I
Una teoría no excluye a la otra
la miseria está en todas partes
diáfana en el procaz semblante
del hombre contingente y tembloroso.
Así inicio la perorata sobre el ser, el ser salvadoreño,
el que aflora en cada fisonomía,
sola en su haber, desconfiada en el andar,
en cada par de zapatos que cruza
este lugar donde sólo vivimos,
mientras el pensamiento habita al otro lado.
No podemos exhibir orgías frenéticas,
ni luces intermitentes,
no podemos lucir tarjetas postales con mesas barrocas
donde el vino es derramado.
Somos apenas el útero totémico de lagos, cavernas y volcanes
somos así y soy así.
Somos una naturaleza que pare hombres.
Somos un pueblo que fabula sin filosofía.
Sólo somos lo del gasto.
La topología más simple hice de mi país,
buscando contextualizar la obra del mártir que sintió celo por cambiarla.
Un día oró, más tarde habló
y trabajó por menos que una memoria.
Dios mío que no estás en los cielos, trae el eco a dar testimonio
que no venga a nosotros en su reino la anarquía, que se oiga tu voluntad.
Señor, Tú y el nombre santificado que te pertenece,
con el que se negocia y se venden máscaras para descarados jerarcas,
¡Sálvame! Que hablaré.
II
Ahora les explico lo que exuda el desatino.
En los años que duró la guerra había desmayo,
pronunciar y caer era un oficio,
en los años del descalabro carnal a nadie se le hizo justicia,
yo mismo perdí a mi padre
en condiciones y circunstancias que uno de los bandos enarboló.
Imagine usted, amigo mío, a quien soltó su pensamiento,
vivió y lloró al pueblo entre dos bandos,
sólo el mártir de crisol ético, pudo ser en tales días
el elegido a caer, el llamado a ser llamado,
en el país de los cuadros dolorosos.
En los años de la guerra internacionalista
se oyeron voces pero no de esperanza,
la huída de compatriotas era jadeante,
ni quiera Dios volver a esos añicos, como años en pedazos,
para un pueblo que lo vio y no se lo contaron.
Que el futuro reivindique,
que la paz sea entre los hermanados por la sanación,
que no corcoveen los intentos que se han hecho
por tener una patria fecunda y un retorno a lo sensato.
El mártir lo miraría y así lo vería,
no dudaría encontrarse con nosotros,
aun cuando costara más y el mártir lo intuiría,
pero con ánimo y perfil cálido una vez más,
se pondría a orar, a hablar y a trabajar por menos que una memoria.
Porque una memoria no vale lo que vale la transformación,
grandioso epítome que los pueblos amerindios ven a lo lejos,
pues aunque el mártir ha sido deshojado por la crueldad,
abonará su reflexión por los años venideros, junto al verde nuevo.
III
Las palabras hoy resumen alboradas,
al servirse como concreciones,
desde los temas de estudio hasta las orlas fulgurantes del ejemplo
se perfila el profeta con sabiduría y amor
en la historia trágica de El Salvador.
Reflexiones sobre la paz, tambores que ya no suenan, serpentinas,
laurel y niños que regresan a la escuela,
son los cuadros nacientes
de mi proyecto de escritura,
de la historia de este mártir que fue uno en varios,
de su quietud multiplicada,
del adeudo que le rindo en vez de una ofrenda.
Esta tarde practicaba la epistemología de la raíces y llegué a tocar el fondo,
corrí al despeñadero de las gracias, a los bosques de la causa,
sentí mi pobre empeño encorvarse por los golpes
y de presto salpiqué mi contemplación con la llovizna del mártir recordado.
Hasta aquí voy a dejarlo, no por titubeo,
sino por claro haber leído, mi propio pensamiento.
El sol sigue saliendo para el mártir que dejó de verlo,
y sin pruebas de descargo expío lo que me pesa
mientras puedo verlo en la luz inmarcesible.