AÑO XXV, No. 539 1-31
de marzo, 2005
XXV Aniversario
del martirio de Monseñor
Romero
INDICE
Violencia, “Maras” y Ley de
Armas
Meditación espiritual:
Monseñor Romero la voz de todos los seres humanos
El Padre Ellacuría sobre
Monseñor Romero
Recordando a Monseñor Romero
(II)
Monseñor Romero: su vida y
muerte martirial
La cuaresma y el ayuno
“Pero el viento contintúa”
“La teología de la liberación
demanda que otro mundo es posible”
La escuela Teológica de San
Bartolo: Un regalo para la Iglesia
Don Israel: camino de la
palabra
Violencia, “maras” y Ley de
Armas
El fracaso
gubernamental en la lucha contra el crimen
A estas alturas, se sabe bastante acerca de
la violencia que sacude a El Salvador.
Los aportes de la UCA han sido cruciales no sólo para entender los
factores que posibilitan ese problema, sus distintos agentes y sus variadas
manifestaciones, sino también para hacer del problema un asunto de interés
público. Antes de 1997 —cuando en la UCA se iniciaron los primeros estudios
sistemáticos sobre la violencia—, ni siquiera la expresión “violencia social”
tenía carta de ciudadanía en las preocupaciones en torno al problema de la
violencia en la postguerra. En ese
entonces, al gobierno de Armando Calderón Sol le cayeron como un baldazo de
agua fría los datos recabados y divulgados por el Instituto Universitario de
Opinión Pública (IUDOP) y el Centro de Información, Documentación y Apoyo a la
Investigación (CIDAI) de la UCA, a propósito de la magnitud y costos de la
violencia en El Salvador.
Al final de su mandato, Calderón Sol se vio
obligado a reconocer que el problema de la violencia no podía obviarse y que,
en consecuencia, desde el gobierno tenían que diseñarse una serie de medidas
para hacerle frente. Esta convicción fue uno de los legados de la administración de Calderón Sol a la de Francisco
Flores y de esta última a la de Elías Antonio Saca. Junto con esa convicción,
también se gestó una interpretación, según la cual, la violencia de la postguerra
tenía su origen fundamental en las acciones de las pandillas juveniles,
conocidas como “maras”. En virtud de
esta interpretación, a todas luces equivocada, las maras terminaron por
convertirse en las principales agentes de los más diversos tipos de violencia
y, por ello, en las principales destinatarias de las políticas estatales
encaminadas a erradicar el crimen en la sociedad salvadoreña.
Fue positivo que los gobiernos de ARENA
reconocieran que la violencia era una realidad en el país. También lo fue que
aceptaran que desde el Estado se debían implementar políticas orientadas
específicamente a enfrentarla.
En lo que se equivocaron fue en el
diagnóstico de la violencia, en las variadas raíces y expresiones de la misma.
Es curioso, pero a medida que los estudios sobre la violencia se fueron
ampliando —estudios sobre las maras, sobre la violencia infantil, intrafamiliar
y contra la mujer, etc.—, los gobiernos de ARENA centraron obstinadamente su
atención en las maras como causa fundamental de la violencia.
Una y otra vez, los estudios sobre violencia
han insistido en que la misma tiene múltiples dimensiones y que las maras
constituyen apenas una de ellas. Los gobiernos de ARENA han subestimado esa tesis. También han subestimado
datos concluyentes acerca de la relativa baja contribución de las maras al
total de crímenes cometidos en El Salvador. O datos que revelan la existencia
de un mundo del crimen —secuestradores, narcotra-ficantes, traficantes de
armas, tratantes de blancas, contrabandistas de vehículos, etc.—, cuyos agentes
principales y beneficiarios directos no tienen nada que ver con las maras y sí
con “respetables” hombres de influencia económica y política. Nada de esto
importó al gobierno de Flores y, en la actualidad, al gobierno de Saca.
Coherentes con su diagnóstico, lanzaron sus planes “Mano dura” —el
primero— y “Súper mano dura” —el
segundo—, orientados a reprimir a las maras, en el supuesto de que disminuida
la presencia de los pandilleros en las calles, se bajaría la violencia.
Los estudios y análisis que se hicieron,
tanto a propósito del plan “Mano dura”, como del plan “Súper mano dura”
anticiparon su fracaso más estrepitoso. Dicho y hecho, cuando estaba por dejar
el cargo, Flores dio la orden para iniciar la persecución contra las maras;
Saca, tras los pasos de su predecesor, continuó con esa persecución.
El gobierno del presidente Saca ha cumplido
con una parte de su propósito: además de demonizar a los pandilleros, los han
hostigado, acosado, maltratado y encarcelado. Pese a ello, no ha cumplido con
su promesa de erradicar la violencia y el crimen. Y no lo ha hecho, porque el
diagnóstico que ha fundamentado sus decisiones ha sido equivocado.
¿Por qué el gobierno no prestó atención a
estudios más completos sobre la violencia, de modo que sus decisiones fueran
más integrales? ¿ ¿Por falta de tiempo, dado que había tareas urgentes que
atender y que no podían esperar más? ¿O fue porque no había un interés real por
enfrentar el problema de la violencia? ¿O fue porque la violencia es un tema
que puede ser explotado políticamente a conveniencia de ARENA?
La reforma a
la Ley de Armas
Diversos sectores de la sociedad salvadoreña
discuten la viabilidad de prohibir que la población civil porte armas de fuego
en los espacios públicos como medida para disminuir los casi diez homicidios
que se registran a diario en el país. Pese a que el debate no es nuevo una
propuesta del Ejecutivo ha suscitado una nueva discusión sobre el asunto. ¿Debe
prohibirse la portación de armas en los espacios públicos? ¿Debe incrementarse
la edad mínima para portar un arma? ¿Cuál debe ser el número de armas que puede
poseer una persona?
El Ejecutivo, mediante la cartera de Gobernación,
plantea una reforma a la actual Ley de Control y Regulación de Armas,
Municiones y Explosivos para que se limite la portación de armas en los
espacios públicos —básicamente en autobuses—, incrementar la edad mínima para
obtener una licencia —fijándola en 25 años cuando lo permitido es 21— y limitar
a dos armas adquiridas por una persona anualmente. El gobierno salvadoreño
propone, además, reformar el Código Penal para que se apliquen sanciones a
quienes transgredan las anteriores modificaciones. En el artículo modificado (346-b) penaría con prisión de tres a cinco
años a “los que portaren armas de fuego sin el permiso respectivo. La misma
pena se aplicaría para el que la portare en espacios públicos, en estado de
ebriedad o que se la entregare a un menor de edad o incapaces”.
La propuesta se encuentra en manos de la
Asamblea Legislativa, allí las diferentes fracciones partidarias han
manifestado sus posiciones. “Esto es necesario y urgente. Ya que el problema de
la violencia y del homicidio está afectando al país”, aseguró el legislador
Guillermo Gallegos, de ARENA. Este partido cuenta con veintinueve votos.
La fracción del PCN, con catorce votos,
siempre ha defendido los intereses de quienes comercializan con armas en el
país, por lo que discrepa en la ampliación de la edad mínima para portar armas.
Ese partido apoya la propuesta del Ejecutivo siempre y cuando se mantenga en
veintiún años el mínimo para extender la licencia de posesión de armas. «No se
puede elevar a 25 años para obtener la licencia porque no habría igualdad. Los
agentes de la PNC pueden andar armas antes de los veintiún años”, expresó el
diputado pecenista Elizardo González Lovo.
El FMLN propone la prohibición total a la
portación de armas de cualquier tipo, restringiendo solamente a los cuerpos de
seguridad. Para Manuel Melgar, diputado efemelenista y vicepresidente del
Parlamento, “las propuestas que han presentado, y que son respaldadas por
ARENA, son mediocres: no van al problema. La portación de armas se debe
eliminar”. De hecho, el FMLN, desde que entregó sus armas en 1991 y firmó la
paz con el gobierno de Alfredo Cristiani, se ha pronunciado por el desarme
total de la sociedad civil. Melgar añade que la propuesta «es una medida para
aparentar que quieren combatir la delincuencia. Hacen publicidad con algo que
no llega al fondo del problema”. El PDC y CDU, estudian su posición.
En este escenario, la propuesta más
consistente proviene de la organización «Sociedad sin violencia», con el apoyo
del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en El Salvador.
Los representantes de dicha iniciativa han celebrado el hecho de que el
gobierno salvadoreño tomara cartas en el asunto ante los preocupantes números
de la violencia social, pero discrepan allí donde el FMLN señala es «el fondo
del problema».
En el marco de la discusión abundan las
declaraciones desafortunadas o tendenciosas como la del presidente del Club
Salvadoreño de tiro al platillo, Julio González Suvillaga, quien se opone
porque se daría ventaja a los delincuentes, quienes «no registran sus armas,
las compran en el mercado negro». Suvillaga aboga por quienes quieran aprender
a disparar un arma en una sociedad como la salvadoreña, como si se tratara de
aprender a conducir un automóvil: “La ley no habla de licencias de aprendizaje.
Si usted le entrega un arma a un menor de edad,
estaría cometiendo un delito, entonces, ¿cuándo se le enseñará?”, dijo
el dirigente a un periodista de El Diario de Hoy. Como sea, esta opinión
no difiere en lo sustancial de la del mismo presidente de la República, del
viceministro de Seguridad, Rodrigo Ávila, ni de quienes se esconden detrás de
la iniciativa llamada «Ciudadanos preocupados por el desarme de la población
honrada», una especie de grupo fantasma, de aquellos que aparecen ante la
opinión pública.
