El voto de los periodistas

 

El proceso electoral de 1997 resultó un hito por donde se lo vea. Un hito si atendemos a sus resultados, que echaron por la borda la hegemonía aritmética del partido gobernante en la Asamblea Legislativa, o a la novedad de contar, en la alcaldía capitalina, con un político opositor. Un hito si reparamos en el nivel de ausentismo, que alcanzó cotas suficientes como para que los institutos políticos reflexionen profundamente sobre esa mayoría silenciosa que ha perdido su fe en el sistema. Un hito si recogemos la manera en que el Partido de Conciliación Nacional, en la vieja historia de "mala yerba nunca muere", saltó como el ave fénix -la más oportunista de las aves, diría Homero- para convertirse en la tercera fuerza del país.

 

La moraleja de las elecciones legislativas y municipales, sin embargo, no termina en el campo estrictamente político. Más allá de la repartición de escaños en la asamblea y de la de alcaldías en todo el territorio, 1997 dejó sentada, de manera clara y dolorosa, la incapacidad de los medios de comunicación salvadoreños para adoptar una posición seria y profesional respecto de la cosa pdblica y cómo se lo maneja.

 

No se trata de satanizar -vieja costumbre de nuestros abuelos y de nuestros padres- a las empresas de comunicación masiva, ni de poner en sus manos obligaciones que no les competen. Se trata de juzgar, a la luz del papel fiscalizador y del carácter de tribuna pública inherentes a la prensa, según la tradición democrática occidental, el rol seguido por los periodistas salvadoreños.

 

Si bien no contamos con estadísticas oficiales, es un lugar común que la población se decanta, al momento de informarse, por la televisión. La radio continda como un medio poderoso en un país donde el alfabetismo no deja de ser una especie rara, pero la pantalla chica cobra cada vez más favoritismo entre nuestros compatriotas. Por ende, el papel de los telenoticiarios debe ser privilegiado al momento de revisar la actuación periodística en la coyuntura electoral.

 

Al inicio de la campaña, tanto la Telecorporación Salvadoreña como los canales 12 y 33, se dedicaron a sondear, por un lado, la percepción del electorado respecto de las elecciones y su incidencia en la solución de los problemas nacionales más acuciantes, y por otro, las "plataformas" de los contendientes.

 

Al entrevistar al ciudadano común y corriente, al hombre y a la mujer de la calle, los periodistas advirtieron, como ya las encuestas lo habían sugerido, la inminencia del ausentismo. El análisis de éste -más que probabilidad estadística, un fantasma que no pudo ser exorcizado por las benditas promesas de unos y otros partidos- ocupó entonces importantes espacios, aunque, como era de esperarse, la interpretación del fenómeno no pasó del nivel superficial. De hecho, hasta ahora, mientras algunos voceros gubernamentales disfrazados de editorialistas contindan señalando que la mayoría de esos electores que no ejercieron su derecho al sufragio estuvo conformada por areneros "que se confiaron", nadie se empeña en darle su justo valor a esa opción, tomada por casi la mitad de los empadronados.

 

El otro modo en que la campaña política dijo presente en la agenda de los telenoticiarios fue el "repaso", que no el análisis, de las plataformas electorales. Particular mención merecen los dos "debates" organizados por el Canal 33, que no tuvo empacho en invitar, en un primer momento, a los principales competidores por la comuna capitalina, y en otro, a los primeros candidatos por la plancha nacional, sin determinar con suficiente antelación la mecánica de los debates y sin preparar debidamente, valga decirlo, a los conductores de la discusión. Además, si bien giraron invitaciones a importantes figuras de la sociedad civil para que participasen en la ronda de preguntas y respuestas, al final terminaron -por accidente?- montando una barra conservadora que le restó seriedad a los ejercicios. En algunos momentos, los silbidos del auditorio hicieron pensar a más de alguno que habría dado lo mismo montar los debates en los estrados populares del estadio Cuscatlán.

