XXI aniversario de los mártires de la UCA


Relatos

Una relación complicada


Siempre he dicho que Segundo Montes fue un hombre visionario. En 1985, creó el Instituto de Derechos Humanos de la UCA. En momentos en los que el país estaba más convulsionado, él ya predestinaba la necesidad de una entidad que velara por los derechos humanos de las víctimas. En ese mismo año, yo lo encontré en México en un centro de los dominicos. Él acababa de fundar el IDHUCA y por más que yo le coqueteaba para que me invitara a trabajar con él, el padre Montes no me decía nada. Luego, alguien me comentó que él se había reservado la invitación, pues estaba interesado por mi vida, no me quería poner en riesgo.

Yo con él siempre tuve una relación bastante complicada. Fue mi profesor de Física cuando yo estudiaba en el Externado San José, y era muy exigente. También éramos rivales en el fútbol; yo era el portero del equipo de estudiantes y él era delantero del equipo de profesores. Así que yo tenía que atajarle los goles. Ahora la relación sigue siendo igual, pues me ha encomendado un legado que por momentos se me hace muy difícil llevar a cabo. Pero el compromiso con las víctimas es más fuerte, y eso me hace seguir construyendo lo que aquel hombre visionario inició.

Benjamín Cuéllar, director del Instituto de Derechos Humanos de la UCA (IDHUCA).

“Como quedar huérfanos”


Los conocía a todos [los jesuitas mártires]. Aunque quizás más a Nacho Martín-Baró, porque fue él quien me llamó para que viniera a trabajar a la UCA. Vine a trabajar acá en septiembre de 1986. El padre Martín-Baró era mi jefe inmediato, pues era el vicerrector académico y el Centro de Cómputo dependía de esa unidad. De Nacho, especialmente recuerdo su meticulosidad, su profesionalismo. Desde mi perspectiva, me impresionaba el uso que tenía de las tecnologías de información, que en ese momento no estaban tan avanzadas como ahora, pero él, siendo psicólogo, las conocía muy bien. En esos temas, podíamos discutir de tú a tú.

Cuando empezó la ofensiva, yo venía todos los días a la UCA; estaba cerrada la Universidad, pero yo entraba. Estaba don Raúl [en el aquel entonces, vigilante del portón ubicado sobre el bulevar Los Próceres], y él me abría. El 16 [de noviembre] en la mañana, yo vine, como todos los días, tipo siete y treinta de la mañana, más o menos. Cuando llegué, había unos periodistas francés o belgas… europeos. Y don Raúl, desde adentro, me dijo: “Mire, ellos son periodistas y dicen que han matado al padre Ellacuría”. Le dije: “No, no puede ser… si ya otras veces han dicho eso, y no, debe ser un rumor”. Le dije que iba a averiguar. Entonces, di la vuelta con el carro y fui a la otra residencia de los padres [ubicada atrás de la Universidad]. Llegué allí y estaba la puerta abierta. Entré y vi al padre Pedrosa, un jesuita que conocía del Externado, y él hablaba por teléfono. Y le escuché decir: “Esta mañana nos han matado a seis”, y comenzó a decir los nombres… Fue bien duro.

La UCA quedó casi descabezada, no sabíamos qué hacer. Era desconcertante, porque era quedar, sin jefe es lo de menos, sin guías, sin líderes. Y no es que fuera así, porque cada uno sabía el trabajo que tenía que hacer, pero era como quedar huérfanos.

Rafael Ibarra, director de Redes de Información de la Universidad.

El párroco de “La Quezalte”


Conocí al padre Montes cuando yo era parte del consejo parroquial de la iglesia de la colonia Quezaltepeque, donde él era párroco. Yo creo que todos aprendimos a trabajar con él de una manera muy responsable y entregada porque era un hombre muy exigente: nos exigía como si fuéramos empleados asalariados con temor a ser despedidos. No le gustaban los pleitos y era enérgico para resolver los problemas. Aprendimos a trabajar así, esa era su mística.

