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Estudios Centroamericanos (ECA), No. 573-574, julio-agosto de 1996 Editorial Un manifiesto a favor del cambio La gremial más importante de la empresa privada (la Asociación Nacional de la Empresa Privada), rompiendo una larga tradición, se ha pronunciado sobre la situación del país y su futuro en un manifiesto, dirigido a la nación (Manifiesto salvadoreño. Una propuesta de los empresarios a la nación. Ver el texto en la sección de þDocumentaciónþ). Ciertamente, este sector no ha sido el único que se ha pronunciado sobre el estado del país ni sólo él ha propuesto soluciones, pero sorprende tanto el hecho mismo de manifestarse como su contenido. Poco antes, el FMLN presentó su diagnóstico y sus propuestas (ver ECA, 1996, 570, p. 387); asimismo, lo hicieron otros centros de estudios económicos y sociales -FUNDE y FUSADES- y algunos trabajadores organizados. Indudablemente, los análisis y las propuestas derivadas de éstos varían, pero no tanto como cabría esperar. Todos presentan el mismo denominador común: la preocupación ante el rumbo impreso a El Salvador por el gobierno actual. Este consenso debe ser considerado seriamente, porque si desde intereses y posturas tan diversas se coincide en que la conducción del país es equivocada, en particular la de la economía, quiere decir que, efectivamente, El Salvador necesita cambios drásticos y urgentes. El manifiesto salvadoreño de la empresa privada tiene una importancia particular porque proviene de la gremial que agrupa a uno de los sectores capitalistas más importantes del país, se dirige a la nación en lugar de hacerlo al gobierno, quiere promover una discusión amplia y abierta para construir algunos consensos básicos y parte del presupuesto de que los cambios no sólo son necesarios, sino también inevitables. En una palabra, la gran empresa privada se muestra, al menos a nivel de documento, dispuesta a innovar por el bien de El Salvador. Esto significa, por otro lado, una ruptura con las posturas irracionales y agresivas del pasado y con los enfoques centrados exclusivamente en el bienestar del sector privado empresarial. Inevitablemente, El manifiesto salvadoreño refleja el pensamiento de un sector de la empresa privada y, en este sentido, tiene las limitaciones propias de una perspectiva tan particular, pero al mismo tiempo representa un esfuerzo para pensar los problemas nacionales y sus posibles soluciones. 1. Novedades en la empresa privada La novedad más importante en la postura de la empresa privada consiste en pronunciarse a favor del pueblo salvadoreño, al cual considera como la mayor þriquezaþ del país, por su carácter emprendedor, trabajador y voluntarioso -þla gente es el gran recurso económico del siglo XXI -el capital humano-, y la nuestra, es poseedora de un extraordinario espíritu emprendedor, de una gran vocación hacia el trabajo, de una voluntad inquebrantableþ. Prueba de ello serían el éxito de los emigrantes, el reconocimiento internacional del talento y la creatividad de los estudiantes, el trabajo de þlas heroicas vendedoras en los mercadosþ y el esfuerzo de los microempresarios y de la gran empresa. Este reconocimiento público de las virtudes del pueblo salvadoreño es importante en sí mismo y, por eso, hay que tomarle la palabra a la gremial. Este planteamiento inicial del sector privado contrasta con el del gobierno, el cual tiende a considerar a la población como una fuerza de trabajo barata con un enorme potencial para ser explotado por las empresas maquiladoras. El gobierno cuenta con que podrá convertir a la mayor parte de los salvadoreños en una fuerza laboral disciplinada y barata y al país en una inmensa zona franca, lo cual atraería la inversión nacional e internacional y generaría empleo masivo, pero la pobreza no sería superada por el bajo nivel de los salarios. En cambio, la estima y la valoración que del pueblo salvadoreño hace la empresa privada la obligan a proponer un desarrollo incluyente. El manifiesto interpreta este importante elemento de la realidad nacional en términos de riqueza. En vez de lamentar la falta de recursos naturales, fija su atención en la población salvadoreña. La riqueza de El Salvador no estaría tanto en sus cinco millones de habitantes como en su potencial productivo y creador. Desde esta perspectiva, la visión de la empresa privada es bastante más amplia que la del gobierno. En consecuencia, la empresa privada propone desarrollar esas potencialidades para ponerlas a producir en beneficio de toda la sociedad. Desde lo que parece ser una conciencia nueva sobre lo que debiera ser la paz y la democracia, el manifiesto opta por una sociedad