Jueves 16 de noviembre

Noche del crimen: sede del Estado Mayor Conjunto

El jefe del Conjunto III, coronel Joaquín Arnoldo Cerna Flores, estuvo en el puesto de mando hasta la una o dos de la madrugada, según declaró en el juzgado el 21 de septiembre de 1990. Dos asesores militares norteamericanos permanecieron en ese mismo lugar durante la noche. Los miembros del Alto Mando estuvieron allí hasta las dos de la madrugada, cuando los asesinos estaban ya en el campus.

El estrépito producido por la operación del asesinato de los jesuitas (fuego de ametralladora y de fusiles de asalto automáticos, explosiones de granadas y de cohetes LAW) se oyó perfectamente desde el Estado Mayor. "Al oír esas explosiones hubo preocupación extrema en el Estado Mayor", recuerda el coronel Carlos Armando Avilés. "Fue la primera vez que se temió un ataque a los centros vitales de la Fuerza Armada, el Estado Mayor y el Ministerio de Defensa".

Otro oficial que estaba presente esa noche, el jefe del Departamento de Contrainteligencia, "escuchó fuertes detonaciones y explosiones cerca del Estado Mayor (...) y las ubicó por el sector de la UCA".

Después de la reunión del Estado Mayor, el coronel Benavides regresó a la Escuela Militar y reunió a sus oficiales. Benavides informó a los diez que asistieron de las decisiones tomadas en la reunión del Estado Mayor. 

 

Reunión en la Dirección Nacional de Inteligencia

Otra reunión mencionada repetidas veces como clave para el caso es la que fue celebrada en la Dirección Nacional de Inteligencia (DNI), situada cerca del Estado Mayor y de la Escuela Militar.

La CIA norteamericana compartía sus oficinas con la DNI, y los agentes de la CIA solían asistir a sus reuniones. Un agente de la DNI manifestó al Lawyers Committee que la reunión diaria de las ocho de la mañana se adelantó a las siete y media durante la primera semana de la ofensiva guerrillera.

El 16 de noviembre por la mañana, los agentes de la DNI se reunieron como de costumbre. Entre otras cosas, iban a recibir un informe de su jefe, el coronel Carlos Mauricio Guzmán Aguilar, sobre las decisiones tomadas la noche anterior en la reunión del Estado Mayor.

La primera versión de lo sucedido en dicha reunión situaba su inicio a las cinco de la mañana. Empezada la reunión, un oficial, identificado más tarde como el capitán Carlos Fernando Herrera Carranza, interrumpió ésta para anunciar que a Ellacuría lo habían matado "cuando se resistió al arresto". Dijo que lo había oído por la radio.

Otro de los que asistieron a la reunión manifestó al Lawyers Committee que ésta había empezado a las siete y media, y que sólo estaban presentes los oficiales superiores cuando el capitán Herrera Carranza había entrado en la habitación. Según dijo, en el lugar no había ningún agente de la CIA cuando se hizo el anuncio de la muerte de los jesuitas.

El periódico San Francisco Examiner informaba en febrero de 1990 que habían circulado varias versiones contradictorias acerca de la reunión. Una fuente manifestó al Examiner que la CIA estaba presente, mientras que otra fuente cercana a la CIA negó que sus agentes hubieran asistido.

Según las versiones que aparecieron en la prensa de los Estados Unidos, los asistentes a la reunión "celebraron y aplaudieron" cuando el capitán Herrera anunció que Ellacuría había muerto. Un oficial de la CIA, que negó defensivamente haber reaccionado de esa manera, manifestó al Lawyers Committe que no veía por qué lo de aplaudir podía ser relevante para saber quién mató a los sacerdotes. Añadió, sin embargo, que no quería tampoco dejar la impresión de que ellos lamentaban la muerte de Ellacuría, por las repercusiones que esto habría tenido con los demás militares. Dijo que, aunque no hubiera dicho nada explícito, él se había quedado con la clara impresión de que los militares podían ser los responsables de los asesinatos.