Otra cosa que lo caracterizaba mucho era la alegría; le encantaba celebrar su cumpleaños. Hasta lo anunciaba en la misa con bastante tiempo de anticipación. Decía: “Ya se acerca mi cumpleaños”. Y siempre de la comunidad le hacíamos ese día una comida especial y le partíamos un pastel, pero siempre terminábamos con algunas frustraciones porque él a toda la gente que veía ese día o que iba pasando fuera de la iglesia los invitaba a llegar a la celebración, y nosotros bien preocupados que no nos iba a alcanzar la comida. Siempre fue un hombre alegre y entregado. Recuerdo que cuando iba a visitar a los refugiados de Colomoncagua [Honduras] nos pedía prestadas cosas de la comunidad. Una vez nos pidió un megáfono, pues iba a tener un evento grande. Cuando regresó, nos dijo: “Miren, les mandan a dar las gracias por el regalo”. Así que cada vez que nos pedía algo prestado de la parroquia ya sabíamos que eso no iba a regresar, porque era para la comunidad de Colomoncagua y nos tocaba compartir. Él nos enseñó a ser generosos y a compartir de nuestra pobreza.

El padre Segundo Montes era también una persona muy sencilla. Él iba a un cantón y le daba lo mismo comer sentado en el suelo, sin tenedor y sin plato, con hoja de huerta y con la mano. De hecho, tenemos una fotografía en donde sale sentado en una piedra comiendo con la mano y con un chucho a la par. Nunca le gustó el lujo y lo ostentoso. Era muy humilde. Le gustaban las cosas sobrias, sencillas. Era muy agradecido. Por cosas como esas nosotros lo seguimos recordando y amando.

Maritza de Hernández, subdirectora del Instituto de Derechos Humanos de la UCA (IDHUCA).

Nacho, entre su sencillez y la grandeza de su legado


Mi conocimiento de él [Ignacio Martín-Baró] se da en primer lugar como estudiante, porque me dio algunas clases, y en segundo lugar como compañero de trabajo. Y recuerdo una de sus expresiones cuando uno le decía “padre”, pues uno tendía a decirle “padre” no por su edad, porque él era un hombre joven en esos momentos, sino por respeto. Él le decía “hijo” a uno. Esa era una expresión, yo siento, que tenía que ver un poco con su actitud de “no me digás títulos, no necesito que lo hagan”. Era parte de su sencillez.

Y conversando con compañeros colegas, que salieron más o menos en el mismo año en el que yo salí, recordábamos que las misas [de graduación] cuando las daba el padre Nacho eran bien irregulares, porque uno no se sentaba al frente, sino que uno estaba con él [cerca del altar]. Él no era una persona que se clavara en lo normado o en lo establecido, era una persona flexible. Y esas misas eran un ejemplo.

Un año después de su asesinato, la APA [Asociación Americana de Psicología, por sus siglas en inglés], en su congreso de 1990 [en Boston, Estados Unidos], hizo un homenaje a Martín-Baró. Me mandaron a mí en representación de la Universidad. Quienes estaban haciendo el homenaje eran gentes… bueno… Noam Chomsky era uno de los participantes, el profesor de psicología social de Harvard y en fin…. profesores de universidades de renombre en Estados Unidos. Para mí fue sorprendente, porque oí hablar [de Martín-Baró] a estas personas y era evidente que conocían de sus opiniones, de sus posturas. Esto de alguna manera dice cómo él fue bastante lejos, y fue bastante lejos por lo acertado de sus análisis y sus propuestas.

Luis Henríquez, estudiante de Ignacio Martín-Baró en 1980 y empleado de la UCA desde 1979.