próspera y más humana. Obviamente, esta opción lleva a replantearse la organización actual de la sociedad. La empresa privada es consciente de que la prosperidad y la humanización de la sociedad no vendrán dadas, por eso las plantea como un desafío de mediano y largo plazo. El camino de las transformaciones sociales no es fácil, pero al mismo tiempo existe el convencimiento de que son inevitables, si se quiere mantener el crecimiento económico a largo plazo. Por lo tanto, la estabilidad macroeconómica ya no es considerada como criterio suficiente, precisamente, por su carácter excluyente. La paz social y la democracia integral son igualmente necesarias. La cúpula de la empresa privada sabe que el ordenamiento económico actual únicamente favorece a un reducido grupo privilegiado, del cual ha sido excluida una buena parte de los miembros de la Asociación Nacional de la Empresa Privada. Aparentemente, esta exclusión la habría sensibilizado lo suficiente como para comprender la de los otros sectores sociales, excluidos también de los beneficios del crecimiento económico. La única diferencia es que estos últimos fueron excluidos desde hace mucho tiempo. De ahí que el manifiesto considere que la prosperidad de unos cuantos privilegiados sólo es posible sacrificando la paz de la sociedad y la democracia de todos. Comprensiblemente, la empresa privada no renuncia a la prosperidad, pero propone una igualdad mayor y, además, satisfacer las necesidades básicas de las grandes mayorías y brindar oportunidades para que cada individuo pueda desarrollar su vocación - þqueremos atrevernos a soñar con un El Salvador feliz, con un país de oportunidades para todos, en el cual las necesidades básicas de las grandes mayorías estén satisfechasþ, todo ello ecológicamente sostenible. Por lo tanto, los empresarios saben lo que quieren y difícilmente se podría estar en desacuerdo con ellos. Cabe destacar que la empresa privada enfatiza que estos desafíos se deben llevar a cabo democráticamente -þdentro de un Estado democrático de derecho, en donde la aplicación de la justicia prevalezca sobre los intereses particulares, y fundamentado en valores éticosþ. El concepto de democracia es amplio, porque no sólo incluye el derecho al sufragio cuando lo establece la ley, sino que también comprende las esferas económica y social, la administración imparcial de justicia, la resolución pacífica de los conflictos - inevitables en una sociedad compleja y en un proceso de transición, cuyo destino aún es incierto- y un régimen político a cargo de unos dirigentes confiables para la sociedad. Este compromiso empresarial con la democracia pretende romper con una larga tradición de golpes de Estado, impulsados, precisamente, para evitar la introducción de cambios democráticos. No hay que olvidar que el capital salvadoreño es responsable, en buena medida, de la dictadura militar que impidió el desarrollo económico y la democratización de la sociedad a lo largo del siglo que está por concluir. Otra novedad que cabe destacar es el atrevimiento de los empresarios a considerar a los intelectuales, después de décadas de desprecio mutuo, como elementos fundamentales del proceso, ya que su saber es indispensable para orientar la dirección del cambio social. Más aún, los empresarios los consideran como interlocutores válidos y necesarios -þle ofrecemos a la intelectualidad salvadoreña que volvamos a coincidir en la importancia vital de la democracia, pidiéndole que trabaje en una teoría de la transición a la democracia...þ. Se trata de una petición de valor singular, ya que abre las puertas a un sector social importante, hasta ahora considerado resentido y proclive al socialismo, al comunismo y al þizquierdismoþ en general. Los intelectuales, por su parte, debieran aceptar esta invitación que, en realidad, es un desafío, porque implica abandonar prejuicios, fundados e infundados, y comprometerse activamente con la transformación del país. La proposición compromete también a los empresarios, quienes desde ya pueden esforzarse para conocer y discutir el pensamiento generado en los centros académicos del país, puesto que no se parte de cero. En efecto, ya se ha escrito bastante sobre la transición, sus dificultades y sus peligros. Ciertamente, en esta universidad y en sus publicaciones se puede encontrar abundante bibliografía sobre el tema. Faltaría, pues, la apertura indispensable para hacer realidad el encuentro. A decir verdad, éste pudo haber tenido lugar desde hace mucho tiempo. Si la coincidencia en las metas es relativamente fácil, otra cosa son las medidas de mediano y largo plazo que habrá que impulsar para alcanzarlas. Por eso, a muchos