Conocí al padre [Ignacio Martín-Baró] cuando era su alumno en la materia Psicología Social, en los años ochenta. Con él desarrollé un acercamiento especial por una mutua pasión: la música. Y es que a él le encantaba tocar la guitarra y yo le hacía un poco al violín. Recuerdo que en esos días existía una tienda que se llamaba Clásicos Supersonido, y allí le grabé varios casetes con melodía académica. A Martín-Baró le gustaba de todo, desde Vivaldi y Mozart hasta Beethoven y Mahler. Incluso, después de su asesinato, entre sus cosas personales encontraron algunos de los materiales musicales que yo le había regalado.
Algo que nunca olvidaré es que cuando yo era director de la Orquesta de Cámara, presentábamos nuestros conciertos los sábados en las tardes, en el Teatro Nacional, y el padre Nacho, a pesar de sus reuniones en Fundasal, algunas veces se salía corriendo para llegar a escucharnos. Ese era todo un detalle de él para con nosotros.
Ahora tengo 25 años de pertenecer a la sección de violines de la Orquesta Sinfónica Nacional de El Salvador, y nunca he dejado de tener presente esta especial vivencia con el padre Nacho y nuestro gusto por la música.
Guillermo Eduardo Aguirre, exalumno de la UCA, músico, académico y sociólogo