“Aún siento un gran vacío”


Yo con los mártires conviví desde 1970 hasta su muerte; éramos muy amigos. Por aquellos tiempos éramos poquitos en la Universidad; en el Departamento de Matemática trabajábamos sólo cinco personas. Entonces eso hizo más fácil la convivencia con todos. Recuerdo que siempre nos juntábamos cada mes para tratar algún tema que se pudiera analizar desde la ciencia que cada uno de nosotros practicaba, y así íbamos desarrollando entre nosotros todo el quehacer de la UCA. De hecho, para la época del conflicto, la opinión de la Universidad era de una gran relevancia, e Ignacio Ellacuría era el encargado de difundir en los medios el pensamiento universitario. Por eso, el peso de la pérdida intelectual ha sido enorme. A veces pienso que cómo puede ser que la irracionalidad pueda bloquear a la racionalidad. Definitivamente, los hombres han amado más las tinieblas que la luz, y los padres jesuitas, en cierta medida, eran esa luz que orientaba al país. Recuerdo que cuando secuestraron a la hija del presidente Napoleón Duarte, el padre Ellacu fue uno de los que estuvo negociando para que la liberaran. También, una vez vinieron unos jóvenes que dejaron encerrado al padre en el Edificio de Administración Central. Tenían la intención de secuestrarlo para luego hacer negociaciones con él, pero el padre habló con ellos y estos muchachos han salido de ahí llorando, arrepentidos, vieron la realidad que no habían visto. Ante toda esta situación, una vez yo charlé con él y le dije: “Padre, no ve usted que está muy peligrosa la situación, su vida está en peligro. Me gustaría que integráramos un grupo para protegerlo”. Estábamos frente a la capilla, y me contestó tranquilo y sereno: “Mira, Eduardo, eso no es necesario, todo va a estar bien”. Él realmente estaba convencido de que estaba haciendo y diciendo lo mejor para el país. Y es que cuando el fundamento de nuestra fe está puesto en Dios, no hay lucha por la injusticia y la opresión que no pueda ganarse. Aunque la muerte de los mártires ha sido un hecho difícil de superar, yo aún siento un gran vacío emocional e intelectual, ese acontecimiento terrible fue el parte aguas para que comenzáramos a vislumbrar acciones concretas de diálogo en el país.

Eduardo Escapini, catedrático del Departamento de Matemática por más de 40 años.

Ellacuría y los medios de comunicación


A mediados de 1989, los terratenientes y oligarcas del país sacaron un desplegado en un matutino, específicamente en El Diario de Hoy, en donde lo criticaban. El ataque era muy mordaz: que él [Ellacuría] usaba las fuerzas de izquierda y que estaba con todos esos cambios revolucionarios. Y en un encuentro que tuve con él, en el transcurso de esa misma mañana [el día de la publicación], le dije: “Padre Ellacuría ¿qué va a decir ante ese ataque? Es necesario sacar una palabra para aclarar muchas cosas que se dicen ahí y que no son ciertas”. Y él me contestó: “No, René. Muchos escriben y atacan para adquirir notoriedad, ya sea individualmente o en grupo, y no les importa lo que les digan, ni a quién ataquen. Es más, yo puedo responder y no voy a obtener ningún beneficio. Debes de aprender, él era buen futbolista, que solo se debe de tirar al marco cuando hay una buena posibilidad de marcar un gol”. Y no aclaró nada [en los medios].

Ellos [los mártires] tenían una credibilidad en la sociedad salvadoreña y su opinión era tomada muy en cuenta, y estaban al día en todo. No existían los medios de comunicación que hoy existen. Particularmente el padre Ellacuría, para estar al día de las noticias internacionales, tenía un teletipo. Y más de alguna vez me comentó que lo hacía porque el que tiene la información tiene el poder. Era muy corriente encontrase con él en la cuestecita para su residencia, que estaba en el Centro Monseñor Romero, con el rollo [de noticias], leyendo.

Cuando a ellos [los mártires] les daban espacios, sobre todo en la televisión, eran esperados. A tal grado que cuando fallecieron, a las nuevas autoridades, y particularmente a la Junta de Directores, se nos decía que ya no teníamos presencia en los medios. Pero era difícil sustituir a un tipo de persona [Ellacuría] que pocas veces se da en un siglo.

