XXV ANIVERSARIO DE JUAN PABLO II
ABRUPTA APROBACION DE LA LEY ANTIMARAS
LAS MARAS: JUVENTUD VIOLENTA Y VIOLENTADA
LOS MARTIRES DE LA UCA EN LA MEMORIA DE LOS POBRES
MONSEÑOR ROMERO Y EL DERECHO A LA VERDAD
30 AÑOS DE CRISTIANISMO EN AMERICA LATINA (III)
EL LENGUAJE RELIGIOSO DE GEORGE W. BUSH
LA OMC DE CANCÚN Y EL ZAR ZOELLIKE
El 16 de octubre se han cumplido 25 años del Pontificado de Juan Pablo II en medio de celebraciones masivas y solemnes. Aquí desde El Salvador quisiera recordar dos cosas del Papa, que fueron muy importantes en tiempos difíciles para el país. Una son sus palabras sobre Monseñor Romero -y recordemos que apoyó el proceso de su canonización- y la otra es su apoyo al diálogo en una carta de 1982 que comentó Ignacio Ellacuría.
Juan Pablo II sobre Monseñor Romero
"Su servicio a la Iglesia ha quedado sellado con la inmolación de su vida mientras oficiaba la víctima eucarística" (25 de marzo, 1980).
"¡Cuántos hogares destruídos! ¡Cuántos refugiados, exilados y desplazados! ¡Cuántos niños huérfanos! ¡Cuántas vidas nobles, inocentes, tronchadas cruel y brutalmente! También de sacerdotes, religiosos, religiosas, de fieles servidores de la Iglesia, e incluso de un Pastor celoso y venerado, Arzobispo de esta grey, Mons. Oscar Arnulfo Romero, cuya tumba acabo de visitar" (6 de marzo, 1983).
"Me alegro en el Señor al encontrarme con todos vosotros ante esta Catedral, tan estrechamente ligada a los gozos y esperanzas del pueblo salvadoreño. En ella descansan, esperando la resurrección, los recordados Mons. Luis Chávez, prelado modelo de virtudes; Mons. Oscar Arnulfo Romero, brutalmente asesinado mientras ofrecía el sacrificio de la misa y ante cuya tumba recé en mi anterior visita pastoral; Mons. Arturo Rivera Damas, que entró en la eternidad después de haber visto despuntar el horizonte de la paz" (8 de febrero, 1996 ).
Ignacio Ellacuria sobre Juan Pablo II
La carta del papa sobre la necesidad del diálogo "es un documento valiente que se enfrenta con intereses nacionales e internacionales muy fuertes y que puede disgustar profundamente a los responsables nacionales y extranjeros. El Papa no ha tenido miedo de que esto ocurra, urgido por la necesidad de decir la verdad y de propiciar la paz, una paz fundada más en la verdad dicha públicamente que en la maniobra diplomática. Es algo que nos recuerda el modo de actuar de Monseñor Romero. El Papa ha preferido correr el riesgo de escandalizar a los poderosos con su palabra fuerte que el riesgo de escandalizar a los pobres y oprimidos con su silencio. El Papa ha puesto el dolor del pueblo por delante de las normas usuales en las cancillerías; ha puesto su misión de pastor y de profeta por delante de su gestión como administrador supremo de una institución; ha hablado como obispo universal a los obispos salvadoreños, ha hablado en nombre de Jesús y, como el propio Jesús, ha sentido pesar por el dolor de las multitudes sin importarle mucho el enojo de los poderosos, de los "malhechores que devoran al pueblo como pan (Salmo 14, 4)" (19 de agosto, 1982).
Desde el pasado 9 de octubre, la iniciativa Antimaras del presidente Francisco Flores es ley de la República, gracias a los 43 votos de las fracciones legislativas de ARENA y del Partido de Conciliación Nacio-nal, que levantó sus manos pese a haber denunciado, con antelación, la inconstitucionalidad de la misma. Sólo bastó que este último partido se divorciara del enlace que le unía a la bancada efemelenista en el Parlamento y que fuera rechazado por la coalición de centro CDU-PDC para que volviera a su aliado natural: ARENA. Un marcado pragmatismo político se impuso en el pulso que han mantenido dos poderes del Estado en torno al tema del combate de las maras. Ahora, con el paso dado por las dos fracciones de derecha, se anuncia una nueva disputa de poderes; esta vez, entre el Ejecutivo y el Judicial, que tendrá que determinar el apego constitucional de la referida normativa.
Las reacciones al entuerto legis-lativo no se han hecho esperar. Flores y sus hombres de confianza, princi-pales impulsores del Plan Mano dura y de la Ley Antimaras, reaccionaron complacidos ante el abrupto viraje de sus antiguos aliados legislativos. Y no es para menos. Con la normativa en vigencia, el Ejecutivo podrá impulsar, mientras la jurisprudencia no se pronuncie en su contra, el publicitado plan policial que ha dado como resultado la captura -y posterior liberación- de cientos de pandilleros en las últimas semanas. Tal iniciativa se ha traducido, según los últimos sondeos de opinión pública, en más réditos electorales para el partido en el gobierno.
Y es que la aceptación del combate de las maras por parte de la población ha sido el último logro de la administración de Francisco Flores. Sus asesores supieron explotar un tema sensible para los salvadoreños y lo convirtieron en prioridad suya, a pesar de otras preocupaciones que les aquejan, como la situación socioe-conómica. En cualquier caso, la oposi-ción política no fue capaz de desviar la atención de la ciudadanía hacia otros ámbitos de la realidad nacional.
La Policía Nacional Civil y la Fiscalía General han recibido con satisfacción el aval legislativo, pues se encontrarán facultados para detener e inculpar a quienes consideren, a su discreción, miembros de maras.
Otros sectores han reaccionado con cautela. Los partidos de la oposición se han rehusado a dar sus votos para aprobar una ley que consideran inconstitucional y violatoria de los tratados internacionales consignados por El Salvador. El FMLN, uno de los más críticos de la normativa, escondió sus votos en la Asamblea y adujo un interés plenamente electoral en la iniciativa del presidente, lo cual no fue suficiente para detener el avance de la misma.
Desde el seno del Ejecutivo, el presidente del Consejo Nacional de Seguridad Pública, Salvador Samayoa, sigue manteniendo una postura es-céptica ante la moción de su jefe. Con anterioridad, Samayoa había sostenido que la Ley pone en aprietos los programas de atención a pandilleros que su institución y otras tantas realizan. Recientemente, tildó de "equivocado" el proyecto Antimaras y vaticinó un enfrentamiento entre el Ejecutivo y el Judicial.
Varios jueces de San Salvador han manifestado que no podrán aplicar una ley que lesiona la Constitución de la República y por ello han sido tildados de antipatriotas por la prensa pro derechista. La misma procuradora de Derechos Humanos, Beatrice de Carrillo, señala que la Ley Antimaras viola el derecho de presunción de inocencia de todo ciudadano y otros preceptos contenidos en la Carta Magna. Los ataques a la funcionaria desde diversos sectores son ya de sobra conocidos.
En términos generales, pues, la Ley Antimaras y el Plan Mano dura mantienen divididos a los sectores de la sociedad, mientras sus impulsores sacan réditos electorales de ello. El presidente Flores ha preferido beneficiar a su gobierno y a su partido antes que pensar en el diálogo y la concertación. Si hubiera pensado en esto último habría tomado en cuenta la opinión de quienes, jurando fidelidad a la Constitución, tienen que aplicar las leyes. Flores prefiere enfrentarse a la jurisprudencia antes que escuchar lo que ésta le dice, demostrando una vez más su vocación autoritaria e impositiva.
Está claro que al final del tercer gobierno de ARENA se ha echado mano de un nuevo plan de represión estatal en contra de la juventud marginal de El Salvador, a sabiendas de que la mayor parte de la población cae ingenuamente en las redes de los artilugios propagandísticos de quienes se aferran al poder.
En el proyecto "Adiós Tatuajes", desde el centro de salud comunitaria P. Octavio Ortiz, que es un instrumento para la Pastoral de Maras en la Vicaría Luis Chávez y González, hemos reflexionado y compartido la realidad que enfrentan nuestras comunidades con las maras juveniles. Reconocemos que no es el tatuaje el problema, sino su connotación y la realidad social que expresa -pobreza, familias disfuncionales, bajo nivel educativo, adicciones, violencia, muerte- es decir, la estructura de injusticia de la sociedad salvadoreña que permite la estigmatización de la juventud.
Cuando comenzamos el esfuerzo "Adios Tatuajes", nuestro objetivo fue no sólo remover el tatuaje de la piel, sino trabajar con la persona, rescatar su dignidad, rehabilitarles y buscar espacios para la reinserción, es decir, dar una respuesta integral. Por supuesto, éste es un reto que involucra a diferentes actores sociales.
