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Universidad Centroamericana José Simeón Cañas



Revista ECA

© 1996 UCA Editores



Comentario Revista Estudios Centroamericanos (ECA), No. 571-572,

mayo-junio de 1996





¨División o diferencias en la arquidiócesis?



     Mons. Gregorio Rosa, obispo auxiliar de San Salvador,

apareció dos días seguidos en la primera plana

de El Diario de Hoy, un medio que todavía vive de la

persecusión de los fantasmas que acosan a su director.

El primer día, el periódico se permitió

manipular un cable de Acan-Efe, violando todos los

códigos de la ética periodística. Lo que

se podía interpretar como diferencias

legístimas en la arquidiócesis de San Salvador,

fue publicado como fricción dentro de la Iglesia

católica. La manipulación de dicho

periódico presentaba a Mons. Rosa como el obispo malo

y al arzobispo como el bueno. La tesis fundamental de la nota

periodística la confirmaban las fotografías de

ambos obispos, la de aquél, malevolente e inferior, y

la de éste, bonachona y superior. El cable de la

agencia periodística internacional aparecía en

la parte inferior de la página, mientras en la parte

superior se destacaba la interpretación distorsionada

de la redacción del periódico. En otras

palabras, la nota de prensa original se convirtió en

noticia secundaria, mientras que el pensamiento de la

dirección de El Diario de Hoy se publicó como

noticia principal.



     Al día siguiente, el periódico dio

oportunidad a Mons. Rosa para explicar sus declaraciones a

Acan Efe y sobre todo para desvirtuar la

interpretación de su redacción. En esta

ocasión, Mons. Rosa explica con claridad el origen de

la noticia y declara la unidad en la diversidad eclesial.

Nadie debiera extrañarse de que en la Iglesia haya

diversidad en la unidad. Eso es precisamente lo que

recomiendan los documentos eclesiales, desde el Concilio

Vaticano II, recordó el obispo auxiliar; aparte de

que, la Iglesia también profesa la libertad de

expresión -aunque su práctica no sea siempre

ejemplar.



     El Diario de Hoy afirma al comienzo de su nota que Mons.

Rosa lanzó duras críticas contra el arzobispo,

las cuales habrían sido desaprobadas por los

dirigentes de la Iglesia católica. En realidad, Mons.

Rosa, y así lo reproduce Acan Efe, habló

largamente sobre el país. La visión que dio es

la misma que suele aparecer en sus conferencias de prensa y

en sus declaraciones públicas: la firma de los

acuerdos de paz no ha llevado a la reconciliación,

sino a una guerra no declarada; la violencia está

vinculada a la ausencia de políticas sociales;

predominan la extrema pobreza, la frustración y la

falta de liderazgo; no se cuenta con un proyecto

político social, sino con la aplicación

estricta de un programa neoliberal. El Diario de Hoy

silenció el diagnóstico del país, sin

duda, porque no lo comparte. Ciertamente, en sus

páginas nunca dio espacio a la opinión que los

arzobispos muertos tenían sobre el país o, para

el caso, a la de Mons. Rosa.



     En este contexto de análisis de la realidad

nacional, Mons. Rosa señaló que la Iglesia

católica también adolecía de falta de

liderazgo, de tal manera que ésta ya no era un punto

de referencia obligado para la opinión pública,

tal como lo había sido en el pasado. Por eso

habló de un þproceso de desaceleraciónþ

eclesial -aludiendo quizás a la forma cómo el

gabinete económico califica el estado de la

economía nacional. También habló de una

þnoche oscuraþ eclesial, cuya duración es

impredecible. Al ser preguntado por el arzobispo, un tema

recurrente en la agenda de todos los periodistas que visitan

El Salvador, Mons. Rosa dijo que le faltaba þsabor a pueblo,

un baño de multitud, ver las cosas desde el lado de la

gente que más sufreþ, pues su actividad ha

transcurrido casi exclusivamente en el ámbito

universitario y del Opus Dei. Como este sabor popular þni se

improvisa ni se compra en un supermercadoþ,  Mons. Rosa

agregó que esperaba que el pueblo fuera transformando

al arzobispo.



