AÑO XXIII, No. 514 1-28 de febrero

Clamor mundial por la paz

INDICE

MONSEÑOR ROMERO: El recuerdo de Monseñor Romero ante las próximas elecciones

EDITORIAL: Dios y su creación

REALIDAD NACIONAL: Cómo está el país

NO A LA GUERRA: Provincia centroamericana de la compañía de Jesús

NO A LA GUERRA: Protesta ante la embajada de San Salvador

NO A LA GUERRA: Dios en Iraq

NO A LA GURRA: Carta a Bush de Gabriel García Márquez

NOTICIAS DE BRASIL: Discurso de Lula en Porto Alegre, 24 de enero de 2003

BRASIL: Carta abierta a Lula

MÁRTIRES: Los mártires: interpelación y grada para la Iglesia

 

 

El recuerdo de Monseñor Romero

ante las próximas elecciones

 

¿Cómo está el país antes de estas elecciones?¿Hacia dónde debemos cambiar? ¿Qué debemos hacer los cristianos en las iglesias? Estas palabras de Monseñor Romero siguen iluminando hasta el día de hoy.

 

"Nuestro mundo en El Salvador no es algo abstracto. Es el mundo en que, la gran mayoría, está compuesto de gente pobre y de hombres y mujeres reprimidos. Y es el mismo mundo de los pobres que nos provee con la clave para comprender nuestra fe cristiana. El pobre nos dice lo que realmente es el mundo, y lo que la misión de la Iglesia debería ser".

"El llanto de libertad de muestro pueblo es un llanto que alcanza a Dios y nada ni nadie lo puede detener. El gran líder de nuestra liberación es el Ungido, el Señor, que viene a dar la buenas nuevas a los pobres, a dar libertad a los cautivos, a denunciar las noticias de los desaparecidos, a traer gozo a muchos hogares en luto para que una nueva sociedad aparezca en el año sabático de Israel. Cristo ha venido precisamente a anunciar la nueva sociedad, las buenas nuevas, los nuevos tiempos".

"Cuando hablamos de injusticia aquí en la tierra y la denunciamos, creen los políticos que jugamos a la política. Es en nombre de la justicia del Reino y en el Nombre de Dios que denunciamos las injusticias".

"Si denuncio y condeno la injusticia es porque es mi obligación como pastor de un pueblo oprimido y humillado. El Evangelio me impulsa a hacerlo, y en su nombre estoy dispuesto a ir a los tribunales, a la cárcel y a la muerte".

"Mi lugar como pastor me obliga a estar en solidaridad con aquellos que sufren, y de hacer todo el esfuerzo en el nombre de la dignidad humana".

"No midamos la Iglesia por el número de miembros o por sus edificios. Muchos de estos han sido robados de la Iglesia y convertidos en bibliotecas, cuarteles y mercados. No importa. Las paredes pasan a la historia. Lo que importa son ustedes, la gente, y sus corazones".

"Los pobres le han enseñado a la Iglesia el camino verdadero. Una Iglesia que no se une a los pobres para hablar en contra de las injusticias que se cometen contra ellos no es la verdadera Iglesia de Jesucristo".

Dios y su creación

En este número de Carta a las Iglesias hablamos de elecciones en El Salvador, guerra y paz en Iraq, Lula en Porto Alegre y Davos. Si algún lector se pregunta qué tiene que ver todo esto en una Carta a las Iglesias la respuesta es que todo lo anterior expresa cómo va la creación de Dios. Y si el lector es salvadoreño y piensa que Iraq y Davos quedan muy lejos, la respuesta es que también nuestro pequeño país es parte de la familia humana y debe estar abierto a todo lo importante que ocurre en el mundo. Hagamos sobre ello unas breves reflexiones.

1. Dios creó la creación, valga la redundancia. Su ilusión es que en ella florezca la fraternidad y su miedo es que fracase. La esperanza que ha generado Lula, las manifestaciones multitudinarias de estos días, el increíble trabajo de muchos en favor de la paz nos hacen participar en la ilusión de Dios. La repulsa que ha generado el gobierno de Bush y sus aliados nos hace participar en el miedo que Dios tiene a que su creación vuelva a fracasar en nuestras manos. Las elecciones en El Salvador, con el gran abstencionismo que se prevé, con la escasez de amor y compasión al pueblo salvadoreño, por una parte, y con los destellos de lucidez y honradez en algunos candidatos, más la esperanza impenitente de los pobres, por otra parte, nos hacen participar también en el miedo y la ilusión de Dios.

2. Hablar de todas estas cosas y comprometernos con ellas es, pues, hablar de Dios y comprometernos con él. No todas las cosas de Dios se encuentran en el templo. Las más importantes se encuentran, en definitiva, fuera de él, en su creación. En el nuevo cielo y la nueva tierra de que hablaba Isaías, en el Reino de Dios de que hablaba Jesús. Hace algún tiempo solía repetirse como algo evidente que Jesús vino a anunciar e iniciar el Reino de Dios, no la Iglesia, aunque una vez surgida ésta después de la resurrección debiera ser expresión de ese Reino y debiera ponerse a su servicio. Por la vida de los niños y niñas pobres en El Salvador, en Brasil y en Iraq, pasa hoy centralmente el Reino de Dios.

3. Con todo esto queremos recordar que los cristianos y las iglesias debemos estar hoy al servicio de una paz que brota de la justicia y en contra de una crueldad que llega a remover las entrañas y exige la compasión. Ser y hacer hoy iglesia es vivir y desvivirse con otros, de otras religiones, como la del Corán, y con otras personas, incluso no religiosas, como muchas de las que han participado en las manifestaciones en estos días, para que el amor de Dios se derrame en los corazones humanos y para ayudar a dar a luz a una nueva creación que ahora gime en dolores de parto.

4. Ser iglesia así, descentrada, disuelta en la masa para que crezca la creación, no es fácil, y la Iglesia suele tender a desentenderse de ello. De ahí la necesidad de ser interpelada y animada, para sacarla de su adormecimiento e insensibilidad. Por esa razón en las últimas páginas de esta Carta a las Iglesias recordamos a los mártires, a los mártires activos que se parecen a Jesús y a los pueblos crucificados que se parecen al siervo de Yavéh. Ellos pueden interpelar y animar a la Iglesia a que se ponga al servicio de la creación de Dios, de la utopía del Reino de Dios. En El Salvador eso puede hacerse cualquier mes del año, pero el mes de marzo que se avecina es un mes especial para sentir ánimo e interpelación. En él recordamos a Rutilio Grande, sacerdote rural, a Marianela García Villa, defensora de los Derechos Humanos, a Monseñor Romero, profeta y padre de los pobres. Ellos y ellas nos recuerdan que debemos ponernos al servicio de la creación de Dios, maltrecha ahora y esperanzada siempre. Y animan a la Iglesia.

Cómo está el país

 

Más sombras que luces. Monseñor Rosa

La campaña electoral. ¿Cómo darle credibilidad al proceso electoral? ¿Cómo tener fe de que vale la pena ir a votar? Son dos preguntas básicas. Y de cómo se lleva la campaña, de cómo se comporten los militantes, de cómo se hace la propaganda, de cómo se examinan los problemas principales depende el que se decida votar… Y votar con ilusión, con esperanza. Nosotros pedimos un voto que sea consciente, libre y que sea responsable. Que sepan por quién votan, por qué votan y para qué votan. Que examinen los programas y los valores que están detrás de esos programas. Yo creo que esta campaña puede ser muy decisiva si los votantes asumen su papel crítico, su papel responsable. Por ahora, todavía no se logra levantar el entusiasmo de la gente y su credibilidad. Es un gran desafío para todos los que están involucrados en la campaña política.

Sobre el problema de la salud. La solución pasa por el diálogo, un diálogo sincero y honesto que busca el bien de la gente y no intereses particulares o de grupo. Estamos llamando a los católicos a que tomemos nuestras responsabilidades como ciudadanos y que busquemos las causas, no las consecuencias. De las cosas positivas de este conflicto tan largo es que la gente tomó conciencia de que este problema es crucial, que va en ello su vida, sobre todo la vida de los pobres. Es lógico que debería ser un tema central en la campaña. Más aun, muchos votantes van a decidir su voto según lo que les proponen como solución a este problema. Para algunos partidos es un tema incómodo porque han estado más bien en el plan de la privatización.

El problema mayor: pobreza y desencanto. El problema de la salud es crucial y es un aspecto de un problema más grande, que es el problema del combate a la pobreza. Es también un síntoma de otra enfermedad, de una política enferma: enferma de imaginación, enferma de falta de ética, enferma de capacidad de propuesta para transformar la sociedad. Por eso es que la gente está tan desilusionada con el problema de la política, que debemos dignificar.