 

Acostumbrados a presenciar, por ejemplo, en los clásicos debates presidenciales estadounidenses, a dos políticos serios capitalizando la magia de la imagen y con sus líneas aprendidas al pie de la letra, en un ambiente de respeto mutuo y, por supuesto, con un verdadero mediador conduciendo la discusión, no pudimos menos que avergonzarnos, no digamos de algunos de los participantes, faltos de rigurosidad, sino del papel de los y las periodistas -en la mediocridad de los profesionales del micrófono tampoco median diferencias de género.

 

Nuestros periodistas se precian, entre otras cosas, de tener olfato, pero durante ambos debates se dejaron escapar cuestiones realmente importantes. Vaya, al caso, la pregunta sobre las onerosas prebendas de los parlamentarios, formulada por Edmundo Viera, diputado del Partido de Renovación Social Cristiano, a la hasta ese momento presidenta de la asamblea. Salguero respondió con un regaño, desestimando el cuestionamiento de Viera ya que "él también había gozado de viajes y otras facilidades". ¿Se necesita ser Joseph Pulitzer para advertir la pobreza del argumento de la señorita Gross? Sin embargo, la cuestión quedó en el aire.

 

Y así se desarrollaron los debates, con preguntas tan profundas como un charquito de chocolatina, errores metodológicos tan crasos como introducir en la discusión el pasquín del Partido Demócrata -sospechosamente difundido minutos antes del segundo debate-, y el populismo barato de algunas intervenciones, como la de un periodista radial que consideró idóneo y oportuno regañar por la pinta y pega de propaganda a uno de los candidatos a la alcaldía capitalina. Esos y otros exabruptos terminaron de restar altura a la discusión.

 

Luego, una vez escrutado buen porcentaje de la votación, y cuando las proyecciones otorgaban una considerable cuota de poder al FMLN, los empleados de la Telecorporación Salvadoreña consumaron su casamiento con la incapacidad. Uno de los conductores de la sdpercadena de Boris Eserski recibió luz verde para tomar como suyos los razonamientos del derrotado candidato a alcalde por San Salvador, Mario Valiente, y, durante el resto de la transmisión introdujo como tema de reflexión "la aventura del electorado". No creo, particularmente, que alguien pueda ser tan incapaz como para confundir la discusión de la hipótesis vertida por un político con la tesis y el eje temático de una transmisión, pero con ello tampoco queda bien parado nuestro amigo del saco y la corbata.

 

Comparado con el vergonzoso papel de los hombres y mujeres de la pantalla chica salvadoreña, puede decirse que los profesionales del micrófono no lo hicieron tan mal. Por un lado, la oferta radial supera con creces, al menos en términos cuantitativos, a la televisiva. Cerca de un centenar de radioemisoras, agrupadas en la Asociación Salvadoreña de íadiodifusoras y en la Asociación de íadios y Programas Participativos de El Salvador, idearon una estrategia de reporteo y análisis similar a la de la televisión, con sondeos, debates y proyecciones previas al evento electoral. El 16 de marzo, una vez concluidas las votaciones, presentaron -en algunos casos con una velocidad admirable- los resultados del conteo preliminar en, por ejemplo, algunas mesas receptoras del Centro de Gobierno, algunos municipios importantes de San Salvador y, entrada la tarde, en las cabeceras departamentales. De ese modo, el pdblico pudo dormirse, mucho antes de la medianoche, con una idea clara de cómo caminaban los resultados.

 

Pero no todo son flores para la gente de la radio. La brecha generacional, ese abismo que separa a los "pioneros" -autodidactas formados en la calle y graduados en las componendas y en el "sálvese quien pueda" de la guerra- de los nuevos comunicadores -formados en alguna de las tantas universidades privadas del país, condenados a graduarse en el "sálvese quien pueda" de la globalización y de la falsa competencia estilo estadounidense- es más evidente y patética en el mundo de la radio que en el de la prensa escrita o la televisión.

 

Como consecuencia de ese salto quántico entre los consagrados y los monaguillos del micrófono, la lucha por trabajar de manera independiente, de espaldas al coqueteo de la política y a la seducción de la menta y el soborno, no pasó de la primera trichera. íadios reconocidas, con una luenga experiencia "en las lides de la democracia", cayeron rápidamente en la manipulación, sobre todo del Partido ARENA, con tan poca honra que incluso los espacios culturales o deportivos sirvieron para transmitir mensajes que muy poco tenían que ver con el anotador de un gol o con los vicios del "hablante salvadoreño".

