Carta: 16-30 Noviembre de 2000

COMPROMISO, ESPERANZA Y SERIEDAD ANTE DIOS
CARTA A IGNACIO ELLACURÍA
 

Querido Ellacu:

Once años después del martirio de ustedes seguimos necesitando luces que nos den "una razón para vivir", como dice el afiche de la UCA. Esta carta es, por eso, una especie de oración de petición. Cada uno sabrá qué pedirles a ustedes, pero para mí, entre otras, tres cosas necesitamos hoy para enderezar al país y a la Iglesia: compromiso, esperanza y seriedad ante Dios. No abundan, y, lo que es peor, eso no parece preocupar. Pero ustedes sí las vivieron, y tú, además, las pensaste en profundidad.

El compromiso, en serio, con las mayorías. En el ambiente de hoy no se respira aquel compromiso de hace unos años, de quienes querían erradicar la injusticia, la represión y la mentira, y construir el reino de Dios. Causas justas y nobles no faltan: que prospere la verdad, la justicia, la reconciliación. Algunas hay, beneméritas, pero no es fácil encontrar muchas personas e instituciones que trabajen y se sacrifiquen por esas causas. Y mucho menos que lo hagan sin condiciones y "hasta el final".

Ustedes sí se comprometieron, y tú lo teorizaste bien. Diste ultimidad al compromiso, pues para ser simplemente humano, decías, hay que "encargarse de la realidad" y "cargar con ella". Y lo historizaste con la máxima radicalidad: no hay que comprometerse con cualquier cosa, sino que hay que "revertir la historia". Muchos no quieren ya recordarte así, y del personaje Ellacuría prefieren recordar y hasta invocar su objetividad y realismo ? que fueron cosas bien tuyas? , pero no la profecía y la utopía que guiaron tu compromiso radical con este pueblo. En el compromiso por "revertir la historia" empeñaste la vida y la dejaste en el empeño. Ese compromiso serio e inclaudicable, que no se mueve según el viento que sopla, es lo que hoy necesitamos. Para ello, no hay razones en definitiva. Lo que mueve son ejemplos de lucidez, de audacia y de entrega hasta el final. En tu testamento político, el discurso de Barcelona del 6 de noviembre de 1989, hablaste, con la lucidez del realismo, de "la necesidad de crear modelos económicos, políticos y culturales que hagan posible una civilización del trabajo como sustitutiva de la civilización del capital". Y hablaste, con audacia y aliento ? la parresía paulina? , con palabras que ya no se oyen mucho: "Lo que en otra ocasión he llamado el análisis coprohistórico, es decir, el estudio de las heces de nuestra civilización, parece mostrar que esta civilización está gravemente enferma y que para evitar un desenlace fatídico y fatal, es necesario intentar cambiarla desde dentro de sí misma".

Estas palabras tienen hoy plena vigencia. Sin personas como ustedes es fácil acabar ? ilustradamente, posmodernamente, espero que no ocurra en nombre de una religión? , contentándonos con lo que ahora dice el Banco Mundial y el Fondo Monetario, o, peor aún, como el sacerdote y el levita de la parábola, dando un rodeo para no ver a todo un pueblo postrado, para no lavar sus heridas y llevarlo a un lugar seguro. Con personas como ustedes es más fácil decidirnos a la salvación de un pueblo.

Al compromiso unías la esperanza. "Sólo utópica y esperanzadamente uno puede creer y tener ánimos para intentar con todos los pobres y oprimidos del mundo revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección". Pues bien, tampoco abunda esa esperanza que mueve al compromiso. Anhelos hay muchos; pero esperanzas, pocas ? y no faltan razones para ello. Y es que la esperanza, en definitiva, no vive de cálculos, sino de la fuerza del amor. Y eso es lo que ? en público y para configurar la sociedad? casi no se ve en nuestros días. Las consecuencias son, por una parte, el desencanto: "no hay salida", "es inútil"; y, por otra la pérdida de ilusión en la praxis y en la vida: parece que sólo queda el "sálvese quien pueda" o el caminar como arrastrándose por la vida.