El aumento en la violencia. Va aumentando el alcoholismo, la prostitución, la inseguridad, la violencia juvenil; incluso hay tráfico de drogas y crimen organizado. ¿Qué está pasando con la sociedad salvadoreña? ¿Por qué tan rápido el deterioro? Hay un problema social gravísimo, a lo que se unen noticias macabras de asesinatos, que están indicando una descomposición social, que está gritando ir a las causas. Considero que de las cosas más peligrosas es pensar que con más policías, con más cárceles, con leyes más duras se va a solucionar algo. Pero eso es un camino equivocado. Hay que dar oportunidades a la gente. Que puedan rehacer sus vidas de forma digna. Otro camino es equivocado, ilusorio, y no hace más que agravar el problema. Es como querer apagar el fuego con gasolina.

La campaña: los candidatos "independientes". CIDAI

Desprestigiados y faltos de credibilidad son, quizás, los dos términos más usados para calificar el estado de la relación entre los partidos y el electorado en El Salvador. Algunos consideran incluso que se han roto para siempre los vínculos de la representación política. Los partidos –se dice– no representan a nadie más que a sus propios dirigentes. Estos son acusados de aprovechar sus puestos para promover sus intereses personales, los de sus círculos de amigos o de sectores no representativos de la mayoría de la población. Se reprocha la excesiva verticalidad en el proceso de toma de decisiones en el seno de los partidos. Además, los políticos son considerados como los principales saboteadores de los proyectos de renovación del sistema político. Se han negado a que se impida jurídicamente la participación de "ciudadanos independientes" dentro de los partidos en la competencia política. Y eso es un grave mal.

Las nuevas "estrellas independientes" entretienen con su discurso. Hacen gala de su habilidad oratoria y de su capacidad de estar en sintonía con el sentir de la población. Dicen estar seguros de poder resolver los problemas, lo que, además, prometen hacer con esmero y suma dedicación. Lo más importante es que se cuidan de ratificar su autonomía con respecto al partido por el que concurren a las elecciones. Cuando hace falta, aventuran algunas críticas a su desempeño pasado. La lógica dice que cuanto más carácter e independencia de criterio puedan mostrar, más útiles le serán a sus partidos adoptivos.

Ahora bien, ante la realidad descrita hay que decir varias cosas. En primer lugar, con respecto al comportamiento de los partidos hay indicios que llevan a sospechar que el tema de los candidatos independientes se vive como una táctica electoral. Y como tal, es válido en tanto permita captar la atención de los electores y contribuya a aumentar la fuerza electoral del partido. Tal argumentación se basa en la idea según la cual los partidos son organizaciones cuya razón de ser primordial es la victoria electoral y la conquista del gobierno. Quienes piensan lo contrario, deben desengañarse. Y si no, basta con prestar atención a las maniobras y juegos sucios que suelen desencadenar las campañas electorales, incluso en las democracias más consolidadas. Los partidos y sus líderes buscan siempre aumentar sus cuotas de poder.

Por otro lado, ante el discurso y comportamiento de los llamados candidatos independientes, también se podría sostener el argumento oportunista. Hay razones que llevan a pensar que muchos de los candidatos postulados no tienen más intereses que el salario que percibirán luego de su elección. En efecto, desde que se instauró la práctica de incluir candidatos independientes en la lista de los partidos, no se conoce ningún caso en que ello se haya traducido en cambios relevantes en su interior. Tampoco se conoce que alguno de estos candidatos haya tenido cierto protagonismo en los puestos para los que fueron electos. En la mayoría de los casos, especialmente al nivel de los consejos municipales, no sólo su contribución ha sido nula, sino que muchos desertaron de la vida política tan pronto como recibieron mejores ofertas.

Las consideraciones anteriores pueden constituir un buen parámetro de respuesta para quienes se pregunten sobre la posibilidad que tienen los candidatos independientes de darle un nuevo rostro al sistema político. La experiencia invita a desconfiar del exagerado optimismo con que se aborda este tema. En su afán por ganar cuotas de poder, los partidos no deben descuidar el fortalecimiento del sistema político en el que compiten. Con todo, el oportunismo no es el mayor peligro para el sistema político, que se desprende de los independientes. Este es su manifiesta campaña en contra de la disciplina partidaria. Si los partidos asumen de antemano su débil vinculación con los candidatos, no podrán extrañarse que luego de su elección éstos se rebelen contra los dirigentes. Al contrario de lo que se pregona, para el fortalecimiento del sistema político, se necesitan partidos fuertes, con bases organizativas sólidas y disciplina de sus miembros electos. No se trata de negar el hecho de que en los partidos existen personas que tienen sus propias opiniones e intereses y que albergan sentimientos distintos a los de las cúpulas. De lo que se trata es de subrayar que a pesar de las divergencias de apreciación entre los miembros, los partidos son más fuertes y eficaces cuando sus miembros acatan una determinada línea partidaria previamente aprobada en las discusiones internas.

RECUADRO

En la encuesta del IUDOP de septiembre del 2002 sólo el 26% de los salvadoreños en edad de votar tenían pleno interés en ir a las urnas. El resto expresaron diversos grados de incertidumbre sobre si participarán o no: el 19.2% muestran algo de interés y el 52.9% declaró que tiene poco o ningún interés de votar en el 2003. En la encuesta de diciembre los resultados fueron los siguientes: muy interesado en votar, 27.4%; algo interesado 15.4%; poco interesado 27.9%; nada interesado 29.3%. En conclusión, en septiembre el 52.9% tenía poco o ningún interés en votar. En diciembre ese porcentaje había llegado a 57.2%. En la actualidad la tendencia parece ser la misma. Los salvadoreños no están muy interesados en las elecciones de marzo.

La guerra es una derrota para la humanidad

Nosotros, Jesuitas de la Provincia de Centroamérica, reunidos en Congregación Provincial, queremos manifestar lo siguiente.

1. El mundo vive en la más grave situación desde el final de la guerra fría. La razón es la amenaza del presidente George Bush de atacar a Iraq, un país soberano. De hecho se encuentran ya cerca de doscientos mil marines, estadounidenses en su mayoría, más algunos británicos y australianos. En el área se han hecho presentes cinco portaviones, centenares de aviones y barcos de guerra y miles de misiles. El hecho en sí mismo es sobrecogedor y ha puesto a la humanidad en un estado de miedo, indignación y desconfianza en su futuro.

De desencadenarse la guerra, los daños humanos serían enormes. La Subsecretaría de Políticas Humanitarias de la ONU ha calculado medio millón de muertos o heridos graves, un millón de refugiados y dos millones de desplazados internos aproximadamente, es decir que sería afectado alrededor de un 15 % de la población iraquí, un escenario apocalíptico que incluiría desaparecidos, huérfanos y viudas, masivos incendios en pozos de petróleo y gas natural y el disparo de los precios mundiales con consecuencias imprevisiblemente funestas para la economía del mundo, especialmente del más empobrecido.

2. Estas desgracias expresan muchos otros daños: la muerte de la familia humana; el triunfo no ya de la injusticia e inhumanidad, sino de la crueldad, la cual mata el alma del ser humano. Muestran el triunfo del engaño y la mentira, pues el gobierno de Estados Unidos y sus aliados no han podido probar la causa aducida para el ataque bélico: la existencia en número considerable de armas de destrucción masiva. Se encubre la verdad para justificar el mal. Como dice el evangelio de Juan: "el maligno es asesino y mentiroso", y por ese orden. Muchos lemas visibles en las pancartas portadas en las manifestaciones mundiales del 15 de febrero mostraban la gran sospecha: "petróleo a cambio de sangre", Otros aludían a la terrible necesidad de la industria militar de probar sus últimos productos cada cierto tiempo. Estas desgracias desvelan además el triunfo de la hipocresía, al acusar a Irak de no haber cumplido con los decretos de Naciones Unidas, cuando no lo ha hecho innumerables veces Israel y su protector incondicional, el gobierno de Estados Unidos. Muestran el triunfo de la prepotencia al pretender decidir un gobierno y un Estado, por sí y ante sí, el destino del planeta, sin escuchar las voces de quienes, con buenas razones, piensan de manera diferente, y sobre todo las voces de las víctimas: los 23 millones de iraquíes. Muestran el triunfo de la deshumanización, al hacer que degenere la responsabilidad de una nación de muchos recursos en imposición, opresión y muerte

3. Uniéndonos a un clamor mundial, de millones de seres humanos, de diversas naciones, religiones e Iglesias condenamos cualquier ataque militar a Iraq, así como los males mencionados que rodean a ese ataque. Las razones han sido ya explicadas por muchos. Desde el punto de vista del Derecho Internacional no se trata de un ataque legítimo. Desde el punto de vista ético y moral, la llamada guerra preventiva no tiene justificación, ciertamente en este caso, pues nada da a indicar que Irak pueda usar armamento prohibido por el derecho internacional en contra de Estados Unidos.