les puede parecer que la postura de la empresa privada es idealista; mientras que otros la ven con escepticismo. No hay que olvidar, sin embargo, que uno de los valores intrínsecos del manifiesto consiste en recoger y asumir la gran reivindicación por la que tantos salvadoreños han luchado y entregado su vida. La empresa privada es consciente de alguna manera de estos recelos y, probablemente, por eso considera que su intento es audaz. Frente a la supuesta inevitabilidad económica defendida por el neoliberalismo, la empresa privada salvadoreña se atreve a soñar con un país económica y socialmente más equitativo. A quienes les resulta extraño soñar, conviene recordarles que sólo soñando se puede proyectar el futuro. Las alternativas únicamente se encuentran proyectando hacia adelante desde el presente que se quiere superar. El sueño de la empresa privada no sólo es inconformidad con la realidad presente, sino que, además, es recuperación de la utopía que dinamiza los procesos históricos transformadores. Ciertamente, se necesita audacia para pensar en una utopía de bienestar social en estos tiempos de desencanto neoliberal, pero sobre todo para luchar por ella. La extrañeza que pueda causar que los empresarios salvadoreños se vuelvan utópicos no debiera representar un obstáculo para animarlos a asumir plenamente las consecuencia de su opción. Para El Salvador es sumamente importante que la empresa privada ponga la satisfacción de las necesidades básicas de la mayoría de la población entre sus prioridades y muestre deseos para comprometerse con la búsqueda de alternativas al modelo neoliberal vigente. No obstante lo anterior, siempre queda la duda sobre la consistencia del compromiso de la empresa privada con el cambio. Asimismo, cabe preguntarse si el manifiesto responde a una apertura de la mayoría de los grupos aglutinados en la Asociación Nacional de la Empresa Privada o si refleja únicamente la postura de su cúpula y de unos cuantos agremiados más. Las circunstancias que rodean la publicación del manifiesto no pueden ser pasadas por alto. ¨Hasta dónde son genuinas sus motivaciones o éstas obedecen más bien a la recesión que experimenta la economía salvadoreña? Es decir, si la recesión cediera y tuviera acceso a una porción más grande de una recuperación hipotética, ¨mantendría la empresa privada las tesis fundamentales de su pronunciamiento? Una de las ausencias más llamativas en esta iniciativa es la del sector bancario y financiero el cual, naturalmente, no está interesado en alterar una política económica que le permite concentrar el poder económico. Esta ausencia arroja nuevas dudas sobre las posibilidades de éxito del planteamiento de la Asociación Nacional de la Empresa Privada, puesto que difícilmente se puede prescindir del sector económicamente más poderoso del país en un proceso de cambio democrático. Al menos habría que contar con su indiferencia, si no con su oposición. Así, pues, existen razones suficientes como para recelar sobre la disposición de una empresa privada que hasta ahora ha sido más bien conservadora y poco democrática, para asumir los riesgos implícitos de una innovación transformadora como la propuesta. No obstante todo lo anterior, el manifiesto puede interpretarse como un compromiso público del cual se le pueden pedir cuentas en el futuro mediato y siempre queda la posibilidad de que el egoísmo que pueda haber en sus motivaciones sea reemplazado por el compromiso con el bien común. 2. Las inconsistencias, los puntos débiles y las falacias Señaladas las novedades del manifiesto, es obligado discutir sus inconsistencias, sus puntos débiles y sus falacias. En buena medida, éstas se explican por falta claridad a la hora de proponer los pasos que habría que dar para alcanzar las metas planteadas. No obstante estas limitaciones, el documento tiene la enorme ventaja de no considerarse un texto terminado, sino abierto a la discusión. En este sentido, es un buen punto de partida para aceptar la invitación hecha a la sociedad y en particular a la intelectualidad. En este contexto se sitúan las observaciones siguientes. Desde una visión integral de la realidad humana, cabe destacar que el lenguaje y la mentalidad del manifiesto son excesivamente economicistas. Choca en particular que la persona y la sociedad sean tratadas como factores o medios de producción o de intercambio. Quizás esto era inevitable, viniendo de la empresa privada; pero en el futuro, este enfoque tan parcial debiera ser superado, puesto que, precisamente, aquélla quiere abrirse a las dimensiones social y política de la realidad. La empresa privada debe hacer un gran esfuerzo para humanizarse, pues