En los últimos meses la prensa -jugando con nuestra sensibilidad- nos ha comunicado que el problema de El Salvador son las maras. Así, ciertos partidos, cierta jerarquía e incluso cierta población, han quedado fascinados por el Plan mano dura y la Ley anti-maras, en donde la única solución concreta que se vislumbra es meterlos a la cárcel. ¡Qué inteligencia y creatividad han demostrado quiénes hicieron la propuesta! La pregunta es: ¿qué harán cuándo las cárceles estén llenas?, ¿cómo abordarán las consecuencias?
Es necesario hacer memoria de Monseñor Romero y apuntar a las causas reales de los problemas: el problema no son las maras sino la injusticia social, fruto hoy, de un modelo político, económico, abanderado e impuesto por una determinada ideología política. Desde este prisma tenemos que comprender no sólo este problema social, sino todos los demás. Por si no se han dado cuenta, también hay niños huelepega, desnutrición, analfabetismo, hambre, explotación, sueldos de 90 dólares, desempleo alarmante, salud precaria... Todos estamos de acuerdo que tenemos no uno, sino muchos problemas. Por ello bueno sería que nos informasen en las primeras páginas de los periódicos no sólo del problema de las maras, sino de todos los demás. Y los que nos hablan de las maras y su crueldad, son los mismos que encubren a otras maras, que utilizan mal los bienes públicos, que promueven la corrupción, que deterioran el medio ambiente, que no son transparentes en lo que informan, que desfalcan a personas de la tercera edad, que prostituyen a la niñez, que idiotizan a la juventud con la droga. Esas otras maras son las que han aprobado la ley contra las maras, utilizando el tema como muletilla de campaña electoral.
Entonces, ¿contra quién hay que emplear la mano dura? ¿En contra de una juventud violenta o en contra de quienes violentan a la juventud? Tal parece, que la ley debería aplicarse parejo a unos y a otros; y, si no, debemos recordar la frase de Monseñor Romero: "la ley es como la serpiente, sólo pica a los descalzos".
La sociedad civil se ha pronunciado desde foros, charlas, campos pagados, incluso a través de algunas instituciones reconocidas en el país, no sólo para criticar las propuestas, sino que han aportado algunas soluciones más adecuadas, que apuntan a las causas reales del problema, reconociendo que es complejo y que requiere de la participación creativa y conjunta de las organizaciones públicas y privadas, de la comunidad y la familia. ¿Dónde quedó todo ese esfuerzo?
Es necesario un cambio, soluciones que apunten a un serio compromiso por las mayorías y los diferentes problemas sociales, respetando la vida sobre todo de los pobres, excluidos y "pecadores", como les llaman. Ya basta de tanta mentira y manipulación a este pueblo que lo tienen sometido a la desinformación y la ignorancia.
No nos dejemos engañar y seducir por este tipo de soluciones emergentes a ciertos problemas, de los cuales los descalzos son víctimas del pecado y las fuerzas del mal de los bien calzados. Es tiempo de saber donde están los delincuentes, donde están las maras que están destrozando, expoliando y matando de hambre a la gente.
Programa "Adiós Tatuajes"
Justicia. Pensando en la palabra adecuada para designar lo más específico de los mártires de la UCA parece lo mejor llamarlos "mártires de la justicia". Cierto es que dieron testimonio y lucharon por la verdad, los derechos humanos, la paz y su camino, entones obligado, de la negociación. Pero, con todo, al mencionar estas cosas no se ha apuntado todavía a lo más hondo de la realidad salvadoreña de aquellos años -ni de la de ahora-, ni a lo que hay que hacer con ella. Existía una inicua pobreza, no como mera carencia, sino como fruto de la opresión económica que se tornaba en represión, amenazas, persecuciones, capturas, torturas, asesinatos, desaparecimientos, contra quienes, de una u otra forma, luchaban por erradicar la opresión y la represión. Haya caído esto en el olvido o no, no deja de ser verdad. Y es lo que mejor explica el hecho impresionante de la existencia de miles de víctimas y mártires, entre ellos los de la UCA.
En este contexto, la justicia -más allá de las necesarias precisiones conceptuales filosóficas, éticas y jurídicas- y la lucha en su favor presupone mirar cara a cara el fondo de la realidad injusta y actuar para revertir sus causas. Es lo que recogen las palabras de Ignacio Ellacuría que aparecen en el afiche de este año: "El problema radical es la lucha de la vida en contra la muerte". Esto exige desenmascarar el maquillaje con que se oculta la muerte de nuestro mundo, como si la muerte de decenas de millones de seres humanos por hambre o enfermedades relacionadas con el hambre, no pasase de ser una especie de gripe molesta, pero pasajera. O como si los millones de muertos por la violencia en guerras y barbarie en el tercer mundo -aunque su raíz más fundamental está en el Norte- fuesen daños colaterales, o simplemente no existirían. No merecen más que un total silencio.
Un mínimo de honradez nos dice que las cosas no son así. No se puede maquillar la realidad fundamental de nuestro mundo, que es claramente injusta. Hace unos pocos años, James Gustave Speth, alto funcionario de Naciones Unidas, viendo cómo los países ricos se desentienden -además de oprimirlos- de los países pobres, decía que "estamos pasando de lo injusto a lo inhumano". Hace unos meses, José Comblin, teólogo y analista, con más de cuarenta años en América Latina, decía: "en realidad la humanidad está dividida entre opresores y oprimidos". En realidad quiere decir "seamos sinceros, dejemos de engañarnos". Opresores y oprimidos quiere decir que existen responsables de la injusta pobreza y muerte. Y Juan Pablo II acaba de escribir estas notables palabras:
Hoy más que ayer, la guerra de los poderosos contra los débiles ha abierto profundas divisiones entre ricos y pobres. ¡Los pobres son legión! En el seno de un sistema económico injusto, con disonancias estructurales muy fuertes, la situación de los marginados se agrava de día en día. En la actualidad hay hambre en muchas partes de la tierra, mientras en otras hay opulencia (n. 67).
Las palabras están tomadas de su última Carta sobre la figura del obispo, en la que el papa lo define como responsable de la fe, pero también como "profeta de justicia" -cosas ambas que se aplican a cabalidad a Monseñor Romero. Pero lo importante ahora es su visión de la realidad. Gustará o no, producirá temor o no, llevará o no a parálisis, por una parte, o a fanatismos, por otra, pero ésa es la realidad más real. Según eso, trabajar por la justicia es emprender la gran batalla de "revertir la historia", es decir, hacer pasar a las mayorías de este mundo de la muerte a la vida. Para ello hay que mirar la realidad con radical honradez, tener aliento para mirarla en totalidad, no sólo en alguna de sus partes, y estar movidos por un amor sin condiciones a los pobres de este mundo, aunque en ello vaya la propia vida
Justeza. Hoy ya no se suele hablar así, sino que más bien se evade o rechaza este lenguaje. Se nos anima a producir vida, la que sea posible, a hacerlo con realismo, sin entusiasmos utópicos ni ilusiones inútiles -y sin correr muchos riesgos. En esto hay verdad y sabiduría, pero también engaño y falacia.
Ellacuría tuvo la obsesión de que los pobres tuviesen vida y se preocupó de mil maneras de propiciarla teórica y práxicamente. Trabajó así por el desarrollo en lo económico y el diálogo en lo político. No impulsaba sólo la justicia sino que insistía en la justeza, es decir, en ajustarse lo más posible a la realidad y sus posibilidades de generar vida. Pero esto no lo convirtió en puramente pragmático y posibilista. Y es que una cosa es analizar y actuar sobre la realidad para que ésta dé de sí lo más posible, teniendo y manteniendo un claro horizonte -utópico- al que se quiere llegar y evaluando siempre desde ese horizonte, con honradez y sin cinismo, lo logrado, y otra cosa es la aceptación de lo que se puede y no se puede hacer, pero sin riesgos ni querer cambiar a fondo.
La primera actitud es buscadora activa de soluciones y comprende los "pasos" posibles como aquello que se puede alcanzar, pero también como aquello por lo que hay que pasar para sobrepasar la situación existente y apuntar a un horizonte utópico de verdadera fraternidad. La segunda puede degenerar en el "así son las cosas", con lo que esto conlleva de tendencia a acciones a medias, a no arriesgar el buen vivir de las minorías.
La conclusión es que sin justeza la justicia puede ser ilusoria, pero sin justicia la justeza está amenazada y en la pendiente del egoísmo. Con sólo la sola justicia, no se puede conseguir una mejor humanidad, pero si no se la hace central, sus sucedáneos (cooperación internacional, comercio y banca mundial, globalización...), tampoco harán avanzar mucho a la humanidad en la direccion de la fraternidad, sino, muchas veces, lo contrario. Sin justicia el desarrollo puede convertirse en precipicio, en la terminología de J. Moltmann para describir dónde estamos. Sin justicia no hay fraternidad, y "sin la fraternidad la democracia se extravía en el nihilismo de la relatividad, antesala de la vida anónima de las sociedades modernas, trampa de la nada", en palabras de Octavio Paz.