4. La razón más honda y cristiana sin embargo está en la inmisericorde crueldad que se infligiría contra un pueblo de 23 millones de habitantes que ha sufrido ya -también de muchas maneras de parte de Saddam Hussein, sobre todo con la horrible masacre del pueblo kurdo- innumerables vejaciones: en la guerra de 1991 murieron alrededor de 100, 000 iraquíes; según datos de UNICEF en 1996 ya habían muerto medio millón de niños por causa del boicot a Iraq y de las consecuencias del uranio empobrecido (el número puede llegar ya a un millón). Esto es lo que ha denunciado y ha hecho central en su denuncia Juan Pablo II: "¿Qué decir de la amenaza de una guerra que podría golpear a la gente de Iraq, la tierra de los profetas, gente que ya ha sido tratada con severidad por más de 12 años de embargo?". Para la conciencia humana y específicamente para la conciencia cristiana infligir daños injustos es maldad, e infligirlos a un pueblo sufrido como el iraquí es imperdonable crueldad.

5. Esa grave situación ha producido también una oleada de bienes. Millones de seres humanos han despertado del sueño de insensibilidad y distanciamiento ante el dolor de las víctimas. Las manifestaciones de estos días en las grandes ciudades del mundo occidental han batido todos los records, y -aunque puedan confluir diversidad de intereses, su palabra ha sido clara: un no a la guerra, un no a la mentira, un no a la injusticia, un no a la crueldad. Muchos de ellos y de ellas se han remontado cristianamente a la parábola del buen samaritano, sin desentenderse de las víctimas como el sacerdote y el levita, y por supuesto, sin aliarse con los bandidos y salteadores. No quieren escuchar acusatoriamente las palabras de Dios "qué has hecho con tu hermano". Muchos otros lo han hecho en nombre de otras religiones o de la vergüenza y dignidad humanas. Pero ahí está la reacción: contra crueldad compasión, contra mentira verdad, contra prepotencia una red mundial de solidaridad.

6. Como jesuitas y cristianos apreciamos también grandemente que en esta grave situación se haya dado el encuentro entre miembros del Cristianismo y del Islam. El encuentro entre el Cardenal Etchegaray y el presidente Saddam Hussein es todo un símbolo. El Dios de Jesús, a Quien confesamos, es el mismo Padre de cristianos y musulmanes y de toda la humanidad.

7. Lo dijo Isaías y lo han repetido los Papas de nuestro tiempo: "Opus justiae pax", la paz es obra de la justicia. Lo más urgente es detener la guerra. Lo más necesario es propiciar la justicia. Se habla hoy macabramente de una "guerra preventiva". Pero para "revertir la historia", como exigía nuestro mártir Ignacio Ellacuría, es necesario y urgente pasar a "la compasión, la misericordia, y la justicia preventiva". Por temor a desgracias incalculables, debemos parar la guerra. Por amor a las mayorías pobres debemos propiciar la justicia. El fruto será la paz y la familia humana, tan olvidada ésta en las visiones geopolíticas de turno.

8. Al escribir estas líneas, los jesuitas centroamericanos sabemos de lo que hablamos. Todavía en épocas recientes los pueblos centroamericanos han sufrido injusticia, guerras, desaparecidos, pobreza, mentira, desprecio, sometimiento, y la crueldad que todo ello lleva consigo. En muchas ocasiones, responsable -o importantemente corresponsable- ha sido el gobierno de Estados Unidos. Por eso, comprendemos al pueblo iraquí, aunque vivamos tan lejos, como también comprendemos al pueblo de Afganistán, de la República Democrática del Congo, de Etiopía y Eritrea, y de Colombia, vecino nuestro, y a tantos pueblos sufrientes, silenciados, convertidos en no existentes, cuando su existencia no interesa al poder.

Por eso pedimos el fin de la guerra y el comienzo de la compasión y la justicia. Mostramos nuestro agradecimiento y admiración a quienes luchan por ella en estos días, simbolizados en muchos seres humanos, sobre todo estadounidenses, que con su presencia física en Irak quieren defender de la crueldad a niños, mujeres y ancianos, y quieren mostrarles amor y fraternidad. Este no a la guerra por el que tantos millones han clamado en todo el mundo, tiene como sentido contribuir a quebrar la espiral de la violencia, como también lo ha afirmado el Papa Juan Pablo II hace pocas semanas: "La guerra es una derrota para la humanidad".

En Centroamérica muchos hombres y mujeres han defendido al débil y lo han amado hasta el final. Ellos y ellas son nuestros mártires. También los de la Compañía de Jesús. Recogiendo su palabra humana y cristiana podemos proclamar en las palabras de Monseñor Romero, lo que hoy está en juego para Dios en Irak: "La gloria de Dios es que el pobre viva". Esta es nuestra fe y nuestra esperanza. Y a ello nos comprometemos.

San Salvador

19 de febrero, 2003

José Alberto Idiáquez, S.J.

Provincial

 

Protesta ante la embajada de San Salvador

El 15 de febrero, ante la Embajada de Estados Unidos en El Salvador, se realizó una manifestación en protesta de un ataque contra Irak. Era el aporte salvadoreño a una inmensa protesta mundial que muchos consideran la más grande de su tipo en la historia.

Dos niñas salvadoreñas, Lindiwe y María Isabel, de siete años, expresaban el talante humano –hasta celebrativo– de la manifestación. En un momento, se acercaron a la barricada con que la policía había cortado la calle principal de la zona. "¿Por qué han venido a la marcha esta mañana?", les preguntó a las pequeñas una mujer con micrófono. "Por la paz, en contra de la guerra", contestó una de ellas. En los discursos y en las oraciones también se habló de los niños y niñas de Irak que se acuestan cada noche sin saber si será la última.

A la sombra de los escudos antimotines, entre barras de hierro y alambre de púas, alguien volvió a preguntar a las niñas: "¿Y cuáles son los derechos de los niños y las niñas?". Ellas respondieron, "¡a jugar!". Se rió la muchedumbre, de unas 400 personas, entre salvadoreños, estadounidenses, y visitantes de otros países. "¿Y qué más?". "¡El derecho a la vida!", respondieron. El gentío aplaudió, alzando cientos de mantas y pancartas que rezaban: "¡Bombas no, alimentos sí!". "¡Ninguna guerra por el petróleo!". "¡Bush: terrorista!".

Una parte del grupo "Ciudadanos y Ciudadanas de Estadounidenses por la Paz" habíamos llegado a las 8:00 am, antes del despliegue de las barricadas. Eso nos permitió acercarnos, unas 20 personas, a la embajada, cantando y mostrando pancartas con mucho ánimo. Una media hora después, la policía nos abandonó, para detener a otro grupo de más de 100 personas, entre estadounidenses y delegaciones de distintas comunidades del país, especialmente del Bajo Lempa. El primer grupo pudo llegar hasta la misma entrada de la embajada donde cada cual dejó su bolsita de frijoles. Con ellos dejamos mensajes escritos: no queremos que se manden bombas en nuestro nombre, sino que manden frijoles a la población iraquí, que ha quedado desnutrida después de once años de embargo. Eran frijoles salvadoreños, de tierras también bañadas en sangre de guerra. Mientras tanto, llegó un tercer grupo de la Alianza Ciudadana contra la Privatización, que venía caminando desde la Basílica de Guadalupe (La Ceiba). Agentes de la UMO maltrataron al reverendo Roberto Pineda de la Iglesia luterana. Sin embargo, aparte de ese incidente lamentable, la policía trató bien a la gente. Todos nos esforzamos en fomentar y mantener un clima de respecto entre policía y manifestantes.

Los estadounidenses que estábamos allí vivimos y trabajamos en comunidades que sufren las secuelas de la guerra de los años 80. Trabajamos en escuelas y medios de comunicación, en desarrollo comunitario, con ONGs. Una gran parte somos religiosas, sacerdotes y agentes pastorales de distintas iglesias. Nos motiva la preocupación por la población civil de Irak y la paz mundial, y también el recuerdo de aquella guerra, la que llamaban "guerra contra el terrorismo comunista" en Centroamérica, que dejó 360,000 muertos. La gran mayoría eran civiles inocentes que murieron a mano de militares, paramilitares y "contras" financiados y asesorados por el gobierno de Estados Unidos. También recordamos las mentiras del pasado que sirvieron para "justificar" las guerras, la mentira del "Golfo de Tonkin" con qué se justificó la guerra en Vietnam, "el Documento Blanco" de Reagan en el que se describía el conflicto salvadoreño como agresión del comunismo internacional. Recordamos a la "contra" nicaragüense, aquellos "paladines de la libertad", organizada por Estados Unidos, enviados a atacar "blancos blandos" (léase clínicas y cooperativas), porque el gobierno sandinista constituía una amenaza grave a la seguridad de Estados Unidos, "a sólo dos días" de Texas, como decía Reagan.

No estamos ciegos ante la crueldad de Saddam Hussein, pero consideramos un deber humano y patriótico oponernos a políticas, como la de Bush, que traicionan la mejor herencia de nuestro país. Nos oponemos en nombre de los niños y niñas de Irak y de la paz. Nos anima el recuerdo de Mons. Romero de alzar su voz en favor de los sin voz.