sólo así podrá llegar a adquirir la sensibilidad mínima indispensable para percibir y entender los problemas sociales y, por consiguiente, para plantear soluciones verdaderas. Desde la perspectiva económica, una de las afirmaciones más cuestionables del manifiesto es que pareciera sostener la tesis del rebalse -þpor lo general, los despegues económicos requieren de concentración del ingreso y continuidad de las medidas por tiempo prolongado, a pesar de los costos sociales que provoquen, ya que sólo a largo plazo se cosechan los frutos del esfuerzoþ. Las sobras nunca son suficientes para satisfacer unas demandas sociales básicas postergadas durante mucho tiempo, y, además, en expansión. Sería contradictorio reconocer la satisfacción de las necesidades básicas como una prioridad y al mismo tiempo pedir a la población que siga esperando, aunque la misma empresa privada tiene conciencia de esto cuando inmediatamente después afirma que þlas expectativas de nuestra gente nos exigen plazos mucho más apretados de tiempoþ. Igualmente cuestionable es proponer el ahorro interno como el instrumento idóneo para promover el crecimiento económico. Es dicutible que el ahorro interno estimule la inversión privada y que ésta, a su vez, genere crecimiento, empleo y ahorro, lo cual reiniciaría el ciclo. Esta propuesta de origen cepalino es poco novedosa y débil. Presupone que, habiendo ahorro interno, el desarrollo económico es lineal. De todas maneras, si este fuera el caso, para promover el ahorro necesario para poder iniciar el ciclo habría que alterar radicalmente el modelo vigente, afectando intereses poderosos, pues dos terceras partes de la población, precisamente, aquella que tanto admira el manifiesto, no tiene capacidad para ahorrar, porque sus ingresos son tan magros que ni siquiera tienen acceso a la canasta básica. Por consiguiente, si no se estimula la producción, se genera empleo y se suben los salarios sustancialemente, el ahorro sólo puede provenir de los sectores de mayores ingresos -pero éste, al cual pertenecen los autores y promotores del manifiesto, aún no da señales de estar dispuesto a participar plenamente en este proceso. El ahorro interno podría ser promovido también colocando en la bolsa de valores una cantidad importante de las acciones de las empresas y ofreciéndoselas a sus empleados a precio y en condiciones favorables. Algunas de las medidas económicas propuestas, en lugar de erradicar la pobreza, contribuirían a aumentarla. La creación de puestos de trabajos con salarios bajos que la Asociación Nacional de la Empresa Privada ve como necesaria para participar competitivamente en la globalización de la economía impide el ahorro interno y la disminución de la pobreza. Por otro lado, la pretendida þresponsabilidad fiscalþ por sí sola, con todo y lo que pueda llegar a representar en el monto de los ingresos estatales, no permitiría modificar la política social actual y, por ende, el gasto social seguirá siendo insuficiente para satisfacer las necesidades básicas de las mayorías populares. Desde esta perspectiva, la propuesta social del manifiesto es inviable. La competitividad, elemento clave para insertarse exitosamente en el mercado mundial, implica empleo, pero también salarios bajos. Por eso, el manifiesto celebra con entusiasmo el þéxito de las maquilasþ, obviando las intensas jornadas de trabajo prolongado, cuyo desgaste obliga a rotar aceleradamente el personal, principalmente femenino, el poco nivel educativo requerido y el salario bajo, insuficiente para adquirir los bienes básicos. Todo ello es contrario al ahorro interno e impide satisfacer las necesidades básicas de la población así como el desarrollo de sus capacidades. La disponibilidad de la empresa privada para impulsar cambios sociales transcendentales debiera mostrarse también en su actitud ante el sector laboral. Ya se han desaprovechado dos oportunidades importantes -el foro de concertación económico social, derivado de los acuerdos de paz, y el consejo superior del trabajo, establecido a raíz de las reformas al Código de Trabajo- para comenzar a resolver los conflictos laborales por medio del diálogo así como también para discutir los problemas nacionales. La þalianza permanente entre los empleados y los empleadoresþ, orientada a impulsar la producción y a resolver las diferencias pacíficamente, que el sector privado propone exige modificar las relaciones de producción de tal manera que la satisfacción de las necesidades básicas de los trabajadores esté garantizada. Esto lleva, inevitablemente, a revisar el papel de la maquila y de otras actividades productivas en la economía nacional. En este contexto de alianza, los