tan honrado. Hice todos mis estudios de secundaria y universidad con los padres jesuitas, aquí en El Salvador, en España e Italia. Recuerdo con agradecimiento a esos formadores, tanto a nivel académico como espiritual, en todos los lugares de estudio, tanto en San José de la Montaña, de donde sentí mucho que los padres jesuitas hubieran dejado el seminario, como en la Universidad de Comillas, en España, donde recibí mi formación teológica, y donde hace 54 años recibí la ordenación sacerdotal, como también en Roma, donde estudié derecho canónico. Hombres, todos ellos, mis profesores y formadores, sólidos, maduros y enteros, como directores espirituales y académicos. A ellos mi reconocimiento y mi profunda admiración.
Ya en El Salvador, todos hemos constatado la contribución esmerada que esta Universidad ha dado al país. El recuerdo de sus hijos martirizados, hace casi trece años, fue la señal más preclara de su magnífico servicio. El Padre Ellacuría decía: "Que con Monseñor Romero Dios había pasado por El Salvador". Yo, a mí vez, creo que con los jesuitas martirizados, también pasó Dios por El Salvador. Creo que ellos fueron más salvadoreños de corazón, que por naturalización; creo que ellos descubrieron el rostro del pueblo pobre de El Salvador e hicieron lo que mejor pudieron hacer que fue servirlo hasta encontrar la muerte.
También creo que Monseñor Romero fue un santo, creo que fue el salvadoreño que más amó a El Salvador, creo que fue un obispo hecho pueblo sufriente, creo que Dios ya lo ha canonizado. La herencia por él dejada es una herencia sagrada. Su lema episcopal: "Sentir con la Iglesia" definió su ser y su hacer. Sentir con la Iglesia fue para él estar muy enraizado en Dios, muy cercano al pueblo y dispuesto siempre a pasar todos los riesgos, que al final lo llevaron a ofrendar su vida al pie del altar. Murió como siempre se había sentido, hombre de Dios, hombre del altar y hombre del pueblo y para el pueblo.
No debo olvidar a Monseñor Chavéz y tampoco a Monseñor Rivera. Ellos tres llenaron a plenitud casi 60 años de nuestra Iglesia. Ellos hicieron una Iglesia basada en Jesús y su evangelio. Ellos tuvieron compasión de la multitud. Ellos hicieron suyo lo que el Vaticano II pidió a los cristianos de todos los tiempos: "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo… Es la persona del hombre lo que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar. Es por consiguiente el hombre; pero el hombre todo entero cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad" (Gaudium et Spes, 1).
Eso hicieron esos tres egregios obispos, con que Dios regaló a esta Iglesia local. Vieron las tristezas y las angustias de tanta gente en sufrimiento, y con sus palabras y sus obras llevaron un lenitivo a tantos hombres y mujeres sufrientes en el país. Esa es la misión de la Iglesia. Ese su cometido. No llevarlo, a cabo, es ser infieles a Jesús y a su palabra.
Toda fidelidad a Dios debe ser también fidelidad al hombre y teniendo en la memoria a Monseñor Chávez, a Monseñor Romero, a Monseñor Rivera, a quienes dedico este doctorado y a ellos lo hago extensivo, y teniendo en mente también a los padres jesuitas mártires de la fe, deseo aprovechar la ocasión de este doctorado honoris causa en teología, que se me confiere, para proclamar mi fe, que contiene, en parte, la teología que ha inspirado mi vida. Esta es mi profesión de fe.
Creo en Dios, en el Dios de amor, Señor de la historia, creador del universo y creador del hombre y de la mujer, que oyó los lamentos de su pueblo y lo liberó de la dominación para hacerlo un pueblo libre, unido a Dios. Creo en Dios todopoderoso y creo en el Dios todo amor y benignidad.
Creo en el Dios que bajó a liberar al pueblo de la esclavitud, y creo en el Dios que sigue bajando ahora para continuar su obra de liberación, en tantos oprimidos, en nuestro país y en el mundo entero.
Creo en Dios que escogió a Abraham para padre de todos los creyentes, que llamó a Moisés para guiar al pueblo a la libertad y que sigue buscando nuevos Moisés, que liberen a su pueblo.
Creo en Dios que nos invitó, por los profetas, a vivir una nueva vida y a decirnos que su plan de salvación no tiene estructuras injustas, que atacan y discriminan las personas. En una palabra, creo en el Dios que siempre nos pregunta: ¿Dónde está tu hermano?
Creo en Jesucristo, Dios, que se hizo hombre en el seno de María, Madre de Dios y nuestra madre. Creo en el misterio radical de nuestra fe, la encarnación que hizo a Jesús en todo semejante a nosotros, menos en el pecado, y por encarnarse como hombre, sufrió pobrezas, escarnios e injusticias, invitándonos a nosotros a saber encarnarnos en el sufrimiento de los pobres y marginados.
Creo en Jesucristo que se hizo hombre para salvarnos y que su último acto de inmolación en la cruz nos valió la redención, que se realiza en la vida de todos los días y cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz.
Creo en Jesucristo que nació y vivió pobre, adelantándose así a todos los pobres del mundo.
Creo en Jesucristo que en su primera alocución pública en Nazaret, nos dijo a qué había venido al mundo: "El espíritu del Señor esta sobre mí porque El me ha escogido para dar la buena noticia a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor" (Lc 4, 18).
Creo que en El se cumplió ese día la Escritura y creo que los pobres siguen siendo los preferidos de Jesús y que deben ser también nuestros preferidos.
Creo que Jesús sigue buscando liberar a los cautivos de este tiempo de todo mal, cuya raíz es el pecado. Creo que Jesús vino a traer la libertad a los oprimidos por el hombre, por la injusticia, por todo mal y todo pecado.
Creo en Jesucristo, que viendo a la multitud, nos dejó dicho como primer programa del reino que venía a fundar: "Dichosos los pobres porque de ellos es el reino de Dios" (Lc. 5, 20).
Creo en Jesucristo que afirmó que El era el Mesías que habría de venir, cuando mandó a decir al Bautista: "Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la buena nueva" (Lc 7, 22) y que, por lo tanto, ésa es la señal que la Iglesia debe dar para hacer presente a Cristo en el mundo y hacerse ella creíble, y que ésa es la señal que Jesús dio de que los tiempos mesiánicos han llegado.