     A la dirección de El Diario de Hoy estas

afirmaciones le parecieron críticas duras contra el

arzobispo, lo cual no es extraño, porque no obstante

su discurso sobre la libertad de expresión y la

democracia liberal, en realidad, rechaza el pluralismo y teme

la discusión abierta de los problemas nacionales. El

Diario de Hoy no se ha distinguido por promover la democracia

ni sus páginas son las más democráticas

del país. Su pasado reciente es un testimonio

incontrovertible de difamación y falsedad constante,

tanto que Mons. Rivera lo llegó a llamar þEl Diablo de

Hoyþ. Normalmente, en sus páginas sólo tienen

cabida aquellos cuyo pensamiento es similar al de su

dirección. Según ésta, en cuanto

propietaria del periódico, no está obligada a

dar cabida a cualquiera. Si alguien quiere expresar

libremente su opinión bien puede establecer su propio

medio de comunicación.



     En lo que quiso ser un ejercicio de objetividad e

imparcialidad,      El Diario de Hoy intentó

contrastar las supuestas opiniones de Mons. Rosa con las de

otros funcionarios eclesiásticos que, el

periódico llama impropiamente, þautoridades

eclesiásticasþ. En realidad, sólo reproduce las

opiniones de un párroco capitalino, del canciller de

la arquidiócesis y del nuncio. Todos los cuales se

mostraron cautelosos y reservados. Incluso el párroco

que, según la nota periodística,

consideró las declaraciones de Mons. Rosa como

injustas y negativas, agregó que la voz de la Iglesia

debía escucharse ante el predominio de la violencia,

el crimen organizado y la corrupción. El canciller fue

más lejos y precisó que el liderazgo

eclesiástico actual no es activo, pero que el

arzobispo se esfuerza por consolidarlo. El nuncio

advirtió que la Iglesia no puede ejercer un liderazgo

político, pero sí en otros órdenes de la

vida nacional.



     El matutino a duras penas puede ocultar dónde

está la raíz de su malestar. En efecto, a la

dirección de El Diario de Hoy le molesta la denuncia

permanente de los problemas sociales que Mons. Rosa hace,

así como lo enfurecía la de los dos arzobispos

anteriores, a quienes atacó dura e injustamente por

utilizar la catedral para hacer política. Para este

periódico y para otros muchos que comparten su

opinión, denunciar los problemas sociales  e

iluminarlos desde la fe y la moral cristiana y desde el

magisterio pontificio es hacer política. Por eso,

tanto Mons. Rosa como otros eclesiásticos son

insultados frecuentemente desde las páginas

editoriales de este periódico, dando continuidad a una

tradición de larga data. La postura correcta,

según El Diario de Hoy, es la del arzobispo, quien

þtrata de no tocar temas políticos y realzar la

espiritualidad entre los creyentesþ.



     Es cierto que los asuntos económicos,

políticos, sociales y culturales son opinables y que

en el país existen especialistas que pueden tratarlos

bien desde su propia disciplina. Pero no hay que olvidar que

la Iglesia también tiene un pensamiento propio sobre

estos asuntos, el cual se encuentra expresado tanto en

documentos eclesiales de carácter universal como

regional. El magisterio social de la Iglesia y en especial de

Juan Pablo II es especialmente relevante para iluminar los

graves problemas de la sociedad salvadoreña. No se

trata de imponer soluciones, sino de iluminar desde la fe y

la moral para evitar el camino equivocado y señalar el

propuesto por la Iglesia.