empresarios deben preguntarse seriamente qué ofrecen a los trabajadores. El manifiesto parece pedir aumento de la productividad sin aumentar salarios y sin conflictos laborales a cambio de un futuro promisorio. La oferta no contiene ninguna novedad, es lo que siempre ha pedido el sector privado y es, precisamente, lo que le ha permitido explotar el presente a cambio de un futuro de bienestar social prácticamente inalcanzable. Esto lleva a otro problema tratado insuficientemente por la empresa privada, el papel de la educación. El gobierno y la empresa privada piensan que el salvadoreño promedio debe ser educado para potenciar la productividad del país, pero por esto último entienden la producción de las maquiladoras. Hay que reconocer, sin embargo, que, en este punto, la empresa privada no es tan clara como el gobierno, aunque tiende a asumir la tesis gubernamental acríticamente, dejándose llevar por la ideología neoliberal tan de moda, aparte de los posibles perjuicios de clase, subyacentes en esta postura. El presupuesto básico es que con una mano de obra productiva y barata -þel gran recurso económicoþ por su abundancia y valor-, El Salvador podría llegar a convertirse en una gran zona franca, especialmente atractiva para maquilar, una actividad considerada de þvital importanciaþ para entrar en þla nueva corriente económica de la globalización como ciudadanos del primer mundoþ. Dado que siempre habría þalguien dispuesto a ofrecer el mismo producto o servicio, a un menor precio y con mejor calidadþ, la mano de obra salvadoreña debiera ser no sólo una de las mejor educadas técnicamente, sino también una de las más baratas. Así, pues, los empresarios parecen pedir mano de obra calificada -por el gobierno, claro está- y de bajo costo. El imperativo de la competencia implicaría sacrificar a la mayoría de la población económicamente activa, pero eso significaría también renunciar a la equidad social que se desea alcanzar. El desarrollo no se consigue con la mera mecanización del trabajo. Que las condiciones actuales de la competencia mundial así lo exijan en la actualidad no significa que así deba ser y, ciertamente, no es lo más beneficioso para las mayorías populares. En consecuencia, la educación es concebida en términos casi exclusivamente técnicos, orientada a cualificar a aquellos trabajadores que la actividad maquiladora demanda, pero nada más. En este contexto, la educación no buscaría potenciar la creatividad y la innovación, lo cual, por otro lado, contradice el sueño de invenciones científicas y reconocimientos internacionales de la empresa privada (ver þEspejos paralelosþ). Es lamentable que el manifiesto no haya recogido los retos de la reforma educativa en marcha, al menos en cuanto a ampliar la cobertura y mejorar sustancialmente la calidad de la educación. El ciudadano educado sabría operar con gran precisión mecánica, pero sin poder pensar ni crear. Por eso, la educación superior es menospreciada, olvidando que El Salvador necesita muchos buenos profesionales en todas las disciplinas del saber para poder superar el subdesarrollo y la marginación. El tratamiento dado a la crisis ecológica, provocada por el desarrollo impulsado hasta ahora, es pobre. El Salvador es el segundo país del continente más depredado ecológicamente después de Haití. La empresa privada es consciente de la crisis, pero se muestra renuente a asumir su propia responsabilidad, que no es poca. En lugar de ello, señala el consumo energético de leña, la contaminación del agua superficial, la no recolección de los residuos sólidos en las ciudades y la erosión de los suelos, lo cual está intrínsecamente relacionado con la pobreza, es decir, con la ausencia de alternativas y con la irresponsabilidad de la industria. Para poder sobrevivir, la población se ve empujada a depredar la naturaleza; pero la industria, para bajar sus costos de producción, contamina. No obstante ser uno de los sectores que más ha contribuido a la contaminación del medio ambiente, la empresa privada pide incentivos para no contaminar en lugar de imponer sanciones. Indudablemente, los antiguos países socialistas no se preocuparon por la preservación y mejora del medio ambiente, pero los países capitalistas tampoco han sido un ejemplo. Al menos, en El Salvador siempre ha habido capitalismo y el deterioro de su medio ambiente y de sus recursos naturales no es menor que el que pueda experimentar un antiguo país socialista de dimensiones similares. En realidad, sirve de muy poco que Estados Unidos tenga algunas soluciones técnicas para evitar la degradación y recuperar el medio ambiente si no tiene la disposición para implementarlas. Una de las dificultades del manifiesto es que no ha podido superar la ideología anticomunista de la guerra fría. Estos resabios anticomunistas, constatables en varias secciones del texto, le restan objetividad. La empresa privada es consciente de que el desarrollo nacional puede verse limitado seriamente por la depredación de los recursos naturales y el deterioro del medio ambiente y aduce como prueba el empeoramiento evidente de la salud de la población salvadoreña. Pero su postura es ambigua, porque al mencionar casos (Hong Kong y Singapur) donde la limitación de los recursos naturales no frenó el crecimiento económico, afirma, de hecho, que la naturaleza no representa ningún límite para el desarrollo. Por lo tanto, falta reconocer claramente que las posibilidades del desarrollo están íntimamente vinculadas al uso racional de los recursos naturales y a la protección del medio ambiente. Políticamente, la empresa privada insiste en que los cambios deben darse de manera democrática. Sin embargo, la democracia no se agota en los pocos aspectos, sin duda importantes, señalados por el manifiesto. La participación política de la ciudadanía no debe ser dejada de lado ni tampoco debe ser reducida al ejercicio periódico del sufragio, sino que debe transformarse en formas participativas más amplias en lo social, lo económico y lo político -tal como el mismo manifiesto lo apunta, aunque sin profundizar. Ahora bien, los estudios científicos comprueban que no se puede esperar una participación masiva de la población en el quehacer nacional cuando ésta consume sus energías luchando por sobrevivir y cuando esa lucha la obliga a prácticas reñidas con la legalidad y la solidaridad. No hay democracia política sin democracia social y para alcanzarla no basta con un crecimiento económico satisfactorio para un reducido grupo empresarial, para el gobierno o para los organismos internacionales, sino que, además, es necesario establecer mecanismos que redistribuyan la riqueza de una forma más equitativa. No obstante el compromiso firme con la democracia, para poder avanzar es importante que la empresa privada dé un paso más y se comprometa -con la misma audacia con la que hace sus propuestas-, señalando a aquellas instituciones, grupos o personas cuyo poder entorpece la democratización de El Salvador. El compromiso de la empresa privada con la democratización es transcendental para identificar y aislar a estos núcleos de poder antidemocrático y para presionar por los cambios. La preeminencia del derecho, los consensos mínimos necesarios y la conformación de una clase política confiable, con todo y ser aspiraciones legítimas, no serán realidad mientras existan grupos con el poder suficiente para impedirlo. La Asociación Nacional de la Empresa Privada no puede obviar este paso crucial, donde se pone en cuestión su credibilidad y su capacidad para la audacia. La gremial debiera utilizar su poder y prestigio para obligar a estos grupos a someterse a la ley. Es muy discutible que la consolidación de la democracia requiera necesariamente de una economía de mercado. La experiencia latinoamericana demuestra que puede haber economía de mercado sin democracia e incluso puede coexistir con regímenes contrarios a ella. Democracia y mercado no son realidades inseparables, por más que la ideología neoliberal las haya unido. De igual manera, asumir que la economía de mercado, por sí misma, garantiza el bienestar de los sectores populares es pecar de ingenuidad. El crecimiento económico no se traduce automáticamente en bienestar social, tal como lo muestra la experiencia salvadoreña. Entre ambos debe haber una mediación política y estatal que haga factible dicho bienestar. En el fondo, la empresa privada confunde democracia con capitalismo. La disminución del Estado a su mínima expresión no resolverá los problemas más graves del país, tal como sostienen los promotores del neoliberalismo y como también parece sostenerlo la empresa privada. En un país pobre y complejo como El Salvador, el Estado es indispensable para promover el desarrollo económico y social. El Estado pequeño, en sí mismo, no es garantía de eficiencia, aparte de que El Salvador ya posee, de hecho, uno de los estados más pequeños de América Latina. De la misma manera que el Estado debiera dejar de ser un þrefugio de compromisos políticosþ, lo cual está relacionado con la concepción que la clase política tiene del poder, debiera trabajarse intensamente para construir una cultura del servicio público. Cediendo otra vez a la moda de la ideología neoliberal, el manifiesto muestra una concepción negativa del Estado, al que caracteriza por su ineficiencia y desconocimiento de las