Los conocía a todos [los jesuitas mártires]. Aunque quizás más a Nacho Martín-Baró, porque fue él quien me llamó para que viniera a trabajar a la UCA. Vine a trabajar acá en septiembre de 1986. El padre Martín-Baró era mi jefe inmediato, pues era el vicerrector académico y el Centro de Cómputo dependía de esa unidad. De Nacho, especialmente recuerdo su meticulosidad, su profesionalismo. Desde mi perspectiva, me impresionaba el uso que tenía de las tecnologías de información, que en ese momento no estaban tan avanzadas como ahora, pero él, siendo psicólogo, las conocía muy bien. En esos temas, podíamos discutir de tú a tú.
Cuando empezó la ofensiva, yo venía todos los días a la UCA; estaba cerrada la Universidad, pero yo entraba. Estaba don Raúl [en el aquel entonces, vigilante del portón ubicado sobre el bulevar Los Próceres], y él me abría. El 16 [de noviembre] en la mañana, yo vine, como todos los días, tipo siete y treinta de la mañana, más o menos. Cuando llegué, había unos periodistas francés o belgas… europeos. Y don Raúl, desde adentro, me dijo: “Mire, ellos son periodistas y dicen que han matado al padre Ellacuría”. Le dije: “No, no puede ser… si ya otras veces han dicho eso, y no, debe ser un rumor”. Le dije que iba a averiguar. Entonces, di la vuelta con el carro y fui a la otra residencia de los padres [ubicada atrás de la Universidad]. Llegué allí y estaba la puerta abierta. Entré y vi al padre Pedrosa, un jesuita que conocía del Externado, y él hablaba por teléfono. Y le escuché decir: “Esta mañana nos han matado a seis”, y comenzó a decir los nombres… Fue bien duro.
La UCA quedó casi descabezada, no sabíamos qué hacer. Era desconcertante, porque era quedar, sin jefe es lo de menos, sin guías, sin líderes. Y no es que fuera así, porque cada uno sabía el trabajo que tenía que hacer, pero era como quedar huérfanos.
Rafael Ibarra, director de Redes de Información de la Universidad.