     Esa es la voz que Mons. Rosa añora y reclama. Esa

es la voz que se ha callado. Esa es la voz que los

responsables de la política económica y de la

dirección del Estado no quieren oír, porque

saben de sobra que condena sus decisiones por inhumanas e

injustas. En una época difícil, donde la

desorientación y el desencanto se generalizan, la voz

de esperanza de la Iglesia, respaldada por su experiencia y

su magisterio resulta fundamental para orientar. Los

políticos autoritarios tienden a imponer sus

decisiones en virtud del poder que tienen. Los

tecnócratas muestran también la misma

tendencia, apoyados en una racionalidad cuestionable y a

veces falsa. La voz del pastor debe hacerse oír para

denunciar y anunciar, por fidelidad a la misión que le

han encomendado y aunque moleste a una parte de su

rebaño.



     No obstante, la dirección de El Diario de Hoy dio

una oportunidad para que Mons. Rosa explicara sus

afirmaciones, lo cual hizo, desvirtuando las simplezas, las

superficialidades y la mala intención de la nota

periodística. þNunca hemos entrado en

contradicción, hemos trabajado juntos... Los dos

tratamos de servir a la Iglesia y a un mismo puebloþ, nada

más que de maneras y con estilos diferentes

puntualizó Mons. Rosa. El pensar de forma diferente no

es razón suficiente para hablar de división,

puesto que existen  dones y funciones diversas dentro de una

unidad fundamental. Cuando el arzobispo actual fue nombrado,

þyo prometí... lealtad y yo he tratado de vivir de

acuerdo con estoþ, agregó Mons. Rosa.



     Ante la insistiencia de la periodista que quería

confirmar la existencia de fricciones, Mons. Rosa

repitió que no había habido contrdicciones,

þhemos trabajado juntos desde que llegó. El es un

hombre de fe, yo también; él es un hombre de

profunda oración y los dos tratamos de servir a la

Iglesia, a un mismo pueblo. Pero, ciertamente, son dos

personalidades, dos estilos, dos temperamentos... La Iglesia

sabe que sus dirigentes son humanos, son distintos, pero la

fe nos hace unirnosþ.



     Hace algunos años, El Diario de Hoy no le

habría dado a Mons. Rosa esta oportunidad para

explicarse ante una nota manipulada. El cambio no se debe a

que este periódico haya mejorado sustancialmente en

cuanto a respetar los principios periodísticos y

éticos elementales, sino a que Mons. Rosa se ha

convertido en un referente eclesial importante. La figura de

Mons. Rosa se ha acrecentado nacional e internacionalmente

por su coherencia personal con los valores cristianos, que

tanto disgustan a El Diario de Hoy: la fidelidad a la verdad,

a la justicia, a la paz, a los derechos humanos y a las

mayorías empobrecidas.



     Sin duda, la dirección de El Diario de Hoy

consideró que las declaraciones primeras de Mons. Rosa

eran un ataque directo contra el arzobispo, cuya imagen tanto

promueve. En un pasado no muy lejano, en cambio, éste

y otros medios de comunicación se dedicaron a denigrar

a los tres últimos arzobispos ya fallecidos. El Diario

de Hoy y quienes piensan como él no aceptan

diferencias ni discrepancias; según su pobre

concepción de la realidad eclesial, en la Iglesia

debieran predominar la uniformidad y la conformidad con la

autoridad. El que discrepa o disiente causa división

y, por lo tanto, debiera ser aislado y sancionado.

     Esta visión autoritaria se aplica también

al ámbito nacional. Nadie debiera cuestionar el orden

neoliberal establecido, por lo tanto, nadie debiera denunciar

los graves problemas nacionales y, mucho menos, nadie debiera

criticar al gobierno. La jerarquía eclesiástica

debiera ser un apoyo incondicional al orden establecido, al

Estado y al gobierno de turno. Su única

preocupación debieran ser los asuntos espirituales o

religiosos, desentendiéndose de las personas y la

sociedad. Por eso, unos son buenos jerarcas, mientras que los

otros hacen política. El jerarca eclesiástico,

por el cargo que ocupa y prescindiendo de toda

consideración religiosa o teológica, participa

en la vida pública y, en cuanto tal, quizás muy

a su pesar, es político y hace política. Tan

político es denunciar los problemas nacionales como

silenciarlos, hablar en nombre de las mayorías

populares empobrecidas y sin voz como aparecer al lado del

gobierno o del gran capital bendiciendo obras o inaugurando

empresas. El punto no está, por lo tanto, en si se

hace o no política, sino de qué lado se

encuentra el pastor.



