Lo conocí a él [Ignacio Martín-Baró] en 1989, cuando era párroco en Jayaque. Yo tenía nueve años. Recuerdo que sus misas eran masivas y largas, pero alegres. Toda la gente siempre estaba muy atenta para escucharlo; y nosotros, los niños, llegábamos porque nos repartía dulces al final de la celebración.
Me acuerdo que animaba las convivencias con su guitarra, la cual siempre andaba cargando. Le gustaba cantar muy fuerte. Tengo presente una canción que nos enseñó, la letra decía “¿cómo están los niños, cómo están?”, y todos respondíamos “muy bien”. Él le iba haciendo esa pregunta a cada uno para aprenderse el nombre de todos, así mantenía una atención individual.
Nos enteramos de su muerte por la radio; incluso algunas personas se vinieron caminando desde Jayaque hasta San Salvador. Al principio, la gente se sentía sola y desconsolada, había tristeza e indignación; sin embargo, decidimos continuar los proyectos, porque sabíamos que era lo que hubiera querido el padre Nacho, como todos le decíamos.
Pasó el tiempo y, cuando estaba en el bachillerato, me gané una beca de la Cooperativa Martín-Baró, que él mismo fundó en Jayaque. Fue así como entré a la UCA. Decidí estudiar Psicología, y de esta manera descubrí que él había sido psicólogo. Esto me impactó y lo admiré aún más, porque nosotros allá en la comunidad nunca supimos de su profesión; él nunca andaba hablando de sí mismo, sino que se dedicaba a la gente. Para nosotros, simplemente, era el padre Nacho.
Celia Patricia Vásquez, fundadora de la Clínica de Asistencia Psicológica Martín-Baró en Jayaque.