Creo en Jesucristo que dijo: "Yo soy el buen pastor… el buen pastor da la vida por sus ovejas" (Jn 10, 11). Creo que el pastor sólo se identifica con Cristo, cuando está dispuesto a morir cada día por aquellos que lo necesitan, como Monseñor Romero, que treinta días antes de su muerte dejó escrito: "Jesús asistió a los mártires, y si es necesario lo sentiré muy cerca al entregarle el último suspiro. Pero más valioso que el momento de morir es entregarle toda la vida, y vivir para él" (Apuntes de retiro, 25 de febrero de 1980).
Creo en Jesucristo que dijo: "a mí nadie me quita la vida, sino que yo la doy", pero que terminó como un condenado a muerte por los representantes oficiales de la religión, un crucificado por el imperio romano, en Palestina, que ha sido resucitado por Dios, como prueba que Dios está de su parte y en contra de todos los poderes que acabaron con él.
Creo en Jesucristo que dijo: "El que quiera venir en pos de mí, tome su cruz y sígame." Predicar hoy a Jesucristo y su cruz, significa también comprometerse en la construcción de un mundo, donde sean menos difíciles el amor, la paz, la justicia, la fraternidad, la apertura y la entrega a Dios. Esto lleva consigo denunciar las situaciones que engendran el odio, la división. Aceptar la cruz que conlleva esta lucha, es cargar con la cruz como lo hizo el Señor. Creo que cargar con la cruz, como Jesús, significa solidarizarse con los crucificados de este mundo: los que sufren violencia y pobreza y se sienten deshumanizados y privados de sus derechos y dignidad de seres humanos.
Creo en Jesucristo que nos dijo, por medio de Marcos: "El tiempo se ha cumplido y está cerca el reino de Dios; conviértanse y crean en la buena noticia" (Mc 1, 15). Creo que la irrupción de su reino es una buena noticia para los pobres: la noticia de que su situación debe cambiar de raíz, no para convertirlos de pobres a ricos, sino para inaugurar una nueva forma de sociedad, donde se haga posible la solidaridad, que es la felicidad compartida, en la mesa común de los hermanos.
Creo en el Espíritu Santo por cuya obra se encarnó Jesús en el seno de María, dejando con ello a su Iglesia el mandato esencial de saber encarnarse, como El, en los dolores y angustias de una humanidad sufriente. Creo que si la Iglesia no busca afanosamente su encarnación en el hombre y la mujer que sufren, no es la Iglesia de Jesucristo.
Creo en el Espíritu Santo que llevó a Jesús al desierto para ser tentado y con la fuerza del Espíritu, rebatió al Espíritu del mal, que lo incitaba a apartarse de su misión y con ello dio ejemplo a su Iglesia de ser siempre fiel a su misión, rechazando las tentaciones de poder, prestigio y privilegios.
Creo en el Espíritu Santo, en cuyo poder creemos y no en las riquezas y el poder terreno.
Creo en el Espíritu Santo que en pentecostés descendió sobre los apóstoles, como ha descendido sobre todos nosotros, y que es fuente de vida y juventud y guía de su Iglesia, en el camino de la verdad completa, verdad sin la cual no seremos libres. Creo que ha venido sobre nosotros, todos, y nos invita a crear un mundo nuevo, donde todos tengamos por padre a Dios y vivamos como hermanos.
Creo en el Espíritu Santo que nos enseña a existir viviendo la vida del Espíritu que es la vida del hombre entero, cuerpo y alma.
Creo en Pablo, el apóstol, que nos dice: "Donde está el Espíritu del Señor ahí está la libertad (2Cor 3, 17). Creo que el Espíritu Santo es libertad, libertad de amar, libertad de orar, libertad de pensar y decidir, y que, como dice el concilio, el pueblo de Dios: "Tiene como condición la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo" (Lumen gentium, 8).
Creo en la Iglesia, a la cual amo apasionadamente, porque Ella no está hecha en la tierra, está hecha en la Trinidad y no hay amor más grande que el amor y la solidaridad en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Dios es sólo amor y amor debe ser la nota constitutiva de la Iglesia.
Creo en la Iglesia, que, como Jesús, debe amar al pueblo, se solidariza con él, y se inmola por él. No creo en una Iglesia fría, indiferente y distante, a quien no le duelen los dolores del pueblo.
Creo en la Iglesia que reparte la gracia de Dios en su palabra y en sus sacramentos y que no ve sólo almas, sino también cuerpos que necesitan redención.
Creo en la Iglesia que se encarna, como Jesús y se acerca para salvar, "porque ha oído el clamor de su pueblo y se ha acordado de él". No creo en una Iglesia que no ve, que no oye y que no siente. Creo en la Iglesia misericordiosa y tierna para dirigirse a los pequeños. Creo que todos sin excepción son sus hijos, pero que en ella hay quienes más necesitan de su amor y ternura: los pobres, los enfermos y necesitados de todos los tiempos.
Creo en la Iglesia que, como Jesús, se hace semejante a los hombres como rasgo esencial de su misión, y sabe compartir sus dolores y tristezas y busca liberarlos del pecado que los oprime.
Creo en la Iglesia que "está comprometida con la causa de los pobres, porque la considera como su misión, su servicio, como verificación de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente la Iglesia de los pobres", tal como lo expresa textualmente Juan Pablo II en la Laborem Exercens, y por eso, no creo en una Iglesia que no está comprometida con los pobres, ni los ve como su misión, ni como su servicio, contradiciendo el evangelio y contradiciendo al pastor supremo.
Creo en la Iglesia que juzga para cumplir su misión: "es su deber permanente estructurar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del evangelio; de forma que acomodándose a cada generación, pueda responder a las perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y futura y sobre la mutua relación de ambas (Gaudium et Spes, 4). Creo en la Iglesia que analiza siempre los signos de los tiempos, como acontecimientos del Espíritu, que atañen a los hombres.
Creo en la Iglesia "que no pone su esperanza en privilegios dados por el poder civil; más aún renunciará al ejercicio de ciertos derechos legítimos adquiridos, tan pronto como conste que su uso puede poner en duda la sinceridad de su testimonio" (Gaudium et Spes, 76). No creo en una Iglesia que busca apoyarse en el dinero o en el poder civil, olvidándose así de Jesús pobre y libre.
Creo, finalmente, que los pequeños y los pobres van a condicionar nuestra entrada al Cielo, así lo afirmó Jesús al decirnos en san Mateo: "Vengan benditos de mi Padre a tomar posesión del reino… porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber; forastero y me recibieron en su casa; anduve sin ropas y me vistieron. Enfermo y fueron a visitarme. En la cárcel y me fueron a ver" (Mt. 25, 34-36).