necesidades ciudadanas y, por lo tanto, concluye, þdebe regresar a su lugar y tomar el rol subsidiario que le correspondeþ. Sin embargo, el documento no define cuál deba ser el papel del Estado. Peor aún, presenta inconsistencias que revelan falta de claridad en un punto fundamental. Por un lado, le asigna una función subsidiaria, pero, por el otro, le pide sustituir a la empresa privada, þbuscando activamente las inversiones extranjeras y formando un equipo de negociación de primer ordenþ. Esta contradicción es típica de la empresa privada que, cuando le conviene, reclama la intervención o la protección estatal, pero las rechaza cuando ambas están orientadas a promover los intereses de las mayorías populares. Para no ir más lejos, el manifiesto exige que la autoridad monetaria sea independiente de los vaivenes gubernamentales, pero no especifica si tal independencia excluye también los intereses de los grandes capitales para poder estar única y exclusivamente al servicio de los del país como un todo. Hay una serie de temas que el manifiesto simplemente menciona rápidamente, sin profundizar, o los deja pasar en silencio: considera la globalización como un beneficio, sin caer en la cuenta de sus ambigüedades y peligros; aunque muestra cierta reserva ante la privatización, la presenta como un elemento muy importante para resolver los problemas económicos actuales, pasando por alto que algunas actividades no debieran ser privatizadas, precisamente, para garantizar la política social; la integración regional -un factor clave para el desarrollo nacional-, la reconversión industrial -postergada indefinidamente-, los márgenes de comercialización y beneficio - escandalosamente amplios-, el desarrollo agropecuario, la no competitividad del sector privado, la reforma tributaria y la redistribución de la riqueza, entre otros temas importantes, no son tratados por el manifiesto. En la empresa privada parece existir conciencia sobre la complejidad de los desafíos y, por consiguiente, sobre la necesidad de sacrificarse para poder asumirlos exitosamente. Sin embargo, el sector privado no muestra la disposición necesaria para comenzar a asumir la parte que le corresponde, que no es poca, tal como se deduce de lo dicho hasta ahora, sino que más bien tiende a pedir a otros sectores sociales que se sacrifiquen por el bien del país. La reconstrucción de Europa después de la segunda guerra mundial, citada en el documento como ejemplo de esfuerzo y sacrificio, fue posible, en buena medida, gracias a las políticas de austeridad, léase racionamiento. Si el elevado gasto del sector público es un problema grave, también hay que recordar que el sector privado derrocha muchísima riqueza. No hay que olvidar que el pueblo salvadoreño es el que más sacrificios ha hecho durante la mayor parte de su historia. Por lo tanto, para empezar a ser equitativos, quienes menos se han esforzado hasta ahora debieran demostrar la seriedad de su compromiso, promoviendo los cambios sociales necesarios. Dicho de otra manera, el éxito del manifiesto depende de la conversión de la empresa privada al bien común. Otra afirmación peligrosa del manifiesto es el individualismo exacerbado. Al exaltar las virtudes salvadoreñas, enfatiza el individualismo como fuente de todas las bondades en contraposición al Estado, origen de todas las maldades. Aparte de ser un planteamiento maniqueísta y simple, olvida que cualquier éxito individual sólo es posible por la presencia activa de los demás. En realidad, el manifiesto tampoco tiene mucha claridad sobre la relación entre el individuo y la sociedad. La ideología liberal lo lleva a enfatizar sin matices el individualismo, pero cuando cae en la cuenta de los demás, no le queda más remedio que reconocer tímidamente su existencia. Este es otro campo donde el aporte de los intelectuales puede ayudar a los empresarios a clarificar realidades humanas importantes. Finalmente, hay que llamar la atención sobre la tentación de la empresa privada a imitar al primer mundo. Alcanzar su nivel de vida y derroche no es una þaspiración razonableþ, tal como lo sostiene el manifiesto con toda ingenuidad, por la sencilla razón de que no existen los recursos materiales necesarios y porque tal estilo de desarrollo es depredador del medio ambiente. Desde esta perspectiva, la utopía no sólo está mal planteada, sino que, además, aunque fuese deseable, no es posible. Contrario a lo que afirma el manifiesto, las realidades de finales de siglo no nos están proporcionando posibilidades reales para dar semejante þsaltoþ. Prueba suficiente de ello son las dificultades que experimentan las exportaciones salvadoreñas en el primer mundo, que