UCA

Universidad Centroamericana José Simeón Cañas



Revista ECA

© 1996 UCA Editores



Estudios Centroamericanos (ECA), No. 573-574, julio-agosto de

1996



Editorial



Un manifiesto a favor del cambio





     La gremial más importante de la empresa privada

(la Asociación Nacional de la Empresa Privada),

rompiendo una larga tradición, se ha pronunciado sobre

la situación del país y su futuro en un

manifiesto, dirigido a la nación (Manifiesto

salvadoreño. Una propuesta de los empresarios a la

nación. Ver el texto en la sección de

þDocumentaciónþ). Ciertamente, este sector no ha sido

el único que se ha pronunciado sobre el estado del

país ni sólo él ha propuesto soluciones,

pero sorprende tanto el hecho mismo de manifestarse como su

contenido. Poco antes, el FMLN presentó su

diagnóstico y sus propuestas (ver ECA, 1996, 570, p.

387); asimismo, lo hicieron otros centros de estudios

económicos y sociales -FUNDE y FUSADES- y algunos

trabajadores organizados.



     Indudablemente, los análisis y las propuestas

derivadas de éstos varían, pero no tanto como

cabría esperar. Todos presentan el mismo denominador

común: la preocupación ante el rumbo impreso a

El Salvador por el gobierno actual. Este consenso debe ser

considerado seriamente, porque si desde intereses y posturas

tan diversas se coincide en que la conducción del

país es equivocada, en particular la de la

economía, quiere decir que, efectivamente, El Salvador

necesita cambios drásticos y urgentes.



     El manifiesto salvadoreño de la empresa privada

tiene una importancia particular porque proviene de la

gremial que agrupa a uno de los sectores capitalistas

más importantes del país, se dirige a la

nación en lugar de hacerlo al gobierno, quiere

promover una discusión amplia y abierta para construir

algunos consensos básicos y parte del presupuesto de

que los cambios no sólo son necesarios, sino

también inevitables. En una palabra, la gran empresa

privada se muestra, al menos a nivel de documento, dispuesta

a innovar por el bien de El Salvador. Esto significa, por

otro lado, una ruptura con las posturas irracionales y

agresivas del pasado y con los enfoques centrados

exclusivamente en el bienestar del sector privado

empresarial.



     Inevitablemente, El manifiesto salvadoreño

refleja el pensamiento de un sector de la empresa privada y,

en este sentido, tiene las limitaciones propias de una

perspectiva tan particular, pero al mismo tiempo representa

un esfuerzo para pensar los problemas nacionales y sus

posibles soluciones.



1. Novedades en la empresa privada



     La novedad más importante en la postura de la

empresa privada consiste en pronunciarse a favor del pueblo

salvadoreño, al cual considera como la mayor þriquezaþ

del país, por su carácter emprendedor,

trabajador y voluntarioso -þla gente es el gran recurso

económico del siglo XXI -el capital humano-, y la

nuestra, es poseedora de un extraordinario espíritu

emprendedor, de una gran vocación hacia el trabajo, de

una voluntad inquebrantableþ. Prueba de ello serían el

éxito de los emigrantes, el reconocimiento

internacional del talento y la creatividad de los

estudiantes, el trabajo de þlas heroicas vendedoras en los

mercadosþ y el esfuerzo de los microempresarios y de la gran

empresa. Este reconocimiento público de las virtudes

del pueblo salvadoreño es importante en sí

mismo y, por eso, hay que tomarle la palabra a la gremial.







     Este planteamiento inicial del sector privado contrasta

con el del gobierno, el cual tiende a considerar a la

población como una fuerza de trabajo barata con un

enorme potencial para ser explotado por las empresas

maquiladoras. El gobierno cuenta con que podrá

convertir a la mayor parte de los salvadoreños en una

fuerza laboral disciplinada y barata y al país en una

inmensa zona franca, lo cual atraería la

inversión nacional e internacional y generaría

empleo masivo, pero la pobreza no sería superada por

el bajo nivel de los salarios.



     En cambio, la estima y la valoración que del

pueblo salvadoreño hace la empresa privada la obligan

a proponer un desarrollo incluyente. El manifiesto interpreta

este importante elemento de la realidad nacional en

términos de riqueza. En vez de lamentar la falta de

recursos naturales, fija su atención en la

población salvadoreña. La riqueza de El

Salvador no estaría tanto en sus cinco millones de

habitantes como en su potencial productivo y creador. Desde

esta perspectiva, la visión de la empresa privada es

bastante más amplia que la del gobierno. En

consecuencia, la empresa privada propone desarrollar esas

potencialidades para ponerlas a producir en beneficio de toda

la sociedad. Desde lo que parece ser una conciencia nueva

sobre lo que debiera ser la paz y la democracia, el

manifiesto opta por una sociedad próspera y más

humana.



     Obviamente, esta opción lleva a replantearse la

organización actual de la sociedad. La empresa privada

es consciente de que la prosperidad y la humanización

de la sociedad no vendrán dadas, por eso las plantea

como un desafío de mediano y largo plazo. El camino de

las transformaciones sociales no es fácil, pero al

mismo tiempo existe el convencimiento de que son inevitables,

si se quiere mantener el crecimiento económico a largo

plazo. Por lo tanto, la estabilidad macroeconómica ya

no es considerada como criterio suficiente, precisamente, por

su carácter excluyente. La paz social y la democracia

integral son igualmente necesarias.



     La cúpula de la empresa privada sabe que el

ordenamiento económico actual únicamente

favorece a un reducido grupo privilegiado, del cual ha sido

excluida una buena parte de los miembros de la

Asociación Nacional de la Empresa Privada.

Aparentemente, esta exclusión la habría

sensibilizado lo suficiente como para comprender la de los

otros sectores sociales, excluidos también de los

beneficios del crecimiento económico. La única

diferencia es que estos últimos fueron excluidos desde

hace mucho tiempo. De ahí que el manifiesto considere

que la prosperidad de unos cuantos privilegiados sólo

es posible sacrificando la paz de la sociedad y la democracia

de todos.



     Comprensiblemente, la empresa privada no renuncia a la

prosperidad, pero propone una igualdad mayor y,

además, satisfacer las necesidades básicas de

las grandes mayorías y brindar oportunidades para que

cada individuo pueda desarrollar su vocación -

þqueremos atrevernos a soñar con un El Salvador feliz,

con un país de oportunidades para todos, en el cual

las necesidades básicas de las grandes mayorías

estén satisfechasþ, todo ello ecológicamente

sostenible. Por lo tanto, los empresarios saben lo que

quieren y difícilmente se podría estar en

desacuerdo con ellos.







     Cabe destacar que la empresa privada enfatiza que estos

desafíos se deben llevar a cabo

democráticamente -þdentro de un Estado

democrático de derecho, en donde la aplicación

de la justicia prevalezca sobre los intereses particulares,

y fundamentado en valores éticosþ. El concepto de

democracia es amplio, porque no sólo incluye el

derecho al sufragio cuando lo establece la ley, sino que

también comprende las esferas económica y

social, la administración imparcial de justicia, la

resolución pacífica de los conflictos -

inevitables en una sociedad compleja y en un proceso de

transición, cuyo destino aún es incierto- y un

régimen político a cargo de unos dirigentes

confiables para la sociedad. Este compromiso empresarial con

la democracia pretende romper con una larga tradición

de golpes de Estado, impulsados, precisamente, para evitar la

introducción de cambios democráticos. No hay

que olvidar que el capital salvadoreño es responsable,

en buena medida, de la dictadura militar que impidió

el desarrollo económico y la democratización de

la sociedad a lo largo del siglo que está por

concluir.



     Otra novedad que cabe destacar es el atrevimiento de los

empresarios a considerar a los intelectuales, después

de décadas de desprecio mutuo, como elementos

fundamentales del proceso, ya que su saber es indispensable

para orientar la dirección del cambio social.

Más aún, los empresarios los consideran como

interlocutores válidos y necesarios -þle ofrecemos a

la intelectualidad salvadoreña que volvamos a

coincidir en la importancia vital de la democracia,

pidiéndole que trabaje en una teoría de la

transición a la democracia...þ. Se trata de una

petición de valor singular, ya que abre las puertas a

un sector social importante, hasta ahora considerado

resentido y proclive al socialismo, al comunismo y al

þizquierdismoþ en general. Los intelectuales, por su parte,

debieran aceptar esta invitación que, en realidad, es

un desafío, porque implica abandonar prejuicios,

fundados e infundados, y comprometerse activamente con la

transformación del país. 



     La proposición compromete también a los

empresarios, quienes desde ya pueden esforzarse para conocer

y discutir el pensamiento generado en los centros

académicos del país, puesto que no se parte de

cero. En efecto, ya se ha escrito bastante sobre la

transición, sus dificultades y sus peligros.

Ciertamente, en esta universidad y en sus publicaciones se

puede encontrar abundante bibliografía sobre el tema.

Faltaría, pues, la apertura indispensable para hacer

realidad el encuentro. A decir verdad, éste pudo haber

tenido lugar desde hace mucho tiempo.