Posterior a esto, varias versiones testimoniales aseguran que el jefe de la Dirección Nacional de Inteligencia, coronel Guzmán Aguilar, se enzarzó en una acalorada discusión con el coronel Roberto Pineda Guerra, porque a su juicio estas muertes tendrían repercusiones seriamente negativas para la Fuerza Armada. 

 

El crimen

Siguiendo el relato de las confesiones extrajudiciales de los ocho acusados llevados ante el juez, a las once de la noche del 15 de noviembre, Espinoza recibió la orden de presentarse ante Benavides en la Escuela Militar. En la Escuela se encontró con el teniente Yusshy Mendoza Vallecillos, quien le repitió que el coronel lo quería ver a él y al subteniente Guevara Cerritos.

Encontraron al coronel en una sala de oficiales y se encaminaron al despacho de este último, donde el coronel dijo: "Esta es una situación donde son ellos o somos nosotros; vamos a comenzar por los cabecillas. Dentro del sector de nosotros tenemos la Universidad y ahí está Ellacuría".

Inmediatamente señaló a Espinoza y continuó: "Tú hiciste el registro y tu gente conoce ese lugar. Usa el mismo dispositivo del día del registro y hay que eliminarlo. Y no quiero testigos. El teniente Mendoza va a ir con ustedes como el encargado de la operación para que no haya problemas".

Espinoza añadió que le dijo al coronel que "eso era un problema serio". A lo cual el coronel contestó: "No te preocupes, tienes mi apoyo".

Los otros dos tenientes difieren en algunas cosas de esta versión. El subteniente Guevara coincide con Espinoza, pero añade, poniéndolas en boca del coronel, estas palabras: "Éstos han sido los intelectuales que han dirigido la guerrilla por mucho tiempo". En cambio, Yusshy Mendoza afirma que cuando lo llamaron al despacho del coronel ya estaba allí Espinoza, y que el coronel sólo dijo: "Mira, Mendoza, vas a acompañar a Espinoza a cumplir una misión. Él ya sabe qué es".

Posteriormente, y antes de salir de la Escuela Militar, Espinoza le pidió a Yusshy Mendoza una barra de camuflaje para pintarse la cara. El teniente Espinoza se había graduado como bachiller en el Externado San José siendo rector de dicho colegio el padre Segundo Montes. Durante el registro, Montes no lo reconoció, pero no es difícil pensar que el teniente sí lo había reconocido. Por su parte, Espinoza afirma que fue Mendoza quien le ofreció la barra de camuflaje para el rostro.

Ya listos para salir, el teniente Mendoza ofreció un fusil AK-47 a quien lo pudiera manejar. Óscar Mariano Amaya Grimaldi, soldado del Atlacatl encargado de usarlo, no recuerda quién de los dos tenientes (Espinoza o Mendoza) se lo dio, pues ambos estaban juntos. Pero sí dijo haber recibido la información de que iban a matar "a unos delincuentes terroristas que se encontraban en el interior de la UCA".

Todos coinciden, sin embargo, en que poco después de recibir la orden del coronel, salieron de la Escuela Militar en dos camionetas y llegaron y se concentraron en unos edificios de apartamentos que en aquel entonces estaban abandonados, a medio construir, al costado oeste de la UCA.

Los distintos testimonios indican que los tres tenientes dieron instrucciones sobre el operativo que iban a llevar a cabo. Dentro de éstas se incluía, por supuesto, la cobertura y seguridad para quienes iban a matar a los padres. Decidieron quiénes ejecutarían el crimen, y todo el grupo en columna se desplazó hacia la UCA. El soldado Amaya Grimaldi recuerda que, antes de salir de los edificios abandonados, el teniente Mendoza le dijo: "Tú eres el hombre clave".

Amaya Grimaldi, conocido entre sus compañeros como "Pilijay", entendió que él era el que se encargaría de matar a las personas que se encontraban en ese lugar. En el camino, al lado de los tenientes Espinoza y Mendoza, Pilijay oyó que el primero de ellos le dijo, refiriéndose al fusil: "Escondé esa mierda". 