Prohibir totalmente la portación de armas de
fuego en espacios públicos no es la panacea para contrarrestar los altos
índices de violencia, pues no controla ni el mercado negro ni lo que civiles
puedan hacer con sus armas mientras las conserven en sus hogares —lo que las
autoridades llaman «tenencia y conducción»—, pero es un paso importante y
necesario para educar a una sociedad que no ha renunciado todavía a la
violencia como mecanismo privilegiado para dirimir sus diferencias.
CIDAI
Monseñor Romero la
voz de todos los seres humanos
La celebración de los 25 años del martirio de
Monseñor Romero nos renueva el encuentro con una figura episcopal que se ha
vuelto insoslayable dentro de esta parte última de la historia de El Salvador.
Su persona es controversial porque quiso abrir camino en medio de la mentira y
la muerte. Los cómplices de esta mentira y esta muerte quieren acallar y
silenciar su palabra y su presencia. Las personas de buena voluntad que quieren
recorrer el mismo camino se encuentran con la aparente pobreza de la verdad y
la sospechosa fragilidad de la vida. Vivir según los criterios de Jesús siempre
tendrá un momento de locura y escándalo. Para los pragmáticos, locura. Para los
“soñadores”, escándalo. Para los que tienen esperanza es fe verdadera, para los
pacíficos es amor eficaz que hace justicia.
No podemos dejar de escuchar su voz en las
homilías que domingo a domingo compartía con su pueblo. Homilías que recorrían
todo el país y tocaban todos los oídos aunque no siempre los corazones volvían
a ser de carne. Dolorosa experiencia para aquellos que entre más lo oían más de
piedra se volvía su corazón.
En cada homilía se abrían tres rosas
perfumadas y finas que debían ser tocadas con mucha humildad, mansedumbre y
ternura.
La
primera rosa significaba la palabra de Dios. El horizonte último y la
fuente primera se hacían una sola escritura que se volvía celebración. El texto
bíblico de cada domingo se convertía en
lluvia que rompía el desierto de la vida y la aridez del amor. Por eso, la segunda rosa era presentar la realidad que se estaba
viviendo. Su voz se volvía noticia de lo que no se contaba, buena porque
daba esperanza pero al mismo tiempo denunciaba cuando se la perseguía. Cada
noticia recogía las huellas de los cantones, de lo que sucedía en las ciudades,
de lo que pasaba en la política y el dolor entrañable de la guerra. La
tercera rosa se hacía una escucha más cercana del dolor de las personas.
Ese sufrimiento que clamaba al cielo pero que no encontraba oídos sordos, por
eso, la palabra que unía esa palabra de Dios y esa palabra de los seres
humanos, se volvía palabra de Iglesia. Era
voz de los sin voz. El que sufre
solo tiene grito de dolor o silencio de agonía pero en lo profundo se sigue
expresando su deseo más íntimo y contundente de la vida. La vida no necesita voz porque es
experiencia, aunque la voz es la puerta de entrada en este misterio maravilloso
del encuentro de Dios y de los seres humanos.
Monseñor también nos muestra su caminar con
estos seres humanos, con este pueblo, con esta misión. Es cercanía, es
discernimiento continuo y mano que conduce. Estas tres realidades las veremos
en tres homilías de Monseñor Romero al final
del año 77 que había marcado su vida como Arzobispo y donde habían
comenzado a recoger los cadáveres de sus sacerdotes que se hacían uno con los
del pueblo. Había comenzado también las controversias con aquellos que lo
adversaban. Estos tres textos, pasos iniciales de su voz como Arzobispo,
son tres declaraciones de cariño hacia la gente, hacia el pueblo salvadoreño.
“Y me glorío de estar en medio de mi
pueblo y sentir el cariño de toda esa gente que mira en la Iglesia, a través de
su obispo, la esperanza”(Homilía 25-09-77).
Monseñor Romero comienza por aceptar un
camino de paz. Como dice la palabra de Dios, “bienaventurados los pacíficos
porque serán llamados hijos de Dios”. Se ejerce un liderazgo contra el mal
y se ponen señales que permiten no perderse en medio de la noche oscura de la
violencia y de la muerte. Esos puntos que ayudan a caminar terminan mostrando
que al lado de todos esos peregrinos está la persona que los da. Más aún, en
medio de tanto dolor, tanta miseria y tanta matanza la persona pacífica y
pacificadora se vuelve ella misma signo de ese caminar y de esa victoria de la
vida. Es un rostro, una persona la que nos da esa garantía de que no caminamos
hacia la mentira ni terminará reinando la muerte. Monseñor se hacía signo para
la gente, se hacía uno con ese Pueblo de Dios que así logra atravesar juntos
las pruebas más difíciles y abrumadoras. Sentir esa cercanía aclaraba la mirada
para descubrir a lo lejos la fuerza de la victoria de la vida que ya caminaba
en medio las situaciones que se vivía. A esa experiencia le llamamos esperanza.
La esperanza es una manera de sentir que se vuelve peregrinación que conduce hacia ese lugar novedoso de la
vida: la tierra prometida. Lugar donde justicia y paz se besan, donde mana el
amor.
Estar y caminar
de esta manera con “mi” pueblo se vuelve alegría. Y el cariño de esa gente se
transforma en defensa y ánimo para poder seguir mirando hacia el futuro para no
perder la ruta donde esa vida plena se daría como gloria de Dios y fiesta de
los seres humanos. El pacífico se hace
signo de todo este proyecto y de todo este caminar.
“No
me importa la política. Lo que me importa es que el pastor tiene que estar
donde está el sufrimiento”(Homilía,
30-10-77).
La gloria de Dios es que el ser humano viva.
Allí donde ese vida se pone en peligro o incluso es atacada, hay que estar y
cuidarla. Esa densidad humana muestra lo profundo del proyecto de Dios y deja
ver lo profundo del corazón humano. Hay otros muchos intereses que pretenden
asumir esa conducción hacia ese punto. Hay dinámicas humanas que también se
quieren alzar como las únicas conducentes a esa experiencia. Pero no deben
olvidar que se trata de rostros humanos no de cifras o votos. Tampoco caer en
la tentación de volverse amores vanos e infieles.
La política es una de las pasiones que es capaz de tocar todo lo que es un ser humano y, al mismo tiempo, hacerle
pensar que llena todas sus expectativas. Necesitamos un punto donde se comience
a trazar la verdad y el recto cariño. Esa espada de doble filo es el
sufrimiento.
En la realidad de muchas personas el
sufrimiento se vuelve esa roca que oculta, soterra y aplasta la victoria de la
vida. Más aún para otras personas hacer sufrir se vuelve un modo de dominio, de
terror y de sojuzgamiento para que alguien no termine de encontrar libremente
su propio camino de vida. En el fondo, el sufrimiento no se explica, se
acompaña, no es invitación para teorizar sino para solidarizarse. Es piedra de
toque de las relaciones humanas.
Estar con los que sufren es “bajar a los
infiernos” para acompañar y rescatar a los que son llevados a cualquier tipo de
muerte. Es hacerles sentir que no están solos sino que son llevados hasta la
orilla de la vida, no es solo compasión sino también salvación. Es ayudar a dar sentido y atravesar las
adversidades y la muerte. El milagro no consiste en evitar o soslayar sino en
atravesar con vida y con amor todo el
trayecto aunque se vaya con lágrimas en los ojos. Esa experiencia es más fuerte que cualquier otra, incluso la
política. Más bien le regalan a la política, a la economía y a lo social su
horizonte último y verdadero.
“Yo
me alegro, pues, con todos aquellos que cada día se convierten más al señor.“Y
ojalá el fruto de mi pobre palabra fuera ese acercar los hombres a Dios” (Homilía,
06-11-77).
Si hay una palabra que tiene esa fuerza de
conducir a Dios es que ella viene de Dios. El portador de esta palabra no solo
quiere decir algo sino transformarse en mensajero de Dios. Palabra que no busca
únicamente transmitir un saber sino también inspirar la salvación por la fe.
Esta experiencia depende de quién escucha y de cómo escucha. Cuando Monseñor
Romero habla del fruto de su pobre palabra está mostrando que escucha a Dios y
presenta cómo lo escucha. Testimonia el trabajo de Dios en él y cómo por él
habla a otros seres humanos.
La palabra de Monseñor Romero es de una
persona, de una Iglesia, de un obispo sin ocultar las divisiones pero es, al
mismo tiempo, mensaje universal, una voz de todos los seres humanos. Esta
palabra es de Dios, de Jesucristo pero va recorriendo todas las lenguas, todos
los pueblos, todas las culturas y todos los tiempos. Todos nos volvemos oyentes
de esta palabra. El comienzo de la humanidad o lo que es universal entre los
seres humanos perdura como enigma que nunca será resuelto por excavaciones
arqueológicas, conocimiento del genoma humano o cualquier otro medio
científico. Pero esta palabra nos dice que todos somos hermanos y que todos
tenemos un único y mismo padre-madre. Solo aquellos que conocen y gustan esta
respuesta poseen la verdad que esa palabra revela, además de sentirse invitados
a la misión de crear la unidad entre los seres vivientes. Sin esta unidad, la
sociedad humana mostrará que su “política” es devorarse entre ellos, porque no
somos hermanos. Asemejarnos a Dios es descubrir nuestra propia vocación bajo su
luz: ser padre de una humanidad unida y, al mismo tiempo, ordenador de la
diversidad de los vivientes. Uno de los frutos de esta palabra es convertirnos
en imagen de Dios por nuestra unidad. No se puede aceptar el reino del temor y del terror sino el de la palabra, la
razón y el amor. Feliz el pueblo que tiene el cariño de tal pastor.