     Si la coincidencia en las metas es relativamente

fácil, otra cosa son las medidas de mediano y largo

plazo que habrá que impulsar para alcanzarlas. Por

eso, a muchos les puede parecer que la postura de la empresa

privada es idealista; mientras que otros la ven con

escepticismo. No hay que olvidar, sin embargo, que uno de los

valores intrínsecos del manifiesto consiste en recoger

y asumir la gran reivindicación por la que tantos

salvadoreños han luchado y entregado su vida. La

empresa privada es consciente de alguna manera de estos

recelos y, probablemente, por eso considera que su intento es

audaz. Frente a la supuesta inevitabilidad económica

defendida por el neoliberalismo, la empresa privada

salvadoreña se atreve a soñar con un

país económica y socialmente más

equitativo.



     A quienes les resulta extraño soñar,

conviene recordarles que sólo soñando se puede

proyectar el futuro. Las alternativas únicamente se

encuentran proyectando hacia adelante desde el presente que

se quiere superar. El sueño de la empresa privada no

sólo es inconformidad con la realidad presente, sino

que, además, es recuperación de la

utopía que dinamiza los procesos históricos

transformadores. Ciertamente, se necesita audacia para pensar

en una utopía de bienestar social en estos tiempos de

desencanto neoliberal, pero sobre todo para luchar por ella.

La extrañeza que pueda causar que los empresarios

salvadoreños se vuelvan utópicos no debiera

representar un obstáculo para animarlos a asumir

plenamente las consecuencia de su opción. Para El

Salvador es sumamente importante que la empresa privada ponga

la satisfacción de las necesidades básicas de

la mayoría de la población entre sus

prioridades y muestre deseos para comprometerse con la

búsqueda de alternativas al modelo neoliberal vigente.



     No obstante lo anterior, siempre queda la duda sobre la

consistencia del compromiso de la empresa privada con el

cambio. Asimismo, cabe preguntarse si el manifiesto responde

a una apertura de la mayoría de los grupos aglutinados

en la Asociación Nacional de la Empresa Privada o si

refleja únicamente la postura de su cúpula y de

unos cuantos agremiados más. Las circunstancias que

rodean la publicación del manifiesto no pueden ser

pasadas por alto. ¨Hasta dónde son genuinas sus

motivaciones o éstas obedecen más bien a la

recesión que experimenta la economía

salvadoreña? Es decir, si la recesión cediera

y tuviera acceso a una porción más grande de

una recuperación hipotética, ¨mantendría

la empresa privada las tesis fundamentales de su

pronunciamiento?







     Una de las ausencias más llamativas en esta

iniciativa es la del sector bancario y financiero el cual,

naturalmente, no está interesado en alterar una

política económica que le permite concentrar el

poder económico. Esta ausencia arroja nuevas dudas

sobre las posibilidades de éxito del planteamiento de

la Asociación Nacional de la Empresa Privada, puesto

que difícilmente se puede prescindir del sector

económicamente más poderoso del país en

un proceso de cambio democrático. Al menos

habría que contar con su indiferencia, si no con su

oposición.



     Así, pues, existen razones suficientes como para

recelar sobre la disposición de una empresa privada

que hasta ahora ha sido más bien conservadora y poco

democrática, para asumir los riesgos implícitos

de una innovación transformadora como la propuesta. No

obstante todo lo anterior, el manifiesto puede interpretarse

como un compromiso público del cual se le pueden pedir

cuentas en el futuro mediato y siempre queda la posibilidad

de que el egoísmo que pueda haber en sus motivaciones

sea reemplazado por el compromiso con el bien común.



2. Las inconsistencias, los puntos débiles y las

falacias



     Señaladas las novedades del manifiesto, es

obligado discutir sus inconsistencias, sus puntos

débiles y sus falacias. En buena medida, éstas

se explican por falta claridad a la hora de proponer los

pasos que habría que dar para alcanzar las metas

planteadas. No obstante estas limitaciones, el documento

tiene la enorme ventaja de no considerarse un texto

terminado, sino abierto a la discusión. En este

sentido, es un buen punto de partida para aceptar la

invitación hecha a la sociedad y en particular a la

intelectualidad. En este contexto se sitúan las

observaciones siguientes.



     Desde una visión integral de la realidad humana,

cabe destacar que el lenguaje y la mentalidad del manifiesto

son excesivamente economicistas. Choca en particular que la

persona y la sociedad sean tratadas como factores o medios de

producción o de intercambio. Quizás esto era

inevitable, viniendo de la empresa privada; pero en el

futuro, este enfoque tan parcial debiera ser superado, puesto

que, precisamente, aquélla quiere abrirse a las

dimensiones social y política de la realidad. La

empresa privada debe hacer un gran esfuerzo para humanizarse,

pues sólo así podrá llegar a adquirir la

sensibilidad mínima indispensable para percibir y

entender los problemas sociales y, por consiguiente, para

plantear soluciones verdaderas.



     Desde la perspectiva económica, una de las

afirmaciones más cuestionables del manifiesto es que

pareciera sostener la tesis del rebalse -þpor lo general, los

despegues económicos requieren de concentración

del ingreso y continuidad de las medidas por tiempo

prolongado, a pesar de los costos sociales que provoquen, ya

que sólo a largo plazo se cosechan los frutos del

esfuerzoþ. Las sobras nunca son suficientes para satisfacer

unas demandas sociales básicas postergadas durante

mucho tiempo, y, además, en expansión.

Sería contradictorio reconocer la satisfacción

de las necesidades básicas como una prioridad y al

mismo tiempo pedir a la población que siga esperando,

aunque la misma empresa privada tiene conciencia de esto

cuando inmediatamente después afirma que þlas

expectativas de nuestra gente nos exigen plazos mucho

más apretados de tiempoþ.





     Igualmente cuestionable es proponer el ahorro interno

como el instrumento idóneo para promover el

crecimiento económico. Es dicutible que el ahorro

interno estimule la inversión privada y que

ésta, a su vez, genere crecimiento, empleo y ahorro,

lo cual reiniciaría el ciclo. Esta propuesta de origen

cepalino es poco novedosa y débil. Presupone que,

habiendo ahorro interno, el desarrollo económico es

lineal. De todas maneras, si este fuera el caso, para

promover el ahorro necesario para poder iniciar el ciclo

habría que alterar radicalmente el modelo vigente,

afectando intereses poderosos, pues dos terceras partes de la

población, precisamente, aquella que tanto admira el

manifiesto, no tiene capacidad para ahorrar, porque sus

ingresos son tan magros que ni siquiera tienen acceso a la

canasta básica.



     Por consiguiente, si no se estimula la

producción, se genera empleo y se suben los salarios

sustancialemente, el ahorro sólo puede provenir de los

sectores de mayores ingresos -pero éste, al cual

pertenecen los autores y promotores del manifiesto,

aún no da señales de estar dispuesto a

participar plenamente en este proceso. El ahorro interno

podría ser promovido también colocando en la

bolsa de valores una cantidad importante de las acciones de

las empresas y ofreciéndoselas a sus empleados a

precio y en condiciones favorables.



     Algunas de las medidas económicas propuestas, en

lugar de erradicar la pobreza, contribuirían a

aumentarla. La creación de puestos de trabajos con

salarios bajos que la Asociación Nacional de la

Empresa Privada ve como necesaria para participar

competitivamente en la globalización de la

economía impide el ahorro interno y la

disminución de la pobreza. Por otro lado, la

pretendida þresponsabilidad fiscalþ por sí sola, con

todo y lo que pueda llegar a representar en el monto de los

ingresos estatales, no permitiría modificar la

política social actual y, por ende, el gasto social

seguirá siendo insuficiente para satisfacer las

necesidades básicas de las mayorías populares.

Desde esta perspectiva, la propuesta social del manifiesto es

inviable.



     La competitividad, elemento clave para insertarse

exitosamente en el mercado mundial, implica empleo, pero

también salarios bajos. Por eso, el manifiesto celebra

con entusiasmo el þéxito de las maquilasþ, obviando

las intensas jornadas de trabajo prolongado, cuyo desgaste

obliga a rotar aceleradamente el personal, principalmente

femenino, el poco nivel educativo requerido y el salario

bajo, insuficiente para adquirir los bienes básicos.

Todo ello es contrario al ahorro interno e impide satisfacer

las necesidades básicas de la población

así como el desarrollo de sus capacidades.



     La disponibilidad de la empresa privada para impulsar

cambios sociales transcendentales debiera mostrarse

también en su actitud ante el sector laboral. Ya se

han desaprovechado dos oportunidades importantes -el foro de

concertación económico social, derivado de los

acuerdos de paz, y el consejo superior del trabajo,

establecido a raíz de las reformas al Código de

Trabajo- para comenzar a resolver los conflictos laborales

por medio del diálogo así como también

para discutir los problemas nacionales. La þalianza

permanente entre los empleados y los empleadoresþ, orientada

a impulsar la producción y a resolver las diferencias

pacíficamente, que el sector privado propone exige

modificar las relaciones de producción de tal manera

que la satisfacción de las necesidades básicas

de los trabajadores esté garantizada. Esto lleva,

inevitablemente, a revisar el papel de la maquila y de otras

actividades productivas en la economía nacional.