René Zelaya, trabaja en la UCA desde 1976. Actualmente es el Secretario General de la Universidad.

Un jefe metódico, trabajador y afable


De quien más memorias tengo es del padre Ellacuría, porque trabajaba con él. Pero fui muy dichosa, pues pude convivir un poco con todos los mártires. Recuerdo que en diciembre el padre Ellacuría se ausentaba por un tiempo para ir a trabajar con el filósofo Xavier Zubiri. De hecho, el libro El hombre y Dios, uno de los escritos de Zubiri, yo lo terminé de pasar a máquina. Él [Ellacuría] era bien exigente con el trabajo, y se preocupaba mucho de que utilizáramos bien el tiempo y que siempre tuviéramos trabajo. Entonces, cuando él se iba venía el padre Montes y me decía riendo: “Hoy estás de vacaciones”. Pero no había tales vacaciones: siempre me dejaba terminar de transcribir libros y textos, me dejaba todo señalado. El padre Ellacuría era una persona muy trabajadora, muy obsesivo con su trabajo; era el primero en estar en la oficina y el último en irse. Sólo rompía esa rutina para jugar frontón, los martes y los jueves, con el padre Amando, el padre Montes y el padre Nacho. O cuando estaban los mundiales de fútbol, él se escabullía para ver los partidos. Cualquiera podía decir que Ellacuría era muy seco o muy parco, pero yo tuve la oportunidad de conocer una faceta que mostraba todo lo contrario. Recuerdo que, a principios del 89, la que en aquellos días era su asistente pasó a otra oficina. Entonces nos quedamos sólo él y yo en Rectoría. El primer día de eso, él se acercó a mi oficina y me dijo: “Ahora tendré que darle palabra, porque está sola y no puede estar sin hablar con nadie”. Y efectivamente, desde esa vez salía todos los días un rato a conversar conmigo.

Rosario Mira, secretaria del P. Ignacio Ellacuría de 1979 a 1989. Actualmente es asistente administrativa de Rectoría.

La manera de enseñar del padre Ellacuría


Que yo recuerde, habré cursado unas cuatro materias con el padre Ellacuría, aparte del cursillo de admisión, que tuve el privilegio de recibirlo cuando él lo impartió en 1979. Me gustaría expresar una de las experiencias que marcaron mi visión sobre nuestro rector mártir en lo que respecta a su modo de enseñar. El 18 de agosto de 1982, lo tengo registrado en mis viejos apuntes, iniciamos las clases de la materia Metafísica de la Realidad IV. El catedrático era el padre Ellacuría y se presentó el primer día de clases sin el programa de la materia. No se trataba de un olvido o de una improvisación, sino de un reto: ponernos a producir. El padre nos dijo más o menos estas palabras: “Ustedes y yo vamos a pensar y a producir sobre un tema problemático, discutible y actual, que tiene graves consecuencias para la vida social: la ideología”. En el mejor estilo socrático, nos dijo que debíamos partir conscientes de nuestra ignorancia respecto al tema y de nuestra necesidad de saber sobre él, por las consecuencias políticas, sociales, culturales, epistemológicas y éticas que supone.

El padre Ellacuría cerró su primera clase de ese ciclo haciéndonos una sugerencia: hacer un diario en el que plasmáramos nuestras propias reflexiones en torno al tema de la ideología. Una especie de diario filosófico. Por su parte, él se comprometía a una tarea similar. Y, en efecto, hoy conocemos ese escrito: “Ideología e inteligencia”. Desde uno de los temas que sigue siendo espinoso, la ideología, el padre Ellacuría nos enseñó a los alumnos y alumnas de ese curso a aprender a pensar y a aprender cómo saber. Dos aspectos que son condición de posibilidad para una inteligencia que pretende ser crítica, creativa y libremente parcial con la causa de los pobres.