El Padre Ellacuría sobre
Monseñor Romero
Los mártires son quienes mejor comprenden a
los mártires. Por eso quisiera recordar ahora a Monseñor Romero de la mano del
Padre Ellacuría. Y quisiera hacerlo a modo de meditación, para que eso nos
ayude a ponernos ante el misterio de Dios, y ante el misterio de estos dos grandes
hombres que nos sobrepasan, pero que, lejos de sobrecogernos, nos acercan a
ellos y nos acogen. Recordaré cuatro frases de Ellacuría sobre Monseñor.
“Monseñor
Romero fue un seguidor ejemplar de Jesús de Nazaret”
Ellacuría no era dado a la adulación, más
bien era todo lo contrario. Para él Monseñor Romero fue profeta, pastor y
mártir. Fue insigne cristiano e insigne salvadoreño. Pero, volviendo a sus más
profundas raíces cristianas, puso a Monseñor Romero en relación con Jesús de
Nazaret. De éste dijo Ellacuría: “Es que Jesús tuvo la justicia para ir hasta
el fondo y al mismo tiempo tuvo los ojos y entrañas de misericordia para
comprender a los seres humanos... Fue un gran hombre”. Y eso es, cabalmente, lo
que también vio en Monseñor Romero. Este fue un gran creyente en Cristo,
ciertamente, pero fue sobre todo insigne “seguidor”, alguien que volvía a hacer
real en la historia, dos mil años después, a Jesús de Nazaret.
Esto le llenó de gozo a Ellacuría. Monseñor
no sólo fue amigo, no sólo le pidió colaboración en momentos importantes,
escribir cartas pastorales, ayudarle en conferencias de prensa después de sus
últimas homilías, sino que fue un don mayor: la presencia de ese Jesús que
Ellacuría había estudiado diligentemente en los evangelios, y había conocido y
meditado desde su juventud en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio.
Qué de Monseñor Romero le recordó a Jesús
pienso yo que puede resumirse en lo siguiente. Le impactó su inmensa compasión
ante el sufrimiento del pueblo, ante el dolor de todos y cada uno de los pobres. Le impactó su inmensa
libertad para decir la verdad con la que defendía a unos y exigía conversión
radical a otros. Le impactó su firmeza en medio de persecuciones, desprecios y
malos entendidos, incluso de parte de sus hermanos obispos. Y le impactó su fe
-como la de Jesús- ante el misterio de un Dios-Padre: Padre, porque en él
descansaba Monseñor; y Dios, porque nunca le dejaba descansar. Lo he dicho en
varias ocasiones: el Padre Ellacuría fue llevado en su fe por la fe de Monseñor
Romero.
Y habló de Monseñor también como un seguidor
“ejemplar”. Es decir, alguien a quien hay que seguir. Por ser como era,
misericordioso, justo, veraz, utópico, Monseñor invitaba a su seguimiento. No
lo ponía en estas palabras, por modestia obvia, pero eso es, pienso yo, lo que
Ellacuría tenía en mente cuando dijo que era un seguidor “ejemplar” de Jesús.
Hoy, 25 años después de su muerte, hay gran necesidad de ese Monseñor, ejemplo
de salvadoreño y de cristiano. Seguirle es
lo más importante que podemos hacer.
Suelo
recordar que, cuando apresaron a Juan Bautista, comenzó Jesús a predicar. Y en
El Salvador me gusta añadir que, cuando mataron a Rutilio Grande, surgió la voz
de Monseñor Romero, y que cuando mataron a Monseñor Romero el Padre Ellacuría
recogió esa voz. “Desde que mataron a Monseñor nadie ha hablado como el Padre
Ellacuría”, le oí decir a una trabajadora de la UCA. Es vital, mantener con
vida esa cadena de ejemplos. A ese
seguimiento debemos apuntarnos también nosotros.
“Difícil
hablar de Monseñor Romero, sin verse forzado a hablar del pueblo”
Desde el exilio, a comienzos de la década de
los ochenta, escribió Ellacuría un texto sobre “El verdadero pueblo de Dios
según Monseñor Romero”. Para Ellacuría era muy claro que Dios y el pueblo eran
los dos pilares sobre los que Monseñor fundamentaba su esperanza y lo dijo con
toda claridad. Vio en Monseñor a alguien que ciertamente amó a su pueblo, pero
también a alguien que reflexionó mucho sobre el pueblo, sobre su realidad
histórica y su significado para la fe cristiana. Y recuérdese que ambos,
Monseñor y Ellacuría, uno desde la
pastoral y otro desde la teología, llamaron al pueblo “siervo sufriente de
Yavé”, “pueblo crucificado”. Era a finales de los años 70, y -en cuanto yo sé-
nadie había hablado así antes.
Ambos creían también que ese “pueblo” podía
llegar a ser “pueblo de Dios”, y que para ello el pueblo debía tener unas
características especiales. Recordando lo que Monseñor Romero había dicho y
hecho por su pueblo, lo que él le había dado al pueblo y lo que el pueblo le
había dado a Monseñor, Ellacuría describió así cuatro características del
verdadero pueblo de Dios: “la opción preferencial por los pobres”, “la
encarnación histórica en las luchas del pueblo por la justicia y la
liberación”, “la introducción de la levadura cristiana en la lucha por la
justicia” y “la persecución por causa del Reino de Dios en esa lucha”.
Hoy, cuando casi no sabemos qué hacer con el
pueblo y con la lucha por la justicia, hay mucho que meditar en estas palabras.
Que Ellacuría -el político, el teólogo de la liberación- hablase así no tiene
por qué sorprender. Pero que radicalizase ese lenguaje precisamente recordando
a un arzobispo, da mucho que pensar -y da devoción. Y precisamente porque
Monseñor animaba a la lucha histórica por la justicia, cobraba credibilidad lo
que pudiera ser lo más específicamente suyo: insertar en esas luchas la
levadura cristiana. Lucha histórica y cristianismo no son fáciles de
compaginar. Ese milagro lo vio realizado Ellacuría en el ministerio de Monseñor
Romero. Y el martirio de tantos luchadores del pueblo y de cristianos creyentes
mostró que se podían compaginar las dos cosas.
“Con Monseñor
Romero Dios pasó por El Salvador”
En la UCA todavía no había capilla. En un aula
magna, tres días después del asesinato, el Padre Ellacuría, como rector de la
universidad, celebró una eucaristía en recuerdo y agradecimiento a Monseñor
Romero. La muerte de Monseñor le remitía, como toda muerte -y más siendo la de
Monseñor, por lo horrible del crimen y por lo grandioso de la entrega-, a la
ultimidad de la vida, de la historia y
de la realidad. Creo que pocas veces Ellacuría se preguntó por lo último con
tal radicalidad.
Pues bien, en ese
contexto, lejos de toda palabrería y de todo piadosismo, habló de Dios, de su
misterio inefable y de su cercanía a nosotros. Y entonces dijo lo que muchas
veces he citado: “Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”. Hace falta
inteligencia para decir cosas como ésta, pero no basta. Hace falta también
mirada mística, saber penetrar a través de lo aparente y superficial hasta
llegar al fondo de las cosas. Dudo yo que ni siquiera en el acta de
canonización -el día que ésta llegue- se dirán las cosas con tal precisión, con
tal hondura, con palabras tan indefensas y tan verdaderas.
“Monseñor
Romero ya se nos había adelantado”
Para Ellacuría líder era quien iba por delante,
moviendo con el ejemplo. Eso fue Monseñor Romero para él, y vio que también lo
fue para el pueblo. Termino con estas palabras que pronunció en 1985 cuando la
UCA se honró en concederle un doctorado honoris causa, póstumo, a
Monseñor Romero. Son palabras de agradecimiento y de reconocimiento.
“Ciertamente
Monseñor Romero pidió nuestra colaboración en múltiples ocasiones, y esto
representa para nosotros un gran honor, por quien nos la pidió y por la causa
por la que nos la pidió... Pero en todas estas colaboraciones no hay duda de
quién era el maestro y de quién era el auxiliar, de quién era el pastor que
marca las directrices y de quién era el coadjutor, de quién era el profeta que
desentrañaba el misterio y de quién era el seguidor, de quién era el animador y
de quién era el animado, de quién era la voz y de quién era el eco”.
A Ignacio Ellacuría nunca le oí hablar de nadie
como habló de Monseñor Romero. Y dado como era él, que no se deshacía en
panegíricos ni algarabías vacías, sus palabras nos ofrecen una gran verdad. Y
nos confían el secreto de lo que
Monseñor Romero fue realmente para él: hermano mayor con quien caminar en la
historia dando vida al pueblo, y con quien
dirigirnos hacia el inefable misterio de Dios.
Recordando
a Monseñor Romero (II)
¿Cuál sería la palabra profética que Monseñor
Romero preferiría a propósito de la
confirmación de un candidato para Fiscal General de los Estados Unidos que ha
defendido la tortura? ¿Qué diría Monseñor Romero hoy sobre la guerra contra
Irak que continúa día tras día?
Hubiera condenado claramente el uso o la
defensa de la tortura, bajo cualquier circunstancia, como una violación grave
de los derechos humanos y una ofensa contra Dios. “La iglesia, encargada de la
gloria de la tierra, siente que en cada hombre hay una imagen de su Creador y
que todo aquel que la atropella ofende a Dios. Y tiene que clamar ‘Iglesia
santa defensora de los derechos y de las imágenes de Dios.’ Ella siente que han
sido también escupidas en su cara, latigadas en sus espaldas, cruz en su
pasión, todo lo que han sufrido los hombres... El que tortura a un hombre, el
que ha ofendido a un hombre, atropellado a un hombre, ha ofendido la imagen de
Dios y la Iglesia siente que es suya esa cruz, ese martirio.”