Puede pensarse que una manifestación como la del 15 de febrero tiene poca importancia ante el inmenso poder del gobierno de Bush. Pero eso sería "pensar como los humanos" y no como Dios. Eramos parte de algo mucho más grande que nuestro pequeño número. Un acto como éste tiene carácter de liturgia, pues la presencia del Espíritu era palpable entre nosotros. Se contagiaba la consolación, el entusiasmo, la esperanza y la generosidad –a pesar de todo. Se sentía que la guerra no tiene la última palabra. Lo que fundamenta nuestra resistencia es una profunda esperanza.

Dean Brackley

Dios en Iraq

 

Hoy se discute mucho, sobre todo en el mundo de abundancia, si las religiones generan mayores males que bienes. Se les responsabiliza de guerras del pasado y también, en buena parte, del terrorismo y conflictos bélicos en el presente. Los dioses monoteístas que provienen de Abraham –Yavhé, el Padre de Jesús y Alá– generarían una fe absolutista, fanática y excluyente, que puede llevar a dar muerte al otro y a las mayores crueldades. Al final volveremos sobre esto, pero veamos ahora –a propósito de Iraq– qué está pasando con Dios y con las religiones en dos lugares altamente simbólicos.

El gabinete de Bush en oración

Bush padre dijo que oró a Dios antes de comenzar la guerra contra Irak en 1991. Bush hijo también invoca a Dios con frecuencia. Sea cual fuere su actitud religiosa personal, en política se ha aliado con la ultraderecha cristiana norteamericana, núcleo del actual partido conservador. El sector más religioso de su administración lee la Biblia, y, de ella, los pasajes predilectos de las comunidades evangélicas: son los referidos a la batalla final, el Armaggedon, lo que ha provocado una extraña alianza entre los judíos conservadores y los cristianos ultraconservadores.

Esta actitud absolutista religiosa explica en buena parte la agresividad contra Saddam Hussein y la terminología usada para describir a los enemigos: son el mal, y bien localizado en el eje del mal. También existe una estrecha relación de George Bush con conocidos telepredicadores ultraconservadores, como Jerry Falwell y Pat Robertson. Estos explican los males en Estados Unidos de forma religiosa. Después del 11 de septiembre, Falwell afirmó: "Dios sigue permitiendo que los enemigos de América nos den lo que seguramente nos merecemos". Robertson fue más lejos. Los culpables son "los paganos, los abortistas, las feministas, los gays, las lesbianas, la Unión Americana por las libertades civiles".

Pero "Dios" es también gran apoyo para Estados Unidos. Bush puede concebir su ataque a Iraq, y a Afganistán, también como "cruzada", aunque no use el término. Y en cualquier caso, el dios de esas creencias religiosas no es ningún obstáculo para una guerra injusta y cruel.

(Foto de Collin Powell, George Bush y Donald Rumsfeld rezando antes de una reunión del gabinete poco después del 11-S)

Cristianos y árabes en Bagdad, Roma y Asís

Obviamente, hay otra forma de fe en Dios, no causando sufrimiento a seres humanos inocentes, sino reaccionando con misericordia y justicia. Símbolo importante es la campaña de Juan Pablo II por la paz y la solidaridad con el mundo árabe.

El Papa envió a Bagdad al Cardenal Roger Etchegaray, cuya visita culminó el día 12 de febrero con una larga entrevista de 90 minutos con el presidente Saddam Hussein. Después de la visita el Cardenal hizo las siguientes declaraciones:

"Acabo de vivir en Iraq jornadas de una intensidad extraordinaria en comunión con lo que me ha enviado, el Papa Juan Pablo II. Pocas veces he sentido tan profundamente que yo no era sólo su mensajero de paz, sino que él mismo estaba presente. No he hecho más que seguirle en medio de las comunidades cristianas, en medio de todo el pueblo iraquí, ante el presidente Saddam Hussein, quien manifestó una larga y profunda escucha de una palabra viva que viene de Dios y que todo creyente, descendiente de Abraham, acoge como el fermento más seguro de la paz. Al dejar esta tierra injustamente aislada de otras, yo quisiera ser algo más que el simple eco, el altavoz de una aspiración de un país que tiene necesidad urgente de paz. Entre los grandes nubarrones que se ciernen sobre nosotros en estos momentos, parece abrirse un pequeño claro".

Por su parte, el vice-primer ministro de Iraq Tarek Aziz, nacido en el seno de una familia católica de rito caldeo, se entrevistó con el Papa el día 14 en Roma. Después, el 15, estuvo en Asís con Monseñor Sergio Goretti, obispo de Asís. Oraron ante la tumba de San Francisco y el obispo le entregó a Aziz la "luz de la paz". El obispo oró por la paz "de rodillas en nombre de los que se quedarán huérfanos, de los que quedarán discapacitados y desfigurados, de los que se quedarán sin casa, sin comida, sin amor".

La ceremonia concluyó cuando todos los presentes, –entre los que se encontraban los frailes de las diferentes ramas franciscanas– pronunciaron las palabras de Juan Pablo II en Asís: "en nombre de Dios, que toda religión traiga justicia y paz, perdón y vida, amor". En señal de hermandad entre todos los hombres y mujeres, Aziz sujetó junto al Padre franciscano Vincenzo Coli, custodio de la Basílica, el cuerno de marfil regalado en 1219 por el sultán de Egipto Melek El Kamel a San Francisco de Asís. Aziz almorzó después con todos los frailes de la Basílica.

(Foto del Cardenal Etchegaray con Hussein)

* * *

Cuando a Dios se le deja ser Dios y no se le manipula para intereses propios, no puede haber guerra ni injusticia, ni crueldad, sino trabajo por la paz, la justicia y la compasión. Cierto es que ha habido representaciones arcaicas de la divinidad en las religiones, a veces guerreristas. Pero, ciertamente para los cristianos, desde Jesús sólo hay un Dios padre de huérfanos y viudas que del trono sólo derriba a los opresores y soberbios, mientras que ensalza a los pequeños. A ese Dios nadie de buen corazón le debe temer, pero a ese Dios sí hay que escuchar con total seriedad, lo cual es hoy una necesidad impostergable para la Casa Blanca.

Carta a Busch de Gabriel García Márquez

¿Cómo se siente ver que el horror estalla en tu patio y no en el living del vecino? ¿Cómo se siente el miedo apretando tu pecho, el pánico que provocan el ruido ensordecedor, las llamas sin control, los edificios que se derrumban, ese terrible olor que se mete hasta el fondo en los pulmones, los ojos de los inocentes que caminan cubiertos de sangre y polvo? ¿Cómo se vive por un día en tu propia casa la incertidumbre de lo que va a pasar? ¿Cómo se sale del estado de shock? En estado de shock caminaban el 6 de agosto de 1945 los sobrevivientes de Hiroshima. Nada quedaba en pie en la ciudad luego que el artillero norteamericano del Enola Gay dejara caer la bomba. En pocos segundos habían muerto 80.000 hombres mujeres y niños. Otros 250.000 morirían en los años siguientes a causa de las radiaciones. Pero ésa era una guerra lejana y ni siquiera existía la televisión. ¿Cómo se siente hoy el horror cuando las terribles imágenes de la televisión te dicen que lo ocurrido el fatídico 11 de septiembre no pasó en una tierra lejana sino en tu propia patria? Otro 11 de setiembre, pero de 28 años atrás, había muerto un presidente de nombre Salvador Allende resistiendo un golpe de Estado que tus gobernantes habían planeado. También fueron tiempos de horror, pero eso pasaba muy lejos de tu frontera, en una ignota republiqueta sudamericana. Las republiquetas estaban en tu patio trasero y nunca te preocupaste mucho cuando tus marines salían a sangre y fuego a imponer sus puntos de vista. ¿Sabías que entre 1824 y 1994 tu país llevó a cabo 73 invasiones a países de América Latina? Las víctimas fueron Puerto Rico, México, Nicaragua, Panamá, Haití, Colombia, Cuba, Honduras, República Dominicana, Islas Vírgenes, El Salvador, Guatemala y Granada. Hace casi un siglo que tus gobernantes están en guerra.

Desde el comienzo del siglo XX, casi no hubo una guerra en el mundo en que la gente de tu Pentágono no hubiera participado. Claro, las bombas siempre explotaron fuera de tu territorio, con excepción de Pearl Harbor cuando la aviación japonesa bombardeó la Séptima Flota en 1941. Pero siempre el horror estuvo lejos. Cuando las Torres Gemelas se vinieron abajo en medio del polvo, cuando viste las imágenes por televisión o escuchaste los gritos porque estabas esa mañana en Manhattan, ¿pensaste por un segundo en lo que sintieron los campesinos de Vietnam durante muchos años? En Manhattan, la gente caía desde las alturas de los rascacielos como trágicas marionetas. En Vietnam, la gente daba alaridos porque el napalm seguía quemando la carne por mucho tiempo y la muerte era espantosa, tanto como las de quienes caían en un salto desesperado al vacío.

Tu aviación no dejó una fábrica en pie ni un puente sin destruir en Yugoslavia. En Irak fueron 500.000 los muertos. Medio millón de almas se llevó la Operación Tormenta del desierto...¿Cuánta gente desangrada en lugares tan exóticos y lejanos como Vietnam, Irak, Irán, Afganistán, Libia, Angola, Somalia, Congo, Nicaragua, Dominicana, Camboya, Yugoslavia, Sudán, y una lista interminable? En todos esos lugares los proyectiles habían sido fabricados en factorías de tu país, y eran apuntados por tus muchachos, por gente pagada por tu Departamento de Estado, y sólo para que tú pudieras seguir gozando de la forma de vida americana. Hace casi un siglo que tu país está en guerra con todo el mundo.

Curiosamente, tus gobernantes lanzan los jinetes del Apocalipsis en nombre de la libertad y de la democracia. Pero debes saber que para muchos pueblos del mundo (en este planeta donde cada día mueren 24.000 pobladores por hambre o enfermedades curables), Estados Unidos no representa la libertad, sino un enemigo lejano y terrible que sólo siembra guerra, hambre, miedo y destrucción. Siempre han sido conflictos bélicos lejanos para ti, pero para quienes viven allá es una dolorosa realidad cercana, una guerra donde los edificios se desploman bajo las bombas y donde esa gente encuentra una muerte horrible. Y las víctimas han sido, en el 90 por ciento, civiles, mujeres, ancianos, niños, efectos colaterales.

¿Qué se siente cuando el horror golpea a tu puerta aunque sea por un sólo día? ¿Qué se piensa cuando las víctimas en Nueva York son secretarias, operadores de bolsa o empleados de limpieza que pagaban puntualmente sus impuestos y nunca mataron una mosca? ¿Cómo se siente el miedo? ¿Cómo se siente, yanqui, saber que la larga guerra finalmente el 11 de septiembre llegó a tu casa?

Discurso de Lula en Porto Alegre, 24 de enero de 2003

Cuando fui invitado para venir aquí dije a los compañeros: es preciso que ustedes piensen si debo ir al Foro Social mundial porque seré el primer presidente. y me dijeron: Lula, puedes ir porque eres un anfitrión del Tercer Foro Social Mundial.

Pero hoy ya me comprometí públicamente porque un compañero de India, adonde va a realizarse el próximo Foro Social Mundial, me preguntó en una reunión que tuve con la dirección mundial del Foro si yo iría el año que viene a India, y yo le dije, "yo voy a la India, si fuera necesario voy a China, y si fuese necesario voy a donde me inviten porque soy obra y resultado del trabajo que ustedes hicieron a lo largo de todos estos años y por lo tanto pienso que no sólo yo, pienso que otros gobernantes deberían ir al Foro Social para ver lo que piensa el pueblo, lo que desea el pueblo y cómo el pueblo quiere que las cosas sucedan".

¿Cual es la novedad este año? Este año, por causa de ustedes y por causa del Foro Social Mundial, fui invitado para ir a Davos, al principio me dije, "¿qué es lo que voy a hacer en Davos?". Pues exactamente lo que diría a un compañero cualquiera que está hoy aquí: que no es posible continuar un orden económico donde pocos pueden comer cinco veces al día y muchos pasan cinco días sin comer en el planeta tierra, decirles que es preciso un nuevo orden económico mundial y que el resultado de la riqueza sea distribuido de forma más justa para que los países pobres tengan la oportunidad de ser menos pobres. Decirles que los niños negros de Africa tiene tanto derecho de comer como los niños de ojos azules que nacen en los países nórdicos. Decirles que los niños pobres de América Latina tienen tanto derecho de comer como cualquier otro niño que nazca en cualquier parte del mundo. Decirles que el mundo no está necesitado de guerra, sino de paz y de comprensión.

Nuestro país durante 500 años se quedó mirando hacia Europa. Es la hora de mirar hacia Africa y hacia América del Sur. Es la hora de establecer nuevas asociaciones para que podamos ser más independientes, fortalecer el Mercosur y establecer una fuerza política para negociar. No podemos aceptar lo que está aconteciendo durante 40 años, el bloqueo a Cuba, no podemos aceptar que países sean marginados durante siglos y siglos, y no podemos aceptar que Brasil del tamaño que es, continúe cada año que pasa siendo un país que presente el mayor índice de pobreza y miseria. Por eso yo no podría dejar de venir aquí, no podría dejar de venir aquí y decir a ustedes: valió la pena.

Quiero terminar diciendo a los compañeros coordinadores y coordinadoras del Foro Social Mundial: por el amor de Dios no desistan porque ustedes consiguieron en tres años construir una de las cosas más extraordinarias que la sociedad civil mundial ha conocido. Aunque estemos a tantos miles de kilómetros de Davos, la verdad es que después del Foro de Porto Alegre, Davos ya no tiene más la fuerza que tenía antes de existir el Foro Social Mundial. La verdad es que los problemas sociales del mundo nunca habían sido discutidos en Davos y ahora todos van a saber que tienen que discutir los problemas sociales.

Ustedes consiguieron un espacio en la historia. La prensa que comenzó en el primer foro a decir que era un encuentro de izquierdistas, a decir que era un encuentro de locos del mundo, hoy reconocen en todas las primeras páginas de los diarios, que el Foro Social Mundial es el mayor evento político realizado en la historia contemporánea, y yo no tengo ninguna duda que va a contribuir de forma decisiva para que cambiemos la historia de la humanidad.

Muchas gracias, y hasta la victoria, si Dios quiere, compañeros.

En Davos: "Juntos podemos contra la pobreza"

El 27 de enero Lula habló en Davos. "Mi mayor deseo es que la esperanza que ha derrotado al temor en mi país también ayude a vencerlo en todo el mundo. Me gustaría invitar a todos los presents en esta ‘Monaña mágica’ que es Davos, a contemplar al mundo con otros ojos", dijo refiriéndose a la novela clásica de Thomas Mann, situada precisamente en Davos.

Ante las élites del dinero dijo que "el objetivo debe ser dar a todas las personas desayuno, almuerzo y cena". Instó a los gobiernos de occidente y a los grandes inversionistas a que creen un fondo global para la lucha contra el hambre y la pobreza del planeta. "Las naciones están gastando miles de millones en la carrera armamentista y en otras cosas que no son prioritarias, mientras vemos en las naciones del tercer mundo a millones de mujeres y niños morir porque no logran comer las calorías que necesitan".

Lula dijo que "lo más fantástico" es que regresará a Porto Alegre en una sola pieza: "Mis camaradas se darán cuenta que ustedes no me mordieron… Yo tampoco los he mordido a ustedes… yo creo que hay posibilidades de que nos sentemos a conversar". Al final le dieron un gran aplauso.

Recuadro1

Lula y la teología de la liberación: el abrazo a un monje benedictino

En la celebración de la toma de posesión, el presidente Lula abrazo a dom Marcelo Barros, monje benedictino, como signo de aprecio a "la teología de la liberación". Esto significa la presencia en primera fila de dom Marcelo Barros, como invitado oficial a la ceremonia de toma de posesión. Así relata dom Marcelo la experiencia ante el honor de estar en primer fila y recibir el abrazo del presidente antes que los ministros y gobernadores.

"Lula ha recibido mi abrazo diciéndome al oído: cuento con la teología de la liberación. Alcancé sólo a responderle: puede contar con todos nosotros. Salí de ahí –concluye– pensando que había entendido por qué había sido invitado: el presidente obrero había querido romper el protocolo y llamar a alguien que fuera pobre y común como yo para manifestar su estima por la teología de la liberación".

Recuadro 2

Lula y la pedagogía de la liberación

Después de la elección de Lula frei Betto escribió estas palabras a Paulo Freire, Padre de la pedagogía de la liberación: "Fueron sus ideas, profesor, las que permitieron a Lula, el metalúrgico, llegar al gobierno. Eso no había sucedido antes en la historia de Brasil y, quizás, en la del mundo, excepto por la vía revolucionaria. Su pedagogía, profesor, permitió que los pobres se volvieran sujetos políticos y que conquistasen su autoestima. Basta con mirar al gabinete actual, integrado por gente que vino de aquello que la elite llama ‘escoria’: María Silva, del Medio Ambiente, fue buscadora de oro y aprendió a leer a los 14 años; Miro Teixeira, de las Comunicaciones, fue niño de la calle en la plaza Mauá, en Rio; Olivio Dutra, de las Ciudades, fue militante de la Pastoral Obrera y funcionario de banca; Ricardo Berzoini, de la Previsión, también fue empleado de banca, así como Luis Gushiken, de la Secretaría de Comunicación; Benedita da Silva, de la Asistencia y Promoción Social, fue habitante de una favela (chabola) y empleada doméstica; José Fritsch, de la Pesca, vino de las Comunidades Eclesiales de Base; Jaques Wagner, del Trabajo fue ténico en mantenimiento; Miguel Rossetto, de Desarrollo Agrario, fue técnico mecánico. Por ese nuevo Brasil, muchas gracias, profesor Paulo Freire".

Carta abierta a Lula

Luis de Sebastián

Señor presidente:

Soy uno de tantos ciudadanos españoles que se ha alegrado inmensamente por su triunfo electoral. Quisiera con toda mi alma que pueda usted hacer de Brasil y, por contagio, de toda América Latina una tierra más próspera y más justa. Pero tengo miedo.

Llevo más de cuarenta años observando, estudiando y viviendo los esfuerzos de los pueblos de América Latina para superar la opresión y la pobreza, y mi experiencia se interpone como una sombra ante mis ojos cuando trato de mirar al futuro. Viví muchos años en El Salvador, donde casi dejo mi piel por ponerme del lado de aquellos que le han elegido a usted. Luego fui empleado del Banco Interamericano de Desarrollo y en esa capacidad trabajé en Brasil y pude formarme una opinión técnica sobre la complejidad y los desequilibrios de su economía. Ahora le escribo porque, en medio de mi entusiasmo por su victoria, me asalta el miedo de que la oligarquía tradicional, ese 5% de la población de Brasil que posee más de la mitad ¡Dios sabe cuánto! de la riqueza del país y que recibe cada año el 60% de su renta nacional, no le deje llevar a cabo sus proyectos de reforma social.

Recuerdo que, cuando el presidente Allende comenzaba a poner en marcha su experimento reformista en Chile, un padre jesuita, que entonces apoyaba a la Unidad Popular, pasó por nuestra universidad en El Salvador a explicarnos el proyecto. Después de oírle entusiasmados, uno de los profesores, sin duda "maleado" por la experiencia política de Centroamérica, le preguntó con toda ingenuidad: "Pero ¿ustedes no temen un golpe?". El jesuita chileno le miró con una cierta superioridad rayana en el desprecio y respondió: "Hombre, Chile es una democracia madura. No estamos, con perdón, en una república bananera".

Meses después supimos que sí lo estaban. ¿Entiende mis temores? En El Salvador, el país más pequeño de América Latina, donde los fenómenos sociales se dan a escala reducida y, por lo tanto, son más fáciles de observar y analizar, aprendí de primera mano cómo piensa, analiza, conspira y actúa una oligarquía. La oligarquía de Brasil, a la que usted va a tener que enfrentarse para desarrollar su proyecto, será más amplia, compleja, sofisticada, política y negociadora que la de El Salvador en los años setenta, pero en el fondo no es diferente.

Como no lo es la de Venezuela. A sus miembros los mueven los mismos estímulos: la avaricia, un desmedido apetito de poder, la decisión de mantener íntegros sus posesiones y privilegios, y una determinación extrema para defenderlos hasta sus últimas consecuencias. Por eso las oligarquías latinoamericanas –y la brasileña no es excepción– han resistido con éxito todos los intentos de cambio social, originados tanto en el centro como en la izquierda. La "sociedad dual", de la que Brasil es un ejemplo eximio, se mantiene intacta a través de los tiempos.

La oligarquía brasileña ahora no tiene prisa, porque, aunque usted haya ganado las elecciones presidenciales, ella conserva bien agarradas las palancas del poder real, que es el poder económico. Además, usted no tiene mayoría en el Congreso y ellos están contando y reorganizando sus fuerzas para hacer una oposición decisiva cuando llegue el momento. Ya habrán comenzado a estudiar uno a uno a los componentes de su Gabinete y de todo su equipo técnico de gobierno, para detectar quiénes pueden ser más "accesibles" y más "razonables".

Su primera estrategia será, como ya lo estamos viendo, la cooptación. Tratarán de borrar las enormes diferencias que separan las demandas de sus electores de los proyectos que ellos estarían dispuestos a aceptar. Alabarán su moderación y su sensatez con la esperanza de llevarle poco a poco a aceptar que la defensa de los intereses oligárquicos es una tarea propia del buen gobierno. Le dejaran hacer gestos progresistas, como el de renunciar a la compra de aviones de guerra, lo cual no les afecta realmente, y le apoyarán si toma medidas para aumentar la seguridad ciudadana, combatir la mendicidad en las calles y aliviar la miseria más visible de las grandes ciudades. Respaldarán probablemente su posición negociadora sobre el Tratado de Libre Comercio para América Latina (ALCA), porque asegura a las empresas brasileñas la protección de que ahora gozan, y en el fondo, porque saben que los Estados Unidos no tienen un interés vital en que el tratado funcione. Le aplaudirán los gestos, un tanto desesperados, de su Gobierno para renegociar la deuda externa, siempre que no mencione su rechazo, porque la mayor parte de ella es privada, consiste en bonos y en todo caso será muy difícil de renegociar. En resumen, que, al principio, la oligarquía le puede dar la impresión de que está con usted.

Pero en cuanto toque, o pretenda tocar, la propiedad de la tierra, o la del suelo urbano, los impuestos, la seguridad social, las leyes laborales, y en general, en cuanto pretenda imponer las medidas redistributivas que son normales en las economías de mercado socialmente avanzadas, tendrá que enfrentarse con ella. No lo dude. Si en casi doscientos años de independencia no ha permitido que se hiciera nada para eliminar las condiciones feudales o semifeudales en que vive una gran parte de la población brasileña, ¿por qué lo van a hacer ahora precisamente, cuando se ha acabado la guerra fría y ya no existe el peligro de una revolución armada como la bolchevique?

Cuando llegue ese momento, la oligarquía emprenderá el conocido camino de las campañas de prensa, la desestabilización económica, el bloque parlamentario, las movilizaciones y caceroladas de sus servidores, los ruidos de sables, los cierres empresariales y todo lo que haga falta para dar la sensación de desgobierno e ingobernabilidad, que prepare el camino a otras elecciones o a un golpe de Estado cruento o incruento.

Lo hemos visto tantas veces… La incógnita aquí estaría en la actitud de los Estados Unidos, porque ya no pueden temer que Brasil se alinee con la desaparecida Unión Soviética. Pero pueden temer una unión suya con Chávez y Castro para limitar el poder económico norteamericano en el continente. Puede que no les guste y pongan en movimiento sus peones especializados en la subversión de regímenes elegidos popularmente.

Amigo Lula, no pierda de vista a los militares, que en toda América Latina constituyen la quinta columna del imperio. Le espera una dura lucha. A sus seguidores hágalos ver que la esperanza no es incompatible ni con la paciencia ni con la prudencia que se necesitan para gobernar. No deje que nadie corrompa a su Gobierno ni a los altos cargos de la Administración, porque la corrupción, con el fanatismo y la soberbia de las vanguardias, son el cáncer que puede corroer por dentro su proyecto de progreso.

Organice a las bases que le han encumbrado a la presidencia para que defiendan los proyectos que les benefician. Negocie con decisión y fuerza con los poderes económicos y hágalos ver que una desestabilización de la economía brasileña (por medio de una fuga de capitales, por ejemplo) sumiría al país en una crisis financiera de graves consecuencias para todos.

En fin, señor presidente, le deseo mejor suerte que la que tuvieron Arbenz, Allende, Torrijos, Bishop y ahora está teniendo Chávez y la de todos los gobernantes reformistas, cuyos proyectos cayeron víctimas de "la alianza contra el progreso" entre las oligarquías nacionales, los ejércitos herodianos, las multinacionales y los agentes de la guerra fría.

El mundo entero le contempla lleno de esperanza. No nos defraude. Y si una vez más tratan de impedir que algo cambie en Brasil, le prometo unirme a la movilización universal que se dará en defensa de su proyecto democrático de progreso y reforma.

Suyo afectísimo.

Los mártires: interpelación y gracia para la Iglesia

Todos los días traen algún aniversario de mártires. Marzo nos trae a muchos bien conocidos: Rutilio Grande el 12 de 1977, Marianela García el 14 de 1983, Mons. Romero el 24 de 1980. Y muchos otros. Los recordamos con viento a favor o contra viento y marea. Si nos preguntamos "para qué sirven" muchas cosas podemos decir, pero hoy nos concentramos en una importante: son interpelación –y gracia– para la Iglesia.

La necesidad de interpelación a la Iglesia actual

Los mártires, tomados en su conjunto como mártires jesuánicos, que viven y mueren como Jesús, y como pueblos crucificados, que viven y mueren como el siervo de Jahvé, ofrecen al mundo y a la Iglesia luz y salvación. Pero antes lo interpelan, y también a la Iglesia, lo cual es bueno y necesario.

Comparada con la que surgió del Vaticano II, la Iglesia universal vive en un proceso de involución. Hay numerosos grupos de cristianos solidarios con el dolor del mundo, proféticos y utópicos, que buscan renovar el espíritu y la fe; y también hoy hay algunos mártires jesuánicos, en Africa sobre todo. Juan Pablo II ha hecho un inestimable servicio a la paz y la justicia en Irak. Pero en su conjunto la Iglesia está pasando por una invierno eclesial (K. Rahner) y se está configurando como institución a la búsqueda de una "pastoral del éxito" (Pedro Trigo) muy distinta la de Medellín. Como dice J. Comblin:

Mantiene el mismo lenguaje, pero la práctica es distinta. Vuelve a las sacristías y a las casas parroquiales. Ya no escucha la voz de las mayorías pobres y escucha más a su público tradicional, al que asiste al culto. La Iglesia vuelve a preocuparse de sí misma. Busca recuperar posiciones de poder cultural, político y aun económico. Vuelve a cultivar los sentimientos religiosos, las emociones. No le falta clientela, pues el modelo neoliberal ha hecho crecer la angustia, la desesperación, la inseguridad, el desconcierto de los pueblos.

La Iglesia necesita ser interpelada, y la pregunta es quién puede hacerlo. Indudablemente puede interpelarla Dios, pero, dada su transcendencia, Dios puede quedar distante y ser desoída su interpelación; y, como toda creatura, la Iglesia procura que así sea. Hace años, en épocas de antimarxismo visceral, escribí que "la Iglesia no le tiene miedo al marxismo, sino a Dios". También puede interpelarla Jesucristo, presencia histórica del Dios transcendente, pero también a Jesús se le puede remitir a una lejanía sin capacidad interpelante. Y cuando se presiente que su acercamiento va en serio, entonces bien puede ocurrir lo de la leyenda del gran Inquisidor: el cardenal arzobispo de Sevilla le dice a Cristo: "Señor, no vuelvas".

Pero la fe cristiana es empedernidamente encarnacional, y Cristo está presente preferencialmente en los pobres: "ha querido identificarse con ternura especial con los más débiles y pobres" (Puebla n. 196). Los pobres son los "vicarios de Cristo" que se decía en la Edad Media. Son, por ello, buena noticia, y evangelizan a la Iglesia; pero son también clamor, y la llaman a conversión (Puebla n. 1147). La interpelan.

Demos un paso más. Los pobres y sus clamores llegan a su máxima expresión en los mártires –en los jesuánicos y, sobre todo, en los pueblos crucificados–, y por ello éstos tienen la capacidad mayor para interpelar a la Iglesia. Son tan numerosos que sólo con ceguera y sordera culpables es posible ignorarlos. Y es tal el horror que expresan que pueden sacudir conciencias –y también animar a la conversión. Y, además, no permiten hacer uso de la excusa falaz, a lo que la Iglesia es proclive: sólo Dios puede interpelarla, pues en ellos está Dios. La interpelación de los mártires jesuánicos, ocurre más puntualmente en determinadas épocas de la historia. La de los pueblos crucificados es permanente.

Por provenir de ellos, la Iglesia no puede defenderse, pues son la máxima presencia de Dios. Y por provenir de ellos, la interpelación fundamental no versará sobre cualquier cosa, sino sobre lo central de la fe cristiana: la misericordia, el amor y defensa del pobre, la identificación con las víctimas. La conclusión es que la Iglesia puede ser interpelada, y, como, decía Monseñor Romero, lo necesita: "necesitamos que alguien nos sirva de profeta también a nosotros para que nos llame a conversión, para que no nos deje instalar en una religión como si ya fuera intocable" (Homilía del 8 de julio, 1979).

Primera interpelación: la encarnación, "superación de la irrealidad"

En este tercer milenio, la situación de las grandes mayorías de nuestro mundo es miserable. Vivir sigue siendo su tarea más difícil, y morir –en su cuerpo, en su dignidad, en su cultura, en su espíritu–, su suerte más cercana (véase la pobreza en América Latina, la crueldad en Afganistán, Congo, Irak). Pues bien lo primero que tiene que hacer la Iglesia es encarnarse en esa realidad para llegar a ser "real".

Esa encarnación no es fácil para la Iglesia, aunque, desde su fe, la exigencia sea obvia y central. El prólogo de Juan expresa la voluntad del mismo Dios de ser real en nuestro mundo, voluntad que no sólo consiste en hacerse factualmente carne, sino en hacerse carne débil. En el cristianismo transcendencia es, en definitiva, trans-descendencia (L. Boff), no es sólo llegar a ser "lo otro", sino "lo débil y pequeño".

Esto es central a nivel teórico, pero no suele serlo en la práctica de la Iglesia. Su mayor problema es el docetismo es decir, crearse su propio ámbito de realidad (doctrinal, litúrgica, canónica), estar como dormidos a la realidad del mundo.

¿Cómo abrir los ojos a lo real y superar ese docetismo? El milagro lo pueden conseguir los pueblos crucificados que claman con gemidos inenarrables e invitan al abajamiento. Y los mártires jesuánicos, que dan ejemplo de ello. Para que no haya escapatoria, éstos muestran los diversos modos de cómo hacerlo en el mundo de hoy: Martin Luther King desde un movimiento social, Silvia Arriola desde una comunidad popular, Ellacuría desde una universidad…

Para Monseñor Romero era evidente que la Iglesia tenía, ante todo, que "ser real". En palabras límite, algunas de ellas realmente escalofriantes, solía decir: "Me alegro hermanos, de que la Iglesia sea perseguida, precisamente por su opción preferencial por los pobres y por tratar de encarnarse en el interés de los pobres" (15 de septiembre, 1979). "Sería triste que en una patria donde se está asesinando tan horrorosamente no contáramos entre las víctimas también a los sacerdotes. Son el testimonio de una Iglesia encarnada en los problemas del pueblo" (24 de junio, 1979).

Quien viera en estas palabras demagogia o masoquismo es que no ha entendido ni cómo era la realidad salvadoreña entonces, ni la hondura de la opción de Monseñor Romero por esa realidad. Lo que Monseñor Romero venía a decir es que una Iglesia que no es pobre en tiempo de pobreza, que no es perseguida en tiempo de persecución, que no es asesinada en tiempo de asesinatos, que no se compromete en tiempo de compromiso y no anima a él en tiempo de indiferencia, que no tiene esperanza en tiempo de esperanza y no anima a ella en tiempo de desencanto, que no se hace "musulmán" en tiempo de Afganistán e Irak, que no se hace africana en tiempo de Congo y Sudán, no es una Iglesia real. Bien está formular el ideal de Iglesia como el de una Iglesia ortodoxa, santa, auténtica… Pero ante todo, el ideal es el mínimo-máximo de ser una Iglesia real. Y no sólo por participar en el sufrimiento de la realidad salvadoreña, sino también en su espíritu y creatividad. "¡Ustedes, una Iglesia tan viva, tan llena de espíritu!". Era una Iglesia salvadoreña, transida de la generosidad y compromiso de su gente.

Superar la irrealidad nunca ha sido fácil. A ello nos interpelan y animan los mártires: el pueblo crucificado en sí mismo es un clamor a poner los ojos en esa realidad, los mártires jesuánicos enseñan a abajarse a esa realidad.

Segunda interpelación: la misión, "la compasión hacia la realidad"

Medellín y Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi (n. 30) hicieron de la liberación integral elemento esencial de la misión de la Iglesia. Queremos ahora recordar dos notas de esa misión liberadora, no para reproducirlas mecánicamente, pero sí para recoger el pathos de aquella misión, que está muriendo la muerte de mil excusas.

La primera es la salvación de todo un pueblo. Monseñor Romero fue definido por Ignacio Ellacuría como "un enviado de Dios para salvar a su pueblo", y el mismo Monseñor se concibió a sí mismo como portavoz de la palabra de todo un pueblo, "ser voz de los sin voz "(29 de julio, 1979). Ignacio Ellacuría insistía en "revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección", y formuló la utopia como una nueva "civilización de la pobreza".

El intento de trabajar por "todo un pueblo" no es anacronismo, aunque sea muy difícil: Irak, los países africanos, los países latinoamericanos empobrecidos, lo exigen. Por eso, el horizonte de la misión debe ser abarcador y englobante: la vida y dignidad de las mayorías oprimidas, el reino de Dios, la familia humana. Este fue el horizonte de muchas iglesias, la de Brasil por ejemplo, pero la tendencia ahora es a concentrarse en y propiciar la salvación individual, familiar a lo sumo –buena y necesaria– más que la de un pueblo, la salvación interior más que la histórica.

Y esa misión debe ir acompañada de un pathos dialéctico y profético. Al anuncio del reino le era consustancial la denuncia del antirreino, con lo cual surgía el conflicto. Hoy en día la misión no pone a la Iglesia, en su conjunto, en seria confrontación con el mundo opresor, aunque haya algunas escaramuzas –veremos qué ocurre con su oposición al ataque militar a Iraq. Bien está propiciar el diálogo, por supuesto, pero una Iglesia que no está volcada a la defensa de los pueblos, que no lucha ni entra en conflicto por ello, se convierte en secta cerrada, o en institución masiva, sí, pero desentendida de la realidad, nuevo intento de cristiandad socio-cultural.

Así las cosas, no puede desaparecer la memoria subversiva interpelante. ¿Dónde está la profecía, las homilías y cartas pastorales de los años 70 y 80? ¿Dónde está el abajarse a los pobres, compartir su impotencia y su destino? En suma, ¿dónde esta aquel amor primero de la Iglesia del Vaticano II, por lo que toca a la dignidad del cristiano dentro de la Iglesia, y sobre todo de la de Medellín, por lo que toca a ser Iglesia de los pobres?

Es evidente que las cosas cambian, pero ni la realidad ni el evangelio han cambiado de tal manera que el antiguo pathos sea ya irrelevante. Ese pathos de liberación, utópico y profético, no es otra cosa que la compasión consecuente ante los pueblos crucificados. No es que la Iglesia no tenga ya nada de ello, pero se mantiene más al nivel ético que profético; busca el diálogo con otros poderes y rehuye el conflicto con ellos; habla mucho de nueva evangelización, pero poco de la dimensión agonista de la misión; habla de comunión eclesial, pero poco del reino de Dios, como mesa compartida con los pobres en su centro.

Hoy existen, evidentemente, tareas nuevas en la misión: género, indígenas, afroamericanos, refugiados, sida, ecología, diálogo intercultural e interreligioso… Y desde hoy se descubren las limitaciones de la anterior. Comblin, por ejemplo, reconoce que la teología de la liberación "no ha dedicado suficiente atención al verdadero drama de personas humanas, su destino, su vocación y, consecuentemente, al fundamento de su libertad". Pero una cosa es reconocer las novedades del presente y las limitaciones del pasado, y otra es ignorar el pathos del que antes estaba imbuida la misión: misericordia y verdad, en contra de asesinato y mentira (Jn 8, 44).

Recuperar ese pathos no es fácil. Incluso puede haber –y hay– mayorías de pobres que tampoco están interesadas en ello. No hay que ignorar que la Iglesia hizo una opción por los pobres, pero muchos de ellos se han ido a las iglesias pentecostales. Esto, sin embargo, no debe ser excusa para no retomar y ansiar el pathos de Medellín. "La Iglesia de los pobres está latente. Una nueva circunstancia puede sacarla de nuevo a la superficie de la historia. Medellín reaparecerá nuevamente mañana como nuevo acontecimiento eclesial", dice Comblin. La pregunta es si en la Iglesia existe esa convicción. A ello animan los mártires.

Tercera interpelación: la cruz, "cargar con el peso de la realidad"

La realidad es una pesada carga para los millones de víctimas y se hace carga onerosa para quienes se solidarizan con ellas. Los pueblos crucificados muestran lo primero y los mártires jesuánicos lo segundo. En esto último queremos insistir ahora.

Para los mártires cargar con la realidad no fue masoquismo ni puro deseo místico de identificarse con Cristo crucificado, sino la consecuencia de seguir a ese Cristo, es decir, de practicar la misericordia hasta el final, consecuentemente, sin rehuir conflictos y riesgos. En este sentido cruz es el sufrimiento y la muerte que sobrevienen por defender al oprimido y luchar contra la injusticia, y proviene de la voluntad de encarnarse en la conflictividad de la realidad injusta. Análogamente, cruz puede expresar otros sufrimientos, angustia, enfermedades, fracasos, desencantos, miedos, que a veces pueden ser incluso más dolorosos que los que provienen de la lucha por la justicia.

Esto debiera ser claro desde la tradición bíblico-jesuánica. La historia está transida de un conflicto entre un Dios de vida y los ídolos de muerte que exigen víctimas para subsistir. En la teología de Juan el maligno no es sólo "malo", sino que es "asesino". Por así decirlo, el mal es más que mal, tiene poder para aniquilar a quienes luchan contra él. La gran aporía de la historia es que el pecado tiene poder, y si esto es así la Iglesia debe tomar postura ante un mal que es conflictivo.

Eso ocurre en ocasiones, y ciertamente ocurrió en América Latina en épocas pasadas: la misión de la Iglesia era esencialmente conflictiva por estar encarnada en la realidad y por defender a las víctimas. Pero ahora hay un déficit de todo ello. Puede haber confrontaciones verbales entre jerarquía y poderosos, pero sus palabras son normalmente cooptadas, de modo que puede haber palabras y textos conflictivos, pero no hay muchos conflictos reales. Hay excepciones, como, por mencionar sólo obispos mártires, Mons. Gerardi en Guatemala, Mons. Isaías Duarte en Colombia, Mons. Munzihirwa en la República Democrática del Congo, pero en su conjunto la Iglesia no carga hoy con cruces importantes por decir lo que dice ni hacer lo que hace, a diferencia de lo ocurrido hace años. Ni tampoco canoniza a esos y muchos otros mártires de nuestros días –lo cual también le originaría conflictos con sus asesinos todavía vivos. Más aun, a veces se busca el retorno a cierta armonía con los poderes de este mundo.

Se repite hoy que no hay que ser anacrónicos, pero añadimos que tampoco hay que ser acríticos ni autoengañarse. Tanto la fe cristiana como la realidad histórica siguen siendo onerosas y conflictivas. En cualquier caso, algo habrá que mantener de la parresia paulina, valentía, audacia y confianza, y no caer en cobardía. No hay que ofrecer un cristianismo fanatizado, pero menos un cristianismo aguado, que en definitiva pudiera hablar de igual manera con las víctimas y con sus verdugos. No hay que hacer del cristianismo una "gracia barata" que, como decía Bonhoeffer, es su mayor peligro. No hay que introyectar subliminalmente que la cruz (y, lógicamente, también la resurrección) son cosas buenas en la liturgia y en la devoción privada, pero que nada serio dicen de la realidad con la que la Iglesia debe cargar. En esta situación, los mártires nos interpelan y animan a cargar con la cruz de la realidad, y con ello hacen un gran bien.

En primer lugar hay que recordar que para redimir el mal hay que combatirlo no sólo desde fuera de él, con todos los medios legítimos y eficaces, sino también desde dentro, cargando con él. Si no se acepta esto, vana es la palabra de Dios sobre el siervo sufriente y sobre Cristo crucificado. En segundo lugar, cargar con la cruz otorga una credibilidad a la Iglesia, que no se obtiene de ninguna otra forma, y verifica que la Iglesia está actuando cristianamente, pues si no le va a ella, en forma importante, como le fue a Jesús, no se ve por qué razón deba ser comprendida y aceptada como Iglesia de Jesús.

La invitación a "cargar con la cruz" es tan antigua como el cristianismo. Nunca ha sido fácil y tampoco lo es ahora. Pero al menos eso debiera quedar claro en la teoría cristiana y no buscar caminos para eliminarlo. Esto que nunca ha sido fácil es lo que facilitan los mártires y, en cualquier caso, nos interpelan sobre ello. Si los pueblos crucificados no mueven a la Iglesia a cargar con su sufrimiento y participar en su destino, nada lo hará. Si los mártires jesuánicos no convencen de que el mayor amor es posible y humanizante, y que pasa por cargar con la cruz de la realidad, nada lo hará.

Cuarta interpelación: la resurrección, "dejarse llevar por la realidad"

En la realidad hay pecado, por eso es onerosa y hay que cargar con ella. Pero en la realidad hay también gracia, por eso es fuerza y puede cargar con nosotros. Los mártires –y toda la gente buena a lo largo de la historia impregnan la realidad de amor y de verdad, lo que la hace más ligera para que carguemos con ella, y la hace poderosa para que ella cargue con nosotros: es el ofrecimiento de gracia.

Esto lo relacionamos con la resurrección de Jesús. Esa realidad impregnada de amor y verdad posibilita que podamos vivir ya como resucitados bajo las condiciones de la historia. Para no caer en angelismos recordemos que del resucitado no desaparecieron sus llagas, y menos desaparecen de la historia. Pero una historia agraciada posibilita vivir con amor el seguimiento de Jesús, con el matiz de "plenitud" y "victoria" que añade la resurrección. En términos históricos esto significa para la Iglesia y para la vida de los cristianos, vivir con libertad, como triunfo sobre el egocentrismo y el egoísmo, de modo que nada sea obstáculo para hacer el bien. Vivir con gozo, como triunfo sobre la tristeza, de modo que el sufrimiento no produzca amargura, sino purificación. Vivir con esperanza contra la resignación, de modo que el misterio de iniquidad, el todavía-no, el ciertamente-no, el desencanto, no sepulte la promesa… En esa libertad, gozo y esperanza hay ya un como reverbero de la resurrección. Es la gracia que nos ofrecen.

Esta es la invitación que hacen los mártires a la Iglesia. Y por todo ello la última interpelación es a no olvidarlos. No por su interés –pues ellos ya no viven en régimen de egoísmo–, sino por necesidad de la Iglesia. Y una cosa más. El Vaticano II nos avisaba de que en la génesis del ateísmo pueden tener no pequeña parte los propios creyentes que han velado más que revelado el rostro de Dios (Gaudium et Spes 19), y la Escritura repite que "por causa de ustedes el nombre de Dios es blasfemado entre las naciones". Pues bien, con los mártires las cosas son al revés: revelan el rostro de Dios, su nombre es glorificado entre los pobres de este mundo.

Jon Sobrino