La justicia puede parecer una tarea imposible, y por ello más aconsejable sería no apasionarse con ella, sino buscar caminos más modestos y realistas. Pero éstos, en lo que de positivo tienen, lo sepan o no, viven de aquélla. Los avances reales y realistas en derechos humanos y en desegregación, por ejemplo, viven de Martin Luther King y de Nelson Mandela. Lo "posible", para ser real, necesita de la pasión por lo "imposible".
Ultimidad: los pobres y Dios. La exigencia de la lucha por la justicia proviene de los clamores de los que sufren en el mundo de hoy. "La autoridad de los que sufren", como lo formula Metz, es inapelable, y ellos exigen hacer de la justicia algo último. En las iglesias, sin hacer de la justicia algo último, nunca se llegará a la profecía, sino que a lo sumo se elaborará una ética y una doctrina social -ambas cosas buenas y necesarias-, pero también fácilmente cooptables. El trabajo social generará algunos bienes, pero no ayudará a zanjar el abismo grotesco entre epulón y Lázaro. La misericordia se expresará en acciones caritativas y asistenciales, muchas veces encomiables, pero no en la compasión radical, la que re-acciona ante las víctimas por el mero hecho de que ahí están a la vera del camino. La auscultación de los signos de los tiempos generará malestar, pero no la indignación productiva y la compasión para cambiar el mundo.
Además, sin justicia no hay paz: "Opus iustitiae pax", pero entendiendo bien esa "paz". La eirene (en griego) y la pax (en latín) recalcan más el cese de hostilidades y conflictos. Pero el shalom (en hebreo) connota plenitud, "integridad personal física y espiritual, la convivencia armoniosa de los seres humanos entre sí, con la naturaleza y con Dios" (R. Aguirre). La justicia puede ayudar y aun ser necesaria hasta cierto punto para lo primero, pero es absolutamente necesaria para lo segundo, el shalom. En la biblia el rey justo, el mesías esperado, es "el que hará justicia" a los pobres. Justicia se relaciona entonces no con "ser justiciero" ni con el fanatismo del fiat iustitia pereat mundus (hágase justicia, aunque perezca el mundo), sino con la vida de los pobres y, así, de toda la familia humana.
La justicia, por último, deifica a los seres humanos, nos hace semejantes a Dios. Indudablemente en la práctica de la justicia se puede introducir la hybris y arrogancia que deshumaniza, pero ese peligro no anula su potencial divinizante: hacernos semejantes al Dios que escucha los clamores de las víctimas y baja a liberarlos. Y esa afinidad con Dios es lo que en último término nos lleva a conocerle. "Ay del que edifica su casa con abusos y levanta sus pisos sobre la injusticia. Pobre de aquel que se aprovecha de su prójimo y lo hace trabajar sin pagarle su salario". Así habla Dios al rey Joaquín. Y añade: "tu Padre (el rey Josías) sí se preocupaba de la justicia y juzgaba la causa del desamparado y del pobre". Y lo que ahora más nos interesa es la conclusión: "hacer justicia, ¿no es eso conocerme?" (Jeremías 22, 12-16).
La justicia no es lo único que debe practicar el ser humano, pero se la mire por donde se la mire, siempre nos remite a una realidad última. Nos remite a Dios y a su reino. Y por eso mismo nos lleva a luchar contra los ídolos y el antirreino. En definitiva, sea cual fuere su definición más precisa, nos lleva a "revertir la historia", a luchar en favor de la vida en contra de la muerte, junto con y animados por la esperanza de los pobres.
Y no lo olvidemos. La lucha por la justicia lleva al martirio, lo cual verifica su ultimidad. No cualquier enfrentamiento con la maldad de este mundo produce mártires, pero sí el enfrentamiento con la injusticia.
Nuestros mártires de la justicia. Para terminar, echemos una mirada al afiche. El rostro de Ellacuría muestra a un ser humano, tocado en lo más hondo por la injusticia y por una decisión de luchar por la justicia. Segundo Montes muestra honda preocupación. Los otros rostros expresan otras actitudes que acompañan a la lucha por la justicia: la sonrisa del Padre Lolo con los niños de Fe y Alegría, la de Nacho y su guitarra con los campesinos de Jayaque, la de Juan Ramón Moreno con el Padre Arrupe, también sonriente, quien por cierto pidió a los jesuitas en 1975 comprometerse en la lucha crucial de nuestro tiempo: "la lucha por la fe y la lucha por la justicia que la misma fe exige". La bondad que asoma en el rostro de Amando, junto con el Padre Kolvenbach.
Si ponemos juntos todos esos rostros, y hacemos de ellos un símbolo dos cosas podemos decir. La primera es que lucharon por la justicia "en equipo", aportando cada cual lo suyo y murieron "en comunidad". Y la segunda es que, en su conjunto, sus rotros reproducen las bienaventuranzas de Jesús. De los que tienen hambre y sed de justicia y de los que sufren persecución por ello dice Jesús que son dichosos, bienaventurados. Parece difícil, pero así es. Seriedad y sufrimiento, sonrisa y gozo bien pueden ir juntos en la lucha por la justicia.
Y una palabra final. En el afiche, en una esquina, están Julia Elba y Celina, madre e hija. No son mártires activos, pero son la expresión más primordial de la injusticia y de la imperiosa necesidad de justicia. Son los mártires más inocentes e indefensos. Y son las más queridas por Dios. Esos rostros son los que mueven una y otra vez a dejarse apasionar por esa tarea imposible que es la justicia.
Jon Sobrino
Un pueblo sin memoria histórica es un pueblo sin identidad. De ahí que si se quiere desarrollar la identidad propia es necesario cultivar la memoria colectiva. En el caso de un buen número de comunidades salvadoreñas, la formación como pueblo y la conciencia de su propia identidad, ha ido aparejada a su experiencia de represión, opresión y liberación.
En octubre, las comunidades de Santa Marta, Valle Nuevo, El Rodeo, San Felipe y el Zapote, todas ellas del departamento de Cabañas, celebraron el décimo sexto aniversario de su retorno al país, después de haber estado más de cinco años en condición de refugiados en Honduras.
En esa celebración las personas mayores recordaron a las generaciones jóvenes cuáles fueron las causas que originaron la salida de su tierra: represión (bombardeos del ejército contra la población, viviendas, animales, siembras), persecución (a los líderes comunales, catequistas, celebradores de la palabra). Frente a la represión la gente buscó formas de protegerse (creación de escondites, vigilancia comunitaria, convertir sus instrumentos de trabajo, corvos y piedras, en armas) y salvar su vida (migración). Hablaron también de la vida en los refugios a los que calificaron de cárceles sin paredes, donde también experimentaron la muerte por causa de la desnutrición, la enfermedad, y el hacinamiento. Contaron cómo se había logrado el retorno a sus tierras a través de la participación organizada de la comunidad y la solidaridad internacional. Plantearon cuál es la situación actual de la comunidad y cuáles son sus amenazas (mayor pobreza, tratados de libre comercio, vulnerabilidad ambiental). Agradecieron el testimonio de los mártires de la UCA, especialmente del padre Segundo Montes, de quienes recibieron solidaridad y acompañamiento en los momentos más críticos. Esto último lo recogemos en los siguientes testimonios:
"Los mártires de la UCA han fortalecido más mi fe. Sus esfuerzos no fueron en vano. Pienso que si los mártires de la UCA estuvieran con nosotros estarían dando su voz de esperanza. Estarían animándonos a trabajar por los sueños de los pobres que eran sus propios sueños. Eso era lo que hacía el padre Segundo Montes cuando visitaba a la comunidad de Santa Marta en los primeros años de repoblación" (Arturo Armando Recinos).
"El ejemplo de ellos me ayuda a mantener nuestra fe, no nos permite estancarnos ni desanimarnos. Los mártires de la UCA nos han hecho creer en la verdad, la justicia y la solidaridad. Yo recuerdo cuando el padre Montes nos visitó en el refugio de Colomoncagua, sentí alegría porque alguien de la Iglesia nos tomaba en serio, se preocupaba por nuestra situación, como en tiempos de Monseñor Romero" (Martín Velis).
"Los mártires de la UCA me ayudan a recordar las cosas buenas de los tiempos pasados. Por ejemplo, ellos dieron la vida por nosotros, regaron su sangre para que nosotros quedáramos en buenas condiciones. Si ellos estuvieran con vida continuarían defendiéndonos, hablarían de nuestros problemas, nos darían esperanza, iluminarían nuestra causa" (Francisco López).
"Los mártires de la UCA ayudan a que mi fe conozca la realidad. Ellos pusieron sus talentos para que nosotros conociéramos nuestra situación. Si ellos estuvieran hoy estarían denunciando todas las injusticias que hay en el país. Por ejemplo, el padre Montes hablaba de nuestra crítica situación vivida en los refugios. Y lo hacía tanto en el país como fuera de él. Nos aconsejó organizarnos en nuestras comunidades para poder enfrentar nuestras necesidades" (Lucila Membreño).