Hubiera condenado – como hizo el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas y las naciones del mundo, incluso la nuestra –
los abusos, la tortura y las violaciones de los derechos humanos, la represión
política y el intento de encontrar armas de destrucción masiva bajo Sadaam
Hussein.
Pero no se hubiera quedado allí. Habría
iluminado con la fuerza del Evangelio nuestra propia nación, y condenado una
guerra preventiva contra Irak como una guerra de agresión. Habría condenado la
ocupación actual y la guerra contra Irak como inútil, imprudente y moralmente
injusta. Habría proclamado todo esto con audacidad, y habría continuado aun
después del comienzo de la guerra, llamando a los soldados norteamericanos y a
los insurgentes a obedecer la ley de Dios que dice “No matar,” antes de
obedecer una orden injusta que conduce a la muerte.
Habría condenado a la ideología de la
seguridad nacional de nuestro gobierno, que institucionaliza la mentira y el
engaño con el fin de llevar adelante una agenda que favorece los intereses
geopolíticos y económicos de Estados
Unidos, para aumentar su hegemonía y dominación en el mundo. Citando al
documento de los obispos en Puebla, Romero criticó la ideología de la seguridad
nacional como “una nueva forma de idolatría... llevando al abuso de poder y a
la violación de los derechos humanos. Y en ciertas circunstancias justificando
sus posturas con una profesión sujetiva de la fe cristiana.”
Habría condenado la lógica de la actual
administración Bush para quien el camino hacia la paz pasa por la preparación
de la guerra, y no lo que enseña el Evangelio y la doctrina social de la
Iglesia que dice “el camino para la paz pasa por la justicia.”
Habría condenado
el descarado unilateralismo de Estados Unidos que desafía la opinión
internacional, viola los tratados internacionales, y se declara exento de la
ley internacional, incluso de los convenios de Ginebra en que prohíben el trato
inhumano y degradante a los presos, como la tortura, y declara que las guerras
preventivas son guerras de agresión y por eso un crimen contra la paz.
En su discurso en la Universidad de
Georgetown, al recibir un Doctorado Honoris Causa, Monseñor Romero ofreció el
testimonio de su arquidiócesis como un “eco fiel” a las palabras del Papa Pablo
VI a las Naciones Unidas. Hoy, Monseñor Romero hubiera hablado en defensa de
las víctimas de la tortura y las víctimas de la guerra en Iraq. Habría
consolado a sus familias.
Citando a Pablo
VI, Romero dijo:
“Tenemos conciencia de hacer nuestra la voz
de los muertos como de los vivos...” dijo el Papa, hablando de las trágicas
consecuencias de la guerra; podemos tener delante tanto los muertos víctimas de
la crueldad como los vivos que llevan
atemorizados las huellas de la tortura, el atropello y amenaza. Además “La voz
de la joven generación avanza confiada, esperando con derecho una humanidad
mejor. También hacemos nuestra la voz de los pobres, de los desheredados, de
los desgraciados, de quienes aspiran a la justicia, a la dignidad de vivir, a
la libertad, al bienestar y al progreso”.
Monseñor Romero hubiera condenado el uso de
la fuerza excesiva contra poblaciones urbanas – como sucedió en el bombardeo de
Bagdad y la ofensiva militar en Falujah – como una violación de los convenios
de Ginebra por poner en riesgo, en forma indiscriminada, a la población civil.
Por eso se mueve un crimen contra la humanidad.
Monseñor Romero hubiera condenado el
lenguaje de la violencia y la guerra.
Hubiera condenado las mentiras y el engaño
del gobierno norteamericano – y la complicidad de los medios – como un atentado
contra la dignidad humana y por eso una ofensa contra Dios cuya imagen es el
sello de cada ser humano. Estas mentiras violan “uno de los más sagrados
derechos de la persona humana, es el derecho a ser informado, el derecho a la
verdad.” Los medios, dijo Romero, “frecuentemente son manipulados por intereses
materiales y por eso se convierten en instrumentos para mantener una situación
injusta a través de mentiras y confusión”.
Desde luego, Monseñor Romero repetiría con
pasión las palabras de los papas, desde Paulo VI a Juan Pablo II: “No más
guerra, nunca más la guerra!” y “La guerra es una derrota para la humanidad”.
¿Que diría Monseñor Romero sobre la situación
de los inmigrantes de nuestro país, y de la brecha creciente entre ricos y
pobres?
Condenaría cada atentado contra los
inmigrantes, y resaltara el mandato del Evangelio a ofrecer hospitalidad al
extranjero, recordando que todos éramos extranjeros en una tierra extraña.
Pero no se
quedaría allí.
Condenaría la militarización de la frontera
mexicana-norteamericana como un intento improductivo y hipócrita de culpar al
pobre inmigrante por las consecuencias de las políticas neoliberales del libre
comercio. Estas políticas que empujan a los pobres de Centroamérica y México a
migrar de sus tierras natales e ir a Estados Unidos en búsqueda de empleo como
la única medida para proteger y defender a sus familias.
Condenaría también el modelo económico global
que aumenta la brecha entre ricos y pobres, dando a las empresas trasnacionales
de Estados Unidos más poder para quitar las regulaciones que protegen al
trabajador y al medio ambiente, privatizando recursos naturales como el
agua y servicios de salud, educación y
seguridad social.
Monseñor Romero, como sus colegas en la
Iglesia de América Latina en Puebla, vio
un sistema económico que “absolutizo a la riqueza y la propiedad
privada” como un sistema que lleva a “la absolutizacion del poder político,
social y económico” despojando a las mayorías de hombres, mujeres y niños de
las necesidades de la vida. Eso lo condenaría en términos claros como
“violencia institucionalizada” e “idolatría.”
Son las cosas que Monseñor Romero hubiera dicho y hecho, porque –de hecho– son las cosas que
dijo y hizo en su tiempo. En pocas
palabras, hubiera encarnado el Evangelio en sus palabras, dando testimonio con
sus hechos.
Ahora, mientras conmemoramos el 25
aniversario del martirio de un pastor humilde y fiel de El Salvador, llamamos a
nuestros pastores a denunciar y decir el nombre de los culpables de torturar y
hacer la guerra, y que utilicen su posición de influencia con el fin de ofrecer
una alternativa para la paz.
Llamamos al Presidente Bush a eliminar la
tortura y perseguir a los que la defiendan y practican, en vez de promoverlos a
posiciones de autoridad y poder. Lo llamamos a terminar con la guerra y la
ocupación de Irak, y a promover una paz verdadera y justa en el Medio Oriente.
Lo llamamos a abrir las fronteras y a promover un trato mas humano a los
inmigrantes y refugiados. Finalmente, lo llamamos a promover un comercio justo
y políticas de inversión encaminados a
cumplir con las Metas del Milenio que prometen reducir la pobreza global dentro
de los próximos diez años.
Esta es la verdadera revolución de valores a
que estamos llamados, la revolución a que se refirió uno de nuestros profetas,
Martin Luther King, Jr. cuando rompió su silencio sobre la guerra en Vietnam y
habló en su contra. Dijo entonces, con palabras parecidas a las de Monseñor
Romero: “Una revolución verdadera de valores pronto nos llevara a cuestionar lo
justo de nuestras políticas pasadas y actuales... Una verdadera revolución de
valores pronto mirará el contraste entre los ricos y los pobres con
inquietud... Una verdadera revolución de valores tomaría de la mano al orden
mundial y decir sobre la guerra: ‘Esta manera de resolver conflictos no es
justo.’ Este negocio de quemar a los seres humanos con napalm, llenando
nuestros hogares con huérfanos y viudas; de inyectar drogas venenosas de odio
en las venas de la gente normalmente humana; de trasladar a los hombres de los
campos de batalla sangrientos y oscuros a sus casas, físicamente desvalidos y
sicológicamente enloquecidos, no puede ser reconciliado con la sabiduría, la
justicia y el amor. Una nación que sigue año tras año gastando más dinero para
la defensa militar que para los programas sociales, acerca la muerte
espiritual”.
La cuaresma es un tiempo de conversión, un
tiempo de arrepentimiento. Que seamos fieles a este tiempo, y dignos a la
memoria de Monseñor Romero, abriendo nuestros corazones al sufrimiento del
mundo, y ayudando a bajar de la cruz a las víctimas en nuestro tiempo. A través
de nuestras acciones por la justicia y arriesgarnos por la paz, a través de la
audacidad de nuestro proclamar del Evangelio y el valor a cargar con el costo,
abramos nuevos surcos para llevar a cabo una verdadera revolución de valores
para nuestra nación, los Estados Unidos.
Scott Wright
Religious Task
Force on Central America and Mexico
Sentimos en el Cristo de
la
Semana Santa con su cruz
a
cuestas, que es el
pueblo que
va cargando también su
cruz.
Sentimos en el Cristo de
los
brazos abiertos y
crucificados,
al pueblo crucificado
pero que
desde Cristo, un pueblo
que
crucificado y humillado,
en
cuentra su esperanza:
«Te he
enseñado a dar palabras
de
consuelo, has aprendido
en el
dolor a consolar a los
demás».