     En este contexto de alianza, los empresarios deben

preguntarse seriamente qué ofrecen a los trabajadores.

El manifiesto parece pedir aumento de la productividad sin

aumentar salarios y sin conflictos laborales a cambio de un

futuro promisorio. La oferta no contiene ninguna novedad, es

lo que siempre ha pedido el sector privado y es,

precisamente, lo que le ha permitido explotar el presente a

cambio de un futuro de bienestar social prácticamente

inalcanzable.



     Esto lleva a otro problema tratado insuficientemente por

la empresa privada, el papel de la educación. El

gobierno y la empresa privada piensan que el

salvadoreño promedio debe ser educado para potenciar

la productividad del país, pero por esto último

entienden la producción de las maquiladoras. Hay que

reconocer, sin embargo, que, en este punto, la empresa

privada no es tan clara como el gobierno, aunque tiende a

asumir la tesis gubernamental acríticamente,

dejándose llevar por la ideología neoliberal

tan de moda, aparte de los posibles perjuicios de clase,

subyacentes en esta postura.



     El presupuesto básico es que con una mano de obra

productiva y barata -þel gran recurso económicoþ por

su abundancia y valor-, El Salvador podría llegar a

convertirse en una gran zona franca, especialmente atractiva

para maquilar, una actividad considerada de þvital

importanciaþ para entrar en þla nueva corriente

económica de la globalización como ciudadanos

del primer mundoþ. Dado que siempre habría þalguien

dispuesto a ofrecer el mismo producto o servicio, a un menor

precio y con mejor calidadþ, la mano de obra

salvadoreña debiera ser no sólo una de las

mejor educadas técnicamente, sino también una

de las más baratas. Así, pues, los empresarios

parecen pedir mano de obra calificada -por el gobierno, claro

está- y de bajo costo.



     El imperativo de la competencia implicaría

sacrificar a la mayoría de la población

económicamente activa, pero eso significaría

también renunciar a la equidad social que se desea

alcanzar. El desarrollo no se consigue con la mera

mecanización del trabajo. Que las condiciones actuales

de la competencia mundial así lo exijan en la

actualidad no significa que así deba ser y,

ciertamente, no es lo más beneficioso para las

mayorías populares.



     En consecuencia, la educación es concebida en

términos casi exclusivamente técnicos,

orientada a cualificar a aquellos trabajadores que la

actividad maquiladora demanda, pero nada más. En este

contexto, la educación no buscaría potenciar la

creatividad y la innovación, lo cual, por otro lado,

contradice el sueño de invenciones científicas

y reconocimientos internacionales de la empresa privada (ver

þEspejos paralelosþ). Es lamentable que el manifiesto no haya

recogido los retos de la reforma educativa en marcha, al

menos en cuanto a ampliar la cobertura y mejorar

sustancialmente la calidad de la educación. El

ciudadano educado sabría operar con gran

precisión mecánica, pero sin poder pensar ni

crear. Por eso, la educación superior es

menospreciada, olvidando que El Salvador necesita muchos

buenos profesionales en todas las disciplinas del saber para

poder superar el subdesarrollo y la marginación.







     El tratamiento dado a la crisis ecológica,

provocada por el desarrollo impulsado hasta ahora, es pobre.

El Salvador es el segundo país del continente

más depredado ecológicamente después de

Haití. La empresa privada es consciente de la crisis,

pero se muestra renuente a asumir su propia responsabilidad,

que no es poca. En lugar de ello, señala el consumo

energético de leña, la contaminación del

agua superficial, la no recolección de los residuos

sólidos en las ciudades y la erosión de los

suelos, lo cual está intrínsecamente

relacionado con la pobreza, es decir, con la ausencia de

alternativas y con la irresponsabilidad de la industria. Para

poder sobrevivir, la población se ve empujada a

depredar la naturaleza; pero la industria, para bajar sus

costos de producción, contamina. No obstante ser uno

de los sectores que más ha contribuido a la

contaminación del medio ambiente, la empresa privada

pide incentivos para no contaminar en lugar de imponer

sanciones.



     Indudablemente, los antiguos países socialistas

no se preocuparon por la preservación y mejora del

medio ambiente, pero los países capitalistas tampoco

han sido un ejemplo. Al menos, en El Salvador siempre ha

habido capitalismo y el deterioro de su medio ambiente y de

sus recursos naturales no es menor que el que pueda

experimentar un antiguo país socialista de dimensiones

similares. En realidad, sirve de muy poco que Estados Unidos

tenga algunas soluciones técnicas para evitar la

degradación y recuperar el medio ambiente si no tiene

la disposición para implementarlas. Una de las

dificultades del manifiesto es que no ha podido superar la

ideología anticomunista de la guerra fría.