 

Tal vez con el tiempo pase al quijotesco libro de las anécdotas cuscatlecas, pero, en plena coyuntura preelectoral, cuando la gente del fdtbol nacional planteó la necesidad de nacionalizar, de manera precipitada, a dos jugadores extranjeros -ninguno de los cuales llenaba los requisitos mínimos indispensables para obtener la nacionalidad-, y cuando media docena de diputados se opusó a la idea, el director de deportes de un importante medio nacional, en directo, sin pelos en la lengua ni espinas en la conciencia, invitó "al pueblo" a no olvidar "esta afrenta a la patria", castigando a los opositores, a los "enemigos del fdtbol", en las urnas.

 

Es sólo uno entre un rosario de ejemplos que mostraron, en el canto del cisne del siglo veinte, las incongruencias entre el paradigma del comunicador salvadoreño, protagonista en la conversión de los medios informativos de meros transmisores de noticias y entretenimiento en agentes de cambio social, y el arquetípico -real y cotidiano- periodista salvadoreño.

 

Finalmente, el papel de la prensa escrita osciló entre el asombro y la verghenza. Antes, durante y después del conflicto armado, ninguna empresa de comunicación despertó tantas adhesiones y críticas como El Diario de Hoy. Su discurso, conservador hasta la médula y poderosamente reaccionario, alcanzó -y alcanza- tintes viscerales francamente paradójicos. La pdblica inclinación de este periódico hacia el lado más extremo de la derecha facilitó, durante mucho tiempo, sobre todo en los momentos más álgidos de la guerra, la identificación de La Prensa Gráfica, la otra empresa periodística del país -con perdón del folletinesco Co-Latino y de El Mundo, apéndice de apéndices-, con el centro de la derecha, si es que cabe tal concepto.

 

Las posturas ideológicas de ambos rotativos, convertidas en lugares comunes después de tantos años, presuponían un tratamiento informativo particular, sobre todo de los candidatos a la alcaldía capitalina. De El Diario de Hoy, acostumbrado a funcionar "en contra de" -en contra de Maximiliano Hernández Martínez, en contra del comunismo, en contra de José Napoleón Duarte, en contra, ahora, del castrismo- se esperaba una abierta inclinación por la reelección de Mario Valiente, que debía expresarse en un ataque contra el candidato de la coalición opositora, Héctor Silva. Por extensión, de La Prensa Gráfica, se esperaba un tratamiento más misericordioso con Silva, que no iría, por supuesto, en desmedro del apoyo al candidato de ARENA.

 

Es ahí donde comenzó la sorpresa. Si bien las páginas editoriales de El Diario de Hoy no desaprovecharon espacio ni oportunidad para satanizar al FMLN, recordando su pasado de bombas y secuestros, diciendo, incluso, que la decisión era "ARENA o el caos" -digno de Aunque Ud. no lo crea-, en lo estrictamente periodístico desarrollaron una cobertura seria, que dio espacios por igual a todos los candidatos a la comuna capitalina, y que incluso menoscabó la imagen del alcalde saliente, que se rehusó a participar en una ronda de conversaciones con sus contendores.

 

Mientras tanto, La Prensa Gráfica, más "sabia", hizo tábula rasa de los otros candidatos, y sirvió literalmente como trampolín a la poco fotogénica imagen de Valiente. En términos simples, el centro derechismo de los Dutriz sólo evidenció su incapacidad para leer los signos del momento, dejando escapar el chance de consolidar su imagen de medio objetivo y no comprometido -una falsa imagen que muchos salvadoreños, incluso de los dis que intelectuales, siguen comprando como resabio de la confusió ideológica de los ochenta-, mientras que el conservadurismo medieval de El Diario de Hoy quedó constreñido a, como última trinchera, sus páginas editoriales.

 

El fenómeno registrado en la empresa de la familia Viera Altamirano no debe, empero, ser leído con ligereza. Si lo atendemos con detenimiento, nos sirve para mantener la tesis de que, en la lucha por volver menos violento el cambio generacional, en las filas del periodismo salvadoreño, es necesario esperar todavía dolorosos coletazos de la camada de los autodidactas.

 

Un ejemplo puede bastarnos. En los últimos días de la campaña electoral, luego de que el Partido Demócrata, con sus "poetas y filósofos", revelara los secretos ocultos del romance que lo mantuvo atado al FMLN -como decía el cantante, "amor de estudiante, ya se terminó"-, y cuando, evidentemente, al electorado muy poco podía importarle el número de muescas en el revólver del azul o del colorado, el equipo de campaña de ARENA pensó en una última estrategia. Con toda pompa, envió a diestra y siniestra una fotografía en la que Schafick Handal, con uniforme militar, sonreía -prodigiosamente- a un pequeño, armado para la guerra. La fotografía no fue publicada por La Prensa Gráfica, que ya en ese momento comenzaba a percatarse de los contras de su vorágine falazmente centrista, mientras que otro rotativo la publicó como campo pagado. Sin embargo, El Diario de Hoy, que dio en algunos momentos de la campaña un verdadero ejemplo de cobertura y rigurosidad metodológica, decidió publicarla, tal vez como un favor al preocupado partido de la cruz.

 

No cabe duda que la incongruencia de la que hablábamos, esa que se respira día con día en las redacciones de los telenoticiarios, los noticiarios radiales y los periódicos salvadoreños, salta a la vista con mayor intensidad en momentos tan importantes como una campaña electoral, sobre todo cuando está en juego, como lo estuvo en la pasada campaña, la continuidad del Partido ARENA, de su forma de ver al país, de su peculiar estilo de "hacer patria". Empero, queda la duda, esa que sólo el tiempo aclarará. ¿Será necesario que los propietarios de los medios masivos de comunicación cambien su ideario, mudando las ideas, los estereotipos y los fantasmas que los han estimulado durante tanto tiempo, para que los periodistas salvadoreños alcancen, de una vez por todas, el nivel de profesionalismo que demanda El Salvador?

 

El compromiso ideológico de Eserski, de Viera Altamirano o de Dutriz es una cosa, pero que ello decida, más allá del sentido común y del buen sentido periodístico, las líneas periodísticas de sus asalariados es otra, grave e insultante. Ahí, ellos pecan, por palabra. Sin embargo, el error no es patrimonio de los dueños de las empresas de comunicación. ¿Qué hay de sus empleados, de los jefes de redacción, de información, de los cuadros directivos? Mucho se ha escrito sobre la objetividad del periodista, y aunque importantes hombres de la prensa estadounidense continden, como buenos positivistas, asumiendo que la objetividad equivale a la imposible imparcialidad, cada vez más se reconoce que sólo en la consecuencia con el ideario, y en la postura editorial justo ahí, donde la realidad tiene más de verdad, es que radica la objetividad. Renglón seguido, también estos tienen su tajada en el error, y por omisión.

 

Por último, es imperativo hacerse otra pregunta, pero no axiológica ni filosófica, sino estrictamente profesional. ¿Cuándo dejarán los periodistas, jóvenes y viejos por igual, de seguir al pie de la letra las directrices de la empresa, aun cuando pasen por encima de su compromiso con el pdblico y, para ponernos cursis, con la verdad? En efecto, existe una brecha generacional, y parece que los vicios están anquilosados, convertidos, de tanto ejercitarlos, en costumbre, en la parte más vieja de la balanza. Pero, si es difícil que un empresario poderoso decida, por iluminación divina, reconocer sus errores y pensar en su compromiso para con el país, y si es difícil esperar más de hombres y mujeres que durante treinta años se la han pasado "haciendo la cacha", con todo lo que ello -póngase a temblar- suponga, ¿cómo, si no estableciendo verdaderas trincheras en las salas de redacción, puede una nueva generación, o al menos esa parte de una nueva generación que está consciente de sus obligaciones profesionales e históricas, comenzar el camino?

 

Lastimosamente, el proceso electoral de marzo de 1997 no supuso un hito para el periodismo salvadoreño. Tal vez en 1999. Tal vez, sólo tal vez...

 

Cristian Villalta