Carlos Ayala Ramírez, director de Radio YSUCA.

El padre Juan


Los conocí a todos [los mártires jesuitas], pero fui más cercana al padre Juan Ramón y al padre Amando. El padre Juan era un poco serio en algunas cosas, pero muy contento también en otras. Cuando llegaba a trabajar, tipo 6:00 a.m. me decía: “Buenos días, ¿cómo está?”. Y pasaba para la oficina que estaba al fondo, al lado del Salón Pastoral. Al padre Juan no le gustaba que le dejaran caer los libros al suelo, los cuidaba requetemucho. Él era bastante ordenado y cuidadoso.

Una vez que la niña María Eugenia [entonces subdirectora del Centro Pastoral] nos invitó a almorzar a su casa, recuerdo que el padre Juan Ramón empezó a bromear con el padre Amando y le decía: “Donde quiera que yo voy, allí vas tú. Siempre me andás persiguiendo. Me voy yo primero y siempre llegás”. Y hasta la hora de la muerte se fueron juntitos. Eso nunca se me olvida.

El 15 de enero de 1990 me llamó María Eugenia para llegar a trabajar de forma permanente a tres cuartos de tiempo. Me tocó limpiar [en el Centro Monseñor Romero] todo lo quemado, lavar ventanas, escritorios, archivos, entre otras cosas.

El próximo 15 de enero cumpliré 21 años [de trabajar en la UCA] y no me he perdido ninguna vigilia de los padrecitos.

Julia Bautista, empleada de limpieza en el Centro Monseñor Romero. Fue contratada por el P. Juan Ramón Moreno a inicios de 1989. (Fragmento de la entrevista publicada en Carta a las iglesias, nº 606).

“Éramos una gran familia”


El padre Ellacuría era una persona que me daba mucha tranquilidad y calma. Ver la manera de actuar y la forma de ser del padre ante lo que estaba sucediendo en el país en aquella época me hacía sentir protegida. Por muy problemática que estuviera la situación, nunca dejamos de trabajar, y nosotros no sentíamos temor de venir. Sentíamos que éramos una gran familia y que estábamos seguros dentro de la Universidad. Hubo una vez que un grupo de la guerrilla vino a tomarse el Edificio de Administración Central. Cerraron y nos dejaron a todos adentro. Hasta las siete de la noche dejaron salir a las mujeres. Y los padres jesuitas se tuvieron que quedar aquí, hasta los tendieron en el suelo. A pesar de esas cosas ellos nunca tuvieron miedo, y esa entereza nos la transmitían a todos los empleados. Yo nunca faltaba a trabajar. Bueno, la única vez que falté fue cuando mataron a los padres. Ese día nos habían dado libre, porque estaba muy peligroso. Recuerdo que yo pasé por aquí porque iba en bus para Sonsonate y vi que en el portón principal estaba Lito Ibarra [actual director de Redes de Información] y unas gentes de la prensa queriendo pasar. Cuando llegué a Sonsonate, mi mamá me dijo, llorando y bien asustada, que habían matado a todos los de la UCA y que según ella yo estaba aquí [en la Universidad]. Ahora prefiero recordarlos a ellos como fueron; no quiero recordar lo feo que sucedió. Por ejemplo, el padre Martín-Baró venía donde Milagro [auxiliar de Registro Académico] y le decía: “Mily, vengo a que me cortés el pelo porque ya no lo aguanto”, y se sentaba a que le recortaran el pelo, siempre muy jovial y amable. El padre Lopito, así le decíamos a Joaquín López y López, nos venía a dejar tiquetes de rifas para Fe y Alegría, para que nosotros se los vendiéramos y él nos daba ganancia. El padre Amando López era todo un gentleman, andaba siempre con su puro. Cuando sentíamos el olor al puro, ya sabíamos que él venía para acá. Y así tengo guardado en mi memoria algo especial de cada uno de ellos.

Elvira Cristales, trabaja desde 1974 en Registro Académico.




Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas"