Con frecuencia pensamos que los mártires son personas del pasado. No es así. A pesar de los esfuerzos que hacen los poderosos de este mundo, y de nuestra patria en particular, por olvidarlos, su recuerdo vuelve insistentemente cada año y cada vez que pretendemos tomar la vida en serio y pensar el futuro de El Salvador. Poco antes de que le mataran, Ellacuría recibió la visita de su superior religioso. En ese momento, le dijo lo siguiente: “Cuando me retire de la UCA, quiero formar un grupo de intelectuales, políticos, empresarios, sindicalistas e incluso gente de la guerrilla que nos dediquemos a pensar juntos El Salvador”.
Ese afán de pensar El Salvador era característico de los jesuitas asesinados. Segundo Montes había investigado el tema de la migración y dado seguimiento personal y serio a los refugiados salvadoreños, huidos de la guerra y las masacres. Martín-Baró investigó comportamientos sicosociales. Y sus investigaciones y modo de abordar los problemas continúa hoy iluminando la discusión latinoamericana sobre el poder, el machismo, la violencia y otros temas. Su propio modo liberador de abordar los temas sicológicos cuajó en una serie de congresos de sicología de la liberación, la cual mantiene su actualidad y su dinamismo.
Joaquín López y López se esforzó por llevar educación de calidad a zonas marginales del país, fueran rurales o urbanas. Y sus escuelas de Fe y Alegría siguen ofreciendo un modelo de aprendizaje, manteniendo en las pruebas de logros posiciones bastante por encima del promedio nacional. Juan Ramón Moreno trabajó con los religiosos y religiosas de diversas órdenes y congregaciones, uniendo siempre la preocupación por ser fieles al seguimiento de Jesucristo con el compromiso de convertir en hechos históricos los valores del Reino de Dios. Amando López animaba comunidades marginales al tiempo que acompañaba solidariamente el pensamiento de los demás. Elba y Celina son, madre e hija, símbolo de la unión de este grupo de jesuitas con el pueblo salvadoreño deseoso de justicia, paz y liberación.
Eran todos, y de muchas maneras, hombres de pensamiento que pensaban El Salvador, con Ellacuría ejerciendo un claro liderazgo. Sin embargo, sabían que esa tarea estaba inconclusa, que debía continuar tanto en su propio trabajo como en las generaciones que les sucedieran. Y ese es, en cierto modo, su gran legado. La sociedad de consumo con frecuencia nos aparta de la labor ardua y generosa de pensar. Las soluciones fáciles, la satisfacción de los deseos inmediatos tanto en el campo de la política con en el del éxito personal, nos han impedido mantener ese trabajo de largo plazo donde se debe unir al sentimiento generoso la precisión del pensamiento académico, racional e independiente. Los mártires de la UCA fueron en ese sentido personas enormemente libres, que no se rindieron ante ningún obstáculo, y que pusieron su libertad y su potencia intelectual al servicio de un país y de un mundo diferente. Personas que creían en la fuerza de la conciencia. Y que estaban seguros que los valores enraizados en una conciencia crítica y apegada a la realidad tenían mucho más poder que las balas, la demagogia y la fuerza bruta.
Hombres de pensamiento, nos dejan hoy la desafiante tarea de pensar El Salvador más allá de las recetas importadas, de los intereses egoístas, de la charlatanería interesada y de las promesas vacías. Tarea de pensar que debe enraizarse en las nuevas generaciones. Generaciones de repuesto urgentes, que deben suceder pronto a una serie de herederos de la guerra que se quedaron paralizados en los Acuerdos de Paz y que no han sabido, hasta el presente, enfrentar las causas sociales y culturales de la guerra, que siguen, en muchos aspectos, vigentes. La paz la logramos, pero sigue amenazada y en riesgo a causa de la violencia. Triste resultado de no haber iniciado aún un camino seguro de transformación estructural que garantice un desarrollo equitativo y un triunfo sobre la desigualdad y la pobreza.