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El FMLN y ARENA:

¿crisis interna o reajustes partidarios?

 

 

 

"El neoliberalismo es deshumanizante, es empobrecedor, y su modelo de civilización es embrutecedor... Ellos ante el neoliberalismo tienen una posición vergonzante..."

 

Sobre el rumbo actual del FMLN

 

 

"Lo que sucede ahora al interior del FMLN está más vinculado a la búsqueda del debate por construir un proyecto alternativo a la política neoliberal del gobierno"

 

Salvador Sánchez Cerén

 

"Estoy contento porque mi partido es cada vez más institucional y se consolida. Venimos... de momentos muy difíciles , pero con un gran líder carismático, que era el mayor Roberto D’Abuisson. Hay gente que dice que así era mejor, porque Roberto era un líder carismático que hacía y deshacía, porque era el líder incuestionable, el líder nato"

 

Armando Calderón Sol

 

 

 

Casi al mismo tiempo, los dos partidos mayoritarios en el sistema político salvadoreño --el FMLN y ARENA-- han sido noticia: el primero, por la salida a la luz pública del documento Sobre el rumbo actual del FMLN, sin autoría intelectual explícita, en el que se hace una crítica a la actual conducción partidaria, encabezada por el ex comandante Facundo Guardado; el segundo, por la ola de renuncias de figuras clave en el gabinete presidencial. Ambos hechos han dado pie a diversas reacciones, entre las que sobresalen aquellas que pretenden hacer una interpretación más de fondo de lo que sucede en el interior de cada uno de los institutos políticos. De entre estas interpretaciones destacan las que leen los hechos en términos de bueno y malo, de éxito o fracaso, según sea la preferencia ideológica de quienes elaboran el análisis. Para los simpatizantes de ARENA, lo que sucede en el partido de derecha es positivo, en cuanto que refleja la libertad de sus miembros no sólo de sostener sus puntos de vista, sino de abandonar, sin coacción alguna, la institución, una vez que razones de fuerza mayor se los exige.

Así, lo que sucede en ARENA --la renuncia continuada de figuras partidarias de alto nivel con cargos de gobierno-- es entendido como una situación normal de reajuste institucional, motivado más que por diferencias políticas por razones personales. Nada, pues, que de lugar a alarmas de ninguna especie. La contrapartida de esta lectura de los hechos, cuando se examina la situación del FMLN, es de lo más catastrófica. Para los analistas cuyo sesgo ideológico es favorable a ARENA, el FMLN está pasando por la peor crisis de su historia, de la cual sólo cabe esperar un deterioro institucional sin salida posible. Las disputas en el Frente, en este sentido, no son síntoma de reajuste o apertura alguna, sino expresión de la intolerancia y el dogmatismo prevaleciente entre sus cuadros dirigentes.

Por su parte, el FMLN también tiene sus epígonos y simpatizantes, que analizan los hechos de un modo diametralmente opuesto al de los epígonos y simpatizantes de ARENA. En una interpretación sesgada hacia la izquierda, lo que sucede en ARENA es síntoma de la decadencia más abyecta del partido de derecha. Este atraviesa una de sus peores crisis, de la cual lo más seguro es que no pueda recuperarse; su autoritarismo, prepotencia y rapacidad neoliberal se han revelado insuficientes para contener las presiones de los grupos de poder que se enfrentan en su interior. Varios de sus miembros abandonan el partido sofocados por la falta de espacios democráticos en los cuales ventilar sus opiniones.

Con el FMLN, nos dice esta interpretación, sucede justamente lo contrario que en ARENA: en el Frente se vive un clima de democracia partidaria, de lo cual es expresión la existencia de "tendencias" que, libre y abiertamente, plantean sus tesis y perspectivas políticas, sin temor a ser expulsados del partido. Más aún, el FMLN está dando una lección a ARENA --y a los demás partidos-- de lo que es la democracia interna: se admiten las disidencias, las opciones distintas y el debate ideológico. En suma, de lo que sucede actualmente en el FMLN, saldrá un partido más fortalecido. Todo lo que pasa en el Frente es bueno; todo lo que pasa en ARENA es malo; éste es un partido autoritario, aquél es un partido democrático: así se resume la interpretación de las dinámicas internas del FMLN y ARENA proveniente de una intelectualidad que simpatiza abierta o veladamente con el partido de izquierda.