Monseñor Romero
Domingo de Ramos
19 de marzo de 1978
Monseñor Romero: su
vida y muerte martirial
A Monseñor Romero lo conocí en el Hospital
Divina Providencia desde el año 1967. Un año después de fundado el Hospital
para enfermos de cáncer desamparados, Monseñor llegaba a celebrar la Eucaristía
y la Hora Santa los días primeros de cada mes, visitaba a los enfermos, venía
desde San Miguel y Santiago de María y sobre todo cuando se encontraba en la
Arquidiócesis siendo Secretario de la Conferencia Episcopal de San Salvador.
Cuando Monseñor venía a San Salvador además
de visitar a los enfermos, compartía los alimentos con nuestra Comunidad
Religiosa, lo cual era muy agradable ya que tenía el don del buen humor, le
caracterizaba la sencillez y humildad, pobreza y un gran Amor a Dios y a la
Iglesia representada en el Papa y demás Jerarquía.
El Señor dotó de un gran Amor a los pobres a
quienes les ayudaba en forma personal y de la Institución en cuanto estaba a su
alcance, su predicación era muy elocuente y profunda lo que atraía a muchos
feligreses. Dos días antes de su muerte martirial nos endosó y entregó el
cheque por la cantidad de DIEZ MIL DÓLARES que le otorgaron como Premio “HONORIS
CAUSA” con la cual iniciamos la construcción del Hogar para niños “Divina
Providencia” .
ASESINATO DE
MONSEÑOR ROMERO
El día lunes 24 de marzo de 1980, asistí a la
última Eucaristía de Monseñor, la cual quedó inconclusa. Me encontraba en el
ala izquierda a 4 metros de distancia del altar del Templo Expiatorio que el 16
de julio de 1974 consagró con óleo y ahora lo Consagra con su propia sangre a
las 6:15 de la tarde. En su homilía hizo alusión “Al grano de trigo que si no
muere no puede dar fruto”, como presintiendo que era su misa póstuma. Durante
su homilía tenía la mirada hacia la puerta principal pero luego pasó al centro
del Altar a extender el Corporal para iniciar el ofertorio, y en ese momento de
esa puerta principal entró velozmente la bala asesina y explosiva que hizo
estallar su corazón. Por el instinto de conservación Monseñor se cogió de la
mesa del Altar, halando el mantel sobre el cual se dispersaron las hostias sin
consagrar y Monseñor cayó a los pies de Cristo quien fue su modelo fiel, desde
niño, joven, sacerdote, Obispo y Arzobispo. En nuestra comunidad religiosa
interpretamos este doloroso acontecimiento como que Dios le dijera: “HOY NO
QUIERO QUE ME OFREZCAS EL PAN Y EL VINO COMO SIEMPRE, AHORA LA VÍCTIMA ERES TÚ
OSCAR”.
Asistí al funeral de Monseñor Romero, el cual
se llevó a cabo ocho días después de su muerte martirial, en un Domingo de
Ramos. Durante esa semana de velación primero en la Basílica del Sagrado
Corazón y posteriormente en Catedral hubo una peregrinación constante del
pueblo de Dios que lo amaba y que se sentía huérfano e inconsolable, por la
pérdida irreparable de su pastor. Al funeral asistieron muchas personas de
otros países, solidarizándose con el pueblo salvadoreño, que no cupo dentro de la
Catedral y llenó las plazas aledañas, por lo cual la misa de cuerpo presente se
celebraba en la puerta principal de Catedral, quien la presidía era el Cardenal
Ernesto Corripio, como delegado del Santo Padre. Esta Eucaristía también quedó
inconclusa por disturbios inesperados provocados por personas inescrupulosas
que no respectaron ese sagrado y doloroso momento, en el cual todo el pueblo
salvadoreño sentía que daba el último adiós a su querido pastor Monseñor Oscar
Arnulfo Romero. Inmediatamente el féretro de Monseñor fue trasladado al
interior de la Iglesia, donde fue sepultado en el lugar previamente designado,
en el ala derecha del Altar Mayor de la Catedral Metropolitana.
IMPACTO DE LA
MUERTE DE MONSEÑOR ROMERO
En el momento del asesinato de Monseñor
Romero mi reacción fue de mucha agresividad, viendo inmediatamente hacia la
puerta principal como queriendo capturar con la vista la asesino, lo cual era
imposible pues se fugaron rápidamente como previamente lo habrían planificado.
Corrí hacia donde Monseñor, intentando auxiliarlo, pero no pude lograrlo porque
tenía una abundantísima hemorragia por boca, nariz y oídos, ante esa impotencia
corría al teléfono a llamar un médico; pero cual fue mi sorpresa que al
regresar a la Capilla se habían llevado a Monseñor a la Policlínica Salvadoreña
con la esperanza de alcanzar un milagro, lo cual no fue posible pues eso no
estaba en el Plan de Dios.
En este momento, Monseñor no pronunció
palabra alguna pero conociéndolo, estoy segura que sus últimas palabras
hubieran sido de exhortación a la conversión y de perdón para sus enemigos,
como lo había expresado ya en algunas ocasiones.
LEGADO
ENSEÑANZA DE MONSEÑOR ROMERO
El legado que Monseñor Romero dejó a nuestra
comunidad y a todo el pueblo, es que como un regalo de Dios, nos dio un ejemplo
cercano de cómo seguir fielmente las huellas de nuestro Señor Jesucristo en su
entrega evangélica cumpliendo la voluntad del Padre. Por haber compartido muy
cerca con Monseñor Romero podemos dan testimonio de las siguientes cualidades
que nos dejó como un legado el cual debemos esforzarnos por imitar:
... Sentía un gran Amor a Dios, a la
Iglesia, a los pobres, a los niños, especialmente a los más desposeídos y
abandonados.
· Siempre
hablaba con la verdad
· Era
coherente con lo que decía y vivía
· Su
misión de Pastor era como el Beduino y como el Buen Samaritano que señalaba el
camino del Evangelio por donde debemos seguir, y del otro debemos apartarnos.
· Era un
hombre de fe y oración profunda, la cual reflejaba en su vida viendo a Cristo
en sus semejantes, especialmente en los marginados y desposeídos.
· Tenía
una gran devoción a la Santísima Virgen especialmente bajo la advocación de
Nuestra Señora de La Paz. Por cansado que terminara el día, no se acostaba sin
antes rezar el Rosario.
· Cuando
tenía que dar alguna sugerencia o determinación no lo hacía, sin antes pasar de
rodillas ante el Santísimo pidiéndole su luz para que fuera según la voluntad
de Dios y el bien del pueblo.
· El
tenía un temperamento muy fuerte, pero
cuando se daba cuenta que había cometido una equivocación con alguien pedía
humildemente perdón.
· Tenía
un gran Amor al pueblo, él decía: “A mi me van a matar pero yo resucitaré en mi
pueblo a quien tanto amo, y desde ya perdono y bendigo a quienes lo hagan”, y
“como cristiano no creo en la muerte sin resurrección”; y que “el martirio es
una gracia que no creo merecer, pero si Dios acepta el sacrificio de mi vida,
que mi sangre sea semilla de libertad y la señal de que la esperanza será
pronto una realidad” (Marzo, 1980).
Recién nombrado Arzobispo de San Salvador sus
amigos le ofrecieron el 23 de febrero de 1977 una cómoda residencia y él
prefirió vivir sencilla, pobre y humildemente en el hospitalito, manifestando
que deseaba estar cerca de los enfermos y de los pobres, porque no quería
adquirir compromisos que lo ataran con nada ni con nadie. Cuando Monseñor fue
nombrado Arzobispo de San Salvador en febrero de 1977, la Curia no contaba con
una casa especial para Obispos ya que Monseñor Chávez y González vivía en su
casa particular. Entonces la Comunidad de Religiosas Carmelitas del Hospital de
La Divina Providencia, por la amistad, confianza y cariño fraterno
anteriormente expresado, le ofreció si aceptaba vivir en un reducido espacio
anexo al templo, dedicado para el Capellán del Hospital; él aceptó agradecido
luego expresaba que el Seminario San José de la Montaña era su oficina y el
hospitalito era su Bethania. Después de unos meses la comunidad religiosa mandó
construir un pequeño apartamento en la misma área del hospital; se le entregó
el 15 de agosto fecha de su cumpleaños, como sorpresa de parte de los
enfermitos del hospital y de la Congregación de Carmelitas Misioneras de Santa
Teresa. Él lo recibió emocionado y agradecido. Luego esta pequeña casita se
volvió centro de visita y consulta continúa de Obispos, sacerdotes, religiosas,
estudiantes, obreros, campesinos, militares, periodistas, intelectuales,
víctimas de secuestro, políticos, empleados gubernamentales, etc. que llegaban
en busca de orientación, ayuda, consuelo, noticias, etc. Allí vivió hasta el
día de su sacrificio martirial.
Esta casita ahora es nuestro museo que
contiene sus objetos personales y sus ornamentos, entre los cuales destacan los
que llevaba el día de su martirio en el altar, y que aún se mantienen
impregnados de su sangre. En su jardín están colocadas placas de mármol que
manifiestan la gratitud de favores recibidos, de muchas personas durante estos
veinticinco años transcurridos. Este lugar, junto a la cripta de Catedral
Metropolitana donde descansan sus sagrados restos, se han convertido en lugares
santos de peregrinación por personas salvadoreñas y de extranjeros de diversos
países del mundo que los visitan con respeto, amor y fervor en memoria de nuestro
querido Pastor Oscar Arnulfo Romero.