 

En la UCA

Lo soldados entraron por el portón para peatones de la UCA, e incomprensiblemente, esperaron un rato junto al aparcamiento de automóviles. En ese momento pasó un avión a muy baja altura sobre la UCA, el cual despertó al padre Fermín Sainz y a varios vecinos.

Frente al aparcamiento, los soldados fingieron el primer ataque, dañando los vehículos estacionados, y lanzaron una granada. Uno de los vigilantes de la Universidad, que dormía en uno de los edificios enfrente del aparcamiento, dijo haber oído dos frases: "Ahí no vayan, que sólo hay cubículos" y "es hora de ir a matar a los jesuitas".

El operativo se desarrolló formando tres círculos concéntricos. Un grupo de soldados permaneció en zonas distantes al Centro Monseñor Romero; otros rodearon el edificio y algunos de ellos se subieron a los tejados de las casas vecinas; por fin, un grupo más pequeño, "selecto", participó directamente en los asesinatos. De ellos, solamente algunos han sido acusados y llevados ante la justicia.

Rodeada la casa, los soldados comenzaron a golpear las puertas. Simultáneamente, penetraron en la planta baja del edificio del Centro Monseñor Romero y destruyeron y quemaron lo que encontraron. Los que rodearon la casa de los jesuitas les gritaron que abrieran las puertas. Óscar Amaya ("Pilijay") recuerda haber dicho junto a la puerta trasera de la residencia de los padres: "A ver a qué hora salen de ahí. Según ustedes tengo tiempo para estarlos esperando". Entonces vio a una persona parada frente a la hamaca que colgaba en el corredor, quien le dijo: "Espérense, ya voy a ir a abrirles, pero no estén haciendo ese desorden".

Pilijay dijo que "este señor vestía un camisón de dormir color café". En efecto, Ellacuría llevaba puesta, en el momento de ser asesinado, una bata de ese color. Antonio Ramiro Ávalos Vargas, subsargento de alta en el batallón Atlacatl, atestiguó que por esa puerta había un soldado golpeando con un tronco. Que después de diez minutos de estar golpeando esas puertas y ventanas, abrió el portón “un señor chele que vestía pijama, quien les dijo que no continuaran golpeando las puertas y ventanas porque ellos estaban conscientes de lo que les sucedería".

Este padre (tal vez Segundo Montes, el único de los asesinados que estaba con pijama y sin bata) fue llevado al jardín en la parte de enfrente de la residencia, opuesta a la fachada del Centro Monseñor Romero. Allí estaban ya Amando López, Ellacuría, Martín-Baró y Juan Ramón Moreno. Probablemente, mientras llegaba Segundo Montes, Martín-Baró fue con un soldado a abrir la puerta que comunica la residencia con la capilla de “Cristo Liberador”. Ahí fue donde la testigo Lucía Barrera vio a cinco soldados y donde probablemente Martín-Baró le dijo a uno de ellos: "Esto es una injusticia. Ustedes son carroña." Esta frase la oyó perfectamente Lucía,mientras que otra vecina, algo más lejos, sólo alcanzó a escuchar las palabras "injusticia" y "carroña".

Haciendo cábalas, puede ser también que Martín-Baró dijo estas palabras al ver que un soldado tenía apuntadas con su fusil a Elba y a su hija Celina. En efecto, para abrir la puerta mencionada, hay que pasar enfrente de la habitación donde ellas fueron asesinadas. Tomás Zarpate Castillo, subsargento de alta en el batallón Atlacatl, estaba de guardia en la puerta de esa habitación por orden del teniente de la Escuela Militar, que es como llamaban a Yusshy Mendoza los soldados y clases que han declarado.

Antonio Ávalos y Óscar Amaya dicen que dieron la orden de tirarse al suelo cuando se quedaron solos con los padres; tuvieron miedo de perder el control de la situación. Mientras tanto, continuaba el registro de la casa. Joaquín López y López había conseguido esconderse en alguno de los cuartos.

Poco tiempo estuvieron tirados en el suelo los cinco padres. Algunos vecinos oyeron cuchicheos, sin entender lo que se decía. Justo antes de que los asesinos dispararan, una vecina asegura haber oído una especie de cuchicheo acompasado, como salmodia de un grupo en oración. 

 

La hora de matar

Antonio Ávalos dice que el teniente Espinoza, con el teniente Mendoza a su lado, lo llamó y le preguntó: "¿A qué horas va a proceder?". El subsargento declara que entendió esa frase "como una orden para eliminar a los señores que tenían boca abajo". Se acercó al soldado Amaya y le dijo: "Procedamos".

Y comenzaron los disparos. Ávalos se ensañó con los padres Juan Ramón Moreno y Amando López. Pilijay disparó contra Ellacuría, Martín-Baró y Montes. A diez metros de distancia permanecieron Espinoza y Mendoza, según las declaraciones de los dos verdugos. Pilijay recuerda que entre los tres señores a los que les disparó primero (después dio el tiro de gracia a cada uno) se encontraba el que vestía camisón café.

Entre los disparos, considerando el testimonio de Pilijay, Martín-Baró sólo recibió el tiro de gracia. La entrada y la trayectoria de las balas hacen pensar que algunos de los padres trataron de incorporarse al comenzar la ejecución. Otros, como Martín-Baró, parecen no haberse movido para nada, manteniendo incluso los pies cruzados hasta el final, como quien se tumba en el suelo y busca una posición cómoda.

Mientras ocurría esto, Tomás Zarpate "estaba dando seguridad" (según sus propias declaraciones) a Elba y Celina. Al escuchar la voz de mando que dice "¡ya!" y los tiros subsiguientes, "también le disparó a las dos mujeres" hasta estar seguro de que estaban muertas, porque "éstas no se quejaban".

En ese momento, cuando cesaron los tiros, apareció en la puerta de la residencia Joaquín López. Los soldados lo llamaron, y Pilijay dijo que él respondió: "No me vayan a matar, porque yo no pertenezco a ninguna organización". Y en seguida entró de nuevo a la casa. La versión del cabo Ángel Pérez Vásquez, de alta en el batallón Atlacatl, coincide en parte con lo anterior. El P. Joaquín López salió de su escondite al oír los disparos, vio los cadáveres e inmediatamente se metió en la casa. Los soldados de afuera le dijeron: "Compa, véngase".  Luego, "el señor no hizo caso, y cuando ya iba a entrar en una habitación, hubo un soldado que le disparó". Pérez Vásquez continúa su relato diciendo que al caer el P. López hacia adentro de la habitación, él se acercó a inspeccionar el lugar. Y que, "cuando pasaba por encima del señor a quien habían disparado, sintió que éste le agarró de los pies, a lo que él retrocedió y le disparó haciéndole cuatro disparos".

Concluido el crimen, se lanzó una bengala: era la señal de retirada. Y como algunos no se movieron, se volvió a disparar una segunda bengala. Cuando se iban, Ávalos Vargas, apodado por sus compañeros "Sapo" o "Satanás", al pasar frente a la sala de visitas, donde fueron asesinadas Elba y Celina, oyó jadear a unas personas. Inmediatamente pensó en heridos a quienes había que rematar y "encendió un fósforo, observando que en el interior (...) se encontraban dos mujeres tiradas en el suelo y quienes estaban abrazadas pujando, por lo que le ordenó al soldado Sierra Ascencio que las rematara". Jorge Alberto Sierra Ascencio, soldado de alta en el batallón Atlacatl, "disparó una ráfaga como de diez cartuchos hacia el cuerpo de esas mujeres hasta que ya no pujaron", recuerda Ávalos. (Tiempo después, cuando Sierra Ascencio percibió que la investigación se estaba orientando hacia su grupo, desertó.)

Amaya Grimaldi escuchó a Espinoza Guerra dar la siguiente orden al cabo Cotta Hernández: "Metelos para adentro, aunque sea de arrastradas". Entonces el cabo Cotta arrastró el cadáver del P. Juan Ramón Moreno hasta el segundo cuarto del lado oriental de la residencia, y lo dejó ahí tirado. Al salir, Cotta se dio cuenta de que todos se habían ido, y él hizo lo mismo, dejando los otros cadáveres en la grama.

Había pasado una hora desde que entraron y fingieron un enfrentamiento frente al aparcamiento próximo a la capilla de la Universidad.

Como despedida, los soldados fingieron un ataque al Centro Monseñor Romero. Era parte del plan. En el libro de operaciones del Estado Mayor se lee textualmente: "A las cero horas treinta minutos del dieciséis, delincuentes terroristas, mediante disparos de lanzagranadas desde la Quebrada Arenal San Felipe, en las proximidades y al costado Sur Oriente de la Universidad en mención, dañaron el edificio de Teología de ese centro de estudios, sin reportarse bajas". El coronel sólo se equivocó en el lugar desde el cual fue atacado el edificio y en la hora, adelantada en realidad casi dos horas exactas.

En las puertas y paredes de la planta baja del Centro Monseñor Romero, los soldados escribieron las siglas "FMLN". Al salir de nuevo por el portón para peatones de la UCA, uno de los criminales escribió: "El FMLN hizo un ajusticiamiento a los orejas contrarios. Vencer o morir. FMLN". Los análisis grafológicos demuestran que la escritura del subteniente Guevara Cerritos y la del subsargento Ávalos Vargas presentan características similares. Algunos soldados recuerdan haber visto a Guevara escribiendo algo en aquel rótulo.

El Centro Monseñor Romero ya estaba quemado por dentro. Supuestamente, Guevara Cerritos, quien en ningún momento estuvo presente en el sitio del múltiple asesinato, dirigió la quema. Después se instaló una ametralladora M-60, traída desde la Escuela Militar, frente al edificio del Centro de Información, Documentación y Apoyo a la Investigación (CIDAI), apuntando al edificio del Centro Monseñor Romero. Pilijay llegó a tiempo para disparar su AK-47 y su cohete antitanque, el cual estalló contra la verja de hierro del corredor de la residencia de los padres. Otros soldados también dispararon, y uno de ellos lanzó dos granadas contra el edificio.

Cotta Hernández, quien colaboró en el asesinato al arrastrar el cadáver del P. Juan Ramón Moreno, murió pocos días después en combate en la Zacamil. El subsargento Eduardo Antonio Córdova Monge (apodado "Salvaje") y su patrulla, quienes dispararon contra el edificio, y los soldados que entraron en el Centro Monseñor Romero e incendiaron y destruyeron sus pertenencias no fueron llevados a juicio.

En el testimonio del teniente Yusshy Mendoza hay un último recuerdo del escenario del crimen: "Un soldado desconocido llevaba una valija color café claro": los cinco mil dólares del premio Alfonso Comín, otorgado pocos días antes a Ellacuría y a la UCA, desaparecieron para siempre. 

 

De nuevo en la Escuela Militar

El teniente Espinoza Guerra dice en su declaración que salió del lugar con los ojos llenos de lágrimas. Volvió a llorar una vez más al dar su declaración.

La operación había sido un éxito. En ella habían participado las patrullas de "Satanás", "Maldito", "Rayo" y "Acorralado", apodos de guerra de los jefes que las comandaban. Las patrullas de "Nahum", "Salvaje", "Sansón", "Hércules" y "Lagarto" anduvieron en los alrededores, y al menos la de "Salvaje" se incorporó activamente al operativo contra el Centro Monsenor Romero.