Estos resabios anticomunistas, constatables en varias

secciones del texto, le restan objetividad.



     La empresa privada es consciente de que el desarrollo

nacional puede verse limitado seriamente por la

depredación de los recursos naturales y el deterioro

del medio ambiente y aduce como prueba el empeoramiento

evidente de la salud de la población

salvadoreña. Pero su postura es ambigua, porque al

mencionar casos (Hong Kong y Singapur) donde la

limitación de los recursos naturales no frenó

el crecimiento económico, afirma, de hecho, que la

naturaleza no representa ningún límite para el

desarrollo. Por lo tanto, falta reconocer claramente que las

posibilidades del desarrollo están íntimamente

vinculadas al uso racional de los recursos naturales y a la

protección del medio ambiente.



     Políticamente, la empresa privada insiste en que

los cambios deben darse de manera democrática. Sin

embargo, la democracia no se agota en los pocos aspectos, sin

duda importantes, señalados por el manifiesto. La

participación política de la ciudadanía

no debe ser dejada de lado ni tampoco debe ser reducida al

ejercicio periódico del sufragio, sino que debe

transformarse en formas participativas más amplias en

lo social, lo económico y lo político -tal como

el mismo manifiesto lo apunta, aunque sin profundizar. Ahora

bien, los estudios científicos comprueban que no se

puede esperar una participación masiva de la

población en el quehacer nacional cuando ésta

consume sus energías luchando por sobrevivir y cuando

esa lucha la obliga a prácticas reñidas con la

legalidad y la solidaridad. No hay democracia política

sin democracia social y para alcanzarla no basta con un

crecimiento económico satisfactorio para un reducido

grupo empresarial, para el gobierno o para los organismos

internacionales, sino que, además, es necesario

establecer mecanismos que redistribuyan la riqueza de una

forma más equitativa.



     No obstante el compromiso firme con la democracia, para

poder avanzar es importante que la empresa privada dé

un paso más y se comprometa -con la misma audacia con

la que hace sus propuestas-, señalando a aquellas

instituciones, grupos o personas cuyo poder entorpece la

democratización de El Salvador. El compromiso de la

empresa privada con la democratización es

transcendental para identificar y aislar a estos

núcleos de poder antidemocrático y para

presionar por los cambios. La preeminencia del derecho, los

consensos mínimos necesarios y la conformación

de una clase política confiable, con todo y ser

aspiraciones legítimas, no serán realidad

mientras existan grupos con el poder suficiente para

impedirlo. La Asociación Nacional de la Empresa

Privada no puede obviar este paso crucial, donde se pone en

cuestión su credibilidad y su capacidad para la

audacia. La gremial debiera utilizar su poder y prestigio

para obligar a estos grupos a someterse a la ley.







     Es muy discutible que la consolidación de la

democracia requiera necesariamente de una economía de

mercado. La experiencia latinoamericana demuestra que puede

haber economía de mercado sin democracia e incluso

puede coexistir con regímenes contrarios a ella.

Democracia y mercado no son realidades inseparables, por

más que la ideología neoliberal las haya unido.

De igual manera, asumir que la economía de mercado,

por sí misma, garantiza el bienestar de los sectores

populares es pecar de ingenuidad. El crecimiento

económico no se traduce automáticamente en

bienestar social, tal como lo muestra la experiencia

salvadoreña. Entre ambos debe haber una

mediación política y estatal que haga factible

dicho bienestar. En el fondo, la empresa privada confunde

democracia con capitalismo.

 

     La disminución del Estado a su mínima

expresión no resolverá los problemas más

graves del país, tal como sostienen los promotores del

neoliberalismo y como también parece sostenerlo la

empresa privada. En un país pobre y complejo como El

Salvador, el Estado es indispensable para promover el

desarrollo económico y social. El Estado

pequeño, en sí mismo, no es garantía de

eficiencia, aparte de que El Salvador ya posee, de hecho, uno

de los estados más pequeños de América

Latina. De la misma manera que el Estado debiera dejar de ser

un þrefugio de compromisos políticosþ, lo cual

está relacionado con la concepción que la clase

política tiene del poder, debiera trabajarse

intensamente para construir una cultura del servicio

público.