"En mi fe ellos son un apoyo que nos ha servido de base para seguir luchando por las causas justas y para que este país cambie algún día. Si estuvieran vivos hoy estarían apoyando al pueblo salvadoreño. Estarían luchando desde sus ideas por el bien de los pobres. Yo así defino a los mártires: como los hombres y mujeres que mueren por la causa de los pobres" (Estela González).
"El testimonio de los mártires de la UCA mantiene viva no sólo mi fe, sino la fe de la comunidad. Aquí en Santa Marta los recordamos con cariño y con admiración. Cuando estaban vivos sentíamos que en ellos estaba Monseñor Romero. Si estuvieran vivos serían como Monseñor" (Emilia Leiva).
"Los mártires de la UCA ayudan a reafirmar mi fe en el Dios de los pobres. Si ellos estuvieran vivos seguirían siendo muy críticos de la realidad. Yo conozco los escritos de los mártires jesuitas y me ayudan en mi trabajo con las comunidades de Cabañas. Especialmente me ayudan a reafirmar mis ideas sobre la opción por los pobres y la necesidad de analizar los problemas del país con la verdad" (Miguel Arévalo).
Radio YSUCA
En el campamento de Colomoncagua, en la comunidad que él amaba y admiraba, lo conocieron como "el hombre de la sombrilla", ya que para muchos era la primera persona que jamás vieron con paraguas. En agosto de 1989, tuvimos la buena suerte de conocer a Segundo Montes en Colomoncagua, donde pasamos juntos tres días, concluyendo las comidas con largas conversaciones. Nos contó que la comunidad de refugiados era la experiencia sociológica más excitante de su vida. A esa altura, no sabíamos que aquélla iba a ser su última visita a la comunidad.
Segundo Montes era el jefe del Departamento de Sociología y el director del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana, la Universidad católica en San Salvador. El 16 de noviembre de 1989, junto a cinco de sus colegas jesuitas, una empleada y su hija, fue asesinado por miembros de la Fuerza Armada de El Salvador. Segundo Montes era uno más en la lista demasiado larga de mártires por la causa de la paz y la justicia para los pobres que la gente de El Salvador ha tenido que llorar.
Cuando los refugiados de Colomoncagua regresaron a El Salvador para volver a establecer su comunidad en el nororiental departamento de Morazán, bautizaron su asentamiento en su honor, con el nombre Ciudad Segundo Montes.
Roberto Cuéllar
Los familiares del IV Arzobispo de San Salvador, Mons. Oscar Arnulfo Romero y Galdámez, tienen derecho a conocer toda la verdad sobre cómo ocurrió el crimen que terminó con la vida del jefe de la iglesia católica, el 24 de marzo de 1980, en la capilla del hospital "la Divina Providencia". Y, en ese sentido, la acción judicial abierta en los Estados Unidos es una esperanza jurídica para reparar los derechos violados a la familia Romero Galdámez y, consecuentemente, atenuar el daño moral que perdura entre la sociedad salvadoreña. El derecho a establecer la verdad sobre las causas y sobre quiénes son los autores de graves violaciones de los derechos esenciales de las personas, es hoy un derecho emergente en el derecho internacional. Sin embargo, fue el propio Arzobispo Romero, en su administración eclesial, quien siempre consideró la importancia moral de establecer la verdad en derechos humanos sobre los hechos más relevantes y trágicos que sucedieron en El Salvador, entre 1977 hasta 1980, cuando le asesinaron.
Mons. Romero, exigente y riguroso en su vida cristiana, entregó sus tres años de Arzobispado a la defensa de los derechos humanos en El Salvador. La palabra de Romero fue la voz de la verdad, lo que le llevó a cultivar el cariño y la relación con las víctimas, con sus familiares y con los desposeídos que buscaban justicia y verdad por los crímenes de la época.
El enfoque teológico de su pastoral en derechos humanos y el realismo político, la percepción crítica de la realidad de la época y el sentido inacallable del clamor humano de los pobres aúnan las revelaciones que domingo a domingo hizo de los problemas de derechos humanos que, en Don Oscar Romero, tuvieron dos fuentes de inspiración: la naturaleza de la injusticia social -sempiterna enfermedad salvadoreña- y la conducta oficial de desprecio por la dignidad humana del pueblo de El Salvador. Por ello, Mons. Romero creía en el derecho a conocer la verdad íntegra, completa y pública sobre los hechos que llegaban al conocimiento de él y del servicio jurídico del Arzobispado, sus circunstancias y los derechos violados propios del ordenamiento constitucional de la época trágica que le tocó vivir y administrar la arquidiócesis de San Salvador.
Sus ricas facultades verbales, expresadas en los púlpitos rurales y desde su Catedral, nos recuerdan ahora que ese principio de que la verdad en derechos humanos no sólo es reparadora para las víctimas, sino que le sienta muy bien a la sociedad para garantizar que los hechos no se repitan, fue la contribución más notoria que hizo la iglesia católica en la larga lucha contra la impunidad por medio de la voz de Mons. Romero.
En este campo del derecho de los derechos humanos y de la verdad, las lecciones de Mons. Romero fueron pioneras y particularmente ricas aún cuando en 1977 no existían todas las obligaciones jurídicas internacionales que hoy protegen a los derechos de cualquier persona. Había que ver las horas y noches completas de trabajo que el Arzobispo Romero dedicaba al escrupuloso análisis de los casos de violaciones de derechos humanos y a las quejas de las víctimas por falta de justicia. Y en asuntos legales, nunca hizo denuncia alguna si esa situación no se refería a las violaciones contra los derechos de la Constitución Política.
En honor a la verdad, que tantas veces proclamó Mons. Romero, hoy corresponde establecer toda la verdad sobre el crimen abominable que terminó con su vida. Por ello, la oportunidad judicial que se ha abierto en una jurisdicción de los Estados Unidos alienta esa esperanza del derecho a la verdad y de conocer razonablemente hasta dónde ha llegado el Estado salvadoreño por aclarar este magnicidio.
Quienes tuvimos el privilegio y la dicha enorme de trabajar los problemas de derechos humanos con Mons. Oscar Romero, aprendimos que su denuncia fue inclaudicable en defensa de la verdad: sin reparos, sin reserva alguna, oponiéndose al germen de la violencia de cualquier tipo de grupo que cometiera violaciones contra la dignidad humana y contra el pueblo salvadoreño.
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El autor de estas palabras es Director Ejecutivo del Instituto Interamericano de Derechos Humanos (IIDH), con sede en Costa Rica. Sabe, pues, de lo que habla. Además fue amigo personal y muy cercano de Monseñor Romero, y entre 1976 y 1981 fue Director del Servicio Jurídico del Arzobispado de San Salvador. Sabe, pues, de quién habla.
La razón por qué escribe es conocida. Un oficial retirado de la Fuerza aérea salvadoreña, Alvaro Rafael Saravia de 57 años, que presuntamente reside en Estados Unidos, fue acusado ante los tribunales del estado de California de haber estado involucrado en el asesinato de Monseñor Romero. Según los documentos del caso, Saravia obtuvo las armas, los vehículos y otros materiales utilizados en el asesinato, y pagó al asesino. Saravia era mano derecha del líder ultraderechista Roberto D’Aubuisson, fundador del partido ARENA, y, según la Comisión de la Verdad, autor intelectual del asesinato de Monseñor Romero.
Al enterarse de la apertura del caso, muchos han celebrado la iniciativa. Uno de ellos es Juan Romagoza Arce, médico salvadoreño que fue víctima de torturas durante los años de represión y que ganó un juicio contra dos generales torturadores de El Salvador. Con los 54,6 millones de dólares que obtuvo como reparación fundó la "Clínica del pueblo" en Washington, donde atiende de forma gratuita a inmigrantes latinoamericanos sin recursos. Estaba exultante: "Romero representa a las 75,000 personas asesinadas en El Salvador en los 80’s, y ahora su muerte será investigada por primera vez". Robert E. White, embajador de Estados Unidos cuando fue asesinado Monseñor, también celebró la noticia: "el juicio contra Saravia es una vieja deuda".
Monseñor Fernando Sáenz Lacalle dijo estar de acuerdo en que se investigue y esclarezca la muerte de Monseñor Romero. Está convencido además de que eso hará mucho más fácil la canonización de Monseñor. Explicó que en su momento la Iglesia católica pidió que se hiciera esta investigación, pero no fue posible por la ley de amnistía. Espera que en la investigación se obtengan muchos datos, y por una razón eclesial, no de venganza: "hace falta saber quién lo mató y por qué lo mató. Desde luego, los familiares tienen todo el derecho de hacerlo y creo que todos los datos que se saquen serán muy provechosos. Me siento muy alegre de que se esté haciendo".