Espinoza Guerra, apodado "Toro", cuenta en su declaración que acudió, tan pronto como llegó a la Escuela Militar, al despacho del coronel Benavides "con el fin de reclamarle, ya que se encontraba indignado por lo que había sucedido". No lo encontró. Cuando por fin apareció, el mismo coronel tomó la iniciativa:

-¿Qué te pasa? ¿Estás preocupado?

-Mi coronel, no me ha gustado esto que se ha hecho.

-Calmate, no te preocupés. Tenés mi apoyo. Confiá en mí.

-Eso espero, mi coronel.

Esa noche, en torno a la UCA, en lugares muy próximos, había más de trescientos militares entre oficiales y soldados, sin contar con quienes participaron en el operativo asesino. Y ninguno de ellos se extrañó, ni se preocupó, ni informó o intentó averiguar lo que pasaba en la UCA.

Los soldados del batallón Atlacatl que participaron en el asesinato fueron enviados a las seis de la mañana del día 16 a combatir en el sector de Mejicanos y Zacamil, incorporados a su batallón. Allí lucharon junto con los soldados de la Primera Brigada. Ese mismo día, entre las dos y las tres de la tarde, monseñor Rivera Damas y monseñor Rosa Chávez escucharon una voz que, desde un vehículo militar con altavoces, decía: "Seguimos matando comunistas. Ya han caído Ellacuría y Martín-Baró. Ríndanse. Somos de la Primera Brigada". A pesar de la denuncia de monseñor Rosa y otros, el hecho nunca fue investigado. 

 

Comienza el encubrimiento

Los primeros intentos de ocultar el papel de los militares en los asesinatos de los jesuitas se produjeron, como hemos visto, incluso antes de que los soldados abandonaran el campus, atribuyendo el hecho al FMLN en rótulos y pintadas.

El Gobierno salvadoreño también se apresuró a desarrollar su propia campaña de encubrimiento. A finales de 1989, unos grupos de "emisarios", relacionados con Arena y con el Ejército, fueron enviados a Europa, Sudamérica y los Estados Unidos en una ofensiva diplomática que tenía por objeto combatir la publicidad negativa que los asesinatos le estaban produciendo al Gobierno a nivel internacional.

Un miembro del personal del Congreso de Estados Unidos, que se reunió en Washington con la delegación salvadoreña, recuerda que el grupo argumentaba que el FMLN quería matar a Ellacuría porque el presidente Cristiani le había pedido que participara en la investigación del atentado contra la sede de la federación sindical Fenastras en octubre de 1989. Según ellos, el propio FMLN había dinamitado la sede de Fenastras, considerada "fachada" de la guerrilla por el Gobierno y el Ejército salvadoreños, para intentar crear mártires y así desencadenar la ofensiva guerrillera. Al pedirle que formara parte de una comisión para investigar el atentado, Ellacuría habría descubierto el papel del FMLN en el mismo, por lo que había que matarlo antes de que publicara la verdad.

Unas instrucciones preparadas por el Ministerio de Relaciones Exteriores para las delegaciones proporcionan ejemplos de preguntas y respuestas. Si les preguntaban por las amenazas emitidas por la radio contra los jesuitas durante las horas anteriores a los asesinatos, los miembros de las delegaciones tenían que describir el "micrófono abierto" como "una manifestación más de la libertad de prensa que existe en El Salvador". A propósito de la gran cantidad de pruebas circunstanciales que implicaban a la Fuerza Armada en el crimen, el Ministerio de Relaciones Exteriores ofrecía lo siguiente: "No debe olvidarse que en cualquier caso, la atribución de tal hecho al gobierno o al ejército salvadoreño carece de todo fundamento moral y jurídico y no debe tomarse más que como una estrategia de los grupos terroristas tendiente a desestabilizar la democracia de la Nación. Debemos tomar en cuenta asimismo, que el beneficiario inmediato de este crimen es el FMLN que lo utiliza internacionalmente en su favor".

El Gobierno de El Salvador mantuvo esta versión de los hechos durante todo el mes de diciembre de 1989, hasta que, a principios de enero de 1990, su posición se hizo ya totalmente insostenible.