Recuperar para el país la esperanza y la ilusión es urgente. Pero lograrlo, de nuevo, no es cosa sólo de razones. Se necesitan hombres y mujeres que en verdad amen a los oprimidos, se pongan de su lado y los defiendan, pues eso es lo que sigue generando esperanza ? otra cosa son las expectativas, fruto de cálculos? hasta el día, como la generó Jesús. "No toda vida es ocasión de esperanza, pero sí lo es la vida de Jesús que, por amor, tomó sobre sí la cruz". Ellacu, ustedes fueron gente de esperanza y dieron esperanza a mucha otra gente. En tu último artículo, "Utopía y profetismo", tu testamento teológico, terminas mencionando a esos hombres nuevos que "siguen anunciando firmemente, aunque siempre a oscuras, un futuro siempre mayor, porque más allá de los sucesivos futuros históricos se avizora el Dios salvador, el Dios liberador". Palabras como ésas, personas que sepan decirlas y, sobre todo, que sepan vivirlas es lo que mantiene la esperanza y la ilusión.

Por último, Dios. "Se avizora al Dios liberador", dices. Sencilla, aunque siempre difícil, y necesaria confesión de Dios. Sencilla porque el Dios liberador es el Dios de la Escritura, el Dios de los pobres. Difícil, porque Dios sigue siendo misterio inefable e inmanipulable, incomprensible, también, ante la presencia de la aberración y la barbarie en su creación. Y hoy hay que recalcar que la confesión no de cualquier Dios, sino de un Dios liberador es muy necesaria. Estamos presenciando en la antigua civil religión, de sociedades capitalistas, pero también en las iglesias, una fuerte tendencia a trivializar a Dios, a infantilizar la religiosidad y a evaporar la espiritualidad hasta convertirla en espiritualismo terapéutico, desencarnado e inofensivo.

En medio de tanta religiosidad televisiva y radiofónica, de tantas apariciones y sanaciones, en medio de estadios que se llenan de cantos y aplausos, en medio de tantas procesiones y jubileos ¿qué queda, Ellacu, en la Iglesia del Dios liberador? ¿Qué queda del Dios de Oseas y Jeremías ? "practicar la justicia, no es eso conocerme"? ¿Qué queda del Dios de Jesús, activo y poderoso en la resurrección, pero también solidario y silente en la cruz, trascendente y distinto a lo de este mundo, pero también juicio a este mundo? Creo, Ellacu, que hay que volver a la seriedad ante Dios.

Y desde esta seriedad, sí, podemos implorar el "muéstranos tu rostro" para que Dios llene también de gozo y bienaventuranza el corazón humano. La contemplación del rostro de Dios sigue siendo central y humanizante para los seres humanos, pero todo depende de si lo contemplamos o no con seriedad. Siguiendo a san Ignacio, gran guía tuyo y de todos los mártires de la UCA, insististe en que la contemplación de Dios acaece en la acción: "contemplación en la acción". Pero desde tu insobornable honradez con lo real y tu incondicional defensa del oprimido, insististe en historizar esa intuición ignaciana de forma precisa. Hay que contemplar no en cualquier acción, sino en "la acción por la justicia".

Ellacu, hoy el compromiso, la ilusión, la seriedad ante Dios no tienen mucho viento a favor. Y sin embargo eso es lo que necesitamos en la Iglesia y en el país, en la UCA y en la Compañía, para defender a los pobres de siempre, para construir la mesa compartida, para llegar a ser familia humana, y así humanizar a este mundo. Más allá de las novedades de cada época, ésa es siempre la voluntad de Dios. Haciendo eso seguimos a Jesús, y ? usando palabras de tu maestro Zubiri? nos deificamos un poco, nos hacemos hijos e hijas en el Hijo, nos parecemos a Jesús. Viviremos en la fe, que a eso apunta la seriedad ante Dios, en la esperanza, que a eso apunta la ilusión, y en la caridad, que a eso apunta el compromiso.

Para ser y hacer todo ello no bastan razones, argumentos, exégesis de textos. Pero ustedes sí son una razón para vivir, para comprometernos, para mantener la ilusión y para que vivamos ante Dios, con seriedad y confianza.

Ellacu, y mártires todos, gracias y ayúdennos.
 

Jon


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