Recordando esos tres años de convivencia con
nuestra comunidad, reflexionamos que en Monseñor Romero sentíamos además de un
buen pastor, a un hermano y a un amigo, y que asombrosamente tuvo varios rasgos
de su vida parecidos a los de su maestro, Nuestro Señor Jesucristo y los cuales
exponemos a continuación:
Cristo nació, vivió y murió entre los pobres,
y Monseñor también nació, vivió y murió pobre y por los pobres.
Cristo realizó su vida pública en sus tres
últimos años y lo mismo Monseñor Romero como Arzobispo de San Salvador.
Cristo fue rechazado por los poderes del
mundo e igualmente sucedió con Monseñor, pues en estos tres años sufrió un
prolongado martirio dado por insultos, amenazas, calumnias, abandono de sus
amigos y de algunos compañeros Obispos que no estaban de acuerdo con su línea
Pastoral.
Cristo tuvo compasión por los enfermos de
lepra, que eran rechazados por la sociedad de su tiempo, y Monseñor Romero optó
por vivir, consolar y acompañar a los enfermos de cáncer que muchas veces son
excluidos hasta por su propia familia.
A Cristo le traspasaron su corazón son una
lanza y a Monseñor Romero le destruyeron su corazón con una bala explosiva.
Por los testimonios antes expuestos, podemos
decir con propiedad que para nuestra Congregación el vivir con Monseñor Romero
ha sido un privilegio y a la vez un reto hoy en día, por el compartir con un
hombre lleno de Dios que vivió el Evangelio encarnado en la realidad concreta
del pueblo salvadoreño, pobre, oprimido, explotado y marginado a ejemplo de
Jesús en el pueblo de Nazareth. Esta experiencia de vivir con monseñor Romero
ha impulsado a cada uno de los miembros de nuestra congregación a responder a
los retos de hoy, cada quien con los dones que Dios le ha dotado.
El legado de Monseñor sigue siendo válido
para la Congregación y para todo el pueblo de Dios. Pues esa realidad que él le
dio respuesta, hoy sigue latente y aún más aguda, por lo que concluimos que
como discípulos de Jesús debemos encarnar el Evangelio al igual que lo hizo
nuestro querido Monseñor Romero.
Hna. Luz Isabel Cueva Santana
Religiosa Carmelita Misionera
de Santa Teresa
Si hay algo que
nos queda muy claro a los católicos de esta América Latina es que la
cuaresma es tiempo de ayuno. Para
nuestros papás y abuelos eso era algo que estaba muy claro y definido, pero en
estos tiempos de globa-lización y consumo desmedido no es lo suficientemente
claro.
Sin duda alguien
podría decir: “en eso no hay vuelta de hoja: ayunar es ayunar, no comer carne
los martes y los viernes y abstenerse de algo que nos guste en este tiempo
santo”. Pero, ¿será eso cierto? Hagamos unas aclaraciones al respecto, tratando
de ver si en realidad ayunar “vale la pena”.
Cuaresma, primero
se refiere a un tiempo y segundo se trata de gestos. O bien podríamos decir es
un tiempo en el que unos gestos concretos nos recuerdan que los seres humanos
no podemos poseerlo todo, hacerlo todo y controlarlo todo ( al modo en que Jim
Carrey pretende hacerlo y tenerlo todo en
“Bruce todopoderoso”). Esa tendencia insensata e ingenua es una
tentación que nos impide apreciar (como
sucede al protagonista de la película ya mencionada) las cosas y personas que
nos acompañan. Sobre todo es una actitud egoísta en un mundo donde muchos no
tienen absolutamente nada. Si el ayuno me ayuda a hacer el “memorial de tantas
víctimas” excluidas en este mundo,
entonces si vale la pena ayunar.
¿Por qué
ayunamos?
No pocos ante una
pregunta así nos dirían: “es una práctica ascética, es un acto de mortificación
de las pasiones”. Pero entonces el ayuno no sería un acto lleno de cordialidad,
de amor. Más bien sonaría a un acto masoquista, practicaríamos una religión de
la tortura, tendríamos un ritual para mantener contento a un dios sediento de
dolor y que disfruta cuando ve a seres humanos sufriendo voluntariamente. Pero,
¿así es el Dios de Jesús, de Rutilio, de Monseñor Romero? La respuesta es no.
Entonces ¿para qué ayunamos?
Ayunamos para
ayudarnos a crecer como personas. ¿Qué implica eso? Entender que las personas,
las cosas, no son fines, sino mediaciones. El ayuno es una mediación que nos
permite “mirar con otros ojos” nuestra
realidad y recordar con el corazón “nuestra historia”. Ayunar no sería, simplemente
“dejar de comer o de hacer algo”. Es un dejar de centrar el mundo en mis deseos
y necesidades e intereses. En otras palabras reconocer que el universo no gira
en torno a nosotros.
Ayunar no es
“hacernos mejores”.
Este tiempo (de
ayuno) tiene mucho de gratuidad, de búsqueda de Dios (no de nuestra propia
santidad). No es ponerme frente a los otros como “modelo”, como distinción
frente a los “otros” (pecadores). Es si se quiere un volver la mirada a lo
“secreto” de mi vida, a mi honda fragilidad, a mi ser “vasija de barro” (como
bien nos recuerda Pablo en primera Corintios). Pero al mismo tiempo ese ver mi
debilidad me abre a la posibilidad de la gracia transformadora de Dios que me
capacita para hacer el bien.
Pero también el ayuno pasa por la cotidianidad,
por el silencio de aquello que es parte de lo diario, por aquello que se queda
en el anonimato. El Reinado de Dios no
se ilumina con los focos de las pasarelas o los grandes anuncios de proyectos, sino más bien con una
suave luz de candil. Es construido desde las preguntas del constante buscador y
en un servicio anónimo lleno de esperanza.
En otras
palabras, ayunar pierde sentido cuando se práctica como un fin y no como una
mediación que nos ayuda a descentrarnos de nosotros mismos y nos recuerda la
fragilidad de nuestra humanidad. El ayuno es un signo frente a las tentaciones
de este mundo, pero nunca podrá ser un seguro frente a ellas. En esta América Latina de tantas carencias
ayunar puede resultar algo demasiado frívolo o hasta “clasista”. El verdadero
ayuno es la búsqueda de una práctica más acorde con los pilares bíblicos de una
justicia nacida desde las entrañas de un Dios misericordioso que nos ama no
porque seamos buenos, sino precisamente porque él, es bueno y desde ese amor
nos abre el camino a la posibilidad de amar y transformar este mundo lleno de
injusticia.
Ha
sido una auténtica avalancha de mensajes de solidaridad, preocupados y hasta
indignados algunos, y ya finalmente, muchos, exultantes. Hoy, como
nunca, debería yo responder personalmente, mensaje por mensaje, corazón a
corazón. Han llegado también, en este tiempo de vigilia expectante, muchas
preguntas, muchos desahogos; sobre este nuestro Mundo neoliberal, sobre nuestra
santa y problemática Iglesia. Envío las preguntas y las ansiedades al Espíritu
de Aquel que es “nuestra Paz”. Y creyentes y agnósticos, serenos y rebeldes,
ellas y ellos, dense todos por respondidos con un cariño inmenso. ¡Así de
fácilmente despachamos la carga de los obispos retirados…!
Hemos recibido mucha solidaridad con respecto
a la reivindicación del pueblo Xavante, que continúa estancada en manos de una
justicia lentísima. El otro motivo de solidaridad con nuestra pequeña Iglesia
de São Félix do Araguaia ha sido, lógicamente, la sucesión episcopal. No voy a
entrar en detalles porque ya se ha escrito bastante sobre ese incidente
eclesial. Nosotros queremos insistir en que el problema no era simplemente un
obispo, una Iglesia. El problema es de toda la Iglesia y para el nombramiento
de todos los obispos y es una reivindicación mayor de corresponsabilidad y de
colegialidad. Para ser fieles al Evangelio y para dar testimonio al Mundo.
Felizmente el nuevo obispo de São Félix do Araguaia, fray Leonardo Ulrich
Steiner, es un franciscano verdadero, fraterno, dialogante, popular. Y la
“caminhada” continúa. Y yo continuaré también aquí, a orillas del Araguaia,
acompañando a distancia las luchas de nuestros pueblos y saboreando, en
esperanza pascual, la tarde de la vida.
El imperio quiere “un mundo sin tiranía”.
Nosotros también; sobre todo sin la tiranía del imperio. Y quiere el imperio
“la propagación de la libertad’. Nosotros contestamos indignados que esa
libertad sea sólo para el mercado y para algunos señores países.
Tiranías hay, demasiadas, en todos los
niveles de la vida social, económica, política, cultural. Según el informe
anual de la ONU, hay todavía 1.100 millones de personas que sobreviven con
menos de $ 1 al día. Siguen muriendo cada día, de hambre, 30.000 niños pobres.
En los últimos 40 años el PIB mundial se duplicó mientras se triplicaba la
desigualdad económica. 900 millones de personas –la séptima parte de la
población mundial- sufren discriminación étnica, social o religiosa. 170
millones de personas viven fluctuando en la migración. El 44% de la población
latinoamericana mora en barrios miserables. África sigue desangrándose, entre
ignorada y expoliada. Y hay países en nuestro mundo como “marcados para morir”,
quizás por una posible guerra preventiva…
Pero hay “mucho bien venciendo al mal”, en
nuestro Mundo herido. Realizamos nuevamente el Foro Social Mundial; Vía
Campesina crece y actúa; hemos desenmascarado, y frenado en parte, el ALCA;
Israel y el Pueblo Palestino dialogan sobre pasos concretos; la izquierda
levanta cabeza en varios países de América Latina y de Europa y crece “el
malestar (y la protesta) frente a la democracia neoliberal”. Si van siendo
desmoralizados los partidos y los sindicatos, se fortalece en cambio el
movimiento popular con sus manifestaciones a escala nacional, continental y
mundial. Ha comenzado su andadura el Protocolo de Kyoto. Y somos cada vez más
los que gritamos, con Ignacio Ramonet, “sí a la solidaridad entre los 6.000
millones de habitantes de nuestro planeta; no al G-8 y al Consenso de
Washington; no al dominio del ‘póquer del mal’ (BM, FMI, OCDE, OMC); no a la
hegemonía militar de una única superpotencia; no a las guerras de invasión y no
al terrorismo…” Y resume Ramonet, y nosotros/nosotras con él, que “resistir es
decir que no y es también decir que sí y soñar que otro mundo es posible, y
contribuir a construirlo”.
