I
El barullo de entonces no tuvo resonancia para encontrar la dulzura,
fueron años de enfrentamiento, fue un cántaro roto en las manos
de los salvadoreños.
La guerra llegó a quedarse entre nosotros como huésped del pensamiento
de los hombres y mujeres, de los soldados, de los armados, de los dirigentes.
De no haber sido así, no habría escalado
los muros inclinados y destruidos del Salmo 62.
En ese entonces vivió el padre que debatía,
el padre y filósofo que por caminos cruentos resolvió andar,
cuando junto al campo de los muertos y heridos,
se libró la profecía de cambiar, de voltear la tortilla.
Cuanto sigue cambiando, sigue costando, cuanto brilla, destila opacidad, cuanto
se angostó, ha ensanchado aquello que las nuevas generaciones encuentran en camino.
El padre y filósofo pensó en ello años atrás,
estuvo a altas horas de la noche con la luz prendida,
seguía su quehacer según la deprecación que lo colmaba ¡que viva es la oración!
del mártir y del solitario.
El ciudadano común, el mejor de los demás,
veinte años después,
no sabe si está solo, no lo sabe aunque lo viva a flor de piel
y se queda pensándolo mientras se frota las yemas de sus dedos cansados.
Le han hablado de los curas que mataron,
Le suena a algo horrible, a las cosas que han pasado,
¡ah las cosas que han pasado!
en un pequeño territorio, donde sigue suelto el demonio,
abortando los sueños de jóvenes, secando las gotas frescas de la paz.
En lo que va del año continúa el barullo sin resonancia,
¡muerte sanguinaria! hace pensar si la fe es sorda,
si los hombres y mujeres no se confesaron a sí mismos
malogrando lo mucho que los ama Dios.
II
Metido a la fe, uno descubre que ésta pide oxígeno y Vida.
Pero si la Vida es Jesucristo amante, no vayamos a perderla,
la esperanza nos aguarda, los mártires la plantaron por el servicio y
nosotros los llamados vamos al futuro, oyendo el acorde.
Este pueblo silogiza la justicia
solo que ahora escasean los mártires de la entereza
no abundan los pastores de radicalidad moral
se cosechan tristezas sin parar
se urden alientos a la sombra del turno renovador,
se camina hasta la extenuación.
Por ahora la historia que más tarde se ha de escribir
nos apremia,
el fogonazo entra,
en estrechez salen los lamentos
como una fuga de un recinto que fue hermético.
¡Víscera salvadoreña nacida en el mundo!
sin otra patria que la justicia
sin descanso, sin recuento de honores,
víscera salvadoreña deshecha por la ignominia,
pensamiento florido por la reivindicación de las nuevas generaciones.
¡A los veinte años
como a los veinte minutos
la herida está viva,
pero de fecunda resonancia!