Carta: 9 de Noviembre de 1991

CARTA: 1-15 DE NOVIEMBRE, 1991

CARTA A IGNACIO ELLACURIA (9 de noviembre)

Querido Ellacu:


Estamos aquí en la capilla de la UCA y acabamos de leer el evangelio de san Lucas en el que Jesús proclama su misión de liberar a los oprimidos y anunciar la buena noticia a los pobres. Y pensando en este evangelio he pensado también en ti, y esto es lo que he pensado.

Ante todo he recordado algo que repetías con frecuencia y sin ninguna rutina: que eras cristiano". Y aunque esto parece evidente, yo diría que no lo es tanto, pues -citándote a ti- lo evidente es todo menos evidente. Tu te declarabas cristiano con frecuencia, sin ningún rubor ni complejo de inferioridad por supuesto, Sino con convicción y alegría -como en aquel famoso programa de televisión entre Rey Prendes y Roberto D'Abuisson-. Recuerdo que después del programa la mayoría de las llamadas telefónicas te acusaban de ser comunista, y tú repetías una y otra vez que eras cristiano. Pero lo importante es que eso lo hacías no sólo al usar esa palabra, lo cual sería lo de menos, sino al repetir una y otra vez la honradez, la profecía y la utopía para El Salvador, calcadas de las de Jesús. Así, cuando sorprendiste a todos con estas palabras: "Los políticos, los militares y los sacerdotes deberíamos ser más pobres al dejar nuestros puestos que cuando entramos a ocuparlos".

Y es que Cristo Jesús ejercía una poderosa atracción sobre tí. Ese Jesús, el histórico, el de Nazaret, que no fue ni filósofo como Zubiri, ni teólogo como K. Rahner, ni economista como K. Marx, te fascinaba. No solías decir estas cosas con palabras melifluas, por supuesto, pero un día te emocionaste con ese Jesús, y lo hiciste en público. Así lo recuerda uno de los que te oyó ese día:

"En un curso abierto de teología el P. Ellacuría estaba analizando la vida de Jesús y de pronto se le fue la racionalidad y se le desbordó el corazón. Y dijo: "Es que Jesús tuvo la justicia para ir hasta el rondo y al mismo tiempo tuvo los ojos y entrañas de misericordia para comprender a los seres humanos".

Ellacu se quedó callado y concluyó hablando de Jesús con estas palabras: "fue un gran hombre". El que cuenta esta historia añade que, hasta el día de hoy, lee a Ellacuría desde ese recuerdo.

Jesús de Nazaret te fascinaba, Ellacu. Si algo te atraía de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio, escritos hace cinco siglos, o de la teología de la liberación de hoy, o si algo te atraía de Monseñor Romero o de don Pedro Casaldáliga es que en palabras o en hechos hablaban y hacían presente a Jesús.

Y tú también, Ellacu, junto con muchos otros hombres y mujeres en El Salvador hiciste presente a Jesús. Lo digo sin retórica y con toda seriedad. Al fin y al cabo, si Jesús el hijo de Dios y el Cristo no fuese capaz de generar hijos de Dios y pequeños Cristos a lo largo de la historia hubiese fracasado en su misión. Nos recordabas a Jesús con tu profecía, tu defensa de los pobres a través de ella y tu valentía en sufrir riesgos por ella. Cuando en 1976 los poderosos engañaron a los pobres de este país una vez más con una reforma agraria, escribiste aquel famoso editorial "A sus órdenes mi capital". La ingeniosidad del título -y la inteligencia que presupone,- es lo que más se recuerda hoy quizás, pero no fue eso lo más importante. Lo importante fue la denuncia vigorosa y razonada de un nuevo atropello a los pobres. Y aunque luego pusieron una bomba en el edificio de administración con clara dedicatoria, seguiste adelante hasta el final. "Desde que asesinaron a Monseñor, nadie ha hablado en el país como el P. Ellacuría", me dijo una señora meses antes de tu martirio.

Y nos recordabas a Jesús con tu utopía, con tu modo de ver y de hablar de los Pobres como pueblo crucificado, cuerpo de Cristo en la historia. Creo que las frases tuyas que más he citado son estas dos. Una es ésta: "Nuestro tiempo está lleno de signos a través de los cuales se hace presente el Dios que salva la historia... Ese signo es siempre el pueblo históricamente crucificado. Y ese pueblo crucificado es la continuación histórica del siervo de Jahvé". Y la otra es la actualización ante el pueblo crucificado de las tres preguntas que san Ignacio hace al final de la meditación del pecado: "qué he hecho yo para crucificarlo, qué hago para que lo descrucifiquen, qué debo hacer para que ese pueblo resucite".

Ellacu, muchas cosas pasan ahora entre nosotros y en muchas cosas podrías ayudarnos hoy si estuvieses presente. Pero ayúdanos a mantener lo fundamental, lo que en verdad es último: aceptar de veras a Jesús, profecía y utopía... Sea cual sea la transición y el futuro del país, de la Iglesia y de la UCA, recuérdanos el evangelio de hoy que tanto te movió en tu vida: que el Espíritu de Dios se hace presente cuando seguimos a Jesús, cuando abrimos los ojos a los ciegos, liberamos a los oprimidos y anunciamos la buena noticia a los pobres. Ayúdanos y gracias.
 

Jon Sobrino


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