     Cediendo otra vez a la moda de la ideología

neoliberal, el manifiesto muestra una concepción

negativa del Estado, al que caracteriza por su ineficiencia

y desconocimiento de las necesidades ciudadanas y, por lo

tanto, concluye, þdebe regresar a su lugar y tomar el rol

subsidiario que le correspondeþ. Sin embargo, el documento no

define cuál deba ser el papel del Estado. Peor

aún, presenta inconsistencias que revelan falta de

claridad en un punto fundamental. Por un lado, le asigna una

función subsidiaria, pero, por el otro, le pide

sustituir a la empresa privada, þbuscando activamente las

inversiones extranjeras y formando un equipo de

negociación de primer ordenþ. Esta

contradicción es típica de la empresa privada

que, cuando le conviene, reclama la intervención o la

protección estatal, pero las rechaza cuando ambas

están orientadas a promover los intereses de las

mayorías populares. Para no ir más lejos, el

manifiesto exige que la autoridad monetaria sea independiente

de los vaivenes gubernamentales, pero no especifica si tal

independencia excluye también los intereses de los

grandes capitales para poder estar única y

exclusivamente al servicio de los del país como un

todo.



     Hay una serie de temas que el manifiesto simplemente

menciona rápidamente, sin profundizar, o los deja

pasar en silencio: considera la globalización como un

beneficio, sin caer en la cuenta de sus ambigüedades y

peligros; aunque muestra cierta reserva ante la

privatización, la presenta como un elemento muy

importante para resolver los problemas económicos

actuales, pasando por alto que algunas actividades no

debieran ser privatizadas, precisamente, para garantizar la

política social; la integración regional -un

factor clave para el desarrollo nacional-, la

reconversión industrial -postergada indefinidamente-,

los márgenes de comercialización y beneficio -

escandalosamente amplios-, el desarrollo agropecuario, la no

competitividad del sector privado, la reforma tributaria y la

redistribución de la riqueza, entre otros temas

importantes, no son tratados por el manifiesto.



     En la empresa privada parece existir conciencia sobre la

complejidad de los desafíos y, por consiguiente, sobre

la necesidad de sacrificarse para poder asumirlos

exitosamente. Sin embargo, el sector privado no muestra la

disposición necesaria para comenzar a asumir la parte

que le corresponde, que no es poca, tal como se deduce de lo

dicho hasta ahora, sino que más bien tiende a pedir a

otros sectores sociales que se sacrifiquen por el bien del

país. La reconstrucción de Europa

después de la segunda guerra mundial, citada en el

documento como ejemplo de esfuerzo y sacrificio, fue posible,

en buena medida, gracias a las políticas de

austeridad, léase racionamiento. Si el elevado gasto

del sector público es un problema grave,

también hay que recordar que el sector privado

derrocha muchísima riqueza.



     No hay que olvidar que el pueblo salvadoreño es

el que más sacrificios ha hecho durante la mayor parte

de su historia. Por lo tanto, para empezar a ser equitativos,

quienes menos se han esforzado hasta ahora debieran demostrar

la seriedad de su compromiso, promoviendo los cambios

sociales necesarios. Dicho de otra manera, el éxito

del manifiesto depende de la conversión de la empresa

privada al bien común.



     Otra afirmación peligrosa del manifiesto es el

individualismo exacerbado. Al exaltar las virtudes

salvadoreñas, enfatiza el individualismo como fuente

de todas las bondades en contraposición al Estado,

origen de todas las maldades. Aparte de ser un planteamiento

maniqueísta y simple, olvida que cualquier

éxito individual sólo es posible por la

presencia activa de los demás. En realidad, el

manifiesto tampoco tiene mucha claridad sobre la

relación entre el individuo y la sociedad. La

ideología liberal lo lleva a enfatizar sin matices el

individualismo, pero cuando cae en la cuenta de los

demás, no le queda más remedio que reconocer

tímidamente su existencia. Este es otro campo donde el

aporte de los intelectuales puede ayudar a los empresarios a

clarificar realidades humanas importantes.

 

     Finalmente, hay que llamar la atención sobre la

tentación de la empresa privada a imitar al primer

mundo. Alcanzar su nivel de vida y derroche no es una

þaspiración razonableþ, tal como lo sostiene el

manifiesto con toda ingenuidad, por la sencilla razón

de que no existen los recursos materiales necesarios y porque

tal estilo de desarrollo es depredador del medio ambiente.

Desde esta perspectiva, la utopía no sólo

está mal planteada, sino que, además, aunque

fuese deseable, no es posible.







     Contrario a lo que afirma el manifiesto, las realidades

de finales de siglo no nos están proporcionando

posibilidades reales para dar semejante þsaltoþ. Prueba

suficiente de ello son las dificultades que experimentan las

exportaciones salvadoreñas en el primer mundo, que

mientras exije libertad de comercio a los demás,

proteje sus mercados o el impacto devastador que la

agricultura subsidiada del primer mundo tiene en la del mundo

subdesarrollado, donde se niegan la protección y el

subsidio por igual. Todo esto sin desconocer, claro

está, que hay que contar con el primer mundo porque

ahí se encuentran los mercados más importantes

para las exportaciones del sur y por su monopolio de la

tecnología. 



     Además, humana y cristianamente no es deseable

conformar nuestra sociedad según los patrones del

primer mundo donde, en medio de la abundancia, predominan la

deshumanización, el egoísmo y el sin sentido de

la vida. Parte del desafío que enfrenta el país

consiste en construir una sociedad salvadoreña y

centroamericana más humana y solidaria. 



3. Una nueva oportunidad para discutir el futuro



     No obstante estas limitaciones, en las cuales hemos

abundado para señalar los puntos de una posible

agenda, el paso dado por la empresa privada es importante,

pues abre un espacio nuevo cuando otros parecen cerrarse. El

manifiesto rescata, aunque sin la profundidad y el sentido

crítico que serían de desear, aspectos claves

para la construcción de un orden democrático.

En este sentido, es notable que este importante sector

empresarial se haya atrevido a someter a debate

público su propuesta de lo que debiera ser una agenda

nacional. Si esta nueva oportunidad sabe aprovecharse para

repensar los fundamentos del país, El Salvador

podría avanzar con pie firme por el camino de la paz

y la democracia en busca de la justicia social.



     Si bien el manifiesto presenta muchas carencias y

enfatiza precisamente aquello que sobra -la elevada

disponibilidad laboral, los salarios bajos y la poca calidad

de la educación- apunta en una dirección con la

cual muy difícilmente se puede estar en desacuerdo.

Por eso mismo, cabe recoger el reto planteado por la

Asociación Nacional de la Empresa Privada, pero

cuestionando la inconsistencia, la superficialidad y la

contradicción de las medidas propuestas.



     Ahora bien, lo que más se echa en falta es la

definición del desarrollo económico y social.

Sociedades como la salvadoreña enfrentan dos grandes

desafíos: la miseria, estrechamente vinculada al

desempleo, el subempleo y los salarios bajos, y la crisis

ecológica. El crecimiento económico

fundamentado en tecnología intensiva no necesariamente

genera empleo ni eleva el nivel de vida, porque los salarios

siempre son bajos. Por otro lado, continuar impulsando el

crecimiento sólo a partir del mercado a lo

único a lo que nos llevará es a más

miseria y a la destrucción ecológica completa.



     Es claro, entonces, que El Salvador necesita una

alternativa de desarrollo, cuyas características

aún no han sido definidas. Los principios de tal

alternativa son el crecimiento económico, la paz y la

justicia social, y la democracia. El rechazo del modelo

actual y la ausencia de una propuesta concreta obligan a una

búsqueda intensa, en la cual debierámos

participar todos, porque todos estamos implicados. La

cuestión crucial es el tipo de desarrollo que

queremos.







     La coyuntura es propicia para iniciar esta

búsqueda. Mientras el gobierno impone un modelo de

corte neoliberal, que responde a los intereses del capital

transnacional bajo el auspicio de los organismos

internacionales, la sociedad salvadoreña se muestra

deseosa por introducir cambios transcendentales en su

estructura. Nunca antes habían aparecido tantas

propuestas de cambio social como ahora. Los sectores que las

proponen se muestran dispuestos a dialogar y discutir sobre

ellas. Sólo el gobierno se empecina en su propio

modelo. Pareciera, pues, que la coyuntura es propicia para

abrir un foro donde puedan ser discutidas estas propuestas y

del cual pudiera salir un consenso mínimo de

transformaciones sociales, orientadas al bien común. 





     El manifiesto salvadoreño, por lo tanto, es una

de tantas propuestas; muy importante por cierto, pero no

única. Es decir, la discusión nacional no

debiera centrarse en ella ni en un determinado sector. El

foro debiera ser abierto y amplio para dar cabida a todas las

propuestas y a todos los sectores. A toda costa se deben

evitar dos peligros, el privilegiar una determinada propuesta

y el considerar como interlocutor autorizado a la clase

política. Los primero es obvio por la serie de

propuestas colocadas sobre la mesa; lo segundo, porque, de

momento, los políticos no son los representantes

más genuinos de los intereses de la ciudadanía.

Si estas iniciativas prosperan, la sociedad podrá

decir su propia palabra y la clase política

deberá escuchar atentamente y acomodar sus

prácticas a los deseos de la población.



     San Salvador, 24 de agosto de 1996.