     En El Salvador es claro que si el jerarca

eclesiástico se coloca del lado del gobierno y del

capital, los grandes medios de comunicación lo

alabarán y aquéllos le reconocerán el

apoyo prestado, respaldándolo y dándole dinero

para hacer obras, en sí mismas, buenas. En cambio, si

el pastor se coloca del lado de la justicia, la verdad y la

paz le esperan el insulto, la persecución y tal vez el

martirio, como a Mons. Romero. Ciertamente, ni el gobierno ni

el gran capital le darán dinero para edificar grandes

obras físicas y los grandes medios de

comunicación no sólo le cerrarán sus

espacios, sino que lo atacarán. En el fondo, la

cuestión no es la política que pueda hacer un

jerarca eclesiástico, sino al lado de quién

pone el poder y el prestigio del cargo que ocupa. El

evangelio advierte que no puede ser neutral, sirviendo a dos

señores al mismo tiempo, a Dios y al dinero.

Jesús señala con claridad a sus

discípulos que deben estar del lado de los pobres, los

abandonados, los enfermos, los pecadores, los necesitados,

los que sufren. Su situación injusta e inhumana le

provocó una compasión profunda y, por eso,

ahí puso sus preferencias.



     Todo esto lo ha recordado con gran acierto el clero de

la arquidiócesis al salir en defensa de Mons. Rosa.

Hacía mucho tiempo que el clero arquidiocesano no se

pronuciaba como tal sobre un tema nacional. En lugar de

profundizar la división que, según El Diario de

Hoy era þun secreto a vocesþ, sus insidias provocaron el

efecto contrario. En lugar de separar a los dos obispos,

consiguió que el clero de la arquidiócesis

respalde a ambos y reconozca la existencia del pluralismo.



     El liderazgo obtenido defeniendo y promoviendo la

justicia, la verdad y la paz debe ser apoyado. Es un error

craso intentar marginarlo o destruirlo. El liderazgo eclesial

no debe ser objeto de celos, sino un valor que debe ser

imitado, porque contribuye a la predicación del

evangelio. El liderazgo del arzobispo que, como señala

su canciller se está configurando aún,

será mayor y se consolidará más

rápido si se apoya en el ya establecido de Mons. Rosa,

porque los liderazgos eclesiales son complementarios y no

opuestos o, al menos, así debiera ser.



     El liderazgo institucional que proviene de un

título o de un nombramiento no se convierte en

liderazgo real hasta que quien lo detenta comienza a abarcar

en el diálogo y la acción a todos aquellos que

son legítimamente diversos. La unicidad es un mal,

recuerdan los grandes pastores de la Iglesia. La unidad en la

diversidad es el único camino para ser Iglesia y

construila es una tarea de todos. A la Iglesia no le gusta la

unidad granítica de la que tanto hablan los

regímenes y las instituciones autoritarias, sino el

diálogo y el reconocimiento de las diferencias

legítimas.



     Las aclaraciones de Mons. Rosa, inteligentes, sobrias y

valientes muestran claramente que los intentos de El Diario

de Hoy por empujar a la Iglesia hacia la uniformidad ciega y

autoritaria, como la que él director del

periódico quisiera instaurar en el país, no

darán resultado. Los antecedentes de El Diario de Hoy

y su dirección son bien conocidos, sobre todo su

especialidad para crear los caldos de cultivo que llevaron al

asesinato de tantos y tan buenos religiosos y agentes de

pastoral. La Iglesia es algo más sólido que la

imaginación paranoide de un perseguidor de fantasmas.

En cualquier caso, nadie puede achacar falsedad o error a las

declaraciones de Mons. Rosa.



     Ernesto Cruz Alfaro