Otra Iglesia es posible también y desde todas
partes y de muchos modos la vamos haciendo. Siendo comunidad de oración, de
fraternidad, de compromiso. Brasil realizando el XI Encuentro Intereclesial de
las CEB y reanimándose las CEB de Brasil, del Continente, del Mundo.
Celebrando, junto con el Foro Social Mundial, el Foro Mundial de Teología y
Liberación. Celebrando el jubileo martirial de nuestro San Romero y la memoria
comprometedora de todos nuestros mártires. Retomando la opción por los pobres y
sus causas. Denunciando proféticamente los “genocidios sociales” y la iniquidad
del imperio y de sus oligarquías. Siendo ecumenismo real y diario. Siendo
diálogo interreligioso. Alentando el proceso conciliar, como una reivindicación
evangélica creciente y como la mejor conmemoración de los 40 años del Vaticano
II. Viviendo, en fin, nuestra fe de un modo
adulto y corresponsable, “para la vida del Mundo”.
Y vaya una confidencia
eclesial, de obispo viejo que continúa soñando. Otra vez, con ocasión del nuevo
problema de salud de Juan Pablo II, se ha hablado y escrito mucho sobre el
perfil del próximo papa. Yo pienso que se debería hablar mucho más –hablar y
hacer- del perfil de un nuevo papado, de una reestructuración radical de lo que
llamamos la Sede Apostólica, de un nuevo modo del ministerio de Pedro:
sensible, como el corazón de Jesús, al clamor de la pobreza, del sufrimiento y
de la deriva; sin estado pontificio y con una curia leve y servicial;
proféticamente despojado de poder y de fausto; apasionado por el ecumenismo y
por el diálogo interreligioso; desabsolutizado y colegial; descentralizador y
verdaderamente “católico” en el pluralismo cultural y ministerial; como una
mediación religiosa –en colaboración con otras mediaciones, religiosas o no- al
servicio de la paz, de la justicia, de la vida.
Van Gogh, a pesar
de haber visto caer en su vida tantos molinos, reales o simbólicos, escribía a
su hermano Theo: “Pero el viento continúa”. Después de ver, también nosotros,
cómo van cayendo tantos molinos, en la Sociedad y en la Iglesia, seguimos
proclamando –en la Esperanza y en el Compromiso- que “el Viento continúa”…
Pedro Casaldáliga
demanda que otro mundo es posible”
«La teología de la
liberación nos dice mucho y ha sido una parte crucial de nuestra historia en El
Salvador. Pienso que es importante vigorizar de nuevo y reclamar una teología
de liberación.»
Con estas palabras describí, dentro del contexto del “V Foro Social
Mundial - FSM” celebrado en Brasil en enero de 2005, el significado de la
teología de la liberación para nuestros días, en una lectura desde la realidad
socio-eclesial para El Salvador y, por qué no decir, para América Latina.
En el marco del FSM, entre el 21 y 25 de
enero se celebró en la “Pontificia Universidad Católica de Río Grande do Sul”
de la ciudad de Porto Alegre, el «I Foro Mundial de Teología y Liberación»,
el cual reunió un poco más de 175 teólogas y teólogos de América Latina, Asia,
Africa y Europa. Además de la participación de algunos representantes de
agencias de cooperación católicas; entre ellas Adveniat, Cafod, Cordaid,
Misereor, Sciaf, y otras. Junto a Edwin Novoa, director del Juan XXIII en
Nicaragua, tuve la oportunidad de representar a Sciaf.
La idea de este evento tiene sus raíces en el
III Foro Social Mundial, pues allí, algunas teólogas y teólogos, que
participaron en ese foro, de enero del 2003, vieron la necesidad de acercar la
reflexión teológica al nuevo espíritu que emerge desde el encuentro de
distintos movimientos sociales. Pues ha llegado a considerarse como el evento
mundial que aglutina al mayor número de personas y movimientos.
Hay dos aspectos que Pablo Richard, en su
artículo «40 años de teología de la liberación en América Latina y El Caribe»,
define como tareas pendientes para la Teología de la Liberación. Estos aportes
pueden ayudar a definir, lo que fue el propósito de celebrar un FMTL.
1. Desarrollar la teología de la liberación en
diálogo con otras corrientes similares de África, Asia, Oceanía y el Este de
Europa.
2. Generar un diálogo interreligioso a nivel
global, no desde definiciones teológicas abstractas, sino desde los pobres y
desde el Tercer Mundo, es decir, desde la problemática teológica del hambre, la
pobreza y la destrucción de la naturaleza.
Para el logro de estos propósitos, se
desarrolló una Agenda, quel fue abordada desde cuatro grandes ejes temáticos,
teniendo como punto de partida una presentación sobre el panorama mundial de la
teología para las religiones. A partir de ahí se inicio la reflexión sobre
estos mismos puntos:
1) “Otro Mundo es Posible”,
2) “Dios para otro mundo Posible”,
3) “Religiones para otro mundo posible” 4)
“Teología para otro mundo posible”.
Dentro de los ponentes participó una gama de
teólogas y teólogos de los distintos continentes. Por la importancia de los
temas presentados, en una perspectiva desde América Latina, se pueden mencionar
al sociólogo portugués, Boaventura de Sousa Santos (Portugal), Leononardo Boff
(Brasil), Elsa Tamez (Costa Rica), Otto Maduro (Venezuela), Juan José Tamayo
(España) y Enrique Dussel (Argentina) entre otros muchos.
La iniciativa del FMTL, fue respaldada
económicamente por Agencias europeas dedicadas a la Cooperación para el
Desarrollo en América Latina. La pregunta que uno se puede hacer es por qué
vincular el desarrollo con la teología de la liberación. La respuesta la
encontramos en la clave desde la cual tiene que promoverse el desarrollo. Pues
debe tener como centro a la persona humana, en cuanto mejoramiento de su
condición humano-material. También debería estar encaminado a generar procesos
de liberación, frente a una lógica de la dependencia y dominación.
No es casual que el FMTL resulte ligado,
aunque guardando su autonomía, al FSM. La razón de esa vinculación entre uno y
otro radica en la necesidad de hacer una lectura de los acontecimientos
mundiales a la luz de la Teología, y especialmente, desde la Teología de la
Liberación. Y viceversa. La TL se ha dado cuenta de la necesidad de
interdisciplinar su reflexión para una análisis más acertado y fino. Es ese
análisis el que necesariamente lleva a crear un ambiente de compromiso de la
teología ante la realidad, latinoamericana y mundial, y así mostrar su
pertinencia.
Con el FMTL queda claro, que la teología de
la liberación además de no tener fronteras, sigue vigorosa y llena de vida y
desafíos y que las condiciones de injusticia, que motivaron a una reflexión
comprometida de la palabra de Dios, aún siguen vigentes. De ahí entonces, la
necesidad de revitalizar teologías que ayuden a descubrir que “Dios camina con
su pueblo”. Para ello, resultará oportuno la incorporación de las nuevas
temáticas que deben ser leídas y analizadas a la luz de la TL, tales como; solo
el feminismo y la ecología (ecofeminismo), la cultura, juventud y otras muchas.
Inspirados en las palabras de Boaventura do
Santos, podemos decir que “el mundo vive hoy entre el miedo y la esperanza,
pero es posible que la esperanza venza al miedo”. Especialmente cuando esa
esperanza es animada por aquellos que como Monseñor Romero –a quien recordamos en
su 25 Aniversario Martirial-, quisieron comprometer su vida para transformar
las estructuras de injusticia, que aún siguen vigentes en nuestra sociedad.
Y la TL, inspirada en el Vaticano II,
necesariamente nos tiene que llevar a redescubrir que la Iglesia, como pueblo
de Dios, debe asumir su misión evangélica de anuncio y denuncia, lo que
indefectiblemente, a ejemplo de Jesús, pasa por la cruz y el martirio.
Por Miguel Alonzo Macías, Servicio
Jesuita para el Desarrollo - SJD
La Escuela Teológica de San Bartolo:
Un regalo para la Iglesia.
Soñando la escuela “seguidores del
camino”.
Desde el año 1993 y dentro de sus procesos
formativos, la Comunidad Franciscana con el P. O’ Connor inició actividades de
formación bíblico teológica en su Parroquia. Entre sus recursos sabían que
podían contar con profesores invitados de la UCA como los jesuitas Xavier
Alegre y José María Castillo, además de
sus propios recursos locales como el entonces seminarista franciscano, Omar
Argueta, quien estudiaba Teología en la
UCA. Es la primera escuela que se fundó en combinación con la UCA con apoyo del
jesuita Dean Brackley y con el impulso de los Franciscanos y de la Vicaría Monseñor Romero. Le llamaron un
“Profesoradito” en sintonía con el Profesorado de Teología que desde 1983
existe en la UCA. Han sido asesores después del P. Brackley, Hna. Lupita Díaz,
Oblata del Corazón de Jesús y Larry Madrigal. Actualmente, el Coordinador local
es el Franciscano Douglas Cerón y por parte de la UCA acompaña el Lic. Rudy
Romero.
