UCA

Universidad Centroamericana José Simeón Cañas



Revista ECA

© 1996 UCA Editores



ECA, No. 577-578, noviembre-diciembre de 1996





  Los escritos estéticos de Ignacio Ellacuría



     La reciente publicación del primer volumen de los

Escritos Filosóficos de Ignacio Ellacuría (San

Salvador: UCA Editores, 1996) pone a disposición del

público lector una serie de trabajos hasta ahora

inéditos o dispersos. Al enfrentar los escritos allí

reunidos se devela una faceta de Ellacuría hasta ahora

quizá ignorada: la preocupación por la

reflexión estética. Si bien esa preocupación

ocupa una porción visiblemente marginal dentro de la extensa

producción intelectual de madurez de Ellacuría, su

interés en esta dimensión del quehacer

filosófico durante sus años de iniciación no

debe tomarse a la ligera.



     Quienes conocieron personalmente a Ignacio Ellacuría

dan testimonio de su manifiesto interés por la actividad

artística y, sobre todo, de su convicción de que esta

era una dimensión humanizadora de gran potencial. De hecho,

durante su gestión como rector de la UCA dio su más

decidido apoyo a la actividad de rescate de la literatura nacional

iniciada por Italo López Vallecillos a través de UCA

Editores. Asimismo, fue un entusiasta partidario de la carrera de

Letras, de revistas como ABRA y Taller de Letras y de auspiciar

actividades artísticas y literarias. Todo ello --no es

ocioso recordarlo-- en medio de las colosales adversidades

--políticas y financieras-- que la institución

debía afrontar por aquellos duros años.



     Pero, además de este aspecto de su vida como hombre y

como promotor de la cultura, el primer volumen de los Escritos

Filosóficos nos muestra la atención que acapararon

las cuestiones estéticas en un período importante de

la vida de Ellacuría como filósofo e intelectual. En

total, los escritos propiamente estéticos suman siete. Estos

trabajos, que hoy se reeditan o se publican por primera vez, fueron

redactados entre los años de 1955 y 1963, durante el

período más intenso de su formación.



     El interés por la reflexión estética

evidencia la honda influencia del Padre Angel Martínez

Baigorri, s.j. (1899-1971) a quien Ellacuría conoció

durante su estancia en Ecuador, cuando realizó sus estudios

de humanidades clásicas y filosofía en la Universidad

Católica de Quito, entre 1949 y 1955. En este

período, asistió a unos cursos de estética

dictados por aquel sacerdote, de cuya calidad humana y

sólida formación filosófico-teológica

quedó profundamente impresionado. Angel Martínez

Baigorri unía a estas cualidades el ejercicio riguroso y

depurado de la poesía. Ciertamente, era un lírico de

primer orden, autor de poemarios de gran finura como Un Angel en el

país del Aguila o Río hasta el fin  y líder

reconocido de las destacadas voces literarias de Nicaragua, donde

había transcurrido buena parte de su carrera docente y

sacerdotal. 





     Ellacuría no oculta su admiración por la figura

de su maestro en un manuscrito inédito y sin título,

que la edición de Escritos Filósficos publica bajo el

acápite "[ángel Martínez Baigorri, s.j.]"

(117-125) así como en una serie de emotivas cartas que

aparecen bajo la entrada de "Correspondencia con ángel

Martínez" (197-213). En el primer texto realiza un retrato

del maestro donde afirma que "juntaba en sí la visión

del poeta, del filósofo y del teólogo, del

ascético y el místico en plena fusión de vida"

(118). El Padre Martínez afirmaba con su testimonio vital la

estrecha hermandad entre filosofía, teología y

poesía. Crucial en todo esto es la centralidad de la palabra

como instrumento de verdad y como creadora de vida:



     "Poeta es el realizador de la palabra. Y, por eso, los santos

son los supremos poetas: ellos vivificaron, realizaron en su vida

la palabra más alta -la que nos transmitió

Jesús- , la Palabra que se había ella también

realizado en la carne: ya no vivían ellos, vivían a

Jesús y de Jesús vivían" (119).



     Martínez mostró a Ellacuría que el

filosofar y la actividad poética tienen un mismo objeto. Y

siendo la divinidad la realidad última de ambas, ninguna de

ellas puede escapar de la dimensión religiosa:



     "Que esto ya no es poesía, que esto es teología

o filosofía... Pero ¿por qué partiremos las

cosas que tienen un ser rico precisamente por ser tan unas? Todo es

vida, todo es vestigio de Dios, todo es camino para él, todo

es canto de su gloria que arranca del alma un canto único

que es filosofía, teología, estética, la vida

que Dios nos da" (120).



     De hecho, la dimensión religiosa de la poesía,

aun entre aquellos poetas confesamente ateos, será un

preocupación que Ellacuría recogerá más

tarde en un hermoso ensayo inédito de 1963 titulado

"Religiosidad pluriforme: Carducci, Maragall, Rilke" (535-541),

donde manifiesta:



     "Acercarse por la verdadera poesía al ámbito

religioso es una vía extraordinariamente fecunda, aun en el

caso en que ni el objeto ni la objetivación de esa

poesía tengan aparentemente poco que ver con lo religioso,

o aun en el caso --también posible-- de que la religiosidad

del tema haya quedado intocada por el poeta. Podrá

discutirse si toda auténtica poesía tiene que ser de

algún modo religiosa, pero de todos modos tal idea es una

fructífera hipótesis de trabajo no injustificada. En

efecto, ser capaz de una intensa vivencia personal y ser capaz de

una radical profundización del objeto de esa vivencia son

dos condiciones ineludibles de la auténtica poesía

plenaria. Pero, al mismo tiempo, sitúan, cuando presentes,

al poeta en  el ámbito de lo religioso, por lo que toca a la

experiencia total del hombre como lugar subjetivo de la

religiosidad, y por lo que toca a la plenitud del objeto

manifestado en su radicalidad" (535-536)



     Este trabajo, además de aportar ideas inspiradas en el

Padre Angel sobre la vinculación entre la experiencia

religiosa y la experiencia poética pone en evidencia la

familiaridad del autor con estas tres figuras cimeras de la

lírica de nuestro siglo.



     Sin embargo, el mayor tributo de Ignacio Ellacuría

hacia el Padre Angel lo constituye el ensayo "Angel

Martínez, poeta esencial" (127-195), denso y extenso trabajo

publicado originalmente en El Salvador por la revista Cultura en su

número 14, correspondiente al semestre julio-diciembre de

1958. Pese al título, este ensayo puede leerse no

sólo como una introducción a la obra del poeta

sacerdote sino como una reflexión sobre la esencia misma de

la lírica. Según Ellacuría, la poesía

del padre Angel encarna lo más auténtico y

fundamental de la expresión lírica. Estamos ante un

poeta que es profundo y, por tanto, moderno. La profundidad del

poeta radica pues en que este "no busca sino la mayor plenitud de

vida poseída en sí misma para hacerla

comunicación y palabra mientras procura ahondar en el ser y

la vida de las cosas para captarlas ya en forma de palabra, de

poesía en la que se nos ofrece la vida luminosa de los

seres" (143). De allí que la poesía profunda deba ser

simultáneamente moderna, no porque siga los dictados de una

moda impuesta externamente sino "por la autenticidad con que

afronta los temas capitales y dolorosos del hombre en nuestro

tiempo y por la sinceridad con que se aprovecha de las

purificaciones estéticas y técnicas que el arte

moderno ha ido ganando desde el final del romanticismo hasta

nuestros días" (152-153).



     El privilegio de la atención crítica de

Ellacuría hacia la poesía lírica se trasluce

nuevamente en el que seguramente constituye su mejor ensayo de tema

estético: "El Doctor Zivago, como forma poética"

(305-328). Dicho trabajo, también publicado originalmente

por la Revista Cultura, número 17, correspondiente al

trimestre octubre-diciembre de 1959. El propósito expreso de

este trabajo es un análisis filosófico de la forma de

la novela de Boris Pasternak, que lleva a cabo con un rigor y

coherencia verdaderamente ejemplares. Sin embargo, el

interés verdadero acaba recayendo en una reflexión

sobre la relación entre lírica e historia. Esta

dimensión se manifiesta en el tema esencial de la novela

cual es la vida de un poeta lírico en medio del

huracán de cambios desatados por la Revolución Rusa.

Pero este tema tiene consecuencias a nivel de la forma novelesca

propiamente dicha, a saber la tensión entre el buceo en la

interioridad del protagonista y la representación del

escenario socio-histórico.



     Es importante mencionar que la reflexión

estética de Ellacuría no sólo abarca

cuestiones teóricas ni atiende exclusivamente a la

poesía lírica. En un par de ocasiones,

Ellacuría asume el papel de crítico

cinematográfico, reconociendo así la importancia de

las manifestaciones culturales de difusión masiva. Esto lo

encontramos en "Marcelino, Pan y Vino" (109-114), comentario

publicado originalmente en ECA, en el número 27,

correspondiente a 1957, y un singular documento aparentemente

inédito, la "Carta abierta al autor de Viridiana" (519-523),

fechada en Londres el 20 de agosto de 1962. En ambos trabajos, la

preocupación del autor es la representación

artística de la dimensión religiosa. El corrosivo

anticlericalismo y el radical rechazo del cristianismo por parte

del cineasta Luis Buñuel provoca, por cierto, una

reacción bastante airada por parte del joven

Ellacuría, que se puede constatar en la conclusión de

dicho documento:



  "Mirada así su película, no me parece destructiva

o negativa, sino revulsiva. Es verdad que Vd. está irritado

y que su lenguaje fílmico es, a veces, vociferante y

blasfemo. Pero, en el fondo, le está punzando, doliendo, lo

religioso. Y siempre me han parecido más honestos,

más vigorosos y profundos, los antirreligiosos que los

arreligiosos. ¿Será Vd. capaz de seguir buscando

honradamente, dolorosamente, la verdad religiosa tras las

apariencias crucificantes?" (523)



     Por razones de orden editorial, este primer volumen de

Escritos Filosóficos ha excluido otro trabajo de tema

estético digno de consideración. Se trata de

"Poesía de aquí y ahora" publicado como

prólogo al poemario Oráculos para mi Raza (San

Salvador: UCA Editores, 1985) de Rafael Rodríguez

Díaz. Pese a su brevedad, este trabajo es de gran

importancia para comprender el pensamiento estético de

Ellacuría. Por un lado, se constata la permanencia de su

interés por la actividad artística y, en particular,

por la lírica, al abrir con las siguientes palabras: "Pocas

cosas tan necesarias en El Salvador como la poesía. Estamos

tan atrapados por la materialidad de la existencia cotidiana y por

la unilateralidad de la dimensión político-militar,

por la urgencia de la acción efectiva, que se va reduciendo

nuestro ser y se va deshumanizando la condición nacional

como forma particularizada de la condición humana. La

poesía, como otras acciones del espíritu, tiene mucho

que hacer para ampliar nuestro horizonte, para mejorar y ahondar

nuestra humanidad y también para avizorar futuros

utópicos" (7). Pero seguramente un elemento de importancia

aún más capital es la introducción de la

noción de `razón poética'. La poesía,

pues, puede ayudarnos a comprender lo que "en realidad de verdad"

está pasando en el país, porque nos puede hacer tocar

fondo en la cuestión nacional. Porque existe de hecho una

verdad poética: "no tanto poseemos la verdad sino que somos

poseídos por ella, decía Zubiri, lo cual es

especialmente aplicable a la verdad poética" (8).



     Contrario a la tradición romántica más

ortodoxa que concibe a la poesía como el otro de la

razón, la actividad poética es propuesta aquí

como el ejercicio de una modalidad específica de

racionalidad: "Tocar fondo es cuestión de razón, pero

no hay una sola forma de razón. Al fondo se puede ir de

muchas formas y una de ellas, no la menos eficaz, es la

razón poética" (7). Para después de

añadir que la verdad poética "no es sólo un

ejercicio de razón teórica --interpretativa y

contemplativa-- sino también un ejercicio de razón

práctica orientada a la transformación que es el

ideal de todo uso de razón" (8).



     Testimonios de personas allegadas al padre Ellacuría

manifiestan que, en sus últimos años de vida,

lamentaba no haber tenido suficiente tiempo de retomar las

preocupaciones estéticas de su juventud para desarrollarlas

a la luz la filosofía de Xavier Zubiri. La invitación

que nos hacen estos escritos ahora rescatados no es tanto pues la

de inventarse, por pura conveniencia academicista, una supuesta

estética ellacuriana, la cual evidentemente no existe, sino

la de retomar algunas de sus ideas e intuiciones para someterlas al

correspondiente esfuerzo de reflexión teórica en

diálogo con las grandes tradiciones estéticas

modernas y contemporáneas. Entre estas ideas las más

interesantes son sin duda la de la profunda hermandad entre la

experiencia religiosa y la experiencia poética, así

como la noción de razón poética. He

aquí otra de las tareas pendientes que nos han sido

transmitadas por Ignacio Ellacuría, filósofo

salvadoreño.



                                   Ricardo Roque Baldovinos