El director del IDHUCA, Benjamín Cuéllar, agradeció la actitud del pariente de Monseñor Romero por buscar justicia del crimen. Dijo que en El Salvador se abrió una puerta para hacer justicia con el informe de la Comisión de la verdad, pero fue cerrada pronto por la derecha, al decretar la ley de amnistía para los que aparecieron acusados de crímenes durante la guerra de más de una década. Hay que agradecer a quienes luchan por la justicia fuera del país, pero también a los que luchan desde el interior, tal como lo han hecho personas como la familia García Prieto, la madre de Katya Miranda y los padre jesuitas, entre otros. Esta lucha debe continuar, aunque se tenga en contra al propio presidente Francisco Flores, quien considera que la ley de amnistía es la piedra angular para mantener la reconciliación y la paz en el país.
El 28 de septiembre Juan Pablo II nombró 30 nuevos cardenales, entre ellos un brasileño, Monseñor Eusebio Oscar Scheid, un mexicano, Monseñor Javier Lozano Barragán y un guatemalteco, Monseñor Rodolfo Quezada Toruño, Arzobispo de Guatemala. Publicamos una entrevista que concedió a El Diario de Hoy, el sábado 4 de octubre, en la que recuerda sus estudios en el seminario de San Salvador, su amistad con Monseñor Luis Chávez y González, Arturo Rivera y Damas y Oscar Arnulfo Romero.
¿Qué significado tiene para Centroamérica su nombramiento?
Para mí fue una gran sorpresa. El Santo Padre ha querido de alguna manera reconocer el trabajo que la Iglesia Católica en Guatemala ha venido desarrollando desde hace varias décadas. No hay que olvidar que es una Iglesia muy martirial, un obispo asesinado, varios sacerdotes, más de 200 catequistas. Y los obispos de Guatemala hemos estado siempre comprometidos en el proceso de paz, con los refugiados, con las comunidades, con los derechos humanos. Lo que ha querido hacer el Santo Padre no es tanto honrar a una persona sino a una Iglesia sufrida.
¿Ha sufrido tanto su Iglesia?
Sí, precisamente quien me llevó al seminario fue Monseñor Juan José Gerardi, a quien le pasó lo que a Monseñor Oscar Arnulfo Romero, que estuvo en mi ordenación episcopal en 1972 aquí en Guatemala y siempre le tuve por ello mucho aprecio y cariño.
Dejando de lado su humildad, ¿qué méritos hizo para merecer esto?
Yo no creo que haya hecho mayor cosa. Ciertamente no es humildad. Santa Teresa de Jesús decía que la humildad es la verdad, y la verdad es que ante Dios y mi propia conciencia soy un hombre completamente normal, con muchos defectos y una que otra realidad.
¿Seguirá entonces a cargo de Catedral?
Naturalmente. El hecho que el Santo padre me haya querido nombrar Cardenal no altera que mi principal obligación sea la arquidiócesis de Guatemala. Como usted ve (dirige su dedo hacia una pared tapizada de fotos, entre ellas la suya) son 18 obispos y 18 arzobispos desde 1534 hasta ahora.
¿Y qué compromisos adquiere ahora con Centroamérica?
Yo nací aquí en Guatemala en la capital, tengo pasaporte guatemalteco, ciudadanía guatemalteca, cédula de vecindad guatemalteca, pero yo sería feliz de que algún día pudiera morir con pasaporte centroamericano. Lo peor que nos pudo pasar a los centroamericanos fue ciertamente la ruptura del pacto federal.
¿Estariamos mejor como una sola nación?
Desde todo punto de vista sí.
¿Los gobernantes deben trabajar hacia este sueño de Morazán?
Sí, si no una unión política por lo menos una unión en los grandes temas. Es increíble, por ejemplo, la fraternidad que existe. Los obispos realmente nos queremos muchísimo.
¿Qué piensa de la Iglesia salvadoreña?
Es una Iglesia martirial. Estudié humanidades y filosofía en el Seminario San José de la Montaña en San Salvador, por lo cual tengo muchos amigos sacerdotes salvadoreños.
¿En serio?
Sí, a mí siempre me decían "El Chapín" porque era de los pocos guatemaltecos que había allá.
¿Y para cuándo es la ordenación?
No es ordenación. Simplemente el Santo Padre nos pone la birreta y nos pone un anillo.
¿Ora a Dios por el Papa para que no se lo lleve antes?
No, no, no. Cuando vino el papa a Guatemala, el año pasado, para canonizar al Hermano Pedro, todo el mundo me decía quién sabe si va a venir, pero vino y ya pasó un año y pico. El Santo Padre está algo disminuido en su salud pero es un hombre de mucha voluntad.
¿Hay algunos invitados especiales de El Salvador a la Ceremonia?
Los que quieran ir.
¿Cuáles son los retos de la Iglesia?
Siempre será nuestra obligación principal como obispos hacer que Jesús cada día sea más conocido, más amado y que de tal manera sea este seguimiento que se traduzca en una convivencia social que se funde en la verdad, la justicia y en la más amplia solidaridad.
¿Cuál sería su mensaje a los gobernantes, sobre todo a los que vienen?
Deben ser transparentes en el uso del dinero y que prioritariamente se ocupen de los más pobres, de los marginados.
¿Por qué muchos de los católicos se están convirtiendo en evangélicos?
No, hay un poco de exageración en eso. No tenemos estadísticas pero la verdad -yo no quiero juzgar a los hermanos evangélicos-, pero la Iglesia Católica de hoy es mucho más viva, activa y comprometida que cuando yo me ordené hace 47 años.
¿Se adquiere la salvación sólo aceptando a Cristo como Salvador personal?
Y más que eso: las obras tienen que seguir adelante. Si no, qué fácil sería esto.
¿Un mensaje a los salvadoreños?
Que los quiero mucho porque ahí estudié filosofía y latín. Ahí me enseñaron a pensar en San José de la Montaña. Yo admiré la humildad de Monseñor Luis Chávez y me impresionó siempre la entereza de Monseñor Arturo Rivera Damas.
¿Espera que canonicen a Monseñor Romero?
¡Ah! Que vaya adelante el proceso. Por lo menos espero estar vivo cuando esto suceda.
Nuestras Iglesias particulares de América Central, y especialmente las de Guatemala, están marcadas por una historia reciente de persecución y martirio. Son decenas los sacerdotes, religiosos y religiosas que han entregado su vida por su fe o por ejercer su ministerio, son centenares los laicos que han arriesgado y ofrecido su vida por ser apóstoles o simplemente ser cristianos. Esa historia marca nuestra actitud misionera de tal manera que la memoria de la fe nos motiva en el trabajo pastoral y nos fortalece para estar siempre alegres en el Señor. (Convocatoria al Segundo Congreso Americano Misionero, Conferencia Episcopal de Guatemala, 2 de febrero 2003).
***
El día 29 de abril, día del entierro, llegan camionetas de las Verapaces y de El Quiché, donde Monseñor Gerardi había trabajado como Obispo. Mucha gente espera en el lugar de la Catedral, donde a las 10:00 de la mañana unos 30 obispos de Guatemala y otros países celebran la misa, junto con el representante del Papa y alrededor de 500 sacerdotes. "Monseñor Gerardi, optó por el amor y no por el odio, y buscó de mil maneras distintas la forma en que los guatemaltecos volviéramos a reconciliarnos y a ser un sólo pueblo, una sola vida, una sola ilusión, para hacer una patria distinta...un día este pueblo podrá gritar con todo el corazón y con acentos de victoria: ¡GUATEMALA, GUATEMALA NUNCA MAS!".
Don Demetrio Valentini, obispo de Jales, São Paulo, tuvo la última conferencia del encuentro el 1 de agosto. Habló con lucidez y vigor sobre las tareas y responsabilidades de la Iglesia en el mundo de hoy, y se preguntó por la necesidad de un nuevo concilio.
La Iglesia tiene que estar presente en medio del pueblo
Don Demetrio consideró que la presencia de la Iglesia, aunque sea de manera discreta, es imprescindible para la superación de las tensiones y para la consolidación de nuevos niveles de unidad y de acción comunitaria. "La iglesia tiene que estar presente allá donde se libran los embates de las decisiones políticas que afectan a la vida del pueblo. Ese es su lugar". Y añadió que, desde esta perspectiva, no es claro el rumbo que está siguiendo hoy la Iglesia católica latino-americana.
Entre los desafíos que enfrenta apuntó a la acelerada urbanización que aleja a la gente de la vida comunitaria; las cuestiones de orden cultural que están influenciadas principalmente por los medios de comunicación; el clima de inseguridad económica que provoca una ola de religiosidad marcada por el fundamentalismo y por la búsqueda de amparo emocional; y la religiosidad que ha destrozado la expresión eclesial, llevando a una multiplicidad de denominaciones. La conclusión: "La Iglesia está siendo puesta a prueba en América Latina y en el Caribe. Y eso es provechoso".
Resaltó como aspectos positivos el resurgir de nuevos movimientos sociales con una creciente articulación en el continente, como el indio, la mujer, el negro, el sin tierra, el pueblo de la calle, el inmigrante; el laico y la mujer abriendo nuevos espacios de actuación eclesial. "Incluir toda esa gama de realidades en un proyecto de renovación eclesial se ha transformado en un desafío mucho más amplio de lo que parecía".
Al hablar del Vaticano II, dijo que la Iglesia latinoamericana ha sido la que realizó su recepción más fecunda, liderando la aplicación concreta de su inspiración teórica y de sus recomendaciones pastorales. Por eso sigue defendiendo la teología propia que dio apoyo y garantía de autenticidad a esa inculturación cultural. Criticó, además, la oposición a esa teología, pues sin ella, "se paraliza la encarnación de la iglesia y se crean inseguridades en cuanto a su caminar".
Su propuesta es, por lo tanto, que se retome la caminata, con la continuada apuesta por la visión bíblica de "Iglesia del pueblo de Dios"; reuniendo nuevamente al pueblo en comunidades; cultivando la práctica liberadora del Evangelio; cultivando la lectura popular de la Biblia; y buscando un nuevo modelo de Iglesia. Una iglesia que sea más participativa, que supere las dicotomías y cultive la fraternidad; que diversifique los ministerios, valorice los nuevos sujetos eclesiales, fortalezca la solidaridad y el compromiso con la causa de la vida.
Recordó el encuentro que tuvo lugar en noviembre del 2002 en Quito, Ecuador, paralelo a la reunión de los ministros de Exteriores y de Economía, para discutir los pasos para la implementación del Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Consideró el encuentro como una ocasión histórica por la amplia participación de los indios ecuatorianos que llegaron a pie al local del encuentro. Don Demetrio era el único obispo en el local y los indios pidieron una misa para sellar la caminata. En la plaza central de la ciudad se improvisó una celebración. Y allí se notó que no había ninguna articulación entre la Iglesia y la inquietud por saber por dónde debe caminar hoy la Iglesia de América Latina, cuáles son sus prioridades, cuáles son sus caminos.
Analizar lo ocurrido en esta caminata, no se opone a un nuevo Concilio, aunque tampoco basta con invocar a un Concilio, que es una práctica excepcional y esporádica, sí puede ser necesario para encontrar formas más permanentes de discusión y prácticas. En cualquier caso, un nuevo concilio debe ser más ecuménico y con participación de todos. Veamos algunos párrafos de lo que dijo sobre un nuevo concilio.
"Hoy muchos se preguntan si no sería la ocasión de convocar un nuevo Concilio Ecuménico, dada la suma de problemas que pesan hoy sobre el avance de la Iglesia, en la compleja realidad que marca este inicio de nuevo milenio.
Razones para un nuevo concilio no faltarían. Comenzando por el hecho de que algunas cuestiones, ya pendientes 40 años atrás, fueron obstaculizadas para ser siquiera discutidas por el Concilio, como fue el caso del celibato presbiteral, cuya discusión conciliar el Papa Juan XXIII tomó la iniciativa de prohibir, ciertamente por estrategia que en la ocasión tenía su razón de ser.
Otras cuestiones son posteriores al Concilio y tienen hoy un peso mayor en la problemática eclesial, como es, por ejemplo, el vasto campo de la inculturación de la fe, que en la época del Concilio no había emergido aún en la conciencia de la Iglesia.
Otra que apareció posteriormente y que hoy asume una dimensión eclesial mucho más significativa es la que concierne a la mujer en la Iglesia y en la sociedad. Por tanto no faltarían asuntos para un nuevo Concilio Ecuménico.
Sucede que no basta con hacer un Concilio. La dimensión de "conciliariedad" necesita encontrar formas más permanentes de realizarse, no sólo como práctica excepcional y esporádica.
A medida que fortalecemos la participación y el intercambio de reflexiones, de experiencias y de conocimiento mutuo de los avances que se hacen en las diversas iglesias particulares, se va fortaleciendo la dimensión participativa, que encuentra, claro, en el "concilio" su expresión más solemne, más amplia y más decisiva.
Los primeros debates e iniciativas en torno a la propuesta de un nuevo Concilio Ecuménico, en principio muy válidos ya por la libertad que debe existir en la Iglesia y por la apertura de iniciativas que se revisten de pertinencia y seriedad, están demostrando que la cuestión es más amplia.
En primer lugar un nuevo "concilio" necesita ser también un "concilio nuevo" en la manera de realizarse, sobre todo por las nuevas posibilidades de participación que hoy nos posibilita la realidad de la comunicación electrónica. Basta pensar, por ejemplo, que en el tiempo del Vaticano II no existía el ordenador y todas las enmiendas y votaciones tenían que ser redactadas a mano y pasadas después a máquina para ser distribuidas a todos los obispos.
Es verdad que no es la técnica la que realiza un concilio; de hecho, ella puede hasta enturbiar la percepción de las auténticas demandas que los pobres podrían llevar a un Concilio.
Con todo, es evidente que celebrar hoy un concilio ecuménico es una tarea desafiante, que pone en primer lugar la urgencia de abrir camino para acoger la avalancha de participaciones auténticas que los nuevos sujetos eclesiales, con razón, tratarían de hacer llegar al concilio.
Tanto más válido es que, cuanto antes, se desencadene un proceso conciliar que abra perspectivas seguras; que, al mismo tiempo, estimule la participación de todos, e indique caminos adecuados para que esa participación pueda converger, con armonía y eficacia, hacia el amplio estuario de las cuestiones centrales que la Iglesia precisa ponderar hoy con atención especial".
¿Un nuevo concilio?
Sobre un nuevo Concilio unos dicen que no sería oportuno: la prioridad de la Iglesia debiera ser la de poner en práctica efectivamente las decisiones del Vaticano II, aún no implementadas; será más conservador; más conveniente sería hacer una "iglesia conciliar", en constante renovación, con mecanismos internos de diálogo y revisión permanente, ecuménica e integradora.
Otros dicen que sí sería oportuno: es "saludable" su realización en un país del Tercer Mundo y defienden la participación incondicional de laicos; no se puede continuar tolerando movimientos que excluyen a los pobres, porque ellos son mayoría y de ellos vendrá las Buenas Nuevas del Reino de Dios; es muy importante el surgimiento de una nueva alternativa para la Iglesia, que tengamos una "Iglesia con el rostro de Jesús"; "más importante sería iniciar un proceso ecuménico de Concilio, con una participación de cristianos. Este proceso culminaría en la realización de un Concilio que realmente acoja las muchas sugerencias hechas, no restringiéndose a una reunión de la jerarquía de la Iglesia, que toma decisiones a nombre de la gran mayoría de los católicos laicos".NOTA DE ADITAL
Crece mi temor de que nos encaminamos hacia un fascismo a nivel mundial, con salida infinitamente más difícil que cuando se trata sólo de un fascismo en uno o dos países. En su informe del año, Amnistía Internacional lanza una alerta parecida. La situación del mundo ha empeorado con el paso del antiguo "equilibrio del terror" al actual desequilibrio del terror, donde sólo un país puede armarse hasta los dientes y sin control, mientras los demás, si se arman, serán combatidos a muerte como amenaza terrorista.
El fascismo que viene es un fascismo travestido de democracia. Esta no es negada, sino esterilizada. La separación de poderes se anula de hecho, aunque no en las leyes: el "cuarto poder" pasa a ser propiedad del ejecutivo (caso Berlusconi en Italia); y el poder judicial es nombrado por el ejecutivo que lo pone así a su servicio (caso de España).
Dice un escritor guatemalteco que los dictadores no son una causa sino un efecto. Buscando las causas de esta democracia devaluada podríamos señalar la separación neoliberal entre política y economía. La vida política está cada vez más controlada por la economía. Ahora bien, el capitalismo es un sistema excluyente, mientras que la democracia tiende a ser incluyente (voto para todos, salud y educación para todos...). Durante un tiempo ésta frenó y contuvo parcialmente a aquél. Ahora el capitalismo, liberado de controles políticos, amenaza acabar con la democracia.
Otro terreno abonado para el nuevo fascismo sería éste: el ser humano, al menos el occidental de hoy, puede definirse como un "animal inseguro". Y los dos grandes principios de la Modernidad y de la democracia -la dignidad del hombre y su libertad- implican una buena dosis de inseguridad, de riesgo y de intemperie en la vida humana.
Quizá sea esta inseguridad la que pone en circulación la idea de la guerra preventiva que no es nueva: "tenemos el deber moral, teníamos la obligación hacia nuestro pueblo, de matar a esta gente que, sin duda, nos mataría". Estas no son palabras de Bush, sino de Himmler, ministro de defensa de Hitler, en 1943. Pero coinciden con Bush en dos puntos: el "deber moral" de matar y el "sin duda" que lo justifica (Sadam Hussein tenía sin duda armas de destrucción masiva).
Otro factor podría ser la actual "cultura de la desmotivación" que difunden los medios de masas. El pueblo intuye a veces el peligro, y protesta o se lanza a la calle por unos días. Pero si se deja pasar tiempo el pueblo acaba por cansarse. Entonces incluso se podrá reconocer impunemente que se había mentido: que no había pruebas contundentes para atacar a Irak, y que lo único contundente era la voluntad de bombardear. Se reconocerá la mentira sin que nadie se sienta obligado a dimitir. Y cuando la mentira se instala en la vida política, la democracia está muy amenazada.
Pero lo que quiere este pueblo no es luchar (bastante cansa la lucha por la vida) sino algún ídolo por el que gritar y alguna maquinita por la que dejarse idiotizar. El hombre moderno necesita la identificación con algún mito social para poder creer algo positivo de sí y aceptarse a sí mismo con paz. Pero cuando un pueblo ha perdido la sensibilidad para medir los niveles de su propia ridiculez (caso Beckham), el sistema inmunológico de la sociedad está enfermo.
Algunos síntomas de ese fascismo pueden ser el descrédito de la democracia, (caída en manos del trío Bush, Berlusconi, Aznar). O la distinta manera con que los Estados Unidos creen que hay que administrar la justicia según se trate de presuntos criminales norteamericanos o de otros países (casos de Guantánamo o Irak). Típica de todos los fascismos fue la práctica de prisiones preventivas sin ningún proceso judicial, contra los sospechosos u oponentes: y ahora el Departamento de Justicia justifica las violaciones reconocidas de derechos humanos en Guantánamo, como necesarias para evitar nuevos ataques terroristas.
A lo dicho se añade "el fascista que todos llevamos dentro" (y que antaño se llamaba pecado original o cosa parecida): el que opta por combatir el mal con el mal porque sabe que el bien acaba siempre saliendo derrotado en esta historia cruel. Y, al optar por el mal aunque sea para combatir al mal, se malea a sí mismo y pierde la batalla por el bien.
Por eso suele ocurrir que, cuando nos damos cuenta de lo aquí descrito y queremos reaccionar, ya es tarde. El autor quiere concluir exclamando: "¡ojalá me equivoque! Ojalá tengan razón los de Portoalegre. Otro mundo es posible".
José Ignacio González Faus
George W. Bush comenzó a asistir a un grupo de estudio bíblico en 1984, después de dos décadas de sufrir de severo alcoholismo. Asistió invitado por su amigo Don Evans, hoy su secretario de comercio. Durante dos años, Bush y Evans estudiaron las Escrituras, y Bush dejó atrás el alcoholismo. En el mismo proceso, logró enfocar su vida según una ideología que correspondía a la mentalidad de los "evangélicos conservadores" de su país, que crecía entonces a pasos gigantescos, especialmente dentro del partido republicano. Bush hijo se incorporó a la campaña de reelección de su padre y se presentaba simplemente como "un hombre con Jesús en su corazón", lo que correspondía al individualismo extremo del fundamentalismo. Políticamente, su discurso ha sido muy eficaz, pero no se parece al discurso del cristianismo histórico. Veámoslo.
1. El maniqueísmo. Esta antigua herejía divide la realidad en dos: el Bien Absoluto y el Mal Absoluto. Según Bush Estados Unidos es una nación engendrada por concepción inmaculada, que ha alcanzado la santidad total. Pero a los enemigos del país les aplica con toda su fuerza la doctrina calvinista de la depravación total del ser humano.
En la Catedral Nacional de Washington (14-09-2001), Bush proclamó en términos amenazantes: "Esta nación es pacífica, pero feroz cuando se la provoca a la ira". Un mes después (15-10-01) dijo: "Me confunde ver que hay tanto malentendido de lo que es nuestro país, y que la gente nos pueda odiar... Simplemente no puedo creerlo, porque yo sé cuán buenos somos". "Nosotros somos el país más pacífico de la tierra" (09-11-02). En su informe al Congreso (29-01-03) expresaba su culto a la patria: "Esta nación pelea contra su voluntad... Buscamos la paz; luchamos por la paz; pero a veces la paz tiene que ser defendida". La superioridad moral de los norteamericanos queda confirmada por su victoria sobre Irak. En términos bíblicos, la actitud de Bush sólo puede ser tildada de fariseísmo: "Te damos gracias, Señor, porque no somos como las demás naciones, terroristas, sin democracia ni mercado libre".
En este estado de sublime inocencia Bush ha encontrado una sola explicación del odio contra Estados Unidos: "Los terroristas odian nuestra libertad". Son tan malos, que aborrecen el bien porque es bueno. En la Catedral Nacional (14-09-01) dijo: "Esta es una lucha colosal entre el bien y el mal, y que nadie se equivoque: el bien [léase Estados Unidos] vencerá". En febrero de 2003 dijo ante la Asociación de Emisoras Religiosas: "los terroristas odian el hecho... de que somos libres para adorar a Dios como nos parezca".
Bush bautizó su cruzada antiterrorista como "Operación justicia infinita", título ofensivo tanto para musulmanes como para cristianos.
Este maniqueísmo de Bush tiene dos corolarios. Primero: "quien no está con nosotros, está contra nosotros"; es terrorista. Segundo, como pontificó Donald Rumsfeld (05-12-01): "Toda la responsabilidad por todas y cada una de las muertes, sean de afganos inocentes o de americanos inocentes, es exclusivamente de los talibanes y de los de Al Qaeda" -aunque sean bombas norteamericanas las que los maten.
2. Mesianismo. George W. Bush decidió buscar la presidencia y lo hizo por mandato divino: "He escuchado el llamado". En seguida convocó a los principales pastores de la zona para realizar un ritual de "imposición de manos". Les dijo que había sido llamado (entiéndase, por Dios) a ser candidato.
Pocos días después de los ataques contra Afganistán, en la Catedral Nacional de Washington (14-09-01), habló de "una lucha colosal entre el bien y el mal", en la cual "nuestra responsabilidad ante la historia es clara: responder a estos ataques y quitar el mal del mundo". En su discurso al Congreso (20-09-01), declaró que "la libertad y el temor, la justicia y la crueldad siempre han estado en guerra, y sabemos que Dios no permanece neutral en ese conflicto". Al año siguiente, ante la Asociación de Emisoras Religiosas, declaró: "Debemos recordar nuestro llamado, como nación que ha sido bendecida, a crear un mundo mejor... y derrotar los designios de hombres malvados". "La libertad -insistió- no es un don de los Estados Unidos al mundo; es don de Dios a toda la humanidad". Por eso, la nación que encarna la libertad debe llevar ese don divino "a cada ser humano en todo el mundo". Un año después, en su informe al Congreso (29-01-03), ya en vísperas del ataque a Irak, Bush aseguró a la nación: "De nuevo, esta nación y nuestros amigos somos lo único que se interpone entre un mundo en paz y un mundo de caos y alarma constante. De nuevo, somos llamados a defender la seguridad de nuestro pueblo y las esperanzas de toda la humanidad. Y aceptamos esta responsabilidad".
No hay reparos para identificar a Dios con su propio proyecto: "Y la luz [Estados Unidos] resplandeció en las tinieblas [enemigos de Estados Unidos], pero las tinieblas no prevalecerán contra ella [Estados Unidos vencerá a sus enemigos]" (11-09-02). Cuando se presentó en uniforme militar sobre el portaaviones Abraham Lincoln (01-05-03), dijo a los militares: "Dondequiera que vayan ustedes, llevan un mensaje de esperanza en las palabras del profeta Isaías: A los cautivos, ¡salgan!; a los que están en tinieblas, ¡sean libres!".
En 2003 Bush se permitió parafrasear el muy querido himno "Hay poder, poder, sin igual poder, en Jesús, quien murió", de la siguiente manera: "Hay poder, sin igual poder, en la bondad, idealismo y fe del pueblo norteamericano".
3. Manipulación de la oración. La oración ha jugado un papel sin precedentes en la presidencia de George W. Bush. Son frecuentes las fotos de Bush en oración. Inmediatamente antes de su discurso de ultimátum a Sadam Hussein, Bush pidió a sus asesores que lo dejaran "a solas unos diez minutos". Iba a encontrarse con Dios, algo así como Moisés en el Monte Sinaí. En su entrevista con Tom Brokaw (New York Times, 26-04-03) dijo: "Yo tengo una tarea que realizar, y con las rodillas dobladas pido al buen Señor que me ayude a cumplirla con sabiduría". A un periodista inglés que le preguntó cómo manejaba el estrés, le contestó: "Creo en la oración y creo en el ejercicio físico" (New York Times, 07-04-02).
A raíz de las guerras contra Afganistán e Irak, la oración de los evangélicos conservadores, tecnologizada y masificada, entró en la era cibernética. Se organizaron miles de "Círculos presidenciales de oración" y "ruedas de oración". Un ministerio llamado In Touch repartió entre los marines miles de folletos con el título "Deber de un cristiano en tiempo de guerra", junto con un boleto que los marines debían firmar y enviar directamente al presidente. Se comprometían a orar por él todos los días: "Me he comprometido a orar por ustedes, su familia, y su administración". Incluía peticiones específicas para cada día. Lunes: "Pide que el presidente y sus asesores sean fuertes y valientes para hacer lo correcto, a pesar de las críticas". Miércoles: "Pide que el presidente y sus asesores estén seguros, sanos, y que duerman bien, libres de miedo". Viernes: "Pide que el presidente y sus asesores estén conscientes de su llamado divino". Se pide con frecuencia que Dios otorgue poder o sabiduría sobrenatural al presidente o que sea "divinamente protegido".
4. Los falsos profetas de Israel. Los verdaderos profetas denunciaban el pecado y la injusticia de su pueblo, mientras los falsos profetas repetían "Paz, paz" -Bush: "somos un pueblo muy bueno"- y tranquilizaban a la nación con engaños. Además, los falsos profetas llamaban a lo malo, bueno, y a lo bueno, malo, la agresión contra Irak y su destrucción son "liberación", "llevar nuestra compasión al mundo entero", las muertes civiles son "daños colaterales". Los profetas verdaderos proclamaban la soberanía de Yahvé, Dios de justicia y amor que juzga a las naciones y a las personas, mientras los falsos profetas servían a Baal, un dios manipu-lable a disposición de los poderosos.
Juan B. Stam, teólogo
Tomado, en forma editada, de Signos de vida, n.28
Todos estamos a favor del "libre comercio internacional" y, al mismo tiempo, cuatro quintos de la humanidad estamos en contra del "comercio internacional", porque ni es libre, ni justo, ni equitativo. Esta confrontación estalló, una vez más, en la cumbre de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en Cancún, México, 10-14 septiembre 2003. Quienes más necesitan del comercio internacional para crecer y desarrollarse son los países "en vías de desarrollo", pero los Gobiernos de naciones desarrolladas controlan a la OMC y al comercio internacional y así nos mantienen siempre "en vías de desarrollo".
A la cumbre de Cancún se le llamó "La OMC del Desarrollo". Los delegados de los países pobres, apoyados por algunas economías ‘emergentes’, Brasil, India, China…, llegaron a Cancún organizados en dos fuertes bloques: El grupo Cairns (17 países exportadores de productos agrícolas) y el Grupo de los 20 (G-20), donde El Salvador y otros 12 países latinoamericanos éramos parte de esa "membresía", como dijo nuestro ministro de Economía, Miguel Lacayo.
Lo que pedían estos delegados de los países pobres y emergentes es que Europa y Estados Unidos reduzcan sensiblemente "las masivas subvenciones y subsidios" a sus agricultores ($1.000 millones al día y $300.000 millones al año), porque, gracias a esas subvenciones y subsidios, inundan los mercados de Africa, Asia y América Latina con productos agrícolas, a bajos precios (dumping), arruinando a miles de millones de campesinos de los tres continentes. Esta no era una petición gratuita, porque Europa y Estados Unidos se habían comprometido, dos años antes en la OMC de Doha, Qatar, a realizar "reducciones de todas las formas de subvenciones a la exportación, con miras a su progresiva reducción". Así decía el compromiso firmado por Europa y Estados Unidos en noviembre 2001. Y ¿qué pasó en esos dos años? Que no redujeron nada dichas subvenciones e, incluso, el gobierno Bush las había incrementado para ganarse los votos de los grandes terratenientes.
Entre otros, hay tres grupos de manifestantes en Cancún.
Miles de campesinos mexicanos porque, contra lo pactado en su TLC con EEUU y Canadá, gracias a las subvenciones a los "terratenientes" del Norte, el precio del maíz había caído en un 70%, dejando sin trabajo ni empleo a unos 15 millones de campesinos mexicanos.
Se manifestaron unos 200 campesinos surcoreanos. Uno de ellos, Lee Kyang-hae, se hace el jarakiri para que se escuche la voz de la mayoría de campesinos surcoreanos que han quedado sin trabajo debido a las masivas importaciones de arroz subvencionado. Los manifestantes dijeron: "la OMC lo ha matado".
También protestaron delegados africanos porque los $4.000 millones de subvenciones a los ‘algodoneros’ norteamericanos, les permite vender el algodón a un bajo precio, dejando sin trabajo a 10 millones de campesinos de Benin, Mali y el Tchad. Tres ejemplos que dicen bastante.
También están los que no se manifiestan. China tiene que proteger a los casi 300 millones de campesinos pobres. El ministro de Comercio de la India dijo que protegía a los 650 millones de campesinos, "incapaces de competir con masivas importaciones subvencionadas" y Brasil a varios millones de "los sin tierra". Será Lula da Silva quien, en llamada telefónica, dijo a Bush: "Sin avances significativos en el tema de las subvenciones, no será posible avanzar en otros sectores". Este era el problema ‘número uno’ de Cancún.
Pero en Cancún estaban los hábiles negociadores de Europa, Pascal Lamy, y sobre todo el norteamericano Robert Zoellikc. Una frase de R. Zoellikc resume el fracaso de Cancún: "Para que yo pueda presentar alguna cosa, ofrézcanme ustedes algo". Traducido a ‘buen inglés’, esto significa lo siguiente: primero tenemos que tratar los "temas de Singapur" (1997): "las inversiones, el derecho de propiedad intelectual, la competencia y los servicios públicos". Los países ricos estaban pidiendo que sus inversiones en el tercer mundo recibieran el mismo trato y condiciones que la inversión nacional (Acuerdo Multilateral de Inversiones); que se respetasen los Derechos de Propiedad Intelectual en los medicamentos contra pandemias y en las innovaciones técnicas; que los servicios públicos quedaran sometidos a la libre competencia, es decir, a la cacería de las ‘privatizaciones’, que en realidad son "desnacionalizaciones".
En Cancún los ricos "no dieron nada por nada" y su cruel inflexibilidad fue la causa de que los delegados de países pobres y emergentes se negaran a proseguir inútiles negociaciones. Como ha dicho el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz: ésta es la perfecta hipocresía del G-7: "predican el evangelio del libre comercio y practican todo lo contrario. Su mensaje es: hagan lo que decimos, no lo que hacemos". Los dañados con el fracaso de Cancún van a ser los países en desarrollo. Con el fracaso de la OMC, las relaciones comerciales quedan ahora sometidas a tratados bilaterales entre economías desiguales, donde también "son desiguales las negociaciones". Este es el caso de nuestro Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos. He aquí en breve la película.
El martes 9 de septiembre éramos miembros del Grupo de los 20 (G-20). El ministro de Economía, Miguel Lacayo dijo: "Los acuerdos deben estar encaminados a reducciones sustanciales en las distorsiones al comercio originadas por las ayudas internas, así como por la eliminación de todas las formas de subsidios a la exportación". (La Prensa Gráfica 9,9,03, p.38) "Esperamos que toda la membresía haga honor a lo que acordamos en nuestro último encuentro (en Doha, Qatar, noviembre 2001) en relación a la eliminación de los subsidios a la exportación y una reducción de medidas de ayuda interna distorsionantes del comercio". (El Diario de Hoy 12,9,03, p.59). Palabra de honor a la membresía del G-20. Costa Rica y Guatemala son miembros.
Tres días después, el "zar" Zoellikc se fotografía con los ministros de la región y les dice que "se definan de qué lado están, si con Estados Unidos y Europa o con Brasil y los otros países en desarrollo. Piensen de qué lado quieren estar". (La Prensa Gráfica 12,9,03, p. 56). Luego de esta breve entrevista, al G-20 se le cayó un diente: "El Salvador fuera del G-20 plus". Personalmente el ministro de comercio, Miguel Lacayo, ha perdido credibilidad, y sus explicaciones no son nada coherentes. El Gobierno Bush, a un año de las elecciones, no va a reducir las prometidas subvenciones (Farm-Bill) a sus terratenientes, con las cuales ha ganado sus votos.
Los titulares de los diarios, de fin de septiembre e inicios de octubre, resumen el final del drama. "TLC con EUA bajo la lupa de Zoellikc. "Zoellikc toma el mando del TLC". "Costa Rica puede quedar fuera del TLC. EUA exige abrir telecomunicaciones". Razón: "Los monopolios estatales son sistemas antiguos", sentenció Zoellikc. "EUA exige todo el agro sobre la mesa". "Zoellikc exige abrir el agro". "Nosotros no presionamos, negociamos". Nuestro gobierno abandonó al G-20, los países en desarrollo, para regresar a "la antigua alianza". Así juega el libre comercio en Cancún y en San Salvador.
Francisco Javier Ibisate