Carta a Ignacio Ellacuría
Querido Ellacu:
Un año más de venturas y desventuras. Las de estos días son grandes. Primero la barbarie de las torres. Ahora, un país muy pobre, Afganistán, con veinte años de guerra, sufrimiento y pobreza, está siendo bombardeado inmisericordemente, en el sentido más literal de la palabra, "sin misericordia". Está al borde de un desastre humano. Entre seis y ocho millones de afganos se enfrentan a la escasez de alimentos, lo que puede causar la muerte de miles de personas. Son cifras del Alto Comisonado de las Naciones Unidas para los Refugidados (ACNUR). Y a la tragedia no se le ve fin. ¿Estamos ante otra Rwanda? Esta es la desventura. Pero además se nos exige a todos -so pena de caer en anatema- que la respaldemos, con orgullo, con la convicción de que de esa manera hacemos el bien. Porque -al fin y al cabo- casi nunca nos ha importado la suerte, es decir, la vida y la muerte, de esos pueblos alejados de nuestra tradición occidental, no del todo humanos como nosotros. Con prepotencia se nos exige ayudar a la "globalización" de la barbarie, la de bombas, hambre y frío -la otra globalización, la de la justicia, misericordia y verdad, tendrá que esperar.
Con firmeza hemos condenado lo de las torres, pero ante lo de Afganistán, lo que primero recuerdo es tu audacia en el análisis de la superpotencia del norte y tu audacia para decir la verdad. En 1989, en tu madurez, dijiste algo que a nadie se lo he vuelto a oír: "Desde mi punto de vista -y esto puede ser algo profético y paradójico a la vez- Estados Unidos está mucho peor que América Latina. Porque Estados Unidos tiene una solución, pero en mi opinión, es una mala solución, tanto para ellos como para el mundo en general".
Y como contrapartida utópica, seguiste con estas palabras, igualmente audaces: "En cambio en América Latina no hay soluciones, sólo problemas; pero por más doloroso que sea, es mejor tener problemas que tener una mala solución para el futuro de la historia". ¿Hay alguien que te haga caso hoy, aun entre los que te honran como pensador eximio y negociador eficaz? Volvamos a Afganistán. Y ya que estamos en una capilla, digamos que, ni la Iglesia en su conjunto ni la jerarquía, ha estado a la altura. Ha habido excepciones, gracias a Dios, y de ellas vivimos: la condena de obispos brasileños, de Pax Christi internacional, de los jesuitas de la revista America... Y ha habido cosas hondas: el rechazo a la venganza y el perdón en Estados Unidos de familiares de las víctimas.
Quiero decirte, Ellacu, que en esos gestos ustedes, los mártires, con los que nuestra civilización no sabe qué hacer, están vivos y vivificantes. Son los que nos mantienen y redimen, desde dentro, cargando con el pecado de este mundo. Y hacen un poco más difícil que se cumplan las palabras de la Escritura: "Por causa de ustedes, mundo occidental, cristiano y emocrático, se blasfema el nombre de Dios entre las naciones".
Una segunda cosa quisiera decirte. Ahora se habla de un "nuevo orden mundial". Pero no nos dicen qué es ese "orden": si es "la buena disposición de las cosas en el mundo", "la armonía de lo humano" -lo bonito del orden-, o si es, simplemente, la distribución del poder geográfico, económico, militar, ideológico entre los de siempre. Y menos se nos dice si, al ser "nuevo", por fin el mundo va a cambiar o vamos a tener más de lo mismo: ricos y poderosos unos pocos, pobres e impotentes las mayorías. La crisis actual no está llevando a poner orden en el desorden, ni está cuestionando el "principio egoísta" que ha guiado cualquier reordenamiento: repartirse poder las potencias de modo que les asegure el bien vivir. Los 4,000 millones de pobres -o más- siguen sin contar para poner el mundo en orden. Ni interesa ni se piensa un mundo humano y civilizado.