Necesidad de formación que la UCA retomó.
A partir de esta iniciativa en 1995 fuimos
organizando un proceso formativo, una auténtica semillita de mostaza. Pues esta
modalidad fue retomada por la UCA, primero por el Centro monseñor Romero y
luego por su Departamento de Teología uniendo esfuerzos y carismas para
replicarla en otros lugares con las mismas necesidades y deseos de combinar
recursos e inspiración teológica liberadora. Esto animó para que en los dos años
siguientes surgiera también un proceso para Mejicanos con Felipe Vallejo y para
Santa Tecla con Suyapa Pérez. Toda esta experiencia fue haciendo crecer el Proyecto Escuelas de Teología Pastoral
como una nueva respuesta a la formación teológica en el país, ahora no solo
para formación de clero y religiosos sino pensando en el laicado que no puede
hacer formación universitaria.
Memoria Franciscana de la Escuela:
“Un regalo para el pueblo de Dios”.
Fray Douglas Ponce, al compartir sobre los
orígenes de este caminar, recuerda el deseo de organización parroquial que
surge en San Bartolo, Ilopango, con la iniciativa de Fray Francisco O’ Conaire,
la fraternidad franciscana y del consejo parroquial: “Nos dimos cuenta que la necesidad de organización dependía de la
formación de los laicos. Así se comenzó a organizar semanas de formación, donde
invitamos a biblistas como los sacerdotes jesuitas Xavier Alegre, José María
Castillo, entre otros. Después de iniciada la organización parroquial
descubrimos que era necesario mantener la formación: Bíblica, Teológica, y
pastoral. Fue así como con el apoyo de la Universidad Centro Americana José
Simeón Cañas (UCA) iniciamos una formación más sistemática y con respaldo
institucional.
Después de doce años de nuestra escuela teológica, ha significado
para nuestras comunidades cristianas un desarrollo en la fe, ha formado agentes
de cambio eclesial, ha suscitado nuevos líderes y lideresas en nuestra
parroquia, propiciando el cambio de modelos de Iglesia, el desarrollo humano de
nuestras comunidades, y ha promovido la conciencia social y el sentido crítico
ante la realidad vivimos.
La
formación en la Escuela Teológica, ha significado nuevos retos para los que
acompañamos la Iglesia en San Bartolo, esto implica como hombres de Iglesia
formarnos más, cambiar nuestra mentalidad, nuestros modelos eclesiológicos que
respondan más a comunidades cristianas más de comunión y participación.
Como frailes franciscanos nos sentimos
agradecidos con El Señor por esta
hermosa iniciativa, que ha abierto brechas dentro de nuestra Iglesia y que
aporta nuevos elementos que enriquecen nuestra iglesia en El Salvador y América
Latina”.
Dos grupos uno el martes y otro el
sábado.
Funciona así para dar mayores
oportunidades a las personas de asistir
a la formación. Respecto a las personas
que participan tenemos: en
primer año, entre martes y sábado, asisten regularmente unas 60 personas. En
segundo y tercero (martes y sábado) asisten unas 76 personas. Profesores para
día sábado tenemos a Douglas Cerón y Elmer Guevara. Para el día martes tenemos
a Andrés Berdúo, Humberto Pérez y Yhonis.
Estamos animados y animadas porque la deserción ha sido mínima. Le gente
se ve con muchas ganas de seguirse formando y los profesores muy entregados a la
formación y a la escuela.
El testimonio de Elmer Guevara. Profesor laico. “En primer lugar, es un
espacio dichoso para el encuentro, el compartir y la maduración de la fe. Es un
espacio donde se conoce y se aprende a amar a la verdadera Iglesia, entendida
como el Pueblo de Dios que construye día a día el reino de Dios. Valoramos
mucho el esfuerzo de las personas que después de su trabajo dedican un tiempo a
su formación y se observa en ellos un deseo fuerte de conocer más los
fundamentos de nuestra fe que les lleva a un mejor compromiso en sus
comunidades. Hay personas que talvez no participan directamente en un
movimiento parroquial, pero que sí están comprometidos/as en construir una
mejor sociedad. Estoy seguro que después de un tiempo de formación y de superar
algunas crisis aman más a la Iglesia y descubren mejor al verdadero Dios en la
vida y en la historia del pueblo
salvadoreño; son más capaces de descubrir el mal de este mundo y para anunciar
mejor la palabra de Dios”.
Familia Vega Aguilar
(Doris, Ana
Dora, María Catalina y Miguel).
“Después de dos años de estar recibiendo la
educación teológica, como familia, podemos decir que los conocimientos
recibidos nos han ayudado grandemente en el fortalecimiento de nuestra fe, a la
relación de fe con Dios que nos ha permitido como familia, trascender las limitaciones y realizar obras en nuestro entorno, también a encontrar
una comunicación y relación con Jesucristo y vivir en la gracia de Dios,
conociendo mejor la realidad y nos ha facilitado hacer el bien a nuestros
semejantes. PAZ Y BIEN PARA TODOS Y TODAS”
Idalia del Carmen Ramos ex alumna. “Mi experiencia durante los
tres años de aprendizaje y compartir en la Escuela Teológica Pastoral se resume
en aprendizaje teológico que me permitió interpretar los textos bíblicos,
descubrir en su contenido el mensaje que realmente nos quiere transmitir Dios y
no aquél que muchas veces es tergiversado y manejado al antojo de aquellos a
quienes les conviene esconder su verdadero significado. Se resume también en
aprendizaje humano, porque aquí descubrimos que Dios si es un Dios de amor y
justicia que ha optado por aquellos más desposeídos, no es un Dios de ricos y
explotadores, está al lado del que sufre, del que es explotado y humillado por
no tener lo que merece. Aprendí también, a realizar un análisis crítico de la
realidad, a no creer todo lo que nos pintan los medios y al poder como lo bueno
y lo mejor, sino a analizar que muchas veces todas las pantallas bonitas que
nos presentan no son más que cortinas para tapar lo que realmente está de
fondo, un país que con sus leyes, “avances” y proyectos únicamente beneficia a
los que están arriba y no les importa como se “sobrevive” y sufre aquí abajo.
Estos tres años no fueron más que un despertar a la realidad humana, social y
espiritual, un despertar hacia una realidad que a gritos clama por justicia y
por igualdad. Con el apoyo de los docentes y orientadores, con las bases de los
documentos de la Iglesia Latinoamericana y con el mensaje de Jesús y Monseñor
Romero, ejemplos vivos de profetas anunciadores del Reino y denunciadores de la
injusticia humana, como ex alumna de esta escuela de fe y humanismo me siento
comprometida a trabajar por el Reino, por un Reino de igualdad y dignidad
porque sólo en éste descubriremos el verdadero rostro de Dios: el Dios del amor
y de la justicia.”
Suyapa Pérez y Rudy Romero
Don Israel: camino de la
palabra
El Sr. Israel Avelar Flores es
un incansable predicador de la parroquia Nuestro Señor de Esquipulas, Colón.
Nació en una familia evangélica, pasó por una crisis de fe y terminó descubriendo,
en el servicio de Dios, un camino de pacificación y entrega.
. “Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón
está inquieto hasta que descanse en ti.” Esta célebre frase de San Agustín,
casi al comienzo de sus Confesiones, muestran un camino y un encuentro. El
camino se convirtió en volver a lo más profundo de su corazón y ahí encontró un
deseo tenaz y continuo. Cuando lo expresó y lo hizo suyo, se le transformó en
rostro: Dios mismo. Solo reposarse en Dios quita
la sed y regala un agua que salta hasta la vida eterna.
En la búsqueda, don Israel ha hecho un
recorrido parecido. Pero tomó un camino que lo llevó a las sombras y a la
soledad. Lo que parecía sendero para su vida se volvieron pasos que no llevaban
a ninguna parte y parecían terminar siendo devorados por la muerte. San Agustín
tuvo las lágrimas de su madre como clamor que pedía la conversión del hijo. Sus
lágrimas tuvieron como respuesta la alegría de un hijo en paz. Las lágrimas de
la esposa de don Israel se convirtieron en lluvia que volvió al cielo con un
fruto: el deseo de un gran amor. Don Israel pasó por el bautismo, el matrimonio
y un retiro que se le trocaron en estrellas que lo condujeron hasta el pesebre
donde un niño hablaba del Dios con nosotros. Las lágrimas de una esposa se
parecen a las de una madre cuando se trata del amor.
Su sed de Dios encontró esa fuente y ahora se
ha vuelto río grande que nutre la evangelización y la catequesis. Don Israel se
ha vuelto rostro conocido cuando se forman las personas, se visitan los cantones
para predicar y se hace servicio a la Iglesia. No solo quiere ser un testigo
fiel del Corazón de Jesús sino también un amigo digno de fe en el
acompañamiento de la construcción del
reino de Dios. La sed y el hambre solo se llenan y se sacian con ese Dios de
vivos que nos espera en los recodos de los caminos y que también llama para que
la abramos para cenar con nosotros. Don Israel se ha vuelto lágrima viva
pidiendo la conversión de los que están a su alrededor. Su madre, esa mujer
abnegada, y su hermano mayor, quién lo cuestionó en su lecho de muerte, hoy
descansan en paz por la predicación de ese gran amor de Dios finalmente
comprendido y aceptado. Gracias.