mientras exije libertad de comercio a los demás, proteje sus mercados o el impacto devastador que la agricultura subsidiada del primer mundo tiene en la del mundo subdesarrollado, donde se niegan la protección y el subsidio por igual. Todo esto sin desconocer, claro está, que hay que contar con el primer mundo porque ahí se encuentran los mercados más importantes para las exportaciones del sur y por su monopolio de la tecnología. Además, humana y cristianamente no es deseable conformar nuestra sociedad según los patrones del primer mundo donde, en medio de la abundancia, predominan la deshumanización, el egoísmo y el sin sentido de la vida. Parte del desafío que enfrenta el país consiste en construir una sociedad salvadoreña y centroamericana más humana y solidaria. 3. Una nueva oportunidad para discutir el futuro No obstante estas limitaciones, en las cuales hemos abundado para señalar los puntos de una posible agenda, el paso dado por la empresa privada es importante, pues abre un espacio nuevo cuando otros parecen cerrarse. El manifiesto rescata, aunque sin la profundidad y el sentido crítico que serían de desear, aspectos claves para la construcción de un orden democrático. En este sentido, es notable que este importante sector empresarial se haya atrevido a someter a debate público su propuesta de lo que debiera ser una agenda nacional. Si esta nueva oportunidad sabe aprovecharse para repensar los fundamentos del país, El Salvador podría avanzar con pie firme por el camino de la paz y la democracia en busca de la justicia social. Si bien el manifiesto presenta muchas carencias y enfatiza precisamente aquello que sobra -la elevada disponibilidad laboral, los salarios bajos y la poca calidad de la educación- apunta en una dirección con la cual muy difícilmente se puede estar en desacuerdo. Por eso mismo, cabe recoger el reto planteado por la Asociación Nacional de la Empresa Privada, pero cuestionando la inconsistencia, la superficialidad y la contradicción de las medidas propuestas. Ahora bien, lo que más se echa en falta es la definición del desarrollo económico y social. Sociedades como la salvadoreña enfrentan dos grandes desafíos: la miseria, estrechamente vinculada al desempleo, el subempleo y los salarios bajos, y la crisis ecológica. El crecimiento económico fundamentado en tecnología intensiva no necesariamente genera empleo ni eleva el nivel de vida, porque los salarios siempre son bajos. Por otro lado, continuar impulsando el crecimiento sólo a partir del mercado a lo único a lo que nos llevará es a más miseria y a la destrucción ecológica completa. Es claro, entonces, que El Salvador necesita una alternativa de desarrollo, cuyas características aún no han sido definidas. Los principios de tal alternativa son el crecimiento económico, la paz y la justicia social, y la democracia. El rechazo del modelo actual y la ausencia de una propuesta concreta obligan a una búsqueda intensa, en la cual debierámos participar todos, porque todos estamos implicados. La cuestión crucial es el tipo de desarrollo que queremos. La coyuntura es propicia para iniciar esta búsqueda. Mientras el gobierno impone un modelo de corte neoliberal, que responde a los intereses del capital transnacional bajo el auspicio de los organismos internacionales, la sociedad salvadoreña se muestra deseosa por introducir cambios transcendentales en su estructura. Nunca antes habían aparecido tantas propuestas de cambio social como ahora. Los sectores que las proponen se muestran dispuestos a dialogar y discutir sobre ellas. Sólo el gobierno se empecina en su propio modelo. Pareciera, pues, que la coyuntura es propicia para abrir un foro donde puedan ser discutidas estas propuestas y del cual pudiera salir un consenso mínimo de transformaciones sociales, orientadas al bien común. El manifiesto salvadoreño, por lo tanto, es una de tantas propuestas; muy importante por cierto, pero no única. Es decir, la discusión nacional no debiera centrarse en ella ni en un determinado sector. El foro debiera ser abierto y amplio para dar cabida a todas las propuestas y a todos los sectores. A toda costa se deben evitar dos peligros, el privilegiar una determinada propuesta y el considerar como interlocutor autorizado a la clase política. Los primero es obvio por la serie de propuestas colocadas sobre la mesa; lo segundo, porque, de momento, los políticos no son los representantes más genuinos de los intereses de la ciudadanía. Si estas iniciativas prosperan, la sociedad podrá decir su propia palabra y la clase política deberá escuchar atentamente y acomodar sus prácticas a los deseos de la población. San Salvador, 24 de agosto de 1996.