Creo que es una verdad de fe divina que él está presente en los pobres y pequeños cuando nos dice. "Siempre que no hicieron esto con alguno de estos más pequeños, conmigo dejaron de hacerlo" (Mt. 25, 45).
Esta es mi simple teología, esta es mi profesión de fe, esto es lo que este doctorado me ha hecho expresar y pensar. Sólo le pido a Dios que perdone mis infidelidades y que nuestra Iglesia crezca en el amor a Dios y a los pobres y en la defensa de la persona humana; que sea cada vez más una Iglesia "sin mancha ni arruga", como Jesús y el mismo magisterio de la Iglesia la desean.
Gracias de nuevo a ustedes y a esta universidad por este inmerecido reconocimiento.
San Salvador, 8 de noviembre de 2002.
Este es el lema del afiche de este año para celebrar el aniversario de los mártires. Al recordarlos, la UCA ha querido aportar una seria reflexión sobre una realidad hiriente del país, la violencia, y su superación, la paz. Para ello, el 10 de noviembre organizó una Cátedra de Realidad Nacional sobre el tema. Intervinieron en ella el P. Mauricio Gaborit, que lo enfocó desde la psicología social, y el P. Rodolfo Cardenal, desde una perspectiva cristiana. En el número noviembre-diciembre de la revista ECA aparecerá íntegro el texto de las ponencias. Ofrecemos ahora algunas de las principales ideas, que puedan servir para la reflexión, especialmente en las comunidades.
La violencia omnipresente y el abuso infantil, Mauricio Gaborit
Uno de los legados de los mártires es el llamado a que, juntos, construyamos una paz solidaria y duradera. Esta sólo es posible si escudriñamos la realidad en la que vivimos y creamos, ésa que hay que transformar, de tal forma que esa paz no sea exigua y esté basada en la justicia.
Una de las características permanentes de la realidad salvadoreña es la omnipresencia de la violencia. Esta afecta a las vidas de la mayoría de los ciudadanos, se ubica en la vida diaria de las personas y de las comunidades, y está amparada por un sistema político y jurídico indolente. La violencia de la que somos testigos diariamente no es sencillamente el legado de más de una década de conflicto armado, como algunos alegan, sino que ha sido parte integrante de una historia nacional, caracterizada por la exclusión, la pobreza, la dominación oligárquica, el militarismo, el autoritarismo, la intolerancia, la polarización social, el machismo, los patrones patriarcales, la debilidad de la institucionalidad del Estado y las violaciones a los más elementales derechos humanos.
Algunos datos. La tasa de homicidios en El Salvador sigue siendo de las más altas en todo el mundo. En los dos últimos años han muerto 134 mujeres a mano de sus compañeros de vida por golpes, machetazos, puñaladas y arma de fuego. Los casos de violencia intrafamiliar han aumentado de 1,753 denuncias en 1995 a más del doble, 3,543 en 1998, y 5,000 el año pasado. 1 de cada 10 niños es víctima de abuso sexual y el 73% de los menores sufren maltratos físicos. Según la Fiscalía General de la República en 2000 el índice de delitos de violencia contra las personas fue de 49.9 por cada 10,000 habitantes. Según la FGR en 2000 se han denunciado 215 secuestros. En 1998, de todas las defunciones en el país 18% fueron en circunstancias violentas. 450,000 armas de fuego circulan actualmente (172,678 legales y 277,322 ilegales), es decir, una por cada 14 habitantes. Entre 1994 y 1997 murieron de forma violenta más de 6,000 personas anualmente, y en 2000 entre 3,800 y 2,300 aproximadamente. La violencia actual, pues, no es sencillamente un desajuste en la transición de la postguerra. El fenómeno es mucho más profundo y se arraiga en el mismo tejido social de los salvadoreños.
Esta violencia es un medio para conseguir algo. El orden social existente procura mantenerse a base de lo que algunos han denominado la "economía de la violencia". Para preservar cuotas de poder, de los privilegios y de la dominación es necesario el ejercicio de la violencia. Esto es claro en el caso de la violencia doméstica donde al intimidar y subyugar a la mujer por el uso de la violencia, el hombre obtiene trabajo gratis en el cuido del hogar y de los hijos, disfruta de favores sexuales, se apropia del excedente del trabajo de su compañera, conserva sin desafío los privilegios del ocio explicitado como derecho masculino, preserva la hegemonía en la toma de decisiones, y, finalmente, transforma la responsabilidad económica en mera magnanimidad discrecional suya. Esto queda también claramente evidenciado en la violencia política, producto de la habitual coalición entre los poderes económicos, político y militar.
La violencia necesita también de una imbricación en alguna estructura de significado (el machismo, el anticomunismo, por ejemplo). Así, la mujer debe de estar sometida al hombre, los niños a los adultos, los pobres a los ricos que saben lo que es mejor para todos, el tercer mundo al primer mundo, etc. Ese trasfondo ideológico propicia la violencia.
Por lo que toca a la violencia contra la niñez, éstos son algunos datos de la Procuraduría Adjunta de la Niñez. 8 de cada 10 niños salvadoreños son maltratados. 79% de la niñez es expuesta a maltrato físico, 27% sufren negligencia y abandono y 31% sufren abuso sexual.
Muchos son los factores que inciden directa e indirectamente sobre la violencia ejercida en contra de la niñez. El estrés familiar, el aislamiento social de la familia, la aceptación social de la violencia, el alcoholismo y la drogadicción, la trasmisión intergeneracional del abuso, la cognición social, las prácticas de crianza, han sido identificados por los estudios empíricos como importantes causas del abuso infantil del que tan a diario nos enteramos en el país. Estos desencadenantes hacen referencia a las características de la relaciones interpersonales que la niñez tiene con los que supuestamente le cuidan y a las vinculaciones que tanto niños, niñas y adultos tienen con su entorno social más amplio.
En conclusión, si bien entendemos mejor los mecanismos que propician algunas formas de violencia, queda pendiente examinar más detenidamente aquellos que la disminuyan o inhiban en las relaciones interpersonales y colectivas. Dicho de otra manera, a la cultura de la violencia necesitamos anteponer la cultura de la paz. Así como hemos tenido amplio entrenamiento en el ejercicio de la violencia, se hace necesario fundamentar una educación para la paz que esté afincada en los principios de solidaridad, respeto mutuo y derechos humanos.
La perspectiva cristiana, Rodolfo Cardenal
La paz es un bien paradójico: es uno de los bienes más preciados de la humanidad, pero al mismo tiempo es uno de los más frágiles y quebradizos. Quién nos iba a decir hace diez años que los anhelos de paz se esfumarían y que nos encontraríamos en la situación actual, donde la convivencia es un desafío y el bienestar sigue siendo una utopía. Por eso, cuando los grandes del mundo hoy hablan de paz entre ellos, se parecen a veces a los falsos profetas de Israel. A esos acusa Ezequiel de estar llenos de "visiones vanas y predicciones mentirosas" (13, 6), porque extravían al pueblo al hablar de paz, "cuando no hay paz".
Juan XXIII en la Pacem in terris habla de paz justa como desarrollo integral igualitario de personas y pueblos. La paz deja de definirse en negativo y en contraposición a la guerra y se asocia con la justicia y el derecho. El Papa llama la atención sobre el contraste entre el despilfarro que supone la producción de armas y la situación de miseria. Define la carrera de armamentos como crimen contra los pobres.
Vaticano II tiene conciencia clara de la situación del mundo y de la violencia. La mayor parte de la humanidad vive en una situación inhumana, la cual no es atribuible a su culpa o negligencia, sino a la injusticia y a la opresión. Esta situación resulta escandalosa, infamante y degradante. Es resultado del pecado, pero no de un pecado impersonal, en el que suele refugiarse la mala conciencia del poderoso, sino del deseo de dominio, del desprecio por las personas, de la envidia, de la soberbia, del egoísmo, en suma, de la negación directa del amor. Es la encarnación misma del pecado, ante el que el cristiano no puede permanecer pasivo. El concilio exige la condenación enérgica de actos con los que metódicamente se extermina a un pueblo.
El episcopado latinoamericano, reunido en Medellín, analiza tres notas que caracterizan la visión cristiana de la paz:
1. La paz es, ante todo, obra de la justicia: supone un orden donde la humanidad pueda realizarse como tal, donde su dignidad sea respetada, sus aspiraciones legítimas satisfechas, su acceso a la verdad reconocido, y la libertad personal esté garantizada.
2. La paz es un quehacer permanente: no es pasividad, ni conformismo, ni se adquiere de una vez por todas.
3. La paz es fruto del amor: expresión de fraternidad real. Ahí donde hay desigualdades, hay un rechazo al don de la paz y, por lo tanto, un rechazo al Señor mismo. El cristiano es pacífico y no se avergüenza de ello, pero no es pacifista, porque es capaz de combatir, pero prefiere la paz a la guerra.
En la lucha contra la violencia y en la lucha por la construcción de la paz el cristiano tiene aportes específicos.
Por un lado, la utopía de la paz. En la tierra deben reinar, después del dolor de parto, la paz y el amor fundados en la justicia, donde llegará la libertad mediante una dolorosa liberación, sin la cual la libertad es una pura fórmula. La nueva tierra hará presente el reino de Dios. Sólo en él culminará la encarnación de Dios en la humanidad. Shalom posee una riqueza semántica que no posee la eirene griega, ni la pax latina, ni los términos usuales de las lenguas modernas. Shalom no es ausencia de guerra, sino una vivencia colectiva en bienestar y hermandad: remite a un clima de plenitud que informa las relaciones humanas. Posee un componente ético: la necesidad de un comportamiento íntegro y sin tacha. Por eso, shalom se emplea como saludo y bendición. La verdadera paz no está disociada de la justicia, sin ésta la paz no es posible. "La obra de la justicia será la paz, el fruto de la equidad, una seguridad perpetua" (Is 32, 17).
Por otro lado, la redención de la violencia. Redención hace alusión a la cruz, pero vista desde Jesús. Jesús no vino a ser crucificado, sino que vino a anunciar la buena noticia del reino de Dios, que ofrece salvación a la humanidad. Pero Jesús muestra que el primer deber del redentor es encarnarse entre aquellos a quienes pretende redimir, siguiendo la dinámica de la situación histórica. Al intentar redimir la violencia se expresa quizá lo más específicamente cristiano: poner hechos que no sólo detengan la espiral de violencia, sino que, en cuanto hechos fundantes, erradiquen sus últimas raíces. Para erradicar el pecado hay que cargar con él, un acto específicamente cristiano. El pecado no sólo debe ser combatido desde fuera, sino también desde dentro, asumiéndolo con la disposición a ser triturado por él.
En conclusión, los cristianos en su ser y práctica debieran ser "los primeros y más arriesgados en combatir toda forma de injusticia", pero no deberían hacer uso de la violencia. Al cristiano, como a todos, le toca combatir y luchar contra toda forma de injusticia, pero lo específicamente cristiano es usar medios que, en sí mismos, expresen la supremacía de la vida sobre la muerte. En esa lucha, los cristianos debieran estar dispuestos a ser "los primeros y más arriesgados... hasta el martirio", dice Ellacuría, con lo cual tendrán credibilidad ante los demás. Los cristianos cargan con la violencia y tratan de revertir su dinamismo mortífero.
La resurrección es la esperanza de esta muerte redentora. Una esperanza que aguarda no sólo un cielo nuevo, sino también una tierra nueva. Esta tierra nueva es uno de los deseos más clásicos en el corazón de todos los hombres y mujeres religiosas.
Decir verdad y dar voz a los pobres
El 11 de noviembre YSUCA cumplió once años de estar al aire desarrollando uno de los sueños de Ignacio Ellacuría: "Que el pueblo haga oír su voz, que el pueblo reflexione... Que reflexionen sobre la situación del país, que exijan ser bien informados, que hagan sentir cómo se necesita cuanto antes un desarrollo económico profundo del país, cómo se necesita que se resuelva su problema de injusticia, es decir, que el pueblo salvadoreño haga sentir su voz". En este marco se realizaron dos actividades, un foro radiofónico y una Eucaristía, en las que se reflexionó sobre los retos de una comunicación humanizadora desde la perspectiva cristiana.
El foro radiofónico
En el foro participaron como panelistas dos directores de radios vinculadas a las Iglesias católica y evangélica (Radio Luz y Radio Verdad), un teólogo y dos radio-hablantes. El público estuvo constituido, en su gran mayoría, por jóvenes estudiantes de comunicaciones. La pregunta en torno a la que giró el debate fue: ¿Cuál es el aporte específico de los medios de comunicación con inspiración cristiana a la realidad salvadoreña? Ofrecemos ahora algunas ideas de los panelistas.
"El aporte específico de los medios de comunicación cristiana es evangelizar, es decir, proclamar y anunciar el mensaje salvador de Cristo, el Señor. Transmitir los valores morales y espirituales que permitan aceptar como hermanos a los demás y así hacerlos parte de una misma familia. Ayudar a que las personas vivan y participen de su fe cristiana" (Rolando Cabrera, Radio Luz).
"Nuestro aporte es proclamar el señorío de Cristo en el tiempo final de la historia. La sociedad presenta vacíos que no sólo hay que señalar, sino llenar. El trabajo de los medios de comunicación cristianos es llenar cada uno de esos vacíos, es lanzar mensajes encaminados a la recuperación de los valores morales perdidos. Es ejercer una comunicación que le dé protagonismo a Dios, que ayude a la gente a salir de sus problemas y que no polarice ni divida" (Luis Córdova Panameño, Radio Verdad).
"La inspiración cristiana de los medios de comunicación es poner esos medios al servicio de la gente. Poner los medios no al servicio del poder económico, ni siquiera al servicio de las Iglesias, sino en función del pueblo. Ser voz de los que no tienen voz. La auténtica inspiración cristiana es hacer hoy lo que hizo Jesús en su tiempo: "anunciar la libertad a los presos, dar vista a los ciegos, poner en libertad a los oprimidos". Los medios de inspiración cristiana tienen que ser medios al servicio de los oprimidos" (Miguel Cavada, teólogo).
"La inspiración cristiana de los medios se debe expresar en el anuncio del reino que libera, en la denuncia de lo que no permite que haya reino, en la búsqueda de la verdad, en la valoración del ser humano, en la apertura a las grandes mayorías" (Candelaria García, radio-hablante y agente de pastoral).
"Un medio de comunicación es de inspiración cristiana si cumple tres funciones: información y formación de la fe, información y formación sobre la realidad, y búsqueda constante de la verdad" (Yaneth Saldaña, Radio-hablante y miembro de la pastoral juvenil).
La eucaristía
"El reto de los medios de comunicación y de las audiencias es ser micrófonos de Dios, del pueblo y de la verdad". Este es el desafío que planteó el padre Jon Sobrino durante la Eucaristía. Veámoslo en algunos fragmentos de su homilía:
Tomar en serio la verdad de la realidad. "En estos once años YSUCA ha ganado confianza entre la gente sencilla, y eso no se mide con números. También se ha ganado la fama de objetividad porque es parcial. La única manera de ser objetivos en un país como éste, en un mundo como éste, es ser parcial. Pero no parcial porque queremos algo que nos gusta, o algo que nos hace medrar o que nos hace subir. Sino parcial, porque nos hace poner los ojos donde la realidad es más real, más sufriente y más doliente, es decir, en los pobres de este mundo. Y si no les gusta a algunos una objetividad parcial, que recuerden a Dios nuestro Señor, que es Padre de los pequeños, de huérfanos y viudas. De esta manera YSUCA ha pretendido ser testigo de la verdad (...) En nuestro mundo algunos dicen verdad y otros no, y eso se nota. No tiene que ver con el tono de la voz o los títulos de quien habla. Jesús decía verdad, y por eso la gente consideraba que él hablaba con autoridad. No mide lo que va a ganar o perder si dice esto o lo otro. De Monseñor Romero se decía similar cosa. Es decir, hay gente que tiene ese don, ese carisma, esa inclinación, ese trabajo de decir verdad. En nuestro mundo esto suele ser al revés, lo que se hace es ignorar la verdad, apagarla, encubrirla, tergiversarla. La víctima llegó a ser presentada como verdugo y los verdugos se presentaban como víctimas (...) La verdad es algo maravilloso, nos hace humanos, nos hace decentes, nos hace seres confiables, hace que la palabra tenga un valor. Pero la verdad es sumamente difícil, porque quien dice la verdad va a ser parcial, se fijará en la realidad más llamativa: el sufrimiento de los pobres (...), y, como Jesús, será perseguido".
Dar palabra a los que sufren. "YSUCA procura dar palabra a los que no la tienen. Los pobres de este mundo no tienen palabra porque decirla en los medios cuesta dinero. Un campo pagado, por definición, cuesta dinero. Por eso, todo lo que sea dejar hablar a la realidad, dar palabra a los que sufren, es muy importante. De esta manera se sigue la tradición de Monseñor Romero: ser la voz de los sin voz. Aunque esa tradición moleste a los que tienen demasiada voz".
Tomar en serio la palabra de Dios. "YSUCA se confiesa, por ser una radio que pertenece a la UCA, de inspiración cristiana. Esto quiere decir que toma en serio no sólo la palabra del país y de los pobres, sino también la palabra de Dios. Eso significa hacer de la palabra de Dios algo sagrado, algo último, que nos mueva a conversión y compromiso, y que nos ofrece gozo y esperanza, que sea Buena Noticia. Hoy día se habla mucho de la palabra de Dios a través de estaciones de radio y de televisión, en boletines y periódicos, en jubileos y canonizaciones. Dios, lo religioso, la Iglesia están presentes en la vida pública como nunca lo han estado, es decir, masivamente. Pero esa presencia, a veces, parece trivializar al Dios de Jesús, a quien se le presenta como si sólo pensase en sí mismo y en quien le pide cosas. De esa manera se trivializa a Dios y a la realidad en que vivimos. La religión de esta época está llevando a no pensar mucho, y a abandonar actitudes críticas. A veces existe el peligro de que pueda aparecer en el inmenso mercado de nuestro mundo actual, deportes, entretenimiento... Por eso es importante volver a lo que decía Rutilio Grande: "La palabra de Dios es limpia y clara como el agua que baja de los montes".
Al celebrar y agradecer por el trabajo realizado, reafirmamos nuestro compromiso por una comunicación humanizadora, esto es, una comunicación al servicio de la verdad y atenta al clamor de los pobres.
Radio YSUCA
Suyapa Pérez Escapini
"¡Con Monseñor Romero caminando, el evangelio realizando!". Con estas palabras nos encontrarnos en la UCA el pasado 9 de Noviembre, quinientas cincuenta personas, en el Auditorium Ignacio Ellacuría, las 11 Escuelas de Teología Pastoral, para conmemorar al modo nuestro, teológico y popular, los trece años del asesinato-martirio de esta universidad. Vinimos de Chalatenango, Usulután, La Paz, Sonsonate, La Libertad y San Salvador. Con su sola presencia y con su saludo inaugural, Monseñor Gregorio Rosa Chávez nos confirmó en la fe de la Iglesia de los Pobres, y nos llamó a ser en cada lugar "rostro profético" de esa Iglesia.
Estos encuentros nos animan, y ya llevamos cuatro. Tomamos conciencia de ir construyendo este espacio de formación cristiana para nosotros y nuestras comunidades. Los equipos locales se enriquecen y se reconfiguran con nuevos miembros. Esto fortalece la coordinación entre el ejercicio pastoral local y el servicio sistemático a la teología de la UCA, por otra parte. En todo este trabajo nos une un deseo: continuar la Evangelización con los pies en la tierra, el corazón enamorado por el Reino de Dios y asumiendo, para continuarla, un compromiso personal con la memoria histórica de nuestra querida Iglesia Salvadoreña y Latinoamericana.
Dedicamos este IV Encuentro a "Monseñor Romero y el compromiso cristiano". Sabemos que su ejemplo inspiró a todos los mártires y en particular a los mártires de la UCA en 1989. Tres ponencias nos fundamentaron la reflexión posterior en mesas de trabajo donde luego nos fuimos a concretar compromisos:
1. Actualización del profetismo y martirio hoy, en tres ámbitos: en la familia, la sociedad y la Iglesia católica (P. José María Tojeira).
2. El reto de la unidad en la diversidad dentro y fuera de la Iglesia, en tres campos: en la defensa de la dignidad humana, en la búsqueda de la verdad sobre Dios y en el ejercicio de la libertad (P. Rodolfo Cardenal).
3. Espiritualidad de la resistencia, fruto de la dimensión política de la fe, frente a tres retos: la globalización económica, la imposición cultural y los espiritualismos alienantes (P. Rogelio Ponceele. Más adelante publicamos su texto algo editado).
Los resultados de la reflexión teológica colectiva se sintetizaron este mismo día, por un equipo de estudiantes de teología (profesores y profesoras de las ETP), se presentaron en un plenario ya procesados en pantalla para todos. Este fruto fue lo más valioso del IV Encuentro, y tenemos compromiso en cada escuela de darles continuidad.
Una experiencia emotiva y hermosa de la jornada fue la presentación de la Cantata Romero, de Mejicanos, organizada por un conjunto de jóvenes con gran talento y amor que han acogido llevar de modo artístico su testimonio sobre la causa de Monseñor Romero. Para mucha gente fue ocasión de asomarse con gratitud a esa herencia de amor por su pueblo que tanto nos han querido negar. Además contamos con la entusiasta animación del grupo "Sierra Madre" en toda la jornada.
Amigos y amigas:
Traigo para todos y todas un fraterno saludo de las comunidades al norte de Morazán. Allí estuvimos acompañando a los combatientes y ahora estamos acompañando a las comunidades y haciendo trabajo pastoral en la zona.
Vamos a tratar de desarrollar el tema "Espiritualidad de la resistencia, fruto de la dimensión política de la fe. A partir del testimonio de Mons. Romero". Creo que es un tema que despierta muchas expectativas, y no sé si podré satisfacerlas, pero haremos un intento para decir algunas cosas desde mi experiencia en Morazán.
El tema nos permite ordenar la plática en tres partes. En primer lugar nos vamos a referir al testimonio de Mons. Romero, en el cual ya está expresada la dimensión política de la fe. Después, hablaremos sobre la resistencia en una situación que nos presiona a abandonar nuestros principios y a acomodarnos a la dinámica neoliberal. Y en la tercera parte vamos a decir una palabrita sobre la espiritualidad, aquellas fuentes de fortaleza para poder resistir.
El testimonio de Monseñor Romero
Quiero comenzar con una cosa bien sencilla que siempre me ha impactado. Como dice en su libro Jon Sobrino La voz de los sin voz, Mons. Romero creía de verdad en Dios. Así lo dice: "conocemos la unción sentida y no fingida con que hablaba de Dios". También me acuerdo que un periodista extranjero asistió a una misa dominical de Mons. Romero y estaba sumamente impactado. En primer lugar por el mensaje profético: "cuántas cosas dice este monseñor". Pero además –lo que me llamó más la atención– me dijo: "este hombre cree en Dios. Yo siento que este hombre cree en Dios, de verdad".
Recuerdo que, cuando estábamos acompañando todo este proceso de cambio, no era tan fácil entablar plática con los compañeros guerrilleros sobre Dios, sobre el evangelio, sobre la Iglesia. Algunos ya habían estudiado un poquito y sabían algo de la teoría evolucionista y la oponían a la Biblia. Otros ya habían escuchado algo de la crítica marxista a la religión. No era fácil platicar con ellos sobre estos temas, pero con Mons. Romero no sabían qué hacer. Por eso yo considero que Mons. Romero nos permitió hablarles a ellos de Dios, de la fe, de la Iglesia... A veces ellos mencionaban a obispos y tantas cosas que están pasando dentro de la Iglesia, pero cuando alguien mencionaba a Mons. Romero ponían atención y había buena voluntad de entrar a la plática.
Durante los aniversarios de la muerte de Mons. Romero que hemos celebrado año tras año en los frentes de guerra, yo siempre trataba de decir que no podemos acercarnos a Mons. Romero como a un personaje político, sino como a un hombre de una fe profunda, que creía de verdad en Dios. Pero inmediatamente hay que añadir que creía en el Dios de Jesús, aquel Dios que asumió la condición humana y que se encarnó en nuestra historia. Este era el Dios de Mons. Romero.
Y recordando a Monseñor podemos preguntarnos si no tenemos ahora una Iglesia muy ambigua. Después de haber escuchado con mucha atención a Rodolfo Cardenal, sigo pensando que ahora no es tan difícil que todos quepan en ella, porque estamos presentando una imagen de Dios tal vez diferente. Y la Iglesia como que se ha vuelto un lugar donde todo el mundo cabe y donde todo el mundo puede hablar, y además con el claro apoyo a ciertas corrientes dentro de nuestra Iglesia. Yo estoy de acuerdo que, desde el punto de vista pastoral, tenemos que saber convivir todos, tenemos que respetarnos. Es cierto que el evangelio nos invita a que nos amemos unos a otros, y allí estamos fregados. Pero como Iglesia también existe la obligación, me parece, de presentar la verdadera imagen de Dios: el Dios de Jesús, el Dios de Mons. Romero, un Dios encarnado en nuestra historia.
Hace pocos días, un sacerdote colega que yo aprecio mucho, porque la parroquia que está atendiendo es como una pequeña diócesis y allí está haciendo lo posible, me reclamaba respecto a ciertos cristianos que están dentro de las comunidades eclesiales de base: "estos cristianos tienen una fe demasiado encarnada". ¿Cómo puede ser eso, pensaba yo, si creemos en el Dios de Jesús, un Dios que se encarnó en nuestra historia? Si no es una fe encarnada a mi manera de pensar no es fe, o al menos no es una fe cristiana.
En segundo lugar, a Mons. Romero le importaba antes que nada la vida en todas sus dimensiones. Tenía una frase bien sencilla, que, si no me equivoco, la dijo en Lovaina. Allí estaba yo escuchando su discurso cuando él recibió el doctorado Honoris Causa. Fue interesante estar allí, y ver a Mons. Romero bastante tímido, bastante nervioso al principio porque estaba allí en medio de grandes científicos. Pues bien, por la mitad de su discurso, los belgas, que no entendían nada del español, pero que tenían la traducción, le regalaron un fuerte y caluroso aplauso. Mons. Romero estaba diciendo que la vida comienza con el pan, con el techo, con el trabajo… Mons. Romero en una sola frasecita dijo una gran verdad, por ahí empieza la vida.
Y ahora me pregunto yo. ¿De qué nos ocupamos nosotros en la Iglesia? Hay un gran retroceso, siento yo. Yo estoy asistiendo a las reuniones del clero en San Miguel desde abril de 1998, y nunca falto a estas reuniones. Pues les voy a decir que ni una vez, pero ni una vez, hemos tratado un tema en relación con la vida, con la problemática del pueblo. Se tratan otros temas. Primero inventaron el Año Santo, en que se hicieron muchas cosas valiosas, por supuesto. Pero en todas las reuniones estábamos bombardeados con actividades del jubileo, no había chance de hablar de otra cosa. Cuando estaba terminando el año jubilar, yo pensaba "ahora sí vamos a tener espacio para tocar otros temas que interesan al pueblo". Pues hasta hoy no ha sucedido nada, y estoy viendo que se está hablando ahorita de un año Santo Misionero. Bueno, puede ser interesante, no digo que no. Y leyendo el periódico hace pocos días, veo que también se está hablando del año Santo del Rosario. Así que estamos atravesando una época de santidad.
Yo me acuerdo que hace unos años estaban aquí en San Salvador manifestándose en contra de la privatización de la salud, y todas las emisoras estaban hablando de este problema. Pero nosotros, en toda la mañana, en la reunión de clero, ni una palabrita sobre eso, y estábamos estudiando con mucho esmero el sentido y los requisitos para poder conseguir la indulgencia plenaria. Y para mientras se está golpeando y dañando, la vida de nuestro pueblo. La salud es sólo un ejemplo. Ustedes están ahora en esta lucha. Pero también los campesinos están en graves problemas. No hay ningún respeto a su vida, sienten que están totalmente abandonados, no tienen perspectivas, no hay ningún incentivo para ellos. De ahí les viene la gana de salir a Estados Unidos, para volver después y decir wow! Han aprendido en el norte esta palabrita. Nosotros pudiéramos hacer críticas a los que van a Estados Unidos, pero últimamente soy un poco más moderado. Vean. Un joven se me acerca y me dice: "mire padre, yo voy a Estados Unidos, sea como sea, porque aquí no se puede hacer nada". Yo le digo "luchemos acá hombre", pero él me dice con lágrimas en los ojos: "Padre ya no aguanto ver a mi tata trabajando y luchando para sostener a todos nosotros. Yo voy a ir al norte a trabajar". Y yo le he dicho que está bien.
Voy al tercer punto del testimonio de Mons. Romero. Le interesaba sobre todo la verdad, y por eso se convirtió en profeta. Yo estoy de acuerdo en que no hubo en la vida de Mons. Romero un momento específico de conversión. Fue una conversión a lo largo de su vida, porque siempre fue un hombre honesto, que amaba la verdad, y por dejarse impactar por la verdad se convirtió en profeta, alguien que dice la verdad y desenmascara la mentira. Y esto le costó la vida. Como él decía: "la verdad siempre es perseguida".
Para nosotros la verdad es también muy importante. Al norte de Morazán estamos en un proceso de reconciliación después del conflicto y lo hemos tomado en serio. Veo que vamos avanzando, hay una situación ya muy diferente, de más acercamiento. Pero la reconciliación nunca es a costa de la verdad. Y a veces me sorprendo, cuando veo que la gente que ha sufrido de otra manera durante la guerra aguanta lo que les estamos diciendo domingo a domingo, porque no queremos la reconciliación a costa de la verdad. También estoy convencido de que es saludable descubrir que, más allá de mi verdad, hay muchas otras verdades. Y esto también es una realidad, y nos permite superar el fanatismo y acercarnos más y más como hermanos y hermanas.
Resumiendo, Mons. Romero creía en Dios, le importaba sobre todo la verdad y la vida. En todo esto está expresada la dimensión política de la fe.
Resistencia
Actualmente en la situación que estamos viviendo toca resistir. Entiendo yo la resistencia como mantenerse fiel a la inspiración que fue Mons. Romero. Resistir quiere decir no abandonar nuestros principios y no acomodarnos jamás a la dinámica neoliberal. Todavía más, resistir no es estar inmóvil, de brazos cruzados, esperando un momento más oportuno. Y resistir también quiere decir ir creando las bases en cuanto a conciencia, en cuanto a organización para las futuras jornadas de lucha. Y eso es precisamente lo que hemos tratado de hacer al norte de Morazán.
Contra esas resistencias hay muchas tentaciones. A nivel de Iglesia a veces estamos tentados de no hablar tanto de comunidades eclesiales de base. Yo estoy de acuerdo con lo que ha dicho Rodolfo Cardenal de que es un método, y no tenemos que absolutizar nuestra manera de ser iglesia Pero yo estoy convencidísimo que es un modelo de iglesia, donde mejor se expresa ese compromiso que desde el Evangelio tenemos con la comunidad y con la realidad de nuestro pueblo. Un sacerdote me preguntaba: "¿y ustedes, al norte de Morazán, todavía hablan de CEBs?" Y yo le dije que sí, que nosotros pensamos que es bueno seguir trabajando en eso. En la reunión de los sacerdotes no se menciona para nada las CEBs. Es importante resistir y mantenerlas como modelo.
A nivel social, también está la tentación de desarticular las cooperativas, pero yo siento que es importantísimo mantenerlas. Ahora ya no se habla de una capacitación cooperativista, ahora las capacitaciones son empresariales. Y los campesinos ya no son jornaleros, gente que lucha y que trabaja la tierra, ahora son empresarios. Cuando yo les digo eso se ríen y con razón, porque ellos saben muy bien que no son empresarios, son gente pobre que lucha y que trabaja.
También es importante mantener la organización, y a nivel político. Yo creo que nosotros tenemos que seguir insistiendo en que ser político es servir a la ciudad, a la comunidad, prestar un servicio. Ahora yo veo que todo el mundo quiere ser alcalde, pues ganan cinco mil al mes. En Morazán esto es convertirse en un gran rico. ¿Quién gana cinco mil pesos en Morazán? Nadie. Y también he notado y me sorprende que ahora todo mundo quiere ser diputado. ¿Y cuánto gana un diputado y una diputada? Yo creo que es importantísimo mantener los principios y que nosotros como Iglesia sigamos forjando personas que no van buscando el beneficio personal, sino que están dispuestos a servir a su comunidad, a su municipio. Con estos pequeños ejemplos he querido mostrar que la tentación es tirar la toalla y dejarse arrastrar por la dinámica neoliberal.
Yo quisiera ahora presentar a los compas, los ex-combatientes, como ejemplos de resistencia. Fíjense que ellos hicieron la guerra, más de 10 años, arriesgando su vida. La guerra fue, en un sentido, una experiencia bonita, diría yo, y para mí fue una sacudida. Este conflicto no fue en balde, pero hace falta avanzar. Llegaron los acuerdos de paz y se interpretaron como un triunfo. Nosotros pasamos en Morazán toda una semana cantando y bailando. Yo no bailaba, sino que brincaba, pues bailar no puedo, pero brincar sí. Pero después de esa semana de euforia los compas se enfrentan con la realidad: sin pareja, sin familia muchos de ellos, sin vivienda, sin guerra, como que eran unos fracasados tirados a la calle. Muchos compañeros sintieron una desmoralización total. Otros que estuvieron al frente de todo se fueron a estudiar no sé dónde, otros, tal vez con buenas intenciones, querían hacer política en la capital. Pero toda esta gente quedó sola. No es por nada, pero los compas –hasta pena me da decirlo–, me dicen "Rogelio, usted se ha quedado con nosotros". Me da pena porque no tengo ningún mérito en esto, pues en ninguna otra parte del país podría estar yo, así que me quedé allí. Pero después de estos años de desmoralización van recobrando el ánimo y se han organizado en cooperativas, han conseguido tierra, una vivienda, ciertas prestaciones sociales en sus comunidades. Hasta allí hemos llegado. Ahora tendríamos que dar el salto y producir de tal modo que los campesinos puedan tener un ingreso para cubrir las necesidades de su familia. Mejorar un poco la subsistencia de la gente, esto es lo que hay que hacer por ellos. Otras perspectivas no hay, pero allí están los compas. Yo los comparo un poco a Juan Bautista: tenía que abrir brecha para la venida de Jesús. Estos están necios allí, resistiendo, abriendo brecha para las futuras generaciones. Creo que los compas se han vuelto más heroicos todavía que en tiempo de la guerra.
Espiritualidad
Tenemos que desarrollar la espiritualidad para resistir. ¿Y cuáles son las fuentes? Yo he encontrado dos. La primera que es fundamental para todo cristiano, para todo líder y para todo aquel que quiere trabajar en sus comunidades, es la cercanía al pueblo. Esta cercanía es lo que da fuerza, porque el resistente no es uno, sino que es el pueblo en una situación terrible. Eso quiere decir quedarse, sentir en carne propia lo que sucede a nuestro pueblo, caminar con el pueblo al ritmo del pueblo, propiciando siempre la organización. Y la segunda es la fe. Yo creo que la fe también es un motor, y lamento que he tenido que llegar a mis 60 años para poder entender o para poder apreciar ese gran tesoro que hemos heredado de nuestros padres y de la Iglesia: la fe. Y entiendo la fe en sentido humano como aquella actitud para estar en la historia con una actitud positiva. Es una fe todavía humana, pero gracias a Dios que más allá de nosotros, de los cristianos, hay mucha fe, y estoy seguro que muchos que han estado esta mañana en la marcha blanca no comparten del todo nuestra fe cristiana. Yo estoy consciente de eso, pero tienen fe. Claro que nosotros desde nuestra fe cristiana como que esa fe humana se va robusteciendo. Nosotros hacemos referencia a Jesús. La historia de Jesús es la historia, a mi juicio, de uno que fracasó, pero fracasó aparentemente porque resucitó. Y resucitar no es sólo volver a la casa del padre. Yo entiendo la resurrección un poco en el sentido como la explicó Rodolfo Cardenal, como todo ese enorme impacto que ha tenido la vida de Jesús en nuestra historia. Es fe en que lo que vamos haciendo no puede ser en balde, tarde o temprano habrá un resultado positivo.
Y para terminar, aquí hay un texto que presenta a Mons. Romero como ejemplo de resistencia. Son estas palabras que ustedes conocen bien: "Quisiera aclarar un punto, se ha hecho bastante eco a unas noticias de amenaza de muerte a mi persona. Quiero asegurarles a ustedes y les pido oraciones para ser fiel a esta promesa que no abandonaré a mi pueblo, sino que correré los riesgos que mi ministerio me exige".
Y tengo otro texto por aquí. Miren lo que dice. Lo he tenido todos los años del conflicto en la bolsita de mi camisa, bien bonito. "La situación me alarma, pero la lucha de la oligarquía por defender lo indefendible no tiene perspectiva y menos si se tiene en consideración el espíritu de combate de nuestro pueblo, inclusive pudiera registrarse un triunfo efímero de las fuerzas al servicio de la oligarquía, pero la voz de la justicia de nuestro pueblo volvería a escucharse, y más temprano que tarde vencerá la nueva sociedad que viene y viene con prisa; la paz de los cementerios es consecuencia, mejor dicho se debe a que en las tumbas sólo hay muertos y esa paz no la puede obtener la oligarquía frente a un pueblo como el salvadoreño".
Felicidades a ustedes.