Y ahí es donde vuelvo a recordar tu profecía, y su reverso la utopía, que expresaste de forma verdaderamente audaz. Hasta tu muerte insististe en la necesidad de "revertir la historia", de un mundo nuevo y contrario al actual. Y como la civilización de la riqueza -la que se quiere mantener también en el nuevo orden mundial- ha fracasado, decías que se necesita un dinamismo que la supere dialécticamente. A eso llamaste civilización de la pobreza. Así la soñabas: "Podrá entonces florecer el espíritu, la inmensa riqueza espiritual y humana de los pobres y los pueblos del tercer mundo, hoy ahogada por la miseria y por la imposición de modelos culturales más desarrollados en algunos aspectos, pero no por eso más plenamente humanos".
Esa civilización de la pobreza es lo que el mundo necesita: "un estado universal de cosas en que está garantizada la satisfacción de las necesidades fundamentales, la libertad de las opciones personales y un ámbito de creatividad personal y comunitaria que permita la aparición de nuevas formas de vida y cultura, nuevas relaciones con la naturaleza, con los demás hombres, consigo mismo y con Dios".
Esta utopía, Ellacu, no tiene viento a favor. Evidentemente. No lo tiene en las democracias occidentales, que, en lo fundamental, quieren inventar el círculo cuadrado: seguir viviendo bien y mejor, sin que otros tengan que vivir mal y peor. Y mucho me temo que ni siquiera lo tiene entre los cristianos y seguidores del Jesús pobre. Habrá que buscarla como una piedra preciosa escondida en pequeñas comunidades, en la santidad primordial de pobres y víctimas, en hombres y mujeres solidarias hasta el final, quizás también en algún pensador o político que desafía lo "políticamente correcto".
Sin embargo tu idea es fundamental para que funcione este mundo. Ofreces un principio desde el cual puede crecer el todo, lo universal, y crecer de manera humana: ese principio no es el poder, ni la riqueza, sino los pobres. Desde ellos y con ellos se puede construir el universalismo humano. Sin ellos, los movimientos universalizantes, desde la globalización hasta el ecumenismo religioso, sólo pondrán en palabra obviedades: trabajar por el bien común, propiciar el deseo universal de paz, juntarnos alrededor de un único Dios o de un ideal humano... Bien está todo ello, pero no es suficiente. Sin hacer central a los pobres, no hay un quicio sobre el cual puede girar la humanidad "humanamente". Y la humanidad seguirá siendo, en lo sustancial, una "especie", con fuertes y débiles, y con fuertes comiéndose a los débiles. Con los pobres como quicio, la humanidad gira de otra manera: gira como "familia".
Así veo yo, Ellacu, lo fundamental de tu propuesta. Y también me gusta que en esta utopía introduces a Dios. En estos días se oye hablar de Dios, y se habla contra el dios de los fanáticos religiosos. Pero también habla de Dios el presidente Bush, y de "dioses" han hablado siempre las potencias, y -con otros nombres- hablan hoy las democracias secularizadas. En definitiva todos hablamos de Dios. A veces, revestido de lo sagrado (los dioses de las religiones), a veces vestido de civil (oro, petróleo, uranio, coltán, espacios estratégicos -"patio trasero" del imperio se llamaba a El Salvador, y así lo convertían en algo último, intocable, es decir, en dios).
Ellacu, tú hablabas de Dios, pero no así. En tu último escrito teológico, soñando con "un nuevo cielo", pidiendo una nueva Iglesia, "la de los pobres", y la práctica de "hombres nuevos", terminabas con una fe y una esperanza: "aunque siempre a oscuras, (se vislumbra) un futuro siempre mayor, porque más allá de los sucesivos futuros históricos se avizora el Dios salvador, el Dios liberador". De nuevo, no se habla mucho hoy de ese Dios liberador. Y la razón no es sólo el secularismo reinante, sino que ese Dios va muy unido a la profecía contra el imperio -que tiene una mala solución- y a la utopia de la civilización de la pobreza.
De venturas y desventuras está hecha la historia. Grandes son las desventuras en nuestros días. Pero también hay venturas, las que provienen del amor y ponen norte a un mundo desquiciado. Y, además, hay esperanza. De Jesús, de los pequeños de este mundo, de ustedes los mártires, sigue llegando una brisa venturosa, una modesta esperanza, que nos anima a seguir caminando, a construir una civilización de la pobreza. Eso es lo que nos va a civilizar a todos.
Gracias, Ellacu
Jon