Las simpatías son ineludibles; el problema es que al hacerlas principio rector del análisis se corre el peligro de desembocar en maniqueísmos absolutamente discutibles. Más allá de las simpatías, el estudioso de la sociedad y la política tiene que esforzarse por considerar al FMLN y ARENA como dos objetos de estudio con igual estatus analítico, es decir, como dos instituciones cuya dinámica interna es importante conocer no para potenciar a una y deslegitimar a la otra --por más que el corazón nos lo pida--, sino para comprender más a cabalidad los resortes del sistema político salvadoreño en orden a su fortalecimiento. Así pues, como objetos análisis ni el FMLN es mejor, más bueno o más aceptable que ARENA, o a la inversa: éste último es más bueno, mejor o más aceptable que aquél. Son dos instituciones políticas en igualdad de condiciones analíticas; lo que tenga que decirse de ellas debe fundarse en las pruebas respectivas o, en su defecto, en las hipótesis más razonables. En este comentario intentaremos avanzar en algunas hipótesis que nos ayuden a interpretar las dinámicas internas de los partidos ARENA y FMLN.

Como punto de partida, no puede dejar de reconocerse que tanto ARENA como el FMLN tienen algunas cosas en común. Ante todo, ambos tuvieron, antes de su conversión a partidos políticos, una estructura político-militar, con los rasgos de mando centralizado y autoritario que son intrínsecos a una estructura de ese tipo. ARENA inició su conversión una década antes que el FMLN, pero su configuración actual todavía acusa elementos organizativos e ideológicos de su primer período. El FMLN, con apenas seis años de vida legal, no logra sacudirse los esquemas de mando de su etapa como ejército revolucionario. Un segundo aspecto en común es que ambos cuentan con líderazgos que no sólo están bastante definidos, sino que pretenden incidir, por sobre la institucionalidad partidaria, en la marcha del partido. En tercer lugar, esos liderazgos suelen agrupar a su alrededor a seguidores relativamente incondicionales, lo cual da pie a la formación de grupos con intereses políticos propios. En cuarto lugar, ambos poseen referentes ideológicos fuertes, desde los cuales es posible validar el compromiso militante de cada uno de sus miembros. Y, en quinto lugar, los dos partidos están articulados en torno a unas élites que son las que, en definitiva, deciden no sólo cómo y cuál debe ser su orientación, sino quiénes de entre sus miembros ocuparán los puestos clave.

Reconocidas estas coincidencias básicas entre ARENA y el FMLN hay que pasar al examen de sus diferencias más importantes. ARENA, como ya dijimos, inició su conversión de grupo paramilitar a partido político a principios de la década de los ochenta. Con ello, comenzó una incipiente institucionalización de las relaciones de poder entre sus miembros; el carisma y peso de los padres fundadores tendría que ser canalizado a través de las estructuras organizativas, según las reglas y normas partidarias. Ya no se trataba de mandar y decidir porque se era el máximo líder, sino que para mandar y decidir había que ocupar el puesto organizativo que facultaba pare ello, es decir, la presidencia del Consejo Ejecutivo Nacional de ARENA (COENA).

En principio, todos los miembros del partido podían integrar el COENA y, en consecuencia, su presidencia; sin embargo, los dirigentes históricos de ARENA se cuidaron de ser ellos los miembros del COENA y de elegir entre sí al presidente del organismo de dirección. En esta elección ha pesado sobre manera la pertenencia a la vieja guardia d’abuissoniana, por no decir la cercanía de los candidatos electos con Roberto D’abuisson. De todos modos, lo interesante de esta dinámica es que en ARENA las jerarquías partidarias se han ido convirtiendo en el canal a través del cual sus miembros inciden en la marcha del partido; para influir en su rumbo, pues, se ha hecho necesario llegar al puesto de poder que lo permite, según mecanismos de elección y tiempo de mandato ya establecidos. La aceptación de estas reglas de juego intrapartidarias es lo que explica en buena medida la estabilidad institucional de ARENA durante los últimos quince años.

Ahora bien, esa estabilidad institucional se ha logrado a costa de la inexistencia de espacios en el partido para que se ventilen opiniones divergentes de las que se imponen desde su cúspide. Hay que tomar en cuenta que, desde su fundación hasta el momento actual, en el seno de ARENA se han generado cambios importantes, entre los cuales destaca la particularización de los grupos de interés que lo constituyen: estos grupos --agricultores, industriales y accionistas de las instituciones financieras--, aceptando las reglas institucionales de elección y relevo de dirigentes, han tratado de llevar a sus representantes al COENA para, desde allí, impulsar las transformaciones partidarias que mejor respondan a sus intereses. Durante la administración de Armando Calderón, la pugna por el relevo en el liderazgo arenero ha sido sumamente intensa, al igual que lo han sido las intensas presiones que los grupos de interés, cobijados en ARENA, han ejercido sobre el gobierno para que éste responda a sus expectativas. Esas pugnas se han agudizado en la medida en que uno de los sectores de ARENA --el financiero-- no sólo ha tomado las riendas del partido, sino que ha obstaculizado, desde su control del COENA, los recambios que permitan la llegada a la cúpula de los representantes de los otros sectores.

Se ha quebrado, entonces, uno de los mecanismos integradores de ARENA: aquél que abría las puertas para que los diversos grupos de interés, representados en el partido, pudieran incidir, desde la dirección del mismo, en su marcha, en sus políticas y en sus apuestas doctrinarias. Como resultado de ello, las autoexpulsiones no se han hecho esperar: los "maneques", Alfredo Mena Lagos, Orlando de Sola, Sigifredo Ochoa Pérez... La lista es, a estas alturas, bastante amplia y significativa. Algunos de los que han abandonado las filas areneras han sido claros en exponer las razones políticas que los llevaron a tomar tal decisión; otros no han dudado en ocultar sus motivos de fondo y han apelado a razones de carácter personal para justificar su salida del partido y, para una buena parte de ellos, del gobierno.

Cosa curiosa: los que no se han sentido a gusto en el partido --entre éstos han figurado no pocos de sus líderes históricos-- han optado, en general, por abandonarlo, para desde fuera manifestar sus opiniones, a veces sumamente duras, acerca de la conducción que se hace del partido en el momento de sus renuncias. Salvo de los "maneques", es poco o casi nada lo que se sabe de grupos o facciones disidentes que llevaran, en el interior de ARENA, una lucha abierta y frontal contra sus autoridades. Esto, de haber sucedido, es indudable que hubiera debilitado gravemente al partido, como lo muestra el Partido Demócrata Cristiano (PDC), el cual no ha podido sobreponerse de las disputas entre sus camarillas dirigentes que, en más de una oportunidad, se hicieron al mismo tiempo, de la secretaría general del partido.

ARENA ha podido salvar esta situación no tolerando la presencia de grupos que abiertamente se enfrenten a las autoridades partidarias, con la pretensión de hacer prevalecer, a través de presiones de diversa naturaleza, sus puntos de vista. Desde un principio estos grupos no han tenido cabida en la institución. Sin embargo, la existencia de perspectivas políticas y económicas distintas no ha podido evitarse; incluso, las mismas, hasta la administración Cristiani, encontraban un espacio institucional que les permitía aspirar a influir en las directrices del partido. Ese espacio se ha ido cerrando poco a poco desde que arribó Calderón Sol a la presidencia de la República. Con la llegada de Cristiani al COENA, los mecanismos de relevo de dirigentes se han endurecido, haciendo difícil que otros sectores del partido --no tan afines al sector financiero-- puedan acceder a cuotas de poder significativas.

Este convencimiento --sumado a ese otro convencimiento de que es imposible socavar desde dentro la autoridad de los líderes en funciones-- es el que ha llevado a varios de los miembros de ARENA a renunciar al partido. Se ha tratado de autodepuraciones relativamente pacíficas, que han salvado al partido de potenciales camarillas dispuestas a desestabilizarlo desde su interior. Asimismo, sólo algunos de los autodepurados han asumido una actitud de abierta hostilidad contra el partido; un buen número de ellos o ha evadido criticarlo o sólo lo ha hecho veladamente. La disidencia arenera, pues, ha tenido un impacto relativamente débil en la estructura organizativa del partido; es el gobierno el que más ha resentido esa disidencia, cuando los que han abandonado el partido han ocupado puestos clave en el mismo.

En cuanto al FMLN, sus pugnas internas no son nada nuevo. ¿Qué es lo que está de fondo en la continuada crisis del partido de izquierda? Una y otra vez se ha insistido en que la unidad lograda por el FMLN durante la guerra civil no abolió las rencillas y ansias de protagonismo de las que hicieron gala los grupos políticos-militares (ERP, FPL, RN, PRTC y FAL-PCS) desde los cuales aquél se constituyó. Es cierto que el advenimiento de la guerra civil impuso, como necesidad imperiosa, el establecimiento de una cierta unidad estratégica, política e ideológica en las acciones de las organizaciones político-militares; el FMLN fue la expresión de esa necesidad. Sin embargo, como lo muestran los nichos que los distintos grupos del Frente hicieron en las zonas de guerra --por ejemplo, en Guazapa, Morazán y Chalatenango--, la unidad no fue plena, no en el sentido de que existieran enfoques y visiones distintas sobre la situación del país --algo inevitable--, sino en el sentido de que la identidad y las aspiraciones de los núcleos que formaron el FMLN seguían presentes y se traducían en control de bases y espacios territoriales propios.

Firmada la paz y convertido el FMLN en un partido legalmente inscrito, afloraron abiertamente las pretensiones hegemonizantes de cada una de las facciones que lo constituían. La ruptura se hizo inevitable y, tras los comicios de 1994, Joaquín Villalobos (ERP) y Fermán Cienfuegos (RN), con sus respectivos séquitos de incondicionales, se desligaron del partido de izquierda; éste pasó de contar con cinco facciones --tendencias" les llaman los más optimistas-- a estar integrado por tres: FPL, PCS y PRTC. Todo parecía estar resuelto, una vez que los llamados socialdemócratas, "revisionistas" y "pragmáticos" dejaron la institución partidaria en manos de los "comprometidos" con los "principios". Ciertamente, la disputa entre éstos y aquéllos no era asunto de meras opiniones o visiones distintas de las cosas; era una disputa por el control de un aparato político con una imagen y un prestigio cimentados en el imaginario colectivo. Porque, inmediatamente después de firmada la paz, la presencia del FMLN en la vida política legal era de los más atractivo para un electorado cansado de los partidos tradicionales; además, las hazañas militares del Frente --y toda la mitología que se había tejido en torno a sus comandantes y combatientes-- daban cabida a las esperanzas más insospechadas acerca de lo que el partido de izquierda podría hacer --con audacia y valentía-- una vez que contara con una cuota de poder significativa en sus manos.

Antes de la constitución del FMLN, las facciones de la izquierda armada no tenían problema en actuar aisladas las unas de las otras; de hecho, se esforzaban denodadamente por distinguirse de las demás. Cualquiera que, a finales de la década de los setenta, haya visitado el Instituto Nacional Francisco Menéndez (INFRAMEN) o la Universidad de El Salvador (UES) pudo darse cuenta de los ataques recíprocos que, en un afán de parecer las auténticas portadoras de los ideales revolucionarios, se lanzaban las diversas organizaciones de izquierda que controlaban esos centros educativos. Finalizada la guerra, por sí mismas era poco lo que podían significar políticamente, puesto que era el FMLN --no las FPL, el ERP, la RN, las FAL-PCS o el PRTC-- el que había llevado adelante la lucha revolucionaria y el que podía capitalizar electoralmente los créditos por el compromiso revolucionario.

En la primera disputa abierta por el control del FMLN, la RN y el ERP salieron perdiendo. El partido quedó en manos de las FPL, el PCS y el PRTC, fraguándose un pacto mediante el cual, aceptada la existencia de tendencias distintas, el primer grupo (FPL) controlaría la coordinación del partido, dejando a los otros dos, especialmente al tercero (PRTC), en una posición subordinada. Las Fuerzas Populares de Liberación, pues, se salieron con la suya, dando continuidad a su afán de décadas por hegemonizar el FMLN.

Así pues, la línea de los "principistas", comandados por Salvador Sánchez Cerén y Schafik Handall, se apropió el aparato partidario. Sin embargo, los problemas no terminaron, pues no sólo entre las tendencias se hicieron presentes las tensiones por controlar al partido --el cargo de coordinador ha sido siempre la manzana de la discordia--, sino que en el interior de ellas se generó un intenso debate acerca de la identidad ideológica del FMLN. Al calor de esta segunda dinámica han surgido dos posiciones que, a estas alturas, parecen irreconciliables: (a) la abanderada por los ortodoxos, defenestradores del mercado, el capitalismo, los empresarios y el neoliberalismo, y propugnadores del socialismo, la estatización de la economía y el compromiso revolucionario; y (b) la abanderada por los renovadores, abiertos al mercado, a la libre empresa, a las reformas neoliberales y a un Estado de bienestar redefinido, y reacios a aceptar dogmáticamente las tesis socialistas clásicas, la estatización de la economía (según el modelo de la ex URSS) y la lucha revolucionaria. Los que apuestan por cada una de esas perspectivas se han venido enfrentando abierta o veladamente en los últimos meses, lo que ha contribuido a debilitar políticamente al partido de izquierda. El documento elaborado por la disidencia ortodoxa constituye la más reciente manifestación de esa división que caracteriza al FMLN en la postguerra.

Curiosamente, cada vez que se abre un período preelectoral, cuando los esfuerzos partidarios deberían encaminarse a trabajar en serio por las figuras y los proyectos, en el seno de la izquierda estallan conflictos que le impiden abocarse de lleno a la formulación de una propuesta aceptable para el electorado. En el fondo, en el FMLN hay un problema de ajuste de cuentas con los valores y compromisos que se abanderaron en el pasado. Hasta ahora, el Frente no se ha sometido a un esfuerzo responsable de autoevaluación que, seguramente, le ayudaría a replantear no sólo sus principios más queridos, sino a ponderar la capacidad real de sus actuales líderes para llevar adelante la necesaria refundación institucional. No cabe duda de que es urgente para el partido de izquierda dar inicio a un proceso de renovación de sus cuadros dirigentes, lo cual supone, en muchos casos, su reemplazo por cuadros más jóvenes y menos aferrados a inmovilismos ideológicos y políticos. El partido tiene que modernizarse; tiene que dotarse de una estructura de mando que lo haga eficiente y competitivo. Sus miembros, aunque gocen de la total libertad para ventilar sus opiniones y desacuerdos, deben aceptar los acuerdos y compromisos tomados por sus máximos organismos de dirección, ya sea en el plano de las estrategias electorales o en el plano doctrinario y programático.

En caso de que uno o varios miembros no acepten esos acuerdos y compromisos --y no puedan hacer prevalecer su opinión en los foros donde se decide el rumbo del partido--, lo mejor sería que abandonaran la institución. Nunca, bajo ninguna circunstancia, debe tolerarse que se queden dentro del partido conspirando para socavar la autoridad de las jefaturas establecidas o para cambiar las directrices partidarias. Con resultados desastrosos, otros partidos --el Partido Demócrata Cristiano es el ejemplo más patético de ello-- han dejado que en su interior proliferen los grupúsculos abiertamente reacios a aceptar a las autoridades partidarias. ¿Continuará el FMLN tolerando a grupos e individuos que no están dispuestos a aceptar las reglas internas de elección y revocación de candidatos?

Por lo demás, si esos grupos e individuos creen que el partido no da cobijo a sus aspiraciones, ¿por qué no lo abandonan, se integran a otro o fundan uno nuevo? ¿Hasta cuándo los líderes históricos del FMLN seguirán pensando que la institución es propiedad de ellos y, en consecuencia, que deben de controlarla absolutamente? Deberían de entender y aceptar que, desde que el Frente se convirtió en un partido político democrático, ellos, los otrora comandantes y máximos dirigentes, son nada más que miembros de la institución, con los derechos y responsabilidades que la misma les otorga. En suma, deben decir adiós a esas "virtudes" que en el pasado los pusieron a la cabeza de sus organizaciones y del FMLN: creatividad conspirativa, convicciones ideológicas inamovibles, contundencia argumentativa y haber llegado primero a la cita revolucionaria.

ARENA y FMLN: dos partidos tan distintos y tan parecidos. Sus élites, por razones y mecanismos distintos, se resisten a la renovación interna, al arribo de nuevos liderazgos. ¿Son dos partidos en bancarrota? ¿Son dos partidos sumergidos en crisis internas irresolubles? Dar respuesta a esas dos interrogantes no es fácil y, peor aún, es sumamente arriesgado. Con todo, lo más prudente es reconocer que, al menos, ambas instituciones partidarias están viviendo la emergencia de nuevos liderazgos y opciones políticas que ponen en entredicho la comprensión que, desde el pasado, ambas han forjado de sí mismas. El cambio y la renovación son necesarios; así lo entienden algunos líderes y militantes. El asunto es cuándo lo van a entender los líderes y militantes aferrados al pasado (caso del FMLN) o aferrados a un control absoluto del poder partidario (caso